Otras perspectivas SOBRE LA DECENA TRÁGICA Andrés Ortiz Garay[*] ![]() Han transcurrido 108 años desde la última vez que la capital de México fue convertida en campo de batalla, pero la impronta de los sucesos conocidos como Decena Trágica permanece aún en la memoria colectiva de la ciudad. En este texto, el autor nos invita a mirar ese episodio desde una perspectiva no circunscrita a la actuación de un general traidor y un presidente ingenuo.
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c Otras perspectivas sobre la Decena Trágica
Es común que al historiar la Decena Trágica y a sus principales personajes se mantengan algunos cánones que resulta conveniente revisar para dejar atrás una visión maniquea de lo sucedido. En primer lugar, están la credulidad, falta de visión política y bondad sin límites que se han atribuido a Francisco I. Madero, el apóstol de la democracia, contrarrestadas de manera negativa por la perfidia, ambición y falta de escrúpulos –también ilimitadas– del general Victoriano Huerta. En segundo lugar, y en estrecha asociación con la figura de Huerta, se ha repetido muchas veces que el levantamiento de algunos cuerpos militares contra el gobierno constitucional hubiera podido sofocarse de manera fácil y pronta de no haber sido por la traición largamente preparada por Huerta. Por otra parte, se hace hincapié en el cuartelazo como obra de la alta oficialidad del ejército federal (apoyada por algunos representantes diplomáticos extranjeros) sin tomar en cuenta la actuación de otros sectores sociales que cubren una amplia gama. Sin desechar por completo lo que de cierto puedan tener esos cánones, mi objetivo en este escrito es esbozar algunas perspectivas de interpretación que hacen mucho más compleja la explicación histórica del suceso. “Madero ha soltado al tigre, veremos si puede domarlo”, dijo Porfirio Díaz al partir al exilio sin retorno luego de tres décadas y media como presidente-dictador-patriarca de México. En parte socarrona, la frase comportaba también una ríspida interrogante. Posiblemente Díaz la habrá despejado –si aún tenía lucidez mental a los 83 años– al recibir en su retiro parisino la noticia de la muerte de Madero bajo las garras del tigre. Lo que no sabemos es si el viejo dictador estaría de acuerdo con la idea del tigre que presento aquí, pues ésta consiste no tanto en el asunto de que Madero no era buen domador, sino más bien en que no se enfrentó a un tigre, sino a varios. Veamos cuáles eran.
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c Los cinco tigres
Los generales Manuel Mondragón (izquierda) y Félix Díaz (derecha) calculan los tiros de la artillería contra el Palacio Nacional para el asalto al día siguiente desde la Ciudadela El tigre de la reacción contrarrevolucionaria. En octubre de 1912, en La Habana, Cuba, varios conjurados se reunieron para preparar un golpe de estado contra el gobierno de Madero, quien un año antes había sido democráticamente elegido como presidente de México tras la caída de la dictadura porfirista. En aquella reunión, tres personajes llevaron la voz cantante: los generales Manuel Mondragón y Gregorio Ruiz (el primero reincorporado al ejército federal mexicano luego de una licencia solicitada tras la caída del régimen porfirista en 1911, y el segundo en retiro pero con una diputación en el Congreso surgido tras las primeras elecciones más o menos libres luego de tres décadas de dictadura), así como el ingeniero Cecilio Ocón, un oligarca de Sinaloa. Aunque habitualmente los recuentos de aquel acto omiten los nombres de patrocinadores, facilitadores y de otros posibles asistentes a esa reunión, para muchos historiadores resulta claro que esos personajes –y los otros no mencionados– representaban a los grupos de poder empeñados en impedir el cambio que abanderaba la revolución maderista. Esos grupos eran: los terratenientes dueños de grandes haciendas agropecuarias; los altos mandos del ejército que había sido humillado con el triunfo de la sublevación popular encabezada por Madero; los grandes empresarios, financieros y comerciantes que se beneficiaban con el control de monopolios y las abyectas condiciones en que se mantenía a las clases trabajadoras; los inversionistas extranjeros que consideraban una amenaza a sus prerrogativas cualquier atisbo de dignificar el trabajo de los mexicanos (por ejemplo, la simple –y técnicamente acertada– insistencia del gobierno maderista en que los capataces extranjeros impartieran órdenes e instrucciones a los trabajadores en español). En México, el 16 de octubre de 1912, Félix Díaz Prieto (sobrino de don Porfirio) se sublevó en Veracruz, pero fue derrotado una semana después por fuerzas leales al gobierno maderista, y a pesar de que fue condenado a fusilamiento, varias instancias intervinieron para perdonarle la vida, por lo que fue internado en la penitenciaría de la ciudad de México. Por su parte, el general Bernardo Reyes (hombre de mucho prestigio que había llegado a ser el número dos del régimen porfirista) también había intentado sublevarse en diciembre de 1911 (a un mes de la toma de posesión de Madero), pero careció de seguidores a su proclama y fue aprehendido tras cruzar la frontera en Nuevo León y llevado a la cárcel de Tlatelolco en la ciudad de México. Ambos estaban en contacto con los conjurados –de hecho, Rodolfo Reyes, hijo del general, era uno de los principales–, quienes pretendían liberarlos y ponerlos a la cabeza del movimiento insurreccional.