Batallas históricas POITIERS: EUROPA EN LA ENCRUCIJADA Andrés Ortiz Garay[*] ![]() La batalla de Poitiers es famosa porque su ubicación señaló el punto más extremo de penetración de las invasiones árabes en Europa occidental. Sin embargo, no fue del todo decisiva, ya que los enfrentamientos bélicos entre la cristiandad y el islam empezaron antes de que ocurriera y no tendrían fin hasta varios siglos después. Batallas históricas. Poitiers: Europa en la encrucijada
Entre los siglos VIII y X después de Cristo, el destino de Europa occidental entró en una encrucijada debido a la constante amenaza de las belicosas tribus que, provenientes de Asia, atacaban en varios frentes. No obstante, en la batalla de Poitiers (11 de octubre de 732 d. C.[1]), las tropas de Carlos Martel impidieron que los avances árabes se extendieran al norte del río Loira, posibilitando así la continuidad de los reinos cristianos herederos del Imperio romano. Según las escasas fuentes de la época, reducidas prácticamente a las crónicas de Fredegario y San Isidoro de Sevilla, en esa batalla, la infantería de los francos –su contingente más numeroso– fue como “un bloque de hielo”, “un mar inamovible”, lo cual significa que la tropa de a pie se sostuvo ante el ataque árabe formando una muralla humana que sus adversarios no lograban penetrar. Con lanzas y espadas en ristre, y protegida por escudos, cotas de malla y espinilleras de metal, la infantería pesada de los francos detenía a los intrépidos jinetes musulmanes que la atacaban con flechas, jabalinas o a sablazos, cuando podían acercarse. Curiosamente, ese modo de luchar de los francos recuerda mucho al de las legiones romanas o los hoplitas griegos. Pero eso es un tanto sorprendente; ¿por qué los francos, que tiempo antes luchaban contra los romanos arrojándoles primero sus lanzas y sus temidas hachas para luego trabar la lucha cuerpo a cuerpo con espadas anchas de doble filo, ahora, en los inicios del siglo VIII, se comportaban tácticamente de forma muy parecida a una legión? Y si enfocamos el otro lado, ¿cómo era que los árabes, hasta no hacía mucho, guerreros nómadas de tribus enfrentadas entre sí, invadían ahora Europa con ejércitos unificados en mando y estrategia? Para contestar estas preguntas –claves para explicar la batalla–, tenemos que remontarnos algunos siglos atrás, a fin de conocer las evoluciones históricas que llevaron a esos ejércitos tan distintos a enfrentarse en el campo de batalla. ▼ La caída de Roma y los reinos germánicos
![]() En la panoplia de los soldados francos destacaban tres elementos: coraza, escudo y espada. La primera era de una calidad tal que se prohibió su exportación al extranjero, especialmente a tierras de vikingos, eslavos y musulmanes. El escudo, curvo, tenía casi un metro de diámetro y era de maderas duras remachadas con metal y cubiertas con piel. Las espadas francas, muchas de ellas con incrustaciones de oro y plata, también eran de gran calidad. Como protección para la cabeza, los francos portaban un casco de hierro en forma de cono, sin visera, que posibilitaba el desvío de los golpes de espada. En Poitiers fue también importante el uso de lanzas. ![]() Por su parte, los árabes usaban jabalinas, arcos y flechas y, particularmente, el alfanje, una espada de hoja ancha y curva, con filo en un solo lado. Es extraño que los recuentos de la batalla no mencionen a los árabes protegidos con armadura, sino más bien al contrario, a pesar de que la cota de malla con los anillos de metal directamente entrelazados fue un invento original de los árabes que después copiaron los caballeros cristianos. Quizás esto se deba a que gran parte del ejército de Abderramán estaba compuesto por bereberes (tribus del norte de África que habían adoptado la religión mahometana y se habían aliado a los árabes en la conquista de España), que en general eran más pobres. Es posible afirmar que todavía en la batalla de Poitiers (como señalan Hanson, Pirenne y Dhondt) el ejército franco estuviera compuesto básicamente por soldados de infantería que, en su esencia, eran hombres