Leer, DE ESO SE TRATA Gerardo Daniel Cirianni[*] ![]() A continuación presento algunas notas que escribí en distintos momentos y lugares sobre experiencias de lectura con niños de México y Argentina y también algunas reflexiones sobre decisiones para mejorar la calidad del trabajo de mediación, sin importar si el mediador es o no docente. Las conclusiones generales no persiguen más objetivo que el de alimentar el necesario debate sobre una tarea crucial: la formación de lectores.
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c Leer, de eso se trata
Como lo sostuve en otro lugar, la lectura no ocurre por el hecho de desentrañar la estructura lingüística de un texto, sino al descubrir las relaciones que el lector establece con él. La forma que adquiere ese texto en la voz del lector tiene una materialidad potente que en general se niega o cuya materialidad se escatima. Lo material no es sólo papel o pantalla. La voz es materia y ella es la única que nos puede dar cuenta del fantástico instante en que el texto se transforma en lectura.
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c Enseñar a leer
Conocí a una niña de nueve años. Una niña pícara, algo tímida y con una sonrisa hermosa. Cursa tercer grado de primaria en la Ciudad de Buenos Aires. No sabe leer. Apenas reconoce algunas letras y en unos meses estará en cuarto grado. Me parece vergonzoso no sólo lo que ocurre, sino la forma en que el universo que la rodea se desresponsabiliza respecto de lo que está viviendo esta pequeña. Nadie asume responsabilidades. Todo ocurre porque la niña es o le pasa esto, lo otro o lo de más allá. ![]() En apenas dos encuentros con ella reconocimos nuevas letras, construimos palabras y oraciones simpáticas y nos reímos mucho. La frase más celebrada fue: Fulanita (no daré su nombre) es bonita. Nos miramos, nos reímos y disfrutamos ese instante de amor genuino. Tengo un plan: compartir con ella muchos libros, narrarle algunas de las historias que en ellos se cuentan, leerlas en voz alta paladeando cada entonación y propósito y escribir todo lo que me cuente, para que descubra que todo lo dicho puede ser escrito. Mi plan contempla tener a mano todo el tiempo de escucha que ella necesite y celebrar cada descubrimiento como si fuera su cumpleaños. Ella es hoy lo que más me importa. A la indiferencia y el descuido hay que responderle con mucho cariño y algo de criterio pedagógico. P. D. Acabo de tener una conversación muy interesante con una amiga especialista en alfabetización inicial con la que coincido totalmente. Ningún niño o niña aprende a leer por el sólo hecho de que le lean. Es importante disponer de un método que les permita entender cómo funciona el sistema de escritura. Y en eso también ya empezamos a trabajar con ella; leer, narrar, conversar y ayudarle a reconocer que cada letra tiene “un ruidito”, o sea que cada letra suena de un modo especial, paso fundamental para aprender a leer y escribir. De qué se trata Las niñas y los niños necesitan que en las escuelas sus docentes les ayuden a entender cómo funciona el sistema de escritura. Todos lo necesitan, en especial quienes no tienen referencias sólidas en su vida diaria sobre ese mágico descubrimiento de que “a cada dibujito le corresponde un ruidito”. Conversar sobre lo que les interesa y leer con ellos (lo que suponemos que los alentará a adentrarse con emoción en el universo de las letras) claro que ayudará mucho. Escuchar con atención los descubrimientos que van haciendo, valorar cada logro, construir vínculos enriquecidos por la cercanía, por el cariño, todo será muy importante. Pero sin el trabajo diario para que logren darse cuenta de cómo funciona el sistema de escritura, no habrá final feliz para millones de estudiantes. Las desigualdades de oportunidades existen en todos los ámbitos. El aprendizaje de la escritura no es una excepción. Nuestro trabajo no termina con el horario escolar: termina cuando estamos seguros de que todas y todos han entendido de qué se trata esto de leer y escribir. Palabra viva Seguimos en la tarea de descubrir cómo funciona esto que llamamos escritura. Fue hermoso ver cómo una niña escribía paloma. Cuando vio completa su palabra, sus ojitos comenzaron a volar y tuve ganas de llorar. Éramos muchas y muchos y hacía frío. Así que, reunidos adentro de un cuarto, juntamos cuadernos, palomas, ojos, lápices, té caliente y galletitas, y como el ave de la niña, el tiempo se nos fue volando. La fiesta continuó con “Barbapedro”, un cuen- La tarde creció en frío y viento. Hay días en ![]() Del libro de Beatriz Cabal Barbapedro y otras A propósito de grietas En una ocasión, trabajando en taller con un grupo de maestros de nivel inicial, primaria y secundaria, surgió un comentario que fue refrendado por varios asistentes: “Yo prefiero la narración oral”, dijo una maestra, y varios asintieron, “porque la narración oral es atractiva y la lectura no...”