En la librería: SUS PRIMEROS LIBROS I Gerardo de la Cruz[*] ![]() Los primeros libros que leemos ocupan un lugar de honor en la memoria por el gran logro personal que representan; el niño vuelve a ellos una y otra vez con renovado entusiasmo, sin hartarse, para asombro de los padres; a veces son literarios, otras no, pero todos son de importancia mayúscula, y algunos lectores precoces llegarán, entre los seis y ocho años, al título que los marque tarde que temprano. La literatura infantil dirigida a esta etapa va aparejada no sólo con la madurez intelectual y emocional del lector potencial, sino con las metas que las instituciones educativas establecen en sus planes de estudio en relación con el progreso en la lectoescritura; es decir, el primer acercamiento a la comprensión y análisis de lo leído suele proporcionarlo la escuela. Pero ¿bastan estos textos para sembrar en los primeros lectores el hábito de la lectura? ¿Qué sería deseable esperar de estos textos? Y atendiendo a la actual realidad del niño, ¿existen libros capaces de competir con las aplicaciones de los dispositivos móviles?
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c Aprender a leer
Superada la etapa preescolar y el primer contacto con esas páginas llenas de dibujos, se comienza a establecer una relación diferente con el libro en función del progreso en la lectoescritura y el grado de independencia que demuestra el niño. A los seis años, edad en que se estaría cursando preprimaria o primero, el niño ya debe reconocer plenamente los signos lingüísticos, aunque no sepa escribirlos o le causen confusión. Lo importante es que entiende, en principio, que una cosa, una imagen, incluso una idea, puede representarse con letras, que ese conjunto ordenado de letras conforma una palabra, y que las palabras se van eslabonando para tejer frases, párrafos, páginas con historias extraordinarias; los signos que invadían los dibujos cobran ahora un papel protagónico. Es entonces cuando el libro se transforma y adquiere nuevas dimensiones y el niño se vincula con éste; pero es y no es el libro únicamente, sino la historia que cuenta, lo que expresan las ilustraciones, la mancuerna existente entre la imagen y la palabra, las emociones que toca y los sentimientos que le provocan y, sobre todo, cómo vive esta otra realidad literaria y cómo enriquece y amplía las fronteras de su propio mundo. El libro se convierte en un material irremplazable que alimenta la imaginación y, eventualmente, en un objeto que lo acompañará buena parte de su vida, si no es que toda. Y en un escenario optimista, comienza, pues, la magia de la literatura… A veces, los familiares de los niños pierden de vista que apenas se están iniciando en ese largo proceso del conocimiento de las estructuras complejas del lenguaje, enriqueciendo su vocabulario, tratando de adentrarse en los sinuosos terrenos de las letras y domarlas, y les proponen lecturas que exigen más de la cuenta o, por el contrario, tienen demasiada conciencia de este proceso y, en una suerte de sobreprotección, les acercan textos complacientes, inocuos para el niño. Es necesario encontrar un equilibrio; por eso la inquietud que anima esta serie de artículos (“¿qué me recomiendas para un niño o una niña de tantos años?”) sigue respondiéndose de la misma manera: hay que dejar que el niño explore libremente ese mar de posibilidades que ofrece la biblioteca escolar, la de casa, la librería, y ancle su curiosidad donde su propia sensibilidad le indique, porque la oferta y las opciones, si antes abundaban, ahora serán muy, muy vastas. Sólo hay que presentárselas, darles un empujoncito, porque en la mayoría de los casos, nuestros pequeños lectores no van a ir a ellas por su propio pie.
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c Leer para entenderse
Aunque suene a lugar común, decir que los niños están “más que nunca” expuestos a estímulos cuyos efectos a largo plazo aún se desconocen, estoy seguro que describe de forma realista la situación actual. Me refiero a los dispositivos móviles. Los efectos de la televisión –con la cual todos hemos convivido– y los videojuegos –a los que un sector de la población ha tenido acceso– ya han sido estudiados, medidos y probados; los efectos de la sobrexposición a la pantalla del celular o la tableta aún se encuentran bajo observación. Los dispositivos móviles, aunados a la hiperconectividad, permiten llevar a donde vayamos ese ya no tan nuevo mercado de los videos infantiles de YouTube, que ha sabido explotar ampliamente los intereses de los niños y las necesidades de los padres, o las aplicaciones con juegos de toda índole, las cuales posiblemente les brinden a los adultos un respiro en el cuidado de los hijos, o la oportunidad de poder concluir algún pendiente de trabajo al tenerlos ocupados (subrayo el término) viendo el celular o jugando, como antes se les ponía frente a la tele, con la diferencia de que ahora pueden hacerlo en cualquier espacio: en el restaurante, en el transporte público, en el parque, en las reuniones familiares. Las obras que se les presenten a estos jóvenes lectores, idealmente, tendrían que representar una opción espontánea de esparcimiento para el niño, pero más que nada, deberían brindarle lo que una aplicación no puede: la posibilidad de crecer, de entenderse, de madurar. Este diagnóstico, somero y parcial, de la realidad infantil hoy en ciertos sectores, no implica que los títulos destinados a los niños tengan que ser entretenidos al estilo de Patrulla de cachorros o Héroes en pijamas, y sería aconsejable no pensar de manera restrictiva en las temáticas que aborden. Contra la idea generalizada que sugiere acudir a argumentos sencillos y agradables, que hagan reír a los niños –retórica alimentada por el mercado de los libros infantiles de fácil consumo–, la historia de la literatura ha demostrado que los textos que atrapan a los niños empatan perfectamente con los de los adultos. El lenguaje, los códigos, su exposición, el discurso y el vocabulario se adaptan, obviamente, para los primeros lectores: cambia la forma, mas no el fondo. Una historia que divierte es sólo eso, un divertimento; en cambio, un poema, una obra de teatro, un cuento, una novela que pretende transformar al lector, sin importar la edad, puede convertirse en un acontecimiento vital. Esto, desde luego, no debe llevarnos a pensar que los libros prescindan de un sentido lúdico, al contrario, tal vez sea la característica esencial de los títulos recomendables en estas edades: obras que suman al juego la comprensión de la aventura de la vida, de crecer.
