Dalia Argüello Nevado [**]
La educación patrimonial, como campo de reflexión acerca del patrimonio cultural y su valor como lazo comunitario, sus usos, su función social, las vías para el desarrollo de la conciencia patrimonial y las estrategias de formación en y para el patrimonio, además de romper fronteras disciplinarias, conduce a una reflexión necesariamente ético-política respecto a la llamada identidad nacional. Tal es el caso del texto que ahora se presenta y cuya categoría central de análisis es el racismo. La autora –historiadora y educadora– sigue el hilo de esta categoría para ofrecer al lector una visión fresca, al mismo tiempo que inquisitiva y dolorosa, del silencioso peregrinar que durante más de un siglo, y a través de plazas y avenidas de la Ciudad de México, ha realizado el conjunto escultórico compuesto por dos figuras paradigmáticas conocidas hoy como los Indios Verdes. Introducción
En 2011, el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred) impulsó la campaña titulada “Por una sociedad libre de racismo”, orientada a desnudar y denunciar el racismo existente en México. Como punta de lanza de la campaña, se utilizó un monumento que, por lo que representa, no acaba de encontrar su lugar: el monumento de los Indios Verdes. Durante la campaña, dos actores ataviados como los personajes recreados en las esculturas representaron el regreso simbólico de dicho monumento desde su actual ubicación en el Parque del Mestizaje hasta el Paseo de la Reforma, su hogar original. ¿Sabe México que es racista? Fue la pregunta que el Conapred planteó hace poco más de dos años, y que hoy se relanza como un cuestionamiento a la ciudadanía de la capital de la república. Con el argumento de que los monumentos se encuentran “olvidados y relegados en lo más lejano de la ciudad”, y otros parecidos, la propuesta hace énfasis en que regresarlos a la avenida más representativa del país, donde estuvieron originalmente, sería un símbolo de respeto a la pluralidad y diversidad de la sociedad mexicana.[1] Foto 1. Imagen de la campaña de Conapred, 2011 Aunque parece una reflexión de suma importancia y pertinencia en la actualidad, no es menos cierto que justamente por tratarse de un tema complejo y digno de atención, es necesario abrir un debate amplio, propositivo e informado que vaya más allá de los lugares comunes y los simplismos ideologizantes. El propósito de este texto es hablar del recorrido histórico y geográfico de estas esculturas que, desde el momento de su creación, han estado en medio de una tensa relación entre el olvido y el recuerdo, entre la memoria colectiva y la indiferencia, entre la normatividad y la negligencia. Como un baricentro de polémicas y disputas ideológico-políticas, este par resulta un ejemplo, paradigmático como pocos, de lo que es y ha sido la construcción de la nación a través de los usos políticos de la historia, la búsqueda de lo propio en lo universal y viceversa, y, sobre todo, del predominio de los criterios raciales para definir el ser mexicano. Por ello, buscamos conocer el contexto de su origen y lo que han representado estos monumentos, pero no como un recorrido cronológico sino como un ejercicio de análisis que nos informe del pasado y, en especial, nos ayude a vernos en el presente. Explicar por qué, después de cuatro mudanzas, estos monumentos no habían encontrado un lugar fijo dentro del paisaje urbano, nos invita a reflexionar de modo mucho más profundo y fructífero acerca de lo nacional y la ciudadanía. ¿Acaso los Indios Verdes son íconos de ese México indígena olvidado y marginado? ¿Es posible comprender estos monumentos fuera del maniqueísmo y los estereotipos? ¿Qué implicaría regresarlos a su lugar de origen como se ha propuesto? ¿Su reubicación sería suficiente para restituir el valor cultural de los pueblos originarios? Vayamos pues a conocer el origen y el destino que ha tenido este monumento, con el propósito de entender las complejas y fascinantes relaciones que surgen entre el mundo prehispánico, el Porfiriato y la actualidad. ▼ Itzcóatl y Ahuítzotl
