El fluir de la historia
AMAZONAS: PRIMERAS EXPLORACIONES
EN EL RÍO MÁS GRANDE DEL MUNDO


Andrés Ortiz Garay[*]

Desde que los primeros europeos lo navegaron en el siglo XVI y hasta nuestros días, el río Amazonas no ha cesado de evocar las más disímbolas imágenes entre quienes surcan sus aguas. Edén tropical o infierno verde; reino natural aún prístino o territorio feraz para la explotación de sus recursos; último reducto del hombre primitivo o campo de una lucha de clases despiadada y desigual; cuna de sueños o engendro de pesadillas. En este artículo se abordan los orígenes de tales dicotomías.



Amazonas: primeras exploraciones en el río más grande del mundo

Comprender las dimensiones que se atribuyen al río Amazonas y su cuenca implica el uso de escalas que retan a la imaginación. Por ejemplo, que una isla de aluvión (Marajó) situada en el delta del río sea de tamaño similar al de Suiza; que su red de tributarios incluya unos mil cien cursos de agua, algunos de los cuales son grandes ríos mundiales por derecho propio, y que, al menos uno, el Madeira (en comparación que no es exhaustiva), con sus 3350 kilómetros de longitud, sea más largo que cualquier río de Europa con excepción del Volga.[1] O por ejemplo, que se diga que la cuenca del Amazonas (7 050 000 kilómetros cuadrados según Wikipedia) aporta 20 por ciento del oxígeno del planeta y alberga a una cuarta parte de las especies vegetales y animales clasificadas científicamente; o, todavía de manera más increíble, que se le reconozcan 14 mil kilómetros de red fluvial, pero que en embarcaciones de poco calado o canoas sea posible atravesar unos cincuenta y cinco mil.

El Amazonas es sin duda el río más caudaloso del planeta –transporta más agua que el Mississippi, el Nilo y el Yangtsé juntos–, con un promedio anual de 230 000 metros cúbicos por segundo, que se eleva a 300 000 o más metros cúbicos por segundo durante la temporada de lluvias. De este modo, el río aporta la quinta parte de toda el agua dulce que desemboca en los océanos de la Tierra.

La longitud total del Amazonas y su comparación con otros largos ríos del mundo es objeto de controversia. Diferentes fuentes le atribuyen desde 6275 hasta 7020 kilómetros. El criterio general para establecer la longitud de un río parece simple: medir desde su nacimiento hasta su desembocadura una corriente de agua que no se interrumpe; pero en su aplicación práctica, tal medición implica tomar una serie de decisiones –o si se quiere, aplicar una serie de criterios– que varían de acuerdo con apreciaciones todavía no firmemente establecidas entre los geógrafos y menos aún entre los organismos estatales o internacionales dedicados a validar las opciones propuestas. En el caso de los grandes ríos, tales decisiones se vuelven muy complejas. ¿Dónde situar el nacimiento del Amazonas si los escurrimientos de los Andes cubren una gran región? Las fuentes del Napo (uno de sus tributarios) están más o menos cerca de Quito; las del Ucayali (otro), de Lima; y las del Madeira, de La Paz. Mejor dejemos que esto lo conteste una de las fuentes de este artículo, que no del río.


La fuente del Amazonas no es un estanque en concreto ni un trozo de hielo. Es un lugar entero […] Lo son la cascada helada y el lago […] pero también la bruma, el viento, los picachos y el frágil encaje de barro y hierba que se derrama bajo la pared de la montaña. Caía la nieve. ¿No eran acaso esos copos las primeras gotas del Amazonas? ¿Se pueden separar la nieve del arroyo, el hielo del aire, el viento del sol? (Reverte, 2004: 35).


Y como también menciona ese mismo autor, si uno toma como coordenada no ya la fuente del río, sino su desembocadura, la cosa también puede cambiar. Así, medido al sur de su delta, en la zona de Belém do Pará, el Amazonas adquiere cien kilómetros más que si se decide que acaba en los canales al norte de la isla de Marajó. Eso es suficiente para que la medida supere la atribuida al río Nilo. Pero mejor zanjemos este tipo de cuestiones siguiendo lo que parece ser la más reciente propuesta sobre la largura del Amazonas (Roach, 2007; Duffy, 2007), ya que desde 2006 el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística pretende avalar la hipótesis de que la mayor distancia entre una fuente y la boca del Amazonas en el mar es de 6800 kilómetros, ubicando esa fuente en el nevado de Mismi, un pico andino del sur de Perú, cerca de Arequipa, que se eleva a 5672 metros sobre el nivel del mar (otra medida que varía según las fuentes). De ahí, supuestamente, un manantial y una laguna alimentan a un riachuelo que más adelante se convertirá en el Apurímac (“el que ruge”, en lengua quechua), corriente que con la aportación de otros cursos forma el Ucayali, el cual, una vez unido al Marañón en las cercanías de Iquitos, se llama ya río Amazonas.




