Mujeres soviéticas
EN LA GUERRA

Andrés Ortiz Garay[*]



En este artículo, al recordar la actuación de las mujeres soldados soviéticas en la Segunda Guerra Mundial, el autor invita a reflexionar sobre la importancia del análisis histórico en el intento de explicar cómo los roles de género tradicionales sufren transformaciones como efecto de las condiciones extremas que supone una guerra.




c Mujeres soviéticas en la guerra

Este 22 de junio se cumplen ochenta años del inicio de la invasión a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) por parte de la Alemania nazi y sus aliados durante la Segunda Guerra Mundial (SGM).[1] Al amanecer del domingo 22 de junio de 1941, el día más largo de ese año (era el solsticio de verano), los primeros contingentes del enorme ejército invasor (que llegaría a sumar más de 3 millones de hombres, 3500 tanques y 3000 aviones) cruzaron la frontera de la URSS en varios puntos para establecer un largo frente a través de los 1600 kilómetros que separan el mar Báltico del mar Negro. Tres grandes grupos de ejércitos se dirigieron hacia los centros neurálgicos del enemigo: Leningrado en el norte (concentraba 11 por ciento de la industria soviética y era simbólicamente importante porque allí había empezado la Revolución bolchevique); Moscú en la zona media (sede de las autoridades centrales de la URSS); y al sur para apoderarse de los campos de trigo de Ucrania y los pozos petrolíferos del Cáucaso. La famosa blitzkrieg o guerra relámpago de las unidades blindadas alemanas fue prácticamente imparable durante los primeros meses de la invasión (llamada Operación Barbarroja por el alto mando alemán); se contaron por centenas de miles los hombres que cayeron en combate o fueron hechos prisioneros, y también fueron miles los civiles de cualquier sexo y edad masacrados por las temibles tropas de las SS nazis. Pero los soviéticos lograron frenar la embestida ante las puertas de Moscú y Leningrado.[2] Tras el ominoso interludio del invierno de 1941,[3] la Operación Barbarroja se reactivó al año siguiente, convirtiendo el conflicto bélico nazi-soviético no sólo en el más decisivo teatro de operaciones de la SGM, sino también en uno de los más atroces y enconados. Tras triunfar en las batallas de Stalingrado (junio 1942-febrero 1943) y Kursk (julio-agosto de 1943), el Ejército Rojo obtuvo la iniciativa estratégica que le llevaría a quebrar el espinazo de la Wehrmacht (el ejército terrestre alemán), tomar Berlín en abril-mayo de 1945 y liberar del yugo nazi a gran parte de Europa.

Este escrito está dedicado a recordar que en la heroica resistencia que el ejército y el pueblo soviéticos opusieron a la invasión de su patria[4] fue fundamental el papel jugado por las mujeres, sin cuya participación en el esfuerzo bélico no habría sido posible derrotar a la barbarie nazi. Pero también busco apuntar aquí por qué esa participación de las mujeres en la guerra se considera un acontecimiento extraordinario.



c Mujeres y guerra

En cierta manera, se acepta como un hecho natural el que la guerra es cosa de hombres, no de mujeres. Esto suele parecer tan obvio que son escasas las explicaciones dadas al respecto. Quizá lo más comúnmente entendido es que se trata de una forma de división sexual del trabajo humano que siempre ha existido, en la que un sexo se encarga de matar y el otro de dar vida. Ante la simpleza de esta idea, es necesario hacer algunas precisiones.

Una es que la guerra implica matar en una forma institucionalizada y a gran escala (que por lo general llevan a cabo hombres bajo la profesión de guerreros, soldados o más sencillamente combatientes). De esto se deduce que debe omitirse el asesinato más o menos individualizado que las personas de cualquier sexo cometen.[5] Otra es que, en cualquiera de sus muchas manifestaciones, la guerra es un fenómeno extendido universalmente a través del tiempo y el espacio (aún en el presente, cuando por lo general se le reprueba, sigue siendo tan recurrente como en el pasado). Si definimos de manera breve la guerra como la violencia intergrupal organizada que por lo común se lleva a cabo con fines letales, es posible decir que, ya sea como realidad o como amenaza, está presente en todo el mundo, pues, por ejemplo, la mayoría de los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas cuentan con ejércitos permanentes:

[…] en el sistema interestatal actual, 23 millones de soldados sirven en ejércitos estables y uniformados; de ellos 97% son varones; en sólo seis de los casi 200 estados del mundo, las mujeres forman más del 5% de las fuerzas armadas. Y la mayoría de esas mujeres ocupan roles tradicionales femeninos tales como los de oficinista y enfermera. Las fuerzas designadas de combate en los ejércitos estatales incluyen varios millones de soldados, de los cuales 99.9% son varones. Es decir, las fuerzas de combate en la actualidad excluyen a las mujeres de manera casi total (Moreno, 2002, p. 81).

