Los niños polacos
refugiados en México

DURANTE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL[*]

Gloria Celia Carreño Alvarado[**]

Durante la Segunda Guerra Mundial, México, en un acto de solidaridad muy ligado a su tradicional política internacional (con antecedentes como la recepción de los niños de Morelia, víctimas colaterales de la Guerra Civil Española), recibió en la hacienda Santa Rosa, situada en las cercanías de León, Guanajuato, a 1453 refugiados polacos (de ellos, 280 eran menores de 20 años), a quienes albergó entre 1943 y 1947.

Los niños Polacos refugiados en México durante la Segunda Guerra Mundial

la historia de estos refugiados es un fenómeno social que revela múltiples acontecimientos: la historia de Polonia y su existencia como país varias veces repartido y dominado; la política expansionista de Alemania y de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS); el juego de intereses políticos de los países aliados; el destino de la población civil en zonas de conflicto; así como la vida de los refugiados en el interior del campo de refugio y el impacto de y para la sociedad mexicana que actúa como receptora. Es decir, del contexto más amplio de la historia política internacional, al más reducido, de la historia de individuos y su mentalidad.

La odisea de esos refugiados comenzó con la guerra, cuando, tras la invasión del ejército nazi a la zona este de Polonia, ocurrida el 1 de septiembre de 1939 –en el afán de Hitler de extender el dominio alemán–, la Unión Soviética –con su propio interés de expandirse geográfica e ideológicamente– invadió el 17 de septiembre, la región oriental de ese mismo país.

En una Polonia fraccionada y repartida entre dos potencias, una de las cuales argüía la supremacía racial, mientras la otra enarbolaba los ideales del comunismo internacional, se llevaron a cabo operativos de represión masiva, encarcelamientos de disidentes y posibles disidentes, asesinatos masivos y desplazamientos de la población.

Con el propósito de limpiar étnica e ideológicamente a la población de la zona oriental de Polonia y que pasada la guerra ese territorio quedase incorporado a la URSS, en 1940 comenzaron las deportaciones de ciudadanos polacos y el repoblamiento de ese territorio con ciudadanos rusos. Ya fuera como prisioneros, en campos de trabajo forzado o en “asentamientos libres” en la URSS, los ciudadanos polacos fueron enviados a las regiones más hostiles, principalmente a Siberia, Uzbekistán y Kazajistán, donde permanecieron bajo severas condiciones tanto climáticas como de trabajo, hasta que los intereses políticos y el curso de la guerra dieron un giro, cuando Alemania invadió los territorios soviéticos, y la URSS se incorporó a la conflagración como parte de los países aliados.[1]

De acuerdo con el testimonio de una niña refugiada:


Un domingo, cuando regresábamos de la granja, las calles estaban llenas de tanques rusos y todos los lugares de gobierno como el correo, la estación de policía, la estación del tren estaban ocupados por soldados rusos […] también se oía la artillería que luchaba en los bosques y los aviones que nos sobrevolaban […] Mandaron a toda la administración polaca a Siberia. Las deportaciones comenzaron en febrero de 1940. Padres con niños fueron despertados por miembros de la policía secreta a las tres de la mañana, y llevados en trineo a la estación del tren y subidos en vagones de carga sin calefacción, donde hacinaron entre cincuenta y setenta y cinco personas, con sólo un hoyo a la mitad del vagón para ser usado como sanitario. Muchos bebés murieron en el camino a Siberia por falta de leche, comida y el severo frío.[2]




La invasión alemana a la Unión Soviética marcó un cambio en las relaciones de Rusia con Inglaterra. Sir Winston Churchill, en un discurso dedicado a la Unión Soviética, dijo:


…tenemos una sola e irrevocable meta. Hemos resuelto destruir a Hitler y todo vestigio del régimen nazi […] cualquier persona o estado que lucha contra el nazismo tendrá nuestra ayuda. Por lo tanto daremos cualquier ayuda que podamos a Rusia y al pueblo ruso…[3]


De esa manera, la Unión Soviética se unió al esfuerzo de los países aliados.