En términos culturales, la diversidad de la región amazónica también es sorprendente. Hacia finales del siglo XX, se hablaban en los territorios de su cuenca unas trescientas lenguas, clasificadas en cerca de una veintena de familias lingüísticas diferentes, cuya separación se remonta al menos a un par de milenios. Muy probablemente, esta gran diversificación lingüística se explica por el hecho de que, con excepción de las tierras altas del curso superior del río donde dominaron los incas en los siglos XV y XVI, en toda la región amazónica no existieron sociedades estatales cuyo poder y duración hubieran alcanzado a ser factores para la homogenización cultural y lingüística. Las grandes familias lingüísticas representadas en la cuenca amazónica son:

  • Tupí-guaraní, actualmente la más extendida en la región (es posible que la expansión de varias de estas lenguas en la Amazonia haya sucedido en épocas más o menos recientes).

  • Ye o gê, con 13 lenguas, seis de las cuales se consideran extintas; se ubican en la parte central y meridional de la cuenca.

  • Caribe, lenguas provenientes de Venezuela que se extendieron por la parte septentrional de la Amazonia, aunque también hay miembros de esta familia en sus zonas centrales.

  • Arawak, una familia muy extendida en el norte de Sudamérica y en las islas del Caribe y las Antillas.

  • Pano-tacana, en la Amazonia suroccidental.

  • Tucana, en el curso alto del Amazonas y del alto Vaupés.

  • Quechua y aymara, en los contrafuertes orientales de la cordillera andina.



En la actualidad hay pocas tribus amazónicas que mantienen su lengua y costumbres. Aquí, una ciudad cerca de Iquitos, Perú.



Vicente Yáñez Pinzón, primer explorador europeo en llegar al Amazonas


La población indígena amazónica (que se estima sumaba entre cinco y seis millones en el siglo XVI) se empezó a reducir paulatinamente tras el arribo de los europeos. La guerra, la esclavización y el desplazamiento de muchos grupos tribales, así como las epidemias de enfermedades antes desconocidas, provocaron que, para principios del siglo XXI, se considerara que la población indígena apenas alcanzaba medio millón de personas. De las 170 lenguas autóctonas habladas en Brasil en el año 2000, 115 tenían menos de mil hablantes, y sólo cuatro superaban los diez mil hablantes. Pueblos antes muy numerosos, como los maués o los huitotos del río Putumayo, perdieron gran parte de su bagaje cultural propio y son ahora más bien mestizos. Sin embargo, todavía persisten algunas pequeñas tribus que mantienen su lengua, costumbres y modos de producción muy poco alterados y que, desde cierto punto de vista, se consideran anacrónicos exponentes de “culturas primitivas”. Entre ellos se cuentan: los assurinis de las selvas del río Xingú, los cashibos del valle de Pachitea, los huambizos y aguarunas del alto río Marañón, los nhambiquaras del Mato Grosso y algunos otros pocos.

La expedición de Pizarro y Orellana

Como muchos otros jóvenes de su generación, el andaluz Vicente Yáñez Pinzón fue presa del “ansia de descubrir” y se lanzó varias veces a la azarosa travesía por las aguas del Atlántico. En la primera (1492), iba como capitán de La Niña, una de las carabelas que Cristóbal Colón guió hasta Guanahani (en las Bahamas), Cuba y Haití.[2] En la segunda, costeó buena parte del istmo centroamericano. Para la tercera, que se desarrolló durante el cambio del siglo XV al XVI, Vicente fletó cuatro carabelas a sus propias expensas y reclutó a sus sobrinos Arias Pérez Pinzón y Diego Fernández Pinzón como gente de confianza de sus tripulaciones. La travesía los llevó hasta el cabo San Roque (en el extremo oriental del actual Brasil) y poco después, en enero de 1500, cuando navegaban rumbo al norte en pleno mar, Pinzón y su gente quedaron estupefactos al darse cuenta de que navegaban sobre agua dulce a pesar de hallarse a unas veinte leguas (cerca de cien kilómetros) de la costa. Eran así, los primeros europeos en el Amazonas, que arrojaba su portentoso caudal retando incesantemente al océano. También fueron los primeros europeos en realizar tropelías en el Amazonas, pues, tras desembarcar en una de las bocas del río, raptaron a 30 de los indígenas que los habían recibido amistosamente y se los llevaron en las naves. Asimismo, se llevaron de regreso a España maderas de sándalo, palo del Brasil y resinas extrañas y novedosas. A cambio, sólo dejaron uno de los muchos nombres que a partir de entonces recibiría el río: Santa María de la Mar Dulce, en recuerdo piadoso de la madre de Cristo y sobre todo para hacer constar lo que allí el agua del río le hacía al mar. Sin embargo, sería del extremo opuesto, del oeste del subcontinente sudamericano, de donde partiría la primera expedición que surcaría el río y daría a Europa las primeras noticias de su increíble existencia.