La historia ha consignado numerosos casos de mujeres que han participado en acciones bélicas, incluyendo el combate directo. Los relatos de la antigüedad o las crónicas medievales han conservado los nombres de reinas y otras líderes guerreras; en el tránsito a la Edad Moderna también, y hasta nuestros días, no carecemos de ese tipo de ejemplos. Desde el mítico duelo entre el héroe griego Aquiles y Pentesilea, la reina de las amazonas, hasta la trágica realidad de Lozen, la chamana de guerra de los apaches chiricahuas en el siglo XIX, o en el caso de las adelitas, de la Revolución mexicana, las evocaciones de mujeres que no sólo sufren los avatares de la guerra sino que participan activamente en ella podrían formar una larga lista.[6]


Retrato de grupo con
las llamadas Amazonas
de Dahomey

Adelitas de
la Revolución
mexicana


Sin embargo, si dejamos aparte la actuación individual de heroínas míticas o históricas, así como los muy contados casos en que algunas formaciones culturales han incluido contingentes femeninos en sus armadas,[7] permanece el hecho de que los roles de género asignados a mujeres y hombres en la guerra son consistentes en los recuentos históricos y antropológicos de casi todas las sociedades humanas conocidas: en una inmensa mayoría, los grupos que entran en combate[8] se componen exclusivamente de varones.

Durante mucho tiempo, se le atribuyó a cuestiones biológicas la diferencia de los roles de género en la guerra, y aunque tal vez se pueda decir que antes del advenimiento de las armas de fuego, cuando el enfrentamiento era cuerpo a cuerpo, la talla y la fuerza del combatiente fuesen factores hasta cierto punto críticos para la efectividad militar, lo más cierto es que a partir de entonces tienen mayor importancia la estrategia, la disciplina, el espíritu de lucha, la inteligencia y la calidad del armamento para determinar el resultado de las batallas. Aunque el dimorfismo sexual de los seres humanos (en todo caso mucho menos acentuado que en otras especies, aun en las que, como los gorilas, nos son cercanas) puede presentar ciertos factores de consideración, las tendencias analíticas que hoy están más en boga afirman que las relaciones entre género y guerra son determinadas más decisivamente por la cultura que por la biología. “Lo que ha sido sólo un potencial en la biología se convierte en un mandato de la cultura” (Moreno, 2002, p. 102).

Así, las estructuras culturales –afianzadas en la fuerza de la tradición– son las que determinan con mayor peso la identidad de género; y en la mayoría de las sociedades conocidas, tales estructuras se han decantado por impulsar una identidad de género masculina en la que son los hombres quienes deben ser preparados para asumir los roles de guerreros, soldados y combatientes. Si esto no fuera así, seguramente los hombres no temerían ir a la guerra, no serían necesarias la conscripción obligatoria para crear ejércitos ni la imposición de la pena de muerte para los desertores (que bajo ese supuesto, no existirían, ya que todo hombre aceptaría sin más ir a la guerra), y en mucho carecería de sentido premiar y honrar a los guerreros distinguidos, pues todos estarían dispuestos a serlo. En la búsqueda de mantener un sistema social que acepta la guerra como un fenómeno si no deseable, por lo menos ineludible (en algún momento), el conjunto del estado, la nación, la tribu, la banda –o cualquier otro tipo de formación social– instituye formatos culturales que funcionan para preparar, desde la infancia, al hombre, en su rol de guerrero (hasta las mujeres –que según ciertos postulados no son agresivas ni gustan del combate letal– suelen ser participantes activas en ese adoctrinamiento, por ejemplo, cuando ellas mismas se encargan de avergonzar a los hombres que no quieren ir a la guerra, o desde antes, cuando contribuyen a endurecer a los niños enseñándoles a que sean machitos, se aguanten el dolor y no lloren).

