El fluir de la historia
CONGO Y NÍGER: RÍOS DE MISTERIO Y DRAMA
Segunda parte

Andrés Ortiz Garay[*]

En la primera parte de este artículo, vimos que los europeos consiguieron circunnavegar África al finalizar el siglo XV; sin embargo, el interior del subcontinente negro seguía siendo un misterio. En esta segunda parte, abordamos la dramática historia de las expediciones por los ríos Níger y Congo que lograron develarlo.



La boca del Congo

En agosto de 1482, tras bordear la abrupta costa del golfo de Guinea, dos naves portuguesas se acercaron a lo que desde mar adentro parecía una gran ensenada. Sus tripulaciones, al mando del capitán Diogo Cão,[1] vieron con sus catalejos que, tras la espesura del manglar y sobre las extensas filas de palmeras que delimitaban la playa, en una incierta lejanía despuntaban los brumosos contornos de altas montañas. Cão ordenó poner proa a tierra, pero pronto se sorprendió al notar que una corriente muy fuerte dificultaba el avance hacia la orilla y que gran cantidad de islotes flotantes repletos de vegetación se desplazaban a los lados de los barcos yendo mar adentro. Al tomar muestras del agua circundante y descubrir que era dulce, Cão reconoció que, sin duda, se hallaba ante la desembocadura de un gran río:


… tan violento y poderoso por la cantidad de las aguas y la rapidez de la corriente [como apuntara un cronista portugués poco después] que se adentra en el mar por el oeste de África, abriéndose amplio y libre paso por la fuerza, a pesar del océano, con tanta violencia, que en un tramo de 20 leguas el agua dulce no se mezcla con las olas salobres que lo rodean por todas partes; como si este noble río hubiera decido medir fuerzas en batalla campal con el océano mismo y negarle el homenaje que le rinden todos los demás ríos del mundo sin ofrecer resistencia (apud Forbath, 2002: 95).



El explorador portugués, Diogo Cão, erigiendo un padrõe en el sudoeste de África, siglo XV

Al día siguiente, los navegantes desembarcaron y tuvieron un primer encuentro con los habitantes de la zona. Aunque llevaban unos esclavos africanos de Guinea, éstos no lograron entender la lengua de los lugareños, y la comunicación debió efectuarse por señas y mímica. De alguna manera, Cão y sus hombres comprendieron que los nativos llamaban Zäēr al río,[2] pero, incapaces de pronunciar tal palabra, terminaron llamándolo Zaire. Los europeos intercambiaron sus baratijas por colmillos de elefante y al enterarse Cão de que en una montaña del interior residía Mani Kongo, gobernante del territorio, decidió enviar como embajadores a los esclavos guineanos, vestidos a la usanza portuguesa y portando regalos. Luego de unas semanas de espera sin recibir noticias de sus enviados, el capitán portugués resolvió continuar su viaje, ya que sus órdenes eran llegar tan al sur como pudiera. Sus naves avanzaron otros 800 kilómetros, hasta Cabo de Santa María, en el sur de la actual Angola. Desde allí los portugueses emprendieron el viaje de retorno; se detuvieron de nuevo en la boca del Congo para indagar el paradero de sus embajadores, pero, furiosos al no poder averiguar qué había pasado, capturaron a cuatro bakongo como rehenes y se los llevaron, diciendo que volverían y los soltarían solamente cuando Mani Kongo respondiera sobre la suerte de los enviados; tras colocar sus padrões,[3] esta expedición volvió a Portugal en abril de 1484.

A finales del año siguiente, Cão regresó al Congo con tres embarcaciones; en su libro, Peter Forbath dice que llevaba a los bakongo capturados, quienes, por orden del rey Juan II de Portugal, habían sido bien tratados e instruidos en la lengua portuguesa y en los rudimentos del cristianismo. Al desembarcar, fueron enviados a ver a Mani Kongo, que, por su parte, también había tratado bien a los esclavos guineanos de los portugueses. A fin de cuentas, esos personajes africanos, de quienes no conocemos su nombre, retornaron con sus congéneres (al menos los bakongo, pues del destino final de los guineanos no se sabe nada más). En esta ocasión, el capitán Cão navegó unos ciento cincuenta kilómetros río arriba, hasta que su paso fue impedido por la contracorriente de los rápidos en los desfiladeros de las montañas de Cristal.[4] Así, la fuerza del río detuvo el primer intento de los portugueses para adentrarse en él, pero eso no bastaría para evitar la fatalidad que se cerniría sobre la región.

Como el resto de África, la gran región de la cuenca del Congo fue afectada por la cacería y el tráfico de esclavos. Los portugueses se dieron muy pronto cuenta de que, en vez de arriesgarse a penetrar mucho en el interior de la selva, era mejor incitar y armar a grupos nativos para que fueran ellos quienes llevaran a cabo las cacerías y las devastaciones consecuentes, mientras los portugueses esperaban en los puestos más cercanos a la costa, como Mpinda, donde se llevaban a cabo los intercambios de esclavos y marfil por las manufacturas traídas de Europa. Este esquema fue luego repetido por la gente de otros países europeos. Forbath nos dice al respecto:


Como los prisioneros de guerra podían ser esclavizados, [los europeos] fomentaron las guerras. Como los delincuentes podían ser esclavizados, fomentaron el delito. Corrompieron a jefes y caciques obsequiándoles armas de fuego, telas y bebidas alcohólicas. Desarrollaron en ellos un ansia enfermiza y una adicción por estos productos. Luego los utilizaron a su antojo. Encabezaron cuadrillas de africanos que salían en busca de esclavos e incitaron a la rebelión contra las autoridades oficiales. En poco tiempo comenzaron a hacer estragos en las selvas del Congo (Forbath, 2002: 135).


