Prolegómenos para una HISTORIA DEL ESPEJO Andrés Ortiz Garay[*] ![]() En este escrito, el autor propone considerar algunas cuestiones como puntos de partida y antecedentes analíticos en la construcción de una historia del espejo. La oposición naturaleza-cultura, la multiplicidad de significados originada en la diversidad cultural, la diferencia entre las interpretaciones históricas, míticas o legendarias, serían, entre otras, parte de esas cuestiones. A partir de ejemplos tomados de la mitología, la investigación astronómica y la ingeniería militar, el autor apunta algunos prolegómenos fundamentales para esa historia.
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c Prolegómenos para una historia del espejo
Elaborar una historia del espejo requiere, como primer paso, reconocer que la palabra espejo nos remite a paradigmas o campos de significación que, si bien tienen en común la idea elemental del reflejo, se refieren a asuntos muy disímiles. El espejo puede ser, por ejemplo, un fenómeno natural por el que un cuerpo de agua tranquila refleja algo, como una parte de un paisaje, la figura de una montaña, o acaso la cara de un ser humano que se asoma desde la orilla; o puede ser –quizá más comúnmente– un objeto trabajado con una tecnología que utiliza el fenómeno físico de la reflexión-refracción de la luz y su percepción por la mente y el ojo humanos; pero la palabra espejo también implica significados metafóricos, como los que se acostumbran en la literatura o el cine;[1] y, además, podríamos asociarla con complejos simbólicos que desde tiempos remotos han aparecido en los discursos mitológicos o, más recientemente, en varias construcciones teóricas sobre la conducta y la psique humanas.[2] Desde tal perspectiva, la pretensión de presentar una historia del espejo que abarque todos estos paradigmas y hasta otros más que con toda probabilidad surgirían al adentrarse en el tema[3] resultaría descomunal para el espacio de este artículo y para el entendimiento de quien lo escribe. Por eso, propongo que aquí nos conformemos con revisar tan sólo unas cuantas de las funciones que el espejo ha tenido en la historia de la civilización.
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c Dimensión mitológico-identitaria del espejo
El origen del espejo que refleja la propia imagen de quien se ve en él, se pierde (o se encuentra, según la perspectiva que elijamos tomar) en la bruma de tiempos remotos, que generalmente son recordados a través del mito. Por ejemplo, surge desde allí la indeleble evocación de Narciso, el joven de gran belleza que al mirarse duplicado en un estanque queda prendado de su reflejo hasta que se ahoga en el vano intento de unirse a él (como castigo divino a su vanidad y soberbia, pues había rechazado desdeñosamente a varias pretendientes, entre ellas la ninfa Eco, que no pudo convencerlo de amarla, pues, como resultado de haber sido castigada, sólo podía hablar repitiendo la última palabra dicha por su interlocutor).[4] ![]() De cara a la propuesta de este escrito, lo que me parece más importante resaltar sobre este mito es que el espejo ante el que Narciso se refleja, se enamora y se pierde es –digamos– un espejo natural. La imagen que él ve y de la cual queda prendado es descubierta o vivida casi al azar, es decir, el fenómeno óptico de la percepción de su propia imagen se hace posible gracias a la existencia de un algo reflejante,[5] que Narciso no ha fabricado ni ha obtenido a través de alguna actividad (compra, préstamo, robo, cambalache), simplemente se le ha develado. Así, éste es el primer prolegómeno de nuestra historia: la reflexión de una imagen existe en la naturaleza sin que tal imagen se produzca por medio de un objeto culturalmente construido; restaría, quizás, determinar con mayor precisión si esas imágenes naturales sólo pueden ser percibidas por la óptica humana o si otros seres cuentan con alguna posibilidad similar.