Patrimonio cultural inmaterial del exilio español en México EL TRABAJO ACADÉMICO DEL EXILIO EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Valentina Cantón Arjona [*]
Qué hilo tan fino, qué delgado junco
En este texto se argumenta sobre la pertinencia de reconocer y valorar la aportación académica del exilio republicano español como un patrimonio cultural inmaterial. Se ofrecen elementos para su conocimiento y comprensión, así como sobre la necesidad de su preservación. Finalmente se entrega al lector un listado de sus protagonistas, hombres y mujeres exiliados que recibieron y transmitieron el legado del republicanismo y su importancia para la vida educativa y cultural de las sociedades libres y democráticas. Introducción
Con la llegada del buque Sinaia al puerto de Veracruz el 13 de junio de 1939, se inició el exilio masivo de españoles republicanos a México. Un exilio que fue antecedido por una primera expedición de 456 niños en 1937, que fueron acogidos en la Escuela Técnica España-México en Morelia, Michoacán, para apartarlos de los horrores de la guerra, esperando el triunfo republicano. Ese triunfo no llegó, y a partir de 1939 cruzaron las fronteras españolas cientos de miles de españoles buscando asilo. México, leal apoyo del gobierno republicano, salió al paso ofreciendo abrigo a los derrotados.[2] El exilio masivo se prolongaría hasta el año de 1942. A través del mar y a bordo de los buques Sinaia (junio de 1939), Ipanema (julio de 1939), Mexique (julio de 1939), Flandra (noviembre de 1939), Nyassa II (mayo 1942) y Serpa Pinto II (octubre de 1942),[3] o bien por otras vías e iniciativas individuales (algunas logradas hasta entrada la década de los cincuenta) llegaron a México miles de exiliados españoles que, acogiéndose a la política de asilo mexicana, encontraron en estas tierras el presente indispensable para salvar la vida, el futuro para construir un proyecto de vida, pero también, el espacio para reconstruir la memoria de su pasado y legarlo a sus descendientes. Así, el exilio se transformó en un capital cultural mediante el cual se transmitieron no sólo ideales políticos sino formas de ser, estar, pensar y hacer en el mundo. Se transmitieron también compromisos con el trabajo, la memoria, la solidaridad y la paz que, si bien tenían como punto de partida una dolorosa guerra, mantuvieron ideales y crearon horizontes para hacer una nueva vida en México. Hoy, se reconoce esta transmisión como un legado, como un patrimonio heredado de padres a hijos y nietos y como una corriente de pensamiento y una influencia que impactó profundamente el ambiente cultural de México y de sus instituciones y empresas educativas. Puede afirmarse con total legitimidad que el exilio se transformó en un patrimonio cultural, en un punto de referencia para la memoria colectiva. Por esto, vale la pena acercarse al exilio español desde el costado de su preocupación permanente por la transmisión para darle, como lo tiene, un carácter de patrimonio cultural. Patrimonio cultural que, por otra parte, es doble cuando se trata de la influencia que los exiliados ejercieron en la vida académica mexicana. ▼ Antecedentes y contexto
El 18 de julio de 1936 estalló la Guerra Civil española después de un levantamiento militar del autodenominado Movimiento Nacional en contra del gobierno republicano legítimamente electo el 14 de abril de 1931. La guerra –una de las más cruentas del siglo XX– se prolongó durante casi tres años, en los cuales el gobierno de la República fue paulatinamente estrangulado y obligado a instalarse de manera provisional en Francia, mientras sus defensores eran condenados a muerte, encarcelados u obligados a partir al exilio. Finalmente, el general Francisco Franco, jefe militar de la sublevación, daría el último parte oficial de guerra: En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. LA GUERRA HA TERMINADO. Burgos 1° de abril de 1939. Año de la Victoria.[4] Se calcula que el enfrentamiento entre españoles (los del bando nacionalista, apoyados por las fuerzas militares nazis y fascistas de Hitler y Mussolini; y los republicanos, apoyados por brigadas internacionales y la URSS) generó cerca de 800 mil muertes y que más de 450 mil evacuados republicanos cruzaron en un primer momento las fronteras hacia Portugal –los menos–, o hacia Francia –los más–, donde una gran parte de ellos serían internados en los campos de concentración instalados para tal fin.