Del mundo
DE LOS TÍTERES

María Esther Aguirre Lora[*]


Para la pequeña Ari,
titiritera de corazón,
con el corazón.


Yolanda Jurado-Rojas, desde la conjunción de la historia y la literatura, nos entrega un libro delicioso, sobre titiriteros de larga raigambre en México, los Rosete Aranda (1835-1960), cuya actividad atraviesa más de un siglo.



c Del mundo de los títeres

La compañía de Rosete Aranda y el Festival Internacional de Títeres en Tlaxcala se inscribe en las búsquedas de la autora que datan de 1998 –cuando Yolanda Jurado-Rojas se acercó al Archivo General del Estado de Tlaxcala tras las pistas de esta compañía de títeres– y que han cristalizado, hasta el momento, en una línea de investigación que cuenta con las siguientes publicaciones: Teatro de títeres durante el porfiriato (2004), La comedia de muñecos (2015), y ahora La compañía de Rosete Aranda y el Festival Internacional de Títeres en Tlaxcala (2019).

Este último es un libro hermoso, editado por Conaculta y el Gobierno de Tlaxcala a través del Instituto Tlaxcalteca de Cultura, e impreso en papel cuché, para el que no se escatimaron recursos a fin de integrar documentos de archivo, fotografías, carteles a todo color. Se trata de un trabajo documentado en el que se conjugan fuentes documentales, hemerográficas, fotográficas, iconográficas en general, y fuentes orales, reunidas en largas horas y días de consultas al Archivo General de la Nación, Archivo Histórico de la Ciudad de México, Archivo Histórico de Tlaxcala (Fondo Rosete Aranda), Archivo Histórico del INAH (Chapultepec), Centro de Documentación del Museo Nacional del Títere, así como a los archivos particulares de la familia Rosete Aranda, informaciones que la autora fue afinando con entrevistas a distintas personas conocedoras del tema. Desde el inicio, ella da cuenta de quiénes la han antecedido, o con quiénes coincide, en la indagación de este tema.


Yolanda Jurado-Rojas, autora del libro

El libro se estructura en cuatro ejes: el mundo de los títeres en el siglo XIX, en México; el surgimiento de la Compañía Rosete Aranda, en 1835, y su trayectoria histórica, hasta 1958, para centrar la investigación en el último tercio del porfiriato (1880-1910); el análisis de cuatro textos literarios puestos en escena por la Compañía; y el establecimiento de instituciones tales como el Festival de Títeres de Tlaxcala y el Museo Nacional del Títere, todos ellos universos fascinantes que por sí solos ameritan un estudio.

De la lectura de esta obra, quiero destacar lo siguiente:

c El mundo de las diversiones y actividades artísticas populares en el umbral del siglo XIX

Los títeres se inscriben, en principio, en el mundo de las diversiones, de la cultura popular novohispana, con antecedentes en el mundo anterior a la llegada de los españoles. Se sabe que Hernán Cortés traía, entre sus soldados, a dos titiriteros, de lo que habrá de dar cuenta al rey; también Bernal Díaz del Castillo lo menciona.

De hecho, los títeres son muy muy antiguos, anteceden al teatro propiamente dicho. Nacen en Oriente: China, Egipto e Indonesia son su lugar de origen; desde ahí llegan a Occidente, a Grecia, a Roma. Atraviesan la Edad Media, el Renacimiento, la Ilustración, y en cada momento histórico, cada cultura, dejan su huella.

En México, en el curso de la vida novohispana, forman parte de las diversiones callejeras, sea en el espacio urbano o en el medio rural, y son legados que recoge el siglo XIX. Había una gran variedad de diversiones populares: maromeros, saltimbanquis, magos e ilusionistas, piruetas con animales, exhibición de animales exóticos y aun de seres deformes, circos, los infaltables merolicos; y los títeres, por supuesto, cuyos destinatarios era trabajadores, artesanos, campesinos, mendigos, vagabundos, a quienes poco a poco se integraban otros sectores sociales más ligados a las élites. Sus temáticas, costumbristas, terminaban por reflejar-retratar a los personajes del momento e incluso abordaban problemas políticos, lo cual transgredía los límites impuestos por las autoridades. Su escenario era algún rincón de una plaza pública o de una feria que, por motivos religiosos o celebraciones cívicas, les daba cabida o, por lo menos, no los sancionaba.