libres. Pero unas décadas después, en la segunda mitad del siglo VIII, se transformó en un ejército de jinetes comprometidos por relaciones de vasallaje con los señores feudales. El armamento de la caballería consistía en las mismas armas de los infantes más un puñal largo (algunos portaban además arco y flechas); los jinetes de la caballería pesada portaban armadura con chapas de metal en forma de escamas. ![]() En los inicios de la era cristiana, las tribus germánicas del norte de Europa resistían con éxito los intentos de intrusión de los romanos en sus territorios allende el Rin. Pero, poco a poco, fueron integrando elementos de la civilización romana en sus sociedades y se hicieron más fuertes. En el siglo III, alejándose del azote de los hunos asiáticos, los germanos se adentraron en territorios del Imperio romano y terminaron por ser los destructores del sistema de gobierno de su mitad occidental, aunque a fin de cuentas adoptaron mucho del influjo cultural, religioso y civilizatorio de Roma. Así, en el año 410, Roma fue finalmente tomada y saqueada por los visigodos de Alarico.[2] Desde el lejanísimo año de 380 a. C., ocho siglos antes, Roma nunca había sido hollada por los pies de un ejército extranjero. Aunque la ciudad sufrió relativamente pocos daños, su prestigio como capital inexpugnable se derrumbó para siempre. Mientras tanto, los hunos y sus súbditos ostrogodos, encabezados por el temible Atila, volvían a la carga, devastando con sus incursiones territorios de la actual Francia. Para combatir a ese enemigo común, francos, burgundios y visigodos se aliaron a las legiones que reunió apresuradamente el brillante general romano Flavio Aecio. Estos aliados lograron hacer que “el azote de Dios” se retirara con sus huestes tras derrotarlos en la batalla de los Campos Catalúnicos (junio de 451, cerca de la ciudad de Châlons).[3] Pero los hunos volvieron al año siguiente, y sólo la inesperada y extraña muerte de Atila salvó a Europa de una conquista huna en toda regla. En el siglo V, una última ola de bárbaros, los ostrogodos de Teodorico, inundó los remanentes del Imperio romano de Occidente, que cesaba así de funcionar como unidad gubernamental y administrativa, aunque como instancia civilizatoria su legado impregnaría la cultura de todos los pueblos germánicos invasores en los siguientes siglos. Los germanos pasaron de refugiados a dominadores, pero en vez de germanizar a los conquistados, ellos mismos se latinizaron en términos lingüísticos y se romanizaron en términos culturales. Lo que surgió tras la caída de Roma fue: Una mezcolanza de reinos cobijados en todas sus provincias: reinos anglosajones en Bretaña, reino franco al norte de la Galia, reino burgundo en Provenza, reino visigodo en Aquitania y en España, reino vándalo en África y en las islas del Mediterráneo, y, por último, reino ostrogodo en Italia (Pirenne, 1956: 23).[4] ![]() De este modo, para mediados del milenio, los germanos habían instaurado varios reinos que, en cierta manera, constituirían los antecedentes de los principales países de la Europa Occidental actual. Después esos reinos pelearon entre sí o contra invasores no germánicos, hasta que, hacia la mitad del siglo VIII, sólo quedaba uno de ellos, el reino de los francos. No debemos ver en el dominio de los francos sobre el oeste de Europa un imperio occidental coherente y estructuralmente homogéneo que ofreciese seguridad a sus pueblos a través de una apacible solidez. En realidad, ha de pensarse más bien en un organismo estatal en cierta medida inconsistente, fuerte, ciertamente, en su núcleo, pero que se va debilitando hacia la periferia. A lo largo de sus fronteras eran presionados por enemigos que se hacían cada vez más amenazadores (Dhondt, 1980: 2). ▼ Los francos
