Los héroes que nos dieron patria
GUADALUPE VICTORIA,
DE GUERRILLERO A PRESIDENTE

Andrés Ortiz Garay[*]



Este artículo revisa la trayectoria de uno de los principales próceres de la independencia de México: de bisoño oficial en el ejército de Morelos a caudillo regional de la insurgencia; de fugitivo hambriento y asediado a primer presidente de la república; de humilde estudiante de leyes a general, hacendado, senador, gobernador y diplomático.




c Los héroes que nos dieron patria Guadalupe Victoria, de guerrillero a presidente

A pesar de su multifacética actuación durante la guerra contra la dominación española y en las primeras décadas del México independizado, Guadalupe Victoria es uno de los héroes de la patria cuyo nombre pocas veces aparece en las conmemoraciones de la Independencia mexicana. Quién sabe por qué los presidentes lo excluyen de sus vivas a los paladines de nuestra historia en la ceremonia del Grito que tiene lugar en septiembre de cada año. Si fuese porque no estuvo junto a Hidalgo y Allende en Dolores el 16 de septiembre de 1810, tampoco Morelos y Guerrero estuvieron y a ellos siempre los nombran. Aunque muchos mandatarios han manifestado su laicismo y tal vez por eso no hayan querido gritar un ¡viva! que comience con el nombre de la patrona religiosa de México, otros –sobre todo en tiempos recientes– sí que han hecho gala de su catolicismo pero igual lo han dejado de lado. ¿Tendrá que ver esta omisión con una supuesta incongruencia oratoria, ya que un Viva Victoria no parece sonar bien? ¿Será producto de la misoginia que en nuestro presente no acepta un nombre más bien gramaticalmente femenino para apelar a un personaje caracterizado por su valía como guerrero y político masculino? O será que, desde la perspectiva ya enunciada en el artículo introductorio, como no lo fusilaron ni murió combatiendo, no alcanza la categoría de mártir que tan preciada es en la configuración oficialista y popular de la heroicidad atribuida a los fundadores de la nación mexicana.


Casa de nacimiento de Guadalupe Victoria, en Tamazula, Durango


En cualquier caso, impacta de inmediato el cambio de nombre de nuestro personaje. Difícilmente encontraremos otro caso tan sobresaliente en la historia de México, en el que el nombre original haya sido tan completamente olvidado.[1] Tampoco hay fecha precisa para el momento de ese cambio ni se sabe cómo llegó a surtir un efecto tan contundente. Los primeros historiadores de la guerra de Independencia (Carlos María Bustamante, Lucas Alamán y Lorenzo de Zavala, por ejemplo) lo mencionan por primera vez como un oficial apellidado Fernández en las fuerzas de José María Morelos, pero poco después aparece ya nombrado con su nuevo apelativo. De los motivos que lo condujeron a esa transformación ha quedado para la posteridad que Guadalupe se debió a su devoción por la virgen del Tepeyac, y Victoria a su empeño en no abandonar la causa independentista hasta su completo triunfo.

Nacido en Tamazula, Durango (29 de septiembre de 1786), fue bautizado José Miguel Ramón Adaucto Fernández Félix. Era el menor de cinco hijos en una familia de posición acomodada gracias a la posesión de minas de plata y pequeñas haciendas en la provincia de la Nueva Vizcaya. Tuvo tres hermanas y un hermano, Francisco, quien también participó en la lucha independentista.[2] Al morir sus padres, siendo todavía un niño, quedó a cargo de su tío paterno, que era párroco de Tamazula. A los 19 años dejó el pueblo para estudiar en el seminario de la ciudad de Durango y poco después –apoyado por una recomendación del obispo de esa diócesis– logró un pase al Colegio de San Ildefonso, en la Ciudad de México, donde se convirtió en un distinguido bachiller de la carrera de leyes (1807-1811). Su inteligencia y dedicación parecían augurarle un futuro promisorio a aquel estudiante; sin embargo, tras establecer contacto con partidarios del movimiento insurgente en la ciudad, abandonó los estudios de abogacía para sumarse a la revolución de Independencia en las fuerzas de Morelos.

