La experiencia teatral
en la Inglaterra

DE LOS SIGLOS XVI-XVII

Aldo Mier Aguirre[*][1]



Si quisiéramos adentrarnos en el mundo de los siglos XVI-XVII y comprender la manera en que pudieron haberse formado dramaturgos y actores, primero debemos entender que la sociedad en sí misma estaba imbuida en incentivos teatrales que venían de todas partes: las grandes procesiones que buscaban exaltar el poder simbólico del soberano y colocarlo ante la mirada de los espectadores como poseedor (o poseedora) de un poder divino; la importancia que daban los círculos de la corte a la manera en que el individuo se presentaba ante los demás, al grado que abundaban manuales de comportamiento cortés como Il Cortegiano, de Castiglione, cuyas recomendaciones parecen una guía para actores; y la educación promovida por el nuevo humanismo que retomaba algunos modelos clásicos y se afanaba por instruir a los alumnos en el arte de la retórica, disciplina que exigía la capacidad de crear máscaras mediante palabras con el fin de persuadir al público en algún debate sobre el bien común.



c La experiencia teatral en la Inglaterra de los siglos XVI-XVII

El presente texto abarca de mediados del siglo XVI a principios del siglo XVII y busca aportar elementos que permitan explorar los ambientes que pudieron haber favorecido la formación de actores y dramaturgos en Inglaterra. El subjuntivo que introduzco se debe a que los documentos son escasos como para afirmar sin lugar a duda, que los alumnos de determinada escuela de gramática leyeron este o ese otro texto. Sin embargo, a partir de las evidencias disponibles, así como de situaciones en las obras de teatro donde aparece el mundo de la época, es posible entrever cómo se formaron estos artistas o por lo menos comprender las influencias a las que estuvieron sometidos y que despertaron su interés. Asimismo, debemos entender que en Inglaterra ya existía una tradición teatral muy anterior al surgimiento de los grandes teatros públicos: la gente de los pueblos organizaba representaciones ligadas con el calendario religioso; y desde principios del siglo XV hay evidencias de compañías de actores ambulantes que iban de pueblo en pueblo bajo el patronazgo de algún noble, presentando las obras en plazas, mercados o en salones privados (Greenblatt y Abrahams, 2007: 506-511).

Hablar de cómo se formaron dramaturgos y actores en realidad es una aseveración osada que conviene delimitar. El presente texto se basa principalmente en lo que se conoce de la vida de William Shakespeare, una de las vidas mejor documentadas en relación con otros contemporáneos, aunque también incluye algunas referencias a Christopher Marlowe y Ben Jonson. Eso en cuanto a los dramaturgos. En cuanto a los actores, pongo como ejemplo a Robert Armin y a Richard Burbage, dos actores que pertenecieron a la compañía conocida como The Lord Chamberlain’s Men hasta el ascenso de Jacobo I en 1603, quien asumió el patronazgo de la compañía de forma tal que cambió su nombre por el de The King’s Men.

Will Kempe, payaso de The Lord Chamberlain’s Men

Debe tomarse en cuenta que las compañías de teatro abundaban, al igual que los dramaturgos y las obras de teatro. Si se revisa uno de los registros más importantes para entender el panorama de la época, el Diario de Henslowe, se comprueba que existe una cantidad inimaginable de obras que se han perdido y que al parecer sólo aparecían una o dos veces en escena en caso de ser exitosas.[2] Esto nos indica que intentar una generalización en cuanto a las trayectorias de individuos sobre los que no existe siquiera registro sería un despropósito. Es importante no perder de vista que los personajes que utilizo para ejemplificar, a pesar de las dificultades económicas que pudieran haber tenido en un inicio, terminaron por trabajar para las élites más adineradas de Inglaterra, con todas las facilidades, privilegios y complicaciones que ello implicaba; es decir, la trayectoria de dramaturgos y actores menos afortunados debió ser distinta a la que aquí presento.