La información que tenemos acerca de los orígenes remotos del pueblo mexica y su peregrinación hacia el valle central, nos habla de un linaje descendiente de Acamapichtli formado por una serie de tlatoanis o gobernantes que llevaron a su pueblo a convertirse en la cabeza de un vasto imperio. Itzcóatl (serpiente de obsidiana), hijo de Acamapichtli y antecesor de Moctezuma Ilhuicamina, fue el cuarto de estos tlatoanis a quien algunos historiadores ubican como el fundador del imperio mexica, pues bajo su reinado se formalizó la estructura política de la Triple Alianza, con Tenochtitlan a la cabeza. Ahuítzotl (el espinoso del agua) fue nieto de Moctezuma Ilhuicamina y padre de Cuauhtémoc, último tlatoani de Tenochtitlan. Considerado el jefe militar más destacado entre todos los tlatoque mexicas, Ahuítzotl llevó los dominios de la Triple Alianza a su máxima extensión histórica llegando hasta las costas de Chiapas. Durante su reinado, Tenochtitlan vivió tiempos de esplendor y recibió crecientes cantidades de tributos.[2] Este par de tlatoanis mexicas fueron inmortalizados por Alejandro Casarín en dos esculturas de metal de casi cuatro metros de altura, cubiertas de una fórmula química hecha con sales de cobre que les dio una pátina verdosa,[3] por lo que fueron bautizados como Indios Verdes. Poco sabemos del escultor, pero se tiene noticia de su trabajo como caricaturista y decorador de edificios de gobierno; fue un liberal y vivió en Francia y Estados Unidos. En 1889, el secretario de Fomento le encomendó la construcción de dos monumentos que custodiarían la entrada del Paseo de la Reforma, justo enfrente de la escultura de Carlos IV, donde se colocaron en septiembre de 1891. Foto 2. Representación de Itzcóatl (arriba) y Ahuítzotl en el Códice Mendoza (o Mendocino) Foto 3. Esculturas de Alejandro Casarín de los tlatoanis mexicas Itzcóatl y Ahuítzotl Desde ese momento y hasta 1901, cuando se movieron de ahí, fueron objeto de fuertes críticas y rechazo, sobre todo en la prensa. Aunque se elaboraron a petición expresa del gobierno, fue en parte debido a las críticas, pero también a los cambios estructurales e ideológicos que se iban gestando en el régimen, que se decidió trasladarlos rápidamente a otra ubicación menos conflictiva. Una de las primeras acciones del presidente Porfirio Díaz fue emitir un decreto para embellecer el Paseo de la Reforma con “monumentos dignos de la cultura de esta ciudad y cuya vista recordara a la posteridad el heroísmo con que la nación ha luchado”.[4] Por lo tanto, la creación de los Indios Verdes se inserta dentro de la política oficial de mejoramiento del Paseo de la Reforma y del uso de la escultura pública monumental. Desentrañar los motivos de Casarín para elegir la forma y los atributos de sus esculturas en una estética alejada de los cánones aceptados en la época, sería complicado y excede los fines de este texto. Sin embargo, podemos intentar responder por qué causaron un descontento tan grande entre la élite intelectual, que los llamaba “momias aztecas”, “ridículos y antiestéticos muñecotes” y “adefesios”, etcétera,[5] y específicamente qué papel jugaron en el proceso de constitución oficial del arte nacional como soporte de la identidad común y expresión de la cultura. Foto 4. Entrada al Paseo de la Reforma custodiada por las esculturas de los Indios Verdes frente a la de Carlos IV ▼ La construcción simbólica de la ciudad
La aparición del ciudadano, y el fin de la sujeción absoluta a la Iglesia católica en los diferentes órdenes, abrieron paso a una vida secular, a la aparición de poderes públicos garantes de la propiedad privada y al desarrollo de la burguesía urbana. El poder secularizado de la sociedad civil en crecimiento borraría paulatinamente la imagen de la ciudad colonial en donde era manifiesto el poder de la Iglesia. Por lo tanto, la Ciudad de México, históricamente el centro político, cultural y económico del país, fue el espacio donde con mayor intensidad se libró la lucha entre los valores establecidos durante más de trescientos años de régimen colonial y las expectativas de una vida distinta, guiadas por las bondades que ofrecía la modernidad a finales del siglo XIX.