[6] ![]() Algo muy diferente sucede con nuestro siguiente ejemplo –también extraído de la mitología grecorromana–, ya que Venus (o Afrodita para los griegos), la diosa romana del amor, la belleza, la sexualidad, el erotismo y, hasta tal vez, de la infidelidad, la vanidad o quién sabe cuántas asociaciones más, no mira azorada –como Narciso– su imagen revelada en un espejo natural. No, Venus ya posee un objeto –¿un instrumento?– que le posibilita contemplarse cada vez que se le antoja y tal vez de mejor manera (pues no depende de la inmovilidad del agua y puede enfocar la imagen o producir otras con tan sólo mover ese objeto). Así, la evocación de esta hermosa diosa contemplándose nos remite a un segundo prolegómeno: por antonomasia, un espejo es más bien una cosa de hechura cultural (objeto, instrumento, mercancía o hasta un dispositivo, si es que usamos una acepción moderna del concepto para referirnos a un mecanismo o artefacto que sirve para algo) que posibilita concentrar y, gracias a ello, manejar, la reflexión de la imagen. Pero, si bien este mito sirve para lograr una objetivación del espejo, también plantea algunos problemas subsidiarios: ¿Por qué o para qué, la diosa necesita o gusta, como el mortal Narciso, contemplarse en el espejo? ¿Son realmente esos espejos reflejantes de la propia imagen, objetos de uso más bien femenino que masculino? Porque, si bien en este nuestro tiempo de la metrosexualidad a nadie escandaliza ya que un hombre se admire extasiado ante un espejo, no debiéramos olvidar que, durante gran parte de la historia del espejo, al menos en la civilización occidental, y ya se trate de una realidad o de un estereotipo, mucho se ha dicho y plasmado en el arte acerca de que la principal usuaria del espejo es la mujer. ![]() Con relación al arte, ¿será verdadero –aunque parezca un desatino dudarlo– que la típica evocación de Venus ante el espejo es parte de un mito muy antiguo? Porque la reproducción artística de Venus viéndose en el espejo (con todo y el Cupido que se lo sostiene) se remonta más bien a las pinturas de Tiziano o Diego Velázquez, o sea, a representaciones del papel mítico de Venus que datan de apenas unos cinco o seis siglos. Y ante esto, surge la duda de si para los griegos o romanos de la antigüedad clásica no hubiera sido más común evocar la imagen de esa diosa en relación con otros símbolos míticos, y no con el espejo; quizá con la manzana que Paris otorgó a Afrodita para dignificarla como la más bella diosa y desató así la guerra de Troya, o tal vez con la red que ingeniosamente confeccionó Hefestos (dios del fuego y la metalurgia) para atrapar en ella a su infiel esposa, la misma Afrodita, mientras copulaba con Ares (Marte), el voraz dios de la guerra, y así exhibir tal inmoralidad ante los ojos de los otros dioses del Olimpo; o aún más, podríamos recordar la confusa pero innegable figura de Hermafrodita, que según el mito nació de la unión entre la díscola Afrodita y el volátil dios Hermes. Cualesquiera que fuesen las respuestas que prefiriéramos dar a las preguntas planteadas, es conveniente no soslayar tres hechos de suma importancia para este apartado: el primero es que el espejo como objeto fabricado, como producto cultural (en contraposición a la reflexión de imágenes creada por la naturaleza), tiene una antigüedad mayor a la civilización grecorromana;[7] el segundo es que los relatos míticos a los que he hecho referencia pertenecen precisamente a ese horizonte civilizatorio grecorromano, que es antecedente directo de nuestro propio bagaje cultural (la civilización que hoy llamamos occidental) y, por lo tanto, nos conducen a formas bastante cosificadas de entender la función del espejo; y en