Los héroes que nos dieron patria
Niños insurgentes,
sexagenarios imperialistas

JUAN N. ALMONTE Y NARCISO MENDOZA

Andrés Ortiz Garay[*]



Al igual que en el caso de las mujeres, abordado en anteriores entregas de esta serie, la actuación de la niñez durante la lucha por la independencia de México forma parte de una historia poco conocida. Tomando como ejemplo a dos personajes destacados, este artículo invita a adentrarse en el conocimiento de los niños héroes de México.




c Los héroes que nos dieron patria Niños insurgentes, sexagenarios imperialistas.
    Juan N. Almonte y Narciso Mendoza

Cada 13 de septiembre, tan sólo un par de días antes de festejar con bombo y platillo en el Zócalo capitalino el inicio de la guerra por la independencia nacional, otra conmemoración tiene lugar en la orilla oriental del bosque de Chapultepec. Ese día, el presidente de la república, acompañado distinguidamente por sus secretarios de la Defensa Nacional y de la Marina, acude al majestuoso monumento dedicado a los llamados “Niños Héroes” para depositar ofrendas florales y que allí se pronuncien discursos relacionados con la importancia de que niños y jóvenes participen en la construcción de la nacionalidad mexicana.

Traer a cuento aquí a los Niños Héroes podría parecer un anacronismo, pues casi cuatro décadas separan el inicio de la guerra independentista del final de la guerra de intervención estadounidense (la de Chapultepec se considera la última batalla campal entre los ejércitos contendientes en esa guerra). Sin embargo, la cercanía temporal de ambas conmemoraciones durante el “mes de la patria”, el hecho de que los seis cadetes sacrificados en aquel combate fueron miembros de la primera generación nacida en un México independiente[1] y la idea de que murieron combatiendo en un esfuerzo por mantener la soberanía de la nueva nación[2] constituyen razones suficientes para considerarles como héroes de la independencia. Pero, sobre todo, mi interés en recordarlos aquí tiene que ver con que ellos representan el ejemplo más sobresaliente de la heroicidad infantil desde el punto de vista de la historia oficial.[3]


El hecho de que los seis cadetes sacrificados en aquel combate fueron miembros de la primera generación nacida en un México independiente constituye razón suficiente para considerarlos como héroes de la Independencia / Gabriel Flores García, El sacrificio de los Niños Héroes, 1970


En otros artículos de esta serie abordé la compleja problemática que implica reconstruir la participación de las mujeres[4] en los multifacéticos procesos históricos que, por costumbre, llamamos independencia de México. Gran parte de esos mismos problemas (que de manera general resumí bajo los conceptos de relegamiento, fragmentación e incomprensión) se repiten cuando se trata de historiar la participación del sector infantil, pero en este caso las dificultades de su reconstrucción se incrementan considerablemente. Si bien se han realizado algunos trabajos dedicados a este tema, una historia que incluya la actuación y situación de niños y niñas en aquel tiempo –y más aún su difusión generalizada– continúa siendo una tarea pendiente.[5] Así que, por lo pronto, y a riesgo de insistir sobre cuestiones ya conocidas, en lo que sigue presento los casos de otros dos “niños héroes” que no combatieron en la batalla de Chapultepec sino en otras.

c El “niño artillero”

El sitio de Cuautla es una de las más famosas acciones de la guerra de Independencia. Aunque puede valorarse como una derrota táctica para el ejército comandado por José María Morelos, ya que fue obligado a abandonar esa población y terminar su segunda campaña sin haber tomado la importante ciudad de Puebla, se le ha considerado un logro estratégico porque fue la primera vez que los insurgentes salieron prácticamente indemnes de un enfrentamiento con Félix María Calleja y su Ejército del Centro, que hasta entonces tenían un aura de invencibilidad tras las tremendas derrotas propinadas a la insurgencia en Aculco, Puente de Calderón, Zitácuaro y otras.