[6] Estos cambios en aras de la civilización y el progreso se apoyaron en la educación liberal dirigida por el Estado y en la función pedagógica que se le asignó al espacio público, y dentro de éste a los monumentos, como recorrido simbólico en el que propios y extraños pudieran conocer y asimilar el “heroico devenir” del pueblo mexicano. Foto 5. Vicente Riva Palacio (1832-1896), político, militar, jurista y escritor mexicano Para el Porfiriato, el control del espacio simbólico y geográfico constituyó una tarea fundamental, por lo que el embellecimiento de la ciudad, la creación de una arquitectura representativa y el ordenamiento urbano se reservaron a los intelectuales y artistas más prestigiados y cercanos al régimen, pues estuvieron íntimamente ligados a la construcción teórica, historiográfica e ideológica que dio base, legitimidad y proyección al poder establecido. En términos constructivos, la colocación de las estatuas de los Indios Verdes en el Paseo de la Reforma corresponde a la etapa en la que se delinearon las pretensiones urbanísticas del régimen. Esta etapa inicial, dominada por la presencia de Vicente Riva Palacio como secretario de Fomento, Colonización, Industria y Comercio, y de sus colaboradores cercanos –de la talla de Francisco Sosa, Nicolás Mariscal, Jesús Galindo y Villa y Miguel Ángel de Quevedo–, está marcada por la unión entre la historiografía y la arquitectura liberales, en la búsqueda de edificar una versión propia del pasado nacional, que contribuyera a cimentar la legitimidad del régimen.[7] En su gran obra historiográfica México a través de los siglos, Riva Palacio buscó cristalizar en la imagen de la ciudad la idea de nación, anulando disparidades internas políticas, raciales y regionales y formulando una visión coherente y unificadora de su pasado, en la que se identificara el origen del pueblo mexicano y su evolución hacia el progreso. ▼ En busca de la identidad nacional
En este contexto, fue indudable la influencia de Francia como modelo cultural, y de Estados Unidos como referente político. Por lo tanto, no puede entenderse la ideología del Porfiriato sin remitirse al ámbito internacional al que estuvo ligada. Las ideas de la élite confluyeron en una manera de hacer política desde los marcos del cientificismo, el positivismo y el darwinismo social, que modificaron el liberalismo más idealista y romántico, por una forma más pragmática en la que se justificaba la centralización del poder y la disminución de las libertades individuales, en aras de la paz y el buen funcionamiento del organismo social, el desarrollo industrial y la unidad nacional.[8] La política científica del Porfiriato se basó en una concepción racial de la nación. Intelectuales como Justo Sierra, Emilio Pimentel, Telésforo García, Ezequiel Chávez, Porfirio Parra, entre otros, reflexionaron constantemente sobre el proceso de adaptación del organismo social mexicano y de sus partes constitutivas al medio. En sus descripciones sobre indígenas, españoles y mestizos plantearon la relación entre los aspectos físicos de la raza y ciertas estructuras psíquicas y de carácter, pero también le dieron peso a la influencia del contexto histórico, con lo cual buscaron desentrañar el conflictivo proceso de incorporación de los distintos grupos raciales al “carácter nacional”.[9] Desde esta perspectiva, concibieron el problema de la integración del indio a la nación como un asunto físico pero sobre todo ambiental y cultural. Estos pensadores, encargados de delinear la identidad nacional a través del arte, el periodismo, las leyes, la historia y la ciencia, concibieron la pluralidad cultural y étnica de las sociedades americanas como contraria a los principios universalistas que defendían, y como un obstáculo para la constitución de la nación unificada que anhelaban, por lo que no buscaron su exterminio sino su asimilación por medio de la educación y la adopción de códigos culturales. Aunque las disposiciones legales emanadas de la Constitución de 1857 garantizaban una ciudadanía igualitaria universal, en la práctica se excluyó a todos aquellos que no cumplían con los requisitos necesarios para ejercerla. Por lo tanto, frente a la realidad de una sociedad heterogénea y dispersa, lo que se creó fue un modelo ideal del México moderno basado en la discriminación y la exclusión, pues se convirtió en el único código válido para hablar de la nación. Esta imagen ideal se basó en el uso de la razón y la ciencia, una idea de verdad positiva, universal y homogénea, un tiempo lineal y progresivo y una visión del presente como la realización máxima del alma nacional.