Batallas históricas HATTIN: EL COMIENZO DEL FINAL DE LAS CRUZADAS Andrés Ortiz Garay[*] ![]() Muchos de los europeos cristianos que engrosaron las filas de la Primera Cruzada, iniciada a fines del siglo XI, marcharon hacia Oriente con el objetivo manifiesto de que la sagrada ciudad de Jerusalén pasara a manos de la cristiandad. No obstante, a pesar de un efímero éxito inicial, Jerusalén volvería, tras la batalla de Hattin, a ser parte indisputada de los dominios del islam hasta nueve siglos después. Definición de Cruzada
Para muchos estudiosos, las Cruzadas abarcan propiamente las guerras y operaciones militares desarrolladas en las regiones del Oriente Próximo, básicamente alrededor de Tierra Santa, que sucedieron entre 1095 (llamamiento a la Primera Cruzada) y 1291 (reconquista musulmana del puerto de San Juan de Acre). Para otros, se deben incluir también las campañas contra los herejes cátaros del sur de Francia (siglos XIII y XIV), contra los paganos de la región báltica (prusianos, estonios, lituanos y fineses), o podrían ser tales las acciones de la reconquista cristiana de España y hasta las luchas intestinas entre monarcas católicos y el papado. Comoquiera que sea, las campañas dirigidas al Oriente Próximo retomaron el hilo de la expansión europea que se había roto con la desaparición del Imperio romano de Occidente. En ese sentido, algunos las consideran como un antecedente del posterior imperialismo colonial europeo. Y si bien los ejércitos cruzados fracasaron en la consecución plena de sus objetivos manifiestos, sí se abrió un periodo de interacción entre personas de culturas y religiones distintas que terminaría por transformarlas. Seis siglos después de las invasiones bárbaras que habían destruido al Imperio romano, los pueblos germanos y francos se lanzaron en busca de su destino fuera de los lindes de Europa. Las tierras fértiles y las opulentas ciudades de Oriente constituían presas de conquista que no podían ser ignoradas por los codiciosos e implacables guerreros de Occidente, ni por las paupérrimas familias campesinas que vislumbraban una oportunidad de mejorar su suerte con la colonización. En cambio, desde el punto de vista islámico, las Cruzadas fueron más bien aventuras militares de pillaje emprendidas por bárbaros fanáticos, hambrientos y ambiciosos, que lograron algunos éxitos gracias a las disputas de gobernantes que en muchos casos sólo estaban superficialmente islamizados y por lo general absortos en constantes intrigas palaciegas y luchas intestinas por el poder. A esta anárquica situación se añadieron las campañas bizantinas para recuperar territorios perdidos, el azote de las invasiones de los mongoles en el siglo XIII y las luchas religiosas entre sunitas y chiitas. ▼ Orígenes socioeconómicos de las Cruzadas
En el siglo XI ganan impulso en la Europa occidental varios cambios económicos de suma importancia. Los avances en la producción agrícola, textil (tejidos de lana), metalúrgica y ganadera separan el trabajo artesanal de la agricultura y con ello propician el crecimiento incipiente de las ciudades. Ese incremento de la producción hace, a su vez, florecer las actividades comerciales que se extienden por varias regiones de Europa occidental, y entre éstas y el Oriente bizantino e islámico. Varias ciudades del sur de Francia (Arlés, Lyon, Marsella, Aviñón) y las repúblicas italianas (Bari, Amalfi, Venecia, Génova, Pisa) entablan un comercio activo con los emporios de Oriente (Antioquía, Jerusalén, Alepo, Damasco, El Cairo). El dominio sobre los cargamentos de especies, esencias aromáticas y otros productos suntuarios hizo que los comerciantes europeos buscaran fortalecer su posición como intermediarios entre los consumidores de Occidente y los productores de Oriente, y un requisito para ello era desplazar de esa posición a Bizancio y deshacerse de los tributos exigidos por los turcos selyúcidas. El aumento del comercio y la disponibilidad de bienes provocaron que los señores feudales exigieran más tributos e impuestos a los campesinos que vivían bajo el régimen de servidumbre (la mayoría de la población en los países de Europa occidental); con el aumento de moneda circulante, propiciado por el comercio, las cargas tributarias sobre los campesinos se hacían en dinero, lo que era especialmente ruinoso para ellos. También estaba el tributo que sin falta cobraba la Iglesia católica en la forma de diezmo. Además, al empobrecimiento general del campesinado contribuía el continuo estado de guerra endémica que era producto