Después de una intensa actividad diplomática entre los gobiernos inglés, soviético y el polaco en el exilio, y por sugerencia de Inglaterra, se llegó a la conclusión de que, para las necesidades de la guerra, sería mucho más efectivo y de más ayuda la formación de un ejército polaco en territorio soviético. El ejército sería comandado por un oficial polaco, pero desde el punto de vista operativo estaría supeditado al comando del Estado Mayor del Ejército Rojo. Una vez restablecidas las relaciones diplomáticas entre Polonia y la Unión Soviética, ésta otorgaría “amnistía” a todos los ciudadanos polacos que hubieran perdido su libertad en territorio soviético, ya fuera como prisioneros de guerra o por cualquier otra circunstancia.[4]




La liberación de los polacos y la formación del ejército polaco no ocurrieron tan rápido como Wladislaw Sikorski, primer ministro del Gobierno de la República de Polonia en el exilio, hubiera querido. Las autoridades soviéticas se tardaron en comunicar a los ciudadanos polacos que estaban en su territorio la noticia de la liberación; cuando eso sucedió, las condiciones físicas de los liberados eran pésimas. Además, el abastecimiento al ejército polaco quedaría en manos del propio Stalin.

Ante la imposibilidad de que el gobierno soviético equipara al ejército polaco, Churchill sugirió a Sikorski que le propusiera a Stalin hacer una retirada temporal del ejército polaco hacia Irán o a la zona norte del mar Caspio, donde a Inglaterra se le facilitaría abastecer a los polacos. Stalin aceptó y se acordó que los soldados para los que no hubiera comida serían evacuados hacia Irán. El número de evacuados fue de 40 mil, entre soldados, mujeres y niños. La primera parada fue en el puerto de Pahlevi, donde la brisa del mar, el sol y una mejor alimentación los llenaban de esperanza para poder recuperarse.

Los polacos que arribaron a Irán representaban sólo un porcentaje pequeño de todos los que habían sido deportados a la Unión Soviética entre 1939 y 1941: aún quedaban un millón de ellos, aislados de todo contacto con su gobierno y país, y por lo tanto imposibilitados de recibir alguna ayuda.

Aunque la estancia en Irán significaba el principio de la libertad, se vivía con incertidumbre, ya que si el ejército alemán avanzaba a la zona petrolera de Bakú, la Unión Soviética podía intentar invadir el sur de Irán. Por otra parte, Inglaterra y Estados Unidos querían establecer una base aérea en la zona; además, Irán era el lugar por donde estos países transportaban el mayor volumen de aprovisionamiento al Ejército Rojo, como parte de un acuerdo entre los países aliados y el gobierno soviético.

Ante esta situación, se decidió mover a los refugiados a la ciudad india de Karachi (hoy perteneciente a Pakistán), una estación más en el peregrinar de esta gente. Pareciera que ningún país estaba dispuesto a ofrecerles un asilo permanente. El Departamento de Estado de Estados Unidos se negó a admitirlos. Finalmente, a mediados de 1943, seis países de África Oriental, pertenecientes a la Mancomunidad Británica, les ofrecieron refugio durante el tiempo que durara la guerra. De manera sorpresiva, otro país que les ofreció refugio fue México.



Este campo de refugio se estableció como resultado de un convenio concertado entre el presidente de México, Manuel Ávila Camacho, y el primer ministro del gobierno polaco en el exilio, general Wladislaw Sikorski, el cual se pactó durante la visita de este último a México en diciembre de 1942.[5]

México ya había declarado la guerra a los países del Eje, y su aceptación de recibir refugiados se consideró como una contribución al esfuerzo aliado, y una continuación de la política panamericanista.

Dos contingentes de refugiados llegaron a la hacienda Santa Rosa en León, Guanajuato; uno arribó el 1 de julio de 1943, y el otro, el 2 de noviembre del mismo año. Este grupo vivió en Santa Rosa hasta principios de 1947, cuando el gobierno de México disolvió el campamento y otorgó permisos de residencia a quienes deseaban permanecer en el país.