Los misioneros católicos enviados para evangelizar a los nativos, a pesar de sus éxitos iniciales, terminaron sumándose al terrible ambiente de decadencia y desprecio por la vida humana, y se dice que varios, además de abandonar los claustros, se dedicaron a relacionarse con concubinas negras y a engañar a sus catecúmenos para que fueran esclavizados por los negreros. Se fomentó la prostitución en los establecimientos europeos y pronto brotaron enfermedades venéreas que diezmaron a la población autóctona.

En 1568, otro acontecimiento empeoró todavía más la situación de la región. Un pueblo indígena de temibles guerreros, de los que apenas se conoce su nombre y la filiación de su idioma en la familia lingüística bantú, se desplazó desde las altas sabanas del África central hasta los bosques tropicales arrasando con las aldeas y los pueblos congoleses. El terror que inspiraban esos guerreros, llamados yakas, era insufrible, pues aunada a su ferocidad y destreza en la guerra, su condición de caníbales provocó que miles de habitantes de la región huyeran por las selvas sin rumbo fijo; hasta los portugueses que vivían en Mbanza, la capital del reino de Mani Kongo, escaparon despavoridos río abajo para refugiarse en Mpinda o en las islas del río. Fue necesaria la intervención, en 1571, de un ejército portugués conformado por más de 600 hombres, que portaban armas de fuego y acero, para contener la invasión de los yakas, que “durante muchos años más continuaron siendo fuente de caos y agitación en la cuenca del Congo”(Forbath, 2002: 155).

La experiencia de intercambios entre europeos y africanos continuaría en el bajo Congo durante cerca de dos siglos, pero terminaría fracasando ante la insistencia de los primeros en obtener esclavos y expoliar los recursos naturales. Algo no demasiado diferente sucedía más al norte, en el río Níger.

La exploración del Níger

Vestimenta, armas y forma de pelear del pueblo yaka

La enormidad del Sahara contribuyó mucho al aislamiento del África negra: aunque las caravanas seguían rutas transaharianas antes y después de la invasión árabe del norte africano (siglos VII y VIII), el desierto era una formidable barrera interpuesta entre las autárquicas sociedades agrícolas al sur y las expansionistas sociedades comerciales al norte. A pesar de la islamización[5] del interior africano durante los siguientes ocho siglos, los pueblos del Níger se mantuvieron relativamente independientes y, desde luego, poco conocidos por los europeos. Varios reinos o imperios surgieron al amparo del nutriente poder de las marrones aguas del Níger. El primero fue el de Ghana, fundado a principios del siglo IV y conquistado por los árabes en 1076, y luego hubo otros.


Cuando el imperio ghanés entró en declive, lo remplazó el imperio de Mali que a su vez fue remplazado por el de Shongai. Estos imperios poco conocidos del recodo del Níger controlaron la zona, más o menos de manera continuada, desde el siglo IV hasta el siglo XVI, a pesar de las incursiones árabes; también siguieron las mismas políticas: controlar las ciudades comerciales del Níger, armar ejércitos para mantener la paz y protegerse contra las invasiones, y desplegar cierto tipo de administración sobre sus tierras (De Gramont, 2003: 50).


Durante todo el tiempo que se sucedieron esos reinos, fueron pocos los europeos que se aventuraron en ellos; apenas se recuerdan un par de nombres: el del genovés Antonio Malfante, quien llegó a Tombuctú en 1447 y decía que allí pasaba un río “que después cruza Egipto hasta llegar a El Cairo”; y el del florentino Benedetto Dei, quien aseguraba que en esa ciudad se hacían buenos negocios con las telas y ropas confeccionadas en Lombardía. Las noticias más detalladas provenían de los viajeros musulmanes. Entre éstos, Ibn Batuta (1304-1377)[6] afirmó certeramente que la corriente del Níger fluía hacia el este, pero su información fue opacada en occidente por lo que aseguraba León El africano, quien sostenía que el río iba de este a oeste; veamos un ejemplo de lo que este último decía:


El rico reino de Tombuctú tiene muchos platos y cetros de oro […] mantiene una corte magnífica y bien aprovisionada […] aquí hay gran variedad de médicos, jueces, sacerdotes y otros hombres sabios, mantenidos generosamente a expensas del rey […] Y aquí se traen manuscritos diversos o libros escritos de Berbería, que se venden por más dinero que cualquier otra mercancía […] Los habitantes son gente de una disposición amable y alegre, y pasan gran parte de la noche cantando y bailando por las calles de la ciudad; mantienen a gran cantidad de hombres y mujeres esclavos […] (apud De Gramont, 2003: 53).


En 1444, los navíos portugueses al mando de Nuño Tristão alcanzaron la boca del río Senegal; y diez años después, los de Ca’ da Mosto, la del río Gambia. En ambos casos, se especuló que se trataba de la desembocadura del Níger. Sin embargo, cuando los barcos de Fernando Poo llegaron en 1472 a la isla que lleva ese nombre, a poca distancia enfrente del delta del Níger, nadie se dio cuenta –ni nadie lo haría por mucho tiempo– que se trataba de la salida al mar del gran río. En el siglo XVI, la Costa de Oro, en el golfo de Benín, a un lado del delta, estaba salpicada de plazas fuertes de holandeses, ingleses y franceses; estos últimos se adentraron casi trescientas leguas en el río Senegal, en Galam, donde fundaron un puesto comercial permanente, pero no avanzaron más allá. Por su parte, los ingleses también mandaron expedicionarios por el Senegal y el Gambia, sin obtener grandes resultados en sus exploraciones; aunque, por otro lado, sí lograron establecer un lucrativo comercio con el tráfico de esclavos y la adquisición de cargamentos de pimienta, marfil, aceite de palma y telas tejidas con algodón y con la corteza de las palmeras. El Reino Unido se convirtió en la nación que lideró el comercio de esclavos durante los siglos XVII y XVIII, y, durante ese periodo, cerca de la mitad de los esclavos llevados a América fueron embarcados en puertos de la Costa de Oro.