Aunque era común que los criollos que contaban con algún grado de instrucción obtuvieran puestos en la oficialidad de su ejército, Morelos siempre estaba dispuesto a reconocer y premiar el valor y las habilidades de sus subalternos cualesquiera que fuesen sus antecedentes. En el caso de José Miguel Fernández, no está del todo claro qué le habrá valido más, si su nivel educativo o su pericia militar, para obtener el grado de coronel que tenía en noviembre de 1812 al ocurrir la toma de la ciudad de Oaxaca, uno de los más sonados triunfos de aquél. Pero fue entonces cuando las puertas de la historia se abrieron ante nuestro personaje. A pesar de su grandilocuente fama, tal entrada ha estado marcada por la polémica.


El 25 de noviembre de 1812 el ejército insurgente toma la Ciudad de Oaxaca / Plaza de Armas, Oaxaca

c Incidente en Oaxaca

En su Cuadro histórico de la revolución de la América mexicana, Carlos María Bustamante afirma que el cura Mariano Matamoros reunió una tropa bien disciplinada para reforzar la marcha de Morelos sobre Oaxaca, en ella destacaba la fuerza artillera comandada por el coronel Manuel Mier y Terán, “joven en quien sus mismos enemigos han reconocido desde una edad tierna los tamaños de un excelente general” (Bustamante, 1823, Carta Diez y Siete, p. 11). De hecho, durante la batalla por esa estratégica ciudad, la acertada puntería de la batería de Mier y Terán y la captura de un puente donde colocó un cañón que barrió a los enemigos fueron de gran importancia para doblegar su resistencia. Bustamante también menciona la valiente acción protagonizada por el coronel Fernández, quien, al encontrarse ante un foso de agua que impedía el avance de la tropa, arrojó su espada al otro lado y atravesó a nado el obstáculo, animando así a sus hombres para que lo siguieran. Sin embargo, esa misma anécdota se ha contado de otro modo. Lucas Alamán, que no por conservador y bastante antiinsurgente deja de ser un historiador acucioso, dice:

… lleno en aquel tiempo de resolución y entusiasmo, se echó a un foso para pasarlo a nado, y Terán que lo vio luchando para salir del fango lo dejó malignamente en él, comenzando desde entonces la rivalidad que entre ellos hubo durante toda su vida; Fernández, fantástico y extravagante, creyó tiempo después, que conduciría mucho a inspirar prestigio y confianza a la gente que lo seguía, el adoptar un nombre alusivo a la revolución y al resultado que en ella esperaba, y tomó el que hemos dicho, lo que comunicó a Terán como un gran golpe de política; y Terán, hombre dotado de talento muy sólido y que se burlaba de bagatelas, le contestó fingiendo aprobar la idea y que la admitía para sí mismo, proponiéndose llamarse en adelante “Américo Triunfo”. Así desde estos principios iban formándose las rivalidades que habían de ser un día tan perniciosas a la república (1884, pp. 244-245).

Menos conocido, aunque más ilustrativo sobre el carácter del joven todavía llamado José Miguel Fernández, es lo que dice Bustamante acerca de que, a pesar de la prohibición de Morelos, la tropa se dedicó al saqueo de las casas de Oaxaca y que, impotente para contener aquel caos, el joven coronel se sentó en las gradas a la puerta de la catedral, se lamentó amargamente por la conducta depredadora de la soldadesca insurgente y le vaticinó la ruina en pago por los desmanes cometidos, al contrario de la disciplina que los jefes habían pretendido imponer.

