El fluir de la historia
EL RÍO MISSISSIPPI:
ENCRUCIJADA DE NORTEAMÉRICA

Andrés Ortiz Garay[*]

Este artículo trata de las exploraciones del sistema fluvial que vertebra gran parte de Norteamérica. A los exploradores españoles, franceses, ingleses y estadounidenses que fueron descubriendo ese sistema, les llevó más de dos siglos y medio completar el conocimiento de su geografía. Algo que no sorprende al considerar que está compuesto por varios cauces principales que, unidos, conforman un río que ocupa el cuarto lugar mundial en cuanto a su longitud total.



El río Mississippi: encrucijada de Norteamérica

Un mapa simple de los actuales Estados Unidos de América nos muestra la corriente central del Mississippi[1] descendiendo de norte a sur, desde su nacimiento en el lago Itasca (a 450 msnm), en las inmediaciones de la actual frontera entre los Estados Unidos y Canadá, hasta su desembocadura en el golfo de México, en las cercanías de Nueva Orleans, Louisiana. Esta imagen ilustra cómo la línea casi recta que representa el curso del Mississippi divide en dos porciones desiguales el territorio estadounidense. De un lado del río, queda aproximadamente un tercio, y del otro, los dos tercios restantes. Si a ese mapa le agregáramos detalles orográficos, veríamos que las dos más grandes cadenas montañosas de ese país no impiden el curso del río. Al contrario, tanto de los montes Allegheny y los Apalaches al este, como de la inmensa cordillera de las Rocallosas al oeste, los parteaguas que se vierten al interior del subcontinente descargan –en su mayor parte– hacia la cuenca central formada por el Mississippi.



El curso superior del río Mississippi abarca casi la mitad de los 4 mil y pico de kilómetros que se le adjudican como un total. Pero en su curso medio, este río recibe primero, desde el oeste, el caudal del río Missouri y sus afluentes,[2] y poco más abajo,[3] desde el este, el caudal del río Ohio y los suyos. Estas confluencias no cambian seriamente la decidida dirección del cauce principal hacia el sur, hacia el golfo de México; más bien, con esas aportaciones, el Mississippi se convierte en una encrucijada fluvial que conecta Norteamérica a través de un eje longitudinal, el Mississippi, y un eje transversal, formado por el Missouri y el Ohio.

La inmensidad de ese sistema fluvial plantea un problema a nuestro relato sobre la historia de su exploración. Si en el párrafo anterior ya mencionamos tres de los ríos que lo integran –y hay otros más–,[4] de cuál de ellos vamos a tratar aquí. ¿Del tramo del río que el español Hernando de Soto cruzó un par de veces, cada una en dirección inversa, antes de que sus aguas le sirvieran de sepulcro? ¿De aquel en el que el francés Cavelier de La Salle imaginó los inicios de Nueva Orleans, el cosmopolita puerto en su desembocadura? ¿Del río del este a partir del que Daniel Boone, súbdito británico, inició la avanzada anglosajona hacia el interior de Norteamérica? ¿Del que fue línea fronteriza entre los Estados Unidos y el imperio español en el siglo XVIII? ¿Del río que exploraron los estadounidenses Lewis y Clark como preludio de la conquista por su país del oeste norteamericano? La respuesta a este dilema ya está esbozada en el párrafo anterior, pero mejor hagámosla más explícita: aquí se trata de entender al Mississippi no como un solo río con varios grandes tributarios, sino como un sistema fluvial que interconecta amplias zonas de Norteamérica de norte a sur y de este a oeste, o viceversa. Por eso, en lo que sigue haré una apretada síntesis[5] sobre los avances realizados por exploradores de distintas épocas cuyas motivaciones respondían a diferentes perfiles culturales y a diversos intereses nacionales.

España y la expedición de Hernando de Soto

El domingo 18 de mayo de 1539, zarpó de La Habana, Cuba, una flota de nueve navíos (cinco gavias, dos carabelas y dos bergantines) que transportaban 350 caballos, muchos cerdos, una numerosa jauría de perros de caza y alrededor de 600 hombres.[6] A fines de ese mismo mes, el día de la Pascua del Espíritu Santo, sus integrantes avistaron la costa de La Florida. Desembarcaron poco después en algún punto en los alrededores de la actual bahía de Tampa, desde donde iniciarían un periplo que les llevó a recorrer más de 3500 kilómetros.

El comandante de esa expedición era Hernando de Soto, nacido en Jerez de los Caballeros, en la provincia española de Extremadura, en 1500, el mismo año en que nació su rey, Carlos I de España.[7] Aunque era parte de la baja nobleza de esa España todavía medieval, Hernando no fue el varón primogénito en su familia y, por lo tanto, no era el heredero designado; por eso, partió en pos de la aventura americana. La suerte le sonrió, pues tras intentar destacarse en Cuba y Nicaragua, se unió a las huestes de Pizarro que conquistaron el imperio inca (1531-1532). Regresó a España como poseedor de una muy considerable fortuna y de un título nobiliario pero, como a muchos otros de sus coetáneos, eso no le pareció suficiente. Durante ese interludio en España, conoció a Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el ya entonces afamado sobreviviente de una de las primeras expediciones españolas dirigidas a la conquista de La Florida (Ortiz, 2012). Sus pláticas con este personaje, las fábulas de que en esas tierras se encontraba la mítica fuente de la juventud o quién sabe qué otros designios, a los que seguramente no fue ajeno el sentimiento entre codicioso y fantasioso de los hidalgos españoles de esa época, le llevaron a arriesgar peculio y vida en una nueva empresa de conquista. El rey Carlos, quizás empático con ese hombre que era de su misma edad, y seguramente predispuesto por la oferta de Hernando de Soto de sufragar los gastos de la aventura con su propio dinero (que no obstante ser cuantioso, no fue suficiente y éste se vio en la necesidad de pedir préstamos a los mercaderes genoveses de Sevilla), le nombró adelantado y gobernador de La Florida, que por entonces se entendía no únicamente como la península que aún lleva ese nombre, sino como todas las tierras adyacentes al litoral del mar del Norte (es decir, el océano Atlántico), desde la desembocadura del río Pánuco en el golfo de México hasta la bahía de Delaware, mucho más al norte, cerca de Washington, la actual capital de los Estados Unidos.[8] Desde luego, lo que más interesaba de esos inmensos y desconocidos territorios no era el litoral, sino lo que pudiera encontrarse tierra adentro, quizás en la forma de imperios tan ricos y sorprendentes como el azteca o el inca.

Tras desembarcar en Tampa, los españoles se dirigieron al norte; poco después encontraron a Juan Ortiz, un sevillano que había permanecido doce años entre los indios, pues era un sobreviviente de la expedición de Pánfilo de Narváez (Ortiz, 2012). Ese encuentro fue providencial, ya que posibilitó a los invasores entablar comunicación con los nativos. Ortiz hablaba la lengua de las tribus muscogee, que estaban extendidas por el sureste de los Estados Unidos (Weber, 1992: 50), por ejemplo, la de los indios apalaches de Tallahassee que los españoles encontraron a fines de octubre; allí gobernaba el cacique Copafi, “… un indio de monstruosas proporciones, tan increíblemente gordo, que tenía que moverse a gatas, pero no desprovisto ni de agilidad ni de astucia” (Albornoz, 1971: 297). Siguiendo su rumbo, ya en Carolina del Norte, encuentran “el reino” de Cofitachequi,[9] gobernado por una mujer llamada Cofita. Los españoles realizan entonces el primero de los actos que volverán en su contra a la población indígena, pues a pesar del amistoso recibimiento, los regalos, la comida y el hospedaje que se les brindan, no tienen escrúpulos para saquear los templos y los cementerios indios apoderándose de las ofrendas que había en ellos (especialmente un tesoro abundante en perlas de río).

De Soto decide torcer hacia el suroeste al divisar las elevaciones de la cadena de los montes Apalaches, ya que, de acuerdo con su experiencia en el Perú, es en las montañas donde se hallan el oro y la plata. Cruza así aquella serranía, pero sin encontrar rastro de los ansiados metales. A mediados de octubre, la expedición llega a Mobile, sobre el río Alabama. Allí, ya sabedores de las aviesas intenciones de los intrusos, los indígenas al mando del cacique Tuscalusa les enfrentan en batalla. Los españoles sufren fuertes bajas: decenas de muertos, 250 hombres con heridas graves y muchos más con severas lastimaduras por los flechazos; además, pierden 45 caballos. Las bajas entre los indios no se conocen con precisión, pero debieron haber muerto al menos un par de centenares. Al restablecerse la calma, Juan Ortiz notifica a De Soto que, según los indios apresados, la expedición se halla a una marcha de apenas cinco días hasta el mar, donde seguramente los buscan los navíos dejados atrás con la encomienda de alcanzarlos; pero el comandante De Soto, presagiando que el encuentro con los barcos aumentaría el número y la resolución de quienes ya pretenden dar por finalizada la expedición, oculta la noticia al grueso del ejército y emprende la marcha tierra adentro hacia el noroeste.