. Para mí fue una revelación. No porque nunca lo hubiera presentido o incluso escuchado, pero hay días en que uno tiene una escucha más profunda de las cosas. Puedo comprender a qué alude la compañera, y también puedo reconocer que la práctica de la lectura compartida, en especial cuando los potenciales lectores son lectores cautivos (en la escuela, por ejemplo), en muchos casos no es encarada con la seriedad o la profesionalidad que requiere. Sin embargo, creo haber escuchado en esa revelación varias cuestiones más, entre otras la de la promoción de la narración oral como tarea ajena o paralela a la lectura, el cuestionamiento de la validez de leer para otros por la supuesta limitación interpretativa que esto genera, la brecha que a veces se introduce –aunque no se la proponga explícitamente– cuando se expresa que se es narrador oral y que la tarea del narrador no pasa por la acción de leer con otros. Sé que estas reflexiones generarán algunas incomodidades. No esquivo su repercusión. Mi tarea siempre ha sido y seguirá siendo ayudar al mejoramiento de la práctica de la lectura en todas sus modalidades. En ese marco, para mí narrar es una práctica que puede alentar a leer. Disociar ambas prácticas no me parece bueno para nadie: ni para los niños y jóvenes que están entrando al mundo de la palabra escrita, ni para la memoria remota de los narradores orales que nos enseñaron la importancia de contar antes de que contáramos con la escritura. La palabra vale en todas sus formas de expresión, esto es, para narrar y para leer de modo tal que la voz viva con todas las resonancias y riquezas de la oralidad narrativa. El corazón de todas las lecturas y escrituras siempre han sido las El corazón al centro El corazón de todas las lecturas y escrituras siempre han sido las palabras de ida y vuelta, las que se enlazan sin simulación, las que se escuchan con respeto, las que se alimentan de la calma, las que no tienen prisa. Palabras que ayuden a distinguir el ruido de la comunicación y la expresión genuina, palabras capaces de buscarle denodadamente sentido a todo y en particular a lo que no es frecuente en nuestra forma de ver la vida. Conversaciones donde no existen convidados y anfitriones, palabras en las que los gustos y los conocimientos de quienes las intercambian transcurren en la paz de la igualdad, donde todos saben y donde todos ignoran. Y alrededor de las palabras, los libros, las bibliotecas y todo lo que se traduzca en escritura, momentos, lugares, formas y modos de decir. No veo otro camino para hacer verdadero el sueño de leer y escribir con otros, el sueño del mundo donde las palabras nos pertenezcan a todos. Lectura y vínculos con las palabras Hace ya mucho tiempo que sabemos que no sirve de gran cosa repartir libros sin colaborar con energía para que la habitación de las escrituras sea una experiencia real de los lectores. Sin embargo, la adquisición y distribución de libros sigue siendo en casi todas partes el eje de los proyectos de lectura (en particular los masivos e institucionales, conocidos en general como “planes de lectura”). A estas alturas sería inocente suponer que el error no se advierte. A mi entender, mientras no se trabaje en la escucha atenta de lo escrito, ni se dé la palabra a quienes usualmente carecen de contactos diversos con el mundo de la escritura; mientras no se incorpore la escritura para que todos podamos descubrir nuestra voz propia, y persista la jerarquización hasta el absurdo de las voces de “los profesionales de la escritura” y la reducción hasta la humillación de las voces de quienes no suelen tener voz en ella; en fin, mientras la colonización cultural insista en los modelos que deberían valorar “los que no saben leer”, la cultura escrita para todos, o al menos para las mayorías, girará en el círculo vicioso de la queja o el desconcierto de no saber qué ocurre, o los motivos del permanente fracaso. Los lectores somos el alma de la lectura. De una vez debería aceptarse que así es y que por lo tanto sus experiencias y sus vínculos con las palabras interesan mucho más que