A mediados de febrero de 1812, el cerco sobre Cuautla se completaba; el día 18, una reñida acción por poco acaba en la captura o muerte de Morelos, quien se salvó tan sólo gracias al arrojo de Hermenegildo Galeana y su temeraria escolta de mulatos que lo rescataron en el último momento. El día siguiente, 19 de febrero de 1812, es la fecha atribuida al insólito pero muy celebrado episodio que dio fama imperecedera a Narciso Mendoza; cito entonces a Carlos María de Bustamante en su descripción de aquel suceso:

Esta voz falsa de alarma produjo también funestos efectos en otros puntos, pues afectados de pavor sus defensores abandonaron la artillería, y la plazuela de San Diego casi quedó escueta; sólo se vio en ella un muchacho de doce años llamado Narciso: vínose sobre éste un dragón que le tiró un sablazo y le hirió un brazo; no tuvo este niño más refugio que afianzarse con una mano de un palo de la misma batería y con la otra tomar la mecha que estaba clavada en el suelo, dio casi maquinalmente fuego al cañón, que disparado en el momento más oportuno mató al dragón que le acababa de herir y contuvo al enemigo que avanzaba rápidamente. Con tan fausto e inesperado suceso, volvió a su puesto Galeana, y quedó restablecido el orden. Después de la acción, Morelos hizo que le llevasen a aquel jovencito a quien asignó una pensión de cuatro reales diarios, que percibió hasta que se evacuó la plaza. En el día está en la hacienda de Santa Inés sirviendo a don Antonio Zubieta: la patria debe dar sobre él una mirada de aprecio, así lo pido (citado en Gurría, 1979, 45).

En la misma página del artículo citado, Gurría Lacroix afirma que entre los historiadores contemporáneos a los hechos, Bustamante y Felipe Benicio Montero (un participante en el sitio de Cuautla que más que una historia escribió una memoria)[6] son los únicos que mencionan este episodio que hoy es legendario para algunos e histórico para otros. El escrito de Montero ensalza todavía más la actuación del pequeño Narciso (a quien, por cierto, apellida García Mendoza), pues en vez de un dragón cualquiera, la primera víctima de su cañonazo fue el conde de Casa Rul, uno de los oficiales más sobresalientes del ejército de Calleja; además, anota que el niño Narciso era ya “afecto a la artillería” y, en consecuencia, el metrallazo que propinó a los atacantes realistas no fue tanto en defensa propia –como implica Bustamante– sino en flagrante uso del poder de la artillería (Gurría, 1979, 48).

A partir de lo dicho por Bustamante y Montero, se tejió la leyenda-historia sobre la actuación de Narciso Mendoza “el niño artillero”. Ambos concuerdan en el premio otorgado a éste por Morelos en recompensa a su hazaña (los cuatro reales diarios, que si en verdad le fueron pagados no sería mucho más después del rompimiento del sitio). Pero lo que siguió en su vida pasa a terrenos más especulativos: que continuó en las filas de Morelos y tras la caída de éste en 1815 se unió como coronel de artillería a Vicente Guerrero; que fue exiliado (¿a dónde?) durante el imperio de Iturbide; que trabajó en Tabasco como pirotécnico y que huyendo del acoso de las fuerzas juaristas escribió una carta en Puerto del Carmen, Campeche (fechada en agosto de 1864) a su antiguo jefe, Juan N. Almonte, quien por entonces ocupaba un alto cargo en el gobierno imperial de Maximiliano de Habsburgo, para solicitarle que se reconociera su antiguo rango en las fuerzas insurgentes y que se le proporcionaran medios monetarios para trasladarse a la capital con el objetivo de participar en los festejos que el emperador extranjero mandaba hacer en honor de la Independencia mexicana; que si, en efecto, obtuvo esa subvención ¿o no? y eso le posibilitó regresar a Cuautla, donde murió el 27 de febrero de 1888, casi tres cuartos de siglo después de su célebre cañonazo.

Aunque algunos afirman que se trata de un documento apócrifo, esa carta es para otros un registro válido (por ejemplo, así la consideran las principales fuentes aquí utilizadas) y en ella el propio Narciso, ya convertido en un “anciano” de cerca de 65 años, recuerda a Almonte que fue él quien:

…disparó el cañonazo que valió en gran parte para salir del apuro en que nos encontrábamos, habiendo yo sido herido en este mismo lugar por un dragón enemigo en el brazo izquierdo; y de allí resultó que por tan gloriosa herida se colocara una inscripción que decía “Calle de San Diego y valor de Narciso Mendoza”, por cuya acción fui hecho comandante del cañoncito llamado “El Niño” con la dotación de los Costeñitos[7] que también estaba bajo las inmediatas órdenes de Vuestra Excelencia (documento reproducido en García Guillén, 1987, 487).

