Prácticas en torno al arte de curar UNA MIRADA DE LARGO ALIENTO María Esther Aguirre Lora[*]
![]() Vestimenta larga, vestimenta corta. Barberos-cirujanos, nodrizas y parteras como educadores, de Antonio Santoni Rugiu, reconocido exponente de la historia social y cultural de la educación, parte de uno de los rasgos distintivos, a partir de la Edad Media, entre las artes liberales, dominio exclusivo de los hombres de letras, de los hombres libres, dotados de amplia cultura en el terreno de las humanidades, y las artes mecánicas, practicadas por quienes no trabajaban con el pensamiento sino con las manos, se decía. En el caso de los primeros, era usual que portaran túnicas, trajes largos, en comparación con los segundos, que vestían una falda corta e incluso un delantal, atuendos que hacían visible la distancia social que mediaba entre ellos, de ahí lo de Vestimenta larga y vestimenta corta. ▲ Prácticas en torno al arte de curar, una mirada de largo aliento
Es importante señalar que este libro cristaliza una veta que el autor trabajó hace más de veinte años en su empeño por ver más allá de la educación formal, por explorar otros modos, antiguos estilos: entre los múltiples espacios a los que pasa revista, ilumina una zona escasamente visible, la de las prácticas vigentes en el mundo artesanal de la Alta Edad Media. De ahí surgió una de sus historias más logradas, Nostalgia del maestro artesano,[1] cuyo argumento se adentra en el mundo de los talleres artesanales de la Edad Media para indagar los particulares procesos de transmisión del oficio que ahí tienen lugar, así como la paulatina disolución de la articulación entre formación y producción, cara a cara, motivada por la crisis de las corporaciones al inicio del movimiento ilustrado. El planteamiento de partida es muy sugerente, pues para Antonio, a partir del siglo XVIII, los pedagogos se empeñan en restaurar este vínculo que expresan como añoranza del tiempo pasado. De hecho, uno mismo, como lector, percibe la nostalgia por esa relación formativa de uno al lado del otro y el deseo de recuperarla en los espacios educativos actuales, que no son ajenos, desde el propio tiempo, a esos procesos formativos.[2] Vestimenta corta… se ubica precisamente en ese horizonte de inteligibilidad para escudriñar lo educativo en el mundo del curar y del sanar, recuperando la voz de figuras que han coexistido, en el curso de los siglos, en las comunidades urbanas y rurales, colaborando o rivalizando, pero siempre ejerciendo con su saber una crucial influencia educadora que se proyecta por cauces ajenos, y muchas veces paralelos, a los propios de la escuela. El universo en estudio se sitúa en el campo de tensiones, en conflicto permanente, ya presente en el medioevo, entre los saberes liberales, propios de los hombres libres que trabajan con el intelecto, y los saberes ‘mecánicos’ o ‘viles’, que comprendían todas las demás actividades de ejecución manual; entre los médicos formados en las universidades, en el terreno de la teoría, y las más variadas expresiones del arte de los curanderos y las curanderas, empíricos, ajenos a la academia, pero indispensables frente a los males que aquejaban a la sociedad, por sus propios recursos y experiencia para ello. El propio título del libro, ya desde el principio, identifica el conflicto tomando como referencia la indumentaria de quienes protagonizaban el campo en pugna –vestimenta larga o bien corta–, como forma de distinción, de jerarquía social, de legitimación; desde ahí incursiona en el submundo de la medicina antigua hecho de prácticas que nunca desaparecen del todo, dando juego a hierbas medicinales, conjuros, supersticiones, rituales mágicos, astrología, y que, ofrecidas como remedio a los dolientes, terminan por coexistir con el paradigma de la medicina positiva, experimental, clínica, con sus cuotas de industrialismo. El autor nos conduce, con mano diestra y amena, por el intrincado mundo de los gremios, con sus propias regulaciones en el arte de curar, donde el cirujano-barbero, por su cercanía con el cuerpo humano, logra un lugar reconocido en la asistencia de los enfermos, transitando hacia la anatomía para colocarse muy lentamente, a través de penurias que durarían siglos, a la par del médico universitario. También asistimos a las artes del curar propias de las mujeres, para las mujeres, que, más que un saber médico, se instauran como una práctica social, de acompañamiento, alrededor de la embarazada, de la parturienta, del recién nacido: el oficio de comadre, comadrona o partera –ticitl en náhuatl–,[3] ejercido por la mujer adulta y experimentada, sin formación ad hoc, que estaba en condiciones de aconsejar y de apoyar la gestación y atender el parto empíricamente, pero también de orientar, con sus propios recursos, los primeros días de vida del recién nacido y el inicial oficio de madre.