![]() Dario Costantino[**]
![]() La rapidez de la comunicación y la abundancia de información son un pilar importante de nuestro modus vivendi en la sociedad tecnológica actual. Conseguimos enviar millones de bits con información o escuchar noticias a velocidades inimaginables hace sólo unas décadas, pero, ¿logramos escuchar al otro realmente? Escucharse en música: entre auralidad y reflexiones pedagógicas
oír es un fenómeno fisiológico; escuchar es un acto perceptivo y psicológico (es decir, un momento focal de relación con la alteridad), es el momento en que comprendemos que nuestra identidad no podría existir sin el conjunto de diferencias con las que a diario nos confrontamos. La escucha es el punto de partida para lograr conocerse. Saber escuchar significa penetrar de modo empático en el universo de los demás. La sociedad griega antigua, por ejemplo, había encontrado en la auralidad, o sea, en la comprensión mediante la escucha, un punto de fuerza donde cimentar la propia identidad cultural. En Perí akroáseos (Acerca de la escucha), Plutarco di Cheronea entiende la escucha como aprendizaje, estudio, deseo de conocimiento y de comprensión del prójimo; considera la comunicación y la escucha instrumentos de catarsis, de purificación del espíritu, indispensables al arte del buen vivir. Por tanto, es necesario acercarse a lo extraño (al otro) con disponibilidad y sosiego, como el invitado a un banquete sagrado o a las ceremonias del sacrificio[1]. La escucha es sinónimo de amor hacia el otro; sólo a través de una atenta y desprejuiciada escucha se puede intentar comprender y amar al prójimo. “Nueva cultura de la auralidad” quiere decir rechazar la presunción de saber, considerando impugnables las convicciones personales y construyendo con el otro una trayectoria común que conduzca, además, a conocernos nosotros mismos. La música es un instrumento concreto e indiscutible en este esfuerzo de comprensión, es un instrumento idóneo para favorecer procesos de integración y encuentro; facilita la socialización y contribuye a crear un código no verbal que llega allí donde otros instrumentos de comunicación no lo consiguen. Sonidos y ritmos superan los confines geográficos, derriban las barreras étnicas, permiten acercamientos y encuentros más allá de las diferencias lingüísticas, religiosas, sociales y culturales[2]. La música tiene sus orígenes en realidades históricas bien precisas y circunscritas, es un lenguaje con un sólido carácter universal, es patrimonio de todos; encuentro de conocimientos múltiples y variados a través de los cuales emergen no sólo las disonancias entre las numerosas visiones del mundo, sino también las tensiones cognitivas comunes (enriqueciendo un patrimonio compartido de ideas); es elemento sobresaliente de la índole mestiza[3] del hombre, abierta a la curiosidad por lo nuevo, lo diferente, lo variado. Por todo el mundo se multiplican las experiencias musicales en las que aflora la capacidad de recibir y mezclar sugerencias que derivan de sonidos, ritmos, instrumentaciones, melodías, géneros musicales provenientes de diversas culturas. Se encuentran músicos occidentales y orientales de todo el mundo y establecen relaciones artísticas que permiten iniciar caminos musicales inéditos[4]. La música provoca rupturas y recomposiciones, desmonta y ensambla estructuras que caracterizan la creatividad y el vínculo que se establece entre pensamiento y lenguaje, lógica y fantasía. La música y su lenguaje pueden batallar por pulverizar el círculo de la intencionalidad y la asfixiante normatividad del comunicar; ella desajusta, a priori, las reglas dialécticas y del juicio, se aventura más allá del sentido y del recóndito significado del mensaje[5]. ![]() La música es un instrumento idóneo para favorecer procesos de integración que superen divisiones geográficas y derriben barreras étnicas. El lenguaje musical nunca es reproductivo, repetitivo, ordinario, sino creador, innovador y productivo de una cultura que va más allá de la propia cultura y, por ello, de una lógica transcultural[6]. La música de por sí es extravagante[7] y está llena, más bien atiborrada, de intenciones foráneas; tiene el poder, en modo implícito, de enseñar a escuchar y a respetar las voces diferentes, las peculiaridades identitarias de cada uno, considerando las propias diferencias como fuentes donde enriquecernos todos[8]. Comunica mediante un lenguaje que remite a un diálogo infinito y a una melodía donde no existe ni la primera ni la última nota. Es un lenguaje no verbal que hace posible comunicar con quien habla otra lengua, porque el suyo es un idioma nómada, migrante y políglota. Representa una de las formas de comunicación más elevadas porque involucra emotivamente al hombre permitiéndole “desbordarse” hacia el prójimo. ![]() El guqin es unos de los instrumentos musicales chinos más estudiados en todo el mundo, se toca punteando siete cuerdas que generalmente son de seda. La música es un inseparable elemento gregario, de convergencia y universalización en la sociedad actual, compleja por definición, de ese microcosmos que cada ser humano lleva por dentro. Invita al hombre a interiorizar que la diferencia constituye uno de sus tesoros más preciados y que, a través de la práctica cotidiana, es posible gritar al mundo que uno existe y vive. La pluralidad de gustos y experiencias musicales es, sin duda, un elemento que identifica a la realidad musical contemporánea; es un reto contra quien pretenda reducir a unidad la multiplicidad de las manifestaciones, de los lenguajes y códigos musicales. Tal polifonía en movimiento se encuentra por doquier, nos percatamos de ello al escuchar cantos barrocos, gregorianos, guqin chinos[9], o quizás didgeridoo australianos[10]. La música desarrolla una forma mentis abierta, antidogmática, capaz de multiplicar las perspectivas culturales, los viajes en las áreas mentales de otras culturas, los puntos de comparación con realidades sonoras diversas. Entonces, la polifonía musical es un tópico focal de la cultura de la pluralidad. Es cada vez más difícil