[10] En este contexto, el mestizaje se concibió como el pilar para construir la idea de nación como realidad posible, creíble y deseada por y para todos, que haría factible la conjunción del glorioso pasado prehispánico con lo español y occidental. Para afianzar este imaginario mestizo, se desconoció a las comunidades indígenas y campesinas como actores políticos legítimos ya que su carácter colectivo y corporativo los hacía incompatibles con una nación integrada por ciudadanos individuales.[11] La identidad mestiza rescató los valores occidentales de orden, industria, policía e higiene, así como los patrones estéticos con los que se organizó la ciudad. De lo indio recuperó atributos como la fortaleza, la resignación y la tenacidad. La distinción étnica se asoció con la de clase, por lo que lo blanco se concibió como la clase media alta, lo dinámico y cosmopolita; en tanto que lo indio se asoció con la pobreza, lo estático y lo rural, es decir, con el arraigo al lugar de origen. Foto 6. Vista frontal de la entrada al Paseo de la Reforma con los Indios Verdes Aunque, como lo han demostrado Andrés Lira y Federico Navarrete,[12] las comunidades indígenas no fueron víctimas pasivas sino que desarrollaron un papel activo en el fortalecimiento del liberalismo político y social, no es menos cierto que fueron excluidas de la construcción nacional de muchas maneras, entre ellas la simbólica. En este marco, los habitantes más adinerados eligieron el occidente de la ciudad, a partir del Paseo de la Reforma, para crear las colonias más exclusivas, símbolos de la prosperidad de la nación. Así, no es de extrañar que fueran ellos los más inconformes con la presencia de las estatuas de los emperadores mexicas, que irrumpían como ajenos a la continuidad lineal y evolutiva del pasado nacional que ya se había formalizado con los monumentos a Colón y a Cuauhtémoc. Con este libro abierto escultórico, se había logrado una reconciliación simbólica, que los tlatoanis desequilibraban. Estéticamente rompían con el perfil neoclásico y afrancesado del Paseo de la Reforma; e ideológicamente rompían con la armonía y la confianza que daba la idea de unión nacional en torno al ideal mestizo. ▼ El itinerario
Enviar a los Indios Verdes del Paseo de la Reforma al Paseo de la Viga en 1901 resultó una decisión lógica pues, en primer lugar, este último era conocido entonces como un lugar para el esparcimiento y el recreo, siempre concurrido y pintoresco, desde donde podía contemplarse el canal de la Viga y el tránsito cotidiano de todo tipo de mercancías y personas, lo que resultaba muy acorde con el gusto por lo exótico, propio del pensamiento moderno finisecular;[13] y en segundo lugar, por estar ubicado cerca de los pueblos indígenas de Iztacalco y Santa Anita, y más próximo a su vida cotidiana y costumbres, se concibió como la idónea morada de los monumentos verdes. Foto 7. Indios Verdes durante el primer tercio del siglo XX en el Paseo de la Viga, donde antiguamente corría el canal del mismo nombre El gusto les duró poco, pues para 1915 la Comisión de Higiene del Gobierno del Distrito Federal catalogó el canal de la Viga como zona de alto riesgo para la salud pública y lo clausuró, por lo que el Paseo poco a poco fue integrándose a la urbanización de la zona. Esto propició que en 1939 los monumentos se trasladaran de ahí a la salida a la carretera México-Nuevo Laredo, recién abierta.