La relación de las autoridades con los titiriteros a lo largo de los años fue distinta, a veces más tolerante, a veces francamente persecutoria. Los títeres, emparentados con los espectáculos teatrales cultos, en su propia definición popular, lograron construir un territorio propio que fue ganando gran aceptación en distintos sectores sociales. Curiosamente, en una perspectiva histórica de tiempo largo, los títeres, como espectáculo, antecedieron al teatro culto, y más adelante coincidieron, en las carpas, con el teatro frívolo, con las vedetes, con los cómicos que satirizaban la vida política. Formaban parte de los programas que los ofrecían, entre los números establecidos, en los entreactos, como pasatiempo.

Luego fueron migrando de la vida marginal, de las carpas, de los corralones, a los teatros urbanos, hasta llegar a formar parte de los programas establecidos. Es de llamar la atención su coincidencia, su sobrevivencia, cuando no francamente su competencia, con los espectáculos artísticos y las diversiones de las élites ilustradas: pensemos que se está fundando el Conservatorio de Música (1866), antecedido por el primer Conservatorio de América (1825), fundado en Morelia por José Mariano Elízaga; las academias de Música, Danza, Artes Teatrales; la Academia de San Carlos está renovando su formación y su planta docente con pintores, escultores, arquitectos traídos del extranjero. Pensadores del calibre de Ignacio Manuel Altamirano y Guillermo Prieto siempre se pronunciaron a favor de la cualidad educativa de los títeres, que gozaban de la aceptación del pueblo.

Por supuesto, uno de los autores privilegiados para abonar a la cultura popular, a lo largo del libro, es Bajtin,[1] al lado de otros autores que aportan elementos para entender la vida social, la vida cultural durante el porfiriato.

c Los Rosete Aranda

Originarios de Huamantla, tal parece que en determinado momento decidieron dejar la ocupación propia del campo para empezar a presentar sencillos espectáculos en el medio rural, en escenarios improvisados, donde fuera posible, cuyo público destinatario eran los campesinos, rancheros, indios y mestizos, por lo demás algunos de ellos monolingües, hablantes de náhuatl. Esto fue por 1835. Después de algunos años, aparentemente habían saturado temáticas y espectadores en la pequeña localidad, de modo que iniciaron un recorrido por los poblados cercanos a su localidad, en calidad de trashumantes, enfrentándose a las mayores exigencias de otras comunidades rurales, de los barrios urbanos, y haciendo plaza en los atrios de las iglesias, en los mesones. Llegaron a Puebla, a la Ciudad de México y a distintos lugares del país tales como Hidalgo, Oaxaca, Zacatecas, Jalisco, Querétaro y Michoacán, entre otros.

Para 1850 ya habían logrado establecerse como compañía manipuladora de autómatas; para 1861, los vemos constituidos como Empresa Nacional Mexicana de Autómatas Rosete Aranda. Llama la atención por qué no mantuvieron el nombre de títeres y optaron por el de autómatas, término posiblemente más vinculado con los ingenios mecánicos, que si bien habían crecido a lo largo de la historia, en el siglo XIX, con distintas habilidades, habían logrado un nivel de refinamiento muy interesante.

Temáticas, guiones y escenarios fueron muy variados en el curso de los años. Los Rosete Aranda, además de las escenas costumbristas –donde no faltaba la corrida de toros, las peleas de gallos, los juegos de billar, la orquesta–, la imitación de personajes populares –como el aguador, el policía, la china poblana, el borracho– y las imágenes religiosas –con la infaltable Virgen de Guadalupe y alguno que otro santo popular–, pasaron por las temáticas políticas, de crítica social y otras, y ganaron cada vez mayor presencia y refinamiento en sus muñecos de barro y escenografías, con lo que se abrieron espacios en teatros públicos que gozaban de cierto prestigio, como el Arbeu. Sus maquetas, que podemos disfrutar en el Museo Rafael Coronal, en Zacatecas, y en el propio Museo del Títere en Huamantla, Tlaxcala, reproducen verdaderos escenarios en chiquito, con el mismo cuidado y espectacularidad de las escenografías y vestuarios del teatro humano.