tercer lugar, aunque no último, tenemos que así como hay o ha habido otros horizontes civilizatorios y otras culturas, también han existido otras interpretaciones, surgidas de otros bagajes mitológicos que conformarían otras historias originarias del espejo. En cuanto a esto último, veamos tan sólo un par de muestras. Se ha afirmado que entre los antiguos egipcios existían ritos asociados con la idea del espejo como un objeto estrechamente vinculado con importantes deidades solares –como Ra, Hator, Isis, Bes y Horus–, ya que posibilitaba reflejar los rayos del sol (y quizá también de la luna). El espejo se convertía así en la fuente lumínica de un espacio microcósmico que era equiparado con lo que sucedía en los espacios macrocósmicos donde actuaban los dioses. Se ha dicho que en un templo de Heliópolis, ciudad sagrada dedicada al culto al dios Sol, había un gran espejo que, al reflejar la luz del astro, iluminaba un gran altar y producía un efecto deslumbrante que creaba la ilusión de la aparición del dios en ese lugar. Pero, ya fuera esto cierto o no, es indudable que los espejos cumplían funciones mágicas (se usaban como amuletos que repelían el mal, como fetiches relacionados con la magia erótica, etc.) y religiosas (se supone que las ofrendas de espejos encontradas en sarcófagos servían para iluminar el camino de los muertos en su tránsito hacia la otra vida, asunto esencial para los antiguos egipcios; los hallazgos arqueológicos han comprobado que los espejos acompañaban a toda clase de gente en su viaje al más allá, ya se tratase de faraones, nobles o personas comunes, y hasta niños). De tal manera, en la antigua civilización egipcia, el espejo, además de su comprobada función utilitaria –plasmada en bajorrelieves de templos y tumbas o en representaciones pictóricas en papiros–, tenía otras más asociadas a la peculiar perspectiva religiosa de este pueblo. Asimismo, la investigación arqueológica ha mostrado que el trabajo de elaboración de espejos fue muy importante para el avance de los conocimientos de alquimia en el Egipto antiguo, posibilitado por el desarrollo de una importante industria del espejo que, gracias a la metalurgia y el trabajo del vidrio, fabricaba gran cantidad de esos objetos en talleres artesanales (de los espejos que se han preservado hasta nuestros días, bastantes tienen una indudable calidad artística). ![]() El último ejemplo de la dimensión mitológico-identitaria del espejo que abordaré en este apartado pareciera situarse muy cerca de nosotros, los mexicanos actuales, ya que se desarrolló en tierras que ahora conforman parte de nuestro país, pero en realidad nos es más lejano que aquellas nociones provenientes del mundo mediterráneo que arriba he mencionado, ya que su horizonte civilizatorio de origen fue prácticamente destruido y borrado por la conquista española de la antigua Mesoamérica.[8] En ese horizonte civilizatorio al que ahora me refiero, sobresale una entidad divina que no sólo resulta importante por contar con un espejo entre sus atributos o su parafernalia asociada, sino, mucho más todavía, porque en su nombre aparece de entrada el significado del espejo. En efecto, Tezcatlipoca es el “espejo humeante”, o más bien, “el espejo negro que humea”, ya que el vocablo se compone de las raíces de la lengua náhuatl tezcatl (espejo), tliltic (negro) y poctli (humo).