Lo primero que debemos aclarar es que utilizar el término de artista con referencia a playwrights (dramaturgos) y sobre todo a actores podría haberle parecido un poco extraño a más de algún contemporáneo. Aunque la interpretación de obras teatrales de la Antigüedad clásica formaba parte del currículum en las escuelas de gramática y sin importar que tratados como The Art of English Poesie le dieran un lugar al teatro dentro del mundo del arte, actores y dramaturgos pertenecían a esa gente que trabajaba con las manos: el arte que producían era considerado de tipo mecánico. Sin embargo, establecer este tipo de deslindes puede ser ambiguo en ciertos puntos: es precisamente hacia comienzos del siglo XVI cuando los nombres de algunos dramaturgos comienzan a aparecer en la portada de los libros que reproducían en formato impreso las obras presentadas en escena: en la década de 1590 empezó a crearse la idea de una autoría dramática como tal, con la inclusión de nombres como Marlowe o Shakespeare en la portada de algunas ediciones en cuarto de folio, proceso que llegará a su culminación con la edición de los trabajos completos de Ben Jonson en folio (1616) y luego con la edición en folio de las obras completas de Shakespeare (1623).[3] No olvidemos que una publicación en folio (formato empleado para la Biblia) implicaba darle al trabajo el valor de un clásico.

Los teatros públicos, (public playhouses) que comenzaron a operar
en 1567, estaban construidos al estilo de los anfiteatros

Así pues, sin perder de vista que estamos ante un proceso donde se fueron moviendo los límites entre lo ilegítimo, lo vulgar y lo aceptado socialmente, debemos entender que dramaturgos y actores se movían en un mundo que escapaba a la jurisdicción del alcalde de la ciudad de Londres: de forma metafórica y literal, los teatros se situaban en las liberties (libertades), es decir, en los suburbios. Había dos tipos de teatros: los teatros públicos (public playhouses), que comenzaron a operar en 1567 y estaban construidos al estilo de los anfiteatros donde se llevaban a cabo peleas de animales; y los teatros privados que iniciaron en 1575 y se construían de acuerdo con el modelo de las salas de banquetes que había en los palacios de los nobles (y donde algunas veces se presentaban obras de teatro para los convidados).[4] La diferencia entre las dos categorías estaba en los precios de admisión, en la cantidad de gente que podían contener y en la organización espacial. En los públicos podían entrar hasta dos mil personas, algunas sentadas en las gradas y una gran mayoría de pie frente al escenario; se calcula que los teatros privados tendrían una capacidad máxima de unas doscientas personas y todas tenían la posibilidad de sentarse.

Dramaturgos y actores habitaban un mundo que bordeaba los márgenes de la ilegalidad y el libertinaje. Incluso si a los teatros asistían personas de todos los estratos sociales, los espectáculos de este tipo (principalmente los auspiciados en los grandes teatros) eran considerados como ilegítimos, triviales y vulgares. Ello por el espacio que ocupaban y porque ir al teatro era considerado una actividad por completo opuesta a asistir a la Iglesia.

La ubicación de los grandes teatros en las “libertades”, así como el tipo de gente que asistía a ellos, hicieron de este un mundo donde se escondían malhechores, donde la gente que deseaba disfrazar su identidad (metafórica o literalmente) tenía la posibilidad de hacerlo, donde abundaban las meretrices. Y a pesar de ello –o precisamente por ello–, en el teatro confluían personajes provenientes de todos los estamentos de la sociedad: desde las personas de los sectores más bajos que pagaban un precio mínimo por permanecer dos horas de pie frente a la tarima, hasta los nobles que podían pagar por un asiento en las gradas superiores. La posibilidad que ofrecía un teatro como The Globe para ver reunidos a todos los estamentos de la sociedad incluso operó como un termómetro para que estadistas y embajadores calaran las pasiones que aquejaban a la población en momentos de crisis. No sólo era un espacio conveniente para percibir los ánimos, sino también para moldearlos e instruirlos. Por algo las compañías de teatro estaban financiadas por patrones poderosos.