[1] ![]() El tigre del descontento revolucionario. Con el Plan de San Luis –lanzado en octubre de 1910–, Madero había soltado a otro tigre: la rebelión campesina que cundió por varias partes del país; en Chihuahua, Sonora, Coahuila, San Luis Potosí, Hidalgo, Puebla, Morelos y otros estados surgieron grupos que tomaron las armas para resistir el fraude electoral y hacer cumplir por la fuerza –la única vía factible– la promesa de Díaz y sus allegados de respetar la voluntad popular. Pero al campesinado insurrecto no sólo ni principalmente le interesaba el cambio de gobierno, su reivindicación constituía una verdadera revolución que buscaba un orden más justo que garantizara su usufructo pleno de la tierra, su medio de vida. Así hubiese sido muy vaga la mención del Plan de San Luis sobre la devolución a las comunidades agrarias, de las tierras de que habían sido despojadas por las grandes haciendas, amalgamó el intenso descontento de los hombres del campo. Ciertamente, esos grupos de insurrectos no respondían a un mando militar unificado; sus objetivos políticos de largo alcance conformaban un amplio mosaico en el que se entremezclaban varias tendencias ideológicas, modos de interpretar las relaciones entre región y nación, y hasta los intereses personales de cada uno de sus dirigentes: En el norte era notoria –aunque con poca cohesión política– la influencia de los seguidores del Partido Liberal Mexicano, encabezado por los hermanos Flores Magón, como también lo fue la ascendencia de algunos cabecillas regionales (Francisco Villa, Calixto Contreras o Tomás Urbina, por ejemplo) cuyo prestigio emanaba de tradiciones locales desplegadas en una abigarrada gama de posiciones que iban desde el bandolerismo social hasta la demanda de restitución de tierras y otros recursos usurpados por los hacendados porfiristas. En el sur –sin la posibilidad de contrabandear armamento y pertrechos a través de la frontera con los Estados Unidos–, el Plan de Ayala, publicado un año después (noviembre de 1911) que el de San Luis, convirtió a Emiliano Zapata y sus seguidores en una fuerza que si bien no era completamente decisiva en el plano militar, sí dio forma a la reivindicación agrarista. Cuando Madero asumió la presidencia y no cumplió con las expectativas que había despertado, sino que pretendió desarmar a las tropas revolucionarias que lo habían apoyado, varios movimientos revolucionarios armados lo desconocieron. El zapatismo y el levantamiento de los “colorados” encabezados por Pascual Orozco (que seguían el Plan de la Empacadora expedido en marzo de 1912) fueron los más peligrosos. Y contra ambos, Madero puso al frente de las fuerzas federales destinadas a reprimirlos a quien parecía ser su comandante más capaz, el general Victoriano Huerta. Cuando Madero pretendió desarmar a las tropas revolucionarias que lo habían apoyado, varios movimientos revolucionarios armados El tigre del oportunismo político. El compromiso de Madero de integrar su gabinete gubernamental con personajes heterogéneos –algunos claramente reformistas, otros sin duda partidarios del antiguo orden porfirista y prácticamente ninguno de profundas convicciones revolucionarias– provocó inestabilidad y deficiencias.[2] El poder legislativo no actuó mejor: el Senado de la República constituyó en su gran mayoría una tenaz oposición, que en todo momento desacreditó y paralizó los intentos reformistas de Madero y sus más cercanos colaboradores; y aunque a partir de 1912 la cámara baja de la legislatura contaba con una mayoría maderista, dominaban en ella los elementos contrarios al presidente (quien además no supo o no quiso aprovechar el apoyo que le brindaba la facción denominada Bloque Renovador). Por si esto fuera poco, hubo problemas de gobierno en once estados de la Federación. Al calor del golpe militar, los rencores partidistas y personales afloraron cruentamente a la superficie (el asesinato de Gustavo Madero, hermano del presidente, es una prueba contundente de ello). Francisco I. Madero y su primer gabinete ![]() El tigre del periodismo vendido. El irresponsable y persistente ataque de la prensa no sólo contra la actuación política de Madero, sino contra su propia persona, fue otro feroz tigre. Chistes venales, apodos denigrantes, caricaturas hirientes fueron usuales en periódicos y revistas, al amparo de la libertad de prensa que el gobierno maderista ofrecía luego de treinta años de “ley mordaza”. En vez de utilizar esa libertad para apuntalar la transición a la democracia, la prensa de aquel tiempo se dedicó a desvirtuar a Madero y al proceso político que conducía por medio de lo que hoy llamamos desinformación y fake news. Además, la tendencia antigubernamental de muchos mexicanos –cualquiera que sea el signo del gobierno en turno– también encontró un cauce favorable