![]() La Biblioteca del Niño Mexicano LECTURAS INFANTILES PARA LA FORMACIÓN DEL PATRIMONIO CULTURAL CÍVICO Valentina Cantón Arjona [*]
![]() La finalidad de este texto es ofrecer al lector una reflexión acerca del patrimonio cultural como resultado de una combinación de elementos y producciones culturales que, en sentido estricto, rebasan cualquier clasificación centrada en las características del objeto o bien patrimonial –como lo son las clasificaciones que diferencian el patrimonio cultural material histórico, el patrimonio inmaterial o el patrimonio documental–, e invitarlo a centrarse en el uso y función de esos bienes como referentes para la construcción de la identidad y la historia nacional. Como ejemplo, se presenta la obra del periodista y político liberal mexicano Heriberto Frías (1870-1925) que bajo el título de Biblioteca del Niño Mexicano publicó Maucci Hermanos entre 1899 y 1901. Introducción
Durante el siglo XIX, el México independiente experimentó una profunda necesidad de autorreconocimiento y de definición de una cultura e identidad nacional propias. Tal necesidad, presente en la constitución de toda vida independiente y soberana, fue avivada en función de las circunstancias políticas, lo mismo internas –como las luchas entre conservadores y liberales–, que externas –como las intenciones expansionistas e intervencionistas sobre la joven nación, de los países europeos más poderosos y los Estados Unidos. En ese contexto, y en simetría con el clima intelectual de la época deudor de la preocupación pedagógica de la Ilustración, muchos de los actores políticos (quienes eran literatos, cronistas, historiadores, maestros, o todo esto al mismo tiempo) definieron su quehacer y expresaron sus convicciones, intereses y compromisos políticos incorporándose al movimiento de definición y transmisión de una cultura “nacional”. Ésta se concretó en bienes e ideas que adquirieron el valor de “patrimonio nacional”, y que, como señala el historiador Enrique Florescano, son siempre una construcción histórica relacionada y determinada por distintos factores, entre los cuales citamos aquellos que el mismo autor destaca por su importancia:
En el caso del siglo XIX mexicano, la guerra de Independencia fue precedida (y seguida) por un movimiento precursor de la idea de lo nacional, lo mexicano, que se diferenciaba del espíritu, las búsquedas históricas y las expresiones culturales de la metrópoli colonial y su influencia. Lo mismo las obras de liberales radicales como José María Luis Mora o de liberales conservadores como Lucas Alamán coinciden en este punto. En el decreto de creación del Museo Nacional –emitido en 1825 por el primer presidente de la joven República federal, Guadalupe Victoria–, se pone en el centro de la preocupación esta búsqueda del rescate y recuperación de aquellas piezas y monumentos que sintetizaban la “antigüedad mexicana” y eran de “utilidad y lustre nacional”, como el monolito del Calendario azteca, la Coatlicue y la Piedra de Tizoc; es, pues, un coleccionismo patriótico que dando lugar a la cultura indígena hizo de ella un pretexto para el independentismo criollo y mestizo (Morales, 1994: 26-27, 35). Lo anterior ejemplifica con claridad lo destacado por Florescano –y antes señalado– respecto al hecho de que cada época y sus élites y grupos dominantes requieren identificar, rememorar y establecer una nueva idea de patrimonio cultural para dar un nuevo sentido, el suyo, a los valores y tradiciones de una nación. A lo largo del siglo XIX, los liberales impulsores de un México independiente y soberano reconocieron la importancia de reconstruir una historia de la joven nación, y rescataron aquellos valores y tradiciones que la identificaban como única y la diferenciaban de la influencia europea. Esta historia, una historia construida con fines didácticos, pedagógicos, era una “historia patria” que se amalgamó a la perfección con las lecciones de civismo de la época, y que reivindicó su importancia como uno de los pilares del quehacer pedagógico. Así, la educación escolar se convirtió en una vía privilegiada para alcanzar la recreación tanto de la nueva y joven patria como de los valores que la inspiraban. Historia y escuela constituyeron, pues, un par indispensable para la instrumentación del México liberal y la incorporación de los niños, los poseedores de las jóvenes conciencias, a una cultura nacional plena de un inaugural amor patrio. Se confirma entonces, como señala Enrique Florescano, que: Cada vez que un movimiento social triunfa e impone su dominio político sobre el resto de la sociedad, su triunfo se vuelve la medida de lo histórico: domina el presente, comienza a determinar el futuro y reordena el pasado… Así, en todo tiempo y lugar la recuperación del pasado antes que científica, ha sido primordialmente política: una incorporación intencionada y selectiva del pasado lejano e inmediato, adecuada a los intereses del presente (1993: 91). ▼ Patrimonio cultural cívico