Descubrimiento del Mississippi de William H. Powell (1823-1879), pintura sobre Hernando de Soto al ver el río Mississippi por primera vez

Tras pasar un segundo y crudo invierno, en marzo de 1541, otro costoso enfrentamiento con los indios cobra las vidas de más expedicionarios, entre ellas la de Francisca Hinestrosa, una de las mujeres españolas que marchaba con la tropa.[10] Tres meses después, desde las alturas de un punto ahora conocido como Sunflower Landing, De Soto y sus hombres avistan el enorme y majestuoso río Mississippi, “el padre de las aguas”.[11] Deciden cruzar el imponente caudal subidos en cuatro grandes balsas dotadas de velas y remos que construyen durante dos semanas. Y así, el 18 de junio de 1541, Hernando de Soto y sus hombres se convierten en los primeros europeos que surcan las aguas del río.

Luego de avanzar a la vera de la corriente hacia el norte, los españoles tuercen al oeste, pues los habitantes de los pueblos nativos que encuentran –los caddos, hablantes de una lengua que Ortiz ya no entiende y sólo logra interpretar a través de traducciones efectuadas por terceros– les indican que más allá está lo que buscan (seguramente eso les decían los indios para deshacerse pronto de los peligrosos visitantes). Así llegan hasta Little Rock, en las orillas del río Arkansas, un gran afluente del Mississippi. Han alcanzado, pues, los márgenes sudorientales de la vasta región de las Grandes Praderas, donde se alimentan con la carne de las “vacas” –aquellos extraños animales que seguramente Cabeza de Vaca le había descrito a De Soto en la lejana España–, es decir, los bisontes americanos que allí abundaban por millares.

El historiador David Weber menciona brevemente el sorprendente caso de una mujer india que había sido hecha esclava por los españoles al mando de Francisco Vázquez de Coronado en Nuevo México. Ella había escapado de sus captores en algún punto de Kansas, por donde las huestes de Coronado avanzaban por las Grandes Praderas en busca de la mítica riqueza de Quivira,[12] también en ese mismo año de 1541, sólo que en su caso de este a oeste, es decir, en dirección inversa a la que seguían De Soto y sus hombres. Resultó así que, en su huida de unos, la desgraciada mujer fue a caer en manos de otros españoles. No sabemos cuál fue su destino final, pero el caso deja ver que, en cierto momento de sus respectivos trayectos, las expediciones de Vázquez de Coronado y De Soto estuvieron separadas por una distancia que se podía recorrer con relativa facilidad (tal vez unas 300 millas).

Hartos de sus penurias en las llanuras, Hernando de Soto y sus capitanes resuelven marchar al sudoeste, donde suponen que encontrarán pueblos cultivadores de maíz y, sobre todo, la cercanía del mar, donde les parece que podrán invernar con relativa seguridad e intentar la construcción de un barco que navegue a Cuba o a la Nueva España en busca de refuerzos. Deambulan así por partes de Texas sin hallar maíz ni mar; regresan entonces al río Arkansas que saben les llevará de nuevo al gran Missisippi. En noviembre alcanzan el poblado de Autianque, donde muere Juan Ortiz, dejándolos “sin lengua”. Supliendo de algún modo la falta de una traducción directa, De Soto pretende hacer creer a los jefes de los indios de esa región, los natchez, que él es “hijo del Sol” (trataba así de emular la treta que había servido a Cortés y a Pizarro en sus conquistas). Sin embargo, la respuesta de los natchez fue contundente: le aceptarían como hijo del Sol si podía hacer que las aguas del “padre de los ríos” dejaran de fluir y se secaran. Desde luego, sin poder realizar tal portento, los abatidos españoles logran con dificultad pasar de nuevo a la orilla oriental del gran río donde, atacado por fiebres y una debilidad extrema (probablemente malaria), Hernando de Soto murió a los 42 años de edad el 21 de mayo de 1542. Un año después, los 311 españoles que aún sobrevivían se embarcaron en siete lanchones que habían construido; luego de 17 días siguiendo el curso del Mississippi salieron al golfo,[13] el cual costearon hasta que, en septiembre de 1543, alcanzaron el río Pánuco, donde había un establecimiento español.

Aunque la expedición de Hernando de Soto cruzó partes de unos diez de los actuales estados del sureste de los Estados Unidos y anduvo por las orillas del Mississippi y algunos de sus afluentes, se puede considerar poco lo que aportó a la construcción del conocimiento geográfico de su cuenca. Sin el concurso de un cosmógrafo que pudiera cartografiar sus trayectos, y más preocupados por satisfacer su ansia de enriquecimiento, esos primeros europeos en trabar un contacto directo con el río y los pueblos nativos que vivían junto a él no alcanzaron a delinear un mapa detallado del sureste norteamericano. Sin embargo, su paso por esas tierras y aguas provocó consecuencias indelebles. Por un lado, la introducción de gérmenes patógenos de origen europeo (viruela, sarampión, sífilis, etc.) entre la población indígena que no tenía defensas biológicas ni médicas efectivas contra ellos, causó una catástrofe demográfica y sociocultural que mermó enormemente las posibilidades de resistencia de los pueblos indios ante los subsecuentes arribos de otros europeos a la cuenca del río.


A lo largo de su ruta [de los españoles], en el densamente poblado interior del Sureste, se extendían las fértiles tierras de cultivo y los grandes centros urbanos de pueblos pertenecientes a la llamada tradición del Mississippi, indios cuyos distantes descendientes se conocerían con los nombres de caddos, cherokees, chickasaws, choctaws y creeks […] Ellos habían construido la civilización más elaborada al norte de México, con grandes poblados seculares, centros ceremoniales con grandes templos en montículos de tierra, artes y oficios sofisticados, y complejos sistemas jerárquicos en lo político, económico, social y religioso […] A través de gran parte de ese sur, los ricos y bien humectados suelos de las llanuras adyacentes a numerosos ríos y arroyos producían superávits de maíz, frijol y calabaza para los agricultores nativos, y los densos bosques ofrecían presas de caza, peces, nueces, frutos y bayas en abundancia para los cazadores y recolectores […] Los hombres de De Soto fueron los únicos europeos en ver esa civilización en pleno funcionamiento antes de que se marchitara a consecuencia de las secuelas de las epidemias y la despoblación (Weber, 1992: 50-51).


Por otro lado, aunque su empresa de conquista fracasó, la entrada de De Soto inauguró un reclamo de soberanía española sobre la parte meridional de la cuenca del Mississippi que no cesaría hasta los albores del siglo XIX. Pero antes de entrar en los vericuetos de ese reclamo, veamos cómo aparecieron otros actores en la disputa por el Mississippi.

Los intereses de Francia y la creación de La Louisiana

Uno de los más destacados exploradores del Mississippi fue René Robert Cavelier, más conocido por su título nobiliario de Sieur de La Salle, quien en 1682 condujo una partida exploratoria francesa, con cerca de 40 hombres, que descendió por el río, desde las cercanías de su nacimiento hasta el golfo de México. Gran parte de ese recorrido fue hecho a bordo de canoas (durante el medio siglo anterior, los franceses habían avanzado desde sus bases en Montreal y las orillas de los lagos Ontario y Erie hasta las inmediaciones de Chicago; y ahora con La Salle llegaban hasta el otro extremo del subcontinente norteamericano). Cuando La Salle regresó a Francia en 1683, los relatos de su exploración tentaron a la corona de Luis XIV, el Rey Sol, con la posibilidad de extender sus dominios americanos desde el Canadá hasta la vecindad de la Nueva España, pues los cálculos del explorador habían situado erróneamente la desembocadura del Mississippi en coordenadas más al oeste de las que en realidad está. Suponiendo una conquista fácil de la riqueza minera de la Nueva Vizcaya novohispana, por medio de un pequeño ejército de franceses apoyados por miles de indios que se les sumarían en contra de los odiados españoles, el rey encargó a La Salle la fundación de un puesto de avanzada en la boca del gran río. Así, con casi 300 hombres a bordo de cuatro naves, la segunda expedición de La Salle llegó a la costa norte del golfo a principios de 1685. Pero La Salle y sus hombres no lograron encontrar la salida del Mississippi al mar y por eso decidieron establecer un fuerte en la bahía de Matagorda, en Texas.

Esta obra del litógrafo Jean-Adolphe Bocquin muestra la toma de posesión que hizo Cavelier de La Salle de La Louisiana y el río Mississippi en nombre del reino de Francia

Alertadas por un desertor de la expedición de La Salle que venturosamente logró abrirse camino hasta la isla caribeña de Santo Domingo, las autoridades españolas emprendieron la búsqueda del puesto de avanzada de los franceses en las orillas del golfo cuyo dominio no estaban dispuestas a compartir con nadie. Durante tres años, varias expediciones españolas por mar y tierra trataron de descubrir infructuosamente la posición de los franceses. Por fin, en la primavera de 1689, el capitán y gobernador de Nuevo León y Coahuila, Alonso de León, encontró los vestigios que comprobaban la tragedia sufrida por La Salle. A través de los restos de varias personas –entre ellas una mujer–, de los objetos de origen europeo diseminados en el área que había ocupado el fuerte y de las argumentaciones de tres franceses que habían sobrevivido al colapso, los españoles se enteraron de que la expedición había perdido sus barcos, que luego mucha gente había muerto por enfermedades, hambre o por exposición a las inclemencias del clima, de que el propio La Salle había sido asesinado por algunos de sus subordinados y de que, finalmente, aprovechando tanto la debilidad como las disensiones de los intrusos, los nativos karankawas habían acabado con los que aún vivían.