[4] A estas figuras femeninas, se integrarán otras, al servicio de las familias acomodadas: las nodrizas o amas de leche, fabulosos canales para transmitir las culturas de procedencia, como en nuestro caso las nodrizas indígenas ya desde el mundo novohispano. Los imaginarios y las prácticas culturales alrededor del arte de curar, que recorre Santoni Rugiu, no nos resultan ajenos; nos hermanan en las soluciones y en los comportamientos que transmiten; también en las fobias, y en los hábitos higiénicos que hay que crear. En el fondo, surgen de la misma necesidad de los grupos sociales, de las familias, de las comunidades para hacerse cargo de la curación del otro, del cuidado del otro que atraviesa por un trance difícil. Las tempranas regulaciones que se formulan, los controles y supervisiones a los que se van sometiendo quienes serán los profesionales del campo médico, tampoco son ajenas a estas regiones, donde se instituyen instancias equivalentes: el Tribunal del Protomedicato, creado en la Nueva España hacia 1628, cuyo propósito era vigilar y regular las prácticas médicas y convalidar las incipientes profesiones en este terreno –médicos, cirujanos, flebotomianos, dentistas y parteras– y a cuya clausura, en 1831, habría de suceder el Consejo Superior de Salubridad (1854), pueden dar cuenta, a partir de sus archivos y expedientes, de diversas disposiciones y sanciones de lo que era el pan de cada día en el terreno de la sanación: el poder de las yerberas que ofrecían remedios para todos los males; el uso indiscriminado de las drogas y anestésicos; la administración de artículos religiosos con poderes milagrosos –estampitas de santos, obleas, reliquias, rosarios–; la ‘invasión de campos’ del médico reconocido como tal por cualquier otro que aplica sanguijuelas, que interviene con las navajas de afeitar, que oprime el vientre de la parturienta para hacer salir al bebé; los curanderos y ‘brujos’ de los pueblos que recorrían las ciudades pregonando “remedios pal aigre, pa las riumas, pal dolor de costado, pal hígado, pal bazo, etc.”; toda una sarta de sobadores y de hueseros, entre los que el merolico pasaría a la posteridad, como expresión sinónima de charlatanería. Rafael J. Meraulyock o Meroil-Yock, de origen polaco, que en torno a 1864 llegó a México y se hizo famoso por el espectáculo que montaba en las plazas públicas para ejercer el oficio de sacamuelas, paralelamente a la venta de yerbas, artículos religiosos y otros muchos remedios para las enfermedades y para mejorar la apariencia: salía de una soberbia carroza, vestido con una túnica, y se disponía a hacer extracciones de muelas disparando una pistola al aire al momento de hacer la operación, artificio con el que distraía al paciente de modo que sintiera menos dolor.[5] Un mundo aparte, pero integrado al arte de curar, era el del boticario, que educaba a su clientela orientándola sobre el uso de algunos remedios y generándole confianza. En nuestras regiones, al igual que en Europa, se transitará de la figura del farmacéutico novohispano, más próxima al mundo artesanal, conocedor de las sustancias y de los procedimientos para preparar el remedio apropiado en cada caso, a su desplazamiento por las medicinas de patente que, a finales del siglo XIX, con el industrialismo, entrarán al mercado al privilegiarse la ciencia y la técnica.[6] Será en medio de la pugna por legitimarse de los ‘médicos científicos’ y los ‘no científicos’, con sus abigarrados personajes, donde los grupos sociales irán modelando su comportamiento en torno a la moderna cultura sanitaria, no exenta de cruces y de deslizamientos procedentes de otras creencias, de otros imaginarios. Esto se ha dado en Europa y en nuestras regiones, sin negar el andamiaje institucional que se fue estableciendo, debido a la influencia educadora, constante, persistente, de los practicantes del arte de curar. Es lo que explora este libro que, sin lugar a duda, resultará de gran interés en el campo de los estudios sobre la educación. ♦ ![]() Reseña del libro: Antonio Santoni Rugiu (2016). Vestimenta larga y vestimenta corta. Barberos-cirujanos, nodrizas y parteras como educadores. Editora académica María Esther Aguirre Lora. México: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla / Ediciones de Educación y Cultura (col. Ciencia, Tecnología y Humanidades). NOTAS* Doctora en Pedagogía. Investigadora del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE), UNAM.
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