El fluir de la historia YENISÉI Y LENA: LA CONQUISTA DE LOS RÍOS SIBERIANOS Andrés Ortiz Garay[*] ![]() Por el tamaño de su superficie, Siberia, es decir, la mayor parte del norte de Asia, rebasa por mucho a cualquier nación del planeta. Sus grandes sistemas fluviales se convirtieron en las vías seguidas para integrar ese inmenso territorio en el Imperio ruso, uno de los más extensos y poderosos de la historia mundial. Yeniséi y Lena: la conquista de los ríos siberianos
Tras los terrenos pantanosos del Pripet, las llanuras de Europa oriental se abren hacia el este sin que ningún obstáculo natural les impida el paso. Ciertamente, la cordillera de los montes Urales, considerada como límite entre Europa y Asia, podría considerarse uno, pero en realidad sus elevaciones –que no alcanzan más allá de los dos mil metros sobre el nivel del mar– ofrecen en varias zonas, pasos bastante cómodos hacia la Siberia occidental o viceversa. Los Urales no han constituido nunca una barrera natural que provoque diferencias ambientales notorias en ambos lados de sus vertientes, ni han interrumpido decisivamente la interacción y la comunicación entre las sociedades humanas desarrolladas a sus costados, así que tampoco han originado divergencias etnolingüísticas de importancia. En Siberia, al este de los Urales, más que la altitud del terreno, otro tipo de factores geográficos intervinieron con mayor determinación en las configuraciones sociales. Me refiero, específicamente, a las condiciones climatológicas que, a la par de las redes fluviales existentes, determinaron la espacialidad de las regiones biomáticas naturales y, con ello, los tipos de desarrollo de las poblaciones humanas que allí han hecho historia. Puesto que la llanura de la Europa oriental no está atravesada por ninguna montaña en dirección este-oeste y los Urales, al igual que las montañas del continente americano, transcurren de norte a sur, el clima también se ve determinado por el hecho de que a veces sople con gran fuerza un aire frío hacia el sur sin encontrar en su camino ningún obstáculo […] Los inviernos son fríos, largos y con nieve abundante; los veranos, cortos y calurosos, de no verse interrumpidos por repentinas olas de frío. En primavera y otoño las vías de paso se convierten en un barrizal de espeso fango que entorpece tremendamente el tránsito; y sólo cuando el hielo se ha derretido o bien ha alcanzado la consistencia necesaria para circular en trineo, medio universal de locomoción en todo el territorio, la circulación por los pasos se reanuda. Los ríos, que en general fluyen de norte a sur o viceversa, constituyen importantes vías de comunicación. Las líneas divisorias de aguas configuran a su vez zonas fronterizas. En general también las zonas altas y secas atraen el comercio, y las colonizaciones campesinas siguen el curso de los ríos, siempre que la calidad del terreno lo permita, hasta llegar a sus fuentes […] Estas circunstancias, junto a otras de carácter climatológico, han creado las tres grandes zonas de vegetación que cruzan de este a oeste la llanura de la Europa oriental: al sur, la zona esteparia que limita al norte con una zona de estepa boscosa; la zona de bosque de fronda y bosque mixto en Rusia central; y la zona de bosque de coníferas [taiga] al norte de Rusia que se une a la tundra de la región ártica, lugar que no ofrece posibilidad alguna de subsistencia al colono campesino (Hellmann, 1988: 6-7). ![]() ▼ Los ríos siberianos