seguir adquiriendo libros para la construcción de acervos, sin tener una idea cabal de lo que se podría hacer con ellos. La voz propia Después de meses de andar en campo, tratando de vivir en las palabras, de escuchar en las entonaciones y en los silencios, de sentir cada decisión con esperanza e inquietud en similares proporciones, advierto que de a poco ingreso por las delgadas grietas de los reales sentimientos que anidan en el corazón de las personas con las que leo y escribo. Eso es posible luego de mucha, muchísima conversación. Esas delgadas grietas sólo las abre el tiempo, la confianza, el cariño que crece en la conciencia de la espera. Esas delgadas grietas ponen al descubierto que toda prisa es simulación o desencuentro. Lo que percibo es difícil, es duro, son mundos por donde no suele transitar la palabra impresa salvo para ordenar, exigir, prometer o someter. Encuentro más dolor del que pude haber imaginado. Encuentro desconfianza respecto del territorio que hoy ocupan “los que saben”. Pienso en lo que se suele decir del “acompañamiento” cuando se trabaja en “proyectos de lectura”, y dudo entre si se trata de ignorancia, desinterés, flojera o negocio. Veo también que las personas tienen ganas de creer si se olvidan las prisas, si se tiran por la borda los discursos y se dejan de lado las buenas intenciones. En el campo, así como en las periferias cada vez más extensas y profundas de las grandes ciudades, niños y adultos esperan ser oídos, esperan emprender sus escrituras, piden respeto a lo que cuentan y a cómo lo hacen, y sobre todo tiempo para soltar la palabra y desplegar las velas de la verdadera historia que sólo ellos podrán escribir. Entonces sí será genuino el deseo de echarse a andar a navegar o a volar, según lo sienta y le plazca a cada quien. Si la escritura no forma parte de nuestro hacer cotidiano, es muy difícil navegar El abrazo necesario Cada día estoy más seguro de que, si la escritura no forma parte de nuestro hacer cotidiano, es muy difícil navegar por las profundidades de la comprensión e interpretación de lo que nos cuentan los textos que leemos. Sentir y paladear cada palabra que escribamos y cada idea que surja de nuestra más íntima emoción, reconocer qué nos pasa dándonos el tiempo que sea necesario para ello, percibir con claridad lo que cada palabra dice y lo que oculta, constituye una experiencia íntimamente ligada a la acción de leer. Y, sin embargo, lectura y escritura suelen experimentarse disociadamente, como si una no fuera hermana y respaldo existencial de la otra. El tiempo de la transición de la idea al registro alfabético nos permite reconocer las alternativas para avanzar en una u otra dirección, hasta que las agitadas olas de las posibilidades de lo decible se extiendan calmas en las orillas de la decisión que cada quien tome. Ojalá estas prácticas se hermanen cada día un poquito más, ojalá se naturalice su abrazo cotidiano. No se trata de escribir obras geniales. Se trata de experimentar cómo las palabras escritas pueden mostrar, y sobre todo mostrarnos, cómo pensamos y sentimos la vida en la que somos quienes somos. Eso mismo estará presente cada vez que leamos, sea lo que sea lo que nos arriesguemos a comprender y por lo tanto a interpretar. Sobre la escritura Escribimos para escuchar mejor lo que nos duele, nos alegra, nos intriga o nos esperanza. Lo hacemos para descubrir y a veces, sólo a veces, para compartir lo que sentimos o deseamos para nosotros mismos o para otros. Buscamos entre el tiempo de la idea y el tiempo de la marca alfabética, asombros y curiosidades que de otro modo hubieran permanecido en la penumbra de anhelos difusos. Nos damos tiempo para volver a lo dicho en la hoja o la pantalla, para convencernos o arrepentirnos sobre lo dicho o el modo de decirlo. Soñamos con que cada día seamos más los embarcados en la aventura. Hacemos mucho antes de la primera palabra, y más luego del punto final. Nos dan ganas de compartir o de ocultar, de pedir o de dar, de ofrecer lo nuestro para tener bien ganado un sitio en el banquete. Anhelamos ritmos, silencios, melodías que hablen por sí mismas de la historia nuestra de cada día. Hacemos de todo un poco para que reine la voz propia. En cuanto a los reconocimientos y los premios, no son materia que pertenezca a la escritura, y por ello es notable que ocupen tantas veces el centro de la escena. ¿Será la orfandad? ¿Será la vana gloria? Vaya uno a saber. En todo caso, a la escritura esas tonterías no le atañen.
