El juicio de Trotsky EN MÉXICO


Luego de una travesía de 21 días por el océano Atlántico, el buque petrolero Ruth, de bandera noruega, ancló en el puerto de Tampico en la mañana del 9 de enero de 1937. Además de su tripulación, el navío transportaba a dos únicos pasajeros y una guardia policiaca que los custodiaba. León Trotsky y su esposa, Natalia Sedova, eran esos pasajeros. Una lancha venida de tierra se aparejó al Ruth y desde ella subieron a bordo del buque unos cuantos funcionarios del gobierno mexicano, entre ellos un general de apellido Beltrán, cuya misión era transmitir a la pareja el mensaje de bienvenida que les enviaba el presidente de México, el general Lázaro Cárdenas, y llevarlos a tierra firme.



El juicio de Trotsky EN México

Liberados de la custodia noruega, León y Natalia tuvieron la grata sorpresa de que en el muelle los recibieran George Novack y Max Shachtman, dos estadounidenses simpatizantes de la causa de Trotsky; y también estaba allí Frida Kahlo, en representación de su esposo Diego Rivera, que no había asistido a la recepción por estar enfermo. Pocas horas después de haber pisado suelo mexicano, León y Natalia, con sus acompañantes, algunos periodistas y una escolta armada subieron a los vagones del tren Hidalgo, que el general Cárdenas había enviado para llevar a los recién llegados a la Ciudad de México. Natalia Sedova calificó así la recepción: “…todos ellos amigos, afectuosos, espontáneos, felices de acogernos […] Respirábamos libremente”. Por su parte, Trotsky escribió al respecto: “Salimos de una atmósfera repugnantemente arbitraria y de fatigosas incertidumbres, encontramos en todos lados atención y hospitalidad” (apud Serge, 1971: 145-146).


León Trotsky y su esposa Natalia Sedova son bienvenidos al puerto de Tampico, por Frida Kahlo y el estadounidense trotskista Max Shachtman, 1937



Culminaba así un periodo de nueve años en los que Trotsky padeció las difíciles vicisitudes del exilio político. Tras su expulsión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1929, había residido en Turquía, Francia y Noruega, siempre limitado en su libre tránsito, y en este último país, bajo franco arresto.[1] Sin embargo, el México de la revolución cardenista le ofrecía un tipo de asilo diferente; por cierto uno no exento de peligros (tan no lo estaba que Trotsky sería asesinado en nuestro país), pero sí uno que reconocía el derecho a la disidencia al considerarlo un principio fundamental de la institucionalidad democrática.

Una vez en la capital mexicana, Trotsky y su esposa fueron hospedados en la “Casa Azul” de Coyoacán, hogar de Diego Rivera y Frida Kahlo; allí tuvieron apenas unos pocos días de paz admirando la colección de piezas prehispánicas o fascinándose en el jardín con plantas que nunca habían visto (él se convirtió en un asiduo coleccionista de cactus mexicanos), pues muy pronto llegó la noticia de que en el lejano Moscú se llevaba a cabo un segundo proceso judicial contra importantes dirigentes bolcheviques con los que Trotsky había compartido papeles prominentes en la conducción de la revolución socialista que había transformado al mundo desde 1917. Tanto en este segundo juicio, como en el primero, celebrado poco antes, en agosto de 1936, se había acusado a Trotsky como principal instigador de nefastos crímenes cometidos contra el gobierno y el pueblo soviéticos. Como el permiso de residencia otorgado por el presidente Cárdenas a Trotsky no le imponía límites de tiempo o espacio, ya que lo consideraba “huésped del gobierno”, y tan sólo condicionaba su estancia a que no interviniera en los asuntos políticos internos del país que lo albergaba (y los procesos de Moscú no eran un asunto de política interna mexicana), él tuvo la oportunidad de ofrecer una respuesta a las acusaciones que se le imputaban.