Eran tribus de habla germánica que, según su más remoto origen conocido, vivían en las riberas septentrionales del río Rin, en los valles que ahora se llaman del Main y del Lippe. Desde la época del primer emperador romano, Octavio Augusto, habían entrado en contacto con la civilización romana; hacia el siglo III, varias de estas tribus crearon una gran confederación que se conocía bajo el común denominador de francos.[5] Como muchas otras tribus bárbaras, los francos emigraron hacia tierras más al oeste del Rin cuando sintieron la presión ejercida por los invasores hunos. ![]() Medalla con la imagen Había dos grandes grupos de francos: los salios (llamados así porque remontaban su origen al río Sala) y los ripuarios o rinensis (porque vivían a orillas del Rin).[6] Entre los primeros, unos veinte años después de la derrota de Atila, nació Clodoveo (465-511), quien emprendió una carrera que le llevó a convertirse de señor de Tournay (en la actual Bélgica) a primer rey de la dinastía merovingia.[7] Utilizando el asesinato de sus antagonistas, las alianzas matrimoniales y la conquista de los pueblos vecinos, Clodoveo dominó casi todo el actual territorio de Francia. Una medida política muy acertada de Clodoveo fue su conversión al catolicismo (496),[8] pues así profesaba la misma religión de la mayoría de la población galorromana y además establecía una alianza tácita con la poderosa Iglesia católica. Esto le valió también el reconocimiento como campeón del catolicismo en el oeste por el emperador bizantino Anastasio, ya que muchos de sus enfrentamientos contra otros reyes germanos fueron vistos como luchas del catolicismo contra la herejía. Pero la obra de Clodoveo fue en gran medida desvirtuada por sus descendientes, pues la casa real merovingia se distinguió por sus excesos de violencia y el constante recurso al asesinato de los competidores políticos. Además, al no existir un claro derecho de progenitura, las bases territoriales del poder se dividían en cada generación, provocando que los herederos pelearan entre sí para apoderarse de más tierras. Por estas y otras razones que no podemos abordar aquí, fue mermando el poder de los reyes merovingios, mientras se acrecentaba el de los señores feudales conocidos como maiores palatii. (El que este vocablo latino se haya traducido repetidamente como “mayordomo de palacio”, no debe inducir al error de imaginar al maior palatii como el encargado de dirigir a la servidumbre y de llevar las cosas de la casa, es decir, a pensarlo como un mayordomo doméstico actual; más bien, aquel título significaría algo así como “el principal en el palacio”.) Poco a poco, el maior palatii ocupó vitaliciamente el cargo, dejó de ser nombrado directamente por el rey, y era un comité de nobles –cuyo objetivo era imponer restricciones al poder de la familia merovingia– el que lo designaba. ![]() Carlos fue apodado “Martel” (martillo) tras su victoria en Poitiers. Nació posiblemente en 686 y murió en 741. Su fama como fundador de la dinastía carolingia es verdadera, pero la que le presenta como salvador de Europa frente al islam y como precursor del estado francés centralizado es más bien exagerada. La batalla de Poitiers fue tan sólo una victoria sobre una de las muchas razias dirigidas por los musulmanes; y en lo que respecta a la conformación de una unidad franca, cabe decir que este concepto debe entenderse dentro de los parámetros de la época. En sus relaciones con el papado hubo ambigüedades. Aunque fue acusado varias veces de confiscar tierras de la Iglesia y atentar contra sus dignatarios (lo cual es cierto, pues realizó sustituciones en los cargos eclesiásticos para dárselos a gente de su confianza en pago por sus servicios militares), el papa Gregorio III evitó entrar en franca ruptura con él, pues necesitaba su ayuda para combatir a los lombardos (por eso en 739, le envió como regalo una preciosa reliquia: supuestas limaduras de las llaves y la cadena de san Pedro); sin embargo, pese a la importancia del regalo, Martel no respondió al llamado del prelado, pues se hallaba de nuevo enfrascado en la lucha contra los musulmanes. ![]() Años después, contando con el apoyo del papa Zacarías, el hijo mayor de Martel, Pipino “el Breve”, se hizo elegir rey de los francos en una asamblea de nobles realizada en Soissons a fines del año 751, desposeyendo al último monarca