A mediados de noviembre de 1532, en Cajamarca (en el actual Perú), las huestes al mando de Francisco Pizarro (poco más de 200 hombres con armas de hierro, de fuego, ballestas y caballos) sellaron el destino del imperio inca al apresar a su soberano, Atahualpa, y efectuar una matanza indiscriminada entre su numeroso séquito. El rescate que se pidió a los incas para respetar la vida de Atahualpa consistió básicamente en enormes cantidades de oro y plata (cuya entrega no sirvió, a fin de cuentas, pues el soberano inca fue ejecutado por órdenes de Pizarro); sin embargo, también incluyó algunas cargas de ishpingo, un árbol cuyo fruto desprende un olor idéntico al de la canela. Enterados de que la planta crecía en las tierras bajas al este de Quito, los españoles emprendieron pronto las primeras entradas a lo que llamaron “país de la canela”, pues en los mercados de Europa esa especia (llevada desde la India) se cotizaba en precios aun mayores que los del oro. Hubo un par de expediciones que llegaron hasta tierras donde crecían los árboles de ishpingo, y después, Gonzalo Pizarro (1510-1548), un hermano menor del conquistador de los incas, encabezó una tercera que también encontró los árboles de la codiciada especia en las selvas de los ríos Quijos-Coca y Napo, pero, según el informe que rindió al rey, los árboles se hallaban en tierras despobladas e inhabitables, muy separados unos de otros y por eso: “Es tierra y fruto de que V[uestra] M[ajestad] no puede ser dello servido ni aprovechado, porque es poca cantidad y de menos provecho” (apud Latorre, 1995: 131). Y en efecto, así fue, pues el ishpingo resultó no tener la misma calidad que la verdadera canela, y su aprovechamiento comercial terminó por circunscribirse al ámbito local.

Asimismo, otra leyenda que influyó en el avance español fue la supuesta existencia de El Dorado, el soberano de un fabuloso reino que los rumores recogidos de boca de los indios de la región de Quito situaban hacia el este, en las orillas de un lago alimentado por un gran río; ese personaje era tan increíblemente rico en oro que, por ejemplo, Gonzalo Fernández de Oviedo,[3] el cronista de Indias, escribió al respecto:



Confrontación de incas y españoles en Cajamarca


Yo entrevisté a españoles que habían estado en Quito y les pregunté por qué llamaban a ese príncipe “El Dorado” o “El rey Dorado”. Me dijeron que, según los indios, ese gran señor iba siempre cubierto de polvo de oro tan fino como la sal molida […] Cada mañana se le untaba una clase de resina o goma a la cual se adhería fácilmente el polvo de oro, hasta que su cuerpo entero, desde sus pies hasta la cabeza, quedaba cubierto de oro […] él se lavaba en la noche lo que se había puesto en la mañana, lo cual se descartaba para repetir lo mismo con nuevo oro cada día (apud Wood, 2000: 189).





