El horizonte DE PIE

Segunda parte
Rafael Urretabizkaya[*]

Presentamos la segunda parte del artículo dedicado a Luis F. Iglesias, quien durante veinte años se desempeñó como maestro en una escuela rural argentina y elaboró propuestas didácticas renovadoras en todas las áreas de la educación básica y que aún hoy son fuente inspiradora para los docentes. Además de declaraciones del maestro, se vuelcan recuerdos de sus alumnos, hoy adultos, que dejan ver no sólo el cariño que le profesan, sino también la enorme influencia que tuvo en su vida.



Cuando podíamos, nos escapábamos a la escuela

Nos relata Albor Iglesias, uno de los exalumnos del maestro Luis Fortunato Iglesias:


Yo hice los grados del primero al cuarto en “La escuelita”. Era de los que iban en la “chatita”[1] de aquí para allá. Ya en quinto, tuve que ir a la Normal de Banfield. Ese cambio fue dificultoso, era un choque profundo, porque no era el mismo el método ni la libertad que antes teníamos. Abandonar esa posibilidad de expresarnos de otra manera, uno lo sintió mucho, y también era fundamental el lugar. No es lo mismo el campo que la ciudad. De alguna manera, eso nos marcó. Los que pasamos por esa escuela y tuvimos después oportunidad de conocer otras, no lo podemos olvidar.


Mi mamá tenía un dedal. Hoy le encontré otro y dijo:

─ ¡Qué suerte tener dos dedales!

(9 años)


Mientras mi tío[2] estuvo en Tristán Suárez, varios seguimos participando durante los veranos y los feriados. Cuando podíamos nos escapábamos a la escuela.[3] Para mí el cambio fue un choque, pero con el apoyo de mi familia lo pude superar. Sin embargo, la adaptación nunca la pude asumir rápidamente. Sabe que no lo había pensado…


La “chatita Ford”, el transporte escolar que el propio maestro Iglesias (con bata blanca en la foto) “chofereaba” para llevar a sus alumnos a la escuela.


En Banfield era distinto… fundamentalmente, faltaba la libertad que uno tenía para crear, para hacer lo que sentía, para hacer los trabajos en colaboración y compartirlos con los distintos tipos de compañeros, que eran totalmente diferentes en muchos sentidos.

Posiblemente, en mi núcleo familiar yo tenía más acceso que mis compañeros a libros u otras cosas que forman parte de la formación cultural. Mis padres eran lectores ávidos y nos impulsaron a eso, en cambio, para otros chicos el único acercamiento fue en la escuela. La escuela te formaba y te impulsaba hacia nuevas cosas.


Cuando llueve y no vamos a la escuela me desespero.

Cuando le digo a mi mamá:

─ Mamá, estoy aburrido…, me saca vendiendo almanaques.[4]

(9 años)


Ahora, la mayoría de mis compañeros vive aquí, y muchos son pacientes míos: Horacio, Haydee, Rodolfo. Vinieron al pueblo de chicos, pero sólo algunos pocos se quedaron. Eso tuvo que ver con cómo se fue transformando el campo, porque en esa época esta zona era una cuenca lechera importante, con ordeñe a mano y traslado en carro. Pero luego eso desapareció. El tambo[5] dejó de ser redituable. A veces llegaban dos o tres trenes lecheros por mañana, aparte de la fábrica “Tarantela”, que recibía gran parte de la leche de la zona.

Donde estaba la escuela ahora es un cantry,[6] separado de la población por una montaña. De alguna manera, la escuela se me quedó impresa para toda la vida. Me marcó. He vuelto a pintarla en los veranos, a visitarla. Hasta que terminé mi quinto año, cada feriado me iba para la escuelita. Porque era especial, el medio, el modo, el tiempo. Allí teníamos la libertad para buscar, para expresarnos, para decir lo que habíamos entendido. Allí, nadie nos decía “hasta acá sí, hasta acá no”. Lo que en todo caso no se podía hacer era no hacer.

Todos sabían que valían

Luis F. Iglesias, el maestro de la “escuelita”, explicaba en los siguientes términos los objetivos de su proceder en la labor educativa:


No es una escuela revolucionaria porque los coloque a ellos [los alumnos] contra todo y para romper todo, ¡no, no, no! En su línea pedagógica sí es revolucionaria, porque trata de reforzar al individuo, por más pequeño que sea. En la escuela todos tenían valor. En los cuadernos de pensamiento todos se daban cuenta de las diferencias. Al leer y al comentar, todos sabían que valían. Lo que ellos escribían y les permitía hablar, lo mismo que las acuarelas, los ponía en la mejor posición para mostrar quienes eran, para mostrar lo que era de ellos. Sabían que no era una cosa prestada, que no era una copia, y entonces su personalidad encontraba bases sólidas.

