De Californias E HISTORIAS INSÓLITAS[1] María Esther Aguirre Lora[*] La forma más simple de mapa geográfico no es el que hoy nos ÍTALO CALVINO ![]() Una de las regiones de México con las que, por distintos motivos, estamos familiarizados, es la de California, nombre que encierra historias fantásticas, insospechadas, que desbordan la imaginación poblándola de imágenes de caballeros, de hazañas y de búsquedas de tierras exóticas, de perlas y de oro, novelas que narró la literatura de la baja Edad Media y que llegaron a nuestro país a través de las lecturas de los conquistadores del siglo XVI. El nombre de California fue motivo de sucesivas definiciones que se dieron a la par de la paulatina configuración del mapa de la región, que si bien se había integrado desde los antiguos mapamundis de los siglos XIV y XV, se modificó sucesivamente hasta llegar a la cartografía actual. Ambas dimensiones en relación con California, la toponímica y la de su cartografía histórica, se abordan en este texto.
▼
c De Californias e historias insólitas
Si bien la memoria colectiva es un concepto que se abrió paso alrededor de los años veinte del siglo XX con la ahora clásica obra de Maurice Halbwachs, habremos de esperar a la década de los ochenta para presenciar el giro memorialístico. A partir de esta perspectiva, el horizonte disciplinar se amplió y enriqueció dando cabida a temáticas sugerentes que han aportado a la comprensión de lo social en la medida en que han emergido elementos sobre los modos en que individuos, grupos y comunidades procesan los recuerdos y olvidos directamente vinculados con la construcción de imaginarios y la definición de identidades individuales y colectivas. La historiografía, por su parte, también se ha volcado a hurgar en la memoria colectiva, no sólo como conocimiento del pasado por sí mismo, sino por su estrecha relación con los imaginarios que se han proyectado a la sociedad actual, mediados por la carga intergeneracional puesta en los procesos de su construcción simbólica de los espacios, de los lugares. De hecho los topónimos, o los nombres de los lugares, forman parte de nuestro patrimonio histórico-cultural y, si en un primer análisis expresan los usos lingüísticos de la región, contienen historias entramadas que resguarda la memoria colectiva y que marcan la identidad de los pobladores; en ellos la lingüística se cruza con la geografía, con la historia y con otras múltiples dimensiones. Resulta interesante señalar que los topónimos surgieron a finales del siglo XIX vinculados con la compilación de la literatura y el folclor donde, poco a poco, se sintió la necesidad de conocer el origen de los nombres de algunos lugares. En el caso de California, si bien remitía a la antigua California, la original, la del siglo XVI, actualmente da nombre a uno de los estados de la república mexicana, ubicado al noroeste del país, así como a uno de los estados del suroeste de la Unión Americana, y evoca historias fascinantes que permanecieron grabadas, en principio, en la memoria colectiva y en el orgullo de sus habitantes, pero que también cobraron cuerpo en las sucesivas expresiones cartográficas de su territorio, dimensiones que a continuación abordamos.