Retrato de Atahualpa, pintura basada en un grabado español de 1615


Quito era una región de encrucijada donde se mezclaron los vagos rumores sobre tierras ricas en oro o de lugares paradisiacos donde abundaban las especias, con las leyendas hispánicas originadas en la época medieval; además, esto se reforzaba con cierta tradición prehispánica de la región, pues como sucedió con el rescate de Atahualpa, los propios indígenas de la cordillera andina valoraban productos de las tierras bajas como el ishpingo. Y esto sucedía en un contexto en el que aún reverberaba con fuerza el eco de la conquista de los tesoros despojados a los imperios azteca e inca. Así, en febrero de 1541, la expedición de Gonzalo Pizarro estaba pronta a partir de Quito. Iban con él unos 250 soldados españoles bien armados (a los que se unirían más adelante otros 30, capitaneados por Francisco de Orellana, quien, aunque tuerto, gozaba de fama por su labor en la campaña contra los incas y fue nombrado lugarteniente de Pizarro), 150 caballos, 200 temibles perros de caza –que eran muy usados para rastrear y despedazar a los desertores–, una cantidad de servidores indios de ambos sexos que pudo haber alcanzado los 4 mil individuos, e inmensas recuas de cerdos y ovejas para la alimentación y de llamas andinas para la carga. Tan grande expedición se financió con los recursos arrebatados por el clan Pizarro (los hermanos Francisco, Gonzalo, Hernando y Juan) a los incas: el oro, la plata y los indios de encomienda. El cruce de los Andes fue terrible; el frío y las tormentas cobraron centenares de vidas, especialmente entre los indígenas y los animales; los temblores de tierra causados por la erupción de un volcán los llenó de espanto; y, para aligerar la marcha, Pizarro decidió abandonar parte de la impedimenta que llevaban. Pero eso apenas supuso el principio de sus penalidades, pues al ya mencionado desencanto al encontrar que el “país de la canela” (la zona del río Coca[4] no llenaba sus expectativas, se sumó el hambre, que hizo que muchos se envenenaran al comer hierbas y frutos silvestres no aptos para el consumo humano; y en casi todos los lugares habitados que encontraron, los indígenas les eran hostiles, y si no los combatían, huían a lo más espeso de la selva. Decidieron entonces construir un bote, el San Pedro, a fin de navegar el curso del río, para lo que usaron la abundancia de madera y resinas del entorno, las herraduras de los caballos para hacer clavos, las ropas raídas para estopa, cortezas para las cuerdas, y mucho ingenio para sustituir otros materiales.

El 9 de noviembre de 1541, la expedición se dividió. Pizarro estableció un campamento donde esperaría el regreso del San Pedro, que navegaría el río por dos semanas en busca de mejores condiciones, especialmente en busca de comida. Pero ese regreso nunca ocurrió; dejemos que fray Gaspar de Carvajal, un sacerdote dominico que iba en el bote comandado por Orellana y que escribió la crónica de este viaje fluvial, nos cuente lo que pasó:


… el capitán Orellana tomó consigo cincuenta y siete hombres[5] con los cuales se metió en el barco ya dicho y en ciertas canoas que a los indios se habían tomado y comenzó a seguir río abajo con el propósito de luego dar la vuelta, si comida no hallase; lo cual salió al contrario porque no la hallamos en doscientas leguas […] el río andaba crecido y aumentado así por causa de otros muchos ríos que entraban en él por la mano diestra hacia el sur […] aunque quisiésemos volver agua arriba ya no era posible por la gran corriente, pues tentar de ir por tierra era imposible, de manera que estábamos en gran peligro de muerte por la gran hambre que padecíamos; y así, estando buscando el consejo de lo que se debía hacer, platicando nuestra aflicción y trabajos, acordóse que eligiésemos de dos males el que al Capitán y a todos nos pareciese el menor, que fue ir adelante y seguir el río o morir o ver lo que en él había (Díaz, s/f: 36-37).


En estas circunstancias no previstas de entrada, comenzó la primera travesía de gente europea por el río más grande del mundo. Pero veamos primero que la decisión de Orellana y su gente fue considerada como traición y deserción por Pizarro. Luego de esperar en vano a su subalterno, Orellana trató de ir adelante, y un gran pantano le impidió el paso; unos cuantos de sus hombres, al mando de Gonzalo Pineda (que había hecho la primera entrada desde Quito al “país de la canela”), alcanzaron el sitio donde aquél había acampado durante la Navidad, y al reportar este hallazgo a Pizarro se hizo evidente que Orellana se había ido por su cuenta. Esto decidió el regreso del remanente de la expedición a Quito; tras una extenuante marcha atrás, los esqueléticos sobrevivientes del “ejército de El Dorado” llegaron a esa ciudad española a mediados de 1542. Allí, Gonzalo se enteró de que su hermano Francisco, el conquistador de los incas, había sido asesinado por el hijo de Diego de Almagro, su antiguo socio en la empresa de conquista. En la disputa por el poder que siguió, Gonzalo Pizarro se rebeló contra la Corona y terminó siendo derrotado y decapitado en 1548.