El Yeniséi (en ruso Por su parte, el río Lena nace a unos veinte kilómetros al oeste del lago Baikal, en los montes que llevan ese mismo nombre y que se elevan un poco por arriba de los 1500 metros de altitud a partir del extremo norte del lago. El río Lena fluye de ahí hacia el noreste y, tras recibir los aportes de numerosos afluentes, entre los que destacan el Kirenga y el Vitim, desemboca en el mar de Láptev, que es parte del océano Ártico, formando antes de su salida un delta de cerca de diez mil kilómetros cuadrados de superficie, que se divide en siete ramas principales. El Lena tiene una longitud de 4400 km, por lo que ocupa el undécimo lugar entre los ríos más largos del mundo y el noveno en cuanto al tamaño de su cuenca hidrográfica. Al igual que el Yeniséi, la corriente del Lena se hiela durante varios meses del año. En Siberia también corren otros grandes ríos, como el Obi y el Irtysh, que transcurren a lo largo de cinco o seis mil kilómetros desde los montes Altái, donde nace, hasta el mar de Kara, en el Ártico, donde desemboca en un gran golfo. O como el Amur, el “río del Dragón Negro”, que tiene casi cinco mil kilómetros de longitud a partir de sus fuentes en Mongolia hasta su desembocadura en el mar de Ojotsk, frente a la isla de Sajalín, en el océano Pacífico septentrional, y que, al ser el único gran río siberiano que fluye de oeste a este, constituyó durante mucho tiempo la marca fronteriza entre la Rusia siberiana y China. Sin embargo, de estos ríos no nos ocuparemos gran cosa aquí. Lo importante es subrayar que Rusia ha contado con una densa y en gran parte navegable red de ríos que, en toda la era anterior al uso del ferrocarril, ofreció la posibilidad de transportar gente y bienes de una manera más barata, rápida y relativamente más cómoda navegando sobre el agua que cruzando por tierra. Toda la parte central del antiguo Imperio moscovita, aunque muy alejada de los mares, tuvo salida a ellos por medio de varios ríos: hacia el Báltico fluyen el Volkhov, el Narva, el Neva y el Dvina occidental; el Dvina septentrional llega al mar Blanco; el Volga desemboca en el mar Caspio; y por su parte el Dniéper y el Don hacen lo propio en el mar Negro. Al igual que sucede con los ríos de Siberia, a pesar de que la dirección principal de sus corrientes transcurre en un eje sur-norte o viceversa, muchos de los grandes y también navegables ramales tributarios de los grandes ríos forman una densa red que conecta muchos puntos situados en ejes oeste-este o viceversa. Además, los pasos de portaje[2] entre las cuencas de los ríos, por lo general no constituyen barreras infranqueables –al menos en los meses más benignos del año– y se pueden atravesar con relativa facilidad. ![]() De esta manera, tanto el comercio como la unidad política crecieron primero en la parte central de Rusia, al oeste de los Urales, y luego, ya conformado el Imperio moscovita, se replicaron de manera similar en la Siberia fluvial. Sin embargo, también se debe recordar que, en el caso de Rusia, las salidas de los principales ríos al mar terminan en lugares bloqueados (como el Volga en el Caspio), en extensiones de agua limitadas por pequeños estrechos que pueden ser fácilmente bloqueados por flotas enemigas (como en el Sund del Báltico o en la Constantinopla del mar Negro) o desembocan –como tres de nuestros ríos siberianos– en el océano Ártico, parte del año innavegable y siempre peligroso. Estos hechos geográficos limitaron en gran medida la posición de Rusia como potencia marítima y comercial durante mucho tiempo. ![]() ![]() ► Vista aérea sobre el río Yeniséi ► Isla en el río Lena, Rusia ▼ La importancia de Siberia
Aunque ya lo mencioné arriba, me parece necesario insistir un poco en la importancia de la distribución de la vegetación en el territorio siberiano, pues su configuración fue un factor geográfico que determinó la forma y la dirección de la expansión del Imperio ruso (y, en época más moderna, de la propia Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) tanto o quizá más aún que la dirección de los ríos. La extensión de la siguiente cita se justifica porque nos ayuda a entender esa importancia. Al norte de esta inmensa zona [se refiere a la zona esteparia de la Siberia meridional], los bosques de coníferas se extienden sobre muchos millones de kilómetros cuadrados, a la vez que la región más septentrional de todas está