De la exaltación del patriotismo característico del liberalismo radical y su vínculo con la educación (vinculación característica también del pensamiento republicano español y de las jóvenes repúblicas latinoamericanas), resultó una creciente religiosidad patriótica que, paradójicamente, por una parte recordaba la religiosidad católica conservadora ahora debilitada por la secularización del Estado y, por otra, se inspiraba en expresiones religiosas de origen protestante cercanas al liberalismo por su vocación democrática y anticatólica. Surgió así una cultura cívica y, como describe Jean-Pierre Bastian: … [Se estableció] un verdadero calendario litúrgico desarrollado por liberales y protestantes y opuesto al calendario católico. En México, por ejemplo, las escuelas, la prensa, las congregaciones protestantes celebraban el aniversario de la Constitución de 1857 (5 de febrero), el nacimiento (21 de marzo) y la muerte (18 de julio) del presidente indígena Benito Juárez, la batalla de Puebla en la que el ejército francés fue derrotado el 5 de mayo de 1862, la Independencia del dominio español (16 de septiembre), entre otras fechas (1994: 137-138). Estas conmemoraciones se recreaban en la escuela a través de ceremonias y asambleas cívicas para honrar los símbolos patrios y de celebraciones de fechas gloriosas en las que discursos e himnos se inspiraban en los oradores cívicos protestantes, oradores que a menudo realizaban sus ensayos democráticos más allá de los templos, en la plaza pública. Se construyó, entonces, tanto desde los grupos políticos como dentro de la escuela o en la plaza pública, una historia plena de nuevos mitos, hazañas y héroes; una historia nombrada “historia de bronce” por Luis González, quien la describe como aquella que: … recoge los acontecimientos que suelen celebrarse en fiestas patrias, en el culto religioso, y en el seno de las instituciones; se ocupa de hombres de estatura extraordinaria (gobernantes, santos, sabios y caudillos); presenta los hechos desligados de causas, como simples monumentos dignos de imitación. […] En las escuelas fue la fiel y segura acompañante del civismo. Se usó como una especie de predicación moral para promover el espíritu patriótico de los mexicanos [pues] recordar heroicidades pasadas serviría para fortalecer las defensas del cuerpo nacional (1993: 64). Se trata, pues, de una construcción histórica en la que los acontecimientos y sus actores son revisitados no tanto bajo criterios de autenticidad como de búsqueda de concordancia con la visión de las nuevas fuerzas sociales y políticas, y con la finalidad de lograr su reproducción. Esta construcción cívico-histórico-religiosa se decantó e interiorizó en la memoria colectiva, instituyéndose –en su ficción y realidad– como un patrimonio inmaterial en que se recogían elementos tales como creencias, valores, prácticas, guías de comportamiento y referentes político-culturales. Hoy vemos tales elementos recreados en celebraciones cívicas que pueden estar vinculadas a fiestas religiosas y en las que se revive un fragmento de la historia local, regional o nacional y un patrimonio cívico “que se define como tal por su inserción como actividad de la sociedad civil en el marco de una República democrática” (Arizpe, 2009: 15). Lourdes Arizpe recoge un ejemplo actual de estas celebraciones, la que con motivo de la conmemoración de la promulgación del Plan de Ayala (que recoge el pensamiento de Emiliano Zapata) se realiza en Villa de Ayala, Morelos, y en la que se integran distintos actos y contingentes: gastronómicos, deportivos, escolares, organizaciones agrarias, desfiles y procesiones con vestimenta histórica prehispánica y recreación de la iconografía indígena, jinetes y danzantes tradicionales, jóvenes dark, banderines y pancartas con leyendas políticas de actualidad, por citar sólo algunos (2011: 127). Se trata, entonces, de un patrimonio cultural inmaterial, cívico, histórico, un capital social incorporado en la memoria colectiva, que se recrea y transforma en cada generación, y que como patrimonio es menester guardar, más allá de su pureza histórica ideológica, pues como afirma Lourdes Arizpe: Salvaguardar el patrimonio cultural inmaterial no puede significar regresar al pasado convertido en prisión de costumbres que ya no están adaptadas a las condiciones del México de hoy. Ese patrimonio tiene que ser resignificado, reorganizado para dar voz, presencia y decisión a las mujeres, a los jóvenes, a todos aquellos que le pueden dar un nuevo impulso y una nueva capacidad de convocatoria de acción a estas narrativas y memorias que dan forma a la identidad de los mexicanos (2011: 127). ▼ Patrimonio cívico documental