Trotsky basó entonces esa respuesta en dos factores estratégicos: uno fue apelar a la posibilidad de que la prensa –en ese tiempo el medio de comunicación más usado– fuera lo más honesta e imparcial posible; el otro, que el derecho y la razón se ejercieran en un mundo ofuscado por el totalitarismo y el miedo a la guerra, para lo cual se convocaría a algunas de las mentes más brillantes de aquel tiempo para emitir su opinión ante el mundo. De acuerdo con esta estrategia, se formó un comité de investigación cuyos procedimientos buscaban dilucidar la verdad en torno a las acusaciones de que eran objeto Trotsky y sus reales y supuestos seguidores. Una parte importante de este contraproceso tuvo lugar en México. Pero antes de entrar en los pormenores de las actividades de la llamada Comisión Dewey, nos servirá recordar algo acerca de Trotsky y del contexto histórico que condujo a que ese singular juicio extraterritorial se efectuara en nuestro país.

Trotsky

Lev Davidovich Bronstein (nacido en Yanovka, Ucrania, el 7 de noviembre de 1879) es recordado con el seudónimo de Trotsky, que adoptó –se dice– imitando el apellido de uno de sus carceleros en la Rusia zarista, o quizá más probablemente porque en alemán –lengua que Lev, o León, como aquí lo llamaremos, conocía bien–, la palabra trotz significa ‘obstinación’, ‘resistencia’. Se enfrascó en la lucha revolucionaria desde su temprana juventud, y cuando tenía 28 años de edad fue presidente del sóviet de San Petersburgo durante la abortada revolución de 1905 contra el despotismo zarista. Unido finalmente a los bolcheviques dirigidos por Lenin, participó de manera activa como organizador y conductor de la insurrección que, a partir del 7 de noviembre de 1917 –el mismo día que él cumplía 38 años– instauró el poder de los sóviets en Rusia y terminó por crear la URSS, el primer Estado de régimen socialista.

Fue dirigente del Comité Militar de Petrogrado al inicio del movimiento revolucionario, y, cuando éste se convirtió en gobierno, Trotsky fue primero nombrado comisario del Pueblo para Asuntos Interiores y luego comisario de Relaciones Exteriores (cargo en el que le tocó negociar el Tratado de Brest-Litovsk, mediante el cual la Rusia revolucionaria pactó la paz con Alemania, Austria y Turquía y retiró a su ejército de la Primera Guerra Mundial). En marzo de 1918, se convirtió en comisario de Guerra, encargado de la titánica tarea de organizar al Ejército Rojo y conducirlo al combate contra las fuerzas contrarrevolucionarias que, apoyadas por cuerpos expedicionarios británicos, franceses, polacos y checoslovacos, avanzaban desde varios frentes para tratar de cercar y estrangular a la revolución de los sóviets.

Trotsky frente a soldados del Ejército Rojo durante la guerra



Luego de tres años de una cruenta guerra civil, paralela a la intervención extranjera, el Ejército Rojo triunfó y la URSS, fundada en 1922, se enfrascó en la construcción del proyecto socialista que conducían los bolcheviques. Así, de 1917 a 1924, Trotsky tuvo su periodo de apogeo como el segundo dirigente de la revolución, tan sólo superado por Lenin en el Comité Central y el Politburó del ya para entonces conocido como Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Luego de la muerte de Lenin (24 de enero de 1924), Trotsky y la corriente político-ideológica que representaba terminaron por ser vencidos en la lucha por el poder que enfrentó a los antiguos dirigentes bolcheviques con la burocracia del PCUS encabezada por Jósif Dzhugashvili, alias Stalin. Luego de la derrota de los movimientos oposicionistas que Trotsky encabezó (primero en contra de Grigori Radomylski alias Zinóviev, Lev Rosenfeld alias Kámenev, y otros bolcheviques, y luego aliado con ellos), fue finalmente expulsado del PCUS y sometido a una estrecha vigilancia, aun después de su deportación de suelo soviético en 1929. Cuando llegó a México, en 1937:


[Trotsky era un] [m]ilitante revolucionario desde los 17 años, veterano de dos revoluciones, que debía, a los ojos del mundo, defenderse de haber traicionado sus convicciones, fomentado unos crímenes monstruosos y colaborado con los nazis de Rudolf Hess y con el espionaje japonés en contra de la URSS […] El viejo luchador estaba en el exilio, aislado y solo; ayer jefe de un ejército de cinco millones de hombres y hoy apenas protegido por unos jóvenes imberbes (Dugrand, 1992: 31).