Así que no dudo más de la validez histórica del “niño artillero” y mejor pasaré al relato de otro personaje aún más polémico que, también con fama de héroe infantil, fue indudablemente un actor destacado en los ámbitos político, legislativo y militar durante el primer medio siglo de México como nación independiente.


El 19 de febrero de 1812 es la fecha atribuida al insólito pero muy celebrado episodio que dio fama imperecedera a Narciso Mendoza / Telésforo Herrera, Narciso Mendoza a punto de disparar, 1960


c El hijo de Morelos

Juan Nepomuceno Almonte nació en Nocupétaro o en Carácuaro, pueblos de la entonces intendencia de Valladolid (actual estado de Michoacán), alrededor de 1800. Fue hijo de una unión prohibida, la del cura Morelos con Brígida Almonte.[8] Aunque su padre no pudo reconocerlo legalmente como hijo suyo, parece que sí lo hizo en la práctica; al menos así lo indica que el pequeño Juan lo acompañara durante los años que el cura convertido en caudillo pasó luchando por la independencia, que no escatimara esfuerzos para que al niño se le otorgaran altos grados militares y que, cuando la derrota empezó a ser previsible, Morelos asegurara la vida de su hijo enviándolo a los Estados Unidos.


Juan Nepomuceno Almonte fue hijo de una unión prohibida, la del cura Morelos con Brígida Almonte / Monumento conmemorativo de Brígida Almonte en Nocupétaro, Michoacán


Juan Nepomuceno participó en varias campañas con su padre siendo un niño de entre 10 y 12 años de edad, poco más o menos. Se dice que fue el líder de una compañía de niños soldados llamada “Los Emulantes”, que participó en varias acciones desde el sitio de Cuautla hasta la batalla de Valladolid, en la que supuestamente el joven Juan fue herido. Parece que ese extraño epíteto fue dado a conocer por la pluma del siempre grandilocuente Bustamante:

Morelos había mandado que nadie saliera fuera de las trincheras [durante el sitio de Cuautla], orden que se desobedeció por su sobrino [más bien su hijo], niño de nueve años, poco más; éste tenía el título de capitán de una compañía de jóvenes emulantes en la división: estaba provista de todas plazas, y armada de carabinas chicas (citado en Gurría, 1979, 54).

Más adelante, en agosto de 1813, Almonte fue elevado a coronel por designio de su padre y al grado de brigadier un mes después por nombramiento ratificado por el Congreso de Chilpancingo. Estos ascensos en su carrera militar en el bando insurgente servirían de plataforma inicial para lanzarse a una carrera como servidor público (aunque esos grados no fueron estrictamente equivalentes a los del ejército mexicano del primer medio siglo independiente y por eso Almonte tuvo dificultades para que se le revalidaran).

En 1815, Juan Manuel Herrera, un clérigo que había sido diputado del Congreso de Chilpancingo, fue enviado a los Estados Unidos como agente plenipotenciario para negociar el apoyo del gobierno de ese país a los insurgentes. Morelos le encargó la custodia de Juan Nepomuceno, quien partió con él al extranjero. Sin embargo, sólo pudieron llegar hasta Nueva Orleans, donde se enteraron de que Morelos había sido fusilado en diciembre de ese año. Herrera regresó luego a México y poco después se acogió al indulto; Almonte se quedó en Nueva Orleans y no se sabe mucho más de que trabajaba como dependiente de un comercio para poder costear sus estudios, que incluyeron el aprendizaje decantado de los idiomas inglés y francés.

