De verdades mentirosas: LOS CRONISTAS DE INDIAS Y LOS NAUFRAGIOS DE CABEZA DE VACA ![]() Los cronistas de Indias asumieron la difícil tarea de registrar y transmitir, con distinto grado de fidelidad, una realidad completamente desconocida para ellos, innombrable. Pero nombrar lo que no tiene nombre equivale a inventarlo, y los cronistas se vieron en la necesidad de inventar para sus reyes: animales, tierras, paisajes, hombres y costumbres que parecían producto de imaginaciones desbocadas, como se constata en los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Esta historia es mía
Empiezo este artículo con una afirmación que no admite réplica para mí: los cronistas de Indias son maravillosos. Y es que de pronto a uno le nacen espontáneamente esta clase de juicios sumarios que pintan a la perfección el grado de azoro ante el descubrimiento del universo que los cronistas nos revelan, nada equivalente a la crisis que implicó para ellos el descubrimiento de las tierras americanas. Los testimonios que tenemos del encuentro, de esa confrontación, de la invención de un mundo, de la transmutación inmediata del territorio conocido en mundo viejo, rancio, son documentos de excepción en la historia de la humanidad; la forma de registrar la crisis de su realidad conocida pareciera, naturalmente, propia de la ficción. Los cronistas de Indias inventaron América para la posteridad e hicieron de esta experiencia una novela. Cada historia en sí misma consigna una épica de la supervivencia; un mundo que se impone como versión de la realidad. Al referirse a Bernal Díaz del Castillo y su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, Carlos Fuentes afirma que es el primer “novelista” que vio la muerte en América. Esta opinión no es exclusiva de él, la crítica literaria contemporánea suele aproximarse a la obra de los cronistas, si no formalmente bajo un enfoque novelístico, sí como una configuración precoz e intuitiva del género. Álvar Núñez Cabeza de Vaca y su fabulosa odisea de casi diez años en Norteamérica es ejemplar al respecto. La novela y la crónica, o más exactamente el relato testimonial (para evitar confusiones entre la disciplina histórica y la literaria) son géneros hermanos, mellizos. Las únicas diferencias son el compromiso (yo diría la promesa) y la voluntad del autor. El cronista se compromete a relatarnos una verdad, la que atestiguó; el compromiso del novelista no es con la realidad, ni siquiera con la verosimilitud, sino con la ficción, por más realista que sea. En ambos casos se pone en juego la perspectiva de la imaginación y, esencialmente, una interpretación de la realidad. También podrían señalarse recursos de estilo y retóricos, la estructura, el registro fiel en oposición a la recreación… Pero a estas alturas, ¿de verdad sorprende si el relato testimonial en efecto echa mano de recursos convencionalmente reservados para las letras? Los géneros literarios, en particular los narrativos, han ido borrando sus fronteras. Quizás hoy no sorprenda, pero, para contar una historia, basta comenzar a contarla… aunque no necesariamente por el principio. Sin detenernos en el hecho (cierto y comprobado) de que los cronistas escribieron sus testimonios alentados por mucha imaginación, estimulada a su vez por ciertos intereses personales y mucha frustración, el relato testimonial –la relación, propiamente dicha– se entiende como un fenómeno histórico que deviene fenómeno literario: un largo tránsito del accidente al establecimiento de una forma de la literatura. ![]() Primera página de Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo Se sabe de antemano, e igualmente lo damos por cierto e inatacable, que la relación es un documento historiográfico legítimo dado su carácter testimonial, como en el caso de Díaz del Castillo, o autobiográfico, como en el de Cabeza de Vaca, que da cuenta de un acontecimiento de interés no sólo personal, sino público, puesto que todas están dirigidas al rey con el fin de obtener reconocimiento de las hazañas consumadas en los territorios conquistados en el Nuevo Mundo. La diferencia entre Historia verdadera de la conquista… de Bernal Díaz del Castillo e Historia general de las Indias de Francisco López de Gómara estriba precisamente en esa intención: el primero es un protagonista privilegiado de la monumental y arriesgada epopeya que emprende Cortés, y a través de su relación solicita al rey el reconocimiento de sus servicios, junto con la recompensa prometida por ellos. El segundo, en cambio, se conforma con historiar los acontecimientos ocurridos en las Indias, tomando como fuente principal al protagonista de la hazaña. Y cosas de la vida, ahora pretenden hacernos creer, mediante la muy meritoria habilidad de la manipulación de datos y toda la historiografía disponible, que atrás de ambas relaciones –la testimonial y la investigación histórica– se encuentra, maquiavélica y omnipresente, la figura de don Hernán Cortés, que además perpetró sus propias Cartas a don Carlos V. ![]() Edición impresa en Zaragoza en 1553 de la Historia general de las Indias de Francisco López de Gómara ▼ Traduttore, traditore