[14] En esta nueva ubicación, se hicieron vecinos de los pueblos de Santa Isabel Tola, San Pedro Zacatenco y San Juan Tecomán y de otras colonias populares en plena expansión. Paulatinamente, la zona en general comenzó a identificarse con el nombre de Indios Verdes, lo que se consolidó en 1979 cuando, por la ampliación de la carretera, fueron de nuevo reubicados a la recién inaugurada estación terminal de la línea 3 del metro, que además llevó su nombre y se identifica con su imagen. Debido al rápido crecimiento de la zona y al tránsito en las inmediaciones del paradero de transporte público y la estación de metro, las esculturas quedaron relegadas y expuestas al vandalismo. Fue hasta 2005 cuando, como parte del Plan Maestro de rescate del Acueducto de Guadalupe, se remodeló el Parque del Mestizaje, donde los tlatoanis mexicas encontraron su morada definitiva. Desde este lugar se ha buscado regresarlos a su emplazamiento original en Reforma y Bucareli. Sin embargo, los argumentos que apoyan esta propuesta resultan endebles y paradójicamente muestran una visión racista parecida a aquella que condenan. Foto 8. Símbolo de la estación Indios Verdes, del STC Metro La decisión de su ubicación actual respondió a los más de sesenta años que estas figuras han dado nombre e imagen a esa zona de la ciudad. Son parte del catálogo de monumentos de la delegación Gustavo A. Madero y, por lo tanto, se presume que forman parte del imaginario colectivo de los habitantes locales y de todo aquel que así lo reconozca. Esta fue una de las razones por las que se rechazó la propuesta de académicos como Enrique Salazar Híjar y Haro y Louis Noelle,[15] de llevarlos al bosque de Chapultepec, junto a los baños de Moctezuma, como un acto de restitución histórica de sus antiguos dominios y acorde con la tradición que habla del entierro prehispánico de Chimalpopoca e Itzcóatl en ese lugar.[16] Afirmar que el Paseo de la Reforma es un lugar más digno para las esculturas que la colonia Acueducto es al menos discriminador; decir que deben regresarse para que puedan ser admiradas es asumir que quienes transitan por la zona norte de la capital no alcanzan a comprender el valor histórico de sus monumentos y, en todo caso, de su patrimonio. Pensar que recuperar a los tlatoanis mexicas es recuperar el pasado prehispánico reproduce esa visión centralista que desde el siglo XIX invisibilizó a las demás etnias existentes. Foto 9. Estatuas de los Indios Verdes en su ubicación actual Los Indios Verdes han sido rechazados e ignorados por unos durante décadas, pero también reivindicados y acogidos por otros. Representan la lucha de poderes que atraviesa a la escritura de la historia y la memoria colectiva, y en ellos podemos ver el carácter paradójico de la construcción de la identidad nacional. Justamente fue durante el reinado de Itzcóatl cuando Tlacaélel emprendió la reescritura de la tradición mexica, para centralizar el poder en Tenochtitlan y controlar la historia para legitimar el presente. En el mismo sentido, los intelectuales porfiristas rehicieron la historia general de México desde la óptica liberal para homogeneizar la identidad nacional desplazando a los indígenas. De manera paralela, algunas visiones contemporáneas siguen privilegiando el poder del centro frente al resto del país, la cultura de élite, y hablando de lo nacional a partir de elementos raciales en donde siempre hay, por definición, unos más débiles que otros. Para concluir, podemos decir –siguiendo a Michel Foucault– que conocer la historia no sirve para saber el origen de las cosas, sino para hacer inteligibles sus condiciones de existencia y las reglas según las cuales han aparecido. Así, conocer la manera como se formaron las ideas en torno a lo nacional, lo urbano y la ciudadanía es el primer paso para hacer visibles todas las discontinuidades y rupturas que nos atraviesan. Finalmente, los espacios, edificios y monumentos así como los recuerdos y los olvidos que coexisten cotidianamente en la ciudad nos invitan a leerla para descubrir y reinventar nuevas formas de percibirla y habitarla, porque tal como afirmó Carlos Monsiváis: “es en la ciudad y no contra ella donde hay que cambiar la vida”. ♦ ▼ Bibliografía
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▼ Créditos fotográficos
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