merovingio, Childerico III, que fue recluido en un monasterio. Entre 752 y 759, Pipino se vio obligado a combatir otra vez contra los musulmanes que invadían la Galia gótica, así que su mayor mérito fue establecer una alianza con el papado, con la cual allanó el camino para la instauración de su hijo Carlos (Carlomagno), y nieto de Martel, en el trono del Sacro Imperio Romano Germánico. ![]() Pipino de Heristal, padre de Carlos Martel Así, el conde Pipino de Heristal se convirtió en maior palatii (687) y durante veintiséis años ejerció su dominio sobre las provincias francas. Como murió a los 75 años, una edad muy avanzada en la época merovingia, sus hijos legítimos murieron antes que él, y sólo un bastardo le sobrevivió. Su nombre era Carlos, un joven de 26 años con gran energía e ímpetu que, con el apoyo de algunos condes austrasianos, pronto reunió un ejército tras de sí. Sus adversarios neustrianos habían tomado Colonia –donde estaba la viuda de Pipino con su pequeño nieto (que era el heredero oficial del mayordomo fallecido)–, y le habían impuesto sus condiciones. Pero Carlos cayó sobre ellos cuando se retiraban y los deshizo. Después obtuvo sendas victorias en las Ardenas (716) y Cambrai (717). Así, en menos de cinco años, impuso su dominio entre los francos y luego lo extendió a los pueblos vecinos: primero, los sajones de Westfalia, y después, los bretones y los borgoñeses. Carlos llevaba ya cerca de diez años (720) como mayordomo cuando arribaron noticias diciendo que los árabes habían tomado Narbona, una importante ciudad situada justo al sur de sus dominios. ▼ La expansión del islam
No existe en la historia del mundo un hecho comparable, por la universalidad y la instantaneidad de sus consecuencias, al de la expansión del islam durante el siglo VII. La fulminante rapidez de su propagación no es menos sorprendente que la inmensidad de sus conquistas. Desde la muerte de Mahoma (632), sólo ha necesitado setenta años para extenderse desde el mar de China al Océano Atlántico […] Al primer encuentro, derriba al Imperio persa (637-644), después arrebata sucesivamente al Imperio bizantino todas las provincias a las que pone sitio: Siria (634-636), Egipto (640-642) y África (698). Los visigodos habían conquistado España […] Su último rey, Rodrigo, desaparece en la batalla de Cádiz (711) […] Este progreso invasor sólo tendrá fin en los comienzos del siglo VIII, cuando el gran movimiento con que amenaza a Europa por los dos lados a la vez fracasa junto a los muros de Constantinopla (717) y ante los soldados de Carlos Martel, en la llanura de Poitiers (732). Entonces se detiene. Su primera fuerza de expansión está agotada, pero le ha bastado para cambiar la faz de la tierra. A su paso, las raíces de los viejos Estados que se extendían hasta lo más profundo de los siglos fueron arrancadas como por un ciclón; el orden tradicional de la Historia fue trastornado […] En lo sucesivo todo queda sometido a la obediencia religiosa y política del más poderoso señor que ha existido: el califa de Bagdad (Pirenne: 1956: 35). En poco tiempo, un pueblo prácticamente desconocido para el resto del mundo, que habitaba los pedregosos desiertos de la península arábiga, se lanzó a la conquista del mundo bajo el influjo de una fe monoteísta que le permitía llevar a cabo la guerra santa (yihad) contra los infieles que se opusieran a la primacía de la comunidad creyente en Alá, la umma musulmana, y a los preceptos contenidos en el sagrado libro del Corán. Además, la promesa celestial de una existencia paradisiaca rodeado de bellas mujeres para el guerrero muerto en combate y la posibilidad terrenal de obtener ricos botines de los traficantes caravaneros que rodeaban Arabia fueron importantes puntales para el ánimo de estos nuevos guerreros que, impelidos por sus creencias, dieron forma a una nueva manera de hacer la guerra. En sus conquistas, los árabes cambiaron a fondo las estructuras organizativas y culturales de los pueblos que dominaban, lo cual abarcaba la organización pública de la administración hacendaria y fiscal, de la justicia