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c Conclusiones
Nadie aprende a leer por el sólo hecho de que le lean. Sin embargo, Nadie aprende a leer por tener a su disposición una bien dotada biblioteca, pero el acceso a una posibilita emprender una variedad de exploraciones que ayudan en la formación lectora. Al principio, para reconocer diferentes tipografías y tamaños de libros; luego, para conocer criterios diversos de aprovechamiento del espacio en la página, en la relación imagen-texto; y más adelante, para entrar en contacto con modelos textuales y muchas cosas más. Nadie aprende a leer por el sólo hecho de descubrir las relaciones grafofonéticas, es decir, por haber adquirido la conciencia de que a cada letra le corresponde un sonido determinado, pero la conciencia fonológica es una condición indispensable para abrir la puerta a la cultura escrita, y ningún niño o niña que no padezca algún déficit personal particular debería demorar más de un año o año y medio de escolaridad para lograrlo. Si eso ocurriera, habría que indagar en las condiciones pedagógicas y didácticas en las que está ocurriendo el aprendizaje y dejar de responsabilizar a las familias o a otros condicionantes externos que, aunque reales, no pueden ser permanentemente utilizados como argumento del fracaso en el descubrimiento de cómo funciona el sistema de escritura. En resumen, para que el acceso a la cultura escrita sea exitoso, debe apoyarse en tres premisas: trabajo del adulto para ayudar a construir la consciencia fonológica; disponibilidad de materiales diversos de lectura; y buena mediación lectora para reconocer el trabajo del lector en la construcción de la lectura, para descubrir a través de la voz de qué hablamos cuando hablamos de comprensión, y que existen distintas formas de lectura según los propósitos de cada una –por lo tanto, se puede ser, por ejemplo, un buen lector de instrucciones, no tan bueno en textos de divulgación científica y precario en textos literarios (pueden cambiar, si lo desean, las capacidades para estas tres variantes o añadir otras. Para que el acceso a la cultura escrita sea exitoso, debe apoyarse en tres premisas: trabajo del adulto para ayudar Leer es, en definitiva, tejer vínculos entre los textos y nuestra propia historia. Esto se logra paulatinamente, con tenacidad y un buen acompañamiento en el viaje que cada lector emprende desde el primer día en que ingresa en esta fantástica aventura que ha de significar en su vida aprender a leer.♦ Notas * Maestro. Como promotor de la lectura y la escritura desde hace más de veinticinco años en varios países de América Latina, ha coordinado diplomados e impartido cursos y talleres dirigidos a la formación de maestros de educación básica y media superior, ha sido asesor de planes nacionales de lectura y autor de numerosos libros y artículos.
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c Créditos fotográficos
- Imagen inicial: Shutterstock - Foto 1: Shutterstock - Foto 2: www.cervantesvirtual.com - Foto 3 a 7: Shutterstock CORREO del MAESTRO • núm. 315 • Agosto 2022 |