Con la memoria en las manos
LA ARTESANÍA DE LOS
PUEBLOS ORIGINARIOS DE SONORA.
LOS MACURAWE / GUARIJÍO

Alejandro Aguilar Zeleny[*]

A la memoria de José Ruelas y Lino Leyva

Para unos la artesanía es un elemento decorativo, para otros es parte de su identidad. Entre los indígenas de México, las artesanías son escuela y los artesanos, maestros y maestras sin título; son voz que explica, memoria que recuerda, manos que enseñan y que aprenden. Con este texto iniciamos un recorrido por el mundo artesanal de los pueblos originarios de Sonora, para ofrecer un panorama de la belleza y la riqueza de contenidos que en él existen. Su autor nos propone considerar la hechura de las artesanías como parte de un proceso educativo que, por medio de las manos artesanas, conserva la memoria colectiva y lega un patrimonial común, posibilitando así que sus culturas no se desvanezcan en el olvido.

Con la memoria en las manos.

en el noroeste de México la diversidad étnica y cultural se manifiesta de muy distintas maneras y dentro de esta diversidad destaca la presencia de los pueblos originarios, aquéllos descendientes de las antiguas sociedades prehispánicas y que hoy en día, al paso de los siglos, han logrado demostrar su perseverancia, capacidad de resistencia y adaptación a los retos y exigencias de la historia, manteniendo su existencia, idioma, modo de pensar y tradiciones de gran valor e importancia. Es así que hoy en día, en territorios de serranía que se encuentran entre los estados de Sonora y Chihuahua se distingue la presencia de los guarijío, o guarojío, según la región en que se encuentre uno: guarijío en Sonora, guarojío en Chihuahua. Esta diferencia no es sólo nominal, sino que es en cierto modo el reflejo mismo de los avatares de la historia que adquieren forma en el proceso de diversas sociedades, originalmente compuestas por cazadores y recolectores, quienes eventualmente desarrollaron la agricultura y se establecieron en los afluentes y márgenes del alto río Mayo. Los miembros de este grupo escasamente conocido forman parte también de la gran familia lingüística de los yuto-nahuas, que atraviesa una parte importante de la geografía mexicana, dejando su impronta diferenciada en el seno de las distintas sociedades que de esta familia se derivaron; en el caso de los guarijío, se trata de una etnia que forma parte de una región cultural donde de distinta manera confluyen las etnias rarámuri, pima y mayo, entre otras.


Los guarijíos habitan en comunidades dispersas en los municipios de Álamos y El Quiriego, en Sonora, y en los de Uruachi, Chínipas y Moris en Chihuahua. En Sonora, sus principales localidades son Mesa Colorada, Los Bajíos, Guajaray y Colonia Macurawe.


En términos históricos, los guarijíos forman parte –junto con otros grupos actualmente ya desaparecidos, tales como los chínipas, los guazáparis o los ihíos– de las sociedades que, en el siglo XVII, el padre jesuita Andrés Pérez de Ribas denominara como las “tribus más fieras y bárbaras del orbe”;[1] sin embargo, hoy en día, con una distinta óptica, debemos considerar que esta fiereza con la que se les calificaba tenía más que ver con la defensa que debieron hacer de su territorio, cultura y forma de pensar que con la barbarie misma que se les atribuía. ¿Quién no defiende su hogar y territorio con todos sus recursos y energías? ¿Quién acepta dócilmente que su existencia misma sea alterada y se le impongan nuevas decisiones?

La historia de los guarijío, como la de muchos de los pueblos originarios de México, es una lucha de persistencia y fortaleza; de amor al terruño y ganas de conservar la existencia de un modo de pensar, que se expresa en sus mitos y cosmovisión. En cierto sentido, podemos decir que para esta sociedad indígena, los eventos cruciales en la historia de México, tales como la lucha de independencia y el movimiento revolucionario, los ignoraron, y a los guarijíos les pasaron prácticamente desapercibidos, ya que todavía en la segunda mitad del siglo XX, a fines de la década de 1960, seguían viviendo como peones acasillados: despojados de sus tierras, teniendo que pedir permiso a los caciques locales para poder edificar sus casas de adobe y techo de palma; si sembraban, tenían que entregar parte de su cosecha a los patrones, y las deudas de los padres las heredaban sus hijos.


