El fluir de la historia EL RÍO INDO: ENTRADA A UN SUBCONTINENTE Andrés Ortiz Garay[*] Durante mucho tiempo, cruzar el río Indo no sólo significó pasar de tierras altas y muy frías, a miles de metros de altitud, a otras más bajas y cálidas, también implicaba atravesar por mundos diferentes. Los conquistadores de diversas épocas entraron en sus azules aguas buscando las fabulosas riquezas del subcontinente indio. El río indo: entrada a un subcontinente
El río Indo nace de varias fuentes en el Tíbet (China), algunas situadas por arriba de los 6500 metros sobre el nivel del mar (msnm), y transcurre por valles de la cordillera de los Himalaya, siguiendo un curso que le lleva primero en dirección noroeste por la región de Cachemira, y luego gira al sur para descender al mar en una línea que corta casi por la mitad a la República Islámica de Pakistán. La longitud total del Indo varía según las fuentes que se consulten, pero lo más aceptado es que tiene unos tres mil ciento ochenta kilómetros de largo. Su caudal medio es de 6600 metros cúbicos por segundo (m³/s) y la superficie total de su cuenca se calcula en 1 165 000 kilómetros cuadrados (km²). A unos ciento cincuenta kilómetros de la costa, tras pasar por la ciudad de Hyderabad,[1] el río forma un amplio delta de 7770 km² (con tres brazos principales, de los cuales, el más occidental alberga al puerto de Karachi, la primera capital de Pakistán). El delta y la desembocadura del río en el mar de Omán se consideran una de las regiones con mayor biodiversidad en el planeta (Río Indo, s/f). Tanto la palabra Indo como la palabra India derivan del árabe Sindh, un vocablo antiguo que en los tratados geográficos del islam medieval se convirtió en al-Hind. Esta antigua denominación incluía sin duda las planicies del eje Indo-Ganges desde el Punjab hasta Bengala, y a veces también las áreas al sur del río Narmada y la península del Decán (y, ocasionalmente, hasta el sureste asiático insular, Tailandia y Camboya, Yemen y el sur de Arabia).[2] De manera simplista, se puede decir que la ciencia musulmana del Medievo reconocía la existencia de Hind (esa indeterminada India), Sin (una todavía más indeterminada China), Ajam (el Asia central nucleada en torno al área ocupada por las antiguas lenguas persas), los reinos de Rum (¿Roma?, ¿los dominios de los cristianos?) y el Mulk al-‘arab, el más grandioso y rico de todos, en el que imperaba la verdadera fe (al-dîn, al-kabîr).[3] En este artículo abordaré solamente tres periodos importantes que significaron la entrada a la India de varios pueblos conquistadores (algunos de origen europeo) que usaron el río Indo como vía de penetración y cuyas aventuras se centraron básicamente en la región del Punjab[4] y las zonas al oeste de las márgenes del Indo. ▼ Arios, aqueménidas y macedonios
Entre 2300 y 1800 años antes de la era cristiana floreció, en Mohenjo-Daro, Harappa y otros sitios a las orillas del Indo y sus tributarios, una cultura cuyo desciframiento plantea hasta hoy retos irresolutos para la arqueología, pero que sin duda constituye la génesis de la vida urbana en el subcontinente. Aunque para 1750 a. C., muchos de esos sitios habían sido abandonados, los adelantos técnicos logrados por sus habitantes (estructuras de adobe, cerámica, trabajo de metales y miles de sellos de arcilla labrados con figuras fantásticas, por ejemplo) presagiaban ya el futuro desarrollo de la civilización india.[5] ► Ruinas de Mohenjo-Daro ► Rutas comerciales y ubicación de Mohenjo-Daro, Harappa y otros sitios de la antigua cultura del valle del Indo Después, entre 1400 y 1200 años antes de la era cristiana, en una primera gran invasión, pueblos pastoriles migrantes, a los que sobre todo por razones de orden lingüístico se ha llamado arios, descendieron desde Asia Central hacia el este por los pasos del Hindú Kush, se asentaron permanentemente en el Punjab y luego en otras partes del este y el sur de la India, y superponiéndose a los antiguos habitantes dieron origen con su conquista al famoso sistema de castas que ha caracterizado desde entonces a la historia hindú (Darian, 1978; Gadgil, 1992). Esos pueblos arios fueron los creadores de las epopeyas escritas más antiguas de la India (los cuatro Vedas –incluido el famoso Rig Veda– y los Brahmanas o Upanishads). Mucho tiempo después, los escritos del historiador romano Arriano de Nicomedia (aprox. 