del régimen de fragmentación feudal: El campesino era la primera víctima de esas interminables guerras feudales, los señores no respetaban los sembrados campesinos; el mísero patrimonio del agricultor era saqueado, su vivienda condenada a ser pasto de las llamas, los graneros destruidos (Zaborov, 1988: 14). Como causas de las Cruzadas, varios estudiosos proponen: El arco largo de cinco pies que hizo famosos a los arqueros ingleses no era un arma que se usara realmente en el tiempo de las primeras cruzadas. Aunque se tejieron leyendas como la de Robin Hood y sus rebeldes del bosque de Sherwood, la verdad es que los arqueros europeos del siglo XI usaban el arco de tres pies, que competía con menos eficacia contra el arco musulmán. Los caballeros francos usaban cota de malla, casco, escudo, espada recta, y hacha o maza pendientes del cinto. Eran muy diestros en el uso de estas armas y, cubiertos de hierro, estaban acostumbrados a la guerra desde su nacimiento, como los espartanos. El campo de batalla era su lugar de trabajo, y el corcel educado para la lucha era su más querido compañero. Las armaduras de los sarracenos estaban hechas de finos anillos de acero, eran ligeras y tenían piezas para los brazos, muslos y pecho, que no aparecieron en Europa hasta comienzos del siglo XIII. Sus cascos tenían las piezas nasales móviles de invención persa. Los selyúcidas usaban un cuchillo curvo de dieciocho pulgadas de largo que resultaba tan útil en manos de un jinete turco como la espada o la maza de batalla en las de un franco. Pero la mayor parte de las tropas musulmanas estaban armadas con arco y flechas, jabalinas y lanzas, y algunos soldados llevaban cimitarras y dagas. ![]() Maza Espada Arco y flechas Las grandes armas de asedio (catapultas, balistas, onagros, torres) fueron usadas profusamente por ambos bandos en varias de las cruzadas. 1) La existencia de un campesinado oprimido y descontento cuya aspiración más fuerte era escapar de la miseria y la servidumbre, lo cual era un factor importante para integrarse a las expediciones de los cruzados. 2) La formación de una nutrida capa de caballeros desposeídos debida a la acumulación de tierras por los grandes señores feudales (acumulación a la que no eran ajenas las deudas y la guerra de “faidas”, es decir, los conflictos privados entre caballeros y señores), así como la implantación del mayorazgo.[1] 3) La mayoría de los dignatarios eclesiásticos de rango superior (papas, cardenales, arzobispos, obispos y abades) pertenecían a la nobleza feudal, y la propia Iglesia como corporación era la mayor latifundista en Europa. La orden monacal surgida en el monasterio borgoñón de Cluny en 910 fue una protagonista decisiva en el impulso de las reformas que apuntalaron la centralización de los monasterios en torno al papado y en la expedición de reglas para el funcionamiento de la vida monacal y el sacerdocio (una regla muy importante, surgida en Cluny, fue la prohibición de matrimonio y la instauración del celibato para monjes –de ambos sexos– y curas). Así, los jerarcas de la Iglesia católica buscaban desesperadamente una solución que les permitiera desactivar las rebeliones campesinas y encauzar el pillaje de los nobles segundones, al mismo tiempo que seguían aumentando sus exacciones y apoderándose de tierras. Por eso, se prometió la absolución de sus pecados a quien cayera en combate contra el infiel. 4) La experiencia de los caballeros franceses, normandos y alemanes en la reconquista de territorios en poder de los árabes en España. Por ejemplo, los normandos se lanzaron a la conquista de la Italia meridional para arrebatársela a los árabes y los bizantinos en 1016. Y medio siglo después, el duque Guillermo de Normandía se apoderó de Inglaterra. En 1071 le tocaría su turno a la isla de Sicilia. 5) El objetivo del papado católico de subsumir bajo su dominio el poder religioso y los ingresos materiales de la Iglesia de Bizancio, con la que mantenía desde tiempo atrás disputas por el ritual y por la primacía de Roma o de Bizancio en la jerarquía de la ecúmene cristiana. Según el historiador marxista Mijail Zaborov, todo esto era parte de un ambicioso plan de “los césares vestidos de supremos sacerdotes”, la curia papal, para conquistar el Oriente tomando como pretexto la defensa de los cristianos de Bizancio y la validez de la guerra santa contra los musulmanes; para apuntalar esa conquista se manipularían tanto las creencias de la fe como las seducciones de la codicia. ▼ Los turcos selyúcidas
