Revoltijo de romeritos
UNA PREPARACIÓN PARA DEGUSTAR Y LEER

José Luis Juárez López[*]



El análisis de los platos de temporada nos lleva a un conocimiento de pequeñas pero importantes estructuras de la vida cotidiana que difícilmente adquiriríamos por otras vías. Este artículo rescata la continuidad de una preparación muy antigua de la cocina mexicana para poner al descubierto no sólo sus ingredientes básicos sino su registro, sus cambios y el destacado papel que tiene hoy para nuestra sociedad.




c Revoltijo de romeritos. Una preparación para degustar y leer

Cada diciembre, al comenzar a planear la cena de Noche Buena, las familias emprenden una tarea placentera que es la integración del menú para esa ocasión tan importante. En la lista son de rigor los turrones, los buñuelos, la ensalada de Navidad, el pavo al horno, el bacalao a la vizcaína y el ponche. También está presente en esta minuta familiar lo que popularmente se conoce como romeritos, plantas arbustivas perennes de hojas verdes, asimismo conocidos como quelites salados. De estas hierbas se conocen alrededor de trescientas cincuenta especies que se siembran en octubre y se cosechan en fin de año en Tláhuac y Xochimilco.

Con este escrito me embarco en un viaje en el tiempo en el que presento un apunte genealógico de estos romeritos que, con el pasar de los años, se han integrado a la vigilia religiosa y a la temporada navideña, pero sobre todo a la cena del 24 de diciembre. Pretendo demostrar que es un plato que ha experimentado cambios, cuyo consumo pasó de considerarse afición de las clases populares a posicionarse como objeto de deleite general, pero también como un caso ilustrativo de la manera en que viajan las preparaciones a través del tiempo.

Empecemos por el nombre más antiguo en las fuentes de cocina impresas. En 1831, se registró la receta como romeritos en pipián o revoltijo, que se preparaba con romeritos, mole, papas, camarones, nopalitos y pedazos de torta de ahuautle (El cocinero mexicano, 2000, p. 162). El ahuautle, que significa ‘bolitas de agua’, fue considerado por largo tiempo como huevos de mosco, pero se ha demostrado que se trata en realidad de los de un tipo de chinche de agua que recibe el nombre de axayácatl, que quiere decir ‘al ras del agua’. Este insecto abundaba en las zonas lacustres del Valle de México, pero con la desecación su número aminoró (Contreras, 2004, p. 2). El ahuautle era muy consumido en el México antiguo y, según afirma el doctor Francisco Hernández en su Historia natural de Nueva España (1571-1576), se recogía con redes en el lago, y machacado en gran cantidad y entremezclado se formaban con él las bolitas, que luego se vendían en los mercados durante todo el año. Los indígenas las cocían envueltas en hojas de maíz y en agua nitrada y constituían así un alimento bueno, abundante y no desagradable (Barros, 2007, p. 102). Antonio de Ulloa, por su parte, en el siglo XVIII narró la afición de las criollas por el ahuautle y observó que lo usaban para sazonar los manjares más delicados y realzar el gusto de las tortillas de huevo comunes (Juárez, 2005, p. 119).



Posteriormente, el revoltijo se registró en varios documentos culinarios. En uno de 1851 se ve todavía acompañado con tortas de ahuautle (El cocinero y cocinera mexicanos…, 1851, p. 136); y en otro de 1856 se anotó su preparación: el ahuautle se revuelve con huevos y un poco de bizcocho molido, se ponen en un sartén con manteca y a dos fuegos poco activos para que no se quemen (Manual del cocinero…, 1983, p. 67).