El contexto

Todavía estando Trotsky en Noruega, entre el 19 y el 24 de agosto de 1936 tuvo lugar el primer proceso de Moscú; ese procedimiento judicial mencionaba a unos cincuenta acusados, pero en el juicio sólo había trece. Los reos que comparecieron ante el tribunal confesaron haber constituido, bajo las directrices y auspicios de Trotsky, un centro (supuestamente ligado a la Gestapo nazi) para realizar actos terroristas contra los dirigentes de la URSS y del PCUS, entre los que se contaba el asesinato de Sergéi Kírov, un estimado miembro del Politburó. Se admitió esa confesión a pesar de que, Zinóviev y Kámenev –dos de los principales acusados– se hallaban deportados en Siberia cuando ocurrieron los sucesos que se les imputaban, y otro –Iván Smirnov, amigo personal de Trotsky– estaba preso desde mucho tiempo antes. Además, para entonces ya habían sido ejecutadas más de 130 personas por el atentado contra Kírov. Aun así, la requisitoria final del fiscal Andrei Vishinsky[2] era estremecedora: “Exijo, camaradas jueces, que esos perros rabiosos sean fusilados del primero al último” (Deutscher, 1969: 306). Y, en efecto, lo fueron.

También Trotsky y su hijo Lev Sedov fueron tácitamente condenados a muerte. Así, de los siete miembros que componían el Buró Político bolchevique al triunfar la revolución, después de la purga de 1936 sólo sobrevivían dos: Stalin y el propio Trotsky, pues Lenin había muerto hacía años y los otros cuatro habían sido fusilados. Dieciocho miembros más del Comité Central sufrirían poco después la misma suerte y muchas otras ejecuciones se realizarían en secreto.

Tras la llegada de Trotsky a México, el segundo proceso de Moscú, del 23 al 30 de enero de 1937, empeoró las cosas. Esta vez se juzgaba a otros 17 supuestos conspiradores, siendo Karl Rádek, Yuri Piatakov, Mikhail Boguslavsky, Nikolai Muralov y Grigori Sokolnikov, los más conocidos. Este proceso fue más a fondo en el tema del sabotaje, al que se consideraba causante de la crisis en el desarrollo de la industrialización, del lamentable estado de los transportes, ¡y hasta de los accidentes ferrocarrileros![3]

Las acusaciones contra Trotsky fueron todavía más insidiosas; por ejemplo, Piatakov afirmó que se había encontrado con él en Noruega a mediados de diciembre de 1935 y que entonces le puso al tanto de sus negociaciones con Rudolf Hess, el lugarteniente de Hitler, para preparar una próxima invasión germana a la URSS. Además, según ese mismo testimonio, Trotsky encomendó a Piatakov y sus seguidores intensificar el terrorismo y el sabotaje en la URSS para allanar el camino a los nazis. Sin embargo, a poco de conocerse esta declaración, hubo varios desmentidos. Para empezar, las autoridades aeronáuticas noruegas negaron que algún avión extranjero hubiese aterrizado en el aeródromo Kjeller –mencionado por Piatakov– entre septiembre de 1935 y el 1 de mayo de 1936; Konrad Knudsen, el socialista que hospedaba a los Trotsky en el pueblo de Weksal, y otros testigos más afirmaron que Trotsky no recibió a ningún visitante extranjero en diciembre y no había estado fuera del pueblo en todo el mes. Lo mismo sucedió con otros testimonios.[4] Desde Coyoacán, Trotsky cablegrafió a Moscú un pliego interrogatorio para que el tribunal lo presentara a Piatakov, intento que desde luego no prosperó.

