La dimensión rota
de la cultura mexicana:

UN RETO FUNDAMENTAL
PARA LA EDUCACIÓN
Segunda parte

José Luis Espíndola Castro[*]



El presente artículo tiene como objetivo describir cómo ha evolucionado, a grandes rasgos, el actuar social en México desde los años ochenta hasta nuestros días. Variables como la desconfianza, la corrupción, la pobreza y la violencia siguen operando, producto de una cultura de supervivencia. Frente a ello, se destaca la falta de programas educativos para combatir esos problemas y se propone fomentar una comunidad cívica en los distintos niveles escolares.




c La dimensión rota de la cultura mexicana: un reto fundamental para la educación. Segunda parte

En el número anterior de Correo del Maestro describimos cómo explicaban las deficiencias culturales de nuestro país algunos intelectuales de la primera mitad del siglo XX; en especial la falta de integración cultural debida al abandono de innumerables comunidades indígenas; la degradación provocada por el sistema de haciendas y el autoritarismo de los caciques, así como la expropiación injusta de las tierras comunales que ofrecían un recurso económico invaluable para gozar de autonomía. Todo ello derivó en una cultura de “supervivencia” caracterizada por la atomización de la ciudadanía, el abandono del interés en lo público (que es el dominio del “amo”) y la corrupción.

Las consecuencias de lo anterior, si bien atenuadas, aún son claramente visibles y detectables desde los años setenta. En esa década, Russell Ackoff, experto muy conocido por su manejo de “sistemas suaves” –en aquella época florecía la Teoría de Sistemas fundada por Bertalanffy–, visitó en numerosas ocasiones nuestro país. Participó como conferencista, asesor y consultor de empresas públicas y privadas. En 1975-1976 estuvo de año sabático en la Universidad Nacional Autónoma de México. Durante su estancia, que inicialmente fue optimista, se fue deslizando hacia la decepción y a un sentimiento de fracaso. En 1979, Ackoff declara en su artículo “Some Further Reflections On Mexico”:

He estado viniendo a México por más de 15 años, tanto de manera informal como formalmente, procurando afectar decisiones que se toman en diversas dependencias gubernamentales. Dependiendo de cómo me siento, puedo valorar esos 15 años como habiendo sido una pérdida de tiempo total o como habiendo tenido muy poco efecto (citado en Vergara, 1996, p. 3).

Mientras trabajaba en la Universidad, escribió en 1977 un ensayo titulado “National Development Planning Revisited”, donde afirma:

He aprendido que el obstáculo principal para el desarrollo nacional no es la carencia de soluciones a los problemas específicos del desarrollo. Abundan las soluciones para la mayoría de ellos. […] En la planeación del desarrollo, lo que debe ser modificado es la naturaleza del sistema objeto de planeación, su cultura, y no sólo lo que una parte particular hace en lugar y momento determinados (citado en Vergara, 1996, pp. 3-4, énfasis añadido).

Descubre también una de las causas del fracaso: la simulación, es decir, la discrepancia entre lo que las organizaciones dicen que son y lo que son realmente. Se puede decir que estas mentiras disfrazadas revelan el carácter de muchas organizaciones mexicanas que privilegian el papel de lo político, entendido como conservarse y sobrevivir como están, más que ponerse en marcha y solucionar problemas. Encuentra, además, como obstáculos al desarrollo, la corrupción, el autoritarismo, los privilegios, el centralismo y el paternalismo, entre otros.

Otro experto en sistemas, Stafford Beer, llegó a México a finales de 1982, cuando comenzaba el gobierno de Miguel de la Madrid. A un al año de su estancia y al igual que su predecesor, reafirma la pasividad de la administración pública:

He trabajado aquí por un año, he reunido un equipo poderoso y sé cómo responder al diagnóstico de que se necesitan cambios estructurales profundos. Este esfuerzo avanza a paso de tortuga porque está operado dentro de la misma estructura que necesita ser reformada. El propósito de un sistema es lo que éste hace. En este caso el propósito del sistema es no darle efecto al cambio que es absolutamente necesario (citado en Vergara, 1996, p. 4).