Aunque Almonte siempre estuvo orgulloso de su pasado insurgente, no volvió a México hasta la caída del gobierno imperial de Agustín de Iturbide,[9] en 1823. Fue entonces cuando aprovechó el apoyo de antiguos subalternos de su padre, especialmente de Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero. Así, poco después obtuvo su primer puesto en una administración gubernamental: el Supremo Poder Ejecutivo lo puso a cargo del traslado hasta México de armas y municiones adquiridas en Londres, cometido que completó en octubre de 1824. Como recompensa por este servicio, el gobierno del presidente Victoria le dio el puesto de ayudante general del Estado Mayor General, y gracias a ser trilingüe empezó a fungir como una especie de correo oficial mexicano en Europa viajando continuamente entre Londres y varios puntos del viejo continente durante cuatro años. Cuando en 1828 regresó a México, obtuvo su primera nominación electoral como diputado propietario por el estado de Michoacán al Congreso Nacional.

c Una carrera prolífica

De junio de 1831 a diciembre de 1835, Almonte fue secretario de la legación enviada por el gobierno mexicano a establecer relaciones con varias repúblicas sudamericanas recién independizadas y con el imperio de Brasil. Después fue secretario del general Antonio López de Santa Anna y por un corto lapso encabezó el Consejo de Gobierno en Michoacán.

El 19 de enero de 1834, fue nombrado comisionado para la colonización de Texas con encargo de elaborar una Noticia estadística sobre Tejas (descripciones y análisis de los recursos naturales y humanos existentes en esa provincia) y también un informe secreto en el que evaluaba la situación de los colonos anglosajones que se instalaban en aquella región fronteriza desde 1821, cuando los Austin (Moses y su hijo Stephen) habían empezado a llevar allí colonos angloamericanos que desobedeciendo la legislación mexicana mantenían en su posesión esclavos negros y practicaban cultos religiosos diferentes al catolicismo. Asimismo, hizo gestiones para que el gobierno mexicano tratara de manera directa con las tribus indígenas que estaban en Texas, especialmente los comanches que se adentraban por el oeste y los cheroquis que habían sido desplazados desde sus tierras originales más al este por órdenes del gobierno estadounidense.


El 19 de enero de 1834, Juan Nepomuceno fue nombrado comisionado para la colonización de Texas con el encargo de elaborar una Noticia estadística sobre Tejas


En las conclusiones del informe, Almonte sostenía la indispensable necesidad de aumentar el número de tropas leales a México (en especial de caballería), establecer puestos fortificados para vigilar los principales puertos marítimos de la provincia, reforzar con algunas piezas de artillería Nacogdoches y San Antonio de Béjar, así como mejorar la coordinación entre los mandos militares locales y la comandancia suprema de los llamados estados de Oriente (que incluían Texas-Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas). Recomendó asimismo fortalecer alianzas con las tribus indias, en especial los cheroquis, a quienes se les debía dar tierras, pues se les consideraba más civilizados y más leales que los colonos estadounidenses; y, por otro lado, castigar a las bandas de indios nómadas que persistieran en sus acosos e incursiones sobre las colonias de mexicanos, para lo cual se debería fomentar la formación de milicias cívicas. También abogó por el establecimiento de aduanas y jueces de distrito en puntos estratégicos. Y, por cierto, no olvidó sugerir que se fundaran escuelas de instrucción primaria donde se privilegiara el fomento del idioma español, pues esta lengua –y por ende el orgullo nacional– estaba siendo muy desplazada por el inglés (García Guillén, 1987, 70 y ss).

Cuando Texas declaró su independencia en marzo de 1836, Almonte se sumó, con el rango de coronel de caballería, a las tropas que al mando de Santa Anna partieron a sofocar lo que en México se consideraba poco más que una rebelión de filibusteros. Participó en las batallas de El Álamo, Río Brazos, Harrisbug y San Jacinto. En esta última, ya como parte del Estado Mayor de Santa Anna, cayó prisionero al igual que su general. Se dice que por “su conocimiento del inglés y su presencia de ánimo” logró obtener que se perdonara la vida a unos 500 prisioneros (García Guillén, 1987, 79). En febrero de 1837 fue liberado junto con Santa Anna y otros oficiales con quienes regresó a México desde Nueva Orleans.[10]


Almonte participó en las batallas de El Álamo, Río Brazos, Harrisbug y San Jacinto, y en esta última, ya como parte del Estado Mayor de Santa Anna, cayó prisionero al igual que su general / Henry Arthur McArdle, La batalla de San Jacinto