La Comisión Dewey

El 22 de octubre de 1936 se había creado en Nueva York el American Committee for the Defense of Leon Trotsky (ACDLT), que reunía centenares de adherentes, entre los que se encontraban prestigiados intelectuales: George Novack, James Burnham, John Dos Passos, Franz Boas, Sidney Hook, Max Eastman y otros a quienes les parecía increíble que Trotsky fuera el centro de una conspiración internacional contra la revolución socialista en la URSS y que los miembros de la vieja guardia bolchevique, casi sin excepción a no ser por los partidarios de Stalin, fueran agentes de los servicios secretos nazis, británicos o japoneses. Para tratar de encontrar la verdad, se creó una comisión investigadora, la cual estudiaría el caso de Trotsky apegándose a las normas procesales de los tribunales estadounidenses, para finalmente hacer un pronunciamiento imparcial. Fue así como Novack (que era el secretario principal del ACDLT y había estado en la recepción de Trotsky en Tampico), James P. Cannon –dirigente del Socialist Workers Party– y el filósofo Sidney Hook se encontraron con John Dewey (1859-1952) para proponerle encabezar la comisión investigadora:[5]


A sus 78 años, Dewey era reconocido como uno de los más grandes pensadores y pedagogos de su tiempo. Profesor de la Universidad de Michigan, luego en Chicago, había enseñado en la Universidad de Columbia, en Nueva York, desde 1905 hasta 1929, y ejercía una notoria influencia entre los intelectuales estadounidenses. Discípulo de Hegel, Dewey era un claro producto del movimiento liberal norteamericano, es decir, un demócrata auténtico (Dugrand, 1992: 28).[6]


A pesar de su avanzada edad, de la reticencia de su familia y de las críticas hechas por algunos sectores del liberalismo estadounidense, Dewey aceptó encabezar la comisión y el 2 de abril de 1937 abordó el tren, curiosamente llamado Sunshine Special, con destino a México. Al llegar cuatro días después a la capital mexicana, ya lo esperaba un equipo técnico que le había precedido para adelantar los trabajos de la comisión. Declinó reunirse personalmente con Trotsky antes de que comenzaran las sesiones, pero accedió a conceder algunas entrevistas a la prensa.

El grupo, que terminaría siendo conocido como Comisión Dewey, estaba formado por: Suzanne Lafollete, periodista liberal (secretaria), Carleton Beals (vocal) y Ben Stolberg (vocal), que eran escritores y especialistas en el movimiento obrero. También colaboraron el abogado John F. Finerty (abogado consejero; había sido defensor de Tom Mooney y de Sacco y Vanzetti y después lo fue de Julius y Ethel Rosemberg), Albert Goldman (abogado defensor), Herbert Solow, John McDonald, la pintora Dorothy Eisner, el novelista James T. Farrell y Otto Rühle (exdiputado socialdemócrata del Reichstag alemán). Albert Glotzer era el secretario de actas. Otras personalidades que no asistieron a las sesiones en México pero sí realizaron trabajo para la comisión plenaria del ACDLT en Nueva York fueron: Carlo Tresca (anarcosindicalista y famoso miembro de la organización sindical International Workers of the World), Wendelin Thomas (dirigente de los marinos amotinados en Alemania en 1917 y miembro del Partido Comunista de ese país) y Francisco Zamora (nicaragüense naturalizado mexicano, periodista fundador de El Universal y profesor de Economía en la UNAM, miembro del primer comité nacional de la Confederación de Trabajadores de México, la CTM). Se invitó a la embajada de la URSS en Washington[7] y a los partidos comunistas de México y Estados Unidos, así como a la CTM. Pero el embajador soviético Oleg Troyanovsky no contestó a la invitación; Vicente Lombardo Toledano, en nombre de la CTM, declinó asistir repudiando la investigación en términos ofensivos, y lo mismo hizo Hernán Laborde en nombre del Buró Político del PCM.[8]