86-175 d. C.) hacen breve referencia a que, tras las invasiones de los arios rigvédicos en el valle de Sindh y la destrucción de la civilización de Harappa, los territorios entre los ríos Indo y Kabul estuvieron sucesivamente bajo el dominio de asirios, medos y persas. Existe mayor certeza acerca de que durante el reinado de Ciro el Grande (558-530 a. C.), uno de los principales reyes de la dinastía aqueménida, los valles de los ríos Oxus[6] y Jaxartes,[7] así como gran parte del actual Afganistán, hasta la zona limítrofe con el valle del Indo, formaron parte del Imperio persa, quizá más bien como poblaciones sujetas a tributo que como provincias plenamente integradas al sistema de satrapías o provincias. Sin embargo, el mismo Arriano (posiblemente siguiendo información colectada por Nearco, uno de los generales de Alejandro Magno) dice que tanto Semíramis (una famosa reina asiria) como Ciro el Grande sufrieron fuertes derrotas en sus intentos de conquistar el Punjab, pues tuvieron que enfrentar a contingentes acompañados por los temibles elefantes de guerra de los indios. Estrabón (aprox. 64 a. C.-19 d. C.) afirma lo mismo, y agrega que la India sólo fue invadida por Hércules y Dionisio, nombres que tan sólo podemos asociar con periodos míticos, antes de la ya histórica entrada de Alejandro y sus macedonios.[8] Por otro lado, la llamada inscripción de Behistún (una piedra labrada que se ha fechado en 518 a. C.) incluye a Gandhara (en el noroeste del actual Pakistán) como una de las 23 satrapías que integraban el reino de Darío I el Grande (522-486 a. C.). Herodoto, el padre de la Historia, dice que Darío envió a un tal Escílax de Carianda al mando de una expedición en barcos para que explorara el curso del Indo desde las tierras altas (en la moderna Charsadda, a orillas del río Kabul) hasta su desembocadura. Por otro lado, las menciones acerca de la participación de contingentes de guerreros indios tanto en el ejército de Jerjes (rey persa de 486 a 465 a. C.) que invadió Grecia en la segunda guerra médica, como en el de Darío III en la batalla de Gaugamela contra los macedonios de Alejandro (octubre 331 a. C.), permiten inferir que pueblos de Pakistán y el Punjab indio fueron súbditos, o al menos aliados, de los aqueménidas por cerca de dos siglos. Durante ese tiempo, la influencia persa dejó importantes huellas en los ámbitos político, económico y social (como lo atestiguan el desarrollo de una escritura nativa basada en el alfabeto arameo, la existencia de monedas y los rastros de una incipiente reurbanización, por ejemplo). Con los aqueménidas, la región de Sindh empezó a interactuar de manera más o menos directa con los grandes centros civilizatorios de la Antigüedad, como Mesopotamia, Egipto y Grecia. La experiencia de un mundo más grande que el local, y los desarrollos culturales llevados en principio por los persas, fueron penetrando poco a poco en la región del Indo y luego en el resto del subcontinente indio. Una vez conquistada Persia y las satrapías orientales, Alejandro reunió (327 a. C.) un gran ejército para marchar a la conquista de la India. Sus contingentes los componían tanto hoplitas griegos como guerreros de todas las satrapías persas, quizá sumando unos ciento veinte mil hombres. Alejandro no sólo intentaba consumar la empresa donde había fallado Darío el Grande –el dominio sobre el Punjab–, además, su curiosidad de explorador lo impulsaba a alcanzar las orillas del mundo, el océano que rodeaba la tierra firme y que se extendía al infinito probablemente algo más allá de la India. Nada en la información que sus geógrafos y estudiosos