compuesta principalmente de tierras pantanosas congeladas. Dentro de estas vastas áreas, la población humana está muy dispersa dado que la agricultura es usualmente imposible. Pero el clima frío y la abundante vegetación han producido una gran gama de animales cuyas pieles hicieron una contribución crucial a las exportaciones y rentas de Rusia hasta principios del siglo XVIII. Fueron esas pieles las que atrajeron a los rusos a los desolados espacios del lejano noreste y de ahí, a partir del siglo XVI, a través de Siberia. Se movieron tan rápido, cruzando la inmensa región siberiana, porque rápidamente agotaron las existencias de pieles preciosas en cualquier área donde penetraban, lo cual les forzaba a ir siempre adelante en persecución de los zorros del Ártico, los castores, las martas cibelinas y otras especies de mustélidos. Generalmente, los historiadores de la expansión imperial hablan en términos de “impulso” y “atracción”. El primero comprende aquellos factores en las metrópolis que animan a estados y gentes hacia la expansión y la colonización. En Siberia, ese “impulso” fueron las pieles. En cierto sentido, ahí no existió el factor “atracción”. No hubo, por ejemplo, vacío, anarquía o amenaza que llevara a los rusos hacia una región que ellos estaban renuentes a conquistar. Y, por otro lado, hubo muy poca resistencia a su avance. En parte esto se debió a factores políticos. El colapso del Imperio mongol y de los kanatos musulmanes que le sucedieron dejó un vacío de poder al este de Moscú […] Las regiones siberianas, ricas en animales portadores de pieles preciosas, sostenían una población demasiado pequeña y primitiva para poder ofrecer resistencia efectiva al avance ruso (Lieven, 2000: 206-207).[3] ![]() ► Acuarela del siglo XIX en la que se representa el comercio de pieles en Siberia En cambio, al sur de la tundra y la taiga, en los abiertos y extendidos pastizales de las estepas, la situación fue muy diferente. Allí surgieron y cayeron, entre el siglo VII a. C. y el XVII d. C., una multitud de reinos e imperios de los guerreros nómadas y pastores que dominaron el panorama político desde los Cárpatos hasta Mongolia (las últimas tribus nómadas de las estepas fueron subyugadas por los rusos hasta fines del siglo XVIII, y la última dinastía china procedente de ese tipo de pueblos –la Qing, de origen manchú– cayó ante la revolución republicana sólo en 1911). Hacia 1850, los rusos rompieron la resistencia de los kazajos, a quienes en la época de la Rusia zarista se llamaba kirguises, y comenzaron una muy amplia colonización de sus territorios esteparios, lo cual les permitió aliviar la presión en Ucrania y la Rusia europea, ya que, hasta poco antes de 1914, unos tres millones de migrantes eslavos se habían volcado sobre tierras de los kazajos. ![]() ► Grabado que muestra a un agricultor siberiano con arado Recordemos, así sea de paso, que el cultivo de algodón en Asia central constituyó una aportación económica redituable para Rusia, que influyó, al menos en parte, en el proceso de colonización del sur de Siberia. Sin embargo, el modelo seguido por los rusos en los siglos XVI-XVIII fue diferente del empleado por los europeos occidentales en la colonización agrícola de América, pues en el caso ruso, no se dio una amplia utilización de esclavos que sustituyeran a las poblaciones aborígenes, ni se esclavizó –al menos no formalmente– a éstas, sino que más bien se impusieron ciertas ventajas económicas en la relación comercial entre la metrópoli y los productores locales. Esto ha tenido consecuencias en la perdurabilidad cultural y política de algunos pueblos originarios del sur siberiano. Para 1991, los kazajos eran una vez más el pueblo más numeroso en su república [Kazajistán], con buenos prospectos de volverse su mayoría en un futuro cercano. Los kazajos dominaban posiciones altas en el anterior Kazajistán soviético, y más aún después de la independencia. Al