Esto es precisamente lo que para mí debe ser la educación.

¿Lo más revolucionario que el modelo permita?

Las hermanas Cosettini[7] hicieron una escuela que no era políticamente revolucionaria pero Jesualdo,[8] en ese sentido, rompió las posibilidades de ayudar al más necesitado, porque con su posición anulaba la posibilidad de tener una escuela común, al menos del tipo de escuela común que se puede tener en un régimen capitalista.

La escuela totalmente revolucionaria, que está contra todo, no tiene posibilidad de funcionar. La suprimen, dicen “no puede ser” y le meten programas reaccionarios.

Hay que salvar siempre la posibilidad de seguir, de dar las posibilidades de que el individuo tenga bases sólidas de sustento, que sin ninguna duda nacen en la escuela primaria, en los libros, en todo lo que signifique cultura.

No se soluciona negando ni tampoco presentando como un hecho que hay que denunciar a toda costa. La denuncia o nada. No es así. La denuncia tiene que ir con contenido inteligente para servir, para que se transforme en una conquista real, que no sea antihumana, ni racista, sino una conquista por la cultura, por el enriquecimiento de los individuos que forman una nación.


Iglesias diría a Jesualdo, lo mismo que Huidobro a los poetas:


Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!

Hacedla florecer en el poema.[9]

Confianza

…yo tengo fe en el niño, les parece poco.[10]


Yo tuve siempre confianza en que la enseñanza que dábamos en la escuela era una enseñanza limpia, honesta, democrática. Que iba a dar las bases para que uno por uno, así fueran los boyeritos[11] o los hijos de los patrones, adquieran todos un sentido progresista y positivo. Es decir, confianza en la educación común, confianza en la educación sarmientina.[12] Confianza en que el chico se haga en una escuela honesta en la que se tocan todos los temas, una confianza profunda en la cultura, para cambiar, es decir, la escuela es revolucionaria.

El arte

El maestro Iglesias comienza a moverse, se para con risa, se sienta, estira los brazos hacia detrás de la mesa donde tiene una cantidad de acuarelas prolijamente ordenadas, dice a los demás que “¡miren dónde, miren dónde me trajo este chico!” (El chico soy yo).

Me muestra el dibujo “Los gitanos y las gitanas acamparon frente a mi casa”, mural directo realizado por Rosa María, de ocho años, en 1953. Es un trabajo sobre papel diario[13] con tizas[14] de colores, de 90 x 60 centímetros, que él conserva en perfectas condiciones.


¡Mirá vos cuánto cielo!, y el hecho humano de que se junten los gitanos. Por un lado los hombres, por el otro las mujeres. Una mujer que lleva una nenita en brazos. Un hecho común.

El chico se expresa en el lenguaje plástico que adquiere, tan importante como el hablado o el escrito.

Estos dibujos se hacían en el cuaderno de pensamientos, con algunos de ellos se iban al galponcito[15] y hacían libremente esto. Se ampliaban sus dibujos. El chico se copiaba a sí mismo. No aprendía a copiar a Disney. Yo no les enseñaba a dibujar.

¡Mirá qué dibujo, qué dibujo!

Mirá la línea del horizonte.

Él solo no hubiera podido

Nos dice Robertito Fernández, otro exalumno del maestro Iglesias:


Me llamo Robertito Fernández, nací en Tristán Suárez. Fui a la escuelita número 11.

Íbamos en una chatita Ford a bigotes. Una sola vez el maestro no llegó y fue por la lluvia, se encajó. Hoy, si uno quiere ir, no puede pasar. Antes había mucho carro lechero. El carro hacía la huella y la chatita, con una rueda en el huellón y otra arriba, pasaba. Y no se rompía nunca.

Hoy que ya no hay tambos, si llueve, no se puede pasar.


Llovió muy poco… ¿Por qué no lloverá más?

(8 años)[16]


En la escuela lo más importante era la forma. Un día de acto, el maestro sacaba la batería de la chatita y traíamos la máquina de cine. Con esa máquina, todos hicimos nuestras películas en papel calco y tinta china. Los mayores las pasaban y los chicos miraban. A cierta edad, los chicos comenzaban a manejar la máquina.

Teníamos museo de ciencias naturales que aquí no existía, con huesos, cosas de la naturaleza.

No había discriminación. Nos llamábamos los “del campo” y los “del pueblo”, pero todos éramos iguales. Daba mucha libertad y eso a todos nos hizo bien. El que estaba atrasado en una materia firmaba un compromiso delante de los compañeros en el que decía que para fin de mes haría una serie de tareas.