Un manual de cocina editado en el último cuarto del siglo XIX indica que había toda una familia –por así decirlo– de revoltijos y que algunos no llevaban los romeritos, sino diferentes verduras. Uno, por ejemplo, se confeccionaba con mole, papas, clavo, canela, anís, chícharos, ejotes, frijoles blancos, calabacitas, camarones, y las tortitas se hacían en forma de bolitas con huevo y polvo de camarón; había otro, llamado revoltijo de la Soledad, que se hacía con chile ancho, revuelto con huevo, frijoles negros y blancos, quelites, acelgas, y papas picadas, y se complementaba con tortitas de camarón o de pan y queso; y uno más, que se elaboraba con frijoles blancos, rueditas de camarón, calabacitas, ejotes y papas, todo frito y revuelto en huevo batido (La cocinera poblana…, 1895, pp. 64-65). Esta última versión parece corresponder al que un diccionario de cocina español llamaba revoltillo o revoltiño y que definió como un conjunto o compuesto de muchos manjares sin orden ni método y también como un pisto ordinario de huevos y otras sustancias (Muro, 1892, p. 803). Esta versión, pero con el nombre de revoltijo a la María Luisa, se verá más tarde en una preparación de huevos en manteca, un poco de perejil, hígados de pollo, leche y nuez moscada (Gómez, 1923, p. 58).



No sabemos cuándo exactamente este guiso se integró a la cena de Navidad. En una ocasión, los porfiristas de alcurnia, de acuerdo con Manuel Gutiérrez Nájera, degustaban pavo, salmón, macarela, paté de foie gras, pickles y empanadas de sardina, acompañadas de vinos y champagne. Guillermo Prieto y José Tomás de Cuéllar, por su parte, mencionan los romeritos como comida de esa temporada en los grupos medios y populares. Prieto, en su poema “Noche Buena”, escribió que la portera –entendemos que de una vecindad– y sus hijos rebanaban rábanos y pelaban romeritos, esto en 1871. Diez años después, en su cuento “La Noche Buena”, De Cuéllar puso a las sirvientas de la casa chica de un general limpiando romeritos y haciendo tortas de huevos de mosco (Rueda y Miranda, 1994, pp. 104-140, 145). Esta ubicación quizá llevó a Antonio García Cubas, al iniciar el siglo XX, a decir que el revoltijo era un plato consumido por ciertas familias. En las casas de medianos recursos, durante la Noche Buena, se acostumbraba a comer bagre, bacalao y camarones, y en las de las clases menos medianas, caldo de habas, capirotada y el famoso revoltijo de romeritos con chile, papa y camarón, en cuyo buen condimento, aseguró, fundaban su orgullo algunas damas (García-Robles, 2013, pp. 166-167). En 1913 se registró un revoltillo que va compuesto con mole, papas, romeritos y tortas de ahuautle o camarón (La cocina en el bolsillo, 1913, p. 7). Es de notar que éste tiene uno de los nombres que refiere el diccionario español, pero no corresponde a ese modelo. Para 1917, el cocinero Alejandro Pardo registró el revoltijo con todo y tortas, pero comentó: como plato de cuaresma, no de Noche Buena (Pardo, 1917, pp. 111-112).

c Un plato con varios nombres y de temporada navideña

Durante la década de los treinta, los nombres para referirse a nuestra preparación fueron variados. En 1932, se le llamó revoltijo de vigilia (García, 1932, pp. 109-110); dos años más tarde, revoltijo de camarones, y se dijo que era un plato netamente mexicano (Hernández, 1934, p. 115); hacia los últimos años de esta década, revoltijo (Priego, 1937, p. 80) y mole de romeritos (Ramírez, 1937, pp. 281-282). Justo al final, esto es, en 1939, se le anotó como revoltijo y se dijo que era un platillo complicado, pues se debía empezar a hacer en la víspera, en la que se limpiaban perfectamente los romeritos y se dejaban en agua para que no se marchitaran; también se advirtió que se consumía mucho en la vigilia de Semana Santa y en Navidad (De Carbia, 1939, pp. 195-196). Pero ese mismo año, en La cocina poblana se tomó uno de los que no llevan romeritos, del siglo XIX, de La cocinera poblana o El libro de las familias. Esto ratifica que la copia de recetas procedía y que incluso iba de un siglo a otro (La cocina poblana, 1939, pp. 272-273).

En 1946, se declaró que el revoltijo de romeritos estaba en la lista de lo que se cenaba en Navidad y que había versiones de lujo y sencillas; además, se le etiquetó definitivamente como un plato de especialidades mexicanas que, junto con la ensalada de Navidad, el bacalao y el pavo, era clásico de la temporada de fin de año (Velázquez, 1946, pp. 5-6, 41-42).