En junio de 1788, doce acaudalados e influyentes hombres de negocios, políticos y aristócratas británicos formaron la African Association bajo el impulso inicial de sir Joseph Banks. Unos años antes de esa fecha (Paz de Versalles, 1783), el Reino Unido había perdido sus valiosas colonias en Norteamérica (aunque conservaba el Canadá y varias posesiones en el mar Caribe), así que aquellos poseedores de grandes fortunas –y otros que se les unirían después–[7] consideraron que África sería un buen territorio sustituto para la obtención de materias primas que alimentaran sus industrias y para la apertura de nuevos mercados donde vender sus manufacturas. Para ese último tercio del siglo XVIII, Gran Bretaña se hallaba en pleno desarrollo capitalista y se erigía ahora en adalid de la lucha antiesclavista, pues no le convenía ya tener competidores que aprovechaban el trabajo esclavo. Por eso, la Suprema Corte de la Gran Bretaña decretó en 1772 que cualquier esclavo que pisara suelo británico obtendría automáticamente su libertad, y poco después sus fuerzas navales se encargarían de perseguir el tráfico de esclavos en los mares del mundo.

En 1794, Joseph Banks convenció a los miembros de la African Association de enviar al médico escocés Mungo Park a explorar el Níger.[8] Su misión era partir de la boca del río Gambia hacia el interior de África para encontrar el río Níger, determinar de una vez por todas en qué sentido fluía su corriente y obtener la mayor cantidad de información posible acerca de los territorios que atravesaba el río y de la gente que los poblaba. El 22 de mayo de 1795, Park se embarcó en el bergantín Endeavour, del que bajó 30 días después en Jilifree, en la desembocadura del Gambia. Dos años después, en la Navidad de 1797, Park se hallaba de regreso en Londres tras haber cumplido con su misión. Había constatado la dirección del flujo del río, había llegado hasta Bamako (apenas cerca de una quinta parte de la longitud del Níger), había aprendido a hablar mandingo –una lengua muy hablada en esa sección del río– y había vivido una ordalía que muy pocos hombres habrían logrado resistir: enfermedad (sufrió contagio de malaria), abuso (bandas de tuaregs lo asaltaron y maltrataron –en Ludamar permaneció cautivo durante dos meses y medio mientras lo amenazaban con matarlo–), hambre y soledad. Pero también había contado con el apoyo de Issaco, su guía mandingo, y de Demba, su sirviente; había además encontrado hospitalidad y respaldo en algunas aldeas de negros, quienes por costumbres solidarias y hasta por simple curiosidad le ayudaron:


Las doce concubinas del rey, jóvenes y bien parecidas, armaron un alboroto por Park, “particularmente por la blancura de mi piel y la prominencia de mi nariz. Insistieron en que ambas eran artificiales. Decían que la primera me fue producida cuando era niño sumergiéndome en leche, e insistían en que mi nariz me la habían pellizcado todos los días hasta que había adquirido la forma actual nunca vista y nada natural”(De Gramont, 2003: 79).


El libro que escribió Park a su regreso, Travels in the Interior Districts of Africa, se convirtió de inmediato en un bestseller: los 1500 ejemplares del primer tiraje se vendieron en una semana, y pronto siguieron otras ediciones, en inglés y en otras lenguas, además de extractos publicados en periódicos y revistas. Con las ganancias obtenidas, Park se casó, se estableció en Escocia como médico particular y formó una familia con tres hijos. Pero la llamada de África pudo más y en 1805 se hallaba a la cabeza de una segunda expedición, en la que lo acompañaban su cuñado Alexander Anderson y cuatro carpinteros sacados de las prisiones de Londres, para que construyeran pequeñas embarcaciones en las que navegarían el río. Una vez en África, reclutaron una escolta de 38 hombres entre la soldadesca del Royal African Corps. Cuando emprendieron camino, ya había empezado la temporada de lluvias y, aparte de los caminos intransitables, las fiebres y la disentería comenzaron a cobrar víctimas (el Níger mismo aumentaría las bajas, pues varios miembros de la expedición se ahogaron en él).



Rutas recorridas por Mungo Park


A mediados de noviembre de 1805, seis meses después de haber dejado la costa, sólo acompañaban a Park cuatro soldados, tres remeros negros y Ahmadi Fatouma, un guía local de ascendencia árabe. Issaco, el intérprete mandingo que otra vez servía con Park, fue enviado de regreso a la costa con el encargo de llevar cartas escritas por su jefe.[9]


El 20 de noviembre de 1805, Park y su mal parada banda embarcaron [en un precario bote que habían construido los carpinteros], se apartó de la costa de Sansanding [una aldea en la tercera parte del flujo del gran río] y desapareció Níger abajo en las aguas turbulentas de las conjeturas históricas (De Gramont: 2003, 102).



