Poemas para LEER CON TODO

Gerardo Daniel Cirianni[*]



Me gustan los dichos populares, resumen años de experiencia de millones de personas. Entre nosotros, actuar con todo es hacerlo con todas las ganas, ponerle toda la pila. Hace unas décadas, nuestras madres y abuelas –que, dicho sea de paso, en general nos contaron muchas más historias que nuestros padres y abuelos– hubieran dicho leer con alma y vida… (Es así el lenguaje: cambia, sustituye, suprime, agrega, pero siempre dice.) Con todo, con alma y vida, o como no sabemos cómo se nombre en el futuro, la cosa es que deseamos leer poesías con la mayor atención, con el mayor interés y apostando a que esas lecturas nos harán gozar, pensar, sentir, y también, en ocasiones, decidir cosas muy importantes.



c Poemas para leer con todo

Nos interesa leer en grupo. Esto no significa que la lectura solitaria y silenciosa no la consideremos muy importante, desde luego que lo es; pero la lectura en voz alta y en grupo nos abre a nuevas entonaciones, a diferentes escuchas e interpretaciones, y entonces la riqueza crece. No olvidemos que un poeta dijo con mucho tino que la palabra muestra y oculta. Por eso, cuantas más voces la entonen, la interpreten, la comenten, las posibilidades de ingresar en lo que muestra son mayores. Desentrañar el sentido total de la palabra, por supuesto, es imposible, y eso no me preocupa, al contrario, me da mucha felicidad que las palabras, como el amor, conserven siempre un poco de misterio.

Los poemas que se presentan a continuación son de diferentes poetas y épocas. Esta selección no ha sido casual, responde a la intención de mostrar que la poesía ha sido, es y será siempre necesaria. Sin embargo, en muchas ocasiones, ella ha sido el patito feo, la cenicienta de muchos lectores que la viven como extraña, incomprensible, ajena a sus gustos.

Esta breve selección no resolverá tal dificultad, tan extendida y antigua, pero pretende tender un puente para disfrutar de la poesía, para conversar sobre ella, para de a poquito ir haciéndola propia, lo que no significa desde luego que toda poesía ni todo poeta deba agradarnos –como ocurre con todo y en todos los órdenes de nuestras vidas–; se trata, simplemente, de tender una mano entre algunos poemas y muchos lectores.


Poesía para conversar



Pasa el tiempo

Carlos Luis Sáenz (Heredia, Costa Rica, 1899-1983)


Pasa el tiempo,
como un ángel,
sobre la casa en paz.
El silencio de la tarde
florece en la eternidad
y, aunque no se han dicho
todos los poemas,
en los aires futuros
ya se dirán.



Poética

Joaquín Giannuzzi (Buenos Aires, 1924 - Salta, 2004)


La poesía no nace.
Está allí, al alcance
de toda boca
para ser doblada, repetida, citada
total y textualmente.
Usted, al despertarse esta mañana,
vio cosas, aquí y allá,
objetos, por ejemplo.
Sobre su mesa de luz
digamos que vio una lámpara,
una radio portátil, una taza azul.

Vio cada cosa solitaria
y vio su conjunto.
Todo eso ya tenía nombre.
Lo hubiera escrito así.
¿Necesitaba otro lenguaje,
otra mano, otro par de ojos, otra flauta?
No agregue. No distorsione.
No cambie
la música de lugar.
Poesía
es lo que se está viendo.




Para conversar sobre este poema (de qué creo que nos habla)

La mayoría de las personas piensan en la poesía como algo inalcanzable; pero ocurre que todo es poesía: las cosas, las relaciones entre las cosas, las emociones, las relaciones entre las cosas y las emociones, lo que hay en mi vida, en la tuya, en cualquier ser, metal, sabor, olor, forma o lo que quieras ver, oír o sentir. La cosa pasa por disfrutar con las palabras y tender un puente entre ellas, nosotros y lo que ellas nos cuentan a nosotros. ¿No les parece?


De esto habla este poema

Volvamos entonces a leer el poema, ahora en voz alta. Escuchemos varias voces entonando las mismas palabras y luego conversemos sobre lo que el poema produce en nuestro interior.

No es necesario leer verso a verso. Cada lector puede elegir lo que sea necesario y buscar el ritmo y los silencios que crea pertinentes.

¡La aventura ha comenzado!



El silencio que queda entre dos palabras...

Roberto Juarroz (Buenos Aires, 1925-1995)


El silencio que queda entre dos palabras
no es el mismo silencio que envuelve una cabeza cuando cae,
ni tampoco el que estampa la presencia del árbol
cuando se apaga el incendio vespertino del viento.