[9] Una deidad omnipotente y omnipresente en el universo conceptual y en la religión de los aztecas. Dios creado por la unión de Ometéotl, el principio de dualidad que se desdobla en Ometecuhtli (lo masculino) y Omecíhuatl (lo femenino), de cuyo origen no se sabe nada, es una divinidad que regía multitud de asuntos en sus diversas advocaciones y presidía, bajo denominaciones indicadoras de los colores asociados a ellos, los cuatro puntos cardinales que, con el centro, constituyen el universo azteca visto en un plano horizontal (pues además hay cielos e inframundos situados en planos verticales). Su actuación en el panteón (el universo de los dioses) azteca cubre una amplia gama de aspectos; veamos algunos siguiendo a Alfonso Caso: Originalmente significa el cielo nocturno y está conectado por eso con todos los dioses estelares, con la luna y con aquellos que significan muerte, maldad y destrucción. Es el patrono de los hechiceros y de los salteadores, pero al mismo tiempo es el eternamente joven, el Techpochtli, el que no envejece nunca, y es Yáotl, el enemigo, y es el patrono de los guerreros, por lo que se encuentra conectado con Huitzilopochtli [es su hermano, y en su advocación como Tezouhqui, el Tezcatlipoca azul, equivale a ese dios tutelar de los aztecas] […] Este dios era principalmente el de la providencia, y estaba en todas partes y entendía de todos los asuntos humanos […] Es el guerrero del norte [dirección histórica de las migraciones nahuas hacia el centro de México], mientras que Huitzilopochtli es el del sur […] Es también el inventor del fuego […] Es el patrono de los príncipes, y él mismo recibe el nombre de Nezahualpilli, “el príncipe que ayuna”, y, con el nombre calendárico de “Ome Ácatl”, preside en los convites y banquetes […] es el señor del frío y del hielo, con el nombre de Iztlacoliuhqui, “el cuchillo curvo de pedernal”, es también el dios del pecado y de la miseria. Es el jaguar, el “corazón del monte”, con el disfraz de Tepeyolohtli […] Preside la casa de los guerreros jóvenes y solteros, en el telpochcalli, la escuela popular de la guerra a la que asisten los jóvenes plebeyos […] Como es joven, llega primero a la fiesta en la que vuelven los dioses, en el mes “Teotleco”. Rapta a la esposa del viejo Tláloc, la diosa de las flores y del amor [porque ella es hermosa y extremada y porque él resplandece como el sol y tiene la hermosura del alba] […] Como los aztecas consideraban al norte como la patria de las tribus cazadoras, a las que daban genéricamente el nombre de chichimecas, el dios de los chichimecas, Mixcóatl, dios de la caza, está también emparentado con Tezcatlipoca (Caso, 1983: 42-46). ![]() De acuerdo con una versión de los mitos y representaciones asociados con el dios, cuando no había nada, excepto océanos y el Cipactli, el monstruo-reptil, Quetzalcóatl y Tezcatlipoca decidieron crear el mundo. Para lograrlo, Tezcatlipoca ofreció su pie como anzuelo para atrapar al Cipactli y con él crear la tierra firme. A partir de esa idea de mutilación, el pie de Tezcatlipoca devorado por el monstruo de la tierra fue representado en la imaginería azteca por un espejo.[10] Sin duda, el pie perdido y sustituido por un espejo en beneficio de la creación del mundo constituye de por sí un misterio, pero el hecho de que se representara a Tezcatlipoca con otro espejo colocado en su sien es todavía más enigmático. Además, bien visto, el propio apelativo de Tezcatlipoca resulta una metáfora quizá sin parangón, ya que el nombre parece dar cuenta tanto de la materialidad de los objetos que los aztecas usaban a guisa de espejos, como –tal vez– de las ideas y sensaciones que el fenómeno de la reflexión de imágenes despertaba entre ellos.[1] Aunque con más especulaciones que certezas, podemos cerrar este apartado enunciando un tercer prolegómeno para la historia del espejo: en la gran variedad de horizontes civilizatorios –y en las diferentes culturas que les han dado concreción–, el espejo –¿o los espejos?– ha adquirido una multiplicidad de funciones, simbolizaciones y significaciones; de muchas de ellas sabemos en realidad poco, y de otras, prácticamente nada. Ante esto, ¿cuál sería el mejor camino para intentar una historia del espejo incluyente para todas esas diferencias culturales?