▼
c En el nombre, un origen lejano
… sus historias se tejen entre la alta Edad Media y el Renacimiento, a horcajadas de los siglos XIII y XIV, en medio de las aventuras de los caballeros andantes, quienes a imitación de los héroes griegos hacían gala de su comportamiento virtuoso y lograban méritos, movidos por el anhelo de labrarse un destino conquistando un lugar en la historia. Recorrían el mundo venciendo a sus enemigos y superando cuanto obstáculo se les presentaba para lograr un mundo mejor. De ahí surgieron los libros de caballería, que constituyeron un género literario muy apreciado, en particular en la España de los siglos XV y XVI. Y precisamente uno de los más valorados libros, el Amadís de Gaula (Zaragoza, 1508), que se ubica en tiempos del rey Arturo y narra las aventuras de un caballero andante por la Gran Bretaña, se trata de un texto con amplia circulación en España, editado por Cromberger en Sevilla, lugar del que partían las naves hacia la Nueva España. La obra, cuya autoría se atribuyó a Garci Rodríguez de Montalvo, se desarrolló inicialmente en cuatro libros, a los que se sumó un quinto, Las sergas del muy esforzado caballero de Esplandián (Cromberger, Sevilla, 1510), que remite a las hazañas de Esplandián, uno de los hijos de Amadís y de la princesa Oriana, y es precisamente en él donde encontramos el nombre de California, referido a una isla maravillosa: Sabed que a la diestra mano de las Indias hubo una Isla llamada California, muy llegada a la parte del Paraíso Terrenal, la cual fue poblada de mujeres negras, sin que algún varón entre ellas hubiese, que casi como las amazonas era su estilo de vivir. Ellas eran de valientes cuerpos y esforzados y ardientes corazones, y de grandes fuerzas. La ínsula en sí la más fuerte de riscos y bravas peñas que en el mundo se hallaba. Sus armas eran todas de oro, también las guarniciones de las bestias fieras, en que después de haber amansado cabalgaban, que en toda la Isla no había otro metal alguno. Y algunas veces que tenían paces con sus contrarios había ayuntamientos carnales, de donde se seguía quedar muchas de ellas preñadas, si parían hembra, guardábanla, y si parían varón luego era muerto... (Rodríguez de Montalvo, 1857: 539). Amadís de Gaula (Zaragoza, 1508) Las sergas del muy esforzado caballero de Esplandián El relato se inscribe en las tradiciones y creencias medievales referidas a lo que estaba más allá, en el mar desconocido, poblado de míticas islas misteriosas y seres fantásticos, con territorios donde abundaba el oro, las perlas, las piedras preciosas y también había mujeres hermosas, que darían lugar a la imaginería de leyendas tales como El Dorado, la Atlántida, Arcadia, de los reinos de Quivira, Tiguez, Cíbola, entre otros, a la búsqueda del estrecho de Anián: los territorios americanos eran una auténtica incógnita y despertaban la imaginación de quienes se atrevían a ir hacia ellos. Pues bien, el Amadís y Esplandián nos colocan frente al origen de los topónimos de dos de las actuales regiones representativas de la América Latina: California y Amazonas; son mitos cuyo origen se ubica en Asia Menor y que, atravesando la Edad Media, se revitalizan hacia el siglo XVI para formar parte del imaginario de los exploradores, conquistadores y evangelizadores. Con respecto a la lectura y la circulación de los libros de caballería entre quienes se aventuraron a atravesar el mar, es importante reconsiderar los prejuicios generalizados sobre los conquistadores del siglo XVI como ignorantes y burdos; en realidad algunos de ellos sabían leer, e incluso habían pisado la Universidad, como Hernán Cortés; fueron unos personajes peculiares, cuya imaginación estaba marcada por las mitologías y creencias medievales, de modo que se aventuraron a cruzar el mar tenebroso o la mar océana (océano Atlántico) en pos de la aventura, a la manera de los caballeros andantes, para lo cual las tierras americanas ofrecían la gran oportunidad. De tal modo, los libros de caballería les abrirían nuevos horizontes. Vivieron el momento de la expansión de la imprenta en España, donde la literatura fue más allá del ámbito religioso y de la lengua latina, para avocarse también a la impresión de literatura popular, escrita en lengua vernácula, en la que los libros favoritos fueron los de caballería. Éstos se leían tanto de manera individual como en los usuales corrillos que se improvisaban en distintos lugares, prácticas que, sin lugar a dudas, se reprodujeron entre la soldadesca que vino a tierras americanas.