Pero de todos modos, haya o no mujeres combatientes en una guerra, igual se construye en ésta un ámbito de lo femenino. En esta construcción –indudablemente también regida por factores culturales–, las mujeres participan desarrollando varios roles que se inscriben tanto en lo real como en lo imaginario.

Los roles femeninos en el sistema de la guerra son desempeñados por mujeres que sirven a la guerra en miles de formas en roles específicos de no combatientes, tales como el de madre, enfermera, prostituta, “adelita”, víctima de violación e inclusive pacifista. De esta manera, las culturas usan el género en la construcción de los roles sociales que permiten que haya guerra (Moreno, 2002, p. 105).

Podemos consignar ahora algunas conclusiones generales sobre la participación de las mujeres en la guerra:

  1. La guerra no es puramente un asunto de hombres porque el sistema de guerra presente en todas las sociedades se liga a la vida de todos los seres humanos.

  2. Dado que el sistema de guerra hace posible que ésta estalle en cualquier momento en cualquier lugar, sus efectos no son ajenos a ninguna persona.

  3. Las mujeres –deliberada o inconscientemente– participan en el sistema de guerra en roles que posibilitan o contribuyen a estructurar la masculinidad como un género dispuesto a la violencia.

  4. En las situaciones de guerra –ya sea con su consentimiento o sin él–, se explota de manera más intensiva que en tiempos de paz el trabajo del sector femenino de una sociedad, su apoyo moral y físico a la lucha, su posición como género diferenciado y hasta su sexualidad.[9]

c Mujeres en la SGM

Las cifras sobre las mujeres enroladas en el Ejército Rojo no son exactas, y hay investigadores que, como Hortensia Moreno, afirman que tras esa vaguedad se esconde un intento propagandístico para exagerar el número real de mujeres combatientes. Pero de acuerdo con lo que afirma la mayor parte de los estudiosos del tema, el poderío del Ejército Rojo se acrecentó gracias al reclutamiento de mujeres jóvenes (la mayoría estaba en un rango de 17 a 21 años de edad), cuyo número llegó a ser de ochocientas mil en el trascurso de la guerra. Aunque había bastantes mujeres prestando sus servicios desde el comienzo de la guerra, y más de veinte mil participaron como soldados en la batalla de Stalingrado, fue a partir de 1943 cuando comenzaron a integrarse en las filas del Ejército Rojo de manera espectacular y cuando los cargos que se les asignaban dejaron de limitarse a los desempeñados tradicionalmente (doctoras, enfermeras, telefonistas, telegrafistas, pilotos de observación aérea u operadoras de baterías antiaéreas). La valentía y competencia demostradas en Stalingrado convencieron a las autoridades soviéticas para incluir a más de ellas en puestos de combate, y así durante la guerra hubo muchas más mujeres enlistadas en el Ejército Rojo que en cualquier otro ejército regular.[10] Quizá montadas a medias entre la realidad, las exageraciones de la propaganda de guerra y la leyenda, son todavía famosas varias mujeres que vieron acción en los terribles combates del frente oriental en el teatro europeo de la SGM. Entre las francotiradoras que destacaron por su puntería letal se recuerda a Liudmila Pavlichenko, Alía Mogdagúlova y Rosa Shánina (se consideró que las mujeres resistían mejor el frío que los hombres y por eso podían mantener más firme el pulso); Nadia Popova, Marina Roskova y Marina Dólina son evocadas, entre otras, como las principales aviadoras que pilotearon cazas y bombarderos y sembraron el terror entre las fuerzas nazis, que denominaron nachthexen (“brujas de la noche”) a uno, especialmente letal, de esos escuadrones enteramente femeninos.


Partisanas soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial


Habría que recordar, por otro lado, que no todo era tan heroico como lo pintan las películas. Un ejemplo que pudiera parecer trivial es lo que consigna D’Ann Campbell acerca de que a Nonna Alexandrovna Smirnova, que había cursado estudios superiores y se alistó luego como soldado raso en una batería antiaérea, le disgustaba sumamente que en el programa de entrenamiento sirvieran como instructores “hombres con poca educación que muchas veces mal pronunciaban la lengua rusa” (Campbell, 1993, p. 318). Pero menos intrascendente es que muchas de las intrépidas jóvenes que se alistaban en el Ejército Rojo debían enfrentar no sólo la amenaza del enemigo, sino también el acoso de sus camaradas varones, especialmente de sus superiores.