pudieron recabar contradecía la antigua creencia de que no había una distancia tan grande entre el Éufrates y las costas orientales de la India, y no se conocía bien la extensión de ese subcontinente hacia el sur. En cambio, las noticias de que en el río Indo había cocodrilos reforzaban la errónea noción de que éste era un ramal del Nilo, el río africano donde los griegos habían visto a esos animales. Para Alejandro, los relatos míticos sobre las estancias de Hércules y Dionisio en la India eran un aliciente tan poderoso como lo fueron para sus soldados los tesoros (entre los que destacaban perlas, rubíes y elefantes) que el rey de Taxila, en el Punjab, le llevó al visitarlo en Sogdiana para sellar una alianza con los conquistadores llegados de Europa. Así, las tropas de Alejandro cruzaron el río Indo utilizando un puente de pontones cuya construcción dirigió su gran amigo Hefestión. Una vez efectuado el complicado cruce, los invasores se reunieron con el ejército del rey Omfis de Taxila. Al respecto nos dice Mary Renault: Nearcos [sic], almirante de la armada de Alejandro y uno de sus amigos de la infancia, redactó una monografía sobre la India, de la que se deduce que los macedonios establecieron contacto principalmente, y quizás solo, con los conquistadores arios del norte, que aún mantenían las tradiciones de su antigua vida nómada. Los de Nysa eran tan rubios que no parecía que fuesen indios y los del Punjab son descritos como hombres muy altos. Empero, la comunidad de razas no había impedido las guerras crónicas entre los reinos del Punjab, lo mismo que entre los estados griegos, hecho que Alejandro ya conocía y del que se aprovechó. La alianza con Omfis supuso la enemistad de Poros, su poderoso vecino, cuyas tierras se extendían al este del siguiente brazo del río: el Hidaspes. Después de un desfile impresionante, Alejandro se aprestó para la batalla (2004: 184). Pero un enemigo más difícil de vencer que Poros se hizo también presente: las lluvias monzónicas. Con el río crecido, resultaba más temerario vadearlo, pues en la orilla opuesta ya se habían posicionado Poros y sus tropas con 200 elefantes de guerra al frente. Como la caballería era indispensable para la batalla campal que se avecinaba, los pontones de Hefestión se convirtieron en balsas que transportaron a los equinos y se realizaron maniobras de distracción con la infantería atacando por el centro mientras la caballería era desembarcada por los flancos. Cuando la caballería pesada de los macedonios dispuso de las alas del ejército de Poros, los arqueros ligeros montados –en su mayoría tracios– dispararon sus dardos a placer sobre los aterrados elefantes y sus cornacas, mientras la falange se abalanzaba sobre ellos arrojándoles jabalinas y picándolos con sus sarisas (grandes lanzas de la infantería macedonia). Presas del pánico, las grandes bestias se sacudieron y se volvieron atrás aplastando a la turba confundida en que se había convertido el ejército de Poros. Los sufrimientos de este ser inteligente y leal [el elefante] al servicio de la agresividad del hombre son una de las tragedias vergonzosas de la historia […] La escena resulta desconcertante: la inmensa horda de hombres y animales, la tempestad tamborileante, los relinchos, los barritos y los gritos, los cuernos de guerra y los gongs contrapuestos a los truenos; el pantano creciente que apestaba a sangre, las pisadas de los elefantes y el lodo del río; los rostros oscuros y los claros, que el barro y la lluvia tornaron inhumanos. Si tomamos en cuenta la habitual licencia que se suelen tomar los cronistas, las bajas indias fueron espantosas y las macedonias escasas. Fue la última batalla campal de Alejandro y, tal como había deseado, su obra maestra (Renault, 2004: 187-188). ► Battle of Jhelum, pintura de Tom Lovell (1909-1997) que muestra la batalla de Hidaspes (los antiguos griegos llamaban Hidaspes al actual río Jhelum) Aunque la historiografía romántica (incluida la película de Oliver Stone Alexander, de 