En los casi mil días que vivieron ahí, hombres, mujeres y niños tuvieron como principal propósito curar las heridas físicas y psicológicas que en ellos marcó la guerra y la trashumancia de su hogar a los campos de trabajo de Siberia, de ahí a Irán, India, Nueva Zelanda, Estados Unidos y, finalmente, México. Durante ese recorrido, el hambre, el trabajo forzado, la enfermedad, el sufrimiento, la pérdida, el desplazamiento y el desarraigo fueron la constante en sus vidas. En el campo de refugio, se reprodujo en pequeña escala un entramado social donde se organizó el trabajo, la convivencia, el cuidado de la salud, y el cultivo de la cultura del país que estaba aún en guerra, al tiempo que preservaban la ilusión del retorno.

El grupo de refugiados polacos estaba integrado en su mayoría por mujeres y niños; se trataba de esposas, viudas e hijas de soldados que servían al ejército polaco. Los hombres que formaban parte del conjunto eran menores de edad o aquellos no aptos para servir en el ejército, soldados con licencia o viejos. De los 1453 habitantes de la colonia, 992 estaban integrados en familias (padre, madre e hijos; sólo con madre; sólo con padre) que habían hecho toda la trayectoria del exilio unidas, 193 personas venían solas, 30 llegaron en compañía de algún pariente (no familia nuclear) y 236 eran huérfanos.[6]



Con el apoyo de fondos del gobierno estadounidense, mediante un préstamo al Gobierno polaco en el exilio, del Consejo Polaco de los Estados Unidos y de la National Catholic Welfare Conference and War Relief Services, la organización del campo orientó sus trabajos, recursos y esfuerzos a la manutención de personas y de la hacienda, la construcción de nuevos espacios y recursos, la asistencia médica, el vestuario, la educación, el impulso de actividades productivas como la siembra de hortalizas y una granja (con vacas, cerdos, cabras y gallinas), pequeños talleres artesanales, actividades recreativas y de conservación de la cultura.

Los refugiados se vieron obligados a vivir en un espacio reducido y tenían restringida la incorporación al trabajo productivo en el contexto de la sociedad mexicana, por lo que las labores que realizaban eran para su propia subsistencia y comodidad dentro de la hacienda Santa Rosa. Aprendían oficios, como los de zapatero, carpintero, fontanero, electricista, y todos ellos se ocupaban de los arreglos de la hacienda. Algunos plantaban su propia hortaliza, las mujeres se ocupaban en la cocina y además preparaban las escenografías y el vestuario que usaban los alumnos en las representaciones teatrales, así como los vestidos que portaban en los desfiles de las fiestas nacionales mexicanas, a las cuales eran regularmente invitados.

La colonia Santa Rosa llegó a tener 397 cuartos; un hospital con salas para mujeres, niños y hombres; un pabellón para enfermos contagiosos, un dispensario, dos salas de consulta, una botica, un gabinete dental, una sala de desinfección y una cámara mortuoria, una capilla y un pequeño mercado.

Contaba con dos vehículos: una camioneta y un camión en el cual solían hacer paseos por la región; un trencito de mulas comunicaba la colonia con la estación del ferrocarril y era el principal medio de transporte para visitar León.

Había tres casas de baños con regaderas, 92 lavabos, lavaderos con 50 piletas, un teatro, cinco talleres, una panadería, 16 cuartos para oficinas de la administración y una biblioteca.

En el antiguo molino de trigo, un edificio de cuatro pisos, se instaló la escuela primaria. Todos los niños y jóvenes estaban ocupados en la escuela, según el programa polaco de estudio, o en el aprendizaje de oficios; tenían lecturas colectivas de novelas clásicas polacas, excursiones, escautismo, historia polaca y deporte.

El orfanato tenía 15 dormitorios, una sala de recreo, habitaciones para monjas y maestras, una enfermería, almacenes e instalaciones sanitarias.

En este contexto, el cuidado de los niños y jóvenes, especialmente el orfanato, fue el mayor logro, ya que además de los cuidados y la educación, logró brindar a los niños la fortaleza y el bienestar perdido, así como los recursos para enfrentar el futuro.