Así, a partir de ordenar e integrar piezas sueltas de historia, memoria, objetos y circunstancias disímiles, se busca cohesionar –como señala Édgar Mejía (2012: 5-25) tomando como ejemplo la crónica “Un viaje a Veracruz en el invierno de 1843” de Manuel Payno– paisajes, edificios, monumentos, arte, historia y patrimonio, lo diferente para integrarlo como una colección capaz de reflejar una idea homogénea de nación. En este contexto, el impreso jugó un papel fundamental para los fines de esta creación de nación y reproducción de intereses, pues constituyó un importante vehículo para el pensamiento liberal. Las imprentas de Claudio Linati e Ignacio Cumplido tuvieron una función protagónica en la difusión del pensamiento liberal en México desde el primer tercio del siglo XIX. El Iris, publicado entre febrero y agosto de 1826, fue la primera revista literaria del México independiente y contenía en sus páginas el pensamiento de carbonarios y masones. Fue, también, una publicación afín a las logias yorkinas y, como tal, promovió en sus páginas los ideales liberales de libertad, fraternidad, igualdad, república y democracia. Así, la litografía mexicana fue “un método de impresión que, por su bajo costo, se transformó, a principios del siglo XIX, en una forma de expresión popular, aunque también fue utilizada por la élite liberal mexicana para difundir su programa político” (Santillana, 2010: 69). Además, este método de impresión permitió recrear imágenes y retratar personajes –como en el caso de las litografías sobre trajes religiosos, civiles y militares mexicanos– o bien reproducir caricaturas para ridiculizar a los conservadores y enemigos del liberalismo. En El Iris, por ejemplo, aparece por primera vez el retrato del “lépero”, el mestizo mexicano de piel blanca y rasgos indígenas. Vemos, pues, cómo el impreso fue constituyendo, también, un espejo en el que se reflejaban pensamientos e imágenes de la nueva nación. Un espejo, una tecnología visual, que más tarde se pondría al servicio de las publicaciones escolares y las narraciones de la historia patria. Las publicaciones educativas y las revistas infantiles –al igual que la asamblea escolar y las ceremonias cívicas como el saludo a la bandera– constituyeron una herramienta pedagógica clave para desarrollar y fortalecer el fin, principio y motor del movimiento liberal: la formación de nuevos ciudadanos. Son muchos los ejemplos de publicaciones educativas e infantiles que reflejaban este propósito (véase cuadro 1). ![]() ![]() Publicaciones infantiles y educativas del periodo liberal ▼ Un ejemplo de patrimonio cultural cívico y sus elementos inmateriales
![]() Heriberto Frías Publicaciones como las mencionadas en el cuadro 1 constituyen hoy un patrimonio, una memoria documental que nos permite retrotraer y hacer presente para reinterpretar sus momentos y sus preocupaciones. Particular peso tiene la colección Biblioteca del Niño Mexicano, consistente en 85 cuadernillos publicados entre 1899 y 1901, en los que número tras número su autor, Heriberto Frías, ofrecía a los niños, sus “pequeños lectorcitos”, la recreación literaria de episodios nacionales, la reconstrucción de leyendas, y la recuperación de héroes reales y míticos representativos de esa historia en pedazos que el pensamiento liberal deseaba integrar: el México prehispánico, el de la saga de la Conquista, la Colonia y la Independencia, y finalmente, el naciente y amenazado México liberal. En la Biblioteca del Niño Mexicano, por otra parte, se reconocen elementos compartidos con otras obras del mismo autor: Leyendas históricas mexicanas y Leyendas épicas, publicadas en entregas en 1895 en el periódico El Imparcial. La importancia de esta Biblioteca radica en que se dirige a un público de reciente aparición en ese momento: el niño. En el “Estudio introductorio” de la edición facsimilar presentada por Miguel Ángel Porrúa en 1987, Alejandro de Antuñano Maurer sostiene que: … [el niño mexicano] se incorpora a la cultura nacional a partir de la segunda mitad del siglo XIX, gracias al esfuerzo del grupo liberal, el cual otorgó categoría constitucional a la enseñanza libre y a la educación popular. Anterior a esta época, la atención que se le brinda y su participación dentro de la colectividad son nulas. Su vida transcurre en un ambiente de rígido tutelaje que impedía el activo desarrollo de sus capacidades, entre la enseñanza religiosa y el tradicional aprendizaje de un oficio artesanal o agrícola. En el caso de la niña las opciones eran solamente dos: el matrimonio o la toma de hábitos religiosos (lo que era muy celebrado por la familia) (1987: 21-22). De Antuñano relata también que los juegos y fantasías de la vida infantil sólo tenían el ámbito familiar como escenario para su desarrollo y representación. De ahí el impacto que obras como la Biblioteca del Niño Mexicano, publicada por Maucci Hermanos, pudo alcanzar entre sus lectores. Si bien existían en la misma época otras obras también pioneras en el género infantil como la revista La Ilustración de la Infancia, publicada por Dublán y Compañía; la colección Galería del Teatro Infantil, con obras para ser representadas por títeres, publicada por Vanegas Arroyo e ilustrada