2004) ha presentado al famoso caballo de Alejandro, Bucéfalo, como una de las bajas de los griegos en esa batalla, parece poco probable que el caudillo macedonio lo montara en tal ocasión, pues para entonces el veterano equino era ya muy viejo (quizá tendría unos treinta años, pocos menos que su dueño) y más bien habrá muerto de vejez y fatiga en las cercanías del Hidaspes, en el lugar donde Alejandro mandaría fundar el poblado que nombró Bucefalia en honor a su querido caballo. Por su parte, el rey Poros sí sufrió una herida, la muerte de un hijo en batalla y la derrota de sus tropas; sin embargo, poco después, rindió vasallaje a Alejandro e incorporó sus fuerzas a las del conquistador. Juntos marcharon hacia el este rumbo al sagrado río Ganges, poco más allá del cual, Alejandro esperaba alcanzar el fin del mundo en las orillas del océano infinito. No obstante, los ocho años de continuas campañas en Asia habían agotado la fuerza y el deseo de muchos soldados y oficiales griegos y macedonios, cuerpo central del ejército de Alejandro. Las lluvias que no cesaban y les calaban hasta los huesos, las serpientes venenosas que acechaban a cada paso, las enfermedades tropicales –en especial el cólera– que diezmaron a las tropas y sus seguidores en mayor número que los guerreros enemigos, así como el cansancio y la nostalgia por la patria dejada atrás provocaron un disgusto que casi llegó al amotinamiento. Así, por primera vez en su carrera militar, Alejandro se vio obligado a retroceder cuando avanzaba por las estribaciones de Cachemira. Se decidió entonces regresar al Indo y viajar aguas abajo por él hasta alcanzar el océano, donde una parte del ejército se embarcaría en una flota de más de cien bajeles comandada por Nearco, mientras que otra parte –a la que acompañaban los no combatientes, mujeres y niños– continuaría por la costa de Gedrosia rumbo a Persépolis. El rey Poros fue dejado atrás en el papel de monarca tributario que administraría los territorios conquistados entre Taxila y el río Beas (Sutlej). Tras alcanzar el delta del Indo, la flota se dirigió al mar y sus integrantes fueron testigos de un portento que los aterró al ver que las aguas se retiraban; pensando que podía ser el inicio de un tsunami (fenómeno conocido en Grecia, que es zona de alta sismicidad), dejaron sus naves y trataron de huir, pero poco después se dieron cuenta de que era una marea menguante y, tras hacer sacrificios a los dioses, salieron al mar. Como Alejandro había planificado la marcha en razón de la ruta marítima, los intereses de la flota eran prioritarios. Los barcos griegos evitaban desplazarse por la noche, incluso por aguas conocidas; en éstas, donde hasta las estrellas eran desconocidas, navegar en alta mar era impensable. Ya hemos mencionado su incapacidad [de los barcos] de trasladar víveres para un periodo superior a unos pocos días; de ahí la necesidad de aprovisionarlos desde tierra y de protegerlos cuando tenían que varar. La marcha se vio obligada así a seguir el litoral en lugar de buscar la ruta interior más directa (Renault, 2004: 203). ▼ La India de Akbar
Entre los siglos XI y XVIII, la India se incorporó paulatinamente al mundo islámico. En el siglo XIII, Delhi se convirtió en la capital del sultanato de Indostán, bajo el dominio de dinastías turco-afganas que entraron a través de la ruta del Indo. Sin embargo, debajo de las élites gobernantes de religión musulmana, la población mayoritaria siguió siendo fiel a las ancestrales divinidades hindúes, además de que había bastantes budistas y jaimistas, y también mazdeístas persas, cristianos y sijs en el Punjab. Zahir-ud-din Mohammad Babar (1483-1530) era descendiente de Tamerlán,[9] el caudillo turco conquistador de Samarcanda, y también tenía sangre de la familia chagatai, que era del linaje directo de Gengis Kan, por lo que reunía la legitimidad dinástica de las dos ramas reales más emblemáticas de las estepas centroasiáticas. Durante un proceso de varios siglos, las creencias