En 1838-1839, regresó otra vez a la legación de México en el Reino Unido y participó de manera activa en las negociaciones para que los británicos fungieran como mediadores en el conflicto mexicano-francés conocido más comúnmente como la “guerra de los pasteles”. A su regreso a México obtuvo el reconocimiento –con el apoyo de Santa Anna– de su grado de general brigadier que antes se le había negado.[11] Obtenido este rango, durante la presidencia de Anastasio Bustamante, ocupó por primera vez el cargo de ministro de Guerra y Marina (julio 1839 a septiembre 1841). Después Santa Anna lo nombró ministro plenipotenciario frente al gobierno de los Estados Unidos. Esta fue la primera vez que ocupó el máximo cargo de una legación en el extranjero de manera propietaria y no como interino o provisional. Le tocó, desde luego, un grave problema: negociar el destino de Texas y las relaciones comerciales del sur estadounidense con Nuevo México. Con el triunfo de James Polk en las elecciones presidenciales estadounidenses, la anexión de Texas fue un hecho consumado, y Almonte cumplió entonces con lo que había prometido hacer en ese caso: pidió la devolución de sus cartas credenciales, presentó una protesta formal en nombre del gobierno mexicano en la que no aceptaba esa decisión, cerró la embajada y regresó a México en marzo de 1845.

Obtuvo luego el cargo de senador en el Congreso de la Nación como representante del estado de Jalisco, pero no hay mucha noticia de lo que haya hecho como tal, ya que era un momento muy complicado, signado por la amenaza del conflicto bélico internacional a punto de volverse realidad. Ocupó de nuevo la titularidad del ministerio de Guerra y, por breve tiempo, el de Hacienda en 1846. Durante la guerra México-Estados Unidos, Almonte fungió como comandante militar (nombrado por el gobierno federal) de varios estados (Chihuahua, Oaxaca, Guanajuato, México y Veracruz) y trabajó en la preparación de atrincheramientos y defensas en Río Frío y Cerro Gordo, pero no participó en ninguna de las batallas que decidieron la suerte de esa conflagración.


Almonte fungió como comandante militar de varios estados y trabajó en la preparación de atrincheramientos y defensas en Río Frío y Cerro Gordo, pero no participó en ninguna de las batallas que decidieron la suerte de esa conflagración / Adolphe Jean-Baptiste Bayot, Batalla de Cerro Gordo, 1851


La lista de cargos desempeñados por Almonte, tanto en el ámbito diplomático como de gabinetes presidenciales, pasando por diputaciones y senadurías, hasta su candidatura presidencial, es demasiado larga para reproducirla aquí. Sin embargo, es importante mencionar que todos sus cargos los desempeñó dentro de las instituciones vigentes en el marco republicano que rigió el desarrollo de México entre 1823 y 1862 (desde luego si aceptamos como tal vigencia los grandes vaivenes constitucionales y políticos que caracterizaron ese convulso periodo de nuestra historia como estado-nación). Almonte actuó entonces bajo el cariz de un republicano federalista y liberal, pero cuando, a finales de la década de los cincuenta del siglo XIX –estando en Europa como encargado principal de las negociaciones diplomáticas con el Reino Unido, Francia y España–, decidió apoyar a la reacción conservadora y favorecer los intereses de la Iglesia católica contra las reformas de los liberales encabezados por Benito Juárez, su decantación por ese bando lo condujo al abandono de los ideales republicanos para convertirse en uno de los principales personajes involucrados en la intervención francesa y el intento imperial de Maximiliano de Habsburgo.[12]

La cercanía de Almonte con Napoleón III no sólo fue instrumental, con el propósito de convencer a éste de las posibilidades favorables para la intervención de sus tropas en México, sino que le valió en última instancia poder contar con una pensión monetaria que el emperador de los franceses le otorgó a su “querido general” para vivir sus últimos días (el hijo de Morelos murió el 21 de marzo de 1869). Tras nombrarlo gran mariscal de la Corte, ministro de la Casa Imperial y gran canciller de las Órdenes Imperiales (1864-1866), Maximiliano lo había enviado a la corte de Napoleón III como uno de sus últimos recursos para abogar por la continuación del apoyo francés a su intento imperial. Almonte bajó a su hoy olvidada tumba en París sin lograr tal cometido y sin revelar si era verdad o no que se había llevado con él a Francia los restos de su famoso padre.