En conclusión, Beer califica como “una pérdida de tiempo” su estancia en México y registra la negligencia de las autoridades.

Resulta común que en la sociedad mexicana la gente quiera tener más beneficios sin hacer nada para lograrlo; la pobreza –piensan muchos injustificadamente– siempre será un problema de repartición de bienes[1] y no de cambios en las actitudes, así como de mejores y creativas políticas públicas.

Para Beer, todo debería ser remodelado, la educación, los servicios, el gobierno y sobre todo las personas que practican lo que él llama una “moral de la sobrevivencia”; nombre muy ilustrativo, por cierto, para una actitud que sólo ve por lo inmediato y que, por definición, no puede sustentar al desarrollo.

Otra deficiencia en el mexicano es el inmediatismo. Aunque no en México sino en Chile –pero que podríamos hacer extensivo a la mayoría de los países Latinoamérica–, el sociólogo Norbert Lechner (2001), politólogo y pilar del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, redescubre y mide, a través de encuestas, qué emociones generan actitudes contrarias al desarrollo, entre ellas el pesimismo, la baja autoestima, y lo que él denomina el “presentismo”, pensamiento inmediato carente de visión y de espíritu proactivo. Así afirma en una ponencia:

Lo posible está acotado por el horizonte futuro que tiene la sociedad. Entonces, ¿qué posibilidades se abren en una sociedad que vive un “presentismo” sin fin? Hay una estrecha vinculación entre el denominado conformismo amoral y el presentismo. Las personas que no ven más allá del presente, no logran tomar distancia de sí mismas y quedan encerradas en el momento presente. Hacer política como trabajo cultural significaría pues, generar una perspectiva de futuro. Y dicho futuro se construye en tanto se aprende a imaginar qué sería lo posible, lo deseable (Lechner, 2001, p. 491).

Algo muy similar observa la intelectual Ikram Antaki (1996), en su libro El pueblo que no quería crecer (publicado bajo el pseudónimo de Polibio de Arcadia):

Los mexicanos sacralizan el momento de su cotidianidad y sólo temen al poder temporal inmediato que podría dañar su gozo […] No temen más allá de lo que puede pasarles ahora, pero tampoco esperan más allá de lo que pueden obtener en el instante. […] Esta incapacidad de la razón, de imaginar el futuro, es la principal causa de la imposibilidad de la justicia como de la misericordia (p. 15).

Este mismo “presentismo” evita la planeación a largo plazo y fomenta la falta de tenacidad y concentración en lo que realmente importa, y en el ámbito público fomenta la negligencia. Por ello, la cultura mexicana, como muchas latinoamericanas, es policrónica: se hacen muchas cosas a la vez, pero de una forma desordenada, en función de lo que atrae en ese momento y no de lo que conviene hacer. Esto conduce a la mediocridad y al despilfarro de energía.

La discriminación arraigada en el mexicano es producto del autoritarismo del pasado histórico del país: la humillación del otro se repite de generación en generación

La discriminación en México también es parte de su cultura. Hay una necesidad de ostentar los bienes o la ropa de marca para estar en la clase de la “gente bien” (como el afroamericano); de allí que también se discrimine en función del origen y sobre todo de la apariencia física. El epíteto que resume esto es la calificación de “naco” o de “indio” y con frecuencia se justifica pensando que “son pobres porque quieren” o “son pobres porque son flojos”. El Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred, 2012) reconoce que esta discriminación arraigada en el mexicano es producto del autoritarismo del pasado histórico del país: la humillación del otro se repite de generación en generación. Ryszard Kapuscinski trae a colación, en su libro Ébano, cómo los africanos que fueron devueltos al continente africano para fundar Liberia se vistieron como sus antiguos amos, adoptaron las costumbres de sus dominadores y discriminaron a los pobladores autóctonos de ese país (lo que acarreó varias guerras civiles).