Teatro The Globe


Así, a pesar del estigma relacionado con la profesión de actores y dramaturgos, algunos de ellos funcionaron como vasos intercomunicadores en su sociedad. Algunas obras que se presentaban en privado frente a la reina Isabel I o frente a Jacobo I, después eran interpretadas para públicos más amplios en los suburbios de Londres.

A continuación, intentaré trazar los elementos que pudieron haber influido en la formación de actores y dramaturgos. Primero es conveniente entender que estamos hablando de una sociedad sumamente teatral, donde se efectuaba gran cantidad de procesiones y ceremonias; después analizaré los ambientes donde actores y dramaturgos surgieron, para concluir con una aproximación al papel formativo que el teatro ejerció sobre su sociedad.


David Scott, La reina Isabel I contempla la obra Las alegres comadres de Windsor en el teatro The Globe, 1840

c El clima histriónico en la Inglaterra del siglo XVI

Además del histrionismo que prevalecía en las cortes y que regía todas las relaciones entre nobles, embajadores y demás personajes que se congregaba alrededor del trono, existían elementos de gran teatralidad en las apariciones del monarca frente al pueblo. Coronaciones y desfiles eran espectáculos simbólicos que buscaban comunicar a los observadores el poder y la riqueza de su reina (o rey), así como la prosperidad del Estado. En los vestidos usados para la ocasión era muy importante que su alto costo fuera evidente, de lo contrario, habría parecido que el reino estaba en crisis y que el soberano carecía de la lucidez o del oro para darse esos lujos.

Existían elementos de gran teatralidad en las apariciones del
monarca frente al pueblo.

Además, en el caso específico de la reina Isabel se creó una dinámica donde todos los hombres allegados a la corte se presentaban como sufrientes enamorados platónicos de la reina, también llamada Urania, Aureola, Reina de la Tierra de las Hadas, Diana o algún otro apelativo usado para exaltar su importancia, belleza y poder. Ello solía manifestarse en el interior de la corte en forma de una retórica abigarrada que exaltaba su belleza, pureza y magnanimidad. En este sentido, existe una anécdota muy reveladora sobre la manera en que uno debía dirigirse a ella. Stephen Greenblatt (2005) nos relata que Sir Robert Carey, molesto por no haber recibido la paga debida por su labor como Guardián de las Ciénegas Occidentales, fue cabalgando hasta la residencia de Isabel I sin haber sido invitado ni haber solicitado una audiencia. Tanto Robert Cecil como su hermano (Lord Chamberlain) le aconsejaron marcharse de inmediato para evitar que la reina se enterara de su osadía, pues le aseguraron que se pondría furiosa. Sin embargo, un amigo le ayudó a diseñar una estrategia mejor: decirle a la reina, que estaba en deuda con Carey, que “al no haberla visto por más de doce meses, no había soportado ser privado de tan gran felicidad; de forma que había decidido cabalgar inmediatamente a toda velocidad para venir a ver a su Majestad y, después de besar su mano, regresar de inmediato” (Greenblatt, 2005: 165). Con esa artimaña Carey logró la audiencia y recibió el dinero que se le debía.[5] Lo importante no era el contenido sino la forma.

En las apariciones públicas, se buscaba presentar a la reina como una madre amorosa que recibía los obsequios que sus hijos le daban de propia voluntad. Era un mundo de apariencias en el que la reina no pedía algo más allá de lo que sus vasallos quisieran otorgarle. Sir John Harington escribía (ca. 1598) con respecto a la reina:

A menudo su carácter era como el aire gentil que llega de occidente en una mañana de verano; todo era dulce y refrescante a su alrededor. Sus palabras conquistaban todos los afectos, y sus súbditos en efecto mostraban todo el amor al cumplir con sus mandatos; pues ella les decía, “que su estado le requería ordenar sólo aquellas cosas que su gente haría voluntariamente, por el puro amor que le tenían”. Así ella mostraba toda su sabiduría: pues ¿quién optaría por perder su confianza; o quién se negaría a mostrar su amor y obediencia, cuando su Soberano decía que lo hacían por decisión, no por imposición? Sin lugar a dudas sabía jugar bien sus cartas para conseguir que la obedecieran sin dificultades; sin embargo, era capaz de alterarse terriblemente cuando no había obediencia, al grado que dejaba bien claro de quién era hija (apudGreenblatt, 2005: 168-169).