Los tenábaris se hacen con capullos de mariposa que se rellenan con piedritas de los hormigueros; luego se unen con hilo de algodón. Se usan en las danzas de pascola y venado.


Debido a la influencia del movimiento guerrillero proveniente de Chihuahua, a principios de la década de 1970, se inició entre ellos un proceso de concientización y lucha por la tierra. Esto desembocó en la constitución de los ejidos guarijíos en Sonora poco más de diez años después, lo que dio como resultado una etapa que fue denominada por uno de sus líderes históricos, don José Zazueta Yoquibo, como la “Cuenta nueva”, un periodo de reorganización y obtención de apoyos para la educación, la salud y el trabajo agrícola.

La educación y los guarijío

La lucha por el derecho a la educación, también permitió a los guarijíos demostrar que no tenían afán de discriminar a nadie, pues al solicitar al gobierno que estableciera una escuela, no pensaron sólo en sus niños, sino también en los niños de los yoris (vocablo que en Sonora designa a la gente no indígena). Cipriano Buitimea, líder guarijío, platica sobre la experiencia de pedir la escuela:


Yo, primeramente, lo que hice es luchar a solicitar, a pedir para apoyar a nuestros niños, nuestros hijos; para que aprendan. Aunque uno no tenga estudios, yo no tengo estudios, muchos están igual que yo, no tuvimos estudios. No había escuela en esta tierra, pero otros y yo luchamos, pedimos juntos con el padre de este chavalo. Y entonces primero vamos a pedir la escuela, una escuela en La Mesa Colorada y otra en Los Conejos. No les gustaba esto a los yoris, pero allá abajo los yaquis, mayos, están estudiando; y ya tienen escuela, hay mucha gente ya, que saben escribir y leer, ¿por qué no puede ser así aquí también? Así estaremos bien, pero vamos haciendo, vamos a poner a todos de acuerdo, les digo yo. Aquí no vamos a pelear por la escuela, aquí van a entrar todos, sea como sea, blanco, prieto, colorado, amarillo, es para todos la escuela; van a venir y a dar orden de que instalen una escuela para nuestros hijos ¿No les gustaría a ustedes? ... Entonces después de que instalaron la escuela, no pues ya venían los rancheros a pedir permiso. ¿Óyeme, no me dan permiso de poner a mis chamacos en la escuela? Pos ahí platiquen con el maestro, a ver si les permiten, esto no es para pelear, apenas es para el bien de todos y hasta ahora, ya que vieron estudiados a sus hijos, muy agradecidos quedaron hasta conmigo.[2]


Desafortunadamente, frente a las esperanzas de una “Cuenta nueva”, el cambio de su relación con la propiedad de la tierra los enfrentó a un fenómeno diferente: el narcotráfico, que implicó nuevas transformaciones y con ellas otros riesgos para la conservación de la existencia de esta sociedad. Puede decirse que por largo tiempo los guarijíos permanecieron en el olvido de la sociedad (más allá de su territorio histórico) y por ello han sido de los pueblos originarios menos reconocidos en México. En los últimos años, los guarijío de Sonora han reclamado ser nombrados por su verdadero apelativo indígena o “etnónimo”, es por ello que se llaman a sí mismos los macurawe, término que según algunas versiones significa “los que agarraron las piedras” (posible alusión a la composición de su territorio) o, según otras, ese término quiere decir “los que se toman de las manos” (lo cual podría estar relacionado con una de sus danzas más importantes, el tuburi, en la que las mujeres se toman de las manos para danzar y dar consistencia simbólica a su mundo).

Tejiendo guaris (canastas)

Lo que hoy en día conocemos como “artesanías” es en realidad el resultado de muy diversas necesidades utilitarias, expresivas y simbólicas: las cosas que se hacen tienen, muchas veces, más de un uso o de un significado y esto podemos constatarlo en cualquier sociedad. En el caso del mundo guarijío, los elementos mismos de la naturaleza dialogan con la cultura y dan forma a la historia de las cosas de todos los días, muchas de las cuales dejamos de ver por su constante presencia. El uso y tejido de la palma entre los guarijío es atravesada por la conciencia histórica de su cultura, como nos lo enseña el siguiente testimonio, que por su valor transcribimos en forma bilingüe (entrevista con doña Inés Romero, artesana macurawe; trabajo de campo para el documental “Pueblos indígenas en riesgo”, CDI/INALI/COLEF, Tijuana):


El tuburi es una danza ritual en la que participan las mujeres, quienes tomadas de las manos, danzan al compás de la sonaja y los cantos del maynate.