Así, al igual que la entrada de Hernando de Soto, los recorridos y el intento colonizador efectuado por Cavelier de La Salle fueron efímeros en un sentido, pero en otro, de manera similar al español, este francés puede considerarse el precursor del reclamo de la soberanía de Francia sobre el Mississippi. Antes de entrar a la revisión de este otro reclamo, repasemos la actuación de un tercer contendiente en la lucha sobre el inmenso territorio que los franceses –y tras ellos todos los demás europeos– llamaron La Louisiana en honor al Rey Sol.

Las trece colonias se expanden

Poco a poco, las colonias inglesas fundadas desde los inicios del siglo XVII en varios puntos de la costa atlántica más arriba del paralelo 32° N (Virginia, las Carolinas, Nueva Inglaterra y otras) florecieron en esa centuria desplazando a las tribus indias que habitaban en su vecindad.[14] Durante ese siglo, el incesante arribo de inmigrantes procedentes de las islas británicas y de otras partes de la Europa protestante hizo insuficientes las tierras cercanas a la costa.


A finales del siglo, Su Majestad Británica reinaba sobre trece colonias en el Maine, en el cabo Hatteras, en Carolina del Norte. Estaban pobladas en su mayoría por ingleses, pero había también holandeses […] suecos, alemanes, escoceses e irlandeses. Muchos de ellos, los más osados, habían, ya en esta época, iniciado su emigración hacia el interior, es decir, hacia el Oeste (Rieupeyrout, 1972: 24).


En el siguiente siglo, en 1769, luego de realizar varios intentos, uno de esos osados pioneros, un granjero de Carolina del Norte llamado Daniel Boone, cruzó la cadena de los montes Apalaches junto con un puñado de compañeros y, tras franquear el paso de Cumberland, descendió a Kentucky, las fértiles tierras regadas por el río Ohio y sus afluentes. No sin enfrentar la enconada resistencia de los shawnne, cherokee, choctawn y otras tribus indias, Boone y sus seguidores –que poco a poco fueron aumentando en número y audacia– fundaron una colonia llamada Boonesborough (cerca de la actual Lexington) que se convirtió en la cabeza de puente para el avance de los anglos[15] hacia el Mississippi. Aunque Daniel Boone no fue el único hombre de su clase, sí fue uno de los más conspicuos; por eso detengámonos un poco en su figura. Fue granjero, cazador, explorador, teniente coronel de la milicia colonial, jefe distrital, diputado en el congreso estatal de Virginia y uno de los agentes más efectivos de la Transylvania Company (un fuerte grupo empresarial encabezado por políticos, comerciantes y hacendados del algodón y la caña de azúcar que se dedicó a la especulación con las tierras descubiertas por los aventureros anglos y a promover –con grandes ganancias– la migración de colonos hacia Ohio, Kentucky y Tennessee). El personaje encarnado por Boone representa el prototipo idealizado del pionero-colonizador que fundaría los cimientos del expansionismo estadounidense sobre el subcontinente norteamericano. Lo conocemos a través de una imagen mítica: vestimenta y calzado confeccionados con pieles de animales salvajes, gorra del cuero y el pelo de un mapache, cuchillo y hacha metálicos para la lucha cuerpo a cuerpo, además de un gran rifle (que posibilitaba que en los combates contra los indios ese tipo de lucha fuera muchas veces innecesaria pues se mataba al enemigo a distancia); una imagen popularizada en todo el mundo por las fantasías de varias películas hollywoodenses y por una serie televisiva patrocinada por la firma Disney.

Esos pioneros y los miles de colonizadores que les seguirán[16] marchaban hacia el Mississippi supuestamente animados por su amor a la libertad de pensamiento y obra, su desprecio ante la convencional sociedad puritana del Este atlántico y su gusto por la naturaleza. No obstante, sin duda iban acicateados por su codicia de poseer tierras, su desprecio ante los indios a quienes consideraban seres apenas diferentes de los animales salvajes, y por su amor a la obtención de riquezas explotando bien fuese esa naturaleza de la que se dice que tanto gustaban o bien fuesen las vidas de otros seres humanos (pues, en efecto, tanto Boone como muchos otros, más allá de su declarado amor por la libertad, no dudaron en llevar consigo a los esclavos negros cuyo trabajo gratuito les ayudaría a lograr la ansiada prosperidad).

En 1783, el Tratado de París confirmó al mundo la independencia de los Estados Unidos de América, una nueva nación conformada por las antiguas trece colonias más los territorios que los ex súbditos de la Corona inglesa habían ido ocupando a lo largo del siglo XVIII. La joven república norteamericana se lanzaría muy pronto a la conquista del resto del subcontinente y por eso necesitaba generar conocimiento de los territorios allende el Mississippi para la formación de su imperio. Pero antes de revisar ese otro tramo de la exploración de nuestro sistema fluvial, hagamos un breve repaso sobre el contexto político en vísperas de que Lewis y Clark emprendieran su viaje.

Consecuencias de una primera guerra mundial

La historiografía ha llamado tradicionalmente “Guerra de los Siete Años” (1756-1763) al conflicto que enfrentó, por un lado, a la Gran Bretaña y sus aliados (Prusia, Hannover y Portugal) contra el Imperio austriaco, Francia, Rusia, Suecia y España, por el otro. Pero no resulta inverosímil considerarla como la primera guerra mundial, ya que los enfrentamientos armados entre ambos bandos tuvieron lugar en varios puntos de Europa, África, la India, las Filipinas, Norteamérica y Sudamérica. Entre sus consecuencias, el resultado de esa guerra que aquí interesa resaltar fue que Francia estuvo entre los perdedores y tuvo que ceder sus dominios americanos: el Canadá a los ingleses y La Louisiana a los españoles (mediante un compromiso que reconocía la soberanía de España sobre ese indefinido territorio a cambio de que ésta cediera La Florida –casi todo el sur norteamericano al este del Mississippi– a los ingleses). Estas intrincadas componendas entre las metrópolis coloniales relegaban el hecho de que habían sido en su mayoría los franceses quienes fundaron los mayores asentamientos humanos de esa época a orillas del río: Natchitoches (1714), Nueva Orleans (1718) y Saint Louis (1763).[17] Así, como secuela de esa guerra mundial y un tanto por casualidad, la Corona española reinaba en el Mississippi en el último cuarto del siglo XVIII.

Nueva Orleans se convertía entonces en un centro urbano y portuario muy pujante, a pesar de que se enfrentaba a constantes inundaciones y empantanamientos, pues en su mayor parte el poblado estaba a casi metro y medio por debajo del nivel del río, de cuyas crecidas le defendía apenas un endeble dique, construido poco a poco. Era muy insalubre: “El mal olor era un azote permanente. Sólo en la temporada seca se volvía habitable, y constituyendo los mosquitos, en todo tiempo, una plaga muy molesta, que hacía del paludismo un azote endémico” (Armillas, 1977: 84). Sin embargo, a pesar de estas molestias, el puerto daba una preciosa salida al mar para los productos comerciales obtenidos del interior continental. En esa época, la mercancía fundamental (prácticamente la única que tenía gran trascendencia para el comercio de nivel global llevado a cabo por compañías privadas que se consolidaron gracias a los resultados de la gran guerra)[18] estaba constituida por las pieles de animales que vivían al amparo del agua surtida por nuestro sistema fluvial. La más apreciada era la de amik,[19] el castor, el gran ingeniero cuya destreza natural no fue del interés de los cazadores de ese tiempo; lo que a ellos les importaba era surtir a los mercados europeos y asiáticos con material peletero (de mustélidos como nutrias, visones, armiños, comadrejas o martas; también de felinos como linces, gatos montaraces y jaguares o panteras; con las de los codiciados zorros plateados y rojos o de cualquier otro color; con las de osos, mapaches, tejones, pecanis o hasta con las menos apreciadas de glotones y turones; igualmente con las de especies de menor tamaño, ya fueran ratas moscadas, zibelinas, marmotas o ardillas; desde luego, también se usaban las de venados y ciervos de todo tipo, incluyendo alces o caribús, y no se escatimaron las del bisonte, cuya merma cercana a la extinción se relacionó de modo intrínseco con la desaparición de las culturas indias de las grandes planicies norteamericanas).