shamánicas de los mongoles originales fueron sustituidas por el islam sunita, y la lengua mongola, por el habla turca de los chagatai. Babar conquistó el sultanato de Delhi (1526) que gobernaba la dinastía Lodi, de origen afgano, y se convertiría en el iniciador de la dinastía mogol de la India, una de las más poderosas y ricas que había conocido el subcontinente. Su nieto, Jalâl-ud-Din Muhammad Akbar, o Akbar el Grande, nació en Umarkot, en las cercanías del Indo. Llevó al imperio mogol a su máximo esplendor al sojuzgar el centro y el este de la India desde Surat hasta Bengala. También conquistó Afganistán y se anexionó Cachemira. Impuso el idioma persa como lengua de la corte imperial, impulsó las artes y la arquitectura monumental, fue cabeza de un régimen centralizado, y en materia religiosa fue bastante liberal: se rodeó de maestros de varias doctrinas, entre ellas la cristiana católica (por eso pudo estar con él la embajada jesuita encabezada por Antoni de Montserrat). Sus relaciones con los portugueses, que por esa época establecían enclaves portuarios en las costas indias, no estuvieron exentas de conflicto, pero en general fueron pacíficas y permitieron el intercambio entre los dos imperios. El segundo sucesor de Akbar, su nieto Shâh Jahân, llevó a la excelsitud la arquitectura mogola al construir el Taj Mahal, mausoleo dedicado a su esposa, Mumtaz Mahal. Pero después, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, un nuevo imperio se apoderaría de la India: el británico, que, tras la rebelión de los cipayos en 1857-58, daría el golpe de gracia a los mogoles, al destronar a Bahâdur Shâh, el último gobernante del linaje timúrida-chagatai. Durante el siglo XVI, Europa se dividía en tres grandes bloques: uno era la Europa católica del suroeste, donde la alianza entre las coronas de España y Portugal con el papado de Roma se oponía ferozmente a un segundo bloque, el de los reinos, principados y ducados donde se había impuesto la Reforma luterana y calvinista; el tercero era la Europa oriental dominada por el sultán turco, cuyas naves dominan el Mediterráneo, por lo menos hasta la batalla de Lepanto. El bloque católico, al que se sumaba Francia, utilizó dos armas para conducir la Contrarreforma y extender su dominación: una fue la Santa Inquisición para la lucha en Europa y en las colonias de ultramar; la otra fue la labor misionera de los jesuitas para la evangelización de los territorios americanos y asiáticos que iban ocupando. Como parte de este último intento sucede el viaje de Antoni de Montserrat al río Indo. En ese contexto de enfrentamiento a tres bandas, entre católicos y protestantes europeos y entre cristianos y otomanos musulmanes, Montserrat descubrió en la India mogol de Akbar un islote de libertad intelectual, tolerancia y esplendor cultural. Rápidamente, aquellos soldados de Dios y del Papa, que viajaban dispuestos a aceptar el martirio para defender la cruz, se dieron cuenta de que en la corte de Akbar hacían falta palabras y no sangre […] El Papa de Roma necesita soldados de Cristo para los nuevos mundos descubiertos por los conquistadores europeos. Al fundar la Compañía de Jesús, san Ignacio de Loyola ha provisto de “tropa” a ese nuevo “ejército” de misioneros y Antoni de Montserrat se convertirá en uno de los testigos más relevantes de los primeros años de vida de la Compañía de Jesús en Cataluña, Portugal y Asia (Alay, en Montserrat, 2006: 10-11). Antoni de Montserrat nació en Vic, Cataluña, en 1536 en el seno de una familia noble. Estudió en Barcelona con los jesuitas y fue ordenado sacerdote en 1561. Ejerció su cargo en Portugal, fue vicerrector del colegio de San Antonio en Lisboa y estuvo muy ligado a la corona lusitana, como instructor del rey Sebastián. En 1574, se cumplió su largamente esperado anhelo de partir a las misiones de la India cuando contaba con 38 años de edad;[10] desembarcado en Goa (capital de los dominios portugueses en la India y centro coordinador de la Compañía de Jesús en