Así como cada voz tiene un timbre y una altura,
cada silencio tiene un registro y una profundidad.
El silencio de un hombre es distinto del silencio de otro
y no es lo mismo callar un nombre que callar otro nombre.


Existe un alfabeto del silencio,
pero no nos han enseñado a deletrearlo.
Sin embargo, la lectura del silencio es la única durable,
tal vez más que el lector.


Comentarios sobre el poema

Solemos pensar que sólo las palabras dicen, pero hay silencios que acarician, silencios que golpean, que interrogan, que esconden. En realidad, todo lo que decimos sería incomprensible si no estuviera rodeado, arropado, corregido, interrogado por silencios.

Los silencios se dan entre palabras, pero también más allá de ellas. La naturaleza está repleta de silencios y, aunque parezca extraño, éstos permiten todos los susurros, los trinos, los truenos y el lenguaje del agua y de la tierra cuando se revela en terremotos.

Sin los silencios, los seres humanos y el universo todo no seríamos más que un amasijo incomprensible de sonidos. Los silencios los aclaran, les dan sentido y transparencia.

Conversemos sobre lo que sentimos acerca de esto. Volvamos a leer en voz alta varias veces este poema y platiquemos sobre las sensaciones que nos despierta.


Frase para conversar, para intercambiar puntos de vista

Un buen libro no es el que sólo nos entretiene y luego se olvida fácilmente, es aquel que deja titilando alguna inquietud irresuelta, un cono de sombra que desafía los comentarios que todo lo pueden.


Gallo

Juan José Hernández (Tucumán, Argentina,
1932-2007)


Remachado de soles,
la tumultuosa cresta
festoneada
sobre el ojo redondo que se agranda:
gota de miel sobresaltada,
el gallo, en la mañana,
con espadas con plumas y con llamas,
sube a la rama del naranjo y canta.
(Toda la luz de fiesta
en su garganta.)

Comentarios sobre el poema

Qué diferencia enorme entre una descripción, digamos habitual, de lo que es un gallo, y las imágenes a las que nos invita la poesía, ¿verdad? Cresta tumultuosa, espadas con plumas y con llamas, toda la luz de fiesta en su garganta… y así sucesivamente.

El poeta parece decirnos con una voz bajita pero intensa: sigue, sigue, anímate, di más cosas que nos permitan verlo, olerlo, palparlo con nuevas y bellas imágenes. Porque el lenguaje poético es eso, un modo inusual de disfrutar de la grandiosidad de la palabra, una convocatoria a sumar colores y formas para volver a ver lo conocido, pero con nuevos ojos.

Volvamos entonces a escuchar este breve texto, que varias voces nuevas lo canten para que luego, solos o acompañados, colguemos del porte majestuoso del gallo, nuevas figuras poéticas que lo acompañen en su vuelo de palabras.


Fui al río...

Juan L. Ortiz (Puerto Ruiz, Argentina, 1896-1978)


Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,
pero no podía.



Regresaba
–¿Era yo el que regresaba?–
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
Me atravesaba un río, me atravesaba un río!



De esto habla el poema

Somos naturaleza. De eso no hay ninguna duda. Sin embargo, como seres conscientes de nuestra existencia, hemos caído en la trampa de creernos diferentes a ella y con derecho a dominarla, transformarla a nuestro gusto, apropiarnos de ella, hacernos sus dueños.

Las personas que no piensan así, como es el caso del autor de este poema (y como muchos más afortunadamente), sufren cuando la cultura los separa del orden natural y luchan por volver a sentirse parte indivisible del universo. Cuando sienten que logran su cometido, lo disfrutan con intensidad.

Juan L. Ortiz vivió siempre en Gualeguay y amaba a su río. Con frecuencia pasaba varias horas contemplándolo. Fruto de estas contemplaciones nació este poema.

Volvamos a escucharlo entonado por nuestras voces y abramos la palabra a todo lo que nos nazca a partir de la escucha.

Recordemos que no es necesario leer verso a verso haciendo una pausa al final de cada uno. Podemos agrupar y separar las ideas al leer en voz alta tanto como lo sintamos necesario.

Buen viaje al Gualeguay y al centro de nuestras emociones, con un poema que transmite un misticismo difícil de alcanzar.


El canto del Viento

Atahualpa Yupanqui (Pergamino, Argentina, 1908-1992)


Corre sobre las llanuras, selvas y montañas, un infinito viento generoso.