La ciudad de Nueva Orleans y el río Mississippi, 1885


A lo largo de dos siglos (desde la mitad del XVII hasta la mitad del XIX), el comercio peletero (the fur trade) erigió grandes fortunas y provocó espantosos infortunios. Para que damas y caballeros, nobles y burgueses, de Europa, Rusia, China y otras partes, pudieran adornar sus cabezas con gorros de piel de castor y nutria, echarse a los hombros estolas de mink o emblemáticas capas ribeteadas de armiño, y usar otras prendas confeccionadas con pieles de la fauna americana, fue necesaria la creación de estructuras comerciales que involucraban a varios agentes.[20] En la base de esas pirámides de producción estaban los indios, principales proveedores de la materia prima gracias a su conocimiento de los territorios y los hábitos de la vida animal, que entregaban el producto de sus cacerías a cambio de enseres de metal, telas y manufacturas de pacotilla, armas de fuego y bebidas alcohólicas (esos elíxires buscados con ansia por la idiosincrasia indígena, tan proclive al uso de sustancias provocantes de éxtasis, pero tan desconocedora de los estragos causados por el consumo de licores de baja calidad, que eran los que por regla general se les surtían). Los indios fueron, pues, sobre quienes recayó la mayor parte del infortunio al que me he referido como espantoso, ya que para obtener mercancías de dudosa calidad aceptaron no sólo ser los primeros en devastar el hábitat y malbaratar el precio de sus recursos naturales, sino que así establecieron relaciones de dependencia de las que ya no se librarían. En seguida iban los cazadores blancos que se desempeñaban por su cuenta y que, en cierto sentido, eran parecidos a los indios con los que convivían de cerca. Entre ellos destacaron los franceses porque, a diferencia de hispanos y anglos, estaban más dispuestos a establecer relaciones de parentesco ritual con los indios (a través de su emparejamiento con mujeres indígenas y la procreación de hijos mestizos). Entre estos tramperos blancos, el infortunio no fue realmente espantoso –no al menos en el sentido del etnocidio sufrido por los nativos–, pero muchos acabaron sus días asesinados por los indios o por otros blancos, o muertos por hambre, frío u otras causas (entre ellas el consumo excesivo del mismo tipo de alcohol que se daba a los nativos). De cualquier forma, su estirpe aportó recordados personajes a la leyenda norteamericana de la conquista del Oeste (por ejemplo, Jedediah “Strong” Smith, William Sublette, James Bridger o Christopher “Kit” Carson).

En cambio, la creación de las grandes fortunas relacionadas con el comercio de pieles se halló más bien desde el nivel de los jefes encargados de dirigir y administrar los puestos donde se concentraban los cargamentos de pieles (suministradas por los indios y los tramperos, ya fuesen éstos libres o actuando bajo contratos con las compañías peleteras), y adonde llegaban los productos industriales para el intercambio. En varios casos, esos jefes constituyeron una especie de señores feudales con grandes potestades sobre los territorios que se les adjudicaban y la gente que allí habitaba. En los estratos superiores de la pirámide estaban funcionarios gubernamentales, inversionistas –criollos o metropolitanos– y los dueños de las casas de transportistas. Ellos eran quienes obtenían las mayores ganancias (sin arriesgar el propio pellejo) al posibilitar la llegada de las cargas de peletería embarcadas en Nueva Orleans, Montreal, Boston u otros puntos de la costa atlántica norteamericana hasta su destino en las estaciones de recibo europeas (Liverpool principalmente, pero también Cádiz, La Haya, Brest y varios puertos más), o asimismo, los que dirigieron el transporte directo hacia los puertos de China cuando por fin fue posible habilitar sitios de embarque en la costa norteamericana del Pacífico (Vancouver, Fort Ross, San Francisco y otros). Finalmente, esta estructura económica incluía tanto a los comerciantes intermediarios como a una pléyade de trabajadores (carretoneros, marinos, estibadores, curtidores y un largo étcetera).

Integrada por el fur trade a la economía global de ese tiempo, la situación de la encrucijada norteamericana era compleja al despuntar el siglo XIX. España es entonces dueña virtual de La Louisiana, inmensa región todavía poco conocida y deficientemente demarcada (pocos eran quienes entendían algo más de que se trataba de las tierras situadas entre el Mississippi y la gran cordillera de las montañas Rocallosas, y tampoco sabían bien a bien qué había más allá de ésta). A pesar de los esfuerzos de algunos gobernadores provinciales que actúan en nombre de su Majestad Católica, es insuficiente lo que se logra para hacer efectivo ese dominio virtual, casi apenas la posibilidad de que el pabellón hispano ondee en un puñado de guarniciones a lo largo del río (aunque el comercio en Nueva Orleans deja buenos dividendos a la administración colonial).[21] Y otros contendientes están al asecho: los rusos han establecido algunos puestos en las orillas del Pacífico (su intento finalmente no prosperará, pero durante algún tiempo parecen peligrosos), los británicos son dueños del Canadá; y la Hudson Bay Company, empresa peletera de capitales escoceses e ingleses, avanza sobre la cuenca del Missouri. Los franceses han encontrado acomodo tras la Guerra de los Siete Años, pues muchos inconformes con la soberanía británica sobre lo que había sido la Nueva Francia (el Canadá francés) descienden al sur al ser aceptados por sus correligionarios, los españoles católicos. Los anglos estadounidenses, por su parte, implementan otra crucial estrategia en su marcha desde el este, una que sería más ventajosa que las de los otros contendientes, pues a principios de los 1800 sus avanzadas ya se iban posesionando del oeste del Mississippi no por medio de pequeñas guarniciones de soldados mal pagados y peor reconocidos –como hacían los españoles– ni de puestos sujetos al libre albedrío de comerciantes –como hacían franceses e ingleses– sino con la más efectiva y contundente presencia de colonos que ocupaban la tierra considerándola su propiedad privada.

El 11 de mayo de 1792, un barco de bandera estadounidense, el Columbia, explora por el Pacífico la desembocadura de un río al que su capitán, Robert Gray, puso el mismo nombre que el de su embarcación. Con la ayuda de sus sextantes, Gray logró fijar coordenadas de latitud y longitud que, con cierta precisión, situaron la desembocadura de ese río en 124° de longitud oeste y 46° de latitud norte. Los mapas elaborados con esas coordenadas dejaron ver que la distancia entre el Mississippi y la desembocadura del Columbia era cercana a unas 2 mil millas terrestres.[22] En 1790, el secretario de Guerra, Henry Knox, envió secretamente al teniente John Armstrong a explorar el Missouri, pero esta partida no logró siquiera cruzar el Mississippi. En 1792, Thomas Jefferson impulsó las suscripciones hechas en la American Philosophical Society of Philadelphia (APSP) para el patrocinio de una expedición hacia el Pacífico que debía atravesar por el Missouri. A los fondos de esta suscripción contribuyeron George Washington, Alexander Hamilton y otros de los “padres fundadores” (los próceres de la independencia estadounidense). Con el apoyo de Jefferson, se eligió al botánico francés André Michaux como líder de la expedición, a quien se recomendó atravesar La Louisiana más al norte de San Luis, para evitar ser detenido por las autoridades españolas que vigilaban en ese punto. Lo que se pretendía era que Michaux explorara una ruta para atar las costas norteamericanas a través de un nudo Missouri-Columbia; pero a punto de partir, se descubrió que Michaux era un agente de la República Francesa, por lo que él tuvo que huir a su patria y la expedición se canceló.

Agotada tras casi tres siglos de dominación sobre la mayor parte de América, la Corona española cede a los incesantes reclamos de los Estados Unidos: la firma en 1795 del Tratado de San Lorenzo reconoce la soberanía estadounidense sobre la orilla oriental del Mississippi (donde pronto se formarán los estados de Georgia, Alabama y Mississippi); el mismo tratado concede también la libre navegación de las aguas del gran río a los ciudadanos estadounidenses. Así, ya nada se interponía a su salida al golfo de México y casi nada, a su cruce sobre el otro lado del río. Un poco antes, el enérgico barón de Carondelet, gobernador español de La Louisiana, había advertido sobre lo que sucedería, pero su profecía no fue atendida por la metrópoli:


Yo tengo representado al Rey que considero la mencionada concesión [navegación libre del río] como un paliativo del instante, que arrastrará y asegurará indispensablemente y en pocos años la pérdida de estas provincias, y de resultas la del Reino de México; el espíritu ambulante, inquieto e independiente de los americanos no se limitará nunca a la ribera Este del río Mississippi; apenas podemos contener sus correrías a la otra banda en la actualidad, que somos dueños de ambas riberas hasta el Yazu, y que el temor de los indios, con quienes están en guerra, los aleja de la parte del río desde el Yazu hasta el Ohio; de suerte que algunos penetran ya hasta el reino, de donde traen caballos; ¿qué será cuando atraídos por las utilidades de la libre navegación y del puerto franco que ellos solicitan quedare poblada toda la ribera Este del río hasta el Ohio? ¿De qué medios se valdrá la España para impedir que ellos atraigan todo el comercio? ¿Que ellos hagan un contrabando inmenso? Toda la población de la parte Este de los montes Apalaches acudirá a la orilla del río, de la que quedarán lanzadas nuestras naciones aliadas [las tribus indias choctaw, chicasaw, creek y cheroqui]; toda la población de esta ciudad [Nueva Orleans] pasará a sus pueblos atraídos los comerciantes por la facilidad de hacer el contrabando y su comercio; a la menor desavenencia que se levante entre sus establecimientos y los nuestros (no les faltarán motivos de encontrar, y de hacerlos nacer) se echarán sobre La Louisiana, y una vez dueños de ella, nadie se las ha de quitar, como que la entrada del río es sumamente fácil de defender.[23]


La retirada española empeoró en 1800, cuando el Tratado de San Ildefonso validó la retrocesión de La Louisiana, es decir, España, bajo la presión del movimiento revolucionario francés, regresó a Francia la soberanía sobre aquélla (operación que se mantuvo en secreto durante unos años). Y gracias a esto, el mismo día que los Estados Unidos cumplieron su aniversario 27 como nación independiente, el 4 de julio de 1803, la prensa de Washington publicó la noticia de que ese país compraba La Louisiana al gobierno napoleónico. Era una jugada estratégica del emperador Napoleón, que sabía que mucho antes de que un ejército francés pudiera arribar a Nueva Orleans para intentar ejercer su dominio –y eso si es que tal ejército se materializaba– los estadounidenses ya se habrían apoderado del territorio. Bonaparte se libraba así de un problema, obtenía dinero para sufragar sus guerras en Europa y contribuía a crearle a la odiada Inglaterra un rival que –decía él– “tarde o temprano humillará su orgullo”. La llamada “compra de La Louisiana” implicó la posesión estadounidense de alrededor de dos millones de kilómetros cuadrados obtenidos gracias al desembolso de 15 millones de dólares.[24]