la provincia de la India) partió unos años después, con sus correligionarios Rodolfo Acquaviva y Francisco Henríquez,[11] a lo que se convertiría en la gran misión de su vida: ► El emperador Akbar el Grande, celebrando una asamblea interreligiosa en Fatehpur Sîkri (ilustración de ca. 1605) El Gran Mogol Akbar solicitaba la presencia de sacerdotes cristianos en su corte de Fatehpur Sîkri para conocer en detalle los Evangelios, llevado por su afán de acercarse a todas las religiones del mundo. Los jesuitas dedujeron de ello, incorrectamente, que el rey mogol quería convertirse al cristianismo. Akbar mismo adoptó frecuentemente una calculada ambigüedad que podía inducir fácilmente a la confusión sobre sus intenciones […] El viaje dio comienzo el 17 de noviembre de 1579 con los jesuitas acompañados por un embajador de Akbar y un intérprete. Zarparon de Daman el 13 de diciembre de 1579, iniciando un viaje que llevaría a Montserrat por tierras tan desconocidas como el Himalaya indio o la cordillera del Hindu Kush (Alay, en Montserrat, 2006: 12). Desde el puerto de Surat, en el noroeste de la península de Decán, se internaron por las selvas y barrancas del centro de la India hasta llegar a la capital mogola, Fatehpur Sikri, a principios de marzo de 1580. Allí permanecieron los jesuitas cerca de un año, haciendo breves recorridos a lugares cercanos (como Agra, la segunda ciudad más importante del Hindostán, la parte septentrional de la India que se hallaba bajo dominio musulmán), ocupados en debates de carácter filosófico y religioso con especialistas versados en la ley islámica (como Abdul-el-Fazl, hombre de confianza de Akbar), y estableciendo nexos con la nobleza mogol (el joven Acquaviva era tratado casi como hijo de Akbar y, por su parte, Montserrat fue nombrado tutor de Murâd, uno de los hijos preferidos del rey). Esta tranquila existencia fue interrumpida cuando Akbar requirió al jesuita catalán para que le acompañara a la guerra en el lejano Afganistán. Un hermanastro del rey, Mîrzâ Hâkim, se rebeló contra la autoridad real con ayuda de algunos cabecillas afganos establecidos en las provincias orientales de Bengala […] La expedición militar se prolongó a lo largo de todo el año 1581. Atravesó por Delhi y buena parte del Punjab. De ahí, se trasladó a regiones de la falda sur del Himalaya, que actualmente forman parte de los estados indios de Himachal Pradesh, Jammu y Cachemira. Allí fue donde Montserrat entró directa o indirectamente en contacto con las poblaciones del Tíbet y de Cachemira. El autor dedica dos capítulos a describir las costumbres tibetanas y las similitudes que “descubre” entre las tradiciones religiosas de aquel pueblo de las montañas y los ritos cristianos. Son los primeros comentarios sobre los tibetanos que hallamos en Occidente desde los tiempos de Marco Polo en el siglo XIII y de Odorico de Pordenone en el siglo XIV (Alay, en Montserrat, 2006: 12-13). Durante el transcurso de la expedición, Montserrat cruzó los cinco ríos del Punjab, además del propio Indo, a lomos de un elefante; visitó las ciudades de Jalalabad, Peshawar y Kabul, y atravesó el famoso paso de Khyber. Luego, dejando atrás a Akbar y su ejército, regresó a Goa en septiembre de 1582, donde se dedicó a redactar el manuscrito Mongolicae Legationis Commentarius[12] y a trazar un mapa en el que apareció por primera vez en la cartografía occidental una imagen acertada de la región de los Himalaya. ► Portada de Embajador en la corte del Gran Mogol. Viajes de un jesuita catalán del siglo XVI por la India, Paquistán, Afganistán y el Himalaya de Antoni de Montserrat Por encargo del rey Felipe II, Montserrat fue enviado a Etiopía junto con el también jesuita Pedro Páez (quien años después, en 1603, llegaría a las fuentes del Nilo Azul). Sin embargo, en el camino hacia África, ambos sacerdotes fueron hechos prisioneros del sultán turco de Yemen y Omán, en la Península Arábiga. Allí permanecieron siete años, durante los cuales Montserrat y Páez vivieron otra