Tres Castillos:
LA ÚLTIMA BATALLA DE LOS APACHES

Andrés Ortiz Garay[*]



Hace 141 años tuvo lugar, en el desierto de Chihuahua, un encuentro entre apaches y mexicanos que algunos estudiosos del tema consideran una batalla decisiva en el contexto de las guerras de conquista contra los indígenas del norte de México. El autor revisa los antecedentes y desarrollo de esa acción y concluye con algunas reflexiones acerca de las relaciones actuales entre México y el pueblo apache.




c Tres Castillos: la última batalla de los apaches

Aunque el final de las guerras apaches en el noroeste de México y el suroeste de los Estados Unidos se ha fijado en septiembre de 1886, cuando la banda de apaches chiricahuas[1] liderada por Gerónimo y Naiche se rindió ante el general Nelson Miles en el cañón del Esqueleto, un sitio en la frontera entre Sonora y Arizona, el poderío de las correrías apaches en esos estados, así como en los de Chihuahua y Nuevo México, ya había mermado bastante desde algunos años antes. A esa merma había contribuido especialmente un suceso acontecido en 1880: la derrota y muerte del caudillo apache Victorio en un lugar conocido como Tres Castillos, al enfrentar a las tropas mexicanas al mando del coronel Joaquín Terrazas.

Tras la guerra entre México y los Estados Unidos, el tratado de Guadalupe-Hidalgo (1848) y el convenio llamado “Venta de La Mesilla” (1853) delimitaron la frontera entre ambos países. La línea fronteriza dividió entonces el territorio que los chiricahuas consideraban suyo y por el que se desplazaban siguiendo un ciclo anual que los llevaba desde las serranías de Nuevo México y Arizona donde pasaban la primavera-verano, hasta los valles intermontanos de la Sierra Madre en el norte de México, donde establecían sus campamentos de invierno.

Hacia la mitad de la década de 1870, el gobierno estadounidense había logrado concentrar en la reservación de San Carlos, Arizona, a más de cuatro mil indios de diversas tribus apaches. El lugar era inhóspito, con muy poca tierra cultivable y estaba infestado de malaria; y por si esto fuera poco, el hecho de juntar a todos los apaches constituía un error garrafal, pues varias de las bandas apaches eran tradicionalmente enemigas entre sí, por lo que los enfrentamientos violentos y la desconfianza eran constantes en San Carlos. Sin embargo, la política de concentración favorecía los intereses de poderosos grupos de empresarios y comerciantes que negociaban con los agentes encargados de las reservaciones. Los casos de corrupción y malos manejos en detrimento de los indios fueron la norma en la administración de la reservación apache de San Carlos, en donde operaba el famoso Tucson Ring, una asociación de ganaderos, comerciantes, transportistas y especuladores de tierras, quienes llevaban adelante sus corruptos acomodos con las autoridades del gobierno del entonces territorio federal de Arizona, apoyados por periodistas, litigantes y pistoleros que los defendían legal o ilegalmente.

La última tribu apache que permanecía libre eran los chiricahuas, que se dividían en tres bandas principales, una de las cuales, los chihene,[2] estaba liderada por Beduiat, conocido entre los mexicanos y estadounidenses como Victorio. Los chihene se habían mantenido más o menos en paz porque no querían ir a San Carlos, sino permanecer en la reservación de Ojo Caliente, Nuevo México, en el corazón de sus montañas ancestrales. Se ha dicho que Victorio era hijo de mexicanos y que siendo niño fue capturado por los apaches y convertido en uno de ellos, pero esto nunca se ha comprobado; lo que sí se sabe con certeza es que fue uno de los más notables líderes apaches, que se distinguía por ser gran guerrero, brillante orador y hombre sincero.