La corrupción es otro capítulo importante, Allan Riding (1985) afirma en Vecinos distantes:

… la corrupción está presente en todas las regiones y sectores del país. Aunque está en función de la estructura piramidal de poder que existe, incluso en renglones no gubernamentales, también hay una actitud común, casi un patrón de conducta que, al parecer, permite que muchos mexicanos acepten prácticas de honradez dudosa. Pese a que el gobierno es el blanco de la mayor parte de las críticas, la corrupción también se puede encontrar, en diferentes niveles, en el mundo del deporte, la cultura, la religión, el académico, así como en los negocios, los medios de comunicación y entre los obreros (p. 151).

Por otra parte, los estudios de psicología social y de cultura política, como The Civic Culture de Gabriel Almond y Sidney Verba (1989), por mencionar alguno, contribuyeron a mejorar la apreciación del efecto de la cultura y de los rasgos de carácter en la sociedad. Los investigadores mencionados, por ejemplo, midieron la cultura política en cinco países, y mostraron, entre otras cosas, la gran desconfianza que tiene la población mexicana hacia sus autoridades y la existencia de la ya muy conocida corrupción. Así, podemos constatar –como sucede en otras naciones subdesarrolladas– desde los grandes robos de los políticos, hasta el robo hormiga con que se pierden materiales de hospitales, oficinas de gobierno y negocios, pasando por copiar en los exámenes y plagiar textos para pasar las materias escolares. Las leyes, que deberían proteger al ciudadano, también son empleadas para la corrupción.

La corrupción, además, conlleva un proceso profundo de deshumanización, en donde los demás son considerados como objetos o como extraños de los que puede disponerse; es la eliminación de todo sentimiento de simpatía o compasión por el otro, de allí que la corrupción, en muchos casos, esté asociada a la violencia de género y del abuso en general de los más débiles.

De manera paralela, la característica del familismo cerrado en el mexicano (sólo la familia es importante) genera una ética que únicamente vale para los parientes cercanos, pero no para los extraños a los que sí se puede engañar.

La enorme deshonestidad tiene dos fuentes de origen. Una es la pobreza y el sentimiento de que es legítimo tomar lo de otros para sobrevivir (moral de la supervivencia); esto se asocia con una autoestima baja donde el sujeto no se siente mal si roba (no hay “autoindignación”). Los pobres, abusados por las élites, tenían la oportunidad de sobrevivir, malamente, a través del engaño o haciendo trampas. Si se hurta en oficinas de gobierno, se justifica porque “el gobierno roba más”; muchos incluso lo ven como un acto de justicia restaurativa, con lo cual se elimina todo sentimiento de culpa. Los funcionarios corruptos roban con razonamientos más sencillos aún: “todos lo hacen” o “así es el sistema”.

Gonzalo de Pizarro mata a Diego de Almagro tras derrotarlo en la batalla de Salinas / Ilustración del libro Nueva crónica y buen gobierno de Felipe Guamán Poma de Ayala (1615)

El origen de la corrupción tiene raíces añejas empezando por la herencia que dejó la Colonia española llena de desconfianza, corrupción, engaños y traiciones. No está de más recordar las traiciones de Cristóbal de Olid a Cortés, de Almagro a Pizarro, de Aguirre a la Corona, y de Núñez de Balboa traicionado por su propio suegro. Esto será casi una costumbre en las abundantes traiciones que se dieron en las guerras intestinas de México y en la Revolución. Por otra parte, la enorme burocracia que el Imperio generó para controlar a las colonias trajo consigo una enorme corrupción alimentada por una mentalidad de hacerse rico en poco tiempo y sin trabajar; idea que ya estaba incrustada en los primeros conquistadores encantados con el oro y la minería.

La corrupción en la Nueva España, dice un investigador, era “casi incontrolable” desde mediados del siglo XVI; así, por ejemplo, ciertos cargos se compraban y duraban cinco años, y había que recuperar la inversión (Cárdenas, 2006). Especialmente los corregidores y alcaldes mayores eran los más corruptos: acaparaban abastos para revenderlos, hacían empleo de cohechos, promovían los sobornos, interpretaban la ley a su favor, etcétera.