Vista aérea del río Amazonas en Perú, cerca de los ríos Napo y Ucayali, dos de sus tributarios


Por su parte, Orellana y su gente habían alcanzado el 12 de febrero de 1542 la confluencia de los ríos Napo y Ucayali (cerca de la actual ciudad de Iquitos) internándose así en lo que es ya decididamente la corriente principal del Amazonas. Poco después establecieron un campamento donde permanecieron hasta fines de abril, ocupados en la construcción de un segundo bote. El 3 de junio, arribaron a la confluencia de los ríos Negro y Amazonas, donde admiraron el extraño fenómeno de que las aguas de ambos, de colores diferentes, corren juntas sin mezclarse a lo largo de 10 kilómetros, debido a la fuerza de sus respectivos caudales. El 13 de ese mismo mes, encontraron que otro gran río, el Madeira, desembocaba también en la corriente que seguían, pero esta vez desde el sur. El 24 de junio, trabaron un gran combate contra los indios que los atacaron desde sus canoas; lo que Carvajal relató de lo sucedido en esa batalla determinó a fin de cuentas que el río se conociera con el nombre de Amazonas,[6] en recuerdo de las mujeres guerreras que supuestamente encabezaban ese día a las huestes indígenas. El gran escritor uruguayo Eduardo Galeano recreó magistralmente aquel relato:


No tenía mala cara la batalla, hoy día de San Juan. Desde los bergantines, los hombres de Francisco de Orellana estaban vaciando de enemigos, a ráfagas de arcabuz y de ballesta, las blancas canoas venidas de la costa.


Pero peló los dientes la bruja. Aparecieron las mujeres guerreras, tan bellas y feroces que eran un escándalo, y entonces las canoas cubrieron el río y los navíos salieron disparados, río arriba, como puercoespines asustados, erizados de flechas de proa a popa y hasta en el palo mayor.


Las capitanas pelearon riendo. Se pusieron al frente de los hombres, hembras de mucho garbo y trapío, y ya no hubo miedo en la aldea de Conlapayara. Pelearon riendo y danzando y cantando, las tetas vibrantes al aire, hasta que los españoles se perdieron más allá de la boca del río Tapajós, exhaustos de tanto esfuerzo y asombro.


Habían oído hablar de estas mujeres, y ahora creen. Ellas viven al sur, en señoríos sin hombres, donde ahogan a los hijos que nacen varones. Cuando el cuerpo pide, dan guerra a las tribus de la costa y les arrancan prisioneros. Los devuelven a la mañana siguiente. Al cabo de una noche de amor, el que ha llegado muchacho regresa viejo (Galeano, 1983: 122-123).


Así, otra leyenda más se incorporó a la historia del descubrimiento del río Amazonas. Durante mucho tiempo se dio por sentado que en realidad estas mujeres guerreras habitaban la Amazonia, sobre todo porque el jesuita español –que realizó el viaje por el río en 1639– insistió en que el relato de Carvajal era verídico, aunque él mismo no se topó con ellas. En 1745, el científico y explorador francés Charles-Marie de La Condamine no sólo publicó las primeras descripciones rigurosas sobre el curare (el mortal veneno empleado por varias tribus amazónicas para la cacería y la guerra), el caucho y la quinina, sino que puso en duda la existencia de tales guerreras. Después, el sabio alemán Alexander von Humboldt negó rotundamente que hubiera “repúblicas femeninas” en la Amazonia, aunque admitió que entre algunas tribus amazónicas las mujeres ayudaban a sus hombres en el combate. Así, lo registrado por Carvajal pasó a formar parte de un mito, uno que le costó al fraile quedar tuerto, como Orellana, pues en otro combate recibió un flechazo en el ojo.

Tras un par de meses más de ir al garete por la corriente del río, las naves de Orellana lograron salir al mar y pusieron proa al norte para llegar a Santo Domingo (capital de la actual República Dominicana) el 22 de noviembre de 1542. A su regreso a España, Orellana no sólo fue absuelto de las acusaciones de traición que había hecho llegar Pizarro, sino que además obtuvo que el rey lo nombrara adelantado al mando de una segunda entrada al Amazonas; pero esta vez el desastre le alcanzó poco después de entrar a la boca del río a fines de 1545. Uno de sus barcos naufragó y otros encallaron; Orellana no pudo conducir a su gente hasta las fértiles tierras río arriba porque se perdió entre los canales e islas del intrincado delta; el hambre y las flechas de los indios mataron a muchos. El osado capitán murió de “fiebres y de pena”, según lo dicho por su joven y reciente esposa, Ana de Ayala, que, sin ser amazona, sí fue una de las sobrevivientes de la malograda expedición.