Este fragmento nos muestra la forma casi divina en que se escribía sobre Isabel I, pero además deja claro que cualquiera que se atreviese a probar los límites de esta amorosa obediencia habría de encontrarse con los verdaderos colmillos del poder (lo que sucedió con más de un favorito).

En este periodo, la Corona, además, no dudó en aprovechar el vacío que había dejado la Iglesia católica, y en varias esferas de la vida social buscó que la Reina Virgen sustituyera a la Virgen María como objeto de veneración (Paster y Howard, en Shakespeare, 1999: 119). Ello debía ser evidente no sólo en la retórica que se usaba para hablar con y sobre la reina, sino en todos los eventos en que Isabel se mostrara en público frente a sus súbditos.

Existía un evento anual que servía para hacer gala de devoción por la reina: las procesiones reales de verano. Durante éstas, la reina se desplazaba acompañada de todo su séquito a la propiedad de alguno de sus nobles. A pesar del honor que su presencia confería, muchos nobles no tan bien acomodados buscaban evitar su visita debido al despilfarro de oro que su presencia significaba: había que alimentar a todo su séquito, así como planear varias formas de entretenimiento, entre las que se contaban obras de teatro, fuegos artificiales, música y discursos que la exaltaran. Aunque tales diversiones estaban planeadas con el fin de entretener a la reina, su simple presencia como observadora la convertía en parte de un espectáculo mayor, pues ante los ojos de la muchedumbre expectante era ella quien recibía estos tributos de parte de los mayores dignatarios del reino.


Existía un evento anual que servía para hacer gala de devoción hacia la reina: las procesiones reales de verano


En el año de 1575, una de las procesiones sobre las que existe mayor información fue alojada por Robert Dudley, conde de Leicester, en Kenilworth. Este conde era un antiguo favorito que buscaba recuperar el favor de Isabel y para entretenerla preparó “mascaradas literarias, cacerías aristocráticas y espectáculos populares” (Paster y Howard, en Shakespeare, 1999: 120). Las cacerías eran una de las actividades de mayor importancia, pues la reina gustaba mucho de cazar y la ocasión le daba oportunidad de establecer paralelismos con la figura de Diana, de mostrarse como una mujer valerosa que no estaba subordinada a los designios de ningún hombre. Durante las actividades de entretenimiento de Kenilworth, además se proveyeron numerosas ocasiones para que la reina mostrara su templanza. Un día que regresaba de una cacería, del bosque le salió al encuentro un “hombre salvagio”, paradigma de la salvaje virilidad masculina que portaba un roble desenraizado; el hombre rompió el árbol como signo de sumisión, con lo que el caballo de la reina se agitó un poco, lo que le permitió a Isabel I mostrar su compostura real (Paster y Howard, en Shakespeare, 1999: 122).


Reina Isabel I bailando con Robet Dudley, conde de Leicester


A fin de cuentas, todos estos eventos eran espectáculos sumamente teatrales donde la reina hacía patente su poder y lo comunicaba a todos sus súbditos. La ausencia de este tipo de demostraciones, o incluso que el soberano fuera omiso en presentarse con el mayor fasto posible, habría sido para los espectadores un indicador de que el reino se encontraba en crisis.[6]

¿Qué es lo importante aquí para nuestro propósito? Si buscamos las vivencias que podrían haber inculcado el gusto por el teatro en los futuros dramaturgos y actores, todo este mundo es un buen punto de partida. Además, es una mina de experiencias, relatos, gestos y palabras que en sí mismos habrían de constituir la materia de muchas de las obras de teatro que se escribirían en años posteriores. De hecho, son muchos los estudiosos que al buscar los factores que pudieron haber influido en la formación de Shakespeare mencionan los espectáculos que se presentaron en Kenilworth en 1575. Incluso una de sus obras, Sueño de una noche de verano, parece estar llena de referencias a este evento.