Casi todas las que he conocido en el frente acababan de salir de la escuela. A menudo se las veía incómodas y nerviosas: había demasiados hombres a su alrededor que las miraban con deseo. Algunas se vieron obligadas a convertirse en “la esposa de campaña” de un alto oficial […] Con frecuencia se recurría a métodos coercitivos. Un soldado contaría cómo un oficial ordenó a una joven de su pelotón de comunicaciones que se uniera a una patrulla de combate, simplemente porque la muchacha se había negado a yacer con él […] [sin embargo] la mayoría de los soldados no pensaba mal de ellas. Era la vida. Nos pasábamos todos los días jugando con la muerte en el frente, por lo que muchos también querían disfrutar un poco. Vasily Grossman[11] quedó horrorizado por la manera flagrante en la que los varones utilizaban su rango para obtener favores sexuales. En su opinión, la “esposa de campaña” fue “el gran pecado” del Ejército Rojo […] Pero a su alrededor miles de muchachas vestidas con uniformes militares trabajan muy duro y con gran dignidad (citado en Beevor, 2012, pp. 1040-1042).


Liudmila Pavlichenko
fue francotiradora
del Ejército Rojo y
combatió en el Frente
Oriental de la Segunda
Guerra Mundial

Alía Mogdagúlova
recibió el título de
Héroe de la Unión
Soviética después de
morir en combate
en enero de 1944

Rosa Shánina
fue la primera
mujer
francotiradora
galardonada
con la Orden
de la Gloria


En cambio, el régimen hitleriano, a pesar de la escasez de hombres para el ejército y enfrentado a una lucha por la sobrevivencia en los últimos dos años de la guerra, no permitió la llamada a filas de las mujeres. Ni siquiera a las enroladas en alguno de los diversos cuerpos militarizados se les permitía portar armas ni se les adiestraba para el combate; esto se debió a la inflexible ideología nazi, que asignaba a las mujeres los roles prácticamente únicos de productoras de bebés y amas de casa.[12]

En ambos casos se dio una casi total militarización de la sociedad y se llegó (en diferentes momentos de la guerra para cada bando) a niveles de desesperación que requerían el uso de todos los recursos para evitar la derrota. Sin embargo, en la Alemania nazi, una ideología sumamente conservadora decidió prohibir la incorporación del sector femenino en la lucha, mientras que en la URSS, la Revolución bolchevique había instaurado una ideología que promovía la participación femenina en roles tradicionalmente reservados a los hombres. Esa diferencia jugó un papel importante en el desenlace de la guerra. Mientras que los soviéticos supieron –y/o tuvieron que– echar mano de todas las alternativas que tenían en su esfuerzo bélico, las potencias del Eje (Alemania, Italia y Japón) y sus aliados prefirieron mantener el statu quo tradicional, en el que a la mujer no se le permitía convertirse en militar. Y las potencias aliadas (específicamente Estados Unidos, Gran Bretaña y los países de la Commonwealth británica que no se vieron nunca en la necesidad experimentada por la URSS) se conformaron con incluir mujeres en sus fuerzas armadas bajo los roles de género tradicionalmente aceptados, es decir, como no combatientes.[13]


Nadia Popova
fue una de las
primeras mujeres
pilotos militares
de la Unión
Soviética

Marina Roskova
fue una de las
primeras mujeres
en recibir el
título de Héroe
de la Unión
Soviética

Las “brujas de la
noche” en el Frente
Bielorruso en 1944


c ¿Cuál es el rostro de la guerra?