Mapa de Estados Unidos que destaca en rojo el territorio incluido en la compra de La Louisiana


La expedición de Meriwether Lewis y William Clark

En marzo de 1801, Thomas Jefferson se convirtió en el tercer presidente de los Estados Unidos. El país tenía entonces 5 millones 300 mil habitantes (de los cuales, uno de cada cinco era de raza negra, es decir, esclavo o descendiente directo de esclavos).[25] Esta población se concentraba mayoritariamente en asentamientos distantes no más de 100 kilómetros de la costa atlántica: es decir, apenas uno de cada diez (cerca de medio millón) vivía al oeste de la cadena de los montes Apalaches. La comunicación era difícil y llevaba tiempo: un jinete tardaba de cuatro a seis semanas para recorrer la distancia entre Saint Louis y Washington o viceversa, y el transporte de mercancías e implementos en pesados carromatos tomaba mínimamente dos meses en condiciones climáticas favorables. “Los americanos de 1801 tenían más artefactos, mejores armas, un conocimiento superior de la geografía y otras ventajas sobre los antiguos griegos y romanos, pero no podían mover cosas, información o a sí mismos más rápido que aquéllos” (Ambrose, 1996: 56). Al menos no por vía terrestre; por eso, para fomentar el comercio y la comunicación a través de Norteamérica, los Estados Unidos necesitaban habilitar la transportación a través de vías fluviales; el Ohio ya les permitía navegar hasta la confluencia del Mississippi con el Missouri. Gracias a los avances previos realizados por los comerciantes de pieles franceses, españoles e ingleses, los norteamericanos sabían que a través del “Gran Fangoso”[26] se podía llegar remando a contracorriente hasta las aldeas de los indios mandan, situadas en el gran recodo donde este río tuerce hacia el oeste. Pero más allá de esa zona, la certeza de una ruta practicable desaparecía, convirtiendo en terra incognita los pasajes que podían conducir hasta la costa del océano Pacífico.

Jefferson orquestó minuciosamente la puesta en marcha de una expedición que debía alcanzar tres grandes objetivos:


1)

Trazar una ruta que conectara las costas este y oeste de Norteamérica siguiendo, en lo posible, vías fluviales de acceso entre ambas.

2)

Anunciar a las tribus indias que se encontraran a lo largo de esa ruta que el “Gran Padre Blanco”, a quien supuestamente le debían obediencia, era ahora el presidente de los Estados Unidos, con cuyos representantes debían efectuar alianzas políticas y comerciales (se intentaba así desplazar a los competidores de otras nacionalidades en el fur trade).

3)

Consignar por escrito toda la información que se pudiera conseguir sobre la geografía, las poblaciones indígenas, los recursos naturales y la situación sociopolítica de los territorios explorados (además de recolectar especímenes de flora y fauna).


Luego de obtener fondos del Congreso y de la APSP, Jefferson encargó a Meriwether Lewis la conducción de la empresa. Lewis había nacido el 18 de agosto de 1774 en Blue Ridge Mountains, Virginia. Heredó de su padre plantaciones de tabaco y algodón,[27] pero su espíritu aventurero lo llevó a ingresar en el ejército en 1794. Con el grado de teniente fungió como inspector-pagador, lo cual le permitió visitar los dispersos puestos militares y conocer a muchos oficiales del ejército regular. Cuando Jefferson ocupó la presidencia, nombró a Lewis su secretario particular. Su primer labor fue apoyar al mandatario para llevar a cabo una purga de los mandos militares; siguiendo las apreciaciones de Lewis, se apartó de sus cargos a los simpatizantes del partido republicano que desaprobaban la política expansionista preconizada por Jefferson y su partido, el demócrata. Así, una vez confirmada la lealtad y la firme personalidad de su pupilo, Jefferson puso en marcha un engranaje para lograr que obtuviera el comando de la expedición. El joven teniente recibió cursos intensivos de entrenamiento científico (sobre todo en botánica y en el uso de instrumentos de medición geográfica y astronómica); además, Jefferson, que era producto de la época de la Ilustración, le abrió su voluminosa biblioteca y estuvo personalmente atento a sus progresos. Ante el riesgo de que la expedición pudiese perder en algún momento a su comandante, se decidió incluir a otro oficial para acompañarlo, apoyarlo y suplirlo en todo lo necesario. Lewis logró que tal designación recayera en William Clark, quien había sido su oficial superior y amigo cuando ambos servían en la guarnición de Fort Wayne, a orillas del Mississippi, en 1795.[28]

Capitán Meriwether Lewis

Capitán William Clark

Lewis inició el viaje en Pittsburgh el último día de agosto de 1803. Cargó su impedimenta en un bote[29] que había mandado armar allí y puso proa aguas abajo, dejando que la corriente del Ohio le propulsara hasta Louisville, Kentucky, donde llegó dos semanas después. Allí encontró –tras siete años de no verlo– a Clark y a la gente que éste había reclutado. El Discovery Corps (“Cuerpo de Descubrimiento”),[30] como se llamó al grupo expedicionario, reunió una treintena de hombres. Entre ellos iban varios soldados reclutados en el puesto militar de Kakaskia, un esclavo negro de Clark llamado York y el intérprete George Drouillard, un mestizo hijo de padre francocanadiense y madre de la tribu shawnne (hablaba fluidamente su lengua materna, el inglés, el francés y un par de otras lenguas indias). A mediados de noviembre, al tiempo que llegaban a la junta del Ohio con el Mississippi, las anotaciones de Lewis en su diario acerca de algunos mareos y fiebres que le atacaron indican que quizás había contraído la malaria.[31]

El Discovery Corps remó Mississippi arriba hasta Saint Louis; allí desembarcó Lewis para llevar a cabo negociaciones con las autoridades y los comerciantes peleteros más destacados de la región, en tanto Clark subía con la tropa un poco más al norte, hasta Wood River, enfrente de la boca del Missouri, para establecer allí el primer campamento invernal de la expedición. Al acabar el invierno, el 9 de marzo de 1804, se realizó en Saint Louis una ceremonia para formalizar la transferencia del poder gubernamental sobre La Louisiana. Lewis y Clark, entonces ya ascendidos a capitanes,[32] participaron como testigos de honor en el acto por medio del cual un representante de España transfirió el gobierno de la ciudad –y de todo el territorio de La Louisiana– a un agente francés, quien a su vez traspasó el poder a un militar estadounidense que, acompañado por un destacamento, había llegado para el efecto desde el fuerte Kakaskia. Ese acto se conoce como el “Día de las tres banderas”, ya que el ondeante pabellón español fue arriado para subir la bandera tricolor de los franceses, la cual inmediatamente se bajó para subir las barras y estrellas de la insignia estadounidense.

Luego de algunas dilaciones más, la expedición se adentró en el curso del Missouri:


Una vez completados todos los preparativos, dejamos nuestro campamento el lunes 14 de mayo de 1804. Este lugar estaba en la boca del río Wood, una pequeña corriente que se vacía en el Mississippi en la parte opuesta a la entrada del Missouri […] En ambos lados del Mississippi la tierra, por espacio de dos o tres millas, es rica y plana, pero gradualmente se eleva hacia una región alta muy placentera, con menos bosque en el lado oeste que en el este, pero toda susceptible de ser cultivada. El sitio que separa en el norte a los dos ríos se extiende a través de quince o veinte millas, gran parte de las cuales son de una llanura abierta en la que los vecinos cultivan el poco grano que pueden crecer. Al no lograr hacernos a la vela antes de las cuatro de la tarde, no pudimos avanzar más de cuatro millas y acampamos en la primera isla que encontramos, opuesta a un pequeño arroyo llamado Cold Water.[33]


Al entrar en el curso del Missouri, el bote transporta a 23 soldados rasos, tres sargentos y los dos capitanes. En canoas van seis soldados al mando de un cabo y ocho franceses contratados como acompañantes (también iban Pierre Cruzatte y Francis Labiche, mestizos franco-indios que servirían como traductores, ya que hablaban varias lenguas indias; a ambos se les hizo prestar el juramento como soldados de los Estados Unidos).

Missouri arriba, el Discovery Corps cruza la mitad del estado de ese nombre, bordea los límites de Iowa y Nebraska, y atraviesa por su centro las Dakotas del Sur y del Norte hasta llegar en octubre a las aldeas de la tribu mandan (en esta región, además de los mandan, habitaban otras tribus como los hidatsas, sioux y arikaras).[34] Un poco antes, el 20 de agosto, muere el soldado que será oficialmente reconocido como la única baja de la expedición:


Cruzatte ha hecho danzar a los hombres al son de su violín; la danza constituye su distracción favorita. Floyd se entrega apasionadamente a esta alegría […] El sargento Charles Floyd ha muerto esta mañana. Después de bailar se tumbó en un banco de arena para refrescarse un poco. Posiblemente fue esto el origen de su mal. Fue enterrado en un acantilado que cae sobre el río (Rieupeyrout, 1972: 54).