También en el siglo XI se rompió el equilibrio político-militar entre las tres potencias dominantes en el Oriente Próximo (el Imperio bizantino al norte y el oeste; el califato de Bagdad, regido por los abasíes, que eran sunitas ortodoxos en Irán, Iraq y Siria; y el califato de los fatimíes de Egipto, que eran chiitas). Los turcos selyúcidas, provenientes del interior de Asia, se apoderaron de las regiones al sur del mar Caspio y de Irán; luego, tras conquistar Mesopotamia, ocuparon Bagdad, deponiendo a la otrora poderosa dinastía abasida que gobernaba el califato de Bagdad (1055). Los selyúcidas galopaban a su antojo por Armenia, Capadocia y Frigia mientras el terror cundía en Constantinopla. En agosto de 1071, los turcos infligieron una decisiva derrota a los bizantinos en la batalla de Manzikert, junto al lago Van, que hizo perder al Imperio romano de Oriente no sólo a su emperador, sino también casi todos sus territorios de Asia Menor (Anatolia), con excepción de algunas zonas en la costa del Mediterráneo. En cierta medida, el campesinado de Anatolia aceptó más o menos de buen grado el dominio turco porque les libraba de las exacciones de la nobleza feudal bizantina. A los 15 años, su padre, Ayub, que era consejero de confianza de Nur al-Din, lo llevó a Damasco para incorporarlo al servicio del caudillo sirio. A sus 25 años, marchó con el ejército enviado a ocupar Egipto. A los 30, ocupaba ya el puesto del caudillo y a los 47 se convirtió en el dueño absoluto de Mesopotamia, Siria y Egipto. A los 50 había derrotado al último ejército cruzado que defendía el Santo sepulcro y entrado triunfante en Jerusalén. ![]() Posible retrato de Saladino, encontrado en una obra de Ismail al-Jazari, circa 1185 Saladino fue también un político talentoso y un diplomático muy hábil. Era cauto y no se exponía a riegos innecesarios; también se le podría considerar como afortunado. A su buena reputación contribuía el que fuera versado en los estudios coránicos, la gramática árabe, la retórica y la poesía. Excelente jinete, era asimismo encarnación del caballero perfecto, tanto en las idealizaciones de los musulmanes como en las de sus enemigos cristianos. ![]() A pesar de que no dudaba en ejercer la violencia, y podía mandar torturar o ejecutar a sus enemigos si esto era requerido, la acusación de crueldad y vileza que algunos autores cristianos le han endilgado no parece justificada, especialmente si consideramos que así era todo su entorno y el mundo de ese entonces. Asimismo, se ha exagerado su presunto respeto por sus adversarios de igual valor o poder, pues Saladino los aniquilaba sin piedad cuando caían en sus manos y llegó a dar muerte personalmente a aquellos contra los cuales se había desencadenado su pasión individual (así asesinó a Reinaldo de Chatillon, su prisionero); pero no era un hombre cuya característica general fuera la violencia ni el afán de venganza. No se distinguía por su presencia en el frente de batalla con el sable en la mano, su puesto era claramente el de estratega y comandante en jefe detrás de las líneas. El avance selyúcida también se prolongó hacia el sur. Se apoderaron de Siria y Palestina, arrebatando Jerusalén de las manos del califa fatimí de Egipto en 1071. En 1084, tomaron el estratégico puerto mediterráneo de Antioquía. Pero las conquistas de estos turcos no se concretaron en un Estado centralizado; su dominio era un conglomerado de sultanatos[2] o principados independientes entre sí.[3] Hasta la muerte de Malik Shah (1092), el conglomerado se mantuvo unido, pero después comenzaron las guerras intestinas. ![]() Representación de la batalla de Manzikert El Imperio selyúcida […] comprendía una dispar confederación de ciudades-estado, a menudo controladas por comandantes militares turcos (atabeg) y por mercenarios de condición servil (mamluk o mamelucos), que rendían vasallaje a uno u otro de los príncipes selyúcidas rivales. Toda la región se caracterizaba por su diversidad étnica y por la diferencia entre gobernantes y gobernados. En ciertas zonas de Siria, inmigrantes sunitas de origen turco gobernaban sobre una población nativa chiita o imponían su protección a los dinastas árabes locales. El califato de los fatimíes de Egipto, de confesión chií, a menudo en manos de visires no árabes, turcos, armenios o kurdos, gobernaba sobre una población mayoritariamente sunita. Semejante complejidad sólo podía ser garantía de una volatilidad política continuada que ofrecía muchísimas oportunidades a los ambiciosos, los despiadados, los astutos