Svetlana Alexiévich nació en Bielorrusia en 1948. En su obra escrita destaca la recuperación de la historia oral referida a los principales sucesos políticos y sociales de la Unión Soviética y de los estados surgidos tras la disolución de esa entidad. Entre otros galardones, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 2015 (convirtiéndose en la decimoprimera mujer que lo ha ganado). Como parte de su ciclo de textos “Voices of Utopia”, publicó en 1985 La guerra no tiene rostro de mujer, en donde analiza el fenómeno de la guerra a través de una perspectiva de género, utilizando para ello los testimonios –que ella recolectó muy cuidadosamente– de muchas mujeres que participaron en la SGM desempeñando muy diversos papeles. Los relatos de esas mujeres atestiguan sus experiencias en el frente y develan significativas discrepancias entre el discurso patriarcal sobre la guerra (que la entiende como un acto imbuido de gloria y valentía) y la honesta rememoración personal de sus horrores, injusticias, sufrimientos y hasta de aquellos momentáneos remansos en los que es posible sentir –quizá con mayor intensidad que en tiempos de normalidad– el goce de la vida incluso en medio de la muerte, el dolor y el miedo que provocan el combate y sus secuelas.[14]

Este libro de Svetlana Alexiévich no es de fácil y unilineal lectura. Se trata de una multitud de voces que se entrecruzan produciendo un discurso polifónico que impacta hondamente al lector presentando la historia en una dimensión humana. No es una historia sobre la guerra, sino una historia sobre los sentimientos y el conocimiento emocional que despierta la guerra. Aunque una serie de factores hacen difícil que ese tipo de historia aparezca, Alexiévich lo consigue con creces exponiendo directamente los recuerdos de muchas veteranas que actuaron en la SGM como soldados en el frente de batalla, como esposas de militares, como partisanas, como auxiliares médicas que con frecuencia tenían que arriesgar su propia vida para rescatar a los camaradas heridos; asimismo, reproduce las experiencias de mujeres que fueron víctimas de las brutalidades de la guerra o que sufrieron privaciones y hasta la pérdida de familiares y seres queridos.



La recreación de la historia oral que ofrece el texto de Alexiévich constituye un monumental fresco de la actuación de las mujeres soviéticas en la SGM. Para cualquier persona interesada en las temáticas que giran alrededor de la relación mujer/guerra se trata de una obra indispensable. A manera de invitación a su lectura reproduzco aquí un par de esos testimonios que nos ayudan a ver que la guerra no tiene rostro de mujer, aunque como sustantivo la palabra guerra sea femenino.

“Doy clases de Historia en la escuela… Desde que trabajo, los manuales de Historia se han reescrito tres veces. He enseñado a mis alumnos con tres manuales diferentes…

Pregúntenos ahora que estamos vivos. No reescriban después, cuando nos hayamos ido. Pregunten…

No se imagina lo difícil que es matar a un ser vivo. Yo estuve en una organización clandestina. Me encomendaron que consiguiera un puesto de camarera en el comedor de oficiales… Era joven, guapa… Me dieron el empleo. Tenía que echarles veneno en la sopa y después marcharme al campamento de los partisanos. La cuestión es que me había acostumbrado a ellos, eran enemigos, pero los veía cada día, me decían: Danke schön… Danke schön… [Gracias… Gracias…] Es difícil… Matar es difícil… Matar es más difícil que morir…

Toda mi vida he enseñado Historia… Y jamás he sabido cómo contarla. Con qué palabras …” (citado en Alexiévich, 2019, p. 40).

“Recuerdo una noche, estaba tumbada en la tienda de campaña. No dormía. Se oían los cañones a lo lejos. Los nuestros respondían de cuando en cuando… Yo no tenía ningunas ganas de morir… Juré, había hecho un juramento militar, que si era preciso entregaría mi vida, pero aun así sentía tanto rechazo por la muerte… Sabía que incluso si volvía a casa, el alma me dolería. Ahora pienso: ‘Hubiera sido mejor que me hubieran herido en el brazo o en la pierna, que me doliera el cuerpo. Porque el alma… duele mucho’. Es que éramos muy jóvenes. Unas niñas. Yo hasta crecí durante la guerra. De vuelta a casa mi madre me midió… Había crecido diez centímetros…” (citado en Alexiévich, 2019, p. 55).