Ahora bien, ¿cuándo se le comenzó a llamar al revoltijo simplemente romeritos? Tal vez se usó un diminutivo porque son pequeños, además de referirse a ellos con cariño, y aunque estas propuestas podrían parecer comprensibles, no descartemos que posiblemente la palabra revoltijo se fue eliminando por incómoda, ya que tiene connotaciones peyorativas y sinónimos como enredo, maraña, confusión y mescolanza.


c ¡Revoltijo no! ¡Mejor romeritos!

En los años cincuenta del siglo XX, un historiador propuso que hacia 1840, quienes comían los romeritos y el ahuautle eran los integrantes de los grupos populares, que el ahuautle se hacía en tortas rebosadas con huevo, pero cuando se hablaba de la Navidad se hacía referencia a la preparación como revoltijo de romeritos (Trens, 1953, pp. 35-48), y un colega suyo evidenció su desconocimiento al respecto al declarar que el ahuautle eran huevecillos de peces (Toussaint, 1955, p. 44).

Una de las referencias más cercanas en tiempo a nosotros que asumió el plato como romeritos data de 1964, cuando se le consideró como un tradicional y casi ritual platillo de las grandes vigilias religiosas y que sería elemento de una selección si se tuviera que elegir los diez platillos mexicanos de suprema excelencia (Sánchez, 1964, pp. 4-47). Una anotación del siguiente año volvió a los dos nombres, pero los refirió, en todo caso, como un guiso muy frecuente en el Estado de México, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo e incluso en Querétaro y Guanajuato, y sobre todo en el Distrito Federal, donde se sirve acompañado con tortas de camarón o de ahuautle, sólo que, este último ingrediente va desapareciendo día a día (Rodríguez, 1965, pp. 67, 130, 140). En 1968, Amando Farga afirmó que para la cena de Año Nuevo los platillos eran similares a los de la cena de Noche Buena, en la que destacaban el bacalao y el revoltijo de romeritos (1968, pp. 209-210).

Ahora que estamos a más de cincuenta años de los años sesenta, podríamos seguir debatiendo sobre el uso de las palabras revoltijo o romeritos para designar un alimento que ya es parte de nuestras celebraciones, pero quizá esas designaciones tengan que ver con las generaciones. Nuestros abuelos, padres y muchos de nosotros decimos revoltijo, pero las generaciones más recientes utilizan romeritos, sobre todo debido a la penetración de los mensajes navideños que los mencionan con ese nombre. Así, esta vianda presenta una doble cara, pero siempre apetitosa, que se hace extensiva a la preferencia de degustarla con tortillas o hasta limpiar el plato con un pedazo de pan blanco. Todos estos puntos le imprimen un rasgo más de interés al debate sobre este guiso añejo que experimentó cambios, desde las tortas de camarón que sustituyeron al tradicional ahuautle, hasta un nombre que parece se acorta para hacer una referencia amable, y, lo más importante, una reubicación como comida para todos. Con estos elementos se demuestra que algunos de nuestros manjares tienen sus propios relatos de Navidad.

c Referencias

BARROS, Cristina, y Buenrostro, Marco, selección y estudio preliminar (2007). La alimentación de los antiguos mexicanos en la Historia natural de la Nueva España de Francisco Hernández. UNAM.

El cocinero mexicano, t. 1 [1831] (2000). Conaculta.

El cocinero y cocinera mexicanos, con repostería y refrescos (1851). Impreso por Antonio Díaz.

CONTRERAS, Gilberto (2004). El caviar mexicano. Un recurso muy consumido pero poco conocido. Gaceta Iztacala, 245, p. 2.

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VELÁZQUEZ, Josefina (1946). Especialidades para Navidad, Fin de Año y Día de Reyes. Ediciones J. Velázquez de León.

Notas

Doctor en Historia y Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Profesor investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), adscrito al Museo Nacional de las Intervenciones (Ciudad de México).

c Créditos fotográficos

- Imagen inicial: Shutterstock

- Foto 1: www.wdl.org

- Foto 2 a 3: Shutterstock

CORREO del MAESTRO • núm. 307 • Diciembre 2021