contrario de otros pueblos nómadas que se interpusieron al paso de la civilización europea, ellos controlan ahora un enorme estado, que tiene el beneficio de una riqueza mineral inmensa y se define como la patria de la etnia kazaja (Lieven, 2000: 210). Digamos entonces que Siberia constituyó una fuente de riqueza y aprovisionamiento para Rusia y la Unión Soviética y lo es aún para la Federación Rusa de nuestros días. Primero fue el “oro suave”, es decir, las pieles preciosas que surtió al mercado chino y europeo hasta el siglo XVIII, cuando esta riqueza comenzó a agotarse debido a la caza indiscriminada; después la agricultura, los productos de las granjas (en especial la mantequilla) y luego, poco a poco, la minería, que alcanzó grandes niveles sobre todo con la explotación de hierro; en la época de Leonid Brézhnev, la industria del petróleo y el gas fue el motor de la economía soviética y la principal fuente de ingresos monetarios provenientes de otros países. Aún hoy, en una era postimperial, Siberia –la joya de la corona imperial rusa– le ha dado a Rusia la oportunidad de pasar por la experiencia de perder el imperio, pero permanecer como uno de los grandes poderes mundiales, algo que la geografía hizo imposible para los imperios marítimos de Gran Bretaña, Francia, España y Holanda. La pérdida de sus posesiones ultramarinas condenó a estos otrora poderes imperiales a un estatus de segunda clase o aún peor. Pero al absorber a Siberia en la Rusia metropolitana, Moscú tuvo la oportunidad, aunque no la certeza, de evitar ese destino (Lieven, 2000: 224). ▼ Conquista y exploración del Yeniséi y el Lena
La batalla de Pereyáslav-Zaleski (1238), donde los mongoles de Batu (nieto de Gengis Kan) derrotaron al duque de Vladimir-Súzdal, Andréi Jaroslavič, fue decisiva para acabar con la oposición organizada contra los mongoles durante el siguiente siglo. Los rusos, liderados por Aleksandr Nevski, príncipe de Nóvgorod y Kiev, junto con sus descendientes, se convirtieron en vasallos y tributarios del kan de la Horda de Oro.[4] Los nobles y los terratenientes rusos aceptaron el sometimiento a los mongoles porque se hallaban profunda y mezquinamente divididos entre sí y porque la Iglesia ortodoxa era un mediador amistoso hacia los invasores, ya que éstos le otorgaban privilegios tributarios muy considerables. Después, poco a poco, el principado de Moscú comenzó a descollar y hacerse el más poderoso entre los ducados y principados rusos del siglo XIV. En gran parte, esta primacía fue producto de la habilidad de los príncipes moscovitas para mantener su alianza con los tártaros[5] y someter a los otros príncipes cristianos, además de la realización de afortunadas alianzas matrimoniales. El traslado del metropolitano (cabeza de la Iglesia ortodoxa) de Kiev a Moscú también contribuyó a esta primacía. A fines del siglo XIV, decayó el poder del kanato de la Horda de Oro y su unidad se rompió. Se formaron entonces otros kanatos más pequeños, uno de los cuales fue el de Sibir (nombre que dio origen al de Siberia),[6] así como el de Kazán y el de Astrakán. Sin embargo, en el siglo XVI, el poder de los zares[7] Iván III “el Grande” e Iván IV “el Terrible” se enfrentó con relativo éxito al menguado poder de los kanatos tártaros. Pero es necesario precisar aquí que durante los siglos XVI y XVII, la exploración y la colonización de los rusos en Siberia fue más bien producto de empresas particulares, que de un esfuerzo decididamente apoyado por el Estado moscovita. El envío de tropas regulares y recursos de los zares sólo ganó impulso a partir del siglo XVIII con el gobierno de Pedro “el Grande”. En 1515, el comerciante Anikéi Fiódorovich Stróganov (1488-1570) obtuvo concesiones del zar Iván IV para explotar yacimientos salineros a lo largo de los ríos Kama y Chusovaya, que en ese momento eran el límite oriental de Rusia; poco a poco, Stróganov hizo crecer sus negocios incluyendo la obtención