Luis Fortunato Iglesias ha sido maestro de primaria, profesor universitario, periodista, inspector y doctor Honoris Causa, pero, para él, lo más importante es ser maestro.


Para ese día, le puedo asegurar, todos tenían sus tareas hechas; se ponía un fichero en la pared y ahí marcábamos cuando habíamos cumplido.

No era que el maestro estaba en todo, los mayores lo ayudábamos. Él solo no hubiera podido. No hubiera podido ser…

De cada tema hacíamos una carpeta. Hace unos años le hicimos una demostración y él nos trajo carpetas y trabajos de todos nosotros. ¡No sé cómo tiene tantas cosas! Vive en un departamento chico. Es inmensa la cantidad de cosas que llevó a esa reunión.

Sí, el maestro era comunista. Sabe… yo me enteré recién hace tres años, cuando fuimos a verlo con Juan Magallán y el hermano. Fue la primera vez que con nosotros habló de política. Yo en la escuela nunca escuché hablar de política… jamás. Sabía que era comunista porque estuvo detenido, y en pueblo chico… Pero, nunca, nunca nos habló de política.


El domingo 25 de septiembre de 1955 vino Osvaldo y jugamos a la escondida. Éramos cuatro: Osvaldo, Rolando, el Negro y yo. Casi siempre contaba el Negro. Después jugamos a los colores, y yo corría. Cuando ya había agarrado a todos (bueno, no a todos porque me faltaba el Negro); el Negro se venía arrimando por la pared; yo le corté el camino y chocamos. El Negro se pegó en un brazo y yo en la cabeza. Rolando se reía por el chichón que yo me había hecho. Después Hugo y Delboca nos decían:

─ Camine cada uno de ustedes para su casa, porque después de las ocho no pueden estar menores en la calle…

Entonces nosotros sumamos todos los años y eran 42; y como ellos juntos sólo tenían 24, entonces nosotros les decíamos:

─ Caminen ustedes a sus casas…

(10 años, 4º grado).[17]


Todos los que fuimos alumnos de Iglesias no nos sentimos exalumnos. Somos siempre alumnos. Él nos trata en la misma forma. Nos llama por el nombre, pregunta por todos. Está muy metido en esa época cuando vino penalizado por los conservadores, pero a él le hicieron un favor.


El maestro Iglesias con su grupo. La escuela unitaria, reunía a todos los alumnos en una misma aula pero respetaba la estructura oficial de la enseñanza primaria en grados.


Conocí a Jesiot, su editor, quien me trajo varios libros de su colección. Era muy atento, titiritero, tenía libros de títeres, me regaló una colección de ellos. Hace cuatro años que falleció.

Estuve viendo el modo de lograr ponerle su nombre a la escuelita. Hablé con los maestros actuales, me apoyaron. Me dirigí al Ministerio de Educación en La Plata y me dijeron que no, la respuesta es que no se puede poner a una escuela el nombre de alguien vivo.


Robertito se queda mirándome con ojos de ¿cómo puede ser?


Tenemos con mi mujer tres hijas. No se puede comparar la educación que recibieron con la nuestra. Las enmarcaban en algo que tenían que estudiar pero sin libertad para interpretar o imaginar. Tenían que hacer algo, cumplirlo y… ¡suficiente!

Yo pienso que cuando un alumno mayor ayudaba a uno menor, ¡estaba la libre interpretación del ayudante!

El maestro era serio pero jovial. Un día jugando al fútbol pateamos con tan mala suerte que le pegamos en la cabeza. ¡Un pelotazo bárbaro! Se cortó el fútbol, pero no porque lo hubiera prohibido, sino porque nos sentimos tan mal que no pudimos jugar por un tiempo. Cuando hace pocos años nos reunimos y se lo comenté, me dijo: “no me sentí mal por el pelotazo, me dolió que no me pidieran disculpas”.


El maestro tiene ganado el respeto de sus alumnos, por ese motivo, cierta caricatura llamada en otra situación a circular en la clandestinidad, fue entregada en mano y firmada por su autora al maestro, que la disfruta, valora e incluye en la última hoja de Viento de estrellas:


Al magíster inaccesible que oficia de extorsionador y ultraja la tierna condición del niño indefenso, éste responde a veces grabando las clásicas caricaturas de burla y rencor, que luego corren entre la logia de víctimas comunes.

Allí donde el niño vive libre y respetado, naturalmente desenvuelto en su propio clima, hasta la caricatura que nos entrega sin miedos tiene su candorosa gracia y es como levantar la mano amiga de saludo y ofrenda en medio del camino.