Representación de
la valiente acción
protagonizada por el
coronel Fernández, quien,
entrampado ante un foso
de agua que impedía el
avance de sus hombres,
arrojó su espada al otro
lado y atravesó a nado
el obstáculo, animando
así a sus hombres
para que lo siguieran /
Centro de Convenciones
Bicentenario de Durango

c Caudillo irreductible

Entre 1815 y 1818, Guadalupe Victoria se convirtió en uno de los principales caudillos de la insurgencia. Debido a las decisiones tomadas por el Congreso de Anáhuac, Victoria quedó subordinado a Juan Nepomuceno Rosains, un oscuro personaje que había sido secretario de Morelos y que obtuvo el mando de las provincias de Puebla, Veracruz y Oaxaca gracias a su cercanía con el generalísimo y sus ligas con algunos diputados del Congreso. Rosains ascendió a Victoria a teniente coronel y le encargó que recorriese las serranías veracruzanas para tratar de amalgamar los dispersos destacamentos y partidas insurgentes que allí actuaban. Alamán, Bustamante y Zavala coinciden en que Victoria se ganó el respeto y la estimación de los recios jarochos –la gente del pueblo llano, entre mestizo, negro e indio–, quienes llamaban don Guadalupe a aquel norteño que compartía con ellos las largas marchas a caballo bajo la intensa lluvia o el tórrido calor, dormía a su lado a campo raso o apenas cobijado por un techo de cañas y no tomaba ventaja en el reparto de las escasas provisiones de las que disponían.

Tanto entre los enemigos realistas como entre sus competidores en el lado insurgente, su reputación creció cuando los contingentes de jarochos que comandaba se adueñaron de la zona circundante a Puente del Rey, un sitio donde el camino entre el puerto de Veracruz y Jalapa se estrechaba entre las montañas. El dominio de esa zona era estratégico porque por allí debían pasar las mercancías que hacían fluir el comercio entre el puerto de Veracruz y el resto de la Nueva España. Si bien los insurgentes no mantenían allí un ejército permanente, sus diversas partidas se reunían para hostigar, asaltar o combatir a los convoyes que llevaban plata, tabaco y otros bienes de exportación o a los soldados, pertrechos u otros suministros que llegados de Europa pretendían avanzar hacia el interior. Cuando Victoria y su gente no lograban apoderarse completamente de los cargamentos, por lo menos cobraban un derecho de pasaje o les causaban pérdidas al retrasar durante largos lapsos el tránsito mencionado.

Tras la derrota y muerte de Morelos, creció el desprestigio del Congreso de Anáhuac, y el liderazgo de los principales jefes insurgentes se hundió en un entramado de estériles y dañinas luchas por el poder regional. A este faccionalismo –que llegó a enfrentar en combate armado a tropas supuestamente correligionarias– se aunaron tanto el agotamiento de varios largos años de guerra, como la recuperación del poder absolutista por parte de Fernando VII, quien con la derrota de Napoleón Bonaparte tuvo la posibilidad de enviar tropas peninsulares para combatir las rebeliones que convulsionaban sus dominios americanos. Aunado a esto, la política de pacificación preconizada por el virrey Apodaca (llegado a Nueva España a fines de 1816) condujo a muchos jefes insurgentes a aceptar el indulto que se les ofrecía. Algunos, como el desprestigiado y odiado Rosains, se acogieron al perdón de manera ignominiosa, traicionando la causa y a sus antiguos compañeros al integrarse en los escuadrones realistas. Otros, como Terán, Ignacio López Rayón o Nicolás Bravo, se vieron obligados a rendirse, salvando sus vidas gracias a que no habían cometido lo que hoy llamaríamos crímenes de guerra. Tampoco a Guadalupe Victoria se le acusaba de ser criminal ni de cometer latrocinios, pero como también era un jefe importante debía ser sometido, así que un férreo cerco se estrechó sobre él cada vez más. Estuvo a punto de ser capturado mediante la traición de un subalterno, pero logró escapar a la emboscada y entonces acometió otro acto tan increíble o más que el de Oaxaca: se internó en la jungla y no se supo nada de él durante más de dos años.