Mungo Park y portada del libro Travels in the Interior Districts of Africa


En efecto, hasta nuestros días sigue siendo un misterio lo que sucedió a Mungo Park y a su ya mermada compañía. En 1810, las autoridades británicas en Gambia encomendaron a Issaco la tarea de ir por el Níger hasta las cercanías de Bussa y obtener noticias del destino final de Park. El mandingo logró hallar a Fatouma, el guía, quien le aseguró que todos los expedicionarios y sus acompañantes negros habían muerto. Se supone que Park, muy renuente a caer de nuevo en manos de los tuaregs o de los negros, había decidido mantenerse en su barca a la mitad del río repeliendo con ayuda de sus mosquetes cualquier intento por parte de los locales de acercarse sin su consentimiento. Fatouma afirmó que hubo algunas escaramuzas en las que varios nativos fueron muertos a balazos y que, finalmente, los tripulantes del bote cayeron en una emboscada y fueron asesinados a lanzazos o se ahogaron en los rápidos al intentar escapar.

Como parte de las especulaciones históricas, se piensa hoy que Park logró avanzar unos dos mil cuatrocientos kilómetros de la longitud total del río y llegó hasta Bussa, mucho más al sur del gran recodo del Níger, por lo que debió darse cuenta de que iba hacia el mar y que el Níger no era entonces ramal del Nilo ni del Congo. En todo caso, “[l]a misteriosa muerte de Park hizo crecer su leyenda, [pero su] mayor logro fue establecer sin sombra de duda el curso del Níger”(De Gramont, 2003: 106-107).

La lista de los exploradores que viajaron después por partes del Níger es larga y no podemos mencionar aquí sino brevemente a los más destacados: en 1826, el militar escocés Alexander Gordon Laing estuvo un mes en Tombuctú, pero fue asesinado no lejos de allí cuando viajaba de regreso a Trípoli; en 1822-1824, los también militares Dixon Denham y Hugh Clapperton exploraron la región del lago Chad sin encontrar conexión entre éste y el Níger, y luego publicarían su relato, Narrative of Travels and Other Discoveries in Northern and Central Africa; en 1825-1826, Clapperton (que también era escocés) volvió a África y llegó a Bussa y Sokoto, donde murió de disentería; en 1827-1828, un francés que viajaba por su cuenta, René Caillié, estuvo dos semanas en Tombuctú y fue el primer europeo que logró regresar vivo tras esa experiencia; entre 1849 y 1855, el geógrafo alemán Heinrich Barth (comisionado por la Foreign Office británica) se convirtió en el prototipo del explorador ilustrado, ya que permaneció en África durante cinco años seguidos y en sus viajes recorrió más de dieciséis mil kilómetros.[10] Pero finalmente, quien logró desentrañar el milenario misterio del curso inferior del Níger fue Richard Lander (1804-1834).


Hugh Clapperton

Lander fue un joven galés, hijo de un tabernero, que salió de su casa a muy temprana edad y recorrió varias partes del mundo como sirviente de comerciantes y funcionarios coloniales. Como tal acompañó al comandante Clapperton en su segunda expedición africana, de la que fue el único sobreviviente. En 1830, Lander fue nombrado por la Colonial Office para dirigir una misión al Níger. Se le permitió hacerse acompañar por su hermano menor John (1806-1839), de 23 años, como ayudante para llevar los diarios e informes de la expedición. Los hermanos desembarcaron en Badagri, en el estrecho de Benín, y de ahí subieron al norte hasta encontrar el Níger en Bussa, donde un cuarto de siglo antes había desaparecido Mungo Park. Remontaron el río hasta Yauri para visitar al sultán de ese reino, y después, en agosto de 1830, en canoas “se lanzaron al viaje de 1000 kilómetros hasta el mar por la última parte inexplorada del río”(De Gramont, 2003: 198). En el camino exploraron parte del río Benue, un importante tributario del Níger; en noviembre fueron asaltados y hechos prisioneros por piratas de la tribu ibo, quienes decidieron llevarlos a la costa para allí pedir rescate al capitán de un bergantín inglés que se hallaba fondeado en una de las bahías del delta. Después de arduas negociaciones con el capitán, los hermanos Lander lograron embarcarse y regresaron a Inglaterra en junio de 1831.[11]


Si los Lander lograron el éxito donde tantos otros fracasaron en parte fue gracias a los progresos hechos por sus predecesores. Cuando llegaron a Badagri, en 1830, ya se conocía buena parte del curso del Níger, gracias a Park, Clapperton y otros. Sólo la desembocadura seguía por descubrir. Además, los nativos ya se habían acostumbrado a ver gente blanca. Las propias tribus de Bussa que emboscaron y mataron a Mungo Park dieron una bienvenida cordial a los Lander […] Fue […] una investigación que […] tuvo una continuidad desde la fundación de la African Association en 1788 hasta el regreso de los Lander en 1831 (De Gramont, 2003: 205-206).



Richard y John Lander en el río Níger


En 1853, el médico escocés William Balfour Baikie alcanzó una notable hazaña. Al mando del Pleiad, un vapor de hélice con aparejos de goleta, Baikie condujo a su tripulación de 12 ingleses y 54 africanos navegando por el Níger sin perder a ninguno de ellos. Esto se logró gracias al uso profiláctico y preventivo de la quinina, que evitó desenlaces fatales de la malaria y otras fiebres malignas. A partir de entonces, los europeos tuvieron muchas más posibilidades de sobrevivir en el interior de África.