Sigue Robertito:


El arte nos sirvió porque es una expresión. Si uno debe hacer algo que tiene una sola manera de resolverse, no hay aprendizaje. Repetir libros de memoria no implica saber. Si en cambio uno tiene la libertad para encontrar la base, el sentido…, es otra cosa.

Sin libertad no se puede. ¡Y la libertad era total!

Poeta vivo

Ahora, en la radiodifusora que dirige Juan Magallán, otro exalumno… estamos en el aire:


Muy bien, son las 7:08 y estamos en “El cantar de mis hermanos”, en el espacio del fogón del payador,[18] de lunes a jueves de 6 a 8 y los viernes… Nosotros por acá, siempre digo, hasta que aparezca un payador que quiera cubrir el espacio; yo con sumo agrado lo voy a ceder mi lugar porque esta es… ¡la hora de los payadores!


Estábamos con el hombre de la capital, pero radicado en Las Flores, que nos presentó a su compañera en esta grabación y nos dejaban “Torcacita”, una hermosa milonga de Wenceslao Varela; el intérprete, el uruguayo Aristegui…


En esta mañana recibimos, por lo menos para mí, una grata visita. Siempre es bueno conversar, cambiar opiniones, tomar unos mates, y más para hablar sobre un maestro rural, porque de allí vengo. Soy criado en el campo. Con el sacrificio que significaba, imagínense, hace tantos años, llegar a la escuela; a caballo primero, y cuando aumentaron los hermanos, ¡en el sulky![19]

El maestro nuestro, que se llama Luis Fortunato Iglesias, concurría a la escuela con su vieja camioneta Ford que a mí me parece de esas muy antiguas, e iba alzando por el camino a todos los alumnos que tenía a su paso. Nosotros veníamos exactamente del lado contrario, del distrito de San Vicente.

Hoy nos visita aquí Rafael Urretabizkaya, quien nos honra con su presencia porque su interés es saber algo más sobre Luis Fortunato Iglesias, de quien recién le decía yo en privado: La Argentina se perdió la o-por-tu-ni-dad de haberlo designado alguna vez ministro de educación.

Se la perdió, porque todo aquello mezquino de la política siempre existió, hasta en la educación, y por ese motivo mi maestro quedó de lado. Pero que se lo mereció, ¡se lo mereció! ¡Y vaya que se lo mereció! Porque mi maestro, después de Sarmiento, fue el más grande.

¿Cómo estás Rafael? Bienvenido…

El maestro se fijaba en todo. En la escuela teníamos estación meteorológica, museo, sala de cine, hace cuarenta y pico de años atrás. ¡Ah! Y las travesuras que hacíamos.

─ ¿Por ejemplo?

─ Salir de la escuela, dejar la cartera[20] como bandera y correr una cuadrera.[21]

─ Hacer un sello de lata, nada que ver ¿no?

─ “La yerra[22] de Marcos”. Un día Marcos, mi hermano, calentó una lata. Después llamó a Olga y le dijo: “Dame la mano”. Olga se la dio y le dijo: “Apriete que va la marca”. Marcos le puso la lata caliente en la mano. Olga pegó gritos de verdadero vacuno y salió llorando. ¡Ah, mi hermano!

Otro día le llevé una carga a fondo al tarro de dulce. Pero después llegó mi mamá y si no salgo a todo lo que da, la carga a fondo me la da ella, pero con la escoba.

Mire, ése era el cuaderno de pensamientos propios. Con total libertad decíamos allí todo lo que quisiésemos decir. Claro que uno qué se iba a imaginar que el maestro estaba mentalizando un futuro libro. Y ese libro que usted tiene en la mano ¡recorrió el mundo!

Pero seguí, seguí que me interesa.

─ ¿A ver la mano?

─ En la mano tengo la inicial de mi apellido: M.


Después de muchas observaciones, dice la radio, se sabe que los gatos son zurdos. Dijo que el setenta por ciento de los zarpazos que tiran los gatos, los tiran con la mano izquierda. Y es cierto. Hoy hice enojar al Rubio, que es un gato de ese color. Primero me tiraba izquierdazos, pero cuando le acerqué mucho la mano me pegó un mordiscón.

Ríe y ríe Magallán

Esas cosas las valorizaba tanto el maestro. De ese modo nos conocía, y también a nuestras familias…

El maestro estaba en todas. A mi hermano Tito[23] le llegó a llamar el visionario de la escuela, no había pregunta que no supiera. Pero un día Tito no trajo completa la tarea. ¡Una cosa rarísima! Y era muy seguidor de los refranes. Le dice el maestro:

─ Omar, esto nomás hiciste.

Él se acordó de un refrán y le dijo:
─ Y…, demasiado para la edad que tengo.