considerar que exista una unívoca jerarquía en la música, la literatura o en el cine donde deberían confluir las distintas obras. Los gustos se entremezclan, se contienden, e incluso a veces se ignoran. Es una manera dinámica que puede derrotar las dispersiones y transitar hacia los umbrales de la transcultura, pasar de una polifonía sonora a una plurivocalidad cultural; es decir, hacia un universo de voces entrelazadas dialéctica e interactivamente. Luego entonces, la fuerte valencia transcultural de la música permite quebrar las tradicionales relaciones de poder y hegemonía dado que la música se sustenta en situaciones, emociones y experiencias con grandes posibilidades de participación emotiva y comunicativa. En la sociedad occidental actual, la música acompaña al hombre por un periodo de tiempo incomparablemente mayor respecto al pasado. Por el contrario, antes del surgimiento de los medios de reproducción musical, el encuentro con la música seguía canales posibles de delimitar y controlar: el concierto, el acontecimiento religioso, la fiesta. La adquisición de una simple habilidad musical de base o de una específica, no es el punto de llegada de un recorrido sino el de partida en un viaje donde los conocimientos sonoros pueden activar lazos de interación y socialización. La música es la ocasión en que todos nos encontramos en el mismo nivel expresivo-comunicativo, con independencia de la lengua originaria, y sobre la base de las propias posibilidades y capacidades de interactuar con la realidad. Se parte de la música para ofrecer un espacio de confrontación/interacción y para superar prejuicios, formar una participación creativa, incrementar la seguridad y la libertad expresiva. ![]() La adquisición de una habilidad musical puede activar lazos de interación y socialización. La música es uno de los medios más idóneos para educar en la convivencia democrática, en la intercultura[11]; favorece el entendimiento de los pueblos, no condiciona estereotipos ni prejuicios, eliminando el pensamiento único y jerárquico que separa a sujetos, lenguas y culturas. El lenguaje policromático de la música brinda al individuo una gama de códigos y de alfabetos que permiten ensanchar los marcos conceptuales y los horizontes cognitivos hasta alcanzar un pensamiento maduro y crítico. La realidad sonora es terreno de exploración y estímulo en el cual prestar atención a los fenómenos acústicos encaminándose tanto a organizar la experiencia sensorial auditiva como a estimular las capacidades para disfrutar la música en sus variados y diversos matices. La educación musical tiene la posibilidad de modificar y mejorar el estado de la actividad cerebral de quien la escucha. La sensibilidad acústica debe ser educada y forjada. En nuestro tiempo no tiene sentido pensar en la música como recepción pasiva de sonidos, a menudo crípticos e indescifrables. No se puede improvisar el gusto, el placer de la escucha, persiguiendo una emotividad inducida que no excita las capacidades de entender y hacer música. La intervención educativa, antes que en la música, debería, entonces, fijarse en la construcción y en la formación de una sensibilidad al sonido, en el espacio del universo acústico, y a la escucha. En la práctica, la interacción entre individuos se cumple a través de la creación y ejecución de repertorios musicales procedentes de las distintas culturas del mundo, y la pluralidad musical (nuevos lenguajes y nuevos alfabetos sonoros) se plantea como punto de partida en los procesos de formación. Una revisión gradual de estos conceptos básicos es necesaria en la didáctica también, empezando desde el uso de repertorios extraoccidentales y orientales. Hay que reflexionar sobre una teoría musical básica que ponga a todos en condición de leer el “mundo de los sonidos”. En plan operativo, eso supone la pertinente propuesta de sistemas y materiales didácticos que sean apropiados para que los conceptos musicales transversales y multiculturales lleguen a ser básicos. Entonces, la percepción y comprensión de las realidades sonoras será el resultado de un itinerario didáctico cuidadoso y de una firme organización estructural de espacios y de tiempos para el aprendizaje. La música, lenguaje universal cultural transversal en el plano semántico de las lenguas habladas, supone modalidades educativas de tipo emotivo. En este sentido, es necesario efectuar elecciones didácticas concretas y dirigidas de manera apropiada a las escuelas de cada tipo y grado[12]. Alejar a los estudiantes de los estereotipos musicales bien definidos, estimulándolos a reconstruirse una nueva realidad sonora y humana[13] es un deber de la actividad educativa. La enseñanza musical, a menudo castigada, es instrumento de construcción de un pensamiento y de comportamientos transculturales[14], tales que estimulen a la comparación con distintas realidades acústicas naturales y tecnológicas. La pluralidad musical es expresión de un pensamiento divergente, por lo tanto, un “espejo” para ver al otro. Del descubrimiento de los elementos de la musicalidad humana que constituyen los índices más auténticos de la universalidad musical, más allá de las diferentes gramáticas propias de los distintos modelos culturales, derivará una nueva auralidad perceptiva. Por ejemplo, se habla desde hace tiempo de la revisión de los así llamados musical concepts (ritmo, escala, melodía, etc.) en sentido intercultural, o sea de la reflexión en llave comparativa sobre los elementos que caracterizan una musicalidad que, demasiado a menudo, es vista sólo desde una perspectiva singular y resistente, o sea, falta enriquecer el horizonte. Educar a la fruición de nuevos recorridos culturales, comparar comportamientos musicales, géneros y ejecuciones artísticas concretas es manifestación real de apertura mental y de la posibilidad de derribar las barreras de la incomprensión. ♦ NOTAS* Revisión conceptual de la traducción italiano-español, María Esther Aguirre Lora, IISUE, UNAM.** Dario Costantino, Universidad de Palermo, Italia.
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