c El papel educador del teatro

En la formación de actores y dramaturgos confluyó el ambiente de toda una época que prestaba una gran importancia a la manera en que los individuos hablaban, se vestían y se movían. La riqueza de las obras de teatro producidas en este periodo está en incorporar la propia riqueza cultural de Inglaterra y vincularla con los grandes paradigmas de la Antigüedad clásica. Para los contemporáneos, el teatro otorgaba la oportunidad de verse reflejados a sí mismos bajo nuevas apariencias, de manera que se volvía posible reflexionar sobre la propia realidad que, en la ficción, se presentaba en una geografía distante, ya fueran los bosques de Atenas, las pasionales ciudades de Italia o la corrupta Viena. El teatro proveyó un espacio para que dramaturgos en compañía de su público meditaran sobre la historia de su propio país. El humanista Thomas Platter, después de su recorrido por los teatros cercanos a Londres, concluía:

Con entretenimientos como éste y otros parecidos, los ingleses gustan de pasar el tiempo y aprender de las obras lo que sucede en otras tierras; de hecho, hombres y mujeres suelen visitar esta clase de lugares sin ningún tipo de escrúpulos, pues los ingleses no viajan mucho, sino que prefieren conocer de cosas extrañas y divertirse en casa (apud Mullaney, 1995: 75).

Y en efecto, el teatro permitía saber lo que sucedía en otras tierras, pero –incluso con mayor precisión– permitía conocer lo que pasaba en el interior de Inglaterra. No en vano estaba prohibido representar al monarca reinante. El teatro en algunos casos sirvió para fortalecer la figura del gobernante en turno (pensemos en Macbeth y la forma en que establece el origen legendario de los ancestros de Jacobo I); sin embargo, el simple hecho de que un artesano mecánico representara a un noble y apareciera en el escenario para ser aprobado o rechazado por el público constituía una inversión absoluta de jerarquías. El teatro era un arma de dos filos: en un mundo donde todo eran apariencias, una profesión dedicada a imitar las apariencias era sumamente peligrosa, pues corría el riesgo de revelar los andamiajes sobre los que reposaba el poder.[7]


El teatro en algunos casos sirvió para fortalecer la figura del gobernante en turno


El teatro funcionó como un agente que contribuyó a formar los gustos de sus espectadores, los acercó a la retórica clásica y les hizo aprender a analizar una misma situación desde muy diversas perspectivas. Además, jugó un papel muy importante en la educación sentimental de su público. La compañía de Shakespeare se volvió tremendamente popular entre los estudiantes de leyes por su forma de presentar el tema del matrimonio, pues “colocaba el poder del amor por encima del control paterno” (Gurr, 2004: 180), lo cual era bastante escandaloso para las autoridades de Londres, así como para grandes sectores de una sociedad que se servía de los matrimonios concertados como una forma de regular alianzas y herencias. En respuesta, otra de las grandes compañías teatrales, la de Henslowe, mantuvo un repertorio con una visión contraria y a partir de 1600 francamente opuesta a esa idea romántica del matrimonio (Gurr, 2004: 180).

Para cerrar, es importante reflexionar sobre la interacción que tuvo el teatro con el espacio de las libertades que le dieron la posibilidad de existir. Tomemos por ejemplo el caso de las mujeres: en sus obras, Shakespeare nos presenta heroínas de una gran inteligencia y carácter que, además, no siempre están dispuestas a condescender con el mundo de reglas impuesto por los hombres.