La expedición de Ursúa y Aguirre

Lope de Aguirre


El segundo jalón de la navegación española del Amazonas en el siglo XVI constituyó otra tragedia en la cual destaca la controvertida figura de Lope de Aguirre, un vasco nacido en Guipúzcoa entre 1511 y 1516. Llegado a América en 1536, anduvo por Honduras, Panamá y Perú, siempre vinculado a actos de rebeldía o insurrección contra las autoridades de la Corona que le valieron ser conocido como “Aguirre el loco”. En 1560, se enroló como maestre de campo en la expedición del capitán Pedro de Ursúa, en la que iban algunas mujeres, destacadamente Inés Atienza, que era la mujer del capitán, y la hija mestiza de Aguirre, llamada Elvira. Cuando surcaban el río Marañón en balsas y con el pretexto de que Ursúa descuidaba su liderazgo por sólo interesarse en estar con la hermosa doña Inés, Aguirre y un tal Fernando de Guzmán encabezaron un motín en el que asesinaron a Ursúa y a sus seguidores más leales. Aguirre culminó entonces sus veleidades insurreccionales al convencer a los amotinados de que renunciaran a la relación de vasallaje que debían a Felipe II, el rey español, y nombraran a Guzmán “emperador de Perú, gobernador de Chile y príncipe de Tierra Firme por la gracia de Dios”. Poco le duró el gusto a ese nuevo emperador, pues el 22 de mayo de 1561, cuando la expedición llegaba a la confluencia del río Negro con el Amazonas, Aguirre lo asesinó y poco después hizo lo mismo con la bella Inés y con otros de quienes recelaba que lo pudieran traicionar:


… las muertes se suceden, la expedición asume el carácter de un ciclo de violencia que parece no tener fin, cualquier mínima sospecha de deserción es ahogada en sangre; la llegada a [la isla de] Margarita reviste el mismo tono de violencia, cuyo clímax se alcanza … [en Venezuela], cuando Aguirre llega a matar a su propia hija, y sólo concluye en Barquisimeto el 27 de octubre con su propia muerte (Díaz, s/f: 27-28).


Este trágico episodio, conocido como la “Jornada de Omagua y El Dorado”, por ser tal el título de la relación de los hechos –atribuida por algunos a Pedrarias de Almesto y por otros a Custodio Hernández–, es uno que ha atraído la atención de multitud de autores, desde los cronistas contemporáneos hasta escritores modernos como Ramón J. Sender, Julio Caro Baroja, Giovanni Papini o el historiador Emiliano Jos, entre otros; y también ha sido llevado a la pantalla cinematográfica por el destacado director alemán Werner Herzog (en Aguirre, la ira de Dios, película de 1972 que buena cantidad de críticos especializados han calificado de obra maestra). Este interés suscitado por la extraña figura de Lope de Aguirre se relaciona sin duda con la desquiciante historia de la intrusión de la civilización en el “río de la desolación”, como llama Javier Reverte al Amazonas, pero también se explica porque algunos escritores y estudiosos han considerado a Aguirre como cabeza del primer intento independentista de los súbditos españoles en América, lo cual quedó manifestado en su Carta a Felipe II. Si la “Jornada de Omagua y El Dorado” se puede entender como tal, o si fue simplemente un perturbador suceso llevado a cabo por un enloquecido pirata y sus seguidores, queda aquí como una interrogante.

La expedición de Texeira y Acuña

Otra expedición por el Amazonas que no ha despertado tanto interés como las dos anteriores es la comandada por el capitán Pedro Texeira Molato, un portugués que se distinguió sirviendo a la corona española. Sus viajes, pues en realidad se trata de dos recorridos por el Amazonas, uno de ida y otro de vuelta, se enmarcan en un contexto un tanto distinto a los de Orellana y Aguirre. Un siglo después de aquéllos, Texeira ya no se adentra en el río buscando fábulas y quimeras, sino que lleva a cabo una empresa cuyo objetivo es consolidar una ruta que posibilite la conexión entre los crecientes centros de la colonización española en la vertiente andina del Pacífico y la salida de su producción al Atlántico que representaba el curso del Amazonas. Entre 1616 y 1625, Texeira se destaca al combatir exitosamente a los holandeses e ingleses que pretendían establecer fuertes y factorías en el curso inferior del río. Para probar la posibilidad de la conexión mencionada, Texeira emprendió primero la empresa de remontar el curso del río.[7] Así, partió de Marahão el 25 de julio de 1637 y alcanzó Belém do Pará (que se convertiría poco a poco en el puerto más importante situado en la desembocadura del río) a fines de octubre. De allí subió a contracorriente en 47 barcazas ligeras, en las que iban unos setenta soldados portugueses y algunos centenares de indígenas (hombres de guerra, mujeres y muchachos de servicio). Debido a la fuerza de las corrientes que debieron enfrentar, tardaron casi un año en completar el viaje.