La escritura, que no la literatura en sí misma, es inseparable de la historiografía, afirma el semiólogo argentino Walter Mignolo; una de las razones de ello radica en “una concepción de los juegos de lenguaje” permitidos por la escritura como instrumento de conservación historiográfica (Mignolo, 1986). Y precisamente de ese “juego de lenguaje” participa el cronista, que desea enviar al rey su testimonio escrito de la mejor manera. Es claro que no a todo discurso histórico se le podrían asignar valores literarios. El hispanista austriaco Víctor Frankl destaca que “comentarios muy disímiles de historiadores eminentes, como lo fueron Hernán Pérez de Oliva, Ambrosio Morales, Pedro Mejía y el mismo Inca Garcilaso, confirman la extraordinaria latitud que en el siglo XVI se confería al discurso histórico; y confirman, además, cuán próxima estaban, en sus aspectos formales, la relación histórica y la narrativa de ficción” (apud Pupo-Walker, 1986: 32). Pero esta aseveración se refiere exclusivamente a la forma; la cuestión podría ir más allá si equiparamos la labor del cronista a la del creador como registro y traducción de la realidad. ¿Acaso no ha sido viable a la inversa? A partir de los textos homéricos fue posible situar los restos de Troya en el mapa (aunque la veracidad de la mítica guerra sea debatible). No es necesario estudiar Historia para concluir que la verdadera historia de la conquista de la Nueva España, de América, no es la verdadera, así como cualquier hecho histórico admite tantas versiones como testigos tiene. El discurso histórico es la suma de las visiones parciales que consignan e inventan un acontecimiento. Y es así que el discurso se transforma en narrativa. La construcción de esa narrativa histórica está en posesión de Bernal Díaz del Castillo y Hernán Cortés, en el caso de la Conquista; el corazón de los indios del norte es el corazón que ha palpado Cabeza de Vaca en su largo viacrucis. ¿Qué es el novelista, el contador de historias, sino traductor e intérprete de la realidad? Y como traductor, traidor –según el adagio italiano–. Su labor, dice Vargas Llosa, no consiste, como podría pensarse, en alterar la realidad, si no en transformarla. El novelista cuenta mentiras –novelas, las llamaría Cabeza de Vaca–; el cronista, historias verdaderas. Marthe Robert se pregunta en Novela de los orígenes y orígenes de la novela: ¿Y qué significa “ficción” o “verdad” en un ámbito en el que incluso los datos de la realidad empírica sufren una interpretación por el mero hecho de que ya no son vividos, sino escritos? Entre la “verdad novelesca” y la “verdad real”, ¿existe identidad, una natural semejanza o sólo una analogía? ¿Cómo se garantiza el paso correcto de la una a la otra? (1973: 19). ![]() En 1542 se publicó por primera vez, en Zamora, ciudad española, La relación que dio Alvar Núñez Cabeza de Vaca de lo acaescido en las Indias en la armada donde yva por governador Pánfilo de Narváez desde el año de veynte y siete hasta el año de treinta y seis que bolvió a Sevilla con tres de su compañía, título original de una obra que se ha conocido más con el nombre de Naufragios Ambos, Marthe Robert y yo, ignoramos la respuesta. Escindir la crónica de la novela es ocioso, porque la crónica de Robinsones o Quijotes hace despuntar la novela moderna.[1] La segunda, como género que goza de una libertad total, fagocitaria de todos los géneros, se nutre de la primera, la absorbe totalmente, y ésta a su vez necesita de los recursos literarios que ofrece la novela para construir su discurso y hermosearlo. A la distancia es posible afirmar que la novela se convierte en el género literario del cual se sirven los cronistas para fabular sus historias: sus relatos tienen más de cuento que de historia. Claro, de este acto narrativo no son plenamente conscientes los cronistas (¡qué les importa la teoría!); sin embargo, lo intuyen: el mismo Álvar Núñez omite en la primera edición de Naufragios algunos de los más célebres episodios de la obra, “episodios en los que se aprovechan con delicada astucia narrativa recursos característicos de la novella renacentista y la ficción de sesgo bizantino que tan popular fue en el siglo XVI”, explica Enrique Pupo-Walker (1986: 33). Este reputado hispanista cubano reflexiona en torno a la narrativa de los cronistas así: “Estamos, según se ha visto, ante narraciones complejas que repetidamente obedecen con agrado al impulso imaginativo. Son, bien está repetirlo, textos repletos de finísimas intuiciones que han admitido con sorprendente frecuencia el legado sutil de la actividad literaria” (1986: 36). ![]() Detalle del mural Los primeros hombres procedentes de Europa realizado por el pintor Aarón Piña Mora (1914-2009) en el Palacio de Gobierno de Chihuahua que muestra a Álvar Núñez Cabeza de Vaca al centro representando a los primeros hombres blancos que pisaron Chihuahua ▼ La seducción del naufragio