En la primera mitad de septiembre de 1804, Lewis y Clark se adentran en las praderas de pasto corto de las Grandes Llanuras. Días después, tienen dos encuentros con los sioux, poderosos guerreros muy temidos en toda esa gran región. El primero, con una banda de sioux yankton, es amigable, quizá debido a que uno de los franceses que acompañaban al Discovery Corps hablaba la lengua de los sioux; el segundo, con los sioux teton y ya sin ese francés –que se había quedado atrás con los yankton–, es más bien ríspido y con momentos en que blancos e indios están a punto de usar sus balas y flechas. En parte por la imposibilidad de comunicarse, en parte por la pretensión de los orgullosos sioux de obtener más regalos de los que se les dan en el intercambio (quizá como precio por atravesar su río y sus tierras) y en parte por el despotismo de los capitanes norteamericanos que no consienten se pongan condiciones a su libre navegación, ese encuentro estuvo a punto de dar al traste con la expedición.[35] Así se inició la difícil y muchas veces hostil relación entre las tribus sioux y los Estados Unidos que terminaría con la masacre de indios en Wounded Knee, Wyoming, en 1890.


Lewis y Clark establecen contacto con indios del noroeste


Tras recorrer unos 2500 kilómetros en 165 días, la expedición acampa entre los mandan para pasar el invierno 1804-1805. Fue una estación extremadamente cruda y fría; los expedicionarios sólo lograron sobrevivir gracias al apoyo de los mandan y porque forjaron hachas de metal que intercambiaron por el maíz que tenían los indios. Durante ese interludio, sucede uno más de esos encuentros supuestamente azarosos (recordemos el de Hernando de Soto con Juan Ortiz o también el de Hernán Cortés con la Malinche) que sin duda contribuyen a la supervivencia y la inteligencia –en el sentido de acceso a la información y la comunicación– de los extraños en el mundo indígena: “Dos squaws[36] prisioneras, compradas a los indios de las montañas Rocallosas por un francés, llegan a nuestro campamento. El hombre se llama Toussaint Charbonneau; una de las esclavas es Sacajawea, su esposa, de dieciséis años” (Rieupeyrout, 1972: 58).

Charbonneau es contratado como intérprete y su esposa india jugará un rol decisivo en el éxito de la expedición, pues la “mujer pájaro” –la traducción más aceptada del nombre Sacajawea– era de origen shoshone, una gran tribu extendida por varios estados del noroeste estadounidense (Wyoming, Idaho, Utah, Nevada, Oregon y el norte de California).[37] Cuando el Discovery Corps se adentra en las tierras ignotas más allá de las aldeas mandan, será Sacajawea quien indique las mejores rutas a seguir para que las canoas de los exploradores franqueen los estrechos pasos del río entre las montañas.[38] Y será asimismo, ella, Sacajawea, la squaw, quien salve de la inanición y el agotamiento a los exploradores cuando en agosto de 1805 interceda ante su reencontrado hermano[39] para que los shoshones ofrezcan hospitalidad a los extraños, les provean caballos a cambio de algunas baratijas y les guíen hasta encontrar la ruta del descenso hacia el Pacífico.[40]

No es extraño entonces, aunque sí singular, que Sacajawea figure ahora casi como una heroína nacional de los Estados Unidos: al menos tres accidentes geográficos llevan su nombre y en un par de ciudades de Montana y Idaho se han erigido estatuas que inmortalizan su idealizada figura cargando a la espalda a su pequeño hijo a la manera india. Pues, en efecto, Sacajawea dio a luz a un niño a principios de febrero de 1805, cuando la expedición esperaba el deshielo del Missouri para proseguir su camino.[41]

En abril de 1805, los expedicionarios llegan a la desembocadura del Yellowstone, el mayor afluente del Missouri en su orilla derecha. El 26 de mayo, avistan en la lejanía los picos de las montañas Rocallosas. A principios de junio, en una bifurcación del Missouri que hace dudar a los capitanes por dónde seguir, los recuerdos de Sacajawea solucionan el problema al indicarles la mejor ruta. A principios de agosto, apoyados por los shoshone, trepan hasta la división continental, desde donde los escurrimientos pluviales en esa cadena montañosa se dividen, corriendo unos hasta el océano Atlántico por las llanuras del interior del continente hasta llegar al Mississippi y los otros bajan más abruptamente hacia el Pacífico. De allí, la expedición desciende guiada por un viejo shoshone (al que los estadounidenses llaman “Old Toby”) hasta llegar a los campamentos de los flatheads (“cabezas planas”) y luego por las tierras de Idaho donde habitan los amistosos nez-percé (“narices perforadas”). Estos últimos les guían en octubre hasta el río Columbia, en donde vuelven a subir a las canoas. El 8 de diciembre alcanzan el estuario donde el río desemboca en el océano. Allí establecen un nuevo campamento para pasar el invierno, ayudados por los indios chinook.

Esta pintura muestra a los miembros de la expedición de Lewis y Clark en Three Forks, Montana. La mujer es Sacajawea y a su derecha están Lewis y Clark

El 23 de marzo de 1806, el Discovery Corps emprende el viaje de regreso. A principios de julio, tras franquear el Lolo Pass en las Rocallosas, la expedición se divide en dos grupos con el objetivo de cubrir más terreno en sus exploraciones. Lewis comanda a un grupo que explorará al norte buscando las fuentes del río que han llamado Marías. Por su parte, Clark, al mando de otro grupo, irá en principio hacia el sur, para recuperar las canoas dejadas en las fuentes del Missouri que unos cuantos hombres llevaran por el río hasta la confluencia del Missouri con el Marías, donde deben encontrar a Lewis y su grupo, mientras con el resto de su tropa, el capitán Clark explora por tierra la región que conduce al río Yellowstone. Al llegar a esta corriente, el grupo de Clark construye canoas para navegar hasta la confluencia de esa corriente con el Missouri. A fines de julio tiene lugar un encuentro entre los blackfeet (“pies negros”) y el pequeño grupo de Lewis que buscaba las fuentes del río Marías. Ese choque resulta fatal, pues los blancos matan a dos jóvenes indios, que según Lewis pretendieron robarles sus rifles (la tradición historiográfica estadounidense señala ése como el único encuentro entre el Discovery Corps y las bandas indias que terminó en franca violencia).[42]

Los grupos expedicionarios se juntan de nuevo en agosto en las cercanías de las aldeas mandan. Allí Sacajawea y Charbonneau se despiden de sus compañeros de viaje (el francés cobra 500 dólares por sus servicios, pero su caballo y su tipi –la vivienda portátil india hecha de postes y pieles de búfalo– quedan en posesión de la tropa; su squaw, la notable Sacajawea, no recibe pago alguno). El Discovery Corps sigue su camino hasta llegar, el 22 de septiembre, a Saint Louis, donde son recibidos entusiastamente por la población.

El viaje de Lewis y Clark (de dos años y cinco meses) ha sido y es muy celebrado por la narrativa épica, que lo considera uno de los actos más importantes en el surgimiento de la nación estadounidense. Y es en este papel de mito fundacional que la exploración del Discovery Corps adquiere su grandeza. Sin embargo, podríamos valorarla también tomando en cuenta sus resultados reales.

Trescientas cuarenta millas de tierra separan las aguas del Missouri –que corre hacia el este– de las aguas del Columbia –que corre hacia el oeste. Más de una tercera parte de esa distancia se ubica en una elevada y abrupta cadena de montañas, que en una considerable extensión siempre están nevadas. Así que no existe tal cosa como una conexión fluvial que a lo largo de Norteamérica conecte las costas del Atlántico y el Pacífico. Por eso, un fallo de la expedición –no atribuible a sus integrantes, pero sí a su proyección por Jefferson– fue que no descubrió una ruta hacia el Pacífico que transitara totalmente por agua.

Otro fracaso fue que Lewis y Clark no lograron realmente concretar alianzas firmes del gobierno de los Estados Unidos con las tribus indias ni establecer la paz entre ellas, como ingenuamente pretendían hacerlo tanto Jefferson como los dos capitanes; de hecho, la presencia de los estadounidenses se convertiría pronto en un factor más de disrupción y enfrentamiento en todo el noroeste de Norteamérica. Por ejemplo, tanto los blackfeet como los sioux y los arikaras habían sido maltratados por la expedición, propiciando el rencor de estas tribus contra los estadounidenses, lo que sólo acabaría con las masacres de indios y su encierro en reservaciones.