Desconfiadas de la presencia de tanto portugués, las autoridades coloniales de Quito, por entonces parte del virreinato del Perú, solicitaron que el virrey, el cuarto conde de Chinchón (Luis Jerónimo Fernández de Cabrera), decidiera qué hacer. El conde-virrey ordenó entonces que Texeira volviera por el mismo camino que había navegado, pero en esta ocasión acompañado por el sacerdote jesuita Cristóbal de Acuña (1597-1675), nacido en Burgos, España. Este fraile era hermano de Juan de Acuña, caballero de la orden de Calatrava y capitán general del virreinato del Perú, además de corregidor de la ciudad de Quito y su comarca. La intención de las autoridades españolas era que fray Cristóbal y su compañero, el también jesuita Andrés de Artieda, fungieran como veedores y testigos confiables de la viabilidad de la ruta y de lo dicho por Texeira y su gente. Se les encomendó la misión de llevar un registro pormenorizado del viaje río abajo y desde Pará embarcarse con destino a España para llevar su informe al rey. Se trataba de hacer prevalecer los supuestos derechos españoles a monopolizar la navegación por el Amazonas y desplazar a los portugueses y en mayor medida a otros europeos.

A la postre, tal intento fracasaría y sería Portugal el reino que terminaría prevaleciendo en la mayor parte del curso del Amazonas. En ese sentido político, el viaje de Cristóbal de Acuña con el capitán Texeira (realizado de febrero a diciembre de 1639) acabó por no tener mayor trascendencia; sin embargo, Acuña se entrevistó con el rey español en marzo de 1640 y presentó su memorial ante el Consejo de Indias, que decidió su inmediata publicación. La obra, titulada Nuevo descubrimiento del gran río de las Amazonas, se tradujo a varias lenguas europeas y constituyó una base documental para que el misionero jesuita Samuel Fritz, nacido en Bohemia, elaborara en las primeras décadas del siglo XVIII el primer mapa confiable de la Amazonia (desde luego, para este trabajo también contribuyeron los muchos años que Fritz pasó en los territorios del río). En cualquier caso, la obra de Acuña resulta interesante de conocer porque:


Acuña, dotado de un poder de observación privilegiado, escribe con sentido del rigor y capacidad de síntesis, hondamente persuadido de la importancia de su testimonio, sin gangas retóricas ni envaramientos, anotando con claridad cuanto veía, a veces se diría que extraña y muy precozmente imbuido de una visión antropológica moderna, abierto al universo de lo diferente y con rapidez penetrante en aquella selva de imágenes absolutamente nuevas, con señorío, facultad y arbitrio para registrarlas y comprenderlas (Arellano, Díez y Santonja, 2009: 8).


A manera de conclusión

Primer mapa confiable de la Amazonia elaborado por Samuel Fritz y publicado en 1707


Las exploraciones del río Amazonas que hemos abordado aquí constituyen apenas un inicio de la develación del inmenso sistema fluvial que componen el Amazonas y sus innumerables tributarios. Tras los españoles de los siglos XVI y XVII seguirían adentrándose en la cuenca amazónica los portugueses y luego otros europeos. La lista de tributarios de su exploración por viajeros estudiosos incluye desde los viajeros de la época de la Ilustración, como La Condamine y Humboldt, hasta los modernos antropólogos y etnobotánicos, como los estadounidenses Richard Evans Schultes y Timothy Plowman, por mencionar algunos. Quizá sea posible decir que todavía existen partes inexploradas en la Amazonia y que entonces lo iniciado por Orellana y Carvajal no ha terminado. Además, los límites de espacio que aquí tenemos han impedido la revisión de otros aspectos de la exploración del Amazonas relacionados más bien con los procesos de colonización interna y explotación de los recursos naturales por parte de los nacionales de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Brasil, que a partir del siglo XIX hasta nuestros días son los países ligados históricamente al fluir del río. O con la acción de las transnacionales caucheras, por ejemplo, una historia también desoladora pero ilustrativa donde personajes como Roger Casement debieran ser justamente recordados. Tal vez en otra ocasión podamos extendernos sobre estas otras historias del río más grande del mundo.

Referencias

ARELLANO, I., J. Díez, y G. Santonja (eds.) (2009). Cristóbal de Acuña: Nuevo descubrimiento del gran río de las Amazonas. Madrid: Universidad de Navarra / Iberoamericana / Vervuert.