A principios de 1877, el gobierno estadounidense determinó cerrar la reservación de Ojo Caliente y llevar a los chihene a San Carlos. Allí, Victorio y su pueblo comenzaron muy pronto a padecer las inclemencias del desolado lugar; muchos enfermaron y sufrieron la hostilidad de otras bandas apaches que habían llegado antes. El descontento provocó que en julio de ese mismo año Victorio y su gente escaparan de regreso a su antiguo hogar, con las patrullas de la caballería pisándoles los talones. Considerados prisioneros de guerra, los chihene permanecieron cerca de dos años más en Ojo Caliente, refrenando su ímpetu guerrero con la esperanza de que se les permitiera quedarse definitivamente en sus montañas. Pero la insistencia de rumores que propalaban que serían llevados de nuevo a San Carlos y la llegada de una orden de aprehensión contra Victorio y otros guerreros acusados de asesinato y robo de caballos dieron al traste con las intenciones de paz. En septiembre de 1879, los chihene decidieron andar por el sendero de la guerra sin cuartel. Se dirigieron al sur, hacia las montañas de la Sierra Madre, para refugiarse con los nednhi, sus hermanos de sangre; en su trayectoria se les unieron otros apaches chiricahuas y mescaleros, además de algunos comanches.

Así, durante poco más de un año, se desató una de las correrías apaches más cruentas de las que se tenga noticia. Para todos los involucrados se trataba de una lucha por la supervivencia, ya que sobre los apaches se estrechaba un cerco que suponía el sometimiento sin condiciones o la muerte, mientras que para los estadounidenses y los mexicanos no habría seguridad en tanto los indios se hallaran libres. Esa desesperada situación extremó la ferocidad de una secular guerra que siempre había estado repleta de atrocidades. Hasta entonces, los guerreros de las bandas chiricahuas acostumbraban, por ejemplo, no dar muerte a los pastores aislados que encontraban en el curso de sus correrías –muchas veces se trataba de indios ópatas, yaquis o tarahumaras–, pues éstos les proporcionaban comida y suministros o les podían servir como mensajeros y guías; sin embargo, esta vez se dejaron de lado tales escrúpulos y no se perdonó casi a nadie.

A principios de noviembre de 1879, la llamada “matanza de El Carrizal” conmovió profundamente a la opinión pública de Chihuahua, obligando al gobernador Luis Terrazas[3] a tomar medidas drásticas para acabar con Victorio. Ese hecho sucedió cuando una partida de soldados y vecinos del poblado El Carrizal salió en busca de los apaches rumbo a la sierra de Candelaria; Victorio tendió una astuta emboscada en la que aniquiló a sus perseguidores; y un poco después, al llegar refuerzos para los mexicanos, éstos también cayeron víctimas de los apaches.

Tomando como base el área en torno a las lagunas de Guzmán, la banda de Victorio depredó el norte de Chihuahua como antes había asolado el sur de Nuevo México, sin que se le pudiera dar caza. Demostrando un genio excepcional para la guerra de guerrillas, por un año Victorio mantuvo en jaque a las fuerzas que México y los Estados Unidos enviaban en su contra; sus guerreros cruzaban la frontera hacia uno u otro lado, dispersándose o reuniéndose según les conviniera. Victorio acometió atrevidas acciones que dejaban perplejos a sus enemigos y que terminaron justificando la extendida idea del “terror apache”. Sin embargo, el enfrentamiento era muy desigual, pues tanto estadounidenses como mexicanos podían reponerse con relativa facilidad de las pérdidas humanas y materiales, pero los apaches no. Así, la suerte de Victorio y su gente se sellaba poco a poco y sin remedio.


Victorio, líder apache de los chiricahua

Localización de la zona de Tres Castillos

c La campaña de Terrazas

Ante la negativa del comandante de las fuerzas federales en Chihuahua de emprender una campaña en persecución de los apaches de Victorio, a fines de agosto de 1880, el gobernador Luis Terrazas ordenó al coronel Joaquín Terrazas Quezada –que era su primo– congregar a todas las milicias estatales que se pudieran reunir a costo de la tesorería estatal y lo puso al mando de la expedición. Joaquín Terrazas contaba con una justificada fama como experto en la guerra contra los llamados “indios bárbaros”, pues los había combatido durante las tres décadas anteriores, alternando –como muchos de sus compañeros milicianos– la faceta guerrera con su desempeño como agricultor.[4]