El tejido de la palma es básicamente una actividad femenina que se transmite de una generación a otra. Con la venta de cestos, canastas y petates, las mujeres artesanas contribuyen a obtener el sustento de sus familias.


Y no’o ihsire penitekao wario y ekao, penipaka nea waritaka, tuyétiapa, wa’a yoráka.


A mí me enseñó mi nana, aprendí a hacer los guaris, así haz los guaris.


Netepua pu’ka warí wa’amaapu penipasaapamu nehjimamu pu’ka warípu, no chaneka no’o su’súa eikao.


Algún día cuando aprendas a hacer podrás vender los guaris, me dijo mi nana.


Y sintekania ipetataa itapiti yoráka eikao neteká epetá y neteká warí tiamé y ki natakepanaria pu’ka waritaka wa’api yomá tiempo waritaka yahsitonane pehjipu iwéta wa’a i’wa no kahtiachi.


Y seguí haciendo petate, y haciendo otras cosas más, haciendo petates y guaris y para no olvidar de hacer guaris sigo haciendo todo el tiempo, vivo haciendo hasta hoy aquí, en donde estoy.


Jeikao wa ehiá no’o su’súa epeche kawepu waritaka yasiwaa wamahka, nehjisoa piri wamahka taraká ko’kopuapu, wahmaka mahchi jipasaapu tomí ehiá wahsiga tarimamu waikao munigoypu no chanéa eikáo pu’ka yoragane eikao, nenetiane epetáo ki toanine pehjí neteká pu’ka tehkipachaaga wa’asiga koanine wa’aminepu ki, ki no’ó tuyeru no’o yeyéa no’o un’utikoi no toaré puapú, toisá sinré puapú nia noé pineri penipakania. Jeetiame tehkí yoraka no’o kahtiechio tepapona enákame enaa neéo, noóo/ tehpákahtiinia, Bavicora ehjoekainia pukeria.


Entonces me dijo mi nana, es mejor vivir haciendo guaris, porque si algún día vende aunque sea uno, se puede comprar algo para comer, si saca algún dinerito y así podrá comprar aunque sea frijoles, me dijo, entonces eso hice, entonces hago petates y no dejo de hacerlo, ese trabajo y mi mamá no me enseñó, me dejó desde que yo estaba muy niña dejándome muy pequeña se fue. Yo aprendí sola este trabajo haciendo, en donde yo vivía yo vine de allá arriba, yo vivía allá en Bavícora viví en un principio.



Entre los guarijíos, la cestería y el tejido de la palma y otras fibras tienen distintos usos, uno es la confección de guaris (canastas) para almacenar granos, poner tortillas, guardar chiltepín, entre otras cosas. Los guaris se trabajan en distintos tamaños y modelos, y se les da color con algunos tintes vegetales. También elaboran petates, así como variados estilos de sombreros. Dentro de la tradición oral, mitos, cuentos y relatos hacen referencia a la importancia de la palma, lo que se refleja en el testimonio antes presentado.

Trabajar con las manos: rehacer el mundo

Don José Romero toma entre sus manos un gran trozo de madera de chilicote y se queda mirándolo, busca en la forma y la textura aquello que se encuentra dentro y que forma parte de su propio mundo macurawe/guarijío. La paciencia de sus manos hará salir de esa sencilla madera blanca las siluetas que darán forma a los personajes simbólicos de este pueblo de la sierra sonorense. Don José vive actualmente un profundo conflicto de intereses: por una parte, como gobernador tradicional de la Colonia Makurawe (un asentamiento indígena, relativamente reciente, fundado en los alrededores del poblado yori de San Bernardo, municipio de Álamos) tiene la responsabilidad de dirigir, organizar y defender a su comunidad, la cual se conforma por gente que ha sido desplazada de los pueblos de la sierra más alta, por causa de la violencia que impera en la región; debe asistir a reuniones con las otras comunidades y hasta con otras más fuera de su territorio; tiene también que enfrentar proyectos de desarrollo que pueden afectar el futuro de su pueblo. Por otro lado, su gusto y habilidades para el trabajo creativo le demandan también parte de su tiempo y no siempre puede hacerlo. A él le gustaría dedicarse a sus máscaras, esculturas y muebles, pero es muy consciente de que ser gobernador es algo difícil y necesario para la comunidad.