La exploración del Congo

En 1816, cuando la oficina del Almirantazgo británico envió una expedición bien preparada al Congo, aún se creía que este río podía ser un brazo del Níger. El comandante de la expedición fue el capitán de la marina real James Hingston Tuckey.[12] Este oficial escribió un reglamento para normar la conducta de sus hombres hacia los nativos (por ejemplo, para evitar robos, no se deberían exponer innecesariamente objetos llamativos ante los aborígenes, mucho menos debían tomarse libertades “no autorizadas con las hembras”y, si llegase a ser necesario repelerlos con las armas para sobrevivir, “que las armas que se disparasen primero sólo estuvieran cargadas con perdigones”). Sin embargo, cuatro meses después del inicio de la exploración, el 4 de octubre, Tuckey murió presa de una fatiga extrema, probablemente causada por su debilidad intrínseca (los años de prisión cobraron su cuenta) combinada con la malaria. La expedición había fracasado rotundamente, ya que de los 54 blancos que la conformaban 29 murieron. Sólo habían logrado avanzar 240 kilómetros más de lo que ya se había mapeado antes. Así, el río volvía a derrotar a los intrusos; durante varias décadas más, el flujo del Congo seguiría siendo un misterio y un reto sumamente peligroso para los europeos.

Entre los más renombrados exploradores decimonónicos de África, David Livingstone (1813-1873) es un personaje disímbolo, pues, a diferencia de Richard Burton, John H. Speke, Samuel Baker, Verney Lovett Cameron o Pierre de Brazza, resulta, en primera instancia, que Livingstone no corresponde a ninguna de las categorías ocupadas por éstos: no fue militar, ni aventurero y cazador de familia noble con recursos pecuniarios propios, tampoco un estudioso de la ciencia (como Heinrich Barth); de hecho, cuando llegó a África por primera vez ni siquiera era un explorador. Livingstone provenía de una humilde familia escocesa y en su juventud tuvo que trabajar como obrero en una fábrica de textiles cercana a Glasgow. Su dedicación al estudio –que realizaba en las noches al salir del trabajo– y el apoyo de uno de sus hermanos mayores le posibilitaron matricularse en la Universidad de Glasgow, donde se graduó en medicina y después se enroló en la Sociedad Misionera de Londres, ya que era un fervoroso cristiano de credo protestante.


David Livingstone

Livingstone efectuó tres grandes expediciones entre 1841 y 1864, y durante la segunda (1852-1856), realizó las proezas de cruzar África de lado a lado (desde Luanda, Angola, en la costa del Atlántico, hasta Quelimane, Mozambique, en la costa del Índico), trazar buena parte del gran río Zambeze y descubrir las magníficas cataratas que llamó Victoria, en honor de la reina británica. Esto le valió ser considerado como un héroe nacional en el Reino Unido. Pero lo que es central para este artículo, es que en su cuarta y última expedición (1865-1873), Livingstone recorrió parte del curso superior del Congo y se acercó a sus fuentes, aunque no quiso reconocer este hecho. ¿Por qué?

Porque en 1864, estando de regreso en Inglaterra, la Royal Geographical Society –organismo que en su carácter de institución privada dictaba la dirección de las políticas gubernamentales del expansionismo británico– encargó a Livingstone la misión de explorar la región de los grandes lagos del África centro-oriental para dilucidar en definitiva dónde se encontraban las fuentes del Nilo. Livingstone (que para entonces era ya también un campeón de la cruzada antiesclavista inglesa) pensaba que el Nilo nacía en las altas sabanas del África central, más al sur de lo propuesto por Burton (el lago Tanganica) o por Speke (el lago Victoria).[13] Así, en marzo de 1866, Livingstone desembarcó en la costa oriental de África y muy pronto empezó a vivir todo tipo de obstáculos al seguir el río Ruvuma: la región que atravesó estaba devastada por el hambre, las guerras tribales y las incursiones de los traficantes árabes de esclavos. Las deserciones de los porteadores que había contratado y de la escolta de cipayos que le había proporcionado el sultán de Zanzíbar hicieron que su grupo se redujera a 23 personas, entre quienes destacaban Chuma y Susi, dos fieles servidores africanos que no lo abandonarían ni después de muerto. La llegada de las lluvias empeoró todavía más su situación; un porteador sufrió una caída y estropeó los aparatos de medición que cargaba, otro par de cargadores desertaron llevándose sus medicinas; Livingstone sufría de malaria y de una grave infección de hemorroides, pero su unión a una caravana de traficantes árabes liderada por un jefe llamado Tippoo Tib le posibilitó llegar hasta el lago Tanganica. Después deambuló por las zonas de los lagos Moero y Bangweulu.



Al cruzar África, Livingstone descubrió estas cataratas, a las que llamó Victoria en honor de la reina británica


Luego de recorrer más de tres mil kilómetros durante casi dos años, muchas veces al amparo de las caravanas árabes, Livingstone, famélico, sin dientes y muy enfermo, logró regresar a Ujiji, en el Tanganica, en marzo de 1868. Tras recuperarse un poco, se adentró en la región de selvas tropicales conocida como Maniema, habitada por tribus caníbales y muy agitada por las incursiones de los traficantes de esclavos y los cazadores de marfil. En marzo de 1871, alcanzó el río Lualaba en Nyangwe, en donde unos meses después, a mediados de julio, fue testigo de una masacre (fueron asesinadas entre cuatrocientas y quinientas personas) perpetrada por los traficantes árabes: “El asesinato flagrante perpetrado contra centenares de mujeres indefensas me llena de un pavor indescriptible […] No puedo permanecer aquí en esta agonía. Creo que no hay más remedio que volver a Ujiji”(Forbath, 2002: 256). Y fue allí donde tuvo lugar el famoso encuentro entre Livingstone y Stanley en noviembre de 1871.[14]



Viajes de Livingstone por África entre los años 1841 y 1873


Mucha tinta se ha vertido en torno a la reunión de esos dos hombres. Stanley inmortalizó el momento cuando, tiempo después, escribió[15] que al hallarse frente al hombre que había sido enviado a buscar, tan sólo acertó a decir: “¿El doctor Linvigstone? Yo supongo”, frase que luego fue motivo de burla por sus contemporáneos, ya que difícilmente podría haberse tratado de otra persona. Quizá no fue eso lo que Stanley dijo exactamente al encontrar cara a cara al misionero, pero como después así lo publicó, se ha explicado que tal vez lo hizo en su afán de parecer inglés ante sus lectores, que más bien lo consideraban estadounidense.