En la mañana del sábado 10 de abril, se abrieron los trabajos de la Comisión en la Casa Azul de Coyoacán, que se hallaba protegida por la policía en prevención de algún intento de provocación por parte de agentes estalinistas. John Dewey dio inicio a los debates argumentando que la comisión partía del supuesto de que nadie puede ser condenado sin contar con la oportunidad de defenderse de las acusaciones que se le imputan. También reconoció el papel del gobierno de México que, al sostener los principios democráticos y los más básicos derechos humanos, permitía el desarrollo de la investigación. Dewey cerró su primera intervención diciendo: “He consagrado mi vida a la educación. La concibo como una obra de esclarecimiento de los espíritus perseguidos en beneficio de la sociedad. He aceptado las responsabilidades de esta presidencia por un solo motivo: de no aceptarlas hubiera negado la obra de toda mi vida” (Dugrand, 1992: 30).

Dewey también expresó que la comisión lamentaba no contar entre sus miembros con un representante mexicano. Los trabajos se llevaron a cabo en trece sesiones, efectuadas entre el 10 y el 17 de abril. En ellas hubo un promedio de 50 asistentes, que en gran parte eran periodistas o invitados. Entre estos últimos, estaban Jacobo Abrams, delegado de la Liga Cultural Israelita, y Luis Sánchez Pontón, corresponsal mexicano de la Sociedad de las Naciones. En las primeras sesiones se realizó la audición de Trotsky, quien fue asistido por el defensor Goldman, Jan Frankel, Jean van Heijenoort y la propia Natalia. Primero se le solicitó su testimonio y aportación de pruebas documentales, para luego someterlo a un contrainterrogatorio. Como un gesto de deferencia a los miembros del Comité, Trotsky habló en inglés durante la mayor parte de sus alegatos.


John Dewey (al centro) con miembros de la Comisión Dewey



La confrontación entre Trotsky y los miembros de la Comisión fue dura e incluso áspera en algunos momentos. Dewey no era un simpatizante de los bolcheviques ni de Trotsky y consideraba que el estalinismo era la consecuencia lógica de la doctrina bolchevique; por su parte, Trotsky afirmaba que el gobierno de Stalin constituía una malsana deformación de los principios que Lenin, él mismo y otros revolucionarios habían intentado desarrollar. De todos los miembros de la Comisión, sólo Goldman y Glotzer no eran hostiles al bolchevismo y a la Revolución rusa; Rühle era marxista, pero, al igual que Dewey, consideraba a los bolcheviques como antecesores lógicos de la dictadura estalinista.

Trotsky argumentó que, desde el año anterior, al enterarse del primer proceso de Moscú, había invitado al gobierno soviético a pedir su extradición al gobierno noruego, con objeto de que él pudiera suministrar ante los tribunales del país nórdico las pruebas que refutaban las acusaciones que la fiscalía soviética había lanzado en su contra. También señaló que nada le impedía a la Corte Suprema de la URSS procesarlo a él y a su hijo León Sedov “en rebeldía” y condenarlos a ambos por contumacia. Sin embargo, tanto el rechazo al juicio de extradición como a juzgarlos en ausencia demostraban –según decía Trotsky– que el gobierno estalinista no estaba dispuesto a concederle el derecho a defenderse, y menos si esto se hacía de cara a la opinión pública mundial. Para demostrar su inocencia, Trotsky no sólo arguyó brillantemente, sino que puso a disposición de la Comisión sus archivos, correspondencia, cuentas de ingresos y gastos, además de todos sus escritos.

En México, a través de la prensa y los sindicalistas que asistieron a nombre de la Casa del Pueblo, las exposiciones del contraproceso posibilitaron al público conocer a un Trotsky muy diferente al “monstruo” y “traidor” que les habían presentado la CTM y el PCM. James T. Farrell, al escribirle a un amigo acerca de lo que experimentó durante los alegatos de Trotsky, dijo: “Es un espectáculo digno de verse, un espectáculo poco común en la historia. Imagínese a Robespierre o a Cromwell en circunstancias semejantes. Pues bien, esto es aún mejor, porque ni Robespierre ni Cromwell tenían la envergadura intelectual de Trotsky” (apud Gall, 1991: 98).