serie de peripecias que incluyeron tomar cahua, es decir, café (“agua hervida con un fruto denominado bun y que se toma muy caliente, en vez de vino”), por entonces todavía desconocido en Europa, montar camellos, sufrir encarcelamiento, ser galeotes en galeras turcas y finalmente ser liberados luego de que se pagó una considerable suma por su rescate (1596). Montserrat regresó a Goa muy maltratado –además de las penalidades del cautiverio, había caído de un camello mientras atravesaba un riachuelo, y tras pegarse en la cabeza estuvo en coma un tiempo– y murió “de fiebres” en Salsete, no lejos de donde había sido apuñalado su compañero Rodolfo de Acquaviva. ► Viajes de Antoni de Montserrat Un mérito de Montserrat en su mapa fue trazar con bastante corrección el curso del río Indo y sus principales afluentes (no sólo del Sutlej, Beas, Ravi, Chenab y Jhelum, los ríos del Punjab, sino también del Kabul y el Swat, que corren mucho más al noroeste) y que supo ubicar cartográficamente las fuentes del Indo más allá de los Himalaya (en el interior del Tíbet); además, incluyó acertadamente al Jamuna como tributario del Ganges, a pesar de que nunca estuvo en la región del golfo de Bengala. Sobre el Indo dice: El Indo es el río más grande de India. Sus fuentes se nutren de las nieves que se funden en las montañas del Imaus y el Caspus [cordilleras de los Himalaya y el Karakorum]. Más adelante recibe y vierte al mar las aguas de cinco grandes ríos [los ya mencionados del Punjab]. En la ribera del río, cerca de sus fuentes, la gente encuentra el mejor y más refinado oro. Bordea de este a oeste, entre gargantas abiertas en las montañas y valles del Imaus –más allá de Caspiria y Casiria, más allá incluso del país de los bothis o bothantes del norte [así llama el jesuita a los tibetanos]–, hasta alcanzar el llano, donde se divide en ocho brazos que forman siete islas, sin contar aquella en donde ahora acampaba el ejército [de Akbar] […] Tan caudaloso es el río, que los elefantes sólo pueden cruzarlo con grandes dificultades. Más allá, se estrecha entre los cerros de Nilabh[13] y Aracosia [zona montañosa meridional del actual Afganistán], y no muy lejos de aquí recibe las aguas del Coas y el Suast [ríos Kabul y Swat], que un poco antes han juntado sus cursos. A partir de este punto, el río se ensancha y fluye en dirección sur hasta que finalmente desemboca en el mar por tres brazos distintos (Montserrat, 2006: 164-165). A su manera, el misionero y explorador jesuita también hacía observaciones que hoy podríamos considerar de tipo etnográfico; por ejemplo, cuando habla de las tribus de las montañas afganas que ya desde el siglo XVI luchaban contra las intromisiones extranjeras y que tiempo después ganarían fama por luchar contra los británicos en el siglo XIX, contra soviéticos en el XX y contra los estadounidenses en el XXI: La tradición afgana considera a los dilâzâks como descendientes de Karlanri, una rama ilegítima afgana constituida por las tribus de las montañas que han dado su fama guerrera a los afganos. Según esa tradición, las tribus afganas, descendientes de un mítico nieto del rey Saúl, llamado Afghana, supuesto caudillo de una de las tribus perdidas de Israel, se dividen en tres grandes grupos: afganos occidentales –como los abdalis de Kandahar–, afganos orientales –establecidos alrededor de Peshawar– y los afganos de las montañas. Entre estos últimos, encontramos a las famosas tribus de los afridis, los khattaks, los waziris y, también, los misteriosos dilâzâks […] feroces defensores de su independencia (Montserrat, 2006: 161). ► El río Indo fluye más allá de la ciudad de Hyderabad, en la provincia de Sindh, Pakistán Estos dilâzâks producían algunos cultivos de cereal y verduras, y eran criadores de reses, ovejas y cabras, de las que aprovechaban su leche para hacer mantequilla. Dice Montserrat: “El lenguaje común, como en el caso de los patanes es el pasto [lengua pashtún], que suena como el español y, hecho todavía más curioso, tiene algunos vocablos en común con esta lengua” (2006: 162). ▼ Un explorador inglés