Dibujo que retrata el encuentro de David Livingstone y Henry Morton Stanley en 1871


Henry Morton Stanley había nacido (el 28 de enero de 1841) en Denbigh, país de Gales, como John Rowlands, de padre desconocido y de una madre que nunca quiso hacerse cargo de él. Al morir su abuelo, el pequeño John de seis años de edad ingresó a un internado público, del que escapó cuando cumplió los 15; se embarcó entonces hacia los Estados Unidos y llegó a Nueva Orleans en febrero de 1859. Aunque no es fácil dilucidar su verdadera historia entre la maraña de datos posiblemente falseados o al menos adornados que él mismo escribió en sus relatos autobiográficos, se supone que fue adoptado por un comerciante llamado Henry Stanley, de quien tomó el nombre acompañándolo del intermedio Morton. En 1862, se unió al ejército confederado en la Guerra de Secesión estadounidense, y luego de caer prisionero aceptó cambiar de bando y sumarse al ejército de la Unión, pero no llegó a combatir con éste, ya que tras sufrir un grave ataque de disentería fue dado de baja. Regresó a Gales, donde no fue bien recibido por sus familiares y volvió a los Estados Unidos. Enrolado en la marina de guerra unionista, utilizó los informes que redactaba como oficial de a bordo para escribir artículos que publicaron algunos periódicos; luego desertó y se fue al oeste. Durante tres años cubrió como periodista de encargo las escaramuzas contra los comanches y cheyenes, la llegada del ferrocarril y las bonanzas de los poblados mineros: “Era un aventurero temerario que escribía en forma muy vívida. Tenía un olfato estupendo para las noticias y un sentido muy agudo de los detalles importantes. Su fama creció con rapidez. Con ella también aumentó su ambición”(Forbath, 2002: 268). En 1868, fue enviado por el New York Herald a cubrir la invasión británica a Etiopía y, gracias a que sobornó al jefe de la estación telegráfica en Suez, logró enviar sus reportes antes que otros periodistas, lo cual le valió la plaza fija de corresponsal.


Henry Morton Stanley

En 1869, poco después de cumplir los 30 años, su periódico le asignó la complicada tarea de encontrar al doctor Livingstone en África, pues los desertores cipayos aseguraban que había muerto. James Gordon Bennet, el dueño del Herald, encargó directamente a Stanley que buscara a Livingstone en África, y le ofreció para ello todo el financiamiento que fuese necesario para encontrarlo o averiguar qué le había pasado. Stanley desembarcó en Zanzíbar en enero de 1871 y allí comenzó a ejercer con liberalidad el presupuesto con el que contaba para aprovisionarse y pagar a guías, jefes de caravana y porteadores (unas doscientas personas en total, más un par de botes plegables, 40 fusiles y multitud de cartuchos, champán y otros lujos). Lo acompañaban dos blancos, que pronto murieron, y, tras pasar por la malaria, las deserciones y hurtos, los combates en los que apoyó a los traficantes árabes contra un líder tribal que se les oponía, y otras dificultades, meses después alcanzó Ujiji, donde halló a Livingstone. Luego de cuatro semanas de explorar con el misionero el norte del lago Tanganica (sin poder convencerlo de que regresara con él), Stanley volvió a Inglaterra, donde comenzó a saborear la fama y el dinero que le proporcionaría la publicación de su libro sobre la búsqueda de Livingstone, así como las conferencias que a su regreso impartió en varios países europeos y luego en los Estados Unidos.

En noviembre de 1874, financiado por el Herald y el Daily Telegraph de Londres, Stanley partió de Bagamoyo en una nueva expedición, acompañado por otros tres ingleses[16] y más de trescientos africanos entre guías, escoltas y porteadores. Primero circunnavegó el lago Victoria, con lo que probó que la propuesta de John H. Speke de considerarlo una fuente primaria del Nilo era acertada. Después circunnavegó el Tanganica, y así demostró que su única salida era al oeste. Llegó hasta el Lualaba y, tras darse cuenta de que era improbable que se tratara del Nilo, decidió seguir el curso de esa corriente hasta donde lo llevara. Tres años más tarde, en agosto de 1877, llegó a Boma, en la desembocadura del río Congo, en el océano Atlántico, luego de haber dejado muertos por el camino a la mayor parte de los miembros blancos y negros de la expedición.



Mapa que muestra los viajes de Henry Stanley por África


A su regreso a Inglaterra, se comenzó a hacer del dominio público que Stanley había sido violento y despiadado con las tribus nativas (por lo menos realizó una matanza de indígenas de la isla de Bumbiré, en el lago Victoria) y que maltrataba a los porteadores. Esta mala fama provocó que el gobierno británico se negara a reconocer el valor de sus trabajos y su propuesta de que Inglaterra se involucrara en la colonización del Congo. Esa renuencia fue aprovechada por el rey Leopoldo II de Bélgica, quien ansiaba hacerse con alguna colonia africana. Por eso propuso a Stanley que la Sociedad Internacional del Congo (organismo supuestamente de inclinación científica y altruista que el rey belga utilizaría como pantalla para ocultar sus intereses de lucro y expansión) financiaría una nueva expedición cuya principal finalidad sería establecer acuerdos con el mayor número posible de jefes tribales para que aceptaran el protectorado de Leopoldo II como cabeza de la Sociedad. Desde luego, tras habérseles asegurado que serían favorecidos por el comercio con los europeos, muchos de esos jefes estamparon cruces en tratados escritos en lengua francesa o inglesa, sin tener la menor idea de lo que implicaba el protectorado ni la letra menuda de tales tratados.