De regreso a Nueva York, la Comisión analizó una serie de expedientes con diversos documentos e hizo varias presentaciones de resultados parciales en asambleas plenarias, que fueron abiertas a todo público. Sin embargo, apenas tres semanas después de las sesiones de la Comisión en Coyoacán, se desató la represión estalinista en la República Española, mediante turbios secuestros y asesinatos de dirigentes del Partido Obrero de Unificación Marxista, a quienes seguirían los de anarquistas y demás opositores a la conducción comunista –es decir, proestalinista– de la guerra contra Franco.

El 12 de mayo trascendió la noticia del fusilamiento del mariscal Mijaíl Tujachevsky y otros siete de los más altos jefes militares soviéticos (suceso que detonó una nueva ola de detenciones y ejecuciones sin juicio en toda la URSS). A fines de julio desapareció en Barcelona Erwin Wolf, un cercano colaborador de Trotsky que había ido a luchar a favor de la República. El 4 de septiembre fue asesinado Ignaz Reiss en Lausana, Suiza (Reiss era agente de la GPU, la policía política estalinista, y tras una crisis de conciencia había roto con el espionaje soviético y devuelto la Orden de la Bandera Roja con la que había sido condecorado tras dirigir la captura y ejecución de rusos exiliados en varias partes de Europa); las investigaciones realizadas en torno a su asesinato por las policías suiza y francesa dejaron al descubierto la magnitud y ferocidad de la red de la GPU encargada de la persecución de los opositores a Stalin en España y otras partes de Europa.

El 13 de diciembre de 1937, la Comisión Dewey dio a conocer finalmente los resultados de sus investigaciones –que incluían 247 considerandos– y declaró inocentes a Trotsky y a su hijo León Sedov. Las actas de las audiencias se publicaron en Nueva York y en Londres, en un grueso volumen de 600 páginas titulado Not guilty: the case of Leon Trotsky, y luego en otros lugares y otras lenguas. También se publicaron muchas reseñas y artículos críticos referidos al proceso.

Sin embargo, otros sucesos darían pronto al traste con el gozo de Trotsky ante el veredicto de la Comisión Dewey. El 16 de febrero de 1938, su hijo León Sedov murió en un hospital de París en circunstancias del todo extrañas, cuando se reponía de una operación de apendicitis (algunas evidencias apuntan a que fue envenenado). Y quince días más tarde, dio inicio el tercer proceso de Moscú (2-13 de marzo 1938).[9] Como corolario de esos procesos, en la URSS se realizó una escalada para borrar al Trotsky real de la historia de la revolución y en su lugar difundir su imagen como el satánico dirigente de la contrarrevolución. Así, sus libros desaparecieron de bibliotecas y librerías, su imagen se borró amañadamente de fotografías, cuadros y filmes, e incluso su nombre se omitió en los libros de historia y las memorias del periodo heroico de la revolución.

El final de la vida de Trotsky es bien conocido. Poco menos de tres años después de la emisión de las conclusiones de la Comisión Dewey, el 20 de agosto de 1940, el piolet impulsado por la mano de Ramón Mercader acabó con él, poco antes de que cumpliera 61 años.

El significado histórico de la Comisión Dewey

Hace poco más de tres cuartos de siglo, en 1937, cuando la Comisión Dewey y el ACDLT llevaron a cabo sus trabajos, el gobierno de México trataba de afirmar los logros de una revolución que había costado la vida de cerca de un millón de personas en las guerras civiles y en los enfrentamientos contra la intervención de tropas estadounidenses en Veracruz y en Chihuahua. Una parte de esos logros se cifraba en la defensa de la independencia nacional, algo que hoy casi reducimos a las fiestas septembrinas, pero que en ese entonces tuvo que ver con la voluntad de unirse mayoritariamente, por ejemplo, en torno a la nacionalización de la industria petrolera, un recurso que el régimen cardenista utilizó brillantemente para apuntalar esa defensa.