Los Rosete Aranda, hacia el último tramo del porfiriato, habían logrado un importante lugar en el mundo de las diversiones públicas, aunque, dicho sea de paso, el despliegue de titiriteros que ocurrió durante ese periodo coincidió con el de otros grupos, como la compañía de don José Soledad Aycardo y la de Omarini, pero ellos siguieron ocupando un lugar relevante en la vida cultural de la sociedad mexicana.

Con el paso de los años, algunos de los iniciadores fueron muriendo, y si bien la Compañía continuó en constante renovación, la traspasaron a Carlos Vallejo Espinal (1912), quien logró mantenerla a buen nivel, de acuerdo con lo que se había venido haciendo. Su presencia es visible ya desde las primeras décadas del siglo XX hasta 1957, cuando cierran definitivamente, pero en el curso de estos años no será sino hasta 1943 cuando Espinal logre la transferencia legal del contrato de la Compañía Rosete Aranda.

Aunque mucho más podría decirse de esta histórica empresa, baste señalar que el mundo de los títeres y los titiriteros no desapareció, se fue reconstituyendo, se fue transformando con la intervención de otros protagonistas y los nuevos aires culturales, sociales. Y si parecía que, con la modernización y el industrialismo, estos universos se desvanecerían frente a las nuevas alternativas de entretenimiento y ocio, como la televisión, siguieron abonando al mundo de los títeres, como la propuesta del teatro guiñol de Julián Gumi, en la variante francesa, que es la que posiblemente llegó hasta las Misiones Culturales en torno a 1932, donde el teatro guiñol terminó por ser un imprescindible recurso educativo.

En fin, para concluir esta parte, quiero decir que Yolanda no escatimó en saberes técnicos, artesanales, y nos entrega un apartado sobre las técnicas de manipulación durante el siglo XIX, lo cual da cuenta, tanto del perfeccionamiento técnico que se había logrado, como de la variedad de muñecos, muñecos de guante, títeres, marionetas, autómatas que andaban por el mundo de los titiriteros.

c Los textos literarios que se analizan

En particular me llama la atención el libreto Las coplas de don Simón, integrado por veinte coplas, y me llama la atención por aquello de “Qué tiempos aquellos, señor don Simón”, que en tantas ocasiones hemos escuchado y repetido. Doy un ejemplo, la copla VI:

En mi tiempo había unos doctores que curaban con gran precisión y muy pronto sanaba el enfermo y cobraban con moderación. Hoy los llaman para un constipado, llevan sierra, puñal y azadón, para hacer picadillo al enfermo y… peso diario, señor don Simón (p. 172).

Al analizar las coplas, Yolanda hace un retrato, a distintos niveles, de la sociedad de ese tiempo.

c El Festival Internacional y el Museo del Títere

El Festival Internacional de Títeres de Tlaxcala, cuyo ciclo inicia en 1983, y el establecimiento del Museo del Títere, en 1991 en Huamantla, lugar originario de los Rosete Aranda, dan cuenta de las iniciativas y transformaciones en el mundo de los títeres que no han cesado. Interesante, para el caso, es señalar que ambas iniciativas se insertan en el panorama internacional: existen festivales internacionales de títeres en Corea del Sur, Dinamarca, Francia, España, Argentina, España, Portugal, Irán, Colombia, a los que se integran los de Huamantla, Tlaxcala, entre otros. En cuanto a museos del títere, confrontamos una situación similar: hay museos del títere en España, Argentina, Uruguay, Chile, Alemania, Francia, conjunto al que se integra el de Huamantla, Tlaxcala, entre otros.

Finalmente, uno de los méritos del teatro de títeres de todos los tiempos es el ambiente festivo, jocoso, alegre, placentero, lúdico, que han logrado crear en medio de todo tipo de vicisitudes, y con estas imágenes rondándonos me gustaría que concluyéramos este texto.




Yolanda Jurado-Rojas (2019). La compañía de Rosete Aranda y el Festival Internacional de Títeres en Tlaxcala. Instituto Tlaxcalteca de Cultura-Conaculta.

Notas

* Doctora en Pedagogía. Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación, IISUE-UNAM.
  1. Me refiero a La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais (traducción de Julio Forcat y César Conroy, Madrid, Alianza, 2005).


CORREO del MAESTRO • núm. 313 • Junio 2022