A pesar de esta trágica descripción histórica de la corrupción que heredamos, atacar ese vicio en la actualidad no aparece en ningún programa de educación cívica básica; y es muy probable que no se elabore ninguno debido a que se estaría atacando en buena medida muchas y variadas prácticas del mundo de la política.

Se puede pensar que las características que se han reseñado del mexicano son ideas que no obedecen a los distintos Méxicos. El mismo Riding (1985) se da cuenta de que existen tres países: el del norte, proactivo y rico; el del centro, mestizo y colonial; y el del sur, pobre e indígena.[2] Sin embargo, en una medida u otra, esas notas se replican en diferente magnitud debido a los sistemas que integran al Estado: el sistema jurídico, el político y el educativo familiar y escolar.

Lo que se han reseñado hasta aquí, no son observaciones exageradas de intelectuales, la mayor parte de estas características han sido validadas por medio de numerosas encuestas como las que realiza la Secretaría de Gobernación, la Encuesta Mundial de Valores (EMV), la Encuesta Nacional sobre Filantropía y Sociedad Civil (Enafi) y la Encuesta Nacional de Identidad y Valores (ENIV). También pueden consultarse los resultados de las encuestas del Latinobarómetro a lo largo de los años. Algunos datos, a tenor de ejemplos, son los siguientes:

La Enafi 2013,[3] elaborada por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), reporta algunos datos interesantes sobre la corrupción y, por ende, la desconfianza. Se nota un incremento con el avance de los años:[4]



Para el año 2020, la Encuesta Nacional de Cultura Cívica (Encuci) muestra que la percepción sobre la corrupción va en aumento, a juzgar por este gráfico de opinión pública:


Fuente: Inegi, Encuci, 2020, p. 127.


En la Encuesta Nacional sobre Cultura Política y Prácticas Ciudadanas (Segob), los resultados obtenidos en su aplicación en los años 2001, 2003, 2005, 2008 y 2012 coinciden mucho entre sí. Destaca lo siguiente:

  • Casi tres cuartas partes de los ciudadanos entrevistados manifiestan tener poco interés en la política.

  • Los ciudadanos tienen una gran desconfianza en los representantes del poder legislativo, los partidos y la policía.

  • Perciben altos niveles de corrupción en prácticamente todos los ámbitos de gobierno.

  • Cerca de 70 por ciento de los entrevistados perciben que el país no va por buen camino.

  • 80 por ciento de los encuestados piensan que el voto es la única manera de evaluar al gobierno.

  • Cerca de 80 por ciento de los encuestados se informan de la política a través de la televisión.

  • 4 de cada 10 entrevistados piensan que en el futuro tendrán menos oportunidad de influir en el gobierno.

En esta encuesta, puede observarse fácilmente el alejamiento de los ciudadanos de la vida política o, a la inversa, el alejamiento de los políticos de la ciudadanía, y la desconfianza.

Tampoco es raro que la desconfianza hacia los otros se haya incrementado en los últimos años, en México y en toda América Latina y el Caribe, la más alta del mundo; para 2020 se eleva a 90 por ciento de desconfianza; México, sin ser de los más elevados (18 por ciento), está muy lejano del promedio mundial, de 69 por ciento (Latinobarómetro, s. f., p. 62).


Fuente: Latinobarómetro, s. f., p. 63.


La desconfianza tiene su justificación: delincuencia organizada, fraudes, asaltos, robos, engaños en los servicios, corrupción en los servicios del gobierno. Es muy posible que “los buenos sean la mayoría”, pero un alto índice de la delincuencia echa a perder la posibilidad de trabajar en conjunto para realizar tareas comunitarias; imposibilidad que ya se ha convertido en un hábito.