Vamos felices a un corte comercial y musical, escuchamos un vals de protesta de Manuel Ocaña. Llama entonces un Omar emocionado que nos dice: “Corrí cuatro cuadras hasta encontrar un teléfono”. Llama Olga, y llaman y llaman al fogón de Juan.


De “El amanecer”


El cielo, cuando las noches son largas, se pone rojo antes del amanecer.

Por un lado desaparece la luna y por el otro aparece el sol.

En las mañanas de helada parece que un panadero se hubiera propuesto desparramar harina sobre el campo.

Cuando está aclarando, es como si empezaran desde adentro de los montes a pintarlos.

Pero lástima que uno no tiene tiempo de mirar este paisaje.

Los gallos cantan respondiendo a sus vecinos. Las vacas de los tambos se acercan al corral a balar junto a sus hijos. Los caballos comienzan a desperezarse para comer.

Y entre los balidos de vacas, cantos de gallos y de pájaros, el grito del peón echando las vacas al tambo.

De “Mi madre”


Mi madre se llama Edelmira Braulia Gómez. Tiene 43 años.

En su cabeza hay muchas canas, nos ha criado a mí, a Juan, a Martín, a Marcos y a Olga.

Yo, Martín, Juan y Marcos siempre la hacemos enojar.

Cada uno piensa de su madre algo diferente. Pero para mí, ella es la más buena.

De “Los árboles”


En sus ramas los pájaros nacen, hacen sus nidos, se crían, cantan y dan alegría.

Sus hojas, sus frutos, sus semillas, son como sus hijos.

Cuando los voltea el viento, parecen ancianos que se caen para no levantarse más. Pero cuando son nuevos, parecen niños que juegan con el viento.

La vida de los árboles es hermosa.

13 años, 6° grado.


Ya fuera de la escuela, dirá el maestro, y adentrado en los oficios de la vida campesina, este muchacho nos siguió enviando sus cuadernillos. Tomamos algunas narraciones en las que puede señalarse con nitidez la firme continuidad de una expresión personal nutrida en los antecedentes que hemos conocido. Testimonio final cargado de valiosas posibilidades pedagógicas, ya que confirma una trayectoria de aprendizaje indiscutiblemente eficaz y límpida.


Dicen que la bebida ha muerto más hombres que las balas. Pues yo prefiero tener el cuerpo lleno de vino que de plomo…

Hoy busqué el libro Viento de estrellas y lo volví a leer como si nunca lo hubiera leído.

En el palo alto de la tranquera[24] de mi casa, los horneros[25] estaban terminando de hacer su nido. Pero anoche el viento se lo volteó. Ahora van al palo y cantan. Pero quién sabe si cantan o lloran, como dice Nardo en Viento de estrellas.[26]


Juan vuelve emocionado de un lugar que no es difícil imaginar cual es.


… teníamos que escribir todos los días algo. Lo que quisiéramos. Teníamos la libertad total, de escribir lo que quisiéramos.

Bueno, hemos pasado una mañana preciosa. Recuerdos de la infancia, la más hermosa y de nuestro maestro, después de Sarmiento el más grande que hubo. Suerte para todos, nos encontramos mañana a las seis. Chau.

Mi escuelita y mi maestro

Poesía de Juan Magallán dedicada a don Luis Fortunato Iglesias, en el quincuagésimo aniversario de la escuelita rural Nº 11 “Esteban Echeverría”.


A esta escuelita rural
yo vine y no tengan dudas,
de alpargatas bigotudas[27]
de bombacha[28] y delantal.[29]
Si no lo toman a mal
quisiera rendirle honor
a quien fue por su valor
su espíritu y su talento
después del noble Sarmiento
el más grande educador.


Tiempos de un solo docente
para todo el alumnado,
un tiempo que ya ha pasado
pero que queda latente.


Hoy que lo tengo presente
y recuerdo lo de entonces
se me ocurre que en el bronce
su rostro estará algún día
y llorarán de alegría
los alumnos de la once.


De allí salieron doctores,
de allí salieron maestros,
los operarios más diestros
comerciantes, profesores,
albañiles, constructores,
dibujantes, jornaleros


y entre tantos compañeros,
tengo la inmensa alegría
de cultivar la poesía
y los relatos camperos.


Una escuelita rural
que él condujo con maestría
a la que dio cada día
ejemplo de su moral.
No lo paró el temporal
ni la niebla más espesa,
se venía de una pieza
orillando la banquina
montando en su catramina,[30]
de barro hasta la cabeza.


Ya ve don Luis Fortunato,
fui duro para estudiar,
pero la vida en su andar
me dio este oficio tan grato.
He pedido este barato
por gusto de saludarlo,
aplaudirlo, homenajearlo,
darle todo mi cariño,
ya que cuando he sido niño
nunca supe valorarlo.