La educación estaba organizada de acuerdo con los programas educativos de Polonia, ya que según el convenio establecido con México, los refugiados volverían a su país una vez terminada la guerra, y la educación era un medio para mantener viva en ellos la identidad nacional.

El campo de Santa Rosa como tal, se anuló oficialmente el 31 de diciembre de 1946. Con ello se acabó su carácter de residencia forzada y se anunció a los refugiados que tenían permiso para instalarse y trabajar fuera del campamento.

Los niños del orfanato fueron llevados a los Estados Unidos y muchos otros refugiados también siguieron ese destino, mientras que algunos se fueron a la Ciudad de México, otros buscaron trabajo en ranchos vecinos, y los madereros tuvieron una experiencia fallida en la explotación de maderas en las regiones inhóspitas de Yucatán y Tabasco.

A pesar del sufrimiento, la historia de los refugiados es una historia afortunada, pues en la Segunda Guerra Mundial murieron 38 millones de personas, entre ellas, 6 millones de judíos, 20 millones de soviéticos, 4 millones de polacos y 1.7 millones de yugoslavos. En ese marco, este pequeño contingente que recorrió en su peregrinar la mitad del mundo, no sólo salvó la vida, sino que tuvo un rincón, lejos de casa, donde restañar sus heridas, fortalecerse y recuperar su dignidad humana: la colonia Santa Rosa, en las cercanías de León, Guanajuato, en México.

Bibliografía

COUCH, William John, General Sikorski, Poland and the Soviet Union, 1939-1943, a dissertation for the degree of Doctor of Philosophy, Department of History, The University of Chicago, 1970.

CHURCHILL, Winston S., The Grand Alliance, Boston, Houghton Mifflin Co., 1950.

GRUDZINSKA-GROSS, Irena y Jan Tomasz Gross (eds. y comps.), War through Children’s Eyes: Soviet Occupation of Poland and the Deportations, 1939-1941, Stanford, Hoover Institution Press, 1981.

PASCHWA-KOZICKA, Anita, My Flight to Freedom, Chicago, Panorama Publishing Co., 1996.

NOTAS

* Texto basado en Gloria Carreño y Celia Zack de Zukerman, El convenio ilusorio: refugiados polacos de guerra en México (1943-1947), México, Centro de Documentación de la Comunidad Ashkenazí / Conacyt, 1998.
** Académica en el Archivo Histórico de la UNAM, IISUE-UNAM y profesora en el Colegio de Ciencias y Humanidades-UNAM.
  1. Irena Grudzinska-Gross y Jan Tomasz Gross (eds. y comps.), War through Children’s Eyes: Soviet Occupation of Poland and the Deportations, 1939-1941, Stanford, Hoover Institution Press, 1981, pp. 21-26.
  2. Anita Paschwa-Kozicka, My Flight to Freedom, Chicago, Panorama Publishing Co., 1996, pp. 22-24.
  3. Winston S. Churchill, The Grand Alliance, Boston, Houghton Mifflin Co. , 1950, pp. 331-332.
  4. Couch, William John, General Sikorski, Poland and the Soviet Union, 1939-1943, a dissertation for the degree of Doctor of Philosophy, Department of History, The University of Chicago, 1970, p. 118.
  5. SRE, Telegrama del 4 de noviembre de 1941; Documents on Polish-Soviet Relations 1939-1945, Londres, General Sikorski Historical Institute, 1961; Archivo Histórico III-639-8, SRE.
  6. La reconstrucción de la vida de los refugiados en el campo de Santa Rosa se hizo a partir del Archivo de la Legación de Polonia en México.
Créditos fotográficos

- Imagen inicial: Semanario La Nación, México, D.F., Año IV, no. 197, 21 de julio de 1945, p. 8.

- Foto 1: Fundacja Osrodka KARTA

- Foto 2: Wide World Photo

- Foto 3: Felix Zobota

- Foto 4: Acme Newpictures, Inc. Polish Daily News