► Alexander Burnes (1805-1841) Alexander Burnes (1805-1841) fue un escocés que, enrolado en el ejército de la Compañía de las Indias Orientales, en 1831 cumplió el encargo de efectuar una misión de reconocimiento y espionaje por el río Indo. Con el pretexto de llevar cinco grandes caballos de tiro como regalo para el maharajá Ranjit Singh, realizó un viaje de más de mil millas en bote por el Indo, durante el cual trabó contacto con muchos jefes tribales, cartografió gran parte de los territorios que atravesó y entregó su carga en Lahore, la capital del imperio sij. Pasó de ahí a Afganistán disfrazado de musulmán, atravesó los altos desfiladeros del Hindú Kush, y en las orillas del río Oxus (Syr Darya) entró a la ciudad prohibida de Bujará (en la actualidad perteneciente a Uzbekistán); luego recorrió los alrededores del mar Caspio para espiar los asentamientos rusos en esa zona. A su regreso a Inglaterra, fue festejado como un héroe; lo recibió el rey Guillermo IV y la entonces princesa Victoria, la Royal Geographic Society lo nombró miembro distinguido y lo premió con una medalla de oro (también Francia lo condecoró con la Legión de Honor); su libro Travels into Bokhara se vendió como un bestseller. ► Vista aérea del río Indo Con el grado de teniente coronel, Burnes fue enviado de vuelta a la India y de allí a Kabul para negociar un tratado de paz con el emir afgano Dost Mohammed; sin embargo, el gobierno británico ya había decidido invadir Afganistán y remplazar al rebelde emir con un gobernante títere. Se ordenó a Burnes permanecer como encargado de las gestiones diplomáticas en Kabul, pero el 2 de noviembre de 1841, una turba de afganos (entre los que se dice había varios maridos y padres de jóvenes musulmanas que Burnes había seducido para formar con ellas una especie de harem) entraron en su casa y lo asesinaron junto con su hermano y un oficial médico. Inexplicablemente, Burnes no hizo caso de las advertencias de que se realizaría un atentado contra él, ni recibió ayuda alguna de los soldados ingleses acampados a dos millas de Kabul. Tres meses después, el ejército británico sería obligado a salir de Afganistán y cruzar el Indo en una retirada que constituyó uno de los peores desastres para el imperialismo británico. Así termina nuestro recuento de algunas de las entradas que personajes de diversos pueblos conquistadores hicieron en el subcontinente indio siguiendo la ruta del Indo. En la siguiente entrega de El fluir de la historia, abordaremos algo más sobre esto cuando veamos el papel del río Ganges en la civilización de la India. ♦ ▼ Referencias
BURNES, A. (1834). Travels into Bokhara…, vol. III. Londres: John Murray. Disponible en: <archive.org/details/travelsintobokha03burn> [consultado en enero de 2016]. Ir a sitio DARIAN, S. (1978). The Ganges in Myth and History. Honolulu: The University Press of Hawaii. GADGIL, M., y R. Guha (1992). This Fissured Land. An Ecological History of India. Berkeley y Los Ángeles: University of California Press. MONTSERRAT, A. de (2006). Embajador en la corte del Gran Mogol. Viajes de un jesuita catalán del siglo XVI por la India, Paquistán, Afganistán y el Himalaya. Versión, edición e in- troducción de Josep Lluís Alay. Lleida (España): Editorial Milenio. MURRAY, C. (2014). Alexander Burnes of Montrose [en línea]: <www.craigmurray.org.uk/archives/2014/05/alexander-burnes-of-montrose/> [consultado: 6 de enero de 2016]. Ir a sitio RENAULT, M. (2004). Alejandro Magno. Barcelona: Ediciones Folio (edición original en inglés, 1975). RÍO INDO (s/f). En Wikipedia: <es.wikipedia.org/wiki/R%C3%ADo_Indo>. Ir a sitio SUBRAHMANYAN, S. (2005). Explorations in Connected History. From the Tagus to the Ganges. Nueva Delhi: Oxford University Press. NOTAS* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió la serie Palabras, libros, historias.
▼ Créditos fotográficos
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