Stanley regresó al Congo en junio de 1878 y permaneció allí hasta junio de 1884, dando inicio al establecimiento de bases comerciales-militares para la navegación fluvial y a la construcción del ferrocarril,[17] medios que permitirían al rey belga extraer el máximo de marfil y caucho posible, entre otros recursos naturales. Abrió así una nueva etapa en la historia de la intrusión europea en África al encabezar el comienzo del expolio sin piedad del continente negro, pues gracias a su labor, se instrumentó la fundación del Estado Libre del Congo, donde en la siguiente década morirían varios millones de seres humanos por efectos de los trabajos forzados, el hambre y la violencia llevados allí por los blancos.

En 1887, Stanley fue contratado para efectuar el rescate de Mehmed Emin Pashá, un alemán convertido al islamismo que era gobernador de la provincia ecuatorial del Sudán egipcio y que se encontraba rodeado por fuerzas rebeldes. Esa correría de Stanley constituyó su más espantosa y violenta entrada en África, pues no dudó en utilizar hasta ametralladoras Hotchkiss en la represión de las tribus que pretendían impedir su paso, y sus acompañantes europeos cometieron terribles atrocidades.[18] Y aunque finalmente logró llevar a Emin Pashá a Zanzíbar, éste murió nada más llegar allí al caer accidentalmente de una escalera, tras haber tenido una discusión con Stanley.

Al regresar a Inglaterra, Stanley llegó a ser miembro del Parlamento británico durante algún tiempo, y murió en Londres el 10 de mayo de 1904.

Referencias

DE GRAMONT, S. (2003). El dios indómito. La historia del río Níger. Madrid: Turner Publicaciones; México: Fondo de Cultura Económica [primera edición en inglés, 1975].

FORBATH, P. (2002). El río Congo. Descubrimiento, exploración y explotación del río más dramático de la tierra. México: Fondo de Cultura Económica; Madrid: Turner Publicaciones [primera edición en inglés, 1977].

STANLEY, H. M. (2002). Autobiografía. Bula Matari. Historia de un explorador. Barcelona: Ediciones B.