y los afortunados (Tyerman, 2005: 96). En el siglo XII se dio una cierta unidad gracias a las acciones de los caudillos militares turcos Zangi Imad al-Din, señor de Alepo y Mosul (muerto en 1146), su hijo Nur al-Din[4] y Saladino. Este último, además, se convirtió en sultán de Egipto, y gracias a su control sobre Damasco, Alepo y Mosul tuvo la oportunidad de lanzarse contra los francos en la campaña ofensiva de 1187-1188. A pesar de los conflictos internos –casi siempre resueltos a través del derramamiento de sangre musulmana–, estos caudillos sostuvieron políticas que pugnaban por un movimiento de renovación religiosa de la fe islámica y por la yihad contra el infiel (ya fuera el cristiano o el disidente musulmán). ▼ El interregno del reino de Jerusalén
Tras la Segunda Cruzada,[5] los musulmanes tomaron la delantera. Nur al-Din unificó Siria bajo su mando, y uno de sus generales, el mercenario kurdo Shirkuh, conquistó Egipto (1168). Después, Saladino, que era sobrino de este general, se convirtió en el dirigente indiscutido de un gran ejército sirio-egipcio, lo cual le permitió emprender la guerra de reconquista contra los estados que los cristianos habían fundado en Medio Oriente (llamados en conjunto “reinos de ultramar”). El reino de Jerusalén fue poco a poco rodeado por los yihadistas; y a su debilitamiento irreversible contribuyeron tanto su propia inestabilidad política como la falta de financiamiento por parte de las potencias europeas. Cuando el Egipto fatimita y la Siria sunita se unieron bajo el férreo mando unificado de Saladino, el poderío del reino cruzado de Jerusalén se acercaba a su fin. Todavía a fines de 1177, el joven rey Balduino IV (que padecía lepra) le propinó una dura derrota a Saladino en las quebradas al pie de la fortaleza de Montgisard; pero esto no fue decisivo, como tampoco lo era el que los cristianos mantuvieran en sus manos los puertos y fortalezas de la costa, pues los ejércitos nativos podían sortear ese obstáculo movilizándose al sur del mar Rojo y por la península del Sinaí, cerrando así el gran cerco estratégico sobre los reinos de los cruzados. Los pasos para completar el cerco fueron: toma de Damasco (1154) y unificación de Siria bajo la égida de Nur al-Din; aceptación en Egipto del bando sunita liderado por Saladino y su tío Shirkuh (iniciada en 1164); nombramiento de Saladino como visir del califato fatimí y eliminación de la guardia sudanesa del califa cismático (1169); muerte del califa de El Cairo (1171); muerte de Nur al-Din (1174) y ascenso al poder y el comando militar único de Saladino (un proceso de unos doce años). ![]() Sello de Reinaldo Originario del valle del río Loira, Francia, llegó joven al Medio Oriente con las tropas francas de la Segunda Cruzada; como era hijo segundo y no esperaba heredar, se quedó en Tierra Santa. Era buen soldado y luchó como encargado de las fronteras del norte, en Siria, pero era fanático, feroz, brutal y estaba ávido de riqueza. Casado con la heredera del trono de Antioquía, se convirtió en el gobernante de facto de esa zona, por lo que estableció nexos cercanos con los templarios. Fue capturado por los musulmanes y pasó 16 años cautivo en la fortaleza de Alepo. Una vez libre (1175), se volvió a casar, esta vez con la heredera del poderoso castillo de Kerak de Moab, que dominaba la ruta de peregrinación entre Damasco y La Meca. Desde ahí lanzó incursiones animadas por la venganza y motivadas por la codicia, ya que se hacían con la única finalidad de robar a los peregrinos y pedir rescate por aquellos que eran de familias ricas (se dice que condujo una expedición pirata hasta las cercanías de La Meca, donde hundió un barco lleno de pacíficos peregrinos). Sibila, era hermana de Balduino IV, el rey con lepra de Jerusalén. Al morir su hijo a los nueve años, se convirtió en reina entre 1186 y 1190. Su esposo Guy fue rey consorte en ese mismo periodo. Tras la derrota de Hattin y la muerte de Sibila, gobernó en solitario y muy nominalmente (ya que un tiempo estuvo preso y los francos sólo dominaban entonces algunos puntos de la franja costera); fue derrocado en 1192. Parece que era un hombre guapo, pero sin capacidades políticas ni militares. Algunos estudios lo señalan como marioneta de Chatillon y los templarios (al menos, es claro que se “lavó las manos” ante las peticiones de Saladino de refrenar a su supuesto subordinado). ![]() El rey cristiano de Jerusalén, Balduino IV, murió de lepra sin tener hijos. En sus últimos momentos, decidió que el pequeño hijo de su