Uno de los grandes escándalos en relación con las libertades era que en las tabernas se veía a hombres acompañados de mujeres que se sentaban a su lado para beber sin pudor alguno. ¿Cómo habrá sido la retroalimentación entre el teatro y la vida real? ¿Hasta qué punto los dramaturgos habrán fraguado algunas de sus heroínas a partir de las mujeres que observaban en las liberties? ¿Hasta qué punto sus obras habrán influido en las mujeres que habitaban ese submundo? Thomas Platter nos relata que en las tabernas de Southwark (donde se ubicaba el teatro The Globe) era posible ver que las mujeres bebían sin ningún problema al lado de sus esposos o amantes (Mullaney, 1995: 75). De la misma manera, las heroínas de Shakespeare eran una novedad alarmante: se niegan a someterse a matrimonios arreglados –como Julieta en Romeo y Julieta, o Beatriz en Mucho ruido y pocas nueces– (Gurr, 2004: 180), o luchan de forma activa por obtener al hombre que desean –como Helena en A buen fin no hay mal principio.

c Referencias

ERNE, L. (2003). Shakespeare as Literary Dramatist. Cambridge: Cambridge University Press.

GREENBLATT, S. (2005). Renaissance Self-Fashioning. Chicago / Londres: The University of Chicago Press.

GREENBLATT, S., M. H. Abrams et al. (eds.) (2007). The Elizabethan Theater. En: The Norton Anthology of English Literature, vol. I, pp. 506-511, Nueva York / Londres W. W. Norton & Company.

GURR, A. (2004). Playgoing in Shakespeare’s London. Cambridge: Cambridge University Press.

MULLANEY, S. (1995). The Place of the Stage. License, Play, and Power in Renaissance England. Michigan: Michigan University Press.

SHAKESPEARE, W. (1999). A Midsummer Night’s Dream. Texts and Contexts. Gail Kern Paster y Skiles Howard (eds.). Boston / Nueva York: Bedford / St. Martin’s.

STRING, T. C. (2008). Art and Communication in the Reign of Henry VIII. Cornwall: MPG Books.