y del ejército. La lengua árabe desplazó al griego y al latín; pero, por otro lado, los árabes incorporaron a la umma a los que se convertían al islam, tradujeron obras filosóficas y literarias al árabe, adoptaron formas artísticas y arquitectónicas, así como procedimientos agrícolas, mercantiles y artesanales de los pueblos conquistados. El desempeño del Imperio musulmán es magnífico en términos de su papel como inventor o difusor de varios bienes: caña de azúcar, arroz, algodón, seda, papel, brújula, etcétera. Su riqueza y poder militar lo convierten en el amo indisputado del Mediterráneo entre los siglos VII y XI. Los árabes no eran un pueblo nómada montado, aunque serían los más importantes guerreros a caballo del mundo civilizado. Aunque sólo fuese por eso serían dignos de la atención de los historiadores militares, pero la merecen por otras muchas cosas […] Sólo Alejandro Magno –que fue quien más lejos llevó sus conquistas en la historia– se había apoderado de una extensión de territorio similar y con igual rapidez. Además, su pauta de conquista era creativa y unificadora. Aunque posteriormente tendrían conflictos internos, el primitivo imperio árabe era un todo que rápidamente se entregó a las artes de la paz. Los gobernantes árabes serían grandes arquitectos, amantes de la belleza y patrocinadores de la literatura y la ciencia y, a diferencia de los pueblos ecuestres, a quienes más tarde reclutarían para su ejército, ellos mostraron una gran capacidad para emanciparse del estilo de vida de campaña y abrazar la civilización cultivando formas refinadas de pensamiento y acción (Keegan, 1995: 239). ▼ La batalla
Eudes, el duque de Aquitania,[9] buscó a Carlos y personalmente le relató las tropelías de los árabes en el sur, en especial en Burdeos. Llamando a las armas a un gran ejército franco, Carlos tomó la antigua calzada romana hacia el sur y, tras cruzar el Loira, cerca de la ciudad de Tours, situó su campamento en ese camino, a la vista de las avanzadas enemigas. El lugar elegido como campo de batalla era una cuesta no muy elevada con árboles atrás y que estaba delimitada por viñedos, setos y una corriente de agua no profunda, pero que volvía pantanoso el campo circundante al riachuelo. A pesar de que lo he comparado con las legiones de Roma, el ejército de Carlos Martel no era tan disciplinado ni tan grande como los ejércitos consulares, pero sí luchó en Poitiers de una manera similar a la legión. Su infantería formada en falanges compactas detenía con relativa facilidad las cargas de caballería enemiga; además, con la protección de su armadura y sus lanzas mantenía una formación coherente asimilada de la tradición clásica grecorromana. Según Pirenne –afamado historiador de la época medieval– y Hanson –moderno historiador militar–, el triunfo de Martel en esta batalla se debió a la resistencia opuesta por las líneas de pesados infantes contra la caballería enemiga. Pero también es preciso considerar que, a pesar de su lentitud de movimientos, la infantería franca logró esa resistencia porque el campo de batalla le fue muy favorable. Al librarse el encuentro en un valle cerrado, la caballería árabe no pudo maniobrar libremente para rodear a la infantería franca y atacarla por varios lados. Así, la repetición de las cargas de caballería estrelladas contra “el bloque de hielo” fue infructuosa porque: Mientras los francos mantuvieran la formación, y lo cierto es que al parecer, y milagrosamente, conservaron el orden en las postrimerías de la batalla, sin lanzarse en persecución de los árabes cuando éstos ya estaban en retirada, resultaba imposible dispersarlos o aplastarlos […] Poitiers acabó, como todas las batallas de caballería, con una enorme y sangrienta extensión de tierra jalonada de miles de caballos heridos y agonizantes, mucho material abandonado y buen número de árabes muertos y heridos (Hanson, 2006: 166). ![]() Los ejércitos contendientes habían acampado uno frente a otro por cerca de una semana, pero su encontronazo duró sólo un día. Tras pasar la noche sobre sus armas, al amanecer siguiente, los francos, que sabían que pronto les llegarían refuerzos, se preparaban para continuar el combate cuando sus exploradores dieron a Martel la noticia de que los enemigos habían desaparecido. Increíblemente, los árabes se retiraron hacia el sur, dejando abandonado tanto el botín que habían capturado como a sus muertos, entre los que estaba el caudillo Abderramán.