hermana Sibila fuera el heredero al trono; pero ese niño, de cinco años (Balduino V), murió pocos meses después, así que la corona pasó a manos de Guy de Lusignan, quien era el segundo esposo de Sibila, la madre y hermana de los fallecidos Balduinos. Tal elección no fue bien aceptada por todos en ultramar, especialmente por Raimundo III de Trípoli, quien deseaba el trono para sí[6] pero la balanza se inclinó a favor de Guy porque lo respaldaron dos hombres muy poderosos: Reinaldo de Chatillon (que esperaba controlar fácilmente a Guy) y Gerardo de Ridefort, maestre de la Orden del Temple (que era enemigo mortal del conde de Trípoli). A principios de 1186, Reinaldo violó los pactos establecidos al atacar a una caravana pacífica que llevaba a peregrinos hacia La Meca. Además de masacrar a la guardia, Reinaldo se llevó presos a los peregrinos, entre los que se encontraba una hermana de Saladino. El señor de Kerak de Moab (así le llamaban a Reinaldo) exigió un rescate exorbitante por sus cautivos y no cedió ante las peticiones del rey Guy para llegar a un mejor arreglo. Encolerizado por la detención de su hermana, Saladino invocó la lucha contra los infieles que rompían la tregua. Su llamado a la yihad encontró eco desde el Tigris hasta el Nilo. A fines de junio de 1187, su ejército reunía varios miles de hombres, entre los cuales, 12 mil iban protegidos por sendas cotas de malla para oponerse a los acorazados caballeros cristianos. Las tropas reclutadas por Reinaldo, los templarios y el rey Guy no eran tan numerosas, quizás alcanzaban la cifra de unos veinte mil efectivos, contando a mercenarios cristianos y musulmanes, pero sus caballeros con armadura no rebasaban los 1500; aunque, como supuesta gran ventaja, los cristianos combatirían al amparo de la Vera Cruz que llevaban consigo. ▼ La batalla de Hattin
En los alrededores del gran lago llamado mar de Galilea, por el lado de Tiberíades, se extiende una pradera no muy empinada en su ascensión hacia terrenos elevados. En cierto momento, conforme se avanza hacia el oeste, brotan dos montecillos de roca volcánica que se recortan en el horizonte formando una cima doble, son los llamados Cuernos de Hattin. El jueves 2 de julio de 1187, bajo el ardiente cielo sirio, más ardiente que de costumbre (porque todos dejan constancia del vaho de horno que en esos días llegó del desierto, procedente del Este y que cubrió a Galilea), el innumerable ejército de Saladino alzaba sus tiendas alrededor de las sagradas aguas de Galilea, cuyo lago yace en una depresión de la montaña, mucho más abajo que el nivel del mar (Belloc, 1945: 362). Poco antes, el ejército de Saladino había puesto sitio al castillo de Tiberíades, donde se había atrincherado la condesa Eschiva, esposa de Raimundo III, el gobernante de Galilea cuya lealtad ponían en duda los otros príncipes cristianos. Tras dejar allí un destacamento, los contingentes islámicos se habían movilizado para ocupar las laderas contiguas a varios pueblos de reminiscencias bíblicas: Cafarnaúm, Magdala, Nazaret. Su misión era vigilar al ejército cruzado de relevo desde las colinas que se elevan a poco más de seiscientos metros por encima del lago. Los cruzados celebraron consejo en el manantial de Saffuriya (que era una posición defensiva ideal), a unos treinta kilómetros del lago, es decir, cerca de un día de marcha. Ahí, unos, liderados por Chatillon, pugnaban por lanzarse directamente sobre Tiberíades y romper el sitio desbaratando con sus cargas de caballería al ejército islámico; otros, liderados por Raimundo de Trípoli, proponían mantener su fuerte posición en Saffuriya o dar marcha atrás hacia el mar y la seguridad de los castillos de la costa. Pese a que Tiberíades era parte de su reino y allí estaba su familia, Raimundo aseguró que prefería perderla a que cayeran todas las otras posesiones cristianas en Tierra Santa, pero no logró convencer a sus compañeros; en cambio, el bloque encabezado por Chatillon y Ridefort influyó de manera determinante en la decisión del rey Guy. ![]() Cuernos de Hattin El viernes 3 de julio de 1187, la columna de los cruzados marchó rumbo a Tiberíades, hostigada durante todo el día por los escaramuzadores musulmanes y por las insoportables sensaciones de sed y calor. Ridefort, que mandaba la retaguardia con los templarios, solicitó al rey Guy que se detuviera a esperarlos para que la columna no se rompiera y ellos quedaran aislados. Así que, exhaustos y sin una gota de agua, a tan sólo unos kilómetros del lago y avistándolo desde las