Terrazas recorrió San Andrés, Guerrero, Namiquipa, San Lorenzo, Galeana y la hacienda del Carmen reclutando gente y buscando información sobre los movimientos de Victorio. En Corralitos, una plaza donde los chihene solían comerciar, se enteró de que tropas estadounidenses habían entrado a México en busca de los apaches; allí también le alcanzó el mayor Juan Mata Ortiz, a quien nombró su segundo al mando. Para fines de septiembre, la fuerza comandada por Terrazas sumaba unos 350 hombres, armados con rifles Remington de repetición y un mínimo de 100 balas por cada uno. Además de los milicianos, se unieron a la “campaña” varios civiles chihuahuenses y algunos rangers texanos, atraídos por la oferta de Terrazas, quien prometía cuantiosas recompensas (250 pesos por cada cabellera apache y 200 por cada prisionero; además de 2000 pesos por Victorio, vivo o muerto), aparte del botín que cada quien se pudiera allegar.

Pero a principios de octubre, nadie sabía bien a bien dónde estaban los apaches; y, por su parte, éstos tampoco tenían muy claro el paradero de las tropas que los perseguían, pero sí sabían que cada día se acercaban más. Tras realizar un consejo con sus principales guerreros (como el septuagenario Nana, que era su segundo al mando), Victorio decidió hacer un alto en Tres Castillos (tres cerros que se levantan en medio del desierto, en la parte occidental de lo que hoy es el municipio de Coyame), pues era necesario matar las reses que habían robado y preparar carne seca, abastecerse con agua de la laguna que estaba al pie de los cerros y obtener pasto para la caballada. También se resolvió que Nana y otros fueran en busca de municiones, pues los apaches tenían pocas. Por su lado, en un pequeño poblado llamado El Borracho, Terrazas encontró un regimiento de caballería estadounidense, al mando de un tal coronel Buell, que también andaba a la caza de los apaches. Tras agradecerles sus esfuerzos, Terrazas les advirtió que una mayor intrusión en territorio chihuahuense no sería bien recibida y, deseándoles un buen viaje, los mandó de regreso a su país; allí mismo, el coronel mexicano despachó a los rangers texanos y a los civiles chihuahuenses que consideró menos aptos. No estaba dispuesto a dejar que los “gringos” le hurtaran la gloria de acabar con Victorio, ni iba a arriesgar que la ineptitud de algunos pusiera en peligro el resultado de la campaña.

Siguiendo el tenue rastro de los apaches por las serranías y el inmenso chaparral, Terrazas concluyó que los apaches se dirigían a Tres Castillos y se dispuso a acorralarlos ahí. Los apaches apenas habían tenido tiempo de dar agua a la caballada, juntar leña y empezar a levantar su campamento cuando cayeron sobre ellos las primeras balas en la tarde del 14 de octubre. Con gritos de alerta, los apaches corrieron a refugiarse entre los peñascos de los cerros; y como ya oscurecía, no pudieron determinar el número de los enemigos que caían sobre ellos. Además, astutamente, Terrazas había colocado a sus hombres de manera que pareciera que eran muchos menos de los que en realidad rodeaban la posición ocupada por los indios.

Hubo algunos tiroteos aislados mientras se cerraba la noche, y después un silencio tenso, roto a la medianoche por las canciones de muerte entonadas por los guerreros chihene que se preparaban así para el combate final. La lucha recomenzó al amanecer del día siguiente; luego de un par de horas, las municiones de los apaches estaban casi agotadas, y bastantes guerreros habían caído ya. Entonces empezó una desesperada lucha cuerpo a cuerpo en la que los apaches llevaron la peor parte. Los peñascos estaban sembrados de cadáveres y al final sólo quedaron dos guerreros que se habían parapetado en una cueva, resistiendo allí durante otro par de horas, hasta que los milicianos lograron matarlos, ya que no quisieron rendirse a pesar de que se les ofreció respetar sus vidas.