El mundo no va a ser automáticamente mejor por el acceso de las mujeres a posiciones y puestos de poder en los estamentos militarizados (desde las mujeres soldados hasta las jefas de gobierno, eso está históricamente comprobado); el caso de las mujeres en el ejército –y especialmente en puestos de combate– es, creo, mejor evaluarlo no tanto como un asunto de equidad de género, sino como uno en el que deben entrar consideraciones acerca de los valores y juicios culturalmente determinados. Aunque se trata de algo que es necesario explorar más a fondo, tal vez pueda decirse de manera general que en esa clase de reflexiones podría aparecer en primer lugar el hecho de que las mujeres han desarrollado un conocimiento más amplio del trato con la gente y que los hombres han estado demasiado fijos en sus actitudes y comportamientos, mientras que ellas han tenido más experiencia en la flexibilidad con los demás. Eso sí constituiría una ventaja en el intento de solucionar los conflictos por medios pacíficos y no por la vía armada. Así, el ingreso, la participación y hasta la victimización de las mujeres en la guerra deben discutirse, en un plano histórico, o negociarse, en un plano ético, no mediante ideas homogeneizadoras de lo que son la igualdad y la diferencia, sino más bien con la examinación y el análisis de contextos locales, culturalmente bien comprendidos y que se centren en situaciones y casos acotados lo mejor posible. De otra manera, la guerra puede ser perdida simplemente porque no supimos diferenciar entre camaradas, aliados y enemigos.

c Referencias

Alexiévich, Svetlana (2019). La guerra no tiene rostro de mujer. Debolsillo.

Beevor, Antony (2012). La segunda guerra mundial. Ediciones de Pasado y Presente.

Campbell, D’Ann (1993). Women in Combat: The World War II Experience in the United States, Great Britain, Germany, and the Soviet Union. The Journal of Military History, 57(2), pp. 301-323.

Moreno, Hortensia (2002). Guerra y género. Debate Feminista, 25, pp. 73-114. https://cutt.ly/VbQ01fe Ir al sitio