alturas de Hattin, los cruzados tuvieron que parar para pasar la noche al pie de los Cuernos de Hattin. Allí, en medio de las dos elevaciones, se levantó la tienda roja del rey Guy. Al amanecer del sábado 4, se ordenó marchar hacia el lago, pero entonces resultó evidente que las tropas de Saladino los habían rodeado y que, si querían beber agua, no habría más remedio que combatir en descampado tratando de romper la trampa en la que habían caído. La lucha se desató al subir el sol, con centenares de flechas cayendo sobre la tropa acampada. Los musulmanes prendieron entonces fuego a los pastizales aprovechando el viento que soplaba del este. El humo y el calor del fuego, aunados a los rayos del sol y los misiles enemigos, hicieron estragos en las filas de los cristianos. Como último recurso, los caballeros cristianos decidieron hacer una carga para romper el cerco, pero la caballería islámica los detuvo con el apoyo de su infantería. … los frany,[7] completamente rodeados, aturdidos por la sed, intentan desesperadamente bajar la colina y alcanzar el lago. Los infantes, que han sufrido más que los jinetes con la agotadora caminata de la víspera, corren a ciegas, llevando sus hachas y mazas como quien lleva una carga, y van a estrellarse, oleada tras oleada, contra un resistente muro de sables y lanzas. Los supervivientes se ven rechazados en desorden hacia la colina, donde se mezclan con los caballeros que ya están convencidos de la derrota, Ninguna línea de defensa puede aguantar […] Raimundo, a la cabeza de un puñado de sus allegados, intenta abrirse paso a través de las líneas musulmanas. Los lugartenientes de Saladino, que le han reconocido, le dejan escapar. Seguirá cabalgando hasta Tiro[8] (Maalouf, 2003: 268). ![]() Reunidos en torno a la tienda del rey, los últimos y reducidos grupos de cristianos –entre ellos unos 150 caballeros– opusieron una tenaz resistencia en lucha cuerpo a cuerpo. Cuando la tienda roja –que albergaba la sagrada reliquia de la Vera Cruz– cayó bajo el embate musulmán, la resistencia cesó y los cristianos sobrevivientes se rindieron, entre ellos el rey, Reinaldo y el maestre templario. Casi todos los prisioneros de origen noble fueron bien tratados; de hecho, se cuenta la anécdota de que Saladino ofreció agua fría al rey de Jerusalén y calmó sus temores diciéndole que “los reyes no matan reyes”. Pero hubo excepciones, la primera fue que, en castigo por sus crímenes, Reinaldo de Chatillon fue ejecutado –se dice que el propio Saladino lo mató con su espada–, y la misma suerte corrieron los templarios y hospitalarios, porque eran vistos como fanáticos religiosos por los musulmanes. Pero al rey y a otros se les perdonó la vida, se exigió rescate por los nobles y se destinó a la esclavitud a quienes no lo pudiesen pagar.[9] ![]() La Vera Cruz desapareció, posiblemente despedazada (se dice que algunos de sus fragmentos fueron arrastrados por las calles de Tiberíades).[10] Una a una, las ciudades y puntos fuertes de los cristianos –excepto Tiro– pasaron al dominio de Saladino. La propia Jerusalén, que en principio había proyectado combatir, capituló ante el sultán tras doce días de vana y débil resistencia (2 de octubre 1187). Sin embargo, Saladino no ordenó una matanza, aunque sí cobró tributos; gracias a su carácter generoso brilló la sensatez donde casi un siglo atrás la sangre inundara sus calles cuando los cristianos de la Primera Cruzada tomaron Jerusalén.[11] Hattin fue el fin. Después de Hattin hubo expediciones de diversa importancia, generación tras generación, durante siglos, y aún les correspondió el nombre de “Cruzada” mientras se relacionaron, directa o indirectamente, con ataques contra el dominio mahometano de las costas del Mediterráneo. Pero no fueron lo que habían sido las expediciones del siglo XII, entre 1095 y 1187, porque Jerusalén estaba perdida. Sin Jerusalén, sin el Santo Sepulcro, había cambiado el significado de la lucha […] La lucha contra los mahometanos no cesó, sino que se acercó a Constantinopla y a las islas, recorrió los Balcanes, abarcó la llanura de Hungría y amenazó por último a Viena. Pero el nombre de “Cruzada” se desvaneció, y, con él, el espíritu que la animara (Belloc, 1945: 375-76). ▼ Conclusión