A través de sus pequeñas esculturas da forma a distintos personajes; da vida, por ejemplo, a un anciano sentado sobre una pequeña banca de madera y sosteniendo una sonaja. Se trata del maynate (rezador y cantador) quien en las ceremonias y mediante sus cantos reconstruye el simbolismo y el imaginario de esta sociedad de origen agrícola; además, talla la forma de las mujeres, danzantes de tuburi, quienes moviéndose en línea frente al maynate le dan fuerza al mundo a través de esa danza ritual. Llama la atención también un conjunto escultórico que el artista denomina “La familia”: una mujer que acarrea agua, un hombre que trabaja en la siembra y el “paisori”, una serpiente mítica que protege los aguajes. Don José elabora, además, con ese mismo tipo de madera, las máscaras de rostros grotescos y llenos de colorido para los danzantes de pascola, quienes en la fiesta agrícola de la “cava-pisca” reconstruyen con su música, danza y juegos el mundo simbólico de esta sociedad. También de sus manos surgen tortugas de tierra, tigrillos, gatos y otros seres que poco a poco van apareciendo, se llenan de color, incluso llegan a adquirir vida a través de anécdotas y recuerdos. En la pared de su casa hay un pequeño mural que hace alusión a la geografía simbólica de los guarijíos: entre unos grandes pilares de piedra se representa una “aventada”, es decir, el sistema de cacería que los guarijío han utilizado a lo largo de su historia; don José describe a los personajes de su mural, allí están los que persiguen al jabalí, el que vigila desde la cumbre y el que espera al fondo del cañón; nos cuenta también sobre la leyenda que relata el origen de esos majestuosos pilares o columnas de piedra, diciéndonos que era gente de antes, que tenía una fiesta y junto a ellos estaba un perrito que les pedía comida y nadie le hacía caso, es por eso que el animal, en venganza, los convirtió en piedra, por no convidar nada. De esta forma, bajo una sencilla ramada, don José trabaja en su artesanía, atiende los problemas de la gente y comparte el tiempo con su mujer y con su hija Julia.


La artesanía guarijía recrea los mundos simbólico, ritual y cotidiano de la etnia. La serpiente mítica que protege los aguajes y representa la fertilidad de la lluvia.


Las muñecas sonrientes

Julia Romero es una mujer alegre y de gran fortaleza, al decir de su padre. Ella siempre anda haciendo alguna cosa, participa en varias comisiones de trabajo, a veces cuida sus gallinas o a veces se esfuerza arduamente por conservar su siembra de tomates en un clima caluroso y difícil para la cosecha. Julia, lo mismo participa en talleres contra la violencia familiar que en reuniones acerca de los problemas de género que afrontan hoy en día las mujeres indígenas. Ha estado en varios estados de la república y de muchas partes recibe correspondencia; participa en las reuniones y atiende problemas de su comunidad… Pero lo que más le da alegría a Julia es trabajar con sus tramos y retazos de tela, elaborando, una tras otra, gran cantidad de muñecas; pequeñas muñecas vestidas a la usanza tradicional de las mujeres macurawe, con sus coloridos vestidos floreados y su paño en la cabeza. Algo que distingue a primera vista las muñecas de Julia es la gran sonrisa que ilumina sus rostros, de tela teñida, para semejar la piel indígena, quemada por el sol por tantos días de trabajar bajo sus rayos.

Las muñecas de Julia son alegres como ella misma, y constantemente dice a las muchachas que se vengan a trabajar con ella, “para que se ayuden”, porque si no, “nomás dejan que pase el tiempo y se les va el tiempo y no agarran ni un peso”, suele decir. Algunas le hacen caso, otras no, pero mientras tanto, ella sigue con sus telas, su máquina de coser y sus hilazas de colores. A veces trabaja en el camino de terracería que lleva a San Bernardo, quitando las malezas o las piedras que se quedan en el camino.