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c Dos colecciones
Alrededor de los seis o siete años, el acompañamiento aún es requerido; a los ocho, el adulto comienza a estorbar, pero es el mismo niño quien determinará, conforme avance en la adquisición de habilidades y en sus logros hacia la independencia, qué tanto apoyo necesita para abordar una lectura. Los álbumes ilustrados siguen siendo una buena elección, en tanto sus textos representen un reto mayor que, por ejemplo, el visto en la colección Cuéntamelo Otra Vez, tanto en la solución gráfica como en el desarrollo de las historias, aunque habrá lectores precoces que sientan mayor atracción por los libros donde la imagen acompaña al texto. En esta etapa, el material del que estén hechos ya no es tan importante, el daño que pueden sufrir por maltrato suele ser accidental; como sea, un libro ilustrado que no ha sido intervenido por un niño tal vez deba cuestionarse su existencia. Dentro de la amplia oferta disponible en librerías, que abordaremos en las próximas entregas, quizá haya dos colecciones con un catálogo robusto que cubren estas expectativas. La primera, A la Orilla del Viento, del Fondo de Cultura Económica, colección que cumple treinta años de haber sido diseñada por el editor y promotor de la lectura Daniel Goldin, con dos objetivos específicos: atender al público joven y traer a México la obra de autores considerados referentes de la literatura infantil y juvenil contemporánea. Su catálogo cuenta con títulos emblemáticos para iniciarse en la lectura, como los de Satoshi Kitamura y Oliver Jeffers; clásicos mexicanos como El pozo de los ratones, de Pascuala Corona, que cuenta con una versión al náhuatl, ilustrada por Daniel Álvarez, y long sellers como el libro-álbum La peor señora del mundo, de Francisco Hinojosa, ilustrado por Rafael Barajas El Fisgón, o Las golosinas secretas de Juan Villoro, ilustrado por Mauricio Gómez Morin. ![]() El catálogo del Fondo de Cultura Económica no está seleccionado, de origen, en función de los contenidos escolares, a diferencia de la icónica colección El Barco de Vapor, de Ediciones SM, diseñada para complementarse con los planes de estudio. Creada en España a finales de los años 1970, El Barco de Vapor concibe la literatura como parte medular de la educación cultural que se imparte en el sistema escolar; los contenidos literarios solían determinarse por su función pedagógica, y por su origen como empresa editorial católica, ponían énfasis en los valores humanos. Tal como la editorial declara en su sitio web, la historia moderna de la literatura infantil y juvenil en los países de habla hispana está ligada a El Barco de Vapor y a sus diferentes series etiquetadas por colores según la edad y las capacidades lectoras de los niños. La propuesta editorial, inicialmente, se caracterizaba incluso por el tono ligero de sus ilustraciones, que con el tiempo fueron diversificándose y corriendo más riesgos. En 1995, Ediciones SM creó una filial en México y, al amparo de este sello, han crecido varias generaciones de lectores y escritores de literatura infantil y juvenil: Mónica Brozon, Ana Romero, Juan Carlos Quezadas, Jaime Alfonso Sandoval, Toño y Javier Malpica, y se han afiliado autores de mayor trayectoria, como Alejandro Sandoval, David Martín del Campo, María Baranda o Norma Muñoz Ledo. Sumados a nombres como los de Joan Manuel Gisbert, Jordi Sierra i Fabra o Cornelia Funke, en El Barco de Vapor bien se puede navegar hacia ese primer libro que el niño leerá y releerá sin cansancio. ♦ ![]() Notas * Escritor.
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c Créditos fotográficos
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