Al acabar la batalla, se contabilizaron 78 apaches muertos, 62 guerreros y 16 mujeres y menores de edad. Además se capturaron 68 mujeres y niños; ningún hombre adulto había quedado vivo. Entre los sobrevivientes, se encontraban dos niños de ascendencia mexicana que los apaches habían capturado en Nuevo México; ellos reconocieron el cadáver de Victorio, al igual que lo hicieron algunas de las mujeres prisioneras. Todos los muertos fueron despojados de sus cabelleras, pues no se iban a despreciar las recompensas prometidas. También se capturaron caballos, mulas y algunas reses. En la acción murieron tres milicianos mexicanos y varios fueron heridos. Al regresar a Chihuahua, Terrazas recibió el obsequio de una bandera tricolor con una inscripción dorada que rezaba “Triunfo sobre Victorio”, mientras sus tropas desfilaban por las calles de la ciudad enarbolando los sangrientos despojos de los apaches y siendo aclamadas por la multitud (no es de dudarse que el coronel haya también recibido compensaciones en metálico otorgadas por su agradecido primo).


Batalla de Tres Castillos

c El significado de Tres Castillos

La batalla de Tres Castillos fue un punto culminante del ocaso de los apaches. Se trató del último enfrentamiento armado en el que ellos opusieron una fuerza cercana al centenar de guerreros contra sus enemigos. Fue la última ocasión en que un gran jefe apache murió en batalla. También señaló una renovada disposición de los mexicanos para perseguir a los apaches y enfrentarlos con éxito. Después de Tres Castillos, los apaches que salían de las reservaciones para depredar en México sabían que sus empresas no serían cosa fácil.

La historiografía estadounidense se ha mostrado reluctante a reconocer cabalmente el triunfo mexicano. Ya desde un par de meses después de la batalla, algunos periódicos de los Estados Unidos publicaban que Victorio había escapado y que Terrazas había aceptado hacer pasar a otro indio como si fuera el caudillo apache, para cobrar las recompensas ofrecidas. Ante tales acusaciones, Terrazas se vio precisado a defenderse preguntando a sus detractores si podían señalar la presencia de Victorio en algún lugar.

Sobre la muerte de Victorio, también existe polémica. Varios historiadores estadounidenses sostienen que se suicidó al verse perdido; pero quizá la versión más aceptable sea que Victorio fue muerto por Mauricio Corredor, el líder de los rifleros de Araseáchic, un contingente de indios tarahumaras que formaba parte de la milicia mexicana, y a quien por su acción se le premió ascendiéndolo a capitán, regalándole un rifle Winchester de repetición grabado con una inscripción alusiva y –no se sabe de cierto– posiblemente dándole los 2000 pesos ofrecidos a quien diera cuenta del jefe apache.

Un año después de la batalla de Tres Castillos, el general William T. Sherman, uno de los más altos jefes del ejército estadounidense, criticó severamente la política de concentración de los apaches en San Carlos diciendo que una década antes hubieran sido suficientes 11 mil dólares para establecer una reservación adecuada para los chihene y que, en cambio, las decisiones tomadas significaron el gasto de varios millones de dólares y el sacrificio de cientos de vidas.

En el lado mexicano, las posibles declaraciones y cuentas de las autoridades de aquel tiempo respecto a la lucha contra Victorio permanecen enterradas en archivos todavía no suficientemente investigados, si es que alguna vez existieron o fueron del dominio público. Sin embargo, el gusto nacional por una historia quizá menos acuciosa, pero ciertamente más simbólica, se manifiesta en el hecho de que en nuestros días, en la ciudad de Chihuahua se encuentren, por un lado, un monumento dedicado al héroe de Tres Castillos y sus seguidores, y por otro, una estatua que representa a Victorio (aunque no se conozca ninguna imagen de Mauricio Corredor).


Prisioneros de Tres Castillos

c Paz entre viejos enemigos

A 120 años de la batalla de Tres Castillos, un acto oficial señaló un final simbólico para las guerras entre México y varios de los pueblos ndée o apaches que viven en las reservaciones indias en los Estados Unidos, el Gobierno del Estado de Chihuahua y la Mescalero Apache Tribe firmaron un acuerdo de paz.