Pero además de la fortaleza económica que posibilitaba el control nacional del petróleo, el gobierno cardenista también realizó una demarcación política que, a fin de cuentas, significaba sobre todo un acto de coherencia moral con el deseo de una mejor humanidad. Por eso, México fue de los pocos países en protestar ante la Sociedad de Naciones (antecedente de la ONU) contra la invasión de Etiopía por los fascistas de Mussolini y contra la anexión de Austria y Checoslovaquia por los nazis de Hitler; por eso condenó la invasión de Finlandia por la URSS estaliniana y por eso envió armas a los republicanos españoles sin exigir nada a cambio (a diferencia de Stalin, que impuso condiciones políticas para otorgar su apoyo). Por eso, finalmente, en México encontraron asilo tanto Trotsky como muchos de los republicanos españoles derrotados.

Dado que el mundo de 1937 se encaminaba hacia los horrores de la Segunda Guerra Mundial, la defensa de los derechos que los regímenes democráticos aseguran otorgar a los individuos –y que el gobierno cardenista posibilitó a Trotsky en ese tiempo– es algo que vale la pena recordar, no sólo porque implicó la actuación de importantes figuras de estatura mundial, sino especialmente porque ese recuerdo constituye un ejemplo.

Trotsky, ya sea que se simpatice con él o no, que se esté de acuerdo con su actuación política y sus teorías filosóficas o no, que se le acepte como un marxista bien intencionado o se le considere un traidor a su causa… era en 1937 un hombre que, como todos, tenía derecho a expresar sus opiniones ante los demás y a ser juzgado imparcialmente por sus actos. Tanto la URSS estalinista como las supuestamente adelantadas democracias de Europa y Estados Unidos se habían negado rotundamente a concederle ese derecho. Sólo el México de 1937 fue capaz de disentir dando asilo al perseguido y permitiendo que en su suelo se celebrara un juicio que, a pesar de no tener validez en términos de la jurisprudencia oficial, sí la tuvo de cara a los derechos que consagran la verdad y la justicia.

Hoy en día, si no triste, es por lo menos insuficiente ante la inmensidad de la historia, que en la tan visitada por turistas nacionales y extranjeros Casa Azul (Museo de Frida Kahlo) donde sesionó la Comisión Dewey, no se halle información acerca de que ahí se celebró, hace casi 80 años, el juicio de Trotsky en México.

Referencias

DEUTSCHER, I. (1969). Trotsky. El profeta desterrado. México: Ediciones Era.

DUGRAND, A. (1992). Trotski, México 1937-1940. México: Siglo XXI Editores.

GALL, O. (1991). Trotsky en México y la vida política en el periodo de Cárdenas 1937-1940. México: Ediciones Era.

SERGE, V. (1971). Vida y muerte de León Trotsky. México: Juan Pablos Editor.