Amasando la tierra

Sentada bajo el rayo del sol, doña María amasa la tierra. Si uno observa con un poco de atención, a su lado se puede ver una pequeña toma de agua; la llave no ajusta bien y con una pequeña tira de hule, proveniente de alguna vieja llanta de bicicleta, se evita la fuga del líquido. Con ese pequeño chorrito de agua que apenas sale y con la buena tierra del arroyo, ella amasa y amasa hasta que la tierra tiene la textura adecuada. Después, poco a poco, sus manos hacen tiras de barro con las cuales da forma a ollas y sahumerios para la celebración de las ceremonias tradicionales. Sentada en la orilla de un pueblo serrano, perdida un poco en la inmensidad y en la lejanía del tiempo, sus manos siguen trabajando la tierra, buscando compradores distantes que entiendan y valoren la sencillez de su esfuerzo, tal y como ella nos lo dice:


Pu’ka kokoay teméa itapiti neteká sikorí, warí wa’ami kihta, trasaowapa, wami te’tesiwa nokaká, koaká ajatuay teméa.


De eso comíamos nosotros, haciendo algo, ollas, guaris, porque estábamos muy atrasados, abatallando nos sobrevivíamos



Que suenen las arpas

De manera contradictoria, el mundo ritual de los guarijío es a la vez sencillo y complejo; en la ceremonia de la tuburada o tugurada, sentado sobre un sencillo tablón sostenido por dos rocas, el maynate reza y canta acompañado de una sonaja hecha con un bule o guaje, sus cantos hablan e invocan los poderes espirituales de la naturaleza; una cruz de mezquite, envuelta con un paño blanco y protegida por un rosario tradicional, sintetiza la religiosidad y veneración de esta sociedad. En el tuburi las mujeres danzan en línea o en círculo, y de esa manera le dan fortaleza y consistencia al mundo. Un sahumerio de barro, unas hojas de maíz y otras de tabaco silvestre son la esencia de este ritual. Frente a ellos, en la ceremonia de la “cava-pisca”, violines y arpas acompañan con su música el ritmo de los danzantes de pascola; las sabias manos indígenas aprendieron no sólo a hacer música, sino también a fabricar esos instrumentos. Hoy en día, un sencillo taller de manufactura de arpas, hechas con madera del etcho, un cactus de la región, permiten renovar el trabajo de laudería, que a su vez es la manera de acrecentar el interés propio por la música tradicional. Así podemos ver la manera en que agricultores, que trabajan y siembran a la orilla de un río o en las faldas de un cerro, también fabrican e interpretan música con estos instrumentos.

La música es parte de los rituales; el rito reconstruye el mundo o invoca los poderes de la naturaleza; música y rituales forman parte de la identidad del grupo, todo como parte de un arduo ciclo de la existencia, donde las manos de los guarijíos ayudan a construir las herramientas que de esta manera permiten su propia permanencia.


Los pascolas son actores rituales que con sus rezos, danzas, pantomimas y bromas dan vida a las ceremonias rituales de los guarijíos: la cava-pisca, las tuburadas y las velaciones.


Todavía siguen fabricando las angarillas (utensilios de carga que se llevan en la espalda), tejen sus canastas y sombreros, elaboran ollas y sahumerios, tallan sus esculturas y hacen sonreír a sus muñecas. De esta manera reúnen algún dinero para seguir trabajando, esperando que las lluvias sean generosas y permitan las cosechas buenas, tratando de conservar su idioma y forma de pensar. Gente como toda, que abriga la esperanza y confía en que la educación de sus hijos otorgue mejores oportunidades de permanencia al mundo guarijío.

NOTAS

* Investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia, Sonora. Coordinador del proyecto “Etnografía de las regiones indígenas de México en el nuevo milenio”.
  1. Historia de los triunfos de nuestra santa fe, entre las tribus más fieras y bárbaras del orbe, Andrés Pérez de Ribas, SJ, 1645.
  2. Memoria del encuentro de guías espirituales, noviembre 2011, Culturas Populares e Indígenas de Sonora, AAZ, compilador.