La parte de la historia que gusta convertirse en leyenda sostiene que el gobierno virreinal se contentó con darlo por muerto y que él, durante treinta meses, se ocultó en ignotas cuevas de la serranía veracruzana en donde por compañía tenía a las fieras, y por alimento, los frutos y bayas silvestres que podía encontrar. Y es plausible imaginar que, en efecto, gran parte de ese tiempo, su vida transcurriera a salto de mata evitando en lo más posible contactos con gente que pudiera delatar su presencia. Lucas Alamán, por su parte, califica esta vida de ermitaño como una más de las mil fábulas acerca de Victoria, diciendo que en realidad se refugió en la hacienda de Paso de Ovejas, propiedad del español Francisco Arrillaga, y que, como no había una especial animosidad contra él, pues nunca cometió excesos ni fue sanguinario con los realistas, éstos terminaron por desentenderse de una búsqueda que no rendía frutos. Mediando entre las dos posibilidades, mi parecer es que Victoria contó con el apoyo y la simpatía de los jarochos en la serranía y con la aquiescencia de “gente de razón”, como Arrillaga, que reconocía su valía personal. Sea como haya sido, el hecho de no acogerse al indulto otorgó a Victoria un aura de irreductibilidad y perseverancia que sería crucial en sus siguientes desempeños y que en términos de la valoración histórica más popularizada lo coloca apenas debajo de Vicente Guerrero, “el insurgente consumador de la Independencia”.


Emily Elizabeth Ward, Puente del Rey, 1827, grabado

c Reaparición, presidencia y últimos años

Al conjuro del Plan de Iguala (febrero de 1821), los caudillos insurgentes indultados u ocultos vuelven a la palestra política demostrando con su reaparición que el ideal de independencia nunca había muerto. Victoria resurge de su anonimato y hace una proclama consignada en la obra de Bustamante y que reproduzco a continuación porque parece reflejarlo con fidelidad:

Conciudadanos: Gracias al cielo, porque benigno se ha dignado conservar maravillosamente mi existencia. Después de haber sufrido por el espacio de treinta meses continuos, tantos y tan extraordinarios sacrificios […] por último, desde una larga distancia, solo, a pie, descalzo, atravesando sierras y bosques, y arrastrándome como pude, he tenido ya el dulce placer de verme incorporado entre los gloriosos defensores del pabellón mexicano, y de ofrecerme de nuevo a vuestra disposición, por si de algún modo mi persona os fuere de alguna utilidad. Unión eterna, conciudadanos, y así nos haremos invencibles. Fijemos de por siempre nuestras ideas; no desmayemos jamás. Tengamos una inalterable constancia, y con el valor firme de hombres libres, hagamos un general esfuerzo hasta lograr la grande obra comenzada. Tomemos ejemplo de los pueblos cultos; ni olvidemos jamás que las otras Américas están ya independientes y que sus hijos son felices; no aguardemos a que las demás naciones nos echen en cara nuestra indolencia. Aprovechemos los preciosos momentos que la alta Providencia compadecida de nuestra infeliz suerte milagrosamente nos ha proporcionado. No nos manifestemos sordos ni insensibles a los penetrantes clamores de la naturaleza; desengañémonos para siempre de que no hay otro medio que morir o ser independientes. Descansad, por último, en la firme confianza, de que en mí no tendréis un jefe, sino un compañero y amigo, que sabrá sacrificarlo todo, todo en las aras de la patria. Dios, independencia y libertad. Campo de Santa Fe sobre Veracruz, Abril 20 de 1821.— Guadalupe Victoria (citado en Bustamante, 1823, p. 56).

Aparecen aquí algunos elementos de consideración al valorar a nuestro personaje. No le falta, desde luego, amor propio; el cielo mismo (¿la Virgen de Guadalupe?) lo ha considerado digno de sobrevivir a circunstancias extremas e incorporarse de nuevo a las fuerzas de la libertad. Pero también hay constancia de una cierta madurez política, pues llama a la unión como principio de la invencibilidad, señala la necesidad de entender lo que sucede en otras partes del mundo y se presenta no como jefe sino como compañero al servicio de una causa común.