En cuanto al objetivo de contribuir al conocimiento científico de la región explorada, Lewis y Clark fueron algo más prolijos. Ciertamente, los mapas elaborados por Clark perfilaron de mejor manera la geografía de las cuencas del Missouri y el Columbia, así como de una parte de la cordillera de las Rocallosas; y las descripciones y colectas de Lewis sobre 178 especies nuevas (para los blancos) de plantas y 122 especies y subespecies de animales constituyeron un aporte para demostrar la gran biodiversidad de la región.[43]

Sin embargo, podemos decir que la exploración de Lewis, Clark y sus compañeros sí tuvo una consecuencia que probaría ser definitiva: impulsó la conquista estadounidense de las tierras al oeste del Mississippi. Según algunos estudiosos, por ejemplo Stephen Ambrose, el plan original de Jefferson era orientar la colonización blanca hacia las zonas al este del Mississippi, en principio a Illinois y Iowa (que eran territorios libres de esclavitud), mientras las zonas al oeste del río quedaban como una gran reservación para concentrar allí a la población india (que mientras se convertía poco a poco en agrícola, seguiría surtiendo por un buen rato al prolífico comercio de pieles). Pero ese plan acabaría por ser otra cosa:


Con la compra de La Louisiana, o hasta sin ella, no había ninguna fuerza en el mundo que pudiera detener el flujo de pioneros americanos hacia el oeste. La tierra buena y barata era un magneto que atrajo a toda Europa. Los pioneros eran la punta de un ímpetu irresistible. Rudos y salvajes, ellos eran los agentes de avanzada de millones de europeos, en su mayoría campesinos o jóvenes hijos de pequeños granjeros, que constituyeron la más grande migración en la historia. Cuando Lewis y Clark llegaron al río Mississippi, iban siguiendo a los primeros colonos americanos en Missouri y estaban apenas un poco adelante de miles de otros que iban pensando en o ya estaban sobre el mismo camino. Napoleón lo había hecho bien: mejor lo vendía y obtenía algún dinero por el territorio, pues de todos modos los americanos lo iban a invadir (Ambrose, 1996: 124).


¿Y qué fue de los capitanes del Discovery Corps? Lewis se suicidó cortándose las venas con su navaja y disparándose su pistola en el pecho. Su muerte ocurrió el 11 de octubre de 1809, en una posada de Tennessee, cuando se dirigía hacia Washington para tratar de legitimar ante la nueva administración encabezada por el presidente James Madison, los gastos en los que había incurrido siendo gobernador del territorio de Louisiana. Se había vuelto un alcohólico empedernido y consumía regularmente “medicamentos” con compuestos de opio y morfina para combatir los malestares de la malaria y otros padecimientos. Por su parte, Clark siguió una carrera política que lo llevó a ser gobernador de Missouri y superintendente de asuntos indígenas (como tal negoció muchos tratados que significaron la pérdida de territorios para las tribus indias y su desplazamiento hacia el oeste).

Un epílogo

Al final, el sueño democrático de Jefferson, de una sociedad de campesinos igualitarios, autosuficientes, alejados de las ambiciones imperialistas, de la polución y la pobreza de las ciudades, no se concretó nunca. Lo que sucedió fue más bien que las tierras del valle del Mississippi fueron concentradas en pocas manos y dedicadas en gran parte a cultivar algodón por medio del trabajo de los esclavos negros (entre 1820 y 1860, el tráfico de esclavos produjo la compraventa de algo más de un millón de africanos y sus descendientes tan sólo en la cuenca baja del río). A partir de los años treinta del siglo XIX, las mejores inversiones económicas en esa región eran la tierra, los esclavos y los barcos de vapor.[44] La utilización preferente de una sola variedad de algodón, la llamada Petit Gulf, que se eligió porque era buena para su pizca, provocó una transformación ecológica, ya que el monocultivo perjudicó la fertilidad de la tierra e hizo que una de las más ricas regiones agrícolas del planeta dependiera del comercio para su alimentación.

Sin embargo, las exploraciones que hemos abordado en este texto constituyeron hitos para que, finalmente, la navegación fluvial por la encrucijada (y sus extensiones) formada por los ríos Mississippi, Missouri y Ohio se convirtiera en una red de transportación de personas y mercancías que en gran medida hizo posible el formidable desarrollo económico del oeste de los Estados Unidos en el siglo XIX.

Referencias

ALBORNOZ, M. (1971). Hernando de Soto. El Amadís de la Florida. Madrid: Ediciones de la Revista de Occidente.

AMBROSE, S. E. (1996). Undaunted Courage. Meriwether Lewis, Thomas Jefferson, and the Opening of the American West. Nueva York: Simon & Schuster.

ARMILLAS, J. A. (1977). El Mississippi, frontera de España. España y los Estados Unidos ante el Tratado de San Lorenzo. Zaragoza (España): Institución “Fernando el Católico” (C.S.I.C.) de la excma. Diputación Provincial. Departamento de Historia Moderna de la Facultad de Filosofía y Letras.

BUCLEY, J. H. (2008). William Clark. Indian Diplomat. Norman: University of Oklahoma Press.

JOHNSON, W. (2013). River of Dark Dreams. Slavery and Empire in the Cotton Kingdom. Cambridge y Londres: The Balknap Press of Harvard University Press.

CLARK, T. D. (ed.) (1975). The Great American Frontier. A Story of Western Pioneering. Indianapolis: The Bobbs-Merrill Company (artículo “Up the Great Missouri”).

ORTIZ, A. (2012). Un viaje por los confines: el relato de Cabeza de Vaca, serie Palabras, libros, historias. En Correo del Maestro, núm. 196 (septiembre), pp. 16-31.

RIEUPEYROUT, J. L. (1972). Historia del Far West, volumen 1. Luis de Caralt, editor. Barcelona.

WEBER, D. J. (1992). The Spanish Frontier in North America. New Heaven & London: Yale University Press. (Existe una traducción de esta importante obra: La frontera española en América del Norte, México, Fondo de Cultura Económica, 2000).