[2] Tampoco hay que perder de vista que Las sergas se imprimieron en Sevilla en 1510, en casa del editor Cromberger (quien, por cierto, fue el maestro de Paoli, fundador de la primera imprenta americana en la Nueva España), lo cual facilitó el acceso a su lectura. Sin embargo, este tipo de literatura, que hacía perder los límites entre la fantasía y la realidad, no estuvo exenta de críticas y persecuciones por parte de moralistas y pensadores llegando al extremo de prohibir las historias mentirosas con base en la Cédula emitida por Carlos I en 1531 y ratificada en 1534, 1536 y en años posteriores, que vetó la impresión y el envío a las Indias de “libros de romance, de historias vanas y profanas como el Amadís”, disposición que, por supuesto, no tuvo efecto en el mercado librero que se estaba configurando. Ahora bien, la exploración del mar del Sur (hoy, océano Pacífico) empezó muy temprano, en 1522, un año después de la derrota de la Gran Tenochtitlan. Fueron los capitanes de Cortés quienes exploraron la zona y en 1523 llegaron a lo que se pensó era la isla de Cihuatlán (lugar poblado de mujeres). El capitán Gonzalo de Sandoval describió la zona casi con las mismas palabras del párrafo de Esplandián señalado arriba,[3] aunque también se imbricó con antiguas creencias mesoamericanas que ubicaban un lugar habitado por las mujeres que morían de parto y que con un guerrero en el vientre acompañaban al sol en su trayectoria hacia el poniente (León-Portilla, 1989: 38; Ponce, 2011). Para la década de 1530 el propio Cortés organizó la exploración del mar del Sur; en 1535 desembarcó en la bahía de La Paz y la llamó Tierra de la Santa Cruz, de lo cual informó al emperador.[4] A este punto, todos quedaron convencidos y maravillados de haberse topado propiamente con la California de Las sergas, y el nombre fue cobrando fuerza, de modo que para 1540 ya era común entre los hombres de mar que acompañaban a Cortés. Pero el nombre de California venía de más atrás: Cristóbal Colón en el Diario de su primer viaje (1494) describe una región similar: Dijéronle los indios que por aquella tierra hallaría la isla de Matinino, que dizque era poblada de mujeres sin hombres... y que cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla del Caribe, que dizque estaba a diez o doce leguas, y si parían niños enviábanlos a la isla de los hombres y si niñas dejábanlas consigo [...] (Ponce, 2011). Con la salvedad de que Cristóbal Colón, lector de Las sergas, decidió cambiar Matinino por California. Y aún hay otro antecedente más antiguo, el del Cantar de Rolando, poema épico del siglo XI escrito en francés antiguo y referido a las batallas de Carlomagno en el siglo VIII, que seguramente formó parte de las lecturas de Cortés, pero también de Colón. En él, los estudiosos han identificado en la estrofa CCIX el nombre de California: “las tribus de África, y los de Califerne”, ubicando la región al norte de África (Ponce, 2011). Resulta muy interesante hacer hincapié en que la referencia a la isla poblada de mujeres y con riquezas sin fin se repitió, coincidentemente y casi en los mismos términos, a lo largo de la literatura épica medieval y los relatos de los exploradores y conquistadores del siglo XVI. Esto fue lo que resguardaría la memoria colectiva del lugar.
▼
c Reconocer el cuerpo de la península