[5] Muchos creían que volverían de ese exilio, que se trataba de una situación temporal. Mientras, en España, quedaba un número nunca contabilizado de víctimas del llamado “exilio interior”: aquellos que por motivos de filiación, actuación, simpatía, denuncia falsa o, simplemente, por parentesco con adeptos de la República, fueron considerados contrarios al Movimiento Nacional, por lo que sufrieron encarcelamiento, persecución, aislamiento, depuración, desaparición forzada y/o muerte en su propia patria. Existe evidencia de que desde enero de 1939, anticipando su triunfo y buscando su consolidación, el Movimiento Nacional había determinado dar castigo ejemplar a los vencidos y perseguir a izquierdistas, militantes del Frente Popular y masones. Toda colaboración con el periodo republicano, especialmente sobre aquellos que hubiesen desempeñado cargos y hubieran obtenido ascensos no debidos a la antigüedad, pasa a ser severamente juzgada.[6] Serían perseguidos, en primer lugar, los educadores (de escuela elemental, media o superior) y todos cuantos hubieran obtenido puestos de confianza del gobierno republicano; después de éstos, quienes “hubieran simpatizado con ellos y orientado su enseñanza y actuación profesional en el mismo sentido disolvente”.[7] El objetivo explícito era limpiar, depurar, purificar a España. El proceso de depuración se dirigió a todos los segmentos del profesorado. De ahí que casi la totalidad del personal docente haya sido objeto de un exhaustivo expediente secreto. El nuevo Ministerio de Educación Nacional (que sustituyó al Ministerio de Educación Pública de la República), con ayuda de la policía secreta, tendría a su cargo los órganos responsables de investigación, selección, decisión y ejecución de la depuración. Maestros nacionales,[8] profesores de instituto y catedráticos[9] serían el primer objetivo, eligiéndose en primer lugar a los más reconocidos “por aquello de que el más eficaz predicador es Fray Ejemplo”.[10] El Ministerio haría, pues, las funciones de nueva –y siempre vieja– Inquisición apoyada en viejas –y siempre renovadas– estrategias. Las penas más usuales por actos contrarios al –ya para entonces– autoconsiderado Glorioso Movimiento Nacional serían: la expulsión definitiva de su centro de trabajo o el traslado; la prohibición para desempeñar cargos directivos y de confianza; la inhabilitación; la incapacitación para opositar y para obtener becas, funciones de estudio o cargos cercanos a la enseñanza en un plazo hasta de seis años; la confiscación de sus bienes, o bien, todas las anteriores. Se trataba, pues, de una política explícita de erradicación de una población en función de sus ideas. Así las cosas, quedó condenado al exilio una gran parte del profesorado universitario (prácticamente la mitad del personal)[11] y, principalmente, quienes además de dictar cátedra habían desempeñado cargos de responsabilidad en las universidades de Madrid, Barcelona, Valencia y la recién creada Universidad Internacional de Verano de Santander (todas instituciones afines a la República). Vale la pena subrayar que aun cuando el grupo de profesores e investigadores universitarios exiliados pertenecía tanto a las humanidades como a las ciencias, el proceso de depuración fue particularmente incisivo con los médicos de la Universidad de Madrid. Muchos de los profesores exiliados se incorporaron en universidades de Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia, Cuba y República Dominicana. Gracias a la política de apertura y al apoyo amplio y decidido del gobierno del general Lázaro Cárdenas (a pesar, incluso, de la crítica y el rechazo del sector conservador mexicano, la alta jerarquía católica, la emigración española en México profranquista, y de algunos intelectuales y organizaciones gremiales),[12] un importante y numeroso grupo de trabajadores intelectuales españoles republicanos se trasladó a tierras mexicanas y se incorporó a sus instituciones educativas. ▼ Espíritu y presencia de una generación de universitarios en el exilio
El exilio español en México destaca tanto por su número –alrededor de 26 mil refugiados, y algunas fuentes citan cerca de 40 mil– como por la variedad de su composición, que es representativa de una auténtica república ya que sus miembros provenían de sectores muy distintos de la vida social y económica de España. Sin embargo, y aun cuando pertenecieran a distintos sectores (22.16 por ciento al sector primario, 29.07 al secundario, y 48.77 por ciento al sector terciario), provenían, según señala Dolores Pla, de “la porción más educada de la sociedad española”, pues mientras en España el índice de analfabetismo era de 32 por ciento, entre los refugiados era apenas de 1.4 por ciento.[13] Más de la mitad (58.34 por ciento) de los refugiados pertenecientes al sector terciario eran trabajadores intelectuales: profesionistas, intelectuales y artistas, y maestros, investigadores y catedráticos, por lo que constituían 28.45 por ciento del total de asilados en México. De ahí que pueda afirmarse que si bien el exilio no estuvo formado sólo por intelectuales, sí lo eran poco más de la cuarta parte, lo que es un porcentaje muy alto en términos absolutos y más aún si se considera la ya mencionada variedad de su composición. México fue tierra fértil para todos ellos, y en el caso de los profesores y catedráticos, les dio la oportunidad para continuar y profundizar su trabajo docente y de investigación. Oportunidad de la que estaban deseosos quienes habían visto interrumpida su vida académica, primero por la actividad política y/o los cargos en carteras del gobierno y, después, por su participación en la guerra (en muchos casos en el frente). Estos intelectuales, y entre ellos los profesores y catedráticos e investigadores republicanos, pertenecieron, en sentido sociológico, a una “generación”. Es decir, formaron parte de: Un conjunto de individuos que –independientemente de su cercanía de edad– han vivido en el mismo momento una experiencia histórica determinante e irrepetible, extrayendo de ella su propia orientación moral y el sentimiento de compartir un destino común.[14] Se trata, pues, de una generación que, aun sometida a una dolorosa experiencia histórica, es capaz de sostener su compromiso ético-político y su lealtad hacia un ideal, no obstante que el precio a pagar sea la muerte o su sucedáneo simbólico: el exilio. Esta es, justamente, su herencia, su patrimonio cultural y su mayor aportación a México: su orientación moral y el claro sentimiento de compartir un destino común, no sólo como grupo sino como humanidad. De ahí su importancia y el hecho de que, con independencia de las visiones y filiaciones políticas, las nuevas generaciones puedan reflejarse en ella. El patrimonio que nos ocupa, pues, si bien se origina en el pensamiento clásico republicano, en el republicanismo como modelo de vida y en las posiciones de izquierda que lo enriquecen, surge de la épica de una generación de docentes e investigadores universitarios que mostró, en su quehacer académico y en su personalidad, facetas distintas de un tronco común: la res publica, la cosa pública, y lo que ésta significa como proyecto de vida, como ideal ético y Es demostrativo de la calidad de los académicos republicanos depurados y exiliados, el hecho de que entre ellos se contaran siete rectores universitarios. Se trata en todos los casos de personajes que por su alta preparación científica y humanista y por su fuerte compromiso político, ocuparon cargos de primer nivel tanto en el medio académico como ante el gobierno de la República. De los siete, seis refundaron su vida en México y uno más, el fisiólogo y rector Jaume Pi i Sunyer, en Venezuela. Blas Cabrera Felipe (1878-1945), fisicoquímico y rector de la Universidad de Madrid y de la Universidad Internacional de Verano; Jaume Serra i Hunter (1878-1943), filósofo y rector de la Universidad de Barcelona; José Giral y Pereira (1879-1962), químico farmacéutico y rector de la Universidad de Madrid, ministro del gobierno de la República, y presidente de la República Española en el exilio; Pere Bosch i Gimpera (1891-1974), antropólogo y rector de la Universidad de Barcelona; José Puche Álvarez (1895-1979), médico y rector de la Universidad de Valencia, y José Gaos y González Pola (1900-1969), filósofo y rector de la Universidad de Madrid, encabezan la lista de otras muchas biografías intelectuales compartidas y marcadas por el espíritu liberal, regeneracionista, creador y transformador de instituciones universitarias como la Institución Libre de Enseñanza, la Junta de Ampliación de Estudios y sus institutos científicos, así como la Residencia de Estudiantes de Madrid.[15] Ese espíritu laico e igualitario que tantos frutos daría al pensamiento pedagógico, humanista y científico[16] español y que caía, por cierto, como agua de mayo en el espacio universitario mexicano de la época. Figuras paradigmáticas y representativas tanto del ideal republicano como de la entrega al desarrollo y la promoción de los distintos campos del saber, estos refugiados fueron, además, presencias generosas preocupadas tanto por la formación de nuevos y mejores universitarios como por poner sus conocimientos al servicio del país y de las instituciones que les acogieron, como: el Colegio de México (antes Casa de España), el Instituto Politécnico Nacional, la Escuela Nacional de Antropología e Historia, la Escuela Normal de Maestros y la Escuela Normal Superior, la Normal de Pachuca, la Universidad Michoacana, el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, la Universidad de Primavera “Vasco de Quiroga” (inspirada en la Universidad Internacional de Verano de Santander) y la también michoacana Escuela Normal Urbana, la Universidad de Nuevo León, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, y la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, Más recientemente, la Universidad Pedagógica Nacional, el City College, la Universidad de Las Américas, la Universidad Anáhuac, la Universidad Iberoamericana, la Universidad La Salle, la Universidad Femenina de México y el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Cita aparte merecen Durante sus primeros años en México, los profesores exiliados trabajaron incansablemente alternando su presencia en varias de estas instituciones: dictaron cátedra, dieron conferencias o apoyaron el desarrollo de seminarios, tertulias y programas de formación y de investigación, y promovieron la realización de encuentros y congresos. Se ocuparon, también, de actualizar la producción editorial científica, literaria y humanista mexicana aportando no sólo sus propias obras sino también traducciones de autores clásicos indispensables y hasta entonces inaccesibles para el lector en México. Merece mención especial su participación en la creación de una gran cantidad de revistas culturales, literarias y científicas, y de exitosas empresas y proyectos editoriales –entre los que destaca el Fondo de Cultura Económica–, muchos de ellos ideados desde su llegada a México y apoyados incluso como fuentes de trabajo por el Comité Técnico de Ayuda a los Republicanos Españoles (CTARE), como la editorial Séneca. Todas estas actividades enriquecieron y fortalecieron la vida académica e intelectual mexicana, y ofrecieron nuevos horizontes y mejores destinos a los jóvenes estudiosos. Sería imposible nombrar todas sus aportaciones; baste decir que la colaboración y la producción de estos refugiados cambiaron el panorama educativo y cultural nacional en unos cuantos años. Las actividades mencionadas las realizaron sin menoscabo de sus compromisos con el exilio y sus organizaciones. El Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE) y la Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles (JARE) contaron, ambos y a pesar de sus diferencias, con el apoyo de los intelectuales refugiados, quienes además crearon importantes organizaciones gremiales como la Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Exilio (UPUEE) o la reunión de médicos del Ateneo Ramón y Cajal que daría origen al Ateneo Español de México. La UPUEE fue espacio para la construcción de un proyecto educativo que era necesario tener en punto para cuando, una vez caído el dictador, pudieran retornar a España. Este proyecto y esta esperanza fueron compartidos y discutidos en 1942 en la Reunión de La Habana, en la que los profesores e investigadores españoles exiliados (provenientes tanto de México como de otros países de Latinoamérica) se unieron, incluso a pesar de sus diferencias, para reencontrar en la educación