Contar la historia como un cuento o una novela es más seductor que la referencia lineal de acontecimientos históricos. Quienes venden libros lo saben, y así reseñan, por ejemplo, la magnífica historia de Naufragios los editores de Planeta:[2] En este libro, Cabeza de Vaca narra las vicisitudes de los cuatro únicos supervivientes de la expedición de Pánfilo de Narváez a Florida (1527), los cuales vivieron entre los indios durante ocho años como esclavos, comerciantes y curanderos, y atravesaron a pie el suroeste de los actuales Estados Unidos y norte de México hasta que en 1536 lograron volver al territorio bajo control español, la colonia de Nueva Galicia dentro del Virreinato de Nueva España. Destaco la palabra “narra”: consideremos los Naufragios como construcción narrativa, sin marginar su carácter historiográfico y etnográfico. La obra está escrita con un lenguaje directo, libre de academicismos y artificios literarios, que a Cabeza de Vaca le resulta odioso emplear, pues sabe que para su propósito son inútiles, y por ello se disculpa con su “Sacra, cesárea y católica Majestad”. El náufrago se planta decididamente en su postura de cronista y relator, y anticipando en un “Proemio” excepcional lo poco creíble de su historia, mas no por ello mentirosa, dice: … el cuidado y diligencia siempre fue muy grande de tener particular memoria de todo, para que si en algún tiempo Dios nuestro Señor quisiese traerme a donde ahora estoy, pudiese dar testigo de mi voluntad, y servir a Vuestra Majestad. Lo cual yo escribí con tanta certinidad, que aunque en ella se lean algunas cosas muy nuevas y para algunos muy difíciles de creer, pueden sin duda creerlas: y creer por muy cierto, que antes soy en todo más corto que largo, y bastará para esto haberlo ofrecido a Vuestra Majestad por tal (2003). Destaco “pueden sin duda creerlas: y creer por muy cierto”. Tal advertencia evita que en su lector persista cualquier dejo de incredulidad, al tiempo que uno, como ese lector remoto, lamenta que Cabeza de Vaca evada o apenas mencione pasajes que hubieran agotado páginas fabulosas, porque gracias a que los nativos los consideran seres con poderes mágicos, es que los expedicionarios logran sobrevivir. Los episodios funcionan como integradores independientes de la relación. ¿Qué pasaría, por ejemplo, si Álvar Núñez omitiera la brevísima narración de la Mala Cosa, aquel ser maligno proveniente de la tierra que destaza a los indios y que hace con éstos lo que a su perverso parecer le viene en gana? Para nosotros como lectores, nada. Sin embargo, para él es necesario contarlo, porque refuerza su misión evangelizadora ante su sacra, cesárea y católica majestad: “Nosotros les dijimos que aquél era un malo, y de la mejor manera que pudimos les dábamos a entender que si ellos creyesen en Dios nuestro Señor y fuesen cristianos como nosotros, no tendrían miedo de aquel, ni él osaría venir a hacerles aquellas cosas” (2003). Los episodios cumplen una labor de espejos: al contraponerlos se van creando tensiones (no sólo literarias, sino históricas y psicológicas) que anudan la narración, y contrastan la dilatada transformación de Álvar Núñez en indio, aunque no sufrirá un proceso de indianización, como Gonzalo Guerrero, y cada uno conserva en sí mismo su propia evolución en el tiempo. No es difícil encontrar en Naufragios, brevísimos relatos de orden fantástico, maravilloso y testimonial. Los cronistas de entonces, y eso es algo increíblemente seductor, sin hacer a un lado el asombro, registraban lo incomprensible como una realidad que, antes de esmerarse por comprender, derivan al asombro y a la magia. Esta linealidad de la crónica es perfectamente redonda: en el último episodio, Cabeza de Vaca recurre a un bastón en el cual se ha apoyado todo el tiempo: los presagios. Pero este presagio, el de la mora de Hornachos, es distinto. Una de las damas que integraban la expedición de Pánfilo de Narváez soñó, de la misma manera en que los indios descifraban el futuro, el curso que tomarían las vidas de los expedicionarios. Pero este sino catastrófico y milagroso nos lo hace saber Álvar Núñez cuando se encuentra sano y salvo en Castilla, y lo pone en boca de terceros. La narración total está comprendida en un solo episodio, lo cual sugiere, como señala Pupo-Walker, la idea de circularidad en la obra. Los presagios, el miedo y la magia son constantes a lo largo del relato. Tres hilos conductores que corresponden al terreno de lo mágico. Desde que salieron de La Habana, una serie de coincidencias, hechos raros