JUAN MAGALLÁN
(Spegazzini - Primavera 1988).


Era la libertad

Veamos ahora lo que nos cuenta Rodolfo Junco, también exalumno del maestro Iglesias:


Acá había un hangar hace 10 años, ahora está en venta. Yo conocí ahí un avión que cruzó el Pacífico.

(Rodolfo Junco a los 63 años).


Hoy le hice señas a un avión que pasaba bajito. Iban dos hombres y uno de ellos me decía adiós.


(Rodolfo Junco a los 9 años, 2º grado).[31]


“El ángel de los niños” se llamaba, y era de tela y madera. De ahí, como miraba los coches –era el tiempo de Fangio, de los Galvez–[32] se me ocurrió hacer una Maserati.[33] Pienso que será por eso que ahora, después de tantos años, sigo construyendo mi Maserati. Como ustedes recuerdan antes la había hecho con bolsas y mimbres, pero ahora la cosa cambia. La estoy haciendo con flejes de cama, varillas de alambrar y chapas de cinc. Esto lleva mucho trabajo porque tengo que cortar las chapas, moldearlas y agujerear los hierros. Suerte que mi papá tiene máquina de agujerear, aunque no quiere que le desafile las mechas ni que le gaste los tornillos; pero cuando él sale a pasear yo le abro el galpón y agujereo los flejes.


También le busqué nombre. Como está hecha de flejes, varillas y cinc, le puse “FVC”, que quiere decir “fleje-varilla-cinc” (sic). Ahora estoy pensando en la dirección porque la quiero hacer a volante y no a pedal. Tengo tres clases pensadas pero no se cual tendrá más resistencia a las curvas. Tengo pensado una resistente y creo que dará resultado. Pero hay que cortar hierros, doblarlos, agujerearlos, etc., y eso llevará un trabajo enorme.


Después tendría que hacerle pedales, en fin tal vez pueda hacerlos.[34]



Quise ir al industrial de Cañuelas, con Terragona. Me gustaba la mecánica. Cuando tenía 13 mis padres se separaron, mi papá vino para acá (a Spegazzini) y yo me quedé con mi mamá en el campo. Como a los 15 me dio por el tradicionalismo, empecé con los caballos.


Portada del tomo I de la obra La escuela rural unitaria, donde Luis F. Iglesias expone su metodología, en la que destaca la multiplicidad de destrezas que el maestro debe tener para trabajar con distintos niveles de maduración y conocimientos que tienen los alumnos de los diversos grados de la escuela primaria. La primera edición es del año 1945.


El grupo Lilulí en la escuela n° 11 de Tristán Suárez,donde enseñaba Iglesias. De izq. a der: tres parientes de Iglesias, colaboradores de la escuela, Iglesias (de anteojos), Felipe Rossi, José Oscar Arverás, Guillermo Etchebehere, Floreal Mazía, Alberto Lema y Federico Golcio (de rodillas), sentados: Carlos Gorostiza (izq.) y Alfredo Herrero (der.)


Yo juego a la pelota contra los árboles. La tiro y el árbol la rechaza. Si no, juego contra la pared.

El árbol o la pared digo que es mi papá.


(8 años).[35]



A mi caballo le gusta comer las flores de cardo, es decir, a todos los caballos les gusta eso. Y no es por darme elegancia, no, pero la verdad es que mi caballo es el mejor que hay en mi casa. Siempre que viene alguno, mi papá le da mi caballo. A veces yo me enojo porque habiendo otros caballos, les da el mío…[36]


No tenía idea de cómo hacer la dirección; le hice dos pedales para doblar, me empujaba un muchacho. Bicicleta tuve a los 13 años, que si no, me hubiera dado cuenta.

¡Hasta física sabía el maestro! Una vez dobló un tubo de ensayo para hacer un barómetro. Termómetro teníamos…, pluviómetro. Al entrar a clase tomábamos los datos del tiempo.

El cuaderno de pensamientos lo usábamos libremente. Yo pienso a veces, ¡cómo cambió la vida!


Mi papá me soltó el petiso[37] para que yo no viniera a la escuela. Sabía que iba a llover. Mi mamá y la tía Inés se acostaron a la siesta. Yo me acosté pero no dormí. Me levanté y fui a arar con un arado que hice yo. Después se venía la lluvia y así termina este diario.


(9 años, 2º grado).[38]


Cartel del documantal Luis F. Iglesias, el camino de un maestro. Es un reconcimiento al trabajo de este maestro con los niños más pobres. Él creía en la función de la escuela como espacio de concreción y materialización del derecho de todos a la educación, a la igualdad de oportunidades y a la justicia.