Por su parte, en un foro sobre valores, un pedagogo (Cabrera, 2011) ha señalado la falta de autorganización de los jóvenes para el servicio a los demás:

Sólo cuatro de cada diez jóvenes reconocen la importancia de una sociedad cohesionada. Y un dato que a mí verdaderamente me alarma mucho, en México sólo cinco por ciento de los jóvenes participan en organizaciones cívicas o de servicio comunitario. Este mismo dato del cinco por ciento de México lo tenemos que comparar con el 25 por ciento en Colombia, el 33 por ciento en Chile y el 50 por ciento en Estados Unidos.

En la actualidad, el panorama es similar de acuerdo con la Encuesta Nacional de Cultura Cívica 2020 del Inegi:


Fuente: Inegi, Encuci 2020, p. 148.


En cuanto a la violencia y la desigualdad, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo reporta que mientras como promedio mundial la desigualdad y la violencia han disminuido, la región de América Latina y el Caribe ha conservado su lugar como una de las más violentas del mundo e independientemente de su crónica desigualdad:

Entre 2000 y 2018, las tasas de homicidio intencional en cada una de las subregiones de ALC superaron significativamente los promedios mundiales […] Más aún, los países de ALC mostraron tasas de homicidio y de victimización por delitos mucho más altas que otros países con niveles similares de desigualdad (PNUD, 2021, p. 204; énfasis añadido).

Sin duda, la delincuencia está asociada a la pobreza, siempre y cuando se cumpla el juicio que ha repetido el investigador argentino Bernardo Kliksberg en varias conferencias: el pobre es delincuente siempre y cuando “haya ambición y desesperanza”; en buena parte, el pobre deculturizado y rodeado de clases ricas, con frecuencia habitante de los cinturones de miseria. El crecimiento de los cárteles dedicados al tráfico de drogas es impresionante en México y ha costado miles de víctimas. El reclutamiento forzado de jóvenes y la socialización de la criminalidad hacen más difícil la erradicación de este mal.

Existe la falsa creencia de que la pura desigualdad económica es causa de la pobreza y que, por ende, es causa también de la delincuencia. Este mito se simplifica en ocasiones creyendo que la riqueza de unos es la causa de la pobreza de otros. Parecería que hay razones para ello porque en Latinoamérica existe una gran desigualdad y mucha pobreza. Sin embargo, los países más ricos son muy desiguales y hay menor pobreza.


Fuente: Credit Suisse Global Wealth Databook 2018.


China es el país que tiene la mayor desigualdad relativa[5] –más riqueza en menos manos– y, sin embargo, ha sacado a más de 100 millones de personas de la pobreza. Quien tiene mayor desigualdad absoluta –más cantidad de dinero concentrado en pocas manos–, los Estados Unidos, sólo tiene 12 por ciento de pobreza, concentrada principalmente en nativos indígenas, afroamericanos y latinoamericanos. Pero, además, de los Estados Unidos se envían enormes remesas a México, a la India (casi el doble de lo que recibe México), China, Filipinas y muchos otros países latinoamericanos.

Por lo anterior, podemos concluir que la desigualdad no es causa de la pobreza sino al contrario. La razón es que en esos países los ricos invierten muchísimo. Allí los ricos son agentes inversores que producen innovación y empleos mejor pagados; arriesgan su dinero en proyectos de alto nivel: nuevos artefactos e innovación en los ya existentes, sofisticados sistemas de informática e, incluso, vuelos al espacio; pero también en negocios creativos de diversa naturaleza.

En México también podemos ver un indicio de ello en los niveles de pobreza estatales. De manera notoria, la menor pobreza está en Nuevo León, con 14 por ciento; estado que tradicionalmente cuenta con grandes empresarios y con una gran cantidad de riqueza en pocas manos, pero con altas inversiones en el estado y fuera de él.