del “oro suave”, es decir, las finas pieles de los animales siberianos que ya mencionamos. Su hijo Semión Anikéyevich Stróganov y sus nietos Maksim Yakóvlevich y Nikita Grigóriyevich fueron los artífices y financieros de la campaña conducida en el interior de Siberia por el cosaco[8] Yermak Timoféyevich en 1581. Los Stróganov, pensando estratégicamente que “la mejor defensa es el ataque”, equiparon a los cosacos de Yermak y los enviaron a reclamar los territorios bajo el dominio del kan Kuchum, gobernante del kanato de Sibir. ![]() ► Yermak Timoféyevich, uno de los primeros exploradores de Siberia El imperio siberiano del zar Kuchum no comprendía la Siberia que hoy vemos en el mapa. Consistía sólo en una pequeña parte de ella […] que, sin embargo, ocupaba precisamente la región a través de la que el camino iba hacia el este desde los Urales hasta Mangazeya [el nombre antiguo de la zona central de Siberia]. Por eso bloqueaba ese camino como un tronco de árbol caído, que tenía que ser removido y Yermak lo hizo […] Y lo logró pronto y con unas fuerzas muy pequeñas. Tenía ochocientos hombres [otras fuentes señalan el doble de esta cantidad]; Kuchum tenía muchos más. Sus fuerzas estaban mejor armadas que las del zar siberiano, pero su superioridad no era de ninguna manera comparable a aquella de los españoles en América sobre los indios, quienes ni siquiera poseían armas de hierro. Yermak no tenía cañones y sólo un pequeño número de sus hombres cargaban armas de fuego. Los cosacos no tenían un solo caballo, mientras que Kuchum y sus hombres iban montados. Su caballería podía moverse rápidamente y en cualquier dirección. Mientras que los cosacos estaban atados a sus balsas, además cargadas con todas sus provisiones (Semyonov, 1944: 74). Tras algunos enfrentamientos previos, la tropa de Yermak infringió una fuerte derrota a los tártaros a principios de octubre de 1582 en las orillas del cabo Chuvash, lo que le permitió poner sitio y tomar la población de Qashliq, lugar de residencia habitual del kan, que la abandonó para retirarse a las estepas. Yermak quedó así, al menos por el momento, como dueño de los dominios de Kuchum. Esa victoria y otras que le siguieron posibilitaron a la familia Stróganov ofrecer la corona de Siberia al zar de Moscú y obtener para ellos más concesiones y algunos títulos de nobleza. Pero para Yermak, la recompensa fue otra. En agosto de 1584, en una isla del río Irtysh, apenas separada de los bancos del río por una delgada corriente, él y parte de su tropa levantaron un campamento y se fueron a dormir; Kuchum y su gente, que habían regresado a tomar venganza, los sorprendieron con un ataque nocturno; sólo uno de los cosacos pudo escapar de la carnicería y regresar maltrecho a las tierras de los Stróganov; de Yermak no se supo más, aunque la tradición cuenta que se ahogó sumergido por el peso de su armadura –supuestamente un regalo del zar Iván– cuando trató de huir nadando. El resto de los cosacos de Yermak abandonaron Siberia en el otoño de 1584. Así acabó el primer intento de conquistar Siberia por parte de los rusos. ![]() ► La conquista de Siberia por Yermak, pintura al óleo de Vasili Súrikov (1895) Muy pronto, otros cosacos, otros comerciantes y muchos cazadores de pieles preciosas irrumpirían más adentro de Mangazeya. En 1607, se erigió un campamento semipermanente en la parte norte del río Yeniséi, y, en 1619, se fundó el ostrog, es decir, el fuerte, llamado Yeniseysk, en el curso central del río, frente a la boca de uno de sus afluentes, el Tunguska superior, un lugar que con el tiempo se convertiría en una de las principales poblaciones del Imperio ruso en Siberia. Desde allí partió un personaje que se sitúa en los muchas veces imprecisos límites entre la leyenda y la historia. Se trata de Demid Sofonovich Pianda (que, según algunas fuentes, se habría llamado más bien Panteléi Demídovich Pianda),[9] un explorador ruso cuyas