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c Galileo, el espejo telescópico
Pasemos ahora a otro ámbito de funciones del espejo y al hacerlo enunciemos de entrada un cuarto prolegómeno para la historia del espejo: aun dentro de un mismo horizonte civilizatorio, los usos del espejo pueden llegar a ser tan variados que quizá debiéramos hablar de diferentes historias del espejo. Ilustremos esto revisando un poco el uso de los espejos en el desarrollo de los telescopios. ![]() La invención del telescopio revolucionó varios campos de la ciencia, en especial la astronomía y la óptica, y, gracias a las posibilidades que abrió a la investigación, contribuyó a transformar conceptos filosóficos y cosmológicos imperantes hasta entonces. Aunque hay alguna incertidumbre respecto a quién atribuirle su confección original, se argumenta que fue Galileo Galilei (1564-1642) el primero en construir un telescopio verdaderamente funcional.[12] Galileo vendió sus prototipos al senado de Venecia demostrando las capacidades militares del instrumento (que, por ejemplo, permitía detectar un barco en la lejanía dos horas antes de que se pudiera observar a simple vista), pero pronto inició observaciones astronómicas con modelos que permitían mayor amplificación (así, descubrió los cráteres de la Luna y los satélites de Júpiter, aunque no alcanzó a ver con suficiente claridad los anillos de Saturno). Si bien Galileo no fue el único investigador de su tiempo que realizó este tipo de observaciones astronómicas, gracias a sus reportes publicados en Sidereus Nuncius (“El mensajero sideral”) gozó de una pronta popularidad que hizo trascender su fama hasta nuestros días. Los objetivos con una sola lente convergente usados en los telescopios de Galileo, Johannes Kepler (1571-1630), Christiaan Huygens (1629-1695) y otros tenían el defecto de que los colores de los objetos observados se refractaban en diferentes ángulos, produciendo un molesto halo coloreado alrededor de las imágenes, fenómeno óptico conocido como aberración cromática. Por eso, a mediados del siglo XVII, se comenzaron a usar espejos en vez de las lentes simples, al notarse que así se evitaba la aberración. En 1663, el escocés James Gregory sintetizó en su obra Optica Promota (El avance de la óptica) las opciones que hasta entonces varios físicos y astrónomos habían propuesto como alternativas para el mejoramiento de la visión telescópica, pero fue sir Issac Newton (1643-1727) quien logró construir el primer telescopio reflector al dotarlo con un espejo metálico esférico hecho con una aleación de cobre y estaño (el éxito de este instrumento, entre otros avances científicos, le valió a Newton ser distinguido como miembro de la Royal Society en 1672). Los continuadores del telescopio reflector, entre ellos el físico inglés Robert Hooke, construyeron instrumentos muy largos, característica que respondía a la distancia focal requerida por el uso de espejos; por eso, el observador tenía que subirse a una gran escalera o plataforma para llegar al ocular situado al extremo de un largo tubo. Esta dificultad fue superada por el telescopio Cassegrain, diseñado y construido por Laurent Cassegrain (1629-1693), sacerdote y físico francés que en 1672 pudo hacer más accesible el punto de observación y reducir la longitud del tubo del telescopio sin disminuir la distancia focal. Esto fue posible gracias a la integración de dos espejos en el aparato, uno cóncavo (primario) y otro convexo (secundario). La luz de la estrella llega al espejo primario, donde se refleja hacia el espejo secundario más pequeño. De ahí se refleja de nuevo la luz hacia el plano imagen, pasando por una abertura circular en el centro del espejo primario. El objetivo es cóncavo con una superficie que tiene la forma de un paraboloide de revolución. El espejo secundario es convexo y tiene la forma de un hiperboloide. Éste sería el telescopio del futuro (Malacara, 2010: 224). El primer objetivo acromático de alta calidad fue construido por el astrónomo y físico alemán Joseph von Fraunhofer (1787-1826), y un cuarto de siglo después, el pintor y astrónomo estadounidense Alvan Clark (1804-1887) talló lentes de vidrio óptico de gran precisión. Gracias a estos avances, se construyeron telescopios refractores cada vez más grandes, que culminaron con el de Yerkes (patrocinador de su construcción), instalado en Williams Bay, Wisconsin (Estados Unidos); el diámetro de su objetivo, de 1.02 metros, era el