El doble tema del juicio sobre la violencia del pasado y la fascinación por sus causas ha asegurado la supervivencia de las Cruzadas como algo más que un asunto estrictamente del interés de los historiadores […] La justificación de la guerra y el asesinato por una causa noble siempre encuentra formas modernas de manifestación. Las Cruzadas suponen un fenómeno tan dramático y extremo en sus aspiraciones y en su ejecución y, sin embargo, tan contrario a las sensibilidades modernas, que resulta imposible que dejen de conmovernos como relato y como expresión de una sociedad remota en el tiempo y en sus comportamientos, pero al mismo tiempo, al parecer, fácilmente reconocible en muchos aspectos. Extendidas a lo largo de quinientos años y de tres continentes, las Cruzadas probablemente no hayan definido la Europa cristiana medieval, aunque representan un elemento increíblemente extraordinario que continúa conservando el poder de entusiasmar, repugnar e inquietar. Siguen siendo uno de los grandes temas de la historia de Europa (Tyerman, 2005: 9). Los cruzados demuestran un gran entusiasmo por la violencia y una gran obsesión con la vida más allá de la muerte que promete la religión. Tyerman sostiene que, a pesar de que las Cruzadas son uno de los aspectos de la historia del medievo que gozan de un gran reconocimiento en la época moderna, hay muchas distorsiones, y lo que se considera su conocimiento está plagado de errores y falsedades. ![]() Cruzado Un ejemplo descollante de las mitificaciones en torno a las Cruzadas es la descripción de los caballeros templarios como una siniestra sociedad secreta, que en algunas ocasiones se presenta como depositaria de antiguos misterios y en otras como precursora de la francmasonería. Sobre los templarios se han tejido leyendas que han terminado por ser aprovechadas por un sinfín de productos, básicamente literarios y cinematográficos, que explotan la credulidad y el gusto por la irrealidad de un público incauto.[12] Otro ejemplo sería el del propio nombre con el que se conoce a esas guerras. La palabra cruzada no se usó en las fuentes de las primeras épocas de su desarrollo,[13] pero poco más de un siglo después, el vocablo se comenzó a utilizar entre autores que escribían en las lenguas vernáculas de Europa occidental (posiblemente primero en las romances). Tras pasar al inglés, el significado de “buena causa por la que se lucha con mucho empeño” fue resaltado cada vez más; así, en el siglo XVIII, el presidente estadounidense Thomas Jefferson hablaba ya de una crusade por la educación y contra la ignorancia; en el XX, el general Eisenhower y otros se refirieron a la guerra contra la Alemania nazi como una cruzada por el bien de la humanidad. La palabra se ha cosificado abarcando un sinnúmero de referentes. El significado y los significantes del simbólico caballero poderoso con la cruz en su túnica, yelmo, cota de malla y espada, animado por su fervor religioso y que combate sin cuartel al enemigo, permanece prácticamente indeleble en la iconografía de nuestros tiempos; a veces, incluso transfiere sus referentes simbólicos al otro bando, como demuestra la escultura en honor de Saladino que mandó erigir en 1992 el presidente sirio Hafez al-Assad, o se perpetúa como tema subyacente de actos políticos: recordemos, por ejemplo, que el papa Juan Pablo II pidió disculpas a musulmanes, cristianos ortodoxos y judíos por los excesos cometidos en su contra por los cruzados. La fascinación por el personaje del cruzado ha inspirado muchas obras artísticas y/o de entretenimiento, no sólo literarias (como Ivanhoe, 1819, y El Talismán, 1825, de Walter Scott),[14] sino de pinturas como aquellas con las que Delacroix y otros decoraron la sala de los Cruzados en el palacio de Versalles (1830-1848) o la enigmática figura de un cruzado pintada por Paul Klee; también la composición musical de Franz Schubert sobre el poema de Karl Gottfried La Cruzada; o hasta los innumerables filmes sobre el tema que tienen muestras destacadas en El Cid de Anthony Man (1961, con asesoría de Ramón Menéndez Pidal) o Kingdom of Heaven de Ridley Scott (2005); y no hablemos de series de televisión y literatura fantástica. Además, es indudable que han sido profusa y prolíficamente abordadas en muchas obras históricas y de divulgación histórica (una de las más destacadas es Histoire des croisades de Joseph-François Michaud, con sucesivas ediciones desde 1812, entre las que sobresalen las ilustradas por Gustave Doré).