La educación como herramienta
PARA PRESERVAR LA INTIMIDAD

Diego Techeira[*]

Hoy la intimidad es un espacio invadido, a veces incluso con un consentimiento inconsciente, y se impone, en el hogar y en los centros educativos, la reflexión para repasar los límites necesarios entre lo público y lo personal. Cada tecla que se presiona en el acceso a Internet mueve un cúmulo de intereses que se despliegan en torno a los perfiles de los usuarios, que se han transformado, también ellos, en mercadería.


La educación como herramienta para preservar la intimidad

la conexión a implementos electrónicos (celulares, computadoras, tabletas, televisores inteligentes, GPS) implica un tránsito de información, que se transfiere por redes. Esto es un dato elemental que todos conocen. No es igualmente conocido (o cuando menos, no es asumido de manera tan consciente) el hecho de que esa información se deposita en bases de datos, para determinados usos futuros, generalmente establecidos en las famosas y casi nunca leídas “condiciones de uso” de los servicios de Internet, que parecen gratis pero no lo son, aunque no debamos desembolsar dinero.

Por lo común, estos servidores reciben información de todo el mundo. La globalización de los datos no reconoce fronteras geográficas, de modo que en este intercambio nunca sabemos a dónde van los datos que almacenamos ni de dónde vienen los que descargamos.

Privacidad frente a utilidad

El uso de estas tecnologías se ha impuesto como un estilo de vida. Sin llegar a renegar de ellas, convendría detenerse a pensar, sin embargo, en algunos aspectos. Por ejemplo, si la abrumadora saturación de datos a que nos exponemos realmente constituye información, y si, en caso de serlo, es necesaria o estamos estresando nuestra receptividad, sensibilidad y capacidad de procesar esa sobrecarga de datos fundamentalmente inútiles a la que nos exponemos. Así terminamos, además, trivializando lo que en verdad es importante.

Las redes sociales constituyen un ejemplo paradigmático. Si uno ingresa sin renunciar a su espíritu crítico, ante la pregunta que ocupa el espacio en blanco donde escribir: “¿Qué estás pensando?” uno bien podría plantearse: “¿Por qué puede interesarle a alguien qué es lo que estoy pensando?”.

Las ansias de protagonismo del común de la gente, ya desde hace años invitada a borrar las fronteras de lo íntimo mediante la proliferación de reality-shows televisivos, son aprovechadas para lograr que cada usuario escriba su diario íntimo y se exponga por completo. Es llamativo que la pregunta sea “¿Qué estás pensando?” y no “¿Qué opinas?”. La primera invita a escribirlo todo. Se habrá notado, además, que los formatos y servicios de estas redes sociales han ido cambiando. Lo que no todos advierten es que también el destino de los datos cambió. Por ejemplo, la opción de eliminar entradas se modificó (o tal vez sólo se sinceró) por la de hacerlas invisibles, lo cual significa que esos datos que el usuario desea descartar quedan guardados, y uno debería preguntarse para qué o para quién.

Los datos personales

Los datos personales son los que permiten, en este mundo virtual, confirmar la identidad del usuario. Estos datos incluyen los usuales de todo trámite o transacción: nombre, domicilio, número de teléfono, registros empresariales. Es información que se transfiere, por ejemplo, cuando se compra con tarjeta de crédito, cuando se realiza una transferencia bancaria, o, para salir del ámbito estrictamente comercial, en una inscripción escolar, en un formulario de empleo, entre otros.

Pero existen otros tipos de datos que se asocian estrechamente con el universo de Internet, y tienen que ver con ese “¿Qué estás pensando?” de las redes sociales. Son los datos que se registran de modo inconsciente al escribir un comentario, un correo electrónico, incluso al navegar en la red, y que los servidores de plataformas utilizarán como mercadería. Cada dato de nuestra navegación queda registrado en la base de nuestros servidores, y empresas u organismos estatales de cualquier país pueden comprar esos datos para desplegar un perfil del usuario y así transformarlo en target mercadológico u objetivo político.

La privacidad como mercancía

El lector alguna vez se habrá sorprendido al recibir publicidad en su correo electrónico que coincide con intereses personales muy específicos. Más común es el caso de recibirlos a través de anuncios en algunas páginas. Por poner un ejemplo, el usuario escribe en un correo electrónico o en un mensaje de texto a un familiar o amigo que le preocupa su tendencia a engordar, y no tarda en recibir spams (correos basura) con anuncios de tratamientos para adelgazar. ¿Cómo sucede esto?

Los datos que vertimos a la red (y datos es absolutamente todo lo que hacemos una vez conectados) son libres de ser usados según las “condiciones de uso” de todos y cada uno de los servicios que empleamos: correo, mensajería, redes sociales, videollamadas, juegos en red, descargas, programas gratis e incluso los motores de búsqueda. A esto hay que agregar la introducción durante la navegación de malwares o virus espías que permiten la invasión de la computadora, el libre acceso a los archivos y hasta el libre uso del ordenador.

Las mencionadas “condiciones de uso” de los servicios en Internet están redactadas por abogados muy bien remunerados para ser eficientemente ambiguos o herméticos cuando conviene, y los marcos legales en el universo virtual son también virtuales. Basta que la base de datos del país A ponga a disposición de una empresa u organismo del país B un cúmulo de datos personales, para crear confusión acerca de la legalidad en el proceso. Un gobierno impedido por su marco legal para acceder de modo directo a los datos privados de su población (o, con mayor razón, de una población ajena), compra la información a una empresa recaudadora de datos (porque existen empresas dedicadas en exclusiva a esto) y se elimina el escollo, máxime si la base de datos está en el extranjero.