para manifestarse con mayor fuerza. El tigre del terrorismo. En una época en la que no había radio ni televisión, muchos civiles acudieron al centro de la ciudad de México para obtener información de primera mano, satisfacer su curiosidad o para dar vuelo a sus ansias de participación. Esto tendría consecuencias fatales desde el momento en que ocurrieron los primeros enfrentamientos armados frente a Palacio Nacional. Las bajas de los uniformados fueron unas cincuenta entre los leales a Madero y cerca de doscientas en el lado de los sublevados; pero los civiles alcanzados por las ráfagas de ametralladoras o fusilería sumaron unos quinientos o más en las primeras horas del cuartelazo. Después se convirtieron en miles, cuando la lucha arreció con el bombardeo de la artillería. Según se cuenta, las fuerzas rebeldes, concentradas alrededor de la Ciudadela, dispararon cientos de obuses dirigidos no únicamente contra objetivos militares, sino destinados a causar daño y zozobra entre la población civil. Se trataba, desde luego, del terrorismo que ya en los albores del siglo XX presagiaba la forma moderna de hacer la guerra a través de bombardeos que no discriminan entre combatientes y no combatientes. El miedo, las privaciones y el hartazgo de los capitalinos cumplieron así un papel importante en la caída de Madero. Cadetes del Colegio Militar en la calle del Refugio
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c Enfocar desde otras perspectivas
La intención de lo expuesto aquí brevemente es llamar a no conformarnos con una visión canónica de la historia. En la actualidad, hay muchos enfoques que complementan y enriquecen la interpretación histórica de la Decena Trágica. Como un inicio simple está, por ejemplo, lo que sostiene Josefina Mac Gregor cuando afirma que el nombre de decena es incorrecto, ya que los hechos cruciales de ese episodio incluyen por lo menos cinco días más, es decir, una quincena. Por mi parte, me atrevo en esta oportunidad a cuestionar las fechas y el nombre de Decena Trágica. El cuartelazo se inició el 9 de febrero de 1913, pero ¿cuándo terminó? ¿El 18 de febrero con la aprehensión de Madero y el Pacto de la Embajada? ¿El 19 con las renuncias de Madero y Pino Suárez, cuando asumió la presidencia Lascuráin, o cuando la recibió Victoriano Huerta? ¿Concluyó el día 22, cuando fueron asesinados los mandatarios para evitar que más adelante pudieran volver y reclamar los cargos para los que habían sido electos legalmente? (Mac Gregor, 2019, pp. 1258-1259). Otro ejemplo sería el de las muchas veces repetida versión de que Huerta, “el chacal, dipsómano y mariguano”, había perpetrado su traición aun antes de que comenzaran las acciones que desembocaron en el cuartelazo y la toma de la Ciudadela por el contingente encabezado por Mondragón, gracias a la cual, los rebeldes se hicieron de un nutrido y moderno arsenal que les posibilitó enfrentarse con éxito a las fuerzas alineadas con Madero. Al respecto, es muy ilustrativo y sugerente lo que dice Bernardo Ibarrola: No afirmo que del estudio cuidadoso y sistemático de ciertas fuentes a partir de interrogantes específicas vaya a resultar que en realidad el doble cuartelazo de febrero fracasó, ni que el éxito del segundo de éstos no se haya debido, en términos militares, a las defecciones del jefe militar de la ciudad de México y del responsable de la guardia de Palacio Nacional. Lo que sugiero es que los complejos hechos ocurridos en la ciudad de México durante la Decena Trágica –el término, por cierto, alude a la duración de las operaciones militares, no del proceso político– podrían explicarse mejor, y acaso recurriendo menos a las deducciones maniqueas sobre los actos de sus protagonistas, si se consideraran con mayor rigor sus datos militares. Si la rebelión de la Ciudadela significó una amenaza militar real, entonces las maquinaciones de Huerta y la ingenuidad de Madero resultan menos evidentes y la actitud de otros actores del drama –como el cuerpo diplomático y los legisladores– se debe ubicar en un escenario más complejo: en una ciudad convertida en campo de batalla, literalmente a merced de los cañones (2019, p. 162). Así, con estos y otros materiales bibliográficos que no es difícil hallar, recomendamos tratar de conocer nuevos enfoques sobre la ya más que centenaria Decena –o Quincena– Trágica.♦
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c Referencias
IBARROLA, Bernardo (2019). La rebelión de la Ciudadela hiere de muerte al gobierno de Madero. La historia militar por contar de la Decena Trágica. Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, 58, pp. 159-194. https://moderna.historicas.unam.mx/index.php/ehm/article/view/70964/67129 Ir al sitio MAC GREGOR, Josefina (2019). Un nuevo hallazgo sobre la Decena Trágica. Apuntes del senador Guillermo Obregón. Historia Mexicana, 68(3), pp. 1253-1299. https://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/view/3815/3762 Ir al sitio Notas * Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.
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c Créditos fotográficos
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