más grande de su tipo que se había construido (1897). En el siglo XX, nuevas tecnologías aplicadas a la fabricación de espejos posibilitaron la construcción de grandes telescopios del tipo Cassegrain; se obtuvieron mejores materiales para los espejos (con la inclusión de vidrios de baja expansión térmica) y se logró tallarlos y pulirlos con mayor perfección. El astrónomo solar estadounidense George Ellery Hale (1808-1938) y sus hijos construyeron los grandes telescopios instalados en el observatorio de Mount Wilson en California; el instalado en Mount Palomar, entre 1928 y 1948, recibió su nombre en honor a Hale y tiene cinco metros de diámetro. Gracias al desarrollo de la cámara de Schmidt (1932) se posibilitó eliminar del todo las afectaciones producidas por la esfericidad de los lentes y la aberración cromática. El primer lugar de observación que contó con una cámara de Schmidt de gran tamaño (0.75 metros) fue el Observatorio Astrofísico Nacional de Tonantzintla, en México (1942). En 1993 surge una solución para construir telescopios con un objetivo de gran abertura sin tener que construir un espejo de esas dimensiones. La propuesta es que un objetivo esté formado por varios espejos de menores dimensiones. El primer gran telescopio construido con esta tecnología es el de Keck cuyo objetivo está formado por 36 espejos de forma hexagonal, formando un objetivo de diez metros de diámetro. Para aumentar aún más la abertura[13] efectiva, este telescopio tiene dos objetivos separados idénticos, cada uno de diez metros de diámetro formando un sistema binocular. El telescopio Keck está instalado en Mauna Kea, Hawaii. Otro telescopio que también emplea la técnica de los múltiples espejos es el Gran Telescopio Canarias de 10.4 metros de abertura. Es interesante mencionar que hubo participación mexicana en este proyecto que recientemente, apenas en 2008, se ha puesto en funcionamiento (Malacara, 2010: 232). ![]() Para reducir el problema de la turbulencia atmosférica, uno de los mayores impedimentos para obtener imágenes de gran calidad a través del telescopio, se idearon dos métodos: uno fue dejar de lado la turbulencia poniendo en órbita telescopios a alturas más allá de seiscientos kilómetros, es decir, fuera de la atmósfera de la Tierra. El otro fue instalar en los telescopios terrestres un compensador que regresara el frente de onda de la luz de una estrella a su forma esférica ideal. El compensador consistió en un espejo cuya forma cambia rápidamente y se adapta al contorno del frente de onda de la estrella observada; gracias a la fabricación de espejos flexibles o de grupos de pequeños espejos movibles esto ha sido posible. El movimiento coordinado de los espejos pequeños o la flexión de un único, según sea el caso, se controla mediante funciones computarizadas que procesan el movimiento de los espejos de acuerdo con las ondas lumínicas recibidas; es una tecnología conocida como óptica activa, y México cuenta con dos grandes telescopios que la utilizan: el de la UNAM en la sierra de San Pedro Mártir, en Baja California, y el de Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica, en Cananea, Sonora.[14]
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c Arquímedes, el espejo arma
Aunque pudiera parecer contradictorio ante sus asociaciones con la belleza y el amor (así fuese tan sólo el que se siente por uno mismo) que hemos mencionado arriba, el espejo también tiene una historia desarrollada en un ámbito totalmente opuesto: el de su función como arma para la guerra. Quizás a medio camino entre la leyenda y la realidad, podemos situar la antigua y popular mención del espejo como arma de guerra que se atribuye a Arquímedes. Este personaje fue un notable estudioso griego del siglo III antes de Cristo que vivió en Siracusa, polis de la Magna Grecia situada en la isla de Sicilia. A él se atribuyen importantes descubrimientos en los terrenos de la física, la astronomía y las matemáticas. Al aplicar sus conocimientos y deducciones, fabricó instrumentos y dispositivos, por lo que podríamos también considerarlo como una especie de ingeniero-inventor. Se dice que cuando Siracusa tuvo que enfrentar la embestida de los romanos durante la Segunda Guerra Púnica, entre 214 y 212 a. C., Arquímedes puso su inventiva al servicio de su polis y contribuyó a mantener a raya a los invasores romanos durante un largo sitio. Se argumenta que mejoró considerablemente el poder de las catapultas, que con una