Alfabetizarnos
IDEAS PARA ABRIR ENTRE TODOS,
ESPACIOS A LA LECTURA Y LA ESCRITURA

Gerardo Daniel Cirianni[*]


Enseñar a leer y a escribir es bastante más que ayudar a reconocer letras y números; es ayudar a tener una forma de relación con la lectura y la escritura y en algunos casos ayudar a cambiarla, pues muchas personas que no leen ni escriben, o lo hacen con grandes dificultades, temen hacerlo o piensan que, salvo para cosas muy especiales, la cultura escrita no les pertenece.
    El coordinador de un grupo de personas que se está iniciando en el contacto con la lengua escrita tiene entonces la responsabilidad de ayudar a ver la palabra escrita como una posibilidad fecunda, como un espacio para el descubrimiento y la creación y, desde luego, como un territorio que nos pertenece a todos, para que, en él, cada uno pueda escuchar, buscar y proponer lo que necesite para su vida y para la de sus seres queridos.


Ojos y oídos del alfabetizador

Muchas personas suponen que cualquiera que sepa leer y escribir con eficacia está en condiciones de ayudar a otros a hacerlo. Es un error: requiere capacidades especiales, toma de decisiones específicas, conocimientos técnicos y actitudes vocacionales.

Resulta difícil ayudar a leer y a escribir si cuesta mucho escuchar pacientemente, si inquieta que las ideas y motivaciones del otro no coincidan con las propias y si no se acepta que los tropiezos y errores reiterados forman parte del aprendizaje, de todos los aprendizajes.

Para ayudar a leer y a escribir es preciso percibir los rasgos comunes del grupo con el que se trabaja y las características irrepetibles de cada uno de sus integrantes, y tener propuestas de lectura y escritura para el conjunto y otras para cada individuo, en función de lo que se ha oído, visto y sentido.

Para ayudar a leer y a escribir hay que poder detectar el grado de conocimiento del sistema alfabético de cada componente de un grupo (conocimiento que siempre presenta diversidades) y desarrollar propuestas para facilitar que las personas adviertan la relación entre la escritura y la vida cotidiana.

Es difícil ayudar a leer y a escribir si no se han decidido (aunque sobre la marcha se den ajustes y cambios) los procedimientos que se utilizarán para que cada uno reconozca los vínculos gráficos, sonoros (fonológicos, dicen algunos) y culturales que cada uno va teniendo con la lengua escrita; si no se lee en voz alta con el grupo (aunque dé miedo y cueste hacerlo); si no se narran historias (aunque los recursos para hacerlo parezcan precarios a quien lo intenta); y si no se valora como aprendizaje importantísimo cualquier aporte a la lectura y la escritura que haga cualquier miembro del grupo con el que se está colaborando, por mínimo e imperceptible que parezca.




Es difícil ayudar a leer y escribir si no se disfruta de la palabra de los otros, si la atenta escucha se ignora o se padece, si la curiosidad por conocer y valorar otras formas de vida distintas a la nuestra es débil o no existe.
    Es difícil ayudar a leer y a escribir si se supone que estas prácticas tienen objetivos y límites predeterminados e inamovibles según el sector social, la ocupación, la edad y el género de las personas con las que se trabaja.

Materiales de apoyo, prácticas ineludibles y reflexiones indispensables

A continuación, hablaremos de algunos temas que interesan a todos los coordinadores de grupos de alfabetización: materiales necesarios, ideas que es preciso tener en cuenta y acciones que permanentemente se han de realizar. De cada una de estas cuestiones haremos algunos comentarios, que no pretenden más que abrir una ventanita a la conversación, propiciar el interés para el intercambio de ideas entre los coordinadores de grupo, ayudarlos a reconocer qué saben, qué hacen y qué opinan de estos asuntos, y motivar a que la lista de ideas y prácticas se amplíe en número y se enriquezca en formas de llevarlas a cabo.





La mochila del alfabetizador


(Selección, disponibilidad y uso de un acervo básico para lograr acercamientos diversos, constantes y naturales a la palabra escrita)


No es posible colaborar con el proceso de alfabetización de un grupo, sin que éste entre en contacto con un mínimo de materiales escritos que le permitan descubrir qué es leer, qué es escribir, de cuántas maneras y por cuántos motivos es posible hacerlo, y qué puede cada uno hacer y qué no, de todo lo que desearía o va deseando hacer, con la lectura y la escritura. Ese acervo será el que también le permitirá al grupo darse cuenta de la importancia de los soportes donde la escritura ocurre: libros, folletos, revistas, diarios, afiches, calendarios, volantes, etcétera.


El acervo mínimo posibilita que el coordinador del grupo lea en voz alta y arme proyectos de narración oral con más apoyos temáticos y formales: con diversos tipos de historias, géneros literarios, estilos de escritura, entonaciones, entre otros.

Quienes asumimos la responsabilidad de colaborar con el proceso de adquisición de la lengua escrita no podemos aceptar el argumento de que contar con este acervo básico no es posible por razones de pobreza o lejanía geográfica. Todos los alfabetizadores deben poseer ese acervo básico, e incluso ayudar a construirlo, ya que resulta impensable un acervo sin la participación del coordinador, que es el único que posee información cualitativa sobre el grupo que estará a su cargo.

Imaginamos para este acervo una cantidad mínima de cien materiales escritos; esto desde luego como punto de partida. Suponemos que su construcción podría apoyarse en cuatro grandes fuentes: el propio coordinador, la comunidad educativa, los grupos editoriales con presencia en la zona, y las instituciones oficiales de educación y cultura; estas últimas están obligadas a proporcionar su aporte en todos los casos, pero en particular cuando las otras fuentes resulten insuficientes.

El acervo básico de la mochila del alfabetizador deberá contener historias para leer en voz alta, textos que ayuden al desarrollo de proyectos de narración oral, materiales que hagan evidente que no sólo se lee para estudiar sino también para informarse, para divertirse, para construir cosas, y que en realidad podemos encontrar materiales escritos para todas las necesidades y deseos de la vida.

La diversidad del acervo ayudará también a reconocer con naturalidad tipos y tamaños de letras; relaciones entre las imágenes y las palabras escritas; diferentes propósitos de la escritura; correspondencia entre la distribución de la escritura en el espacio gráfico y géneros literarios; así como características, formas de circulación y modalidades de uso de los soportes donde se inscriben las palabras, y vínculos con ellos de sus destinatarios hipotéticos, usuarios para los que supuestamente fueron escritos (desde una novela hasta un volante).


El contenido del acervo debe ser de interés
para quienes se inician en el mundo de la
lectura y la escritura


No todas las mochilas tienen que cargar el mismo contenido; lo importante es que todas dispongan de los materiales que faciliten las prácticas y las observaciones antes comentadas y, sobre todo, de títulos de interés para los que están llegando al mundo de la escritura.

Sin acervo básico no es posible hablar de alfabetización, podrá haber instrucción alfabética. Para quien aún siga pensando que “el hijo del panadero debe ser panadero”, puede que la diferencia entre uno y otro concepto no resulte relevante; pero para quienes, como dijimos al principio, concebimos la alfabetización como un espacio fecundo de descubrimiento y creación, la instrucción alfabética no alcanza.





Ma, mano o una mano de pintura


Durante mucho tiempo se creyó que, para acceder a la escritura, lo más fácil era comenzar enseñando letras y sílabