La educación musical para la mujer: EL CASO DE LA ACADEMIA DE NIÑAS DE MORELIA, 1885-1911 Alejandro Mercado Villalobos[*]
En México, la mujer ha sido objeto de varias omisiones, una de ellas ha ocurrido en la educación, y sólo recientemente ha encontrado espacios en las iniciativas educativas en igualdad de circunstancias respecto al hombre. Entre 1885 y 1911, en la ciudad de Morelia, Michoacán, funcionó una escuela que fungió como un espacio de instrucción para la mujer. En la visión del Estado, la mujer tenía una capacidad innata de educar a la juventud, cosa que validó los esfuerzos en el sentido señalado. Al respecto, la música se incluyó como parte de una propuesta de educación integral, por lo que las niñas se instruyeron en el solfeo –el lenguaje de la música–, y en la práctica de instrumentos musicales, principalmente de cuerda. En el presente artículo se pretende mostrar los motivos de creación, el desarrollo y, en alguna medida, el alcance de la Academia de Niñas de Morelia. Introducción
Es bien sabido que el lema del porfiriato fue Orden y progreso, lo cual significó, digamos, un fundamento ideológico que, inspirado en el positivismo, para el caso mexicano adquirió importancia en el sentido de construir un país moderno. La modernidad decimonónica se entendió como una aspiración al desarrollo económico, social y cultural, que habría de generar otros beneficios en la población. Es posible ver en distintas fuentes de la época, como la prensa, notas sobre la llegada de inversión extranjera, aplicada principalmente a la industria, la instalación de la banca, la ampliación de la red ferroviaria y telegráfica, y otros visos de modernidad, como el teléfono y la luz eléctrica, sin olvidar elementos de diversión, como el cinematógrafo. Todo esto refleja los intereses de una sociedad que pretendía seguir los ejemplos de países altamente industrializados, como los Estados Unidos o Inglaterra, y en particular de Francia, que además fue un modelo cultural. En este panorama, muy general, la educación se concebía como una tarea urgente del Estado pues se consideraba una vía a la modernidad, ya que individuos mejor instruidos, crearían mejores sociedades. Éste fue uno de los principios rectores que se manejaron en el Congreso Higiénico Pedagógico, realizado en 1882, como el primer intento de homogeneizar el proceso educativo en el país. En aquella ocasión se expuso la necesidad de la educación como una “tendencia universal” en la que México, como país inmerso en la comunidad internacional, quería y debía incluirse,[1] sin olvidar el ingrediente cultural, puesto que la educación, además, habría de servir como vehículo de construcción del nacionalismo, en las letras y en las artes.[2] Lo anterior resulta evidente en las continuas expresiones públicas del Estado en torno a la importancia de la educación. Se festinaba cada proyecto que culminaba con la creación de escuelas, programas de estudio y propuestas novedosas en función de la época. En este sentido, en un estudio in extenso que efectué hace tiempo respecto a la instrucción musical en Michoacán, me encontré con un proyecto gubernamental dirigido al sector femenino, iniciado en 1885. En un principio, me pareció extraño que, dada la posición secundaria de la mujer respecto al varón en el México decimonónico, existiese un proyecto de instrucción donde, más allá de amas de casa, se perfilaban profesoras de instrucción de “primeras letras”, y más interesante aún, que en dicha escuela se diesen clases de música como materia obligatoria –acorde al principio de la educación integral–, lo cual parecía relevante en función de que en otras escuelas, también públicas, la música se proponía como materia accesoria, esto es, opcional. A partir de lo anterior, la intención del trabajo es analizar los motivos de creación, funcionamiento y desarrollo de la Academia de Niñas de Morelia, con el interés de identificar las intenciones del Estado respecto a la educación de la mujer siguiendo las premisas ideológicas de la época. Me interesa mostrar los pormenores de la inclusión del sector femenino en el proyecto educativo porfirista, poniendo como ejemplo la institución señalada, así como examinar el papel de la música en el proceso de instrucción, y el alcance dado a los estudios del llamado entonces, divino arte de Euterpe (diosa griega de la música). ▼ Notas sobre el Colegio de Santa Rosa María de Valladolid
Sobre la educación de la mujer en el estado de Michoacán, existen antecedentes que datan del siglo XVIII. En lo que entonces se llamó Valladolid –nombre virreinal de la actual Morelia– se fundó, en 1743, el Colegio de Santa Rosa María de Valladolid. Para entonces, la ciudad era la capital del obispado de Michoacán, muy importante para la Iglesia novohispana, tanto por su extensión –y por ello la cantidad de almas– como por su posición geográfica y significación política. Como centro urbano en apogeo, hacia el llamado Siglo de las Luces, en Valladolid se concentraron varios de los mejores proyectos de la Corona, también en el ramo educativo. Uno de ellos fue la creación del Colegio de Santa Rosa. En 1743 se fundó en la ciudad de Valladolid de Michoacán el Colegio de Niñas de Santa Rosa María, cuyo inmueble había pertenecido al Convento dominico de Santa Catalina de Sena, institución que destacaba en la antigua provincia de Michoacán por su intensa actividad musical El objetivo específico de esa institución era fungir como un espacio de instrucción para un sector en particular de la sociedad novohispana: la mujer. El ingreso se circunscribió a niñas de origen español, lo cual debía comprobarse mediante fe de bautismo. En realidad, tal asunto no es extraño en tanto que, durante el periodo virreinal, los mayores privilegios los tenían individuos que habían nacido en España o en la Nueva España; los primeros eran los llamados españoles peninsulares, y los segundos eran conocidos como criollos. Sin embargo, más allá de la limitante señalada, es un hecho significativo que se haya planteado la posibilidad de brindar instrucción a la mujer, y aunque el de Santa Rosa fuese un colegio destinado a educarla para desempeñar el papel de esposa y ama de casa, el proyecto representa, me parece, un signo de cambio en la sociedad virreinal, donde el sector femenino comenzaba a tener presencia pública en cierta medida. La educación impartida en aquel colegio se estructuró en correspondencia con el contexto y la posición de la mujer respecto al hombre, lo cual resulta evidente en las asignaturas que cursaban. Se les impartía doctrina cristiana, costura y bordado, rudimentos de lectura, escritura, aritmética, moral y conducta, así como música. En este caso, se daban nociones generales del arte de Euterpe y canto llano, y se aprendía a tocar instrumentos de cuerda principalmente –arpa y violín–, piano y órgano[3] que también se incluyó en las posibilidades de instrucción artística. El arpa fue uno de los primeros instrumentos de cuerda utilizados en la Nueva España, por la facilidad de su construcción y aprendizaje. El registro del arribo del violín a Valladolid, por su parte, data de 1773.[4] Más que una intención pedagógica, la inclusión de la clase de música tenía el interés de crear ejecutantes que eventualmente pudieran cubrir los oficios religiosos. Recordemos que en la sociedad virreinal, Dios era el centro de la vida personal y colectiva. La música, sin embargo, en especial teniendo en cuenta los síntomas cambiantes de la realidad musical de finales del siglo XVIII, debió ser para las niñas un elemento socializador más allá de los fines meramente religiosos. En ese tiempo, en no pocas ciudades y pueblos de la Nueva España comenzaban a escucharse signos de lo que podría llamarse música mexicana, sin olvidar lo que genéricamente se ha denominado tertulias, actos privados de carácter social, donde se cultivaba la música fuera del ámbito eclesial. El entorno, entonces, favorecía un nuevo significado de la enseñanza de la música, y ésta se estudiaba con mucha atención, amplitud suficiente y suma formalidad, lo cual alcanzaba el campo de la composición. Pruebas de ello se encuentran en el archivo antiguo del actual Conservatorio de las Rosas de Morelia, donde se conservan múltiples ejemplos de la producción musical del Colegio de Santa Rosa, que abarca desde música sagrada hasta obras no litúrgicas, como villancicos y arias, entre otras piezas musicales.[5] El colegio funcionó sin interrupción durante la guerra de independencia y el resto de la primera mitad del siglo XIX. No obstante, en el proyecto político de los liberales estaba conseguir el control del Estado sobre la educación, lo que obligó a la clausura del colegio en 1861. En Michoacán eran los tiempos del gobernador Epitacio Huerta, general liberal de los llamados radicales, quien no había tenido miramientos al saquear la iglesia catedral de Morelia en 1858 con el propósito de obtener “plata” para la causa de Benito Juárez, mucho menos los tendría para clausurar el colegio seminario y convertirlo en palacio de los poderes del Estado también por aquel tiempo, y para cerrar el Colegio de Santa Rosa María de Valladolid. Durante la intervención francesa, se reabrió el colegio, pero las niñas sufrieron de falta de fondos a tal grado que debían vender dulces y algunas artesanías para el sostenimiento de su escuela, la que finalmente cerró sus puertas de manera definitiva en 1870. Hacia la década de 1940, en el edificio que albergaba al Colegio de Santa Rosa se creó el actual Conservatorio de las Rosas de Morelia. Por ello, en un afán de dar antigüedad al mismo, se cita su fundación en 1743 relacionando la actual y moderna escuela de música con aquella que funcionó en el Siglo de las Luces. ▼ La Academia de Niñas de Morelia
El Colegio de Santa Rosa fue un importante proyecto de educación para la mujer durante el periodo virreinal. No obstante, de cara al nuevo modelo político impuesto paulatinamente durante el siglo XIX, era necesario construir una mayor apertura en la oferta educativa e incluir a la mujer en el proceso social, sin que esto significara de facto un cambio radical en su posición con respecto al hombre, sobre todo en los ámbitos económico y político. En un interesante artículo titulado “La educación de la mujer en el siglo XIX mexicano”, María Guadalupe González explica la manera en que el sector femenino –que construía la mitad de los habitantes del país– había sido objeto de atención en el ámbito educativo. Con base en algunos textos de contenido pedagógico publicados en el periodo en cuestión, se da por hecho que la mujer debía ser útil a la sociedad y, por tanto, era necesario educarla de cara al proceso de desarrollo nacional, lo cual correspondía al principio de que la educación era un agente de cambio social. González apunta que una de las preguntas planteadas entonces, no era si debía educarse a la mujer, sino si era conveniente que se le instruyera y en qué sentido.[6] La cita menciona en concreto el Semanario de las Señoritas Mejicanas. Educación Científica, Moral y Literaria del Bello Sexo, que apareció en 1841. El Semanario de las Señoritas Mejicanas. Educación Científica, Moral y Literaria del Bello Sexo, fue una de las publicaciones dedicadas al público femenino en el siglo XIX Lo anterior revela la continuidad de una mentalidad colonial sobre el papel secundario de la mujer en el contexto social. Sin embargo, también aparecen signos de modernidad política impulsada desde el pensamiento liberal. Por aquellos años, ya circulaban con cierta difusión, en prensa y otros medios como panfletos y folletos, las ideas de igualdad ante la ley y de libertad en sus múltiples significados, axiomas que Benito Juárez y su círculo cercano llevaron a la palestra nacional desde la promulgación de las llamadas Leyes de Reforma, que tenían como objetivo principal, según Octavio Paz, la fundación de una nueva sociedad basada en “la libertad de la persona humana”.[7] En la educación, esto pudo verse en la construcción de escuelas, en la medida de los recursos públicos disponibles, y en la inclusión de la mujer en el proceso educativo; y aunque es cierto que la instrucción en el México decimonónico venía siendo en cierta medida “confesional, dogmática y memorística”,[8] a partir de la República Restaurada el paradigma permitió además la incorporación de nuevas asignaturas, no confesionales y apropiadas al contexto del México que se pretendía construir, producto del creciente control del Estado sobre la educación. De esta época se considera que data el nacimiento de la educación pública en el país y de intenciones pedagógicas sustentadas en la llamada educación integral, consistente en “proporcionar una cultura general lo más amplia posible, sin descuidar ninguno de los aspectos de formación del ser humano”.[9] Ante la dinámica impuesta, Porfirio Díaz promovió con fuerza la educación nacional y dio todo su apoyo a los proyectos impulsados desde los estados; y en muchos casos, la música se convirtió en una asignatura necesaria, al menos en los programas educativos que daban continuidad a los estudios de primeras letras, que es el caso de la institución objeto de estas líneas. Siguiendo la normativa del momento, en octubre de 1885, por iniciativa del Ejecutivo, se decretó la creación de la Academia de Niñas. La justificación que dio el gobernador es interesante: afirmó que tal impulso respondía a la necesidad de ofrecer a la mujer elementos de formación “compatibles con su sexo”, para que con ello pudiera “lograr la satisfacción de sus necesidades a costa de menores afanes y sacrificios”.[10] El discurso es importante pues determina que, mediante la preparación académica, la mujer podía asegurarse un porvenir, ganando con ello cierta libertad frente a su histórica dependencia respecto al varón, lo que en otros términos equivaldría a la observancia del axioma liberal de igualdad. Si esto se toma en sentido estricto, la educación puede considerarse un impulso que equilibraba la posición de ambos géneros en términos sociales. Alumnas de la Academia de Niñas de Morelia En el discurso se asume que la mujer formaría parte del proceso productivo nacional, pues el “lograr la satisfacción de sus necesidades” puede entenderse como una posibilidad de autosuficiencia. De esta manera, estamos ante un proyecto que permite comprobar la intención del Estado de extender la educación a amplios sectores, incluido el de la mujer. En sus años de juventud, Porfirio Díaz había sido partidario de Benito Juárez y de la doctrina del liberalismo, y quizá ello, aunado a las propias directrices del entorno mundial en términos educativos, favoreció el surgimiento de proyectos como el de la Academia de Niñas de Morelia, ya que tal ideología político-económica sustentaba en la educación científica, dirigida por el Estado, gran parte del éxito de una sociedad. En los prolegómenos de su fundación, se acordó que la Academia de Niñas fuese una institución de nivel secundario y de perfeccionamiento; sin embargo, como podrá verse más adelante, el proyecto se encaminaba a incorporar a la mujer al proceso de enseñanza de la juventud michoacana. Resulta interesante la lista de asignaturas que aparecen, siguiendo el discurso del gobernador, “compatibles con su sexo”: moral, urbanidad, economía doméstica, lectura (donde se incluía recitación de prosa y verso), gramática castellana (aplicando aquí análisis lógico y principios de gramática general), pedagogía, aritmética razonada y principios de álgebra y geometría, dibujo y pintura, francés, inglés, geografía, historia patria, costura, bordados, flores y otros trabajos manuales. Si bien resulta evidente el vínculo que se hace con el trabajo manual y de ama de casa, resalta también otra vertiente, humanista y científica, con materias que iban más allá de la formación de esposa y madre. En cuanto a la música, a diferencia de otras instituciones del Estado donde también se ofrecía como opción educativa, por ejemplo el Colegio de San Nicolás y la Escuela de Artes y Oficios, la música se instituyó como una clase que formaba parte del currículo básico de materias en la Academia de Niñas, por lo que no tenía el carácter de accesoria o complementaria, y se impartía dentro del horario cotidiano, con un plan correctamente determinado.[11] En el reglamento que se promulgó en 1886, quedó establecido el ingreso desde los siete años de edad con instrucción primaria terminada. Los estudios habrían de durar cinco años, y en todo ese tiempo, la música sería materia obligada bajo el siguiente orden: primer año, solfeo I; segundo año, solfeo II y piano I; tercer año, piano II y vocalización; cuarto año, piano III y canto superior I; quinto año, piano IV y canto superior II. El profesor de música designado fue el conocido Luis I. de la Parra. Desde joven se había ganado un amplio prestigio como maestro de capilla y organista de la catedral de Morelia; también había fungido como profesor de los hijos de prominentes personajes de la sociedad moreliana. Era muy estricto y tenía fama de imponer una correcta disciplina en clase; además, era un estudioso de las formas musicales europeas, imperantes durante el porfiriato, aunque siempre ajustó sus programas en medida suficiente a las necesidades del entorno de sus estudiantes.[12] El hecho de que sólo se estudiara piano, tal vez limitaba un desarrollo amplio en el sentido musical; aunque en realidad, según he dicho, la intención era preparar jóvenes profesoras, y el instrumento polifónico ad hoc para ello era el piano, de ahí su inclusión como elemento básico de enseñanza. Pero el piano no fue el único instrumento objeto de enseñanza para las niñas. Producto quizá de la influencia festiva de la cotidianidad moreliana, y guiadas por su profesor, las jóvenes estudiantes al parecer fomentaron el estudio de los instrumentos de cuerda, pues he recogido noticias de la prensa moreliana decimonónica, sobre la creación de una orquesta típica y una estudiantina. Ambas agrupaciones participaron en actos públicos en Morelia, lo que formaba parte de la publicidad del régimen en su apoyo a la educación y la cultura. En este marco se entiende la dotación de instrumentos para que las jóvenes desarrollaran su talento musical. En un registro oficial el gobernador destacó la compra de mandolinas, bandurrias, guitarras y panderetas, instrumentos necesarios para una estudiantina, misma que participó en diversas actividades urbanas, lo cual permitía por parte del Ejecutivo una plena justificación del apoyo dado a la escuela.[13] Foto 4. La música se instituyó en la Academia de Niñas de Morelia como una clase que formaba parte del currículo básico de materias La mujer gustaba de hacer música, pero por su histórica posición secundaria sólo lo hacía en momentos específicos, como las tertulias privadas organizadas en casonas de familias ricas, una costumbre ya arraigada desde el siglo XVIII. La época porfirista fue también de apertura en este sentido. Ya en la inauguración de la Academia de Niñas en 1886, la participación femenina había sido destacada. El acto se llevó a cabo en el teatro Ocampo, que para entonces era el mejor y más selecto espacio de actuación musical. En aquella ocasión participaron dos alumnas de la recién inaugurada institución, Natalia Flores y Luisa Mesa, quienes, en conjunto con otras señoritas y señoras, ejecutaron algunas fantasías y partes de óperas, y fueron acompañadas por algunos alumnos de San Nicolás y por la banda de música del octavo Regimiento. De acuerdo con una nota periodística del órgano oficial, la velada fue inolvidable.[14] En esa fecha no sólo dieron inicio las labores de la escuela sino la participación femenina de manera pública en los eventos sociales. Sin ser la única, puedo decir que la clase de música despertó mayor entusiasmo que otras asignaturas, de ahí que se modificara el reglamento eliminando la clase de solfeo para las alumnas de primer año, con el propósito de lograr su concentración primero en la dinámica general de la enseñanza impartida. Esto coincidió con el proyecto del Estado para pensionar a niñas del interior de la entidad, lo cual revistió singular importancia pues se trataba de extender el apoyo a sectores vulnerables y con limitado acceso a la educación. Litografía del edificio de la Academia de Niñas de Morelia Entre los requisitos para obtener la pensión, destaca que la niña tuviera “buenas disposiciones para el aprendizaje y de humildes condiciones sociales”.[15] La convocatoria fue atendida al menos por 25 municipios no obstante la condición de que los gastos totales de cada niña habrían de cubrirse con sus propios recursos. Puede decirse que en esto había más propaganda que realidad, en vista de la importante publicidad que el gobierno le dio en los medios, especialmente periodísticos, aunque hay pruebas de que los esfuerzos rindieron sus frutos. En los años siguientes, como se consigna en algunas fuentes hemerográficas, varias egresadas de la Academia de Niñas regresaron a sus lugares de origen con el título de profesoras de instrucción elemental, y no es extraño que en algunas poblaciones, como ocurrió en Santa Ana Maya, municipio ubicado en el norte del estado de Michoacán, se haya conservado la tradición del estudio del piano gracias a una pensionada que estudió en la Academia de Niñas de Morelia.[16] Además de las pensiones otorgadas por las autoridades municipales, existieron otras dos: las que pagaban particulares, y algunas auspiciadas directamente por el Ejecutivo. De esta manera, a partir de 1895, un promedio de diez niñas fueron pensionadas anualmente, con un total de 106 hacia 1904.[17] El desarrollo de la institución se perfiló hacia la creación de una escuela formadora de profesoras de instrucción elemental, de ahí los cambios operados en la institución a lo largo de su existencia. En 1892, se abrió una escuela de instrucción primaria anexa a la academia, lo que vaticinaba una eventual evolución en el sentido señalado, que no estuvo exenta de tropiezos, reseñados con agudeza por periodistas de la época. Al respecto, he encontrado algunas críticas vertidas en la prensa semioficial vinculadas con la forma de realizar los exámenes a las alumnas, mismos que se llevaban a cabo de forma pública y se publicitaban ampliamente, incluyendo los de música. A este respecto, se decía que el formato no examinaba con profundidad los conocimientos adquiridos y, al parecer, tampoco se impartía clase de teoría musical ni se contaba con libros especializados. Todo indica que las críticas tenían cierto contenido de verdad, pues en 1895 la prensa dio a conocer algunas modificaciones relacionadas, precisamente, con las críticas referidas.[18] Lo anterior responde, quizás, a la comparación hecha por los periodistas entre las jóvenes estudiantes de la Academia de Niñas y alumnos de otras escuelas públicas, como los de San Nicolás o los de la Escuela de Artes y Oficios, espacios donde la música se cultivó en un sentido más pragmático. Esto fue evidente en actividades sociales con más presencia que las que reunieron las convocadas por la academia, en especial por el impulso a la participación reflejado en la organización, por ejemplo, de un cuarteto de cuerdas y una orquesta en el primer caso, y de una banda de música de viento y de una orquesta para el caso de la segunda. Mientras tanto, tímidamente se formó una estudiantina y un grupo típico de cuerdas en la Academia de Niñas, que poca presencia alcanzó en la ciudad. La diferencia, pienso, fue el perfil de egreso que se buscaba. En San Nicolás y en la Escuela de Artes y Oficios, se pretendía educar individuos que pudiesen tener la música como una alternativa laboral, y algo similar en la Academia de Niñas, sólo que en este último caso, la música era una herramienta de enseñanza. Prueba de ello son los cambios ocurridos durante la segunda mitad del porfiriato. En 1895, se determinó dividir la educación primaria en elemental y superior, por lo que las interesadas en lograr el título de profesoras de instrucción primaria elemental cursaban tres años de estudios, y las que pretendían el de profesoras de nivel superior en primeras letras, cinco. En ambas posibilidades, el estudio de la música era obligado pues, como decíamos al principio de este trabajo, el régimen porfirista trabajó en la idea de la educación integral, que aceptaba el estudio de las bellas artes, como la música. Con esta misma intención, en 1901, la escuela primaria anexa a la academia se convirtió en la Escuela Normal para Profesoras, lo que, junto con la ampliación del internado en 1900, que ya funcionaba desde la década anterior, aumentó las posibilidades de educación para la mujer en Michoacán. Antes del estallido de la revolución, que provocó la clausura de la Academia de Niñas, se promulgaron varias normas relacionadas con el ámbito educativo. Es el caso de la Ley Orgánica de Instrucción Preparatoria y Profesional de 1908, una reforma de la misma en el año siguiente, y de la Ley Orgánica de Instrucción Preparatoria y Profesional de 1910. En ningún caso se modificaron sustancialmente las clases de música, más bien se reafirmó su estudio como elemental para las futuras profesoras. El epílogo de la Academia de Niñas fue desafortunado: ante la revuelta de 1910, se suspendieron los apoyos económicos, y los padres que vivían en Morelia retiraron de la escuela a sus hijas en un primer término, y enseguida hicieron lo propio los que provenían de otros municipios del estado. Quedó así cerrado, un capítulo extraordinario de enseñanza femenina que no finalizó con la clausura de la institución, pues el proyecto provocó que la mujer fuera, desde entonces, parte de los planes educativos del Estado en Michoacán, y la Academia un ejemplo a seguir.♦ NOTAS* Doctor en Historia de México. Universidad de Guanajuato-campus León, Departamento de Estudios Culturales de la División de Ciencias Sociales y Humanidades.
▼ Créditos fotográficos
- Imagen inicial: commons.wikimedia.org - Foto 1: conservatoriodelasrosas.edu.mx - Foto 2: liberalism-in-americas.org - Foto 3: álvaro Ochóa Serrano (coord.), Michoacán. Música y músicos, El Colegio de Michoacán, Gobierno del Estado de Michoacán. - Foto 4: álvaro Ochóa Serrano (coord.), Michoacán. Música y músicos, El Colegio de Michoacán. Gobierno del Estado de Michoacán. - Foto 5: Melchor Ocampo Manzo, Apuntes históricos del antiguo convento de San Diego de Morelia, hoy edificio del internado anexo a la Academia de Niñas, Morelia, Imprenta de la Escuela de Artes, 1895 |