En México la desigualdad es notoria, pero es una desigualdad en donde no existe la inversión y, a menudo, duerme en paraísos fiscales cuando son producto de la corrupción política y social; así afirma un investigador acerca de los más ricos de Latinoamérica:

El capital está limitado, y buena parte de lo que hay, no está en las manos de verdaderos empresarios comprometidos con los riesgos y la innovación, pero sí en aquellos especuladores cautelosos quienes prefieren invertir el dinero en bienes raíces y esperan que el crecimiento vegetativo de sus países dé pie al crecimiento de sus propiedades. Éstos no son capitalistas modernos sino terratenientes en la tradición feudal. Pero aún peor es el negociante mercantilista que busca su fortuna a través de las influencias políticas más que competir en el mercado (Montaner, 2000, p. 60).


Fuente: Coneval en Aguilar, 2019.


Todos los rasgos descritos en este apartado son afectados, y a la vez afectan, a un sistema social que, como se ha visto, no ha concluido con la formación ciudadana y, a la vez, ha heredado históricamente una cultura de desconfianza, desorden y corrupción en todas las clases sociales.

Para no ofrecer sólo una visión pesimista al describir estos fenómenos sociales, podemos advertir que estas fallas en la cultura mexicana, que se han ido reproduciendo desde la Colonia –o incluso incrementando–, pueden traducirse positivamente en competencias y objetivos educativos para promover e implementar buenas actitudes y prácticas ciudadanas en todos los niveles educativos, especialmente en los inferiores.

Robert Putnam (1994), notable investigador del capital social, es quien abre el concepto de mejora del capital social a lo que él llama comunidad cívica. Ésta es la que permite el desarrollo de la economía y de la democracia, en ella se viven valores entre iguales como son la solidaridad, el compromiso con los otros, la confianza, la tolerancia y las normas de reciprocidad. Así, Putnam afirma:

Las reservas (stocks) de capital social, tales como la confianza, las normas y las redes, tienden a ser autorreforzantes y acumulativas. Círculos virtuosos resultan en equilibrio social con altos niveles de cooperación, confianza, reciprocidad, compromiso cívico y bienestar colectivo. Estos rasgos definen a la comunidad cívica. De manera inversa, la ausencia de estos rasgos en la comunidad “acívica” son también autorreforzantes (p. 177).

Coincide este planteamiento curiosamente con lo propuesto por Kohlberg y Reimer (1997). Estos estudiosos, preocupados por la formación ética de los adolescentes, propusieron el desarrollo de lo que llamaron comunidad justa. Esta propuesta, que llevaron a la práctica, consistía en animar a los alumnos de un colegio para que se autorganizaran, tomaran decisiones y resolvieran así, problemas de su escuela y la comunidad. La intención era que el alumno cobrara consciencia de su pertenencia a una comunidad y se sintiera responsable de ella. La comunidad cívica –la autorganización dentro de la virtud– es una de las metas educativas más ambiciosas y nobles que hay que buscar para neutralizar y sustituir las deficiencias culturales. Representa tareas que pueden irse fomentando desde la educación básica hasta la universitaria, si bien respetando los límites y condiciones de cada nivel educativo, así como sus áreas de oportunidad.

La autorganización y sus ventajas sociales deben aprovecharse dentro de las aulas escolares para la solución de problemas sociales y físicos del entorno. Es una manera, además, de fomentar el empoderamiento, la creatividad y la autoestima en los niños y en los jóvenes; pero también de fomentar la igualdad de género y la empatía. Los niños pueden resolver problemas en conjunto y autorganizarse bajo la tutela del maestro, descubriendo y resolviendo problemas interesantes: cómo mejorar un jardín; cómo ayudar a las personas con discapacidad; cómo mejorar el aspecto del salón de clases, etc. Desde luego, deben generar un proceso para tomar decisiones y poner en práctica lo acordado. No es este el lugar para describir todo ese proceso, pero seguramente hay docentes con creatividad e inteligencia que tendrán magníficas propuestas.

c Referencias

Aguilar, Luisa (2019). 72 millones sin seguridad social; Coneval presenta balance 2008-2018. Excélsior, 6 de agosto.