¿Qué pasa con los niños?

Estos riesgos de exposición no sólo existen para los adultos, lo que exige tomar conciencia de la necesidad de promover entre los menores el buen uso de estas tecnologías y el conocimiento de los riesgos ante el mal uso que terceros puedan hacer de sus datos; y cuando decimos mal uso no lo decimos en el sentido exclusivamente moral sino también en el ético, por ejemplo, cuando se aprovechan para la publicidad personalizada.

Los adultos podemos perder la perspectiva que permita tomar en cuenta que toda esta revolución tecnológica que hemos visto desarrollarse constituye para el niño su universo cotidiano, el que conoce desde siempre, vale decir que es una situación normal; y el riesgo fundamental está en que con la tecnología se acepte como algo normal en las mentes de las futuras generaciones los usos inadecuados que hemos expuesto.

El cuidado que el adulto puede tener de sus datos personales y su intimidad se desvanece cuando el usuario es un menor. El uso de las redes sociales, con su permanente apoyo en medios de comunicación a través de noticieros televisivos, programas de radio, y empresas multinacionales, para alimentar las ansias de protagonismo o el sueño del minuto de fama, seduce a un público que no ha desarrollado totalmente su espíritu crítico y conserva intacta, o casi, su credulidad.

El niño o el adolescente que se conecta a través de la red social piensa que sólo sus amigos ven lo que exhibe en su “muro”; y olvida que los amigos de sus amigos y los amigos de éstos, a la vez, están intrincados por el propio servicio que “sugiere amistades” e incluso llega a enviar invitaciones falsas (no son pocos los casos en que el usuario recibe aceptaciones de amistad de personas que no ha invitado). Deberíamos agregar la existencia de programas para acceder a perfiles restringidos.

Como dijimos antes, desde la irrupción de los programas de televisión mal llamados reality (que no son más que una actuación simulando la vida cotidiana, y muchas veces ni siquiera eso), se ha propagado en los grandes medios la disolución del concepto de lo privado e incluso de lo íntimo. La adolescente dispuesta a exhibirse en su web cam halla su antecedente en Gran Hermano (Big Brother): su conducta deriva del exhibicionismo y el voyeurismo promovidos en aquel formato televisivo que se reproduce hoy en programas sobre compradoras compulsivas, camioneros en el hielo, hoteles de perros, o adictos a los tatuajes a los que persigue una cámara para registrar (y lo peor: reproducir) sus momentos menos interesantes condimentados con los más frívolos.

Esta disolución de los límites entre lo íntimo y lo público transforma a las nuevas generaciones en víctimas potenciales de sus propios hábitos, y la gravedad del asunto depende de qué motivaciones (comerciales o políticas) tenga quien haga uso de los mismos.


En la escuela se puede promover entre los alumnos el buen uso de Internet y alertar acerca de los riesgos como el mal uso que terceros puedan hacer de sus datos

Desde la escuela, desde la casa

En la sociedad se ha dado un cambio en el umbral de exposición social, y lo trascendente es que los niños puedan tomar conciencia de qué son los datos personales, su importancia y la importancia de su reserva.

Primero hay que definir los diferentes contextos, y luego, qué datos en cada uno de ellos deben ser considerados como personales. Por supuesto, a la hora de llenar un formulario o una inscripción escolar, es fácil para el menor definir sus datos personales: nombres y apellidos suyos y de sus familiares, dirección, teléfono, lugar y fecha de nacimiento. Cuando estamos en otra situación, la privacidad de esos datos cambia de signo. No se puede alegremente dar la dirección personal a cualquiera que nos la pida por la calle, ni el número de teléfono, como tampoco vamos regalando nuestra fotografía personal en el metro y en las plazas. No nos sentamos en cualquier mesa de un restaurante o de una cafetería a platicar nuestros pensamientos con cualquier desconocido, menos aún vamos a la casa de nuestro jefe a mostrarle fotos de la familia en vacaciones… ¿O sí lo estamos haciendo?

La concientización de que los datos personales que merecen en ocasiones ser considerados como íntimos incluyen la simple foto del frente de la casa o de la mascota, y más todavía una personal o con la familia, es un paso importante en el proceso de promoción de un uso adecuado de esta abrumadora avalancha de conectividades electrónicas. También la consideración muy seriamente analizada de que no tenemos idea de quién está recibiendo toda esa información ni del uso que pueda darle.

En el hogar, en ocasiones la naturaleza de la relación padres-hijos impide que estos últimos tomen en cuenta las advertencias paternas, pues son puestas de modo automático en la columna de las prohibiciones caprichosas y no son consideradas como límites convenientes. Desde la escuela y desde la infancia, pueden desarrollarse planes educativos que incluyan estos retos actuales que enfrentan las nuevas generaciones para que el cambiante paradigma tecnológico no venga empañado por un nuevo paradigma global que imponga la desaparición de lo íntimo y el deterioro consecuente de la personalidad derivado de la frágil situación que vive el sujeto en semejante contexto.

NOTAS

*Escritor uruguayo, poeta, ensayista y editor.
Créditos fotográficos

Imagen inicial: Shutterstock

Foto 1: Carlos Enrique Cortés García en: maestros.brainpop.com