Pero no bastó con las historias maravillosas que se construyeron a partir de los imaginarios en torno al nombre de California… También el trazado de sus sucesivos mapas tendría mucho que decir: las míticas leyendas relacionadas con California se proyectaron en los ires y venires de su cartografía. Si bien desde muy temprano, en los primeros mapamundis de los siglos XIV-XV la región quedaría dibujada como una península, en los siglos sucesivos oscilaría entre su representación como península o bien como isla, lo cual daría lugar a dos grupos de mapas, según la ubicaran como una o como otra. Cartografiar la región no fue fácil; además de las circunstancias reales, había que batallar con los imaginarios en torno a la región que la representaban como una de las islas paradisiacas, ubicadas hacia el extremo nororiental de la Nueva España. Fue California, y no la Nueva España, la que desencadenó la imaginación de navegantes y exploradores, cosmógrafos y cartógrafos: alrededor de ella se tejían historias fantásticas relacionadas con los legendarios reinos de Quiviria, Tíguez, Cíbola, con el estrecho de Anián, como el posible canal entre los continentes entonces conocidos y, más adelante, como la posibilidad de que Asia y América estuvieran conectadas (León-Portilla, 1989: 1-33; Polk, 1991; McLaughlin y Mayo, 1995). Es así como algunos de los antiguos cartógrafos comenzaron a incluir representaciones del territorio en su condición de una enorme isla o bien de península, como sucedió con los mapamundis del siglo XVI publicados por Battista Agnese (Venecia, 1542), por Rumold Mercator (Génova, 1587), por Abraham Ortelius (Amberes, 1570), por Petrius Plancius (Ámsterdam, 1596), entre otros. Pero California, desde la perspectiva de la cartografía moderna, iría ganando en precisión a partir de los informes de los navegantes y conquistadores que se aventuraban a ese mundo y de los cartógrafos que se nutrían de ello planteando otras propuestas a las que hicieran los primeros exploradores, desbordados por las fantasías de la literatura medieval con la que se habían nutrido. América “Novi Orbis”, Abraham Ortelius, ediciones de 1570 y de 1588 Si en antiguos mapamundis California se había representado como península, ¿dónde comenzó el error? Hubo voces que se lo atribuyeron al corsario inglés sir Francis Drake (1540-1596), quien, en nombre de Inglaterra, en 1577-1579 tomó posesión de ella con el nombre de Nueva Albión: Algunos Cosmógrafos antiguos, aunque con algunas imperfectiones, pintavan la California hecha Penisla o Ystmo, pero desde que el pirata y piloto Francisco Draque navegó por estos mares y en su bahía de San Bernabé, cerca del cabo de San Lucas, de la California, robó el navío de China o galeón de Filipinas llamado Santa Ana […]; viendo entonces las muchas corrientes del brazo de mar de la California, discurrió y divulgó por cosa cierta que este Seno y Mar Califórnico tenía comunicación con el mar del Norte, y la pintó cercada de mares y Isla (que hubiera sido la mayor del mundo) […] Draque de vuelta a sus tierras engañó a toda la Europa, y casi todos los Cosmógrafos y Geógrafos modernos de Italia, Alemania y Francia pintaron la California isla (Kino, 1985: 155-156; original, 176-177). Sin embargo, esta distorsión no es atribuible del todo a Drake ni se trata sólo de los corsarios ingleses, porque hubo otros muchos al servicio del imperio británico, que engrandecieron el esplendor de la reina Elizabeth con sus descubrimientos echando por tierra los límites de la Terra Incognita. La cuestión es más compleja: se trata de la avanzada de la expansión territorial y los imperios en pugna por conquistar lejanas regiones, atravesada por las culturas de la época y mediada por la contienda entre reformadores y contrarreformadores, entre el Imperio británico y el español. En el caso de los españoles el asunto se remonta al año de 1535, con las incursiones que hizo Hernán Cortés (1485-1547) hacia el mar del Sur; para él, California era una isla que respondía al imaginario de la época, pero su expedición fracasó (Polk, 1996: 274 y ss.). Más tarde, en 1539, el propio Hernán Cortés envió al navegante Francisco de Ulloa (? - 1540) a explorar las costas del Océano Pacífico, desde entonces se planteó la peninsularidad de la California y esto fue confirmado en distintas expediciones realizadas sucesivamente en el curso del siglo XVI por españoles –Hernando de Alarcón (1541), Juan Rodríguez de Cabrillo (1542), Francisco de Ortega (1631), entre otros– y corsarios holandeses e ingleses. Es a principios del siglo XVII cuando esta versión se desvía: el marinero griego Juan de Fuca (1536-1602), al servicio de Felipe II, al explorar