Aprendíamos a hacer flechas con tiento, teníamos un museo, un vecino era marinero y de Ushuaia trajo un arpón de ballena, era de fundición, yo lo pinté. En el museo teníamos todo detallado, hasta un nido de picaflor.[39] Había muchachos que fumaban, cuando venía el maestro comían pasto y se frotaban las manos con naranja amarga, de esa silvestre. El maestro se acercaba y les decía:

─ Usted estuvo fumando.

¿Cómo adivina, cómo adivina?, pensaba yo. ¡Cómo no iba a adivinar, si estaban pasados de olor a naranja!


Ya desarmé totalmente la “FVC”; la desarmé para construirla con más técnica, es decir, la voy a hacer diferente porque era muy pesada e incómoda para transportarla y para levantarla a los caballetes. La voy a construir más liviana y más fuerte.[40]



Aprendimos con toda libertad. ¡Era la libertad!


Esa escuelita me sigue

Ya sé por qué muchas veces las escuelas rurales están en condiciones más precarias que las que se encuentran en el centro del pueblo. Lo aprendí en estos 16 años que llevo trabajando en ellas: porque no se ven. Están en parajes de nombres ajenos y lejanos. Para que un reclamo se cumpla no importa cuán imperiosa sea su solución, importa que se haga visible.

Si hoy encontráramos la chatita Ford que llevaba al maestro Iglesias a la escuela junto con sus alumnos (dicen que está en una chacra[41] de La Pampa), sería una hermosa pieza de museo, digna de admiración y movilizadora de nostalgia. Sin embargo, si un maestro entrara hoy a una escuela para trabajar tal cual como lo hizo Iglesias en el ´38, haría (sin dudas y otra vez) una grandísima tarea.


El horizonte de pie


Lo importante es que ellos pusieron de pie el horizonte.


La pampa que sea pampa. La pusieron de pie, la levantaron.



Lo importante de las acuarelas es que aprendieron a ver el mundo en que vivían.

El cielo, la tierra, los animales. No quedaron indiferentes ante el mundo.


Levantaron la vista para ver.



Esa chatita hace visible una gran pregunta. Le busqué la respuesta en testimonios brindados por Iglesias, en entrevistas personales, en sus libros, en otras conversaciones que fui encontrando con sus alumnos… Me crucé con su tiempo y con datos del nuestro. Del lugar que a mí me rodea y que es parte del mundo que quiero entender y cambiar: don Aníbal y su estufa cagona, Ceferino, Eloy, el debate de la escuela, el reparto de la tierra, los planes sociales…

Leí sus lecturas y las encontré jóvenes, necesarias, sabias, sencillas, imprescindibles…

“La tierra prometida, Benjamines míos, se deja siempre para mañana” nos dicen las palabras de Romain Rolland en Lilulí (1914); tanto como Freire repite con las suyas “no hay búsqueda sin esperanza, por eso el hombre y la mujer son esperanzados, no por obstinados y sí por buscadores”. O las de Eduardo Galeano sobre la utopía:

─ ¿Pero entonces, para qué sirve? –le pregunta su amigo Fernando Birri.

─ Para eso –responde Galeano–, para caminar.

Un francés, un brasileño y un uruguayo, y dan ganas de gritar, ¡Viva la patria!

Es que la esperanza es una patria.

Una patria grande.

Algunos contactos latinoamericanos

En una entrevista, el maestro Iglesias habló sobre la experiencia que tuvo en México.


En México se hicieron trabajos muy buenos. Diez veces me invitaron y en cada viaje me quedaba 4, 5, 6 meses allá.

    México me dio una oportunidad enorme. La primera edición de Escuela rural unitaria la hicieron allá para repartirla gratuitamente a los maestros. No es que me conocieran, me recibieron en México como el autor de un libro que era útil.

    Con Freire nos encontramos y sabíamos que habíamos hecho cosas parecidas. Me contó que había cambiado su posición respecto a sus primeros libros. En materia de educación, la humildad es esencial.