Tumba de Juan Nepomuceno Almonte en París


Sin validar que la actuación diplomática de Almonte en defensa de los intereses mexicanos (por lo menos hasta antes de 1859) y su participación en la lucha contra las invasiones angloamericanas (la guerra contra Texas y la guerra contra los Estados Unidos) sean motivos suficientes para reconocerle la categoría de héroe nacional, permanecen algunas preguntas: ¿por qué este par de niños heroicos del que he hablado aquí acabó por adherirse a la causa de la intervención extranjera?, ¿cómo fue que ambos dejaron de lado los ideales republicanos abanderados por Morelos y sus antiguos insurgentes, para terminar apoyando a un gobierno monárquico?, ¿cómo considerar ahora –conociendo el desenlace de sus vidas– las figuras infantiles del “niño artillero” y el “capitán de una compañía de jóvenes emulantes”?, ¿debemos considerarlos traidores más que héroes o patriotas? Las posibles respuestas a estas interrogantes quedan a cargo del lector.

c Referencias

GARCÍA GUILLÉN, Christian Iván (1987). Dios y libertad. Juan Nepomuceno Almonte y el problema por la imposición de un régimen político en México 1823-1869. [Tesis de maestría en Historia, UNAM.] http://132.248.9.195/ptd2016/noviembre/0752426/0752426.pdf Ir al sitio

GURRÍA LACROIX, Jorge (1979). Narciso Mendoza y Juan N. Almonte en el sitio de Cuauhtla. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, 7 (7), 43-65. https://moderna.historicas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/69037/60865 Ir al sitio

HERRERA PEÑA, José (1995). Maestro y discípulo. Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

SECTEI, Secretaría de Educación, Ciencia, Tecnología e Innovación, Gobierno de la Ciudad de México (18 de agosto de 2021). Los niños en la guerra de Independencia. https://www.sectei.cdmx.gob.mx/comunicacion/nota/los-ninos-en-la-guerra-de-independencia Ir al sitio

Notas

* Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.