la costa oriental del norte, quiso ver en ella el buscado estrecho de Anián, una de las claves universales de la baja Edad Media que ayudarían a resolver la necesidad de transportar riquezas y mercancías entre los tres continentes conocidos en ese entonces, a salvo del asedio de piratas y flotas enemigas con quienes se disputaban el dominio de los mares. Desde los tiempos de Marco Polo (siglo XIII) se pensó en su existencia y, por tradición oral, se transmitió entre las sucesivas generaciones de navegantes (Polk, 1996: 119-132) que no tenían elementos para verificarlo. De algún modo el mito, ubicado en el río Ania, al este de la India, se desplazó al norte del Nuevo Mundo ubicándose en la zona de la California (León-Portilla, 1989: 17; Polk, 1996). Esto representaba para España descubrir un estrecho que abriría el paso franco entre sus dominios. El reconocimiento de la peninsularidad de California, en los primeros años del siglo XVIII, le correspondió a Eusebio Kino (1645-1711), jesuita destinado a las misiones del noroeste de México, en la zona que hoy ubicamos como California, norte de Sonora, norte de Sinaloa y sur de Arizona. Él era originario del norte de la península itálica –cuando la región estaba configurándose–, y una parte importante de su formación había transcurrido en la Universidad de Friburgo, en contacto con excelentes maestros de matemáticas y con acceso a interesantes mapas que trazaban la imagen del mundo de la época, en los que se incluía California: En la insigne Universidad de Ingolstadio de Baviera imprimió en mi tiempo un muy curioso Mapa Universal de todo el mundo terráqueo, mi Padre Maestro de Matemáticas, el P. Adamo Aygentler […]. Este mapa que lo truxe conmigo a las Indias y hasta a estas Nuevas Conversiones, con su tratadito e instrucción o explicanda, pues es cosmográfico, geográfico, horólogo y horográfico y naútico y geométrico &, pone muy bien la California, no isla, sino penisla… (Kino, 1985: 156; manus., 177).[5] ![]() Teatro de los Trabajos Apostólicos de la Compañía de Jesús en América Septentrional, E. Kino (1695-1696) De modo que Kino, provisto con la Tabula Geographico-Horologa de su maestro A. Aygentler (1633-1673) y con sus instrumentos de cartografiar (aguja de marear, compás, astrolabio, anteojo de larga vista), llegó a las Indias Occidentales convencido de la peninsularidad de California, pero, era tal la fuerza de la creencia generalizada, que ya desde su primer acercamiento a la zona, enviado por el virrey de la Nueva España (1683-1684) con el grupo coordinado por el almirante Isidro Atondo, que Kino se refiere a “esta grandísima isla… casi otra Nueva España en el tamaño” (Mathes, citado por Ramírez, 2012: 92)[6] y así la empezó a dibujar publicándola bajo el título de Relación Puntual de la entrada que han hecho los Españoles en la grande isla de la California, este año de 1683. ![]() Eusebio Kino, Tabula Californiae, Anno 1702 Otro de los mapas muy reconocidos de Kino, desde la perspectiva de la insularidad de California, aparece en Los trabajos apostólicos de la Compañía de Jesús en la América Septentrional (1695-1696), mapa muy conocido en Europa que, por distintas circunstancias, llegó a París, a manos de Claude Delisle (1644-1720), cartógrafo del rey de Francia, admirado por la calidad del trabajo y por la información que ahí se proporcionaba sobre lugares desconocidos.[7] Se llegó al extremo de plagiarlo con el nombre del geógrafo y cosmógrafo Nicolás de Fer (1646-1720) y publicarlo en sucesivas ocasiones. Pero el mapa, fruto de sus observaciones y mediciones reales siguiendo el curso de la desembocadura del río Gila en el Colorado entre 1696 y 1702, que marcó definitivamente la historia de la cartografía regional y universal, fue Paso por tierra á la California y sus confinantes Nuevas Misiones de la Compañía de Jesús en la América Septentrional. Paso por Descubierto, andado y remarcado por el Padre Francisco Kino, jesuita, desde el año el 1698 y hasta el de 1701 (manuscrito, 1701), cuyo propósito fue demostrar la peninsularidad de la California, que a su vez fue impreso sucesivamente en París, Berlín y Londres, entre otros. Para Kino fue