[10] ![]() Carlos Martel en la batalla de Tours (732) grabado de la pintura de G. Bleibtreu, 1882 Abu Said Abd ar-Rahman ibn Abd Allah al-Gafiqi fue un valí (gobernador) de Al-Ándalus, o sea, de la España dominada por el islam. Se dice que primero era un emir o general que gozaba de gran popularidad entre sus soldados, pues repartía generosamente con ellos los botines que se conseguían. Cuando el valí anterior murió en la batalla de Tolosa (721), Abderramán fue aclamado como nuevo gobernante por sus tropas. Las intrigas políticas de sus contrincantes musulmanes lo apartaron un tiempo del cargo, pero en 730 lo volvió a ocupar. Tras sofocar una rebelión de los cristianos de Asturias, Abderramán condujo a su ejército a través de los Pirineos con la intención de saquear Burdeos, Poitiers y el rico monasterio de San Martín de Tours. Un poco antes de llegar a esta última localidad encontró a los francos y su muerte. ![]() Su triunfo en la batalla de Poitiers convirtió a Carlos Martel en el amo indisputado del reino franco. Si bien tuvo que volver a enfrentar otras incursiones árabes en Aviñón (737) y Corbière (738), donde triunfó, su capacidad estratégica quedó demostrada con la creación de un cuerpo de caballería pesada que le permitiría trasladarse rápidamente y suplir la ventaja del número por las de la movilidad y el poder del armamento. Para sufragar los costos de tal empresa, secularizó un buen número de bienes de la Iglesia y se los cedió a su gente con la obligación de adiestrar caballos de guerra y prestar su servicio militar cuando se les requiriera. De esta manera, Martel contribuyó a la instauración de la organización del sistema sociopolítico que conocemos como feudalismo. ![]() Batalla de Poitiers, en octubre 732, pintura al óleo de Charles de Steuben Batalla de Poitiers, 732 ![]() ![]() ![]() 1. El ejército franco aguardaba al enemigo por la confluencia de dos pequeños ríos, el Clain y el Viena, desplegados en una única formación formada por una línea de frente donde había una infantería pesada intercalada con pequeñas unidades de caballería. Además, en el lado izquierdo, muy atrás y escondido en un bosque con su caballería, estaba Eudes, duque de Aquitania. 2. Después de unos días comenzó la lucha. Los musulmanes lanzaron el primer ataque con caballerías dirigidas a los infantes francos. 3. Cuando una gran parte de la caballería musulmana estaba perdida, Carlos Martel dio una señal y, de los bosques donde se escondía, la caballería de Eudes atacó el flanco derecho de los musulmanes. La fuerza de impacto de la caballería franca era extremadamente fuerte. La infantería musulmana, sin armadura, no pudo soportar el combate cuerpo a cuerpo contra los duros guerreros francos, fuertemente armados. El enfrentamiento pasó luego a la carnicería, que duró hasta la puesta del sol, cuando Abderramán fue asesinado. Una vez que los musulmanes se enteraron de que su comandante había muerto, huyeron rápidamente. ▼ Conclusión
Está de moda concebir esta batalla como uno de los momentos decisivos de la historia, como el punto en el que el gran ascenso del islam se detuvo, exactamente cien años después de la muerte de Mahoma. Si los francos no hubiesen ganado la batalla, reza el argumento habitual, toda Europa habría caído en manos de los musulmanes […] Pero es posible dudar de ello. Los moros quizás no hubiesen sido un enemigo tan formidable al norte de los Pirineos como se los pinta comúnmente. Los moros de España tenían sus dificultades. Había fuerzas de guerrilla en las montañas septentrionales y mucha disensión entre sus líderes. No podían disponer de una gran fuerza, y el ejército que Carlos Martel derrotó tal vez sólo fue un grupo de pillaje de