especie de gran garra metálica los defensores de Siracusa hundieron barcos enemigos y, sobre todo para el tema que aquí nos ocupa, que creó el “rayo de calor” que lleva su nombre. ![]() Este último invento consistía en una serie de espejos ustorios[15] que reflejaban una luz capaz de quemar las galeras romanas que asaltaban los muros de la ciudad. No está nada claro cuál era la forma o la materialidad de tales espejos (se ha llegado a proponer que eran una serie de escudos de bronce pulido, por ejemplo), ni tampoco si su poder calorífico podía ser más efectivo que el de otras armas bien conocidas en su tiempo, como las flechas incendiarias. Algo que contribuye a considerar el asunto como una leyenda es que las fuentes contemporáneas al sitio de Siracusa no mencionan nada acerca del rayo de calor de Arquímedes; sin embargo, a partir del siglo II d. C., es decir, unas cuatro centurias después de la Segunda Guerra Púnica, varios historiadores romanos que escribían en griego, como el famoso médico Galeno o como Luciano de Samosata, afirmaron en sus obras de historia que Arquímedes había usado espejos para repeler a la flota romana con fuego. A partir de entonces, la cuestión del espejo como arma calcinante ha sido objeto de debate entre quienes defienden su efectividad y quienes la ponen en tela de juicio. Hasta donde llegan mis conocimientos de la historia de la guerra, no hay un registro comprobado de que alguna batalla naval o terrestre se haya ganado gracias al uso de este recurso, pero el debate ha sido avivado esporádicamente: en 1973, un científico griego, Ioannis Sakkas, realizó un experimento en colaboración con la armada de su país y después, en 2005, hubo otro experimento similar, auspiciado esta vez por el Instituto Tecnológico de Massachusetts, que contó con mayor difusión al presentar sus resultados en el programa televisivo MythBusters (Cazadores de mitos) del Discovery Channel. En ambos casos, se logró producir combustión en las maquetas que representaban los barcos enemigos, situadas a cincuenta metros o menos del punto donde se habían colocado los espejos ustorios (de diferentes tamaños y formas, según cada recreación). Pero esto no es realmente concluyente acerca del poder destructivo de los espejos ustorios; sin condiciones climáticas favorables (de pleno sol), el arma no serviría y, además, se requeriría la inmovilidad de la nave enemiga durante un lapso suficiente para prenderle fuego. Así las cosas, el “rayo de calor de Arquímedes” como arma efectiva en la guerra de la antigüedad queda en entredicho, aunque la muerte de su inventor cuando finalmente fue vencida la resistencia de su ciudad se acepte como hecho comprobado. Otra forma de utilizar el espejo con fines militares, que indudablemente constituye un hecho histórico, está representada por el heliógrafo. Este aparato fue usado por primera vez con un éxito probado en 1877, cuando el ejército colonial británico luchaba contra las tribus locales por el dominio de la región fronteriza entre la India y Pakistán. Aunque existe la suposición de que los reflejos lumínicos producidos por objetos de metal, micas o algún otro tipo de materiales pétreos sirvieron desde tiempos antiguos como medios para la transmisión de mensajes, advertencias, órdenes o señalamientos a través de largas distancias, es indudable que fue hasta el siglo XIX cuando dos desarrollos tecnológicos se conjuntaron para hacer posible la efectividad del heliógrafo. El primero fue la invención del helióstato, un instrumento geodésico, diseñado por el matemático alemán Carl Friedrich Gauss en 1821, que al usar un espejo plano o ligeramente cóncavo permite reflejar los rayos del sol en una dirección fija a pesar del movimiento diurno del astro. El helióstato de Gauss posibilitaba reflejar la luz solar a distancias tan lejanas como 100 kilómetros y de manera tal que fuese posible alinear varios aparatos. El segundo invento fue el famoso código Morse, desarrollado por Samuel Morse y Alfred Vail en los años cuarenta del siglo XIX y usado en la telegrafía alámbrica. En principio, esa codificación se basaba en el uso de puntos y rayas para establecer equivalencias con las letras y números del alfabeto; una vez diseñado el código, Morse y Vail desarrollaron el telégrafo morse que permitía transmitir mensajes con letras y palabras que se escribían mediante pulsos eléctricos cifrados gracias al código. Mediante la combinación de las potencialidades del helióstato y