verdaderamente emocionante el momento en que logró ver el brazo de mar y el paso por tierra; descubrir que la California, en efecto, era una península y no una isla: “… el año de 1698 […] devisé patentísimamente, con anteojo y sin anteojo, el encerramiento destas tierras de la Nueva España y de la California y el remate dessa Mar de la California y el passo por tierra que en 35 grados de altura había…” (Kino, 1985: 92-93). Ahora bien, ¿por qué tal interés por encontrar el paso por tierra a la California? ¿Cuál podría haber sido el significado de que California fuera una isla o bien una península? A Kino, como misionero, le preocupaba tender un puente entre la Pimería Alta (actual Sonora, Sinaloa y sur de Arizona) y la California, de modo que la una abasteciera a la otra y posibilitara el desarrollo de sus poblados hasta que lograran autosuficiencia. Su propósito fundamental era la difusión del credo católico, si bien visualizaba las riquezas terrenales que la región representaba para la Corona española (desde tiempos de Hernán Cortés era muy valorada la producción de perlas, el petróleo, los minerales) (Kino, 1985: 171-172). Para el misionero jesuita, el mapa era su instrumento de trabajo, y desde ahí ayudó a que la península de California transitara de la zona mítica de los relatos de la alta Edad Media, de la del embeleso renacentista por los islarios, a una representación más cercana a la realidad, sin dejar por ello de tener un halo de fantasía y sueños quiméricos en la memoria colectiva de los californianos. ♦
▼
c Referencias
AGUIRRE, M. E. (s. f.). Pioneros de las ciencias y las artes. Un estudio de los circuitos culturales entre la Península Itálica y la Nueva España, siglos XVI al XVIII. México: UNAM-IISUE (en curso de edición). BOLTON, H. E. (2001). Los confines de la cristiandad. Una biografía de Eusebio Francisco Kino, S. J., misionero y explorador de Baja California y la Pimería Alta. Trad. Felipe Garrido. México: Universidad de Sonora, Universidad Autónoma de Baja California, Universidad de Colima, Universidad de Guadalajara, Colegio de Sinaloa, Editorial México Desconocido. CORTÉS, H. (1969). Cartas y documentos. México: Porrúa. KINO, E. F. (1985). Crónica de la Pimería Alta: Favores celestiales. Hermosillo: Gobierno de Sonora [en línea]: <isc.sonora.gob.mx/bibliotecadigitalsonora/wp-content/uploads/2016/09/Cr%C3%B3nica-de-la-pimer%C3%ADa-alta-Francisco-Eusebio-Kino.pdf>. Ir al sitio LEÓN-PORTILLA, M. (1989). Cartografía y crónicas de la Antigua California. México: UNAM-Fundación de Investigaciones Sociales. LEONARD, I. A. (1979). Los libros del conquistador. Trad. de Mario Monteforte. México: Fondo de Cultura Económica. MCLAUGHLIN, G., y N. Mayo (1995). The mapping of California as an island: an illustrated checklist. Saratoga: California Map Society. PONCE, A. (2011). Origen de la palabra California. En: Lecturas Hispánicas [en línea]: <barricadaletrahispanic.blogspot.com/2011/09/origen-de-la-palabra-california-antonio.html> [consultado: 23 de marzo de 2020]. Ir al sitio POLK, D. (1996). The island of California: A history of the myth. Washington: University of Nebraska Press. RAMÍREZ, M. (2012). El método cartográfico del Padre Kino: “Con la aguja de marear y astrolabio en la mano” a través de los paisajes de California y del noroeste novohispano. En: J. C. Zazueta (coord.). Seminario La Religión y los Jesuitas en el Noroeste Novohispano. Volumen V, pp. 63-100. Culiacán: El Colegio de Sinaloa. RODRÍGUEZ DE MONTALVO, G. (1857). Las Sergas de Esplandián, hijo de Amadís de Gaula (Sevilla, 1510). Madrid: Biblioteca de Autores Españoles. TORT, J. (2003). Toponimia y marginalidad geográfica. Los nombres de lugar como reflejo de una interpretación del espacio. En: Scripta Nova, revista electrónica de Geografía y Ciencias Sociales, vol. VII, núm. 138, 1 de abril. Notas
▼
c Créditos fotográficos
- Imagen inicial: www.loc.gov - Foto 1: escritores-del-mundo.fandom.com - Foto 2: www.atlasobscura.com - Foto 3: valdeperrillos.com - Foto 4: digitalcommons.csumb.edu - Foto 5: Dominio público en commons.wikimedia.org - Foto 6: Dominio público en purl.stanford.edu CORREO del MAESTRO • núm. 298 • Marzo 2021 |