ALMOND, Gabriel A., y Sidney Verba (1989). The Civic Culture. Princeton University Press.

ANTAKI, Ikram [bajo el pseudónimo de Polibio de Acadia] (1996). El pueblo que no quería crecer. Océano.

CABRERA, Enrique (2011). SEP: Foro de Valores en la Educación Superior, durante el Encuentro Educación y Valores para la Convivencia del Siglo XXI, México, 4 de abril.

CÁRDENAS, Salvador (2006). La lucha contra la corrupción en la Nueva España según la visión de los neoestoicos. Historia Mexicana, LV (3), pp. 717-765.

INEGI, Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2020). Encuesta Nacional de Cultura Cívica (Encuci) 2020. Principales resultados. https://inegi.org.mx/contenidos/programas/encuci/2020/doc/ENCUCI_2020_Presentacion_Ejecutiva.pdf Ir al sitio

ITAM, Instituto Tecnológico Autónomo de México (s. f.). Encuesta Nacional sobre Filantropía y Sociedad Civil (Enafi) - ITAM. Resultados de la Encuesta. http://www.enafi.itam.mx/es/results.php Ir al sitio

KOHLBERG, Lawrence, y Joseph Reimer (1997). De la discusión moral al gobierno democrático. L. Kohlberg,

F. C. Power y A. Higgins (eds.), La educación moral según Lawrence Kohlberg (pp. 21-47). Desclée de Brouwer.

Latinobarómetro (s. f.). Informe 2021. Adiós a Macondo.

LECHNER, Norbert (2001). La política de desarrollo como un desafío cultural. Ponencia del informe de desarrollo humano en Chile. En el informe de la Encuesta Nacional PNUD, 2001.

MONTANER, Carlos (2000). Culture and the Behavior of Elites in Latin America. L. Harris y S. Huntington (eds.), Culture Matters. Basic Books.

PNUD, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2021). Informe Regional de Desarrollo Humano | Atrapados: Alta desigualdad y bajo crecimiento en América Latina y el Caribe. https://www.latinamerica.undp.org/content/rblac/es/home/library/human_development/regional-human-development-report-2021.html Ir al sitio

PUTNAM, Robert (1994). Making democracy work. Princeton University Press.

RIDING Allan (1985), Vecinos distantes. Un retrato de los mexicanos. Planeta/ Joaquín Mortiz

VERGARA, Luis (1996). De cómo llegaron Russell Ackoff y Standford Beer a condenar a México y de cómo Niklas Luhman nos ayuda a comprender sus extravíos. Academia de Ingeniería de México. http://www.slideshare.net/AcademiaDeIngenieriaMx/de-cmo-llegaron-russell-ackoff-y-stafford-beer-a-condenar-a-mxico-y-de-cmo-niklas-luhmann-nos-ayuda-a-comprender-sus-extravios Ir al sitio

Notas

* Doctor en Enseñanza Superior por el Colegio de Morelos.

  1. Sin duda hay un problema de repartición de bienes; pero el problema central es a qué se dedicarán esos bienes repartidos. Los mejores bienes repartidos son aquellos que producen más riqueza, empleos y libertad para los habitantes, especialmente para que los pobres dejen de serlo.
  2. En el norte del país se colonizó realmente entre iguales o trabajadores mejor pagados, mientras que en el sur la economía se basó en la explotación de la mano de obra barata, especialmente de la indígena. Esto ocasionó un tipo de mentalidad distinta en ambas regiones: más autónoma y proactiva en la primera, y dependiente y providencialista en la segunda, tanto en las clases bajas como en las ricas.
  3. La última que se elaboró.
  4. La Encuesta Nacional de Identidad y Valores, llevada a cabo por la UNAM en 2015, reporta un resultado similar, y detecta 53% de personas en el grupo de “desconfiados” en los estados del sureste de la República.
  5. Más riqueza en 10% de la población.
c Créditos fotográficos

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CORREO del MAESTRO • núm. 309 • Febrero 2022