Lorenzo de Zavala describió rasgos de la personalidad de Guadalupe Victoria que son interesantes. Le llama hombre del pueblo “porque su nacimiento, sus trabajos y su fortuna han sido del pueblo”; afirma que sus acciones militares fueron más del tipo guerrillero que en grandes batallas; considera la irresolución e indolencia como sus mayores defectos así como “la presunción de poseer grandes conocimientos” que no tenía. Pero suavizando su crítica, Zavala lo califica de: “… humano, amante de la libertad y sinceramente deseoso del bien de su patria”. Y luego da a entender que el hecho de no colaborar en el gobierno de Iturbide, sirvió para que la reputación de Victoria se “elevara” entre los republicanos. (Zavala, 1845, pp. 115-116).

Tras 1821, para los antiguos caudillos insurgentes ya no se trataba de “morir o ser independientes”, sino de vivir la forja de la nueva nación. Sus contemporáneos así lo reconocieron al nombrar a Guerrero, Bravo y Victoria “beneméritos de la patria”, designación que para este último refrendó el Congreso el 25 de agosto de 1843.

Finalmente, Agustín de Iturbide abdicó en marzo de 1823 y el sueño imperial tendría que esperar casi medio siglo para tratar de ser revivido por las fuerzas anacrónicas que lo soñaban. Lo real de ese sueño terminó igual: dos pretendidos emperadores ante el pelotón de fusilamiento. El republicanismo devino doctrina y gobierno en nuestra nación, la única monarquía aceptada sería la de la Guadalupana (aunque quizá para no desentonar demasiado, el primer presidente de la República se llamaría precisamente Guadalupe Victoria).

Su periodo presidencial, del 10 de octubre de 1824 al 1 de abril 1829, estuvo marcado por conflictos que no puedo abordar con detalle, así que sólo enumero los más sobresalientes:

  • La Corona española (encabezada por el renovado poder absolutista de Fernando VII) desconoció los Tratados de Córdoba y con el apoyo de la Santa Alianza europea preparaba planes quiméricos para recuperar sus colonias americanas.[3] El estado de guerra con España era real y no fue sino hasta el 23 de noviembre de 1825 cuando la guarnición del castillo de San Juan de Ulúa capituló y abandonó suelo mexicano.

  • La negativa de España a reconocer la independencia justificó la primera expulsión de españoles residentes en México. Se ha calculado que cerca de un tercio de la población de origen español fue obligada a abandonar el país.

  • El reconocimiento extranjero de la independencia fue una tarea insoslayable para el gobierno de Victoria. El Reino Unido, los Estados Unidos, los Países Bajos, Dinamarca, Francia, la Liga Hanseática y la Confederación Helvética, así como las naciones recién independizadas de Centro y Suramérica, fueron las primeras naciones en establecer relaciones diplomáticas y comerciales con nuestro país. Pero la Santa Sede dio largas a tan ansiado reconocimiento.

  • Ante la devastación económica provocada por once años de guerra y la salida de capitales por la expulsión de los españoles, fue casi un milagro que Guadalupe Victoria terminara completo su periodo presidencial (pasaría mucho tiempo antes de que algún otro presidente lo lograra). A ello contribuyeron los empréstitos otorgados por agentes públicos y privados del Reino Unido. Sin embargo, el gabinete encabezado por Lucas Alamán, ministro de Relaciones Exteriores, inauguró así una nueva forma de dependencia del extranjero que hasta nuestros días continúa siendo muy onerosa para el pueblo mexicano: la deuda externa.