El documento fue firmado por el gobernador estatal, Patricio Martínez García, y el presidente municipal de la capital del estado, en nombre del pueblo chihuahuense; y en nombre de las tribus chiricahua, mescalero y lipán, firmaron Sara Misquez, la presidenta del gobierno de la reservación Mescalero de Nuevo México (en donde viven miembros de esas tribus), y Fredie Chino, líder tradicional de la reservación. En el tratado se manifestó el deseo de ambas partes por cerrar las heridas del pasado llamando a la reconciliación y el reencuentro. Asimismo, quedó asentado el reconocimiento del gobierno y el pueblo de Chihuahua de que la cultura apache constituye una parte integral de la historia local y por eso se efectuarían acciones conducentes a difundir la cultura apache como elemento de la herencia colectiva chihuahuense, a fin de revalorar el papel del pueblo apache a lo largo de la historia que ambas comunidades comparten. En tanto, los apaches reconocieron que el pueblo y el territorio chihuahuenses forman parte de sus raíces culturales y por eso también los miembros de la tribu deben revalorarlos. En la ceremonia que siguió a la firma del tratado se presentaron danzas tradicionales de apaches y tarahumaras como un acto de hermandad cultural.

Así, a cerca de siglo y medio de la batalla de Tres Castillos, un nuevo tratado de paz se firmó como intento de acercar a los viejos enemigos. Habrá que investigar si en los veintiún años transcurridos desde su firma se ha avanzado en el cumplimiento de lo que estipula el tratado. Pero de momento, lo que se me viene a la mente es preguntar: ¿estarían de acuerdo con esta paz Victorio y Mauricio Corredor?


El autor de este artículo escribió el libro digital Apache: historia de una palabra y un pueblo. Los lectores interesados en conocer más sobre este interesante tema pueden comunicarse con Andrés Ortiz en el correo electrónico atapaskano@yahoo.com.mx

Notas

Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.
  1. En nuestros días hay un fuerte reclamo de los indígenas llamados apaches en el sentido de que ese nombre, apache, no es adecuado para referirse a ellos, pues es un nombre impuesto por los conquistadores de habla hispana e inglesa. Ellos se denominan a sí mismos como ndée, “el pueblo, la gente”. Sin desconocer lo justo de ese reclamo, he decidido mantener aquí el nombre apache porque creo que los lectores de la revista están familiarizados con este etnónimo que es el de uso más común. En otra ocasión me acercaré al asunto de la pertinencia (y las dificultades) de cambiar apache (exónimo) por ndée (endónimo).
  2. En la lengua de los ndée, significa ‘gente de la pintura roja’; se les llamaba así porque solían pintarse rayas rojas en las mejillas. Las otras bandas chiricahuas eran los nednhi (término que significa ‘enemigos’ o los que ‘pelean contra todos’), los bedonkohe y los chokonen (ambos etnónimos sin traducción conocida).
  3. Luis Terrazas Fuentes fue varias veces gobernador del estado de Chihuahua (entre 1860 y 1904) y uno de los mayores latifundistas de todo el país. Sus posesiones eran de tales dimensiones que se hizo muy famoso un dicho que se le atribuye: “Yo no soy de Chihuahua, Chihuahua es mío”.
  4. El coronel Terrazas también participó en varias batallas que enfrentaron a liberales contra conservadores, republicanos contra imperialistas, u otras luchas intestinas que convulsionaron a su estado natal en la segunda mitad del siglo XIX.
c Créditos fotográficos

- Imagen inicial: hi-in.facebook.com/RafaelEspinoOficial/videos/historia-es-la-batalla-de-los-3-castillos/342910086706672/

- Foto 1: Victorio: es.scribd.com

- Foto 2 a 3: Mapa a partir de www.farwest.it/?p=28329

- Foto 4: Dominio público en commons.wikimedia.org

- Foto 5: ntcd.mx

CORREO del MAESTRO • núm. 308 • Enero 2022