En una inmensa e invisible bolsa va recogiendo todos los sonidos, palabras y rumores de la tierra nuestra. El grito, el canto, el silbo, el rezo, toda la verdad cantada o llorada por los hombres, los montes y los pájaros van a parar a la hechizada bolsa del Viento.

Pero a veces la carga es colosal, y termina por romper los costados de la alforja infinita.

Entonces, el Viento deja caer sobre la tierra, a través de la brecha abierta, la hilacha de una melodía, el ay de una copla, la breve gracia de un silbido, un refrán, un pedazo de corazón escondido en la curva de una vidalita, la punta de flecha de un adiós bagualero.

Y el viento pasa, y se va. Y quedan sobre los pastos las “yapitas” caídas en su viaje.

Esas “yapitas”, cuentas de un rosario lírico, soportan el tiempo, el olvido, las tempestades. Según su condición o calidad, se desmenuzan, se quiebran y se pierden. Otras, permanecen intactas. Otras, se enriquecen, como si el tiempo y el olvido –la alquimia cósmica– les hicieran alcanzar una condición de joya milagrosa.

Pero llega un momento en que son halladas estas “yapitas” del alma de los pueblos. Alguien las encuentra un día.

¿Quién las encuentra?

Pues los muchachos que andan por los campos, por el valle soleado, por los senderos de la selva en la siesta, por los duros caminos de la sierra, o junto a los arroyos, o junto a los fogones. Las encuentran los hombres del oscuro destino, los brazos zafreros, los héroes del socavón, el arriero que despedaza su grito en los abismos, el juglar desvelado y sin sosiego.

Las encuentran las guitarras después de vencido el dolor, meditación y silencio transformados en dignidad sonora. Las encuentran las flautas indias, las que esparcieron por el Ande las cenizas de tantos yaravíes.

Y con el tiempo, changos, y hombres, y pájaros, y guitarras, elevan sus voces en la noche argentina, o en las claras mañanas, o en las tardes pensativas, devolviéndole al Viento las hilachitas del canto perdido.

Por eso hay que hacerse amigo, muy amigo del Viento. Hay que escucharlo. Hay que entenderlo. Hay que amarlo. Y seguirlo. Y soñarlo. Aquel que sea capaz de entender el lenguaje y el rumbo del Viento, de comprender su voz y su destino, hallará siempre el rumbo, alcanzará la copla, penetrará en el Canto.


De qué habla don Atahualpa en este poema en prosa

Yupanqui, al igual que Juan L. Ortiz, se siente parte de la naturaleza, atravesado por ella, agradecido de ser parte de ella. Eso es lo que constituye el corazón de su discurso poético, que deja para sí y para todos nosotros la posibilidad, el privilegio, de cantarlo y contarlo a partir de las yapitas que deja caer a veces la inmensa bolsa del Viento, esa fuerza tremenda que todo lo trae y todo se lleva.

Hay por ahí una zamba antigua que en uno de sus versos nos cuenta que “con las hilachitas de una esperanza trenzan sus sueños los tucumanos…”. Esa zamba se llama “La pobrecita” y también pertenece a don Atahualpa. Esto nos muestra que hay en la obra de este gran poeta y músico una idea recurrente: el arte, sea poético, musical, pictórico o del tipo que se nos ocurra, nace de minúsculos destellos que podemos descubrir en esa inmensidad inabarcable que denominamos creación, una palabra vaga que, sin embargo, ayuda a pensar en nacimientos, en belleza, en vida…

¿A quién le atribuye don Ata la posibilidad de recoger las yapitas que sólo a veces se escapan de esa inmensa bolsa del Viento y hacerlas crecer en cuentos, cantos, en versos? Pues naturalmente a las mujeres y hombres que todos los días trabajan y se esfuerzan para que la vida sea mejor para todos: los campesinos, los mineros, los obreros, las personas que él más respetaba y amaba.

Estamos entonces ante la gran posibilidad de entablar conversaciones entre nosotros a partir de lo que esta página de Atahualpa nos sugiere. A lo mejor, una palabra, una frase, un fragmento puede ser suficiente para, como diría don Ata, hallar el rumbo, alcanzar la copla.

Todas las posibilidades están entonces al alcance de nuestras palabras.

NOTAS

* Maestro y, desde hace más de veinticinco años, formador de maestros en varios países de América Latina. Reside en Argentina, donde dicta seminarios y conferencias. Pasa algunos meses del año en México dando charlas y talleres a maestros, profesores de educación media y educadoras de nivel preescolar.

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