  1. Los seis cadetes del Colegio Militar que la historia recuerda como los Niños Héroes de Chapultepec nacieron entre 1827 y 1834.
  2. En el momento de la batalla no era aún del todo claro cuáles serían finalmente las reclamaciones territoriales de los estadounidenses si –como en efecto lo estaban haciendo– ganaban la guerra. Sabemos que en Washington se alzaban voces prominentes que abogaban por anexar todo México a los Estados Unidos.
  3. No obstante que, en realidad, no eran niños. Quizá Francisco Márquez, de 13 años, y Vicente Suarez, de 14, estaban al filo, pero otros tres (Agustín Melgar, Fernando Montes de Oca y Juan de la Barrera) tenían entre 18 y 19, mientras que el más afamado, Juan Escutia, era también el mayor, con 20. Así que más bien serían adolescentes, y si hacemos caso al desarrollo etario de aquella época y a su inscripción en el ámbito militar, podríamos decir que eran jóvenes que despuntaban a la vida adulta. Pero el “recuerdo para ellos de gloria” los ha fijado ineluctablemente en la categoría de niños.
  4. Me refiero específicamente a los números 316 (septiembre de 2022) y 317 (octubre de 2022) de Correo del Maestro.
  5. Por ejemplo, además de los roles como guías, mensajeros, apoyo logístico, arrieros y transportistas de abastecimientos para las tropas, sería interesante investigar más acerca de su papel como rehenes (se sabe que muchas niñas fueron internadas durante largos años en “casas de recogimiento” y que algunos niños hijos de destacados líderes insurgentes sufrieron prisión o fueron ejecutados por órdenes de las autoridades virreinales; tal fue el caso de Pedro Bernardino Alquisiras, hijo de Pedro Ascencio, a quien se internó en un hospicio, o Timoteo Rosales, hijo del insurgente zacatecano Víctor Rosales, fusilado en 1811 como escarmiento para su padre). También contribuiría a nuestro conocimiento dilucidar de qué maneras específicas el contexto de guerra agravó o no las ya de por sí altas tasas de mortalidad infantil de aquella época (epidemias, hambre, orfandad, abandono y sin duda la propia violencia bélica debieron cobrar una cuota extra de muertes prematuras entre las y los menores de edad) (cfr. Sectei, 18 de agosto de 2021).
  6. El escrito de Montero se conoce como Manuscrito de la Historia del Sitio de Cuauhtla, por don Felipe Benicio Montero, capitán del ejército del señor Morelos y testigo ocular del sitio. Montero fue capitán en las fuerzas de Morelos y se ha dicho que murió en Cuautla, su tierra natal, en 1853, a la edad de 75 años. Se sabe con alguna certeza que fue informante directo de Lucas Alamán sobre los acontecimientos del sitio de Cuautla (aunque en su obra, Alamán no menciona el episodio del “niño artillero”). Ese memorial sufrió peripecias que llevaron a la pérdida de varias páginas, pero fue publicado en dos ocasiones (1909 y 1927).
  7. Parece referirse con este nombre a otros menores compañeros suyos, quizás un grupo de afrodescendientes originarios de Técpan, una provincia novohispana en la costa del actual estado de Guerrero.
  8. Las fuentes consultadas difieren en cuanto a lugar y fecha de su nacimiento. Tampoco hay total acuerdo acerca de que la madre murió durante el parto, así lo sostiene José Herrera Peña (1995, 204) en Maestro y discípulo, una biografía de Morelos. En algún escrito encontré una referencia a otro hijo de Morelos, llamado José, del que no queda claro si era hermano de Juan Nepomuceno, el rastro de éste se pierde tras esa escueta mención. Lo que es más seguro es que tuvo una hermana, llamada Guadalupe Almonte, de quien tampoco queda claro si fue hija de Morelos. Pero es indudable que Juan Nepomuceno se casó con la hija de su hermana (Dolores Quesada Almonte), quien años después de la muerte de Almonte trató de recuperar las propiedades inmobiliarias que él había hipotecado al final del Segundo Imperio.
  9. Cabe recordar que Almonte vivió en carne propia las derrotas que Iturbide y otros jefes realistas propinaron a su padre en Valladolid (diciembre 1813) y Puruarán (enero 1814), así que posiblemente su animadversión contra el consumador de la Independencia se originó desde entonces.
  10. García Guillén (1987) afirma que durante este cautiverio Almonte y Santa Anna se conocieron más y si no trabaron una plena amistad, al menos lograron un decisivo grado de confianza que condujo al primero a colaborar en los siguientes gobiernos del dictador hasta 1855.
  11. Para esto influyó también que presentara un documento firmado por el generalísimo Morelos, ya que había perdido el original expedido por el Congreso de Anáhuac. En tal copia se asentaba que era el comandante de la Primera Brigada del Sur. En el acta para su ascenso constaba que se le concedía el generalato tanto por sus servicios a la independencia como por los que prestó en la campaña de Texas (se nota en ello que Santa Anna no fue desagradecido con Almonte).
  12. Tras el triunfo del liberalismo juarista en la guerra de Reforma, Almonte fue declarado “traidor a la patria” por los vencedores; una de las acusaciones más destacadas que se le hacían para justificar esa declaración era haber sido artífice y firmante del llamado Tratado de Mon-Almonte, que atentaba gravemente contra la soberanía mexicana (aunque eso no fue exclusivo de la facción conservadora, como lo demuestra la firma del Tratado McLane-Ocampo, el cual no entró en vigor por la desaprobación del Senado estadounidense).
c Créditos fotográficos

- Imagen inicial: Dominio público / commons.wikimedia.org

- Foto 1: jorgalbrtotranseunte.wordpress.com

- Foto 2: twitter.com/M_Caracol/status/1333460794307211271/photo/1

- Foto 3: cabezasdeaguila.blogspot.com

- Foto 4: catalogue.swanngalleries.com

- Fotos 5 a 6: Dominio público / commons.wikimedia.org

- Foto 7: Pierre-Yves Beaudouin / Wikimedia Commons / CC BY-SA 4.0

CORREO del MAESTRO • núm. 320 • Enero 2023