Notas

* Letras Modernas, UNAM, México. Escuela de Caligrafía Histórica, Moscú, Rusia.
  1. Agradezco la cuidadosa lectura y sugerencias de Martha Leñero Llaca y Ramón Mier García. Asimismo, agradezco las pistas bibliográficas que me aportó Alfredo Michel Modenessi en su asignatura sobre Shakespeare en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
  2. Para cualquiera que esté interesado en conocer con mayor profundidad los ambientes y diversos lugares donde se desarrolló el teatro en Londres, así como los repertorios, el tipo de asistentes y sus reacciones, recomiendo la lectura de Andrew Gurr, Playgoing in Shakespeare’s London.
        Existen varias narrativas que intentan dilucidar cómo sobrevivieron hasta el día de hoy los textos de ciertas obras. Pongamos por caso Hamlet. El texto que leemos en una edición crítica de la obra suele ser un híbrido de la edición en cuarto de 1606 (Q1) y el folio de 1623 (F1). Las diferencias entre ambos textos son abismales, así que la práctica común de los editores (de acuerdo con su propia escuela y concepto de la literatura) consiste en cortar aquí, pegar allá, imaginar que las obscenidades fueron errores de transcripción, etc., y voilà, tenemos el texto auténtico escrito por la mano del vate Shakespeare. Para justificar este procedimiento se crean narrativas que buscan explicar las interconexiones entre los diversos textos. Por ejemplo, si la versión F1 de Hamlet es demasiado larga, entonces, es probable que no haya sido planeada para presentarla a una audiencia durante cuatro horas, sino para que los interesados la leyeran cómodamente en casa. Si al comparar esta versión con la Q1 vemos que esta última presenta una serie de omisiones excepto en los discursos de Laertes, entonces se puede argumentar que el texto fue producto de una transcripción hecha con base en la memoria del actor que interpretó a dicho personaje. La forma de editar las obras ha cambiado con el tiempo: mientras que en años y siglos precedentes el énfasis estaba puesto en recuperar la intención original del autor, en tiempos más recientes se ha concluido que el concepto de autoría puede ser un anacronismo y por lo tanto hay nuevas ediciones que buscan recuperar el texto de una representación concreta, digamos una que tuvo lugar poco antes de la fecha del Q1. Evidentemente estamos ante una nueva forma de entender el concepto de autoría y su correlación con la edición de un texto. Como siempre sucede, con el paso del tiempo vendrán más…
  3. Antes y durante este proceso, es posible observar que nadie le prestaba atención al autor dramático. Las obras eran escritas muchas veces en colaboración (como en un taller donde uno corta la madera y el otro la pule). Lo que ocupaba el lugar central en la carátula del libro era el título de la obra, la compañía de teatro que la había presentado y dónde la había presentado, el nombre del mecenas que financiaba la compañía, así como el nombre de la imprenta (y escasas veces el nombre del autor). Esto fue cambiando gradualmente hasta que el nombre del autor pasó a ocupar un papel central. Tomemos el ejemplo que nos da Lukas Erne. La primera página de la edición en cuarto de Tamburlaine de Marlowe dice así: “Tamburlaine el Grande / Quien de ser un pastor Escita, mediante sus excepcionales y maravillosas conquistas, se convirtió en muy potente y poderoso Monarca / que (por su tiranía y el terror que causaba en la guerra) era nombrado El Azote de Dios. / Dividido en dos discursos trágicos, tal como fueron numerosas veces presentados en los escenarios de la Ciudad de Londres. / Por los sirvientes del muy admirable LORD Admiral. / Ahora publicado por primera vez. / LONDON. Impreso por Richard Ihones: frente al signo de la Rosa y la Corona cerca del puente Holborne [es decir, nos dice dónde podemos ir a comprar más]”. Esto es sólo un ejemplo; para un análisis más exhaustivo y detallado, véase: Erne, 2003.
  4. Algunos teatros públicos fueron: The Red Lion (1567), The Theatre (1576), The Curtain (1577), The Rose (1587), The Swan (1595), The Globe (1598) –que fue construido con la madera de The Theatre–, The Fortune (1600), The Boar’s Head (1601), The Red Bull (1604), The Hope (1614) –que funcionaba al mismo tiempo como teatro y como ruedo para peleas de animales–. Los teatros privados empezaron cuando en 1575 el coro de niños de la catedral de San Pablo comenzó a utilizar un pequeño teatro en las cercanías para presentar obras; al año siguiente los rivales del coro de San Pablo, los Chapel Children construyeron el Blackfriars. Los coros de niños quedaron prohibidos de 1590 hasta 1600, año en que se reabrió el Blackfriars, que en 1608 pasó a manos de The King’s Men, la compañía de Shakespeare. Todos los teatros fueron cerrados en 1642 con el inicio de la Guerra Civil (Gurr, 2004: 14-57).
  5. La anécdota proviene de Memoirs of the life of Robert Cary.
  6. Existe una anécdota muy reveladora proveniente de la Guerra de las Rosas: “En abril de 1471, hacia el final de la breve restauración de Enrique VI, quienes cuidaban al rey (quien tenía problemas mentales) decidieron presentarlo ante la gente de Londres con el fin de ganar apoyo en contra de Eduardo IV. Debido a la premura […] se dice que Enrique salió en un ‘viejo traje azul’; lo que pareció indiferencia con respecto a la imagen que él mismo proyectaba; esto generó la percepción de que él, y por lo tanto el Estado, se encontraban empobrecidos” (String, 2008: 18).
  7. El vestido era sumamente importante en la época, pues ayudaba a establecer las diferencias sociales entre los individuos. Sin embargo, algunas veces las compañías de teatro heredaban los trajes de los señores que habían fungido como sus mecenas o los compraban de otros vasallos que los hubieran heredado de sus respectivos señores. Caminar con esas ropas en público habría sido un disparate que incluso podría haber costado la vida del ofensor. Sin embargo, en el espacio mágico del teatro ello estaba permitido.
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CORREO del MAESTRO • núm. 278 • julio 2019