NOTAS

* Escritor argentino, maestro y director de escuela primaria en San Martín de los Andes.
  1. La “chatita” era el mote cariñoso que los alumnos del maestro Iglesias daban a la camioneta Ford con la que él realizaba una forma poco convencional de transporte escolar. [Nota de la redacción. De aquí en adelante, al menos que otra cosa se especifique, estas notas se encabezan como NR]
  2. Albor Iglesias, entrevistado aquí por el autor, era además de alumno, sobrino del maestro Luis Fortunato Iglesias. [NR]
  3. Esta bella frase se refiere a que siempre que les era posible, los exalumnos de Iglesias buscaban pasar el mayor tiempo en la Escuela Rural Nº 11 “Esteban Echeverría”, en compañía de su querido maestro. [NR]
  4. Expresión que significa echar a alguien con cierta brusquedad. [NR]
  5. En Argentina, Uruguay y Paraguay se le llama “tambo” a los establecimientos de cría de ganado vacuno que producen y venden leche cruda de vaca. [NR]
  6. “Cantry” es una deformación de la palabra inglesa country, que aquí hace referencia a un “fraccionamiento campestre”. [NR]
  7. Olga y Leticia Cosettini, maestras y pedagogas argentinas que trabajaron a principios del siglo XX y dedicaron su vida a transformar la escuela tradicional, la cual recurría al castigo como recurso pedagógico y era ajena a la realidad social. [NR]
  8. Jesualdo Sosa fue un maestro, pedagogo, investigador, poeta, novelista y periodista uruguayo nacido en el año de 1905, cuya obra trascendió su país y llegó a gran parte de Latinoamérica. Ver Correo del Maestro números 206 y 207, julio y agosto de 2013. [NR]
  9. Vicente Huidobro fue un poeta chileno, nacido en 1893, iniciador y exponente de la corriente conocida como creacionismo. Este fragmento pertenece a “Arte poética”, del libro El espejo en el agua, Buenos Aires, Orión, 1916. [NR]
  10. Jesualdo, Vida de un maestro, Montevideo, Ediciones Trilce, 2005.
  11. Niño que conduce los bueyes. [NR]
  12. Por Domingo Faustino Sarmiento, político y educador argentino nacido en 1811. Durante toda su vida luchó por la educación pública como un derecho y por el progreso científico y cultural de su país; aunque ha sido criticado por ciertos sectores debido a su rechazo a todo lo americano. [NR]
  13. Papel periódico. [NR]
  14. Gises. [NR]
  15. Construcción rural, separada de la casa, donde se guardan herramientas, arreos, alimento para el ganado, fertilizantes, etcétera. [NR]
  16. Abel S. Aguirre, “Viento de estrellas”.
  17. Iglesias, Luis Fortunato, La escuela rural unitaria, Buenos Aires, Ediciones Pedagógicas, 1957.
  18. En Argentina, Uruguay y partes de Brasil Chile y Paraguay, la payada es una forma de canto popular, generalmente acompañado por guitarra, en la que el payador –cantante y músico– improvisa un recitado en rima sobre algún tema de actualidad o sobre alguna persona de los concurrentes. Cuando la payada es a dúo se denomina contrapunto y toma la forma de un duelo cantado entre los dos payadores. [NR]
  19. Pequeño carruaje abierto, tirado por caballos. [NR]
  20. El portafolios. [NR]
  21. Tipo de carreras cortas de caballos, usuales en el medio rural argentino, uruguayo y paraguayo. [NR]
  22. Marcación del ganado que se hace con un hierro al rojo sobre el cuerpo del animal. [NR]
  23. Omar Magallán, hermano de Juan.
  24. Puerta de un cercado rústico que consta de travesaños de madera asegurados con alambre o con clavos. [NR]
  25. En el español popular de Sudamérica se llama así a una especie de pájaros de color canela, con el cuello blanco y las alas castañas, que construyen sus nidos con barro y en forma de horno. [NR]
  26. “Pájaro enjaulado. Nadie sabe si llora o canta” Nardo Calvo, 13 años. En Viento de estrellas.
  27. Típica zapatilla de tela, cuya suela de yute se deshilacha en sus bordes por el uso. [NR]
  28. Pantalón utilizado por el hombre de campo en el Cono Sur de Sudamérica; resistente, muy amplio de piernas y apretado en los tobillos. [NR]
  29. Guardapolvo, bata. [NR]
  30. Vehículo viejo, desvencijado. [NR]
  31. Iglesias, L. F., op. cit.
  32. Juan Manuel Fangio y los hermanos Juan y Óscar Alfredo Gálvez fueron famosos pilotos automovilistas en carreras de Turismo Carretera y Fórmula 1. [NR]
  33. Marca originalmente italiana de automóviles deportivos que ganó premios en carreras internacionales en las décadas de 1930, 1940, 1950 y 1960. [NR]
  34. Iglesias, L. F., op. cit.
  35. Rodolfo A. Santamarina, fragmentos de Viento de estrellas, de Luis F. Iglesias, Ediciones Pedagógicas, Buenos Aires, 1980 (primera edición 1950).
  36. Ibid.
  37. Caballo de poca alzada, manso y dócil. [NR]
  38. Viento de estrellas, de Luis F. Iglesias, edición citada.
  39. Colibrí. [NR]
  40. Ibid.
  41. Pequeña granja para cultivo hortícola y cría de animales domésticos.