NOTAS

* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió la serie Palabras, libros, historias.
  1. Cão era entonces un experimentado marino. Como otros portugueses de humilde origen, se había formado en la escuela náutica de Enrique El Navegante; al demostrar su pericia y valor combatiendo contra corsarios en las costas del norte de África, se le dio el mando de la expedición de 1482-84.
  2. Forbath (2002) afirma que, en la lengua de los bakongo, ese vocablo significa algo así como “río que se traga a los demás ríos”, una figura poética muy acertada si se considera el grandioso sistema fluvial que compone la cuenca hidrográfica del Congo. Con el nombre de Zaire se conoció a ese río hasta bien entrado el siglo XVIII, cuando se le empezó a llamar Congo, quizá en referencia al epónimo de la gente que habitaba su curso inferior, los bakongo.
  3. Los padrões eran unas pequeñas columnas de piedra rematadas con una cruz, que los portugueses colocaban en sitios muy visibles de los lugares a los que llegaban, para marcar su toma de posesión de la tierra; en la columna se inscribían el año de arribo, así como el nombre del rey y el del capitán al mando de la expedición; se volvieron íconos porque se les representó en los mapas de los siglos XV al XVII (algunos padrões todavía permanecen en los lugares donde fueron erigidos).
  4. Al finalizar esta entrada en el río Congo, cesan las menciones sobre el capitán Cão en los registros históricos y no se sabe si murió durante el viaje o luego de regresar a Lisboa.
  5. Buena parte de la cultura derivada de los árabes islamizados influyó en el desarrollo de las sociedades africanas. Especialmente en el África occidental, el idioma y la escritura árabes se convirtieron en medios fundamentales para el comercio y el gobierno de los pobladores locales (por ejemplo, la ciudad de Tombuctú fue considerada como un importante centro cultural del mundo musulmán). Desde luego, el dominio de esos medios se reservaba a los estratos dirigentes, pues la mayoría de la gente sólo conocía sus lenguas nativas y no sabía escribir, además de que mantenía muchas de sus tradiciones y creencias autóctonas a pesar de la aceptación –forzada o voluntaria– de los elementos islámicos. Esta situación tiene cierta similitud con la que vivieron en América los pueblos indígenas bajo el dominio hispano.
  6. La trascendencia de este personaje, granadino de origen, se debió a que fue capturado por corsarios cristianos que lo llevaron a la corte del papa León X, quien patrocinó las obras, escritas en italiano, acerca de sus viajes por África y Asia. Estos relatos suscitaron gran interés en Europa.
  7. En 1791, eran ya 95 miembros y llegarían a 200 en 1805, tras lo cual la African Association empezó a declinar para ser absorbida finalmente por la Royal Geographical Society. Entre los miembros de la asociación se contaron duques, condes, bastantes lores, militares de alta graduación y hasta algunas damas de la nobleza.
  8. Mungo Park nació el 10 de septiembre de 1771 en una granja de los alrededores de Selkirk, un poblado escocés cercano a la frontera con Inglaterra. Fue el séptimo de los 13 hijos –de los que sólo 4 sobrevivieron a la infancia– de un granjero relativamente próspero que pudo pagar los estudios de medicina de Mungo en la Universidad de Edimburgo, donde el joven estudiante se graduó con notas destacadas en botánica. Gracias al apoyo de su cuñado, Park ingresó a la Sociedad Linneana (organismo privado que impulsaba estudios basados en el método científico creado por Carlos Linneo, naturalista, botánico y zoólogo sueco que estableció los fundamentos para el esquema moderno de la nomenclatura binomial). Utilizando sus conexiones, Park logró ser inscrito como cirujano de a bordo en el viaje del navío Worcester a las Indias Orientales, de donde volvió a Inglaterra en febrero de 1794, tras 14 meses de una travesía en la que se distinguió como un respetable trabajador de campo en materias científicas.
  9. Durante su primera expedición, Park logró conservar una buena parte de sus anotaciones que llevó escondidas en la copa de su sombrero, y éstas le sirvieron luego para redactar su libro; pero de la segunda expedición sólo llegaron a Inglaterra las cartas que Issaco logró entregar al cónsul británico de Pisania, en el río Gambia. Por cierto, el intrépido mandingo había tenido la fortuna de sobrevivir al ataque de un cocodrilo al picar los ojos del animal con sus manos mientras cruzaba un río, lo cual no lo libró de fuertes dentelladas en los muslos, pero sí le salvó la vida.
  10. De Gramont (2003: 234 y ss.) anota que Barth fue “el explorador más grande que haya pisado África”; quizás el hecho de haber sido alemán, el sobrevivir a su larga estancia africana y el haber escrito el relato de sus viajes y experiencias en cinco gruesos y eruditos volúmenes –en vez de en un sólo libro pleno del recuento de sus aventuras como hicieron otros exploradores– fueron todos factores que contribuyeron a que Barth no se hiciera tan famoso como Livingstone o Park; sin embargo, fue el primero en cartografiar el curso medio del Níger, en demostrar que el río Benue no se conectaba con el lago Chad, en medir altitudes del Sahara, y con sus estudios históricos y etnolingüísticos destruyó el mito de que los reinos africanos eran salvajes y no tenían una historia compleja antes de la llegada del hombre blanco.
  11. Vendieron los derechos del relato de sus aventuras, que se publicó como libro en 1832 y fue traducido a varias lenguas. Por el éxito de su expedición, Richard Lander fue el primer receptor de la medalla de oro de la Royal Geographical Society. Murió un par de años después en la costa de Benín, a consecuencia de las heridas provocadas en un combate contra los nativos en el Níger. Su hermano John le siguió a la tumba en 1839, víctima de las secuelas de una enfermedad contraída en África.
  12. Tuckey (1776-1816) combatió como oficial de la armada británica contra los franceses en la India, Ceilán y el mar Rojo. Fue hecho prisionero en la isla de Santa Helena en 1805. Pasó nueve años cautivo, tiempo que aprovechó para redactar Maritime Geography and Statistics, monumental obra que le valió ser escogido como cabeza de la expedición al Congo.
  13. Para conocer los antecedentes de esta polémica, ver el artículo de esta serie sobre el río Nilo (“El fluir de la historia. El Nilo: la larga historia de un río”, en Correo del Maestro, núm. 234, pp. 16-26).
  14. Luego de separarse de Stanley, el doctor Livingstone continuó sus exploraciones ayudado por las provisiones y pertrechos que el periodista le hizo llegar a Ujiji desde Zanzíbar. Pero la salud del viejo misionero estaba ya muy dañada y murió en Chitambo, Zambia, el 1° de mayo de 1873. Su corazón fue enterrado allí mismo, pero su cadáver fue vaciado de los demás órganos, embalsamado con sal y alquitrán y envuelto en tela y corteza de madera. Los compañeros de Livingstone por siete años, Susi y Chuma, así como Jacob Wainwright, un africano que sabía leer y escribir inglés, además de otros fieles al doctor, transportaron durante meses los restos de Livingstone por más de media África hasta Bagamoyo, cerca de Zanzíbar, donde los entregaron a los oficiales de un navío militar británico que estaba estacionado en la costa, para que los llevaran a Inglaterra.
  15. Un par de obras dan cuenta de ello: en How I Found Livingstone y en la autobiografía Bula Matari, historia de un explorador (en realidad publicada como tal, pero completada usando sus notas, tras su muerte, por su esposa Dorothy), así lo plasmó.
  16. Los hermanos Edward y Francis Pocock, que eran pescadores de Kent, y Frederick Barker, que era recepcionista de un hotel en Londres donde Stanley estuvo alojado un tiempo.
  17. Este trabajo le valió a Stanley ser llamado Bula Matari en la lengua swahili, que significa “rompedor de piedras”, seguramente en referencia a que dinamitaba peñascos y grandes rocas.
  18. Entre ellas, se dice que uno de sus subalternos, oficial del ejército inglés, contrató a nativos para ver cómo ejercían un acto de canibalismo con una muchacha negra.
Créditos fotográficos

- Imagen inicial: archive.org

- Foto 1: grafik.rp.pl

- Foto 2: digital.lib.sun.ac.za

- Foto 3: Correo del Maestro

- Foto 4: Ilustración de M. Park: commons.wikimedia.org; portada: www.baumanrarebooks.com

- Foto 5: libweb5.princeton.edu

- Foto 6: commons.wikimedia.org

- Foto 7: www.rcpsg.ac.uk

- Foto 8: libweb5.princeton.edu

- Foto 9: Correo del Maestro

- Foto 10: commons.wikimedia.org

- Foto 11: commons.wikimedia.org

- Foto 12: Correo del Maestro