[15] ![]() Caballeros cruzados luchando contra los sarracenos, miniatura medieval Así, gran parte del conocimiento popular de la historia de las Cruzadas es producto de un vaivén entre difusión de la erudición académica, lecturas literarias y visiones fílmicas aunadas al manejo político actual de ese concepto espurio de cruzada. Porque lo que los historiadores han denominado “cruzadas” abarcan muchas operaciones militares ocurridas entre 1095 (llamado a la Primera Cruzada) y fines del siglo XVI (batalla de Lepanto), su clasificación es complicada: algunas van acompañadas por un numeral, todas ellas dirigidas contra enemigos en el Mediterráneo oriental y/o en Medio Oriente y con el supuesto objetivo de “liberar” Tierra Santa. En general, estas cruzadas numeradas constituyeron ofensivas en gran escala de tropas de varios países cristianos contra los musulmanes; pero otras derivan su nombre del escenario donde tuvieron lugar, del tipo de personajes que participaron en ella o aun de sus motivaciones. Así, por ejemplo, tenemos: la cruzada de los albigenses (1209-1244), en contra de esos divergentes sociorreligiosos considerados como herejes por el papado; las cruzadas bálticas contra las tribus paganas del noreste europeo que se iniciaron a mediados del siglo XII y continuaron por casi dos siglos: o las cruzadas de los pobres (1096), de los niños (1212) y los pastores (1320) porque estuvieron esencialmente compuestas por esos personajes. Muchas otras campañas se quedaron sin número o sin mote apelativo porque no fueron lo bastante grandes. Las numeradas varían, según los criterios de cada historiador, de cinco a ocho. Se deben considerar, además, dos cosas muy importantes: una es que la Cuarta Cruzada (1198-1204) terminó en la ocupación y el saqueo de Constantinopla, la capital del Imperio romano de Oriente, lo que desvirtuó totalmente el supuesto fundamental de la cruzada como una lucha contra los no creyentes en Cristo. La otra es que, en los inicios de varias cruzadas, especialmente en las dos primeras, ocurrieron en suelo europeo una serie de atrocidades contra poblaciones judías que estaban integradas pacíficamente en varios de los Estados de donde salieron los cruzados; el pretexto para estos cobardes ataques fue que los judíos habían crucificado a Jesús y por lo tanto eran enemigos de los cristianos y del papa. De esa manera, los fieles de otra religión no islámica también fueron atacados.[16] En contraposición, la yihad (lucha) de los musulmanes era una obligación de todos los creyentes del islam que se manifestaba bajo dos formas esenciales: al-yihad-al-akbar o lucha individual para alcanzar la pureza de espíritu, y al-yihad-al-asghar, la lucha militar contra los infieles. En los territorios musulmanes, Dar al-islam (Casa del islam), existía una tolerancia religiosa para los “pueblos del libro”, cristianos y judíos, quienes podían ejercer su religión a cambio del pago de un impuesto especial; en cambio, en Dar al-harb (Casa de la guerra), es decir, los territorios fuera del dominio islámico, el ataque contra los no creyentes estaba justificado si éstos no se convertían o se sometían. Por eso en las zonas fronterizas aparecieron grupos de ghazi o adalides mujahidin –en muchas ocasiones miembros de tribus recién conversas, como los turcos selyúcidas– que abrazaban la guerra santa como su deber principal. Es probable que el exacerbamiento de la yihad militar por parte de los musulmanes bajo el mando de los caudillos zengíes y ayubíes del siglo XII respondiera a la situación de frontera originada con la creación de los reinos cristianos de ultramar. Podemos concluir este artículo con el ominoso señalamiento que hace el autor al que nos hemos referido varias veces aquí: “…las Cruzadas ya no se limitan a rondar la memoria cual fantasmas, sino que se pasean por las calles de la política internacional del siglo XXI, especialmente en Oriente Próximo… [esa reaparición] es siniestra e intelectualmente artificial” (Tyerman, 2005: 200-202). ♦ ▼ Referencias
BELLOC, H. (1945). Las Cruzadas. Buenos Aires: Emecé Editores. MAALOUF, A. (2003). Las cruzadas vistas por los árabes. Madrid: Alianza Editorial. TYERMAN, C. (2005). Las Cruzadas. Realidad y mito. Barcelona: Crítica. ZABOROV, M. (1988). Historia de las cruzadas. Madrid: Ediciones Akal. NOTAS* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió la serie El fluir de la historia.
▼ Créditos fotográficos
- Imagen inicial: es.vectorhq.com - Foto 1: - Foto 2: - Foto 3: - Foto 4: - Foto 5: - Foto 6: biblicalgeographic.com - Foto 7: Correo del Maestro a partir de Gaut Vel Hartman, S. (2005). Las Cruzadas. 200 años de guerra por la fe. Barcelona: Círculo Latino Editorial. - Foto 8: Correo del Maestro a partir de Belloc, H. (1945). Las cruzadas. Buenos Aires: Emecé Editores. - Foto 9: the-toast.net - Foto 10: www.medievalhistories.com |