el punto de acuerdo fundamental de su proyecto de vida republicana. La extensión limitada de este escrito hace imposible hablar de todas y cada una de sus organizaciones y, más aún, de las características, sentimientos, trayectorias y aportaciones personales de quienes las conformaban. Quede al menos constancia de su voluntad de crear colectivos organizados y comprometidos con sus ideales y el cultivo de su memoria histórica. Como homenaje obligado, vale la pena recordar al menos los nombres de estos hombres y mujeres que dejaron vida y obra en la Universidad Nacional Autónoma de México, casa de trabajo que les acogió y les dio nuevas esperanzas, pues en ella, cada exiliado pudo reconocer que, como señala Adolfo Sánchez Vázquez: …la contabilidad dramática que [el exiliado] se ve obligado a llevar no tiene que operar forzosamente sólo con unos números: podrá llevarla como suma de pérdidas, de desilusiones y desesperanzas, pero también –¿por qué no?– como suma de dos raíces, de dos tierras, de dos esperanzas. Lo decisivo es ser fiel –aquí o allí– a aquello por lo que un día se fue arrojado al exilio. Lo decisivo no es estar –acá o allá– sino cómo se está.[17] ▼ Los protagonistas
Fueron y son estos exiliados y exiliadas, los hombres y mujeres responsables de dar a conocer, interpretar, preservar, conservar, valorar y difundir el patrimonio cultural del exilio español en las aulas universitarias. Se trata, pues, de un patrimonio cultural inmaterial que basa su definición en: …el concepto de trabajo académico con sentido social y pacífico como la actividad docente, humanística, cultural, artística e investigación científica en todos los campos del conocimiento, motivada por el bien común y dirigida al beneficio de las comunidades humanas, la paz y los entornos naturales donde habita nuestra especie.[18] Y la necesidad de salvaguardarlo, pues el trabajo académico con sentido social pacífico es: …un bien útil al desarrollo humano. Éste es producto de distintas e históricas tradiciones, tanto teóricas como metodológicas y prácticas, transferidas en el contexto de la formación escolar y universitaria de los distintos colectivos intelectuales. Contiene en sí mismo una inagotable riqueza cultural, creativa y de conocimiento, en virtud de que refleja el nivel de desarrollo de los pueblos y sociedades en general. Por ello, posee un enorme valor su preservación, y fortalecimiento en las mejores condiciones materiales y sociales.[19] Para conocerlos o bien para recordarlos, presentamos un listado (seguramente incompleto e injusto como lo son todos los listados de esta naturaleza[20]) en el que aparecen en orden decreciente de edad los refugiados republicanos españoles que han laborado en las distintas facultades, institutos de investigación, e instancias de difusión de la Universidad Nacional Autónoma de México y de su Escuela Nacional Preparatoria. No se incluyen, por concentrarnos en quienes trabajaron y trabajan principalmente en las aulas, los nombres de los muchos editores, traductores, actores, cineastas, artistas plásticos, ingenieros, arquitectos, médicos, críticos, escritores, periodistas, museógrafos y restauradores, colaboradores de revistas literarias, culturales, científicas y de actualidades, y conferencistas cuyas presencias y colaboraciones esporádicas ayudaron también a fortalecer el espíritu universitario.
NOTAS* Profesora investigadora de tiempo completo de la Universidad Pedagógica Nacional y profesora de asignatura del Colegio de Pedagogía y el Posgrado de la UNAM. Responsable del proyecto “El derecho a la memoria: la educación patrimonial” en la UPN y del seminario sobre Educación patrimonial (Maestría en Pedagogía, FFyL-UNAM).
▼ Créditos fotográficos
- Imagen inicial: ccemx.org - Foto desembarco del buque Sinaia: biblioteca.ucm.es - Blas Cabrera Felipe: www.residencia.csic.es - Jaume Serra i Hunter: www.blogoteca.com - José Giral y Pereira: www.mecd.gob.es - Pere Bosch i Gimpera: commons.wikimedia.org - José Puche Álvarez: www.cervantesvirtual.com - José Gaos y González Pola: www.escritores.org - Angelina Muñiz Huberman: www.zocalo.com.mx - Pilar Rius de Pola: depa.fquim.unam.mx - Aurora Arnaiz Amigo: www.faaa.iap.org.mx - Atlántida Coll de Hurtado: www.dgcs.unam.mx |