NOTAS

* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A.C. Para Correo del Maestro escribió la serie Palabras, libros, historias.
  1. Sin desconocer que existe una polémica al respecto, he decidido conservar aquí las grafías más tradicionalmente usadas, aunque provengan del idioma inglés. Por lo general –y a excepción de nombres bien establecidos, como Londres en vez de London–, los toponímicos y los nombres de accidentes geográficos no se traducen ni se convierten a los usos ortográficos más comunes en el idioma receptor (lo que nos daría, por ejemplo en este caso, Misisipí o Misuri, como advierte la Real Academia que se pueden escribir). Hago entonces uso de una preferencia que me parece más congruente con una utilización histórica de las grafías de esas toponimias y otras más (de otro modo, quizá tendría que escribir Ojaio por Ohio, lo cual se ve francamente feo).
  2. En las inmediaciones de la actual ciudad estadounidense de San Luis o Saint Louis (38°37'48"N y 90°12'0"O).
  3. En las cercanías de un punto denominado Cape Girardeu.
  4. Por lo menos, el Arkansas, el Red River y el Pecos se cuentan entre los principales afluentes del Mississippi que no son parte de las cuencas del Missouri y el Ohio.
  5. Síntesis que necesariamente deja de lado mucha información de detalle que se quedará en el disco duro (antes “el tintero”), para enfocarse únicamente en el trazo de panoramas históricos generales.
  6. Entre los estudiosos del tema, hay diferencias de opinión acerca del tamaño de la fuerza de De Soto. Por ejemplo, Albornoz y otros hablan de unos mil efectivos nada más contando al ejército desembarcado, mientras que, por otro lado, David Weber (2000) ofrece la cifra más conservadora, que es la que aquí menciono; iban también unas cuantas mujeres y algunos frailes franciscanos.
  7. También conocido como Carlos V –de la dinastía de los Habsburgos– por ser el quinto emperador del Sacro Imperio Romano Germánico que tenía ese nombre.
  8. Para evitar repeticiones innecesarias, a partir de aquí, usaré los nombres modernos de poblaciones, estados, regiones, etc., que nos ayudan a situar los lugares por donde pasaron las expediciones aquí referidas sin usar la coletilla “en el actual…”.
  9. Más precisamente, las demarcaciones geopolíticas a las que las crónicas de la expedición llaman “reinos” deben considerarse como cacicazgos de menor o mayor tamaño, que a veces estaban unidos por alguna suerte de alianza, pero que otras luchaban entre sí por el dominio de los recursos naturales, especialmente las tierras de cultivo y los cotos de caza.
  10. Además de las batallas campales aquí mencionadas y otras más, se debe considerar que el hostigamiento de los guerreros indios fue permanente y cobró muchas vidas y pérdidas de equipo, monturas y avituallamiento de los conquistadores.
  11. Se supone que “mississippi” es una palabra originada en la lengua ojibwa, idioma de la familia algonquina, que también incluye los idiomas de los blackfoot o pies negros, los cheyenne, cree, fox, menominee, potawatomi y shawnee, entre otros. A través de alguna de esas lenguas, el término pasó al español, al francés y luego al inglés. Sea cual sea su origen preciso, la palabra algonquina comporta las raíces de “grande” y “agua”, por lo que, figurativamente, esa denominación se traduce como “padre de las aguas” y, por extensión, “padre de los ríos”.
  12. Ver mi artículo anterior de la serie “El fluir de la historia”, “El río Grande: río de varias historias”, en Correo del Maestro, núm. 232 (septiembre), pp. 17-32.
  13. Durante la mayor parte del trayecto, los españoles, ahora capitaneados por Luis Moscoso de Alvarado, fueron acosados por los natchez, que los flechaban desde sus canoas. La superioridad representada por los caballos y las ballestas de los españoles dejó de ser un factor decisivo en los enfrentamientos librados sobre las aguas del río: allí los victoriosos fueron los indios.
  14. El avance de la colonización inglesa desde la costa atlántica se vio seriamente obstaculizado durante varias décadas al entrar en conflicto con las poderosas confederaciones de los indios algonquinos: primero la confederación llamada Powhatan, por el nombre de uno de sus principales jefes, y luego la de los iroqueses (la Liga de las Siete Tribus), pero en realidad nunca pudo ser impedido del todo.
  15. Usaré este apelativo para designar al conjunto de colonizadores que actuaban entonces bajo la bandera inglesa, aunque su origen fuera de diversas nacionalidades.
  16. En 1790, hay 35 mil colonos estadounidenses en el territorio de Kentucky; en 1796, son 73 mil en Tennessee, que entonces accede a la categoría de estado (ver Rieupeyrout, 1972: 28).
  17. Para entonces, dos siglos después de la entrada de Hernando de Soto, habían desaparecido como tales los grandes centros urbanos de las civilizaciones indígenas del Mississippi.
  18. En el siglo XVIII, también empieza a destacar la producción algodonera del sureste norteamericano, pero será hasta la siguiente centuria cuando esa producción alcanzará un nivel definitivamente importante (que influyó en las causas de la Guerra de Secesión de los Estados Unidos).
  19. Nombre que los indios chippewa daban a este animal.
  20. La moda y uso de las prendas de piel alcanzó también a capas menos pudientes de las sociedades del Viejo Mundo, así fuera con vestimenta más modesta elaborada con las pieles menos caras. De esta manera, el comercio peletero abarcó a millares si no es que millones de consumidores en el Viejo Mundo.
  21. Los españoles también exploran la desconocida Louisiana: Pedro Vial recorre una ruta que conecta la capital de Nuevo México (Santa Fe) con la Alta Louisiana (Saint Louis) y el intrépido Manuel Lisa se adentra por el Missouri hasta las aldeas de los indios mandan, siendo así el precursor de lo que después será la ruta hacia Oregon. Pero el apoyo oficial de la corona es de nuevo insuficiente para afirmar su dominio.
  22. Otros también habían rondado por la desembocadura del Columbia ya antes. Por ejemplo, cuando Jefferson era embajador estadounidense en París (1785), se enteró de la partida al mar de una expedición francesa que pretendía llegar hasta el noroeste del continente americano atravesando el Atlántico y subiendo después por la costa americana del Pacífico. Jean-François de Galup, conde de La Pérouse, comandaba esa pequeña flota que, en efecto, logró llegar a los puntos que había planeado, entre ellos la desembocadura del Columbia; pero en su regreso a Europa cruzando el Pacífico, pasaron por un puerto australiano en enero de 1788, y después la flota de La Pérouse desapareció. Hasta cuarenta años después se supo que los franceses habían naufragado cerca de las Nuevas Hébrides.
  23. Declaración de don Francisco Luis Héctor, barón de Carondelet, gobernador de La Louisiana, en una carta a Luis de las Casas, capitán general de La Habana, que este último copió y envió al ministro Conde de Arana, ministro español, agosto de 1792. Citado en Armillas, 1977: 99.
  24. Más bien de 23’213,568 dólares si se suman los intereses pagados a los bancos ingleses que fungieron como intermediarios para proporcionar el dinero en metálico exigido por Napoleón, en vez de los bonos ofrecidos inicialmente por el gobierno de Thomas Jefferson.
  25. Los indios, desde luego, no están contados en esa cifra y menos aún los del oeste del Mississippi.
  26. Posible traducción del nombre indígena Missouri.
  27. El padre de Lewis era un hacendado bastante acomodado que fue vecino y amigo de Jefferson; murió en una batalla contra los ingleses durante la guerra de independencia (hecho que provocó el odio del joven Meriwether contra los británicos).
  28. William Clark nació el 1 de agosto de 1770 en una hacienda tabacalera de Virginia; era, por lo tanto, cuatro años mayor que Lewis, virginiano e hijo de hacendado al igual que él. Uno de sus hermanos mayores, George Rogers Clark, se distinguió en la guerra de independencia alcanzando el grado de general. William Clark tenía también una buena formación escolar y gracias a su desempeño en el ejército conocía las dotes del mando y, algo quizá más relevante, había tenido contactos previos con los indios.
  29. La embarcación, de fondo plano, tenía 20 metros de largo por tres de ancho, contaba con remos y pértigas, una vela y podía también ser remolcada río arriba jalonada por la fuerza de caballos o humanos; por iniciativa de Clark se le añadieron un cañón y placas de metal en el puente para servir como defensas.
  30. Con este nombre se reconoce comúnmente a los miembros de la expedición; su nombre más oficial era Corps of Volunteers for North Western Discovery.
  31. Hay varias ediciones en inglés de los diarios de viaje de Lewis y Clark (según Stephen Ambrose –ver bibliografía–, la mejor es la editada por Gary Moulton y publicada por la University of Nebraska Press en 1993), pero no conozco ediciones en español de estos diarios. Algunas de esas ediciones incluyen no sólo los apuntes de Lewis y Clark, sino los de algunos de los hombres de la tropa que también llevaron diarios del viaje.
  32. Grado militar que se les concedió como jefes de la expedición.
  33. John Bach McMaster, “Journal of Lewis and Clark”, en History of the Expedition under the Command of Captains Lewis and Clark, Alberton Book, Nueva York, 1902 (apud Clark, 1975).
  34. Estas aldeas eran el centro de una activa red comercial que incluía a indios crows, assinibiones, cheyennes, kiowas y arapahoes, a ingleses de las compañías peleteras de Hudson Bay y Northern West, así como franceses y españoles de Saint Louis.
  35. En efecto, el presidente Jefferson había sido explícito en sus órdenes a Lewis de evitar confrontaciones con los indios, especialmente con los sioux, que para el mandatario eran una pieza clave para llevar a cabo sus políticas para el trato de los Estados Unidos con las tribus indias.
  36. Squaws, plural de squaw, es una palabra usada en el inglés de Norteamérica para designar a las mujeres indias, especialmente a las que se hallaban en edad reproductiva. Fue adoptada en el inglés a partir de los términos fonéticamente similares con los que los diferentes idiomas de la familia lingüística algonquina se referían al concepto mujer. Aunque existe una controversia al respecto, me parece indudable que para la mayoría de los hablantes norteamericanos de inglés desde el siglo XVII hasta al menos el último cuarto del XX, el término squaw conllevó una carga peyorativa.
  37. Los shoshone constituyen la rama más septentrional de la familia lingüística uto-azteca, agrupación en la que se incluye a la lengua náhuatl.
  38. Ya habían dejado atrás la nave en Fort Mandan enviándola de regreso a Saint Louis con el cabo Richard Warfington, 6 soldados enlistados y casi todos los franceses reclutados. Esta decisión se tomó al preverse que el paso de la nave río arriba sería muy difícil y porque era un buen vehículo para llevar de regreso al este los informes para Jefferson y los especímenes de flora y fauna hasta entonces recolectados por los expedicionarios.
  39. En efecto, Sacajawea logró encontrar a la banda shoshone a la que originalmente pertenecía; su hermano Cameahwait era entonces un reputado jefe guerrero.
  40. La cadena lingüística de traducción funcionaba más o menos así: Sacajawea traducía de su lengua materna al hidatsa, que hablaba Charbonneau su marido; éste pasaba del hidatsa al francés, lengua en la que se comunicaba con Drouillard, quien a su vez interpretaba del francés al inglés para que los capitanes entendieran.
  41. Es bien conocido que William Clark le tomó un gran afecto a ese niño y que, años después, tras la muerte de Sacajawea en 1812, Charbonneau, su padre, aceptó la propuesta de Clark de encargarse de la manutención y educación del pequeño Jean Baptiste y de su hermana menor, Lisette. Por cierto, se ha especulado bastante acerca de la relación de Clark con Sacajawea, pero no hay evidencia contundente de que ésta fuese más allá de un amor platónico. Aunque sí la hay con respecto a que Clark procreó al menos dos hijos con otras mujeres indias. En cuanto a las relaciones sexuales entre los miembros del Discovery Corps y las mujeres indias, es interesante lo que dice Jay H. Buckley en su obra: no hay duda de que ese tipo de relación se dio y algunos casos están registrados en los diarios de la expedición. Es indudable que York, el esclavo negro de Clark, ejercía una atracción especial por ser tan diferente y es indudable también que, entre las tribus indígenas, un modo de refrendar las alianzas políticas y económicas era el establecimiento de relaciones de parentesco por afinidad.
  42. Es una lástima que no contemos con versiones indias de la exploración de Lewis y Clark que posibiliten confirmar o negar la veracidad de lo que consignan las fuentes escritas por los blancos.
  43. La función etnográfica encomendada a Lewis y Clark fue cumplida de una manera curiosa y en realidad harto inexacta, pues de las 72 diferentes tribus descritas en los diarios de viaje de los expedicionarios, sólo tuvieron contacto directo con unas cuantas; la otra gran mayoría se registró a partir de lo que los redactores de los diarios de viaje entendieron de lo que comentaban esas pocas tribus visitadas.
  44. En 1817 había 17 de estos barcos surcando aguas arriba los ríos navegables del oeste, tres décadas después había no menos de 700 y mucho más grandes que aquellos primeros; en 1810, la población de Nueva Orleans era de aproximadamente 17 000 habitantes, y en 1860, era de 10 veces ese número.
Créditos fotográficos

- Imagen inicial: www.loc.gov

- Foto 1: Correo del Maestro

- Foto 2: commons.wikimedia.org

- Foto 3: international.loc.gov

- Foto 4: www.loc.gov

- Foto 5: docsteach.org

- Fotos 6 y 7: wptschedule.org

- Foto 8: northwesthistory.blogspot.mx

- Foto 9: westwardexpansion110.wikispaces.com