hazañas recuerdan un tanto a las de Daniel Boone en los ríos Mississippi y Ohio, sólo que a una escala siberiana y antecediendo al estadounidense en casi siglo y medio. Se supone que entre 1620 y 1624, Pianda dirigió a un grupo de cuarenta hombres que partieron de Yeniseysk siguiendo el curso del Tunguska en busca de otro río del que se decía era abundante en animales de pieles preciosas. Ese otro río era llamado por los nativos de la tribu evenki Elyu-ene, que en su idioma significaría “río grande”; se dice que a los rusos eso les sonó como Yelena, el término ruso correspondiente al nombre femenino Helena, y que terminaron acortándolo en simplemente Lena. Pero no es posible asegurar esto con certeza. En cualquier caso, parece que Pianda y sus acompañantes se abrieron paso por el afluente del Yeniséi y, realizando portajes a través de territorios favorables, lograron pasar al río Lena. Dado que su objetivo era la exploración y la obtención de pieles, la mayor parte del viaje Pianda y su gente trataron de establecer relaciones lo más amistosas posible con los nativos, aunque en ocasiones debieron repeler ataques usando sus armas de fuego. Lo que finalmente se atribuye a Pianda es que supuestamente fue el primer ruso en llegar al río Lena, que exploró una buena parte de su curso y que regresó al Yeniséi navegando por el río Angará aguas abajo. De tal manera, en su periplo de más de tres años, Pianda habría recorrido alrededor de ocho mil kilómetros de grandes ríos siberianos que hasta entonces los europeos no conocían. También es posible que esa expedición haya sido la primera en trabar contacto con yakutos y buriatos, es decir, la gente que habitaba en los alrededores del lago Baikal. Además, tuvieron noticias de que, en un gran río, había naves con cañones y campanas, lo cual les debió haber sorprendido enormemente (es posible que los indígenas hicieran alusión a las embarcaciones chinas que de cuando en cuando pasaban por el río Amur, pero entonces los rusos aún no tenían idea clara de la existencia de este río). Así pues, las redes fluviales de Siberia constituyeron las vías que posibilitaron a Rusia no sólo extenderse territorialmente, sino también encontrar una salida al mar cuando se alcanzó el océano Pacífico (fundación del puerto de Vladivostok), situación que permitió, así fuera de manera efímera, que el Imperio ruso alcanzara a extenderse hasta Alaska y Oregón en el continente americano. La importancia de las rutas fluviales sólo menguó cuando se construyó el ferrocarril transiberiano (cuyo primer tramo comenzó en 1891 y se inauguró en 1904). Durante los siglos XIX y XX, la conquista de Siberia sería completada por el imperio zarista y por el régimen socialista de la Unión Soviética; lamentablemente, los excesos cometidos por sus gobernantes provocarían que Siberia fuera recordada como un gran campo de concentración al que se desterraba a los opositores políticos, pero se trata sólo de una de sus muchas facetas, bastantes de ellas más bien relacionadas con la productividad y el progreso, que el subcontinente siberiano adquirió tras la aparición de Yermak y sus cosacos en él; lamentablemente, también, nada de eso forma ya parte de este artículo. ♦ ▼ Referencias
BORODIN, G. (s/f). Soviet and Tsarist Siberia. Londres, Nueva York, Melbourne: Rich & Cowan. HELLMANN, M. et al. (1975). Rusia. Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores (Historia Universal Siglo XXI, vol. 31) (octava edición, 1988). LIEVEN, D. (2000). Empire. The Russian Empire and Its Rivals. New Haven y Londres: Yale University Press (Yale Nota Bene). SEMYONOV, Y. K. (1944). The Conquest of Siberia. An Epic of Human Passions. Traducido del alemán por E. W. Dickes. Londres: George Routledge & Sons (primera edición en alemán, 1937). NOTAS* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió la serie Palabras, libros, historias.
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