y desastres naturales (tormentas, rumor de tambores, hombres muertos en la playa) cubren a los expedicionarios con un manto oscuro e indefinible que de algún modo adelantan la aventura que conocemos y, al mismo tiempo, crean una gran tensión narrativa que impulsa a continuar leyendo para descifrar cuáles son los resultados de esta maraña inexplicable de eventos sobrenaturales. Álvar Núñez, después de pasar una cantidad indeterminable de años como esclavo, es obligado a practicar la medicina al estilo de los indios, de tal suerte que, si el Señor Inquisidor hubiera presenciado esas sanaciones milagrosas, bien hubiera procesado al futuro gobernador de Río de la Plata. Pero no es aquí donde estriba lo maravilloso, sino en que los enfermos, a Dios gracias, de manera harto pertinente, sanan. No menos maravillosa es su funcionalidad dentro de la narración total que, al percibir desde sus primeros capítulos rastros de brujería, la obra cae en el terreno de lo increíble, desplazándose hacia lo novelesco. La labor chamánica de Cabeza de Vaca no es una tarea a la que el náufrago le dé poca importancia, puesto que le dedica más de diecinueve capítulos, que ocupan tan sólo dos años de su relación, quién sabe si por impacto psicológico o porque deseaba hacer constar que el Divino Verbo había intervenido en favor suyo (lo cual significaría que su misión en el Nuevo Mundo tenía la venia de Dios). Es su fama de chamán la que le abre los brazos de los habitantes de todas las regiones que visita, pero nadie sabe por qué, hasta que por accidente se enteran de que son considerados semidioses, caídos del otro lado del sol, de donde nace, dueños de la vida y la muerte. Cabeza de Vaca es cuidadoso al respecto, y nunca asume la curación de algún enfermo; en su crónica está consciente de esa frágil frontera que podría llevarlo, si no a la hoguera, a perderlo todo. No es un santo, y se la pasa desmintiendo la imagen de brujos que han alimentado en los nativos. Los indios sanados por Cabeza de Vaca, no él, son quienes dicen sentirse bien, a lo cual invariablemente responde que no hay nada que agradecer, pues Dios, su Dios, tuvo a bien jamás abandonarlo y escuchar sus peticiones. La narración de Álvar Núñez llega al colmo de la desfachatez con la resurrección de un indio, hecho que fundamenta, refuerza y extiende su fama de peregrino bienhechor. A partir de entonces, las puertas del miedo le abren las puertas de los hogares indígenas. Como protagonista de su propia novela, Álvar Núñez es un personaje contradictorio y de sumo interés, puesto que ofrece una antítesis del español conquistador de la época, sin llegar a los extremos de Gonzalo Guerrero, primer capitán de Indias. Cabeza de Vaca es conquistador conquistado, el amo esclavizado y el evangelizador convertido. Es el primer hombre que encarna los valores que habrán de ser propios de la hispanidad americana a lo largo de toda una historia, y aunque nunca se percibe un conflicto real de identidad, la empatía con el otro, producto de la necesidad de supervivencia, es notable. El náufrago ha experimentado una progresiva conversión, a tal grado que no soporta, según sus biógrafos, dormir en cama ni vestir ropa. Asimismo, se confía antes al indio que al paisano, que a su regreso desconfía de él. La empatía, simpatía y disposición que conserva hacia los indios es casi paternal: ellos y Cabeza de Vaca se pertenecen. “No hay escritores menos creíbles y al mismo tiempo más apegados a la realidad que los cronistas de Indias, porque el problema con que tuvieron que luchar era el de hacer creíble una realidad que iba más lejos de la imaginación”, dice Gabriel García Márquez (apud Lewis, 1993: 87), y esta sentencia del mayor cronista del siglo XX sintetiza los Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. ♦ ▼ Referencias
LEWIS, R. E. (1993). Los Naufragios de Álvar Núñez: Historia y ficción. En: Margo Glantz (coord.). Notas y comentarios sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca, pp. 75-87. México: Conaculta-Grijalbo. MIGNOLO, W. D. (1986). La historia de la escritura y la escritura de la historia. En: Merlín H. Forster y Julio Ortega (eds.). De la crónica a la nueva narrativa mexicana, pp. 13-28. México: Oasis. NÚÑEZ Cabeza de Vaca, Á. (2003). Naufragios y comentarios. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: <www.cervantesvirtual.com/obra/naufragios--0/>. Ir al sitio PUPO-WALKER, E. (1986). Creatividad y paradojas formales en las crónicas mexicanas de los siglos XVI y XVII. En: Merlín H. Forster y Julio Ortega (eds.). De la crónica a la nueva narrativa mexicana, pp. 29-36. México: Oasis. ROBERT, M. (1973). Novela de los orígenes y orígenes de la novela. Madrid: Taurus. NOTAS* Escritor. Estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM.
▼ Créditos fotográficos
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