NOTAS

* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió la serie El fluir de la historia.
  1. Trotsky –siempre acompañado de Natalia Sedova– había permanecido un año (1928) confinado en Alma-Ata, una población de Kazajistán en el Asia Central. En enero de 1929 fue expulsado de la URSS y deportado a Turquía, donde residió en Prinkipo, una isla del mar de Mármara. En febrero de 1932 se le privó de la nacionalidad soviética. Luego, en julio de 1933, consiguió entrar a Francia, donde vivió bajo estricta vigilancia policiaca. Tras verse obligado a dejar este país en junio de 1935, a duras penas consiguió asilo en Noruega. Después del primer proceso de Moscú (agosto de 1936), la embajada soviética en Noruega amenazó con romper relaciones entre los dos países si se mantenía su permiso de residencia. El matrimonio permaneció entonces bajo arresto domiciliario (fue necesaria la promulgación de una ley que legalizaba este tipo de custodia, que no era reconocida por la Constitución noruega) hasta noviembre, cuando el gobierno mexicano comunicó su ofrecimiento de otorgarle una visa para residir en México. El 19 de diciembre, Trotsky y Natalia se embarcaron en el Ruth, sin saber que él nunca volvería a Europa.
  2. Antiguo menchevique que tras luchar contra los bolcheviques en la guerra civil había cambiado de bando uniéndose a la facción estalinista del PCUS.
  3. J. A. Kniazev, encargado de los ferrocarriles del sur de la URSS, era uno de los acusados, y durante el juicio confesó que había organizado 3500 descarrilamientos de los trenes en el periodo 1935-36, lo que daría un poco creíble promedio de cinco accidentes por día; algo parecido se dijo en relación con las minas y la industria química. Al respecto, Trotsky señaló irónicamente que, aun cuando sus seguidores se hubieran infiltrado en la industria soviética desde el puesto más bajo hasta el más alto, habría sido punto menos que imposible llevar a cabo tales estragos. Sobre este asunto y otros que se abordaron en la réplica presentada por Trotsky ante la Comisión Dewey, véase el trabajo de Fréderik Douzet, “El combate oculto entre Trotsky y Dewey”, en Cahiers Léon Trotsky, núm. 42, julio de 1990. Este recomendable ensayo puede consultarse en: <www.ceipleontrotsky.org/El-combate-oculto-entre- Trotsky-y-Dewey,2096>. Ir al sitio
  4. Por ejemplo, con el de Vladimir Romm, quien supuestamente se entrevistó con Trotsky en París a fines de julio de 1933; allí –según dijo ese acusado–, éste le dio una carta para Rádek en la que ordenaba directrices terroristas; sin embargo, tampoco esto pudo ser posible, pues a su llegada a Francia, Trotsky fue llevado –acompañado por un jefe de la Sûreté, la policía política francesa– a Saint-Palis, un poblado bastante alejado de la capital, donde se le retuvo hasta el 9 de octubre. La dichosa carta tampoco fue exhibida como prueba en el juicio.
  5. También en Francia se creó un subcomité para investigar los procesos de Moscú, del que formaron parte Alfred y Marguerite Rosmer, Víctor Serge y André Breton, entre otros. El ACDLT se aproximó también a Bertrand Russell y Albert Einstein, pero éstos declinaron participar.
  6. En el número 235 de Correo del Maestro, correspondiente a diciembre de 2015, Berenice Pardo publicó “John Dewey: una pedagogía activa, científica y democrática”, un excelente trabajo en el que los lectores interesados pueden encontrar información más detallada acerca del multifacético desempeño de Dewey en varios campos del conocimiento filosófico y científico de su época, destacadamente en la pedagogía asociada a la llamada Escuela Nueva. En ese mismo artículo hay también información acerca de las actividades de Dewey en el campo de la política y la defensa de los derechos humanos. Dado que contamos con ese trabajo, en este otro he decidido no abundar más acerca de la figura de Dewey aparte de su actuación en el “juicio de Trotsky”.
  7. A pesar de que en 1924 México había sido el primer país del continente americano en establecer relaciones diplomáticas con la URSS, éstas se habían suspendido en 1930 y no serían reanudadas sino hasta 1943.
  8. Diez días después del final de los procesos de la Comisión Dewey en México, el comité nacional de la CTM presentó un informe en el que aducía sus motivos para no haber asistido. Obviamente la justificación se basaba en descalificar el juicio como farsa. Además, argumentaba que se había ofrecido a Trotsky participar en una comisión de investigación de los procesos de Moscú conducida por el Frente de Abogados Socialistas (FAS). Sin embargo, la imparcialidad de esta instancia era muy dudosa, ya que el FAS estaba ligado a la Sociedad de Amigos de la URSS y al PCM. Desde luego, Trotsky declinó la oferta, no sin congratular al FAS por su iniciativa e invitarle a acudir a la Comisión Internacional de Investigación, presidida por Dewey, para sumarse al proceso, cosa que obviamente ni el FAS ni la CTM quisieron hacer.
  9. En este tercer proceso, los principales acusados –y ejecutados– fueron Nikolai Bujarin, Alexei Rykov, Christian Rakovsky y N. N. Krestinsky.
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