moderado tamaño. Así, aunque Carlos Martel hubiese perdido la batalla, es muy dudoso que los moros pudiesen haber ido mucho más lejos. La estructura del enorme Imperio musulmán ya se estaba derrumbando bajo su propio peso (Asimov, 1983: 131). De mucha más importancia fue que en 717-718 (mientras se efectuaba la conquista de España), las conquistas del islam fueron detenidas ante las puertas mismas de Constantinopla, en donde los bizantinos defendieron exitosamente su capital del asedio árabe. Esa derrota del más grande y principal ejército islámico ante el corazón de la más poderosa y opulenta potencia cristiana de la época fue la verdadera batalla decisiva que contuvo la expansión del islam árabe. Por lo tanto, su significado histórico es mayor que el de la refriega librada en Poitiers, pero el eurocentrismo de muchos historiadores –que hacen derivar la cultura occidental moderna directamente de la Antigüedad clásica grecorromana a través de los francos– ha imposibilitado que se reconozca a los bizantinos –calificados más comúnmente como orientales– como protagonistas del papel principal. … la incursión de Abderramán sólo fue una más en una larga serie de pequeñas escaramuzas que a medida que transcurría el siglo VIII se iban haciendo cada vez más raras, pues tanto las luchas de los musulmanes en España como la consolidación de los francos en Europa inevitablemente condujeron a que se debilitaran las veleidades expansionistas del islam al otro lado de los Pirineos. Poitiers debería interpretarse más bien como la victoria de una animosa infantería a la defensiva, en vez de como la consecuencia de una supuesta superioridad tecnológica o militar […] (Hanson, 2006: 513). Para finalizar este escrito, nada más esbozo aquí un complejo problema: en los siglos VIII al X, la continuidad de la civilización cristiana de Europa occidental fue puesta en la encrucijada por los avances de los pueblos islámicos y de los paganos eslavos y nórdicos; sin embargo, la mala fama de musulmanes y vikingos como bárbaros invasores que pretendían destruir a la cristiandad con sus conquistas e incursiones es producto de que los cronistas de esa época eran, por lo general, monjes o sacerdotes católicos que consideraban a los no cristianos como enemigos mortales y seres casi demoniacos. Esta visión se perpetuó en una gran cantidad de las obras escritas por historiadores posteriores, muchos de ellos cristianos. Sin embargo, debemos reconocer que el nivel cultural de los árabes de aquella época era considerablemente más alto que el de los europeos occidentales, ya fueran latinos o germanos; y que la reputación de crueldad y piratería atribuida a los vikingos puede ser perfectamente endilgada también a Carlomagno, emperador por antonomasia de los católicos, que hizo degollar en un solo día a 4500 sajones (además de perpetrar otras terribles matanzas) y cuyo proceder frente a los pueblos limítrofes de su imperio fue el saqueo simple y llano, aunque no lo haya efectuado subiendo a sus tropas en barcos. Este problema se origina en una falsa identificación del paganismo con el salvajismo, o del islamismo con el fanatismo, así como en la errónea consideración de las fuentes de escritura alfabética como la única forma de transmitir una historia fidedigna. ♦ ▼ Referencias
ASIMOV, I. (1983). La Alta Edad Media. Las edades oscuras. Madrid: Alianza Editorial (Libro de Bolsillo). ATLAS Gènéral Vidal-Lablanche (1922). París: Librairie Armand Colin. DHONDT, J. (1980). La Alta Edad Media. México: Siglo XXI Editores (Historia Universal Siglo XXI, vol. 10). HANSON, V. D. (2006). Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge de la civilización occidental. México: Fondo de Cultura Económica / Turner. KEEGAN, J. (1995). Historia de la guerra. Barcelona: Planeta. PIRENNE, H. (1956). Historia de Europa. Desde las invasiones hasta el siglo XVI. México: Fondo de Cultura Económica. NOTAS* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió la serie El fluir de la historia.
▼ Créditos fotográficos
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