DAVIS, W. (2004). El río. Exploraciones y descubrimientos en la selva amazónica. Bogotá: El Áncora Editores / Fondo de Cultura Económica.

DÍAZ, R. (ed.) (s/f). La aventura del Amazonas. Madrid: Dastin (Colección Crónicas de América, 28).

DUFFY, G. (2007). Amazon river ‘longer than Nile’. En BBC News [en línea]: <news.bbc.co.uk/2/hi/americas/6759291.stm> [consultado: 16 de junio]. Ir a sitio

GALEANO, E. (1983). Memoria del fuego. I. Los nacimientos. México: Siglo XXI Editores.

HASKINS, C. P. (1943). The Amazon. The Life History of a Mighty River. Garden City (Nueva York): Doubleday, Doran & Company.

LATORRE, O. (1995). La expedición a la canela y el descubrimiento del Amazonas. Quito: Artes Gráficas Señal.

REVERTE, J. (2004). El río de la desolación. Un viaje por el Amazonas. Barcelona: Areté / Plaza Janés.

ROACH, J. (2007). Amazon Longer Than Nile River. En National Geographic News [en línea]: <news.nationalgeographic.com/news/2007/06/070619-amazon-river.html> [consultado: 28 de octubre]. Ir a sitio

WOOD, M. (2000). Conquistadors. Berkeley y Los Ángeles: University of California Press.

NOTAS

* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió la serie Palabras, libros, historias.
  1. Unos quince tributarios del Amazonas tienen mucho más de 1500 kilómetros de largo cada uno. Los más importantes en el lado norte son: Napo, Putumayo, Japurá y Negro; en el lado sur: Huallaga, Ucayali, Madeira, Tapajós, Xingú y Tocantins.
  2. Vicente Yáñez Pinzón (ca. 1462-1514) era miembro de una familia de reputados marineros. Su hermano mayor, Martín Alonso, entró en tratos con Colón cuando éste buscaba el apoyo de Isabel y Fernando, los Reyes Católicos de España, para financiar su proyecto de navegar el Atlántico para llegar a Asia. Martín comandó otra de las carabelas de Colón, La Pinta, pero, a pesar de los acuerdos originales según los cuales el luego almirante compartiría créditos y honores con los Pinzones, a éstos se les escatimó gran parte de la gloria y de los dividendos que suponía el éxito del famoso viaje.
  3. Fernández de Oviedo (1478-1557) fue soldado en las guerras de Italia, se embarcó por primera vez al Nuevo Mundo en 1513 y, con diversos puestos oficiales, cruzó el Atlántico de España a América y viceversa doce veces. Fue el autor de la monumental Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar océano, cuya primera parte se publicó en fragmentos entre 1535 y 1557; en forma abreviada esta obra fue traducida y publicada en latín, inglés e italiano también en el siglo XVI.
  4. Fueron así los primeros europeos en avistar y descender el impresionante salto de San Rafael, en el oriente de Ecuador.
  5. Dos de estos 57 eran frailes, uno el propio Carvajal y otro Gonzalo de Vera, un mercedario que no escribió nada –o no se conoce que lo haya hecho– sobre el viaje; además iban dos negros que servían como remeros y que la crónica de Carvajal no cuenta.
  6. La etimología más comúnmente aceptada deriva amazonas del griego clásico , que se compone de a –marca de privativo, es decir, “sin, ausencia de” –y (mazón), sustantivo que significa “pecho, teta, seno femenino”. Así, amazona es equivalente a “sin seno”, en referencia a que las mujeres guerreras de Asia mencionadas en la Ilíada de Homero se amputaban el seno derecho para poder tirar mejor con el arco. Sin embargo, también se menciona que la palabra fue un calco de la palabra ha-mazan-, que significaba “guerrero” en una lengua no especificada del antiguo Irán.
  7. A mediados de la década de los treinta del siglo XVII, el capitán Juan de Palacios, su tropa y unos frailes franciscanos habían salido de Quito y descendido por el río hasta un punto no bien determinado, donde Palacios y algunos de sus hombres murieron asesinados por los indios. La expedición regresó a Quito, excepto los legos fray Domingo de Brieva y fray Andrés de Toledo, quienes junto con seis soldados continuaron en canoas hasta Belém do Pará, tras haber recorrido “…inmensas provincias de bárbaros, y muchas de ellas de caribes, que comen carne humana.” (apud Latorre, 1995: 98). Este viaje reavivó el interés por la ruta fluvial amazónica.
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