  • Quizás el verdadero poder no residió realmente en el aparato presidencial de Victoria, sino en las logias masónicas que infiltraron todos los ámbitos relevantes para a política de aquel tiempo (gobiernos y congresos de los estados y la federación, prensa, ejército). Los sucesos políticos de finales del gobierno de Victoria (la rebelión de Montaño, la defección del vicepresidente Nicolás Bravo y el motín de la Acordada) demostraron que las élites rectoras, acaudilladas por antiguos jefes insurgentes y sus asesores masónicos, tenían muy poco respeto por la Constitución Federal de 1824 y las leyes emanadas de ella.


Antigua vista del castillo y puerto de San Juan de Ulúa


Guadalupe Victoria pasó la última década de su vida alternando sus estancias en su hacienda El Jobo, Veracruz, con su desempeño como senador por Durango y Veracruz (1832-1834), brazo armado del gobierno contra varias rebeliones (desatadas en Puebla, Veracruz, Oaxaca y el Estado de México), gobernador interino de Puebla y comandante general de Veracruz (1838 cuando amenazaba una guerra contra Francia). En 1841 contrajo matrimonio con María Antonia Bretón y Velázquez. Murió a los 57 años de edad en la fortaleza de San Carlos, en Perote, Veracruz, el 21 de marzo de 1843.

La siguiente cita me parece un adecuado final para este artículo:

La desaparición de Iturbide abrió el campo a los tres hombres más distinguidos, condecorados con la sublime denominación de beneméritos de la patria, y en esta manera elevados al apoteosis estando vivos. Estos fueron Victoria, Guerrero y Bravo. El primero reunió más sufragios para la primera presidencia constitucional; y hemos visto a Bravo levantarse para derribarlo, mientras que Guerrero lo sostenía. He aquí el origen de las enemistades de estos ilustres ciudadanos, entre los cuales indisputablemente Victoria ha dado pruebas de mayor moderación o de un patriotismo más ilustrado.— Algún día, me dijo Victoria varias veces, cansada la república de choques continuos, de guerra civil y de proscripciones, recordará con complacencia los pacíficos días de mi administración; y los que hoy me acusan de apático, se convencerán de que la nación necesita más la calma y la circunspección, que los esfuerzos inútiles para hacerla andar. Quizás en el fondo decía bien este caudillo honrado (Zavala, 1845, pp. 219-220).


Guadalupe Victoria murió a los 57 años de edad en la fortaleza de San Carlos, en Perote, Veracruz, el 21 de marzo de 1843

c Referencias

ALAMÁN, Lucas (1884). Historia de México. Tomo III. https://archive.org/details/historiademexic05alamgoog/page/244/mode/2up?view=theater [edición digital basada en la original de la Imprenta de Victoriano Agüeros y Comp., Editores, 1884]. Ir al sitio

BUSTAMANTE, Carlos María de (1823). Cuadro histórico de la revolución de la América mexicana. https://archive.org/details/cuadrohistricod01unkngoog/page/n258/mode/2up?ref=ol&view=theater [edición digital basada en la original de la Imprenta de la Águila, 1823]. Ir al sitio

ZAVALA, Lorenzo de (1845). Ensayo histórico de las revoluciones de México, desde 1808 hasta 1830. Tomo segundo. https://www.cervantesvirtual.com/obra/ensayo-historico-de-las-revoluciones-de-mexico-desde-1808-hasta-1830-tomo-segundo/ [edición digital basada en la original de Manuel N. de la Vega, 1845]. Ir al sitio

Notas

* Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.
  1. Tenemos a Pancho Villa, seguramente más famoso, pero que adoptó un nombre mucho menos estrafalario y debido a que, en su condición de bandolero, debía mantener en secreto su verdadera identidad.
  2. Murió fusilado (11 de septiembre de 1830) tras el golpe de estado que puso fin al mandato presidencial de Vicente Guerrero, de quien Francisco era partidario.
  3. Aunque haya sido derrotada en suelo mexicano, la expedición al mando del brigadier Isidro Barradas (julio-septiembre de 1829) demostró que no eran tan fantásticos tales planes.
c Créditos fotográficos

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CORREO del MAESTRO • núm. 311 • Abril 2022