el código morse, el ingeniero Henry Christopher Mance (1840-1926) creó en 1869 el heliógrafo (lo cual le valió ser nombrado sir por el gobierno británico), aparato que sirve para hacer señales telegráficas por medio de la reflexión de un rayo de sol en un espejo plano que se puede mover. Un buen equipo de heliografistas podía entonces enviar mensajes de 12 a 15 palabras por minuto, y con la instalación de varios heliógrafos en cadena a lo largo de diferentes puntos elevados era posible transmitir esos mensajes a distancias superiores a las cincuenta millas. ![]() En el último cuarto del siglo XIX, el Signal Corps (Cuerpo de Señales) del ejército de los Estados Unidos se convirtió en un entusiasta utilizador del heliógrafo. El general Nelson Miles promovió su uso en las campañas contra los sioux y cheyenes en el norte, y especialmente contra los últimos rebeldes apaches en el suroeste. Tras arribar a Arizona en abril de 1886, Miles ordenó la instalación de una red de cerca de treinta estaciones heliográficas en las montañas de Arizona y la Sierra Madre Occidental de México que cubrieron un espacio de ochocientas millas aéreas. Por medio del heliógrafo se transmitieron entonces alrededor de dos mil doscientos mensajes que incluían reportes sobre los movimientos de tropas, necesidades de suministros, e informes sobre el clima. Sin embargo, también se ha argumentado que ningún encuentro decisivo contra los apaches fue resultado directo de la información transmitida por los heliógrafos. En cualquier caso, el general Miles continuó usando el aparato durante la intervención del ejército estadounidense en Cuba contra España. También los británicos lo usaron en las guerras contra afganos (1878-1880), zulúes (1879) y bóeres (1899-1902). Poco después de esto, el uso militar del heliógrafo decayó, al ser sustituido por las ondas y los aparatos de radiocomunicación. ![]() De cara al uso militar del espejo, el quinto y último prolegómeno de esta historia del espejo podría enunciarse en los siguientes términos: no todos los usos del espejo están comprobados de modo fehaciente, y aun de los que lo están no se sabe a ciencia cierta si fueron exitosos o no. Así que una historia del espejo tendría que ser sumamente cuidadosa al discernir entre lo que es historia y lo que es más bien leyenda o invención popularizada como historia.
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c Para concluir
El tema daría, desde luego, para mucho más. Se podría, por ejemplo, abordar el asunto de los espejos que hablan, como el popularizado por la versión de Disney sobre el espejo de la reina-bruja en el cuento de Blancanieves, o el espejo que es entrada a mundos fantásticos como en la novela del matemático y escritor británico Charles Lutwidge Dodgson (que escribió bajo el seudónimo de Lewis Carroll) titulada Alicia a través del espejo (Through the Looking-Glass, and What Alice Found There), publicada en 1871. O decir algo sobre las creencias que nos hablan de los años de mala suerte por romper un espejo o acerca de que las imágenes de los vampiros chupasangre no se reflejan en los espejos.[16] No es fácil intentar el trazo de fronteras que deslinden lo que entendemos cuando decimos que algo es un mito, una leyenda, un cuento o una historia;[17] y, de manera similar, tampoco es fácil deslindar con precisión lo que una historia del espejo tendría que considerar en alguna de esas categorías. En cualquier caso, lo consignado en este escrito podría servir como preludio para una historia del espejo. ♦
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c Referencias
CASO, A. (1983). El pueblo del sol. México: Fondo de Cultura Económica (Lecturas Mexicanas). LEÓN-PORTILLA, M. (1961). Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares. México: Fondo de Cultura Económica (Lecturas Mexicanas). MALACARA, D. (2010). La evolución del telescopio, de Galileo a nuestro días. En: Galileo. Su tiempo, su obra y su legado. Luis Felipe Rodríguez Jorge y Silvia Torres Castilleja, compiladores. México: El Colegio Nacional, pp. 211-235. TESCHE S. (2007). Octopus Volcano. National Geographic [en línea]: <www.documaniatv.com/naturaleza/el-pulpo-del-volcan-video_695aa88b8.html>. Ir al sitio NOTAS* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió las series El fluir de la historia y Batallas históricas.
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c Créditos fotográficos
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