Notas

Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.
  1. Las fuerzas alemanas contaban con el respaldo de numerosas tropas finlandesas, húngaras, eslovacas, croatas, rumanas e italianas convocadas por Hitler para participar en su “cruzada contra el comunismo” (la España franquista también aportó a la División Azul, compuesta por cerca de cincuenta mil hombres, entre los que, además de españoles, había también portugueses. Por cierto, 148 mujeres formaban parte de esta agrupación en calidad de enfermeras de campaña).
  2. El sitio de Leningrado duró casi 900 días, de septiembre de 1941 a enero de 1944.
  3. Mucho se ha dicho acerca de que el invierno ruso fue el causante de la derrota alemana, pero si bien es cierto que esta estación fue especialmente cruda y fría en 1941-1942 y que las tropas invasoras no estaban bien preparadas para enfrentarla (cosa que más que al clima debe atribuírsele a la soberbia de Hitler y otros dirigentes nazis, así como a la imprevisión del alto mando de la Wehrmacht), el hecho mismo de que la guerra continuara librándose en territorio soviético durante otros dos años y pico más (con sus estaciones frías de por medio) desmiente la falsa idea de que el “general Invierno” haya sido el factor estratégico más decisivo en esa derrota.
  4. En la historia de la URSS y de la actual Federación Rusa, se llama Gran Guerra Patria al enfrentamiento nazi-soviético.
  5. Se puede aceptar que comparativamente haya en total más asesinos individuales del sexo masculino, pero es indudable que también hay bastantes mujeres que cometen este tipo de asesinato. Y es notable que, así como hay pocas mujeres combatientes profesionales, tampoco hay –o no se conocen– mujeres que actúen como verdugos en ejecuciones públicas aprobadas por la ley.
  6. Tomiris, reina de los masagetas que en 530 antes de Cristo condujo a esa rama de los pueblos escitas contra la invasión persa acaudillada por Ciro II el Grande; la famosa faraona egipcia Cleopatra (siglo I a. C.) y la menos conocida Boudica (siglo I d. C.), reina de las tribus británicas, lideraron la resistencia de sus pueblos a la conquista romana; en el otro lado del planeta, las hermanas Trung fueron de las primeras guerrilleras vietnamitas cuando en el siglo I d. C. se opusieron a los ejércitos chinos de la dinastía Han; y los mongoles conservan el recuerdo de la reina Mandukhai, que en el siglo XV trató de revivir las glorias de Gengis Khan. Los nombres de Margarita de Anjou, Caterina Sforza, Juana de Arco y la propia Isabel I de Inglaterra simbolizan la escasa participación de las mujeres guerreras en la Europa del medievo. Njinga de Ndongo (un reino situado en la actual Angola), y Yaa Asantewaa, de los ashanti de Ghana, son ejemplos de que en África también hubo reinas guerreras. Esta lista podría alargarse mucho, por lo que mejor la finalizo diciendo que en nuestra modernidad esas reinas militantes han sido sustituidas por primeras ministras que, sin entrar directamente en combate, sí han dirigido a sus países en la guerra (Indira Gandhi, de la India, en la guerra indo-pakistaní de 1971; Golda Meir, de Israel, en la guerra de Yom Kipur, 1973; o Margaret Thatcher, la británica “Iron Lady”, en la guerra de las Malvinas en 1982).
  7. De acuerdo con algunos historiadores, las famosas mori del reino africano de Dahomey (actual Benín) son las únicas tropas compuestas exclusivamente por mujeres que han sido registradas por documentación histórica fiable. Esas tropas, consideradas de élite por sus coterráneos y por los ejércitos franceses que las enfrentaron, actuaron durante los siglos XVIII y XIX. Por cierto, combatían a favor de los soberanos de Dahomey, quienes participaron activamente en la trata de esclavos en esa época.
  8. Uso el término combate en el sentido de un ataque organizado que pretende ser letal contra un enemigo igualmente organizado que responde de la misma forma. Por lo tanto, excluye la defensa propia en situaciones de emergencia y deja un tanto en entredicho las acciones de fuerzas guerrilleras o de grupos de resistencia armada que no están organizados como ejércitos.
  9. Puede parecer increíble lo sucedido con el tema de la violación en la guerra de los tiempos modernos. La Convención de Ginebra (1949) y los Protocolos Adicionales (1977) la consideran ilegal, pero calificándola como crimen en contra del honor, es decir, con menos nivel de reprobación que la mutilación o la tortura, por ejemplo. Fue hasta 1996 (tras la difusión mundial de lo sucedido en la guerra de Yugoslavia) cuando el tribunal de La Haya para juzgar crímenes de guerra incluyó el ataque sexual en la categoría de “crimen contra la humanidad”. Y a pesar de ello, lo sucedido en Ruanda, Haití, Mozambique (1991) y otra vez en Kosovo (1999), evidencia que en realidad esa práctica no ha sido castigada con el rigor que se merece y que, por lo tanto, la violación de las mujeres enemigas o del enemigo sigue siendo una execrable parte del botín de guerra.
  10. Si a la cifra antes mencionada agregamos las 200 000 partisanas reconocidas por los datos oficiales de la URSS, tendríamos un millón de mujeres militares, que corresponden a 8 por ciento del total de efectivos movilizados por la URSS (unos 12 millones como pico en algún momento de la contienda).
  11. Corresponsal de guerra para el Ejército Rojo que publicó crónicas de primera mano de las batallas de Moscú, Stalingrado, Kursk y Berlín. Sus testimonios acerca de los campos de exterminio nazis fueron utilizados como pruebas en los juicios de Núremberg contra los criminales nazis. Su libro Vida y destino es considerado una obra maestra sobre la Segunda Guerra Mundial.
  12. Se hacía alusión a su lugar en la sociedad como kkk, es decir, kínder (niños), kücher (cocina) y kirche (iglesia). Sin embargo, esto no impidió, desde luego, que se explotara el trabajo femenino en la industria, la burocracia, las labores de enfermería o limpieza y hasta –en algunos casos– fungiendo como custodios en los campos de concentración.
  13. Tanto los británicos –que sufrieron el bombardeo de sus ciudades– como los estadounidenses –que no tenían la amenaza de invasión sobre su territorio– formaron unidades de composición básicamente femenina para el manejo de baterías antiaéreas que en el caso de los primeros sí llegaron a entrar en combate. Pero se trató de una situación considerada como especial, pues si bien había peligro de que estas mujeres murieran o fueran heridas, se descartaba totalmente que pudieran ser capturadas por el enemigo, cosa que a los altos mandos militares era lo que más les preocupaba.
  14. Por ejemplo, un testimonio consignado en ese libro dice: “¿Sabe lo preciosos que resultan los amaneceres en la guerra? Antes de un combate … Los observas y estás segura: ese podría ser el último. La tierra es tan bella … Y el aire … Y el sol …” (citado en Alexiévich, 2019, p. 243).
c Créditos fotográficos

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CORREO del MAESTRO • núm. 301 • Junio 2021