por José Guadalupe Posada; El placer de la niñez, monólogos para ser representados por el joven lector; Teatro infantil, también comedias breves publicadas por Vanegas Arroyo; Los niños pintados por ellos mismos y El diario de los niños, ambas con orientación pedagógica, y los Episodios históricos de Enrique Olavarría, la Biblioteca de Heriberto Frías fue la única intencionalmente orientada a familiarizar al niño, a través de un lenguaje apropiado para él, con la historia nacional y sus acontecimientos y personajes principales (De Antuñano, 1987: 22-25). Ilustrados en portadas y algunas páginas interiores –se destacan cuatro portadas ilustradas por José Guadalupe Posada–[1] (véase cuadro 2) los 85 títulos narraban con amenidad y romántica exaltación los acontecimientos, los paisajes y las hazañas gloriosas de los héroes, algunos míticos, una historia patria que podía convivir con fantasmas, aparecidos, animales dialogantes y paisajes terroríficos o paradisiacos. La organización de la obra responde a una periodización histórica establecida por el autor: ![]() La Biblioteca del Niño Mexicano, se compone de 85 fascículos cuyas portadas presentan gran unidad gráfica. Sin embargo, afirma Antuñano Maurer que fueron sólo cuatro las portadas firmadas por José Guadalupe Posada, lo que hace suponer, dado el cuidado que el grabador ponía en firmar sus trabajos, que las otras 81 a pesar de sus semejanzas no fueran de su autoría. Las portadas arriba presentadas son las que fueron publicadas con su firma. Otras fuentes, como el Inventory of the José Guadalupe Posada Prints, 1880-1943 del Getty Research Institute, reconocen la colaboración de Posadas en 63 de los títulos para los que realizó tanto las cromolitografías de las portadas como las ilustraciones de interiores. Véase: Online Archive of California <www.oac.cdlib.org/findaid/ark:/13030/tf0g5000xq/> Ir al sitio [consulta: 28 de agosto de 2015]. ![]() Algunas portadas de la Biblioteca del Niño Mexicano “Descubrimientos y conquistas”, “Después de la Conquista y el Virreinato”, “La Independencia” y “Época moderna y actual”. Evitando el recurso de las fechas y nombres de la narración histórica positivista, añade a sus fluidas y breves narraciones episodios heroicos y consejas y fábulas que responden a una educación moral, indivisible compañera de la enseñanza del civismo en esa época. Ética y política, sentido histórico, compromiso y amor patrio son los ejes que organizan los contenidos recreados por este liberal convencido. Se trata pues de un ejemplo de búsqueda y realización de una didáctica de la historia hecha a modo del pensamiento político de la época; pero una didáctica en la que se trasmina la intención última del autor: hacer de los niños, ciudadanos. Por lo anterior, la obra de Heriberto Frías, más allá de sus licencias históricas, intereses políticos e interpretación de la vida ciudadana que ha de promoverse en los niños, cumple a cabalidad con su finalidad cívico-pedagógica y representa un patrimonio documental de gran valor, pues “obedece el esfuerzo de memoria de un pueblo que es recogida y registrada a través de documentos en los que se narran o representan la huella y el testimonio de sus pensamientos, invenciones, descubrimientos, creaciones espirituales y artísticas y de sus logros científicos, históricos, políticos y sociales” (Cantón, 2014: 36). ▼ Conclusión
El patrimonio cultural, más allá del soporte material en que se presente, contiene, en sí mismo, elementos inmateriales que son los que se anidan y acuerpan en la subjetividad de quienes, recibiéndolo, lo viven, lo transforman y lo transmiten. El patrimonio, como toda producción cultural, no es neutro ni es ajeno a las vicisitudes históricas, sociales y políticas de los pueblos que lo reconocen como propios; por ello contiene, siempre, elementos que constituyen guías de valor, orientadores para la convivencia y la interiorización de la organización de una vida social compartida en la que se expresan los valores, creencias, costumbres, necesidades, conflictos, aspiraciones y horizontes. Es por ello indispensable recordar que el patrimonio cultural cívico no está formado únicamente por el que recibimos como legado del pasado, pues la conciencia del sentido histórico nos hace ver que lo que construimos en el presente tendrá repercusiones en él hacia el futuro que deseamos compartir. Las producciones culturales de hoy, si están construidas con sentido histórico, podrán ser guías de valor para las generaciones que vienen si les ofrecen elementos para mantener viva la convicción de que son los valores para la convivencia los que pueden orientar el reconocimiento de los bienes, materiales o inmateriales, naturales o documentales, susceptibles a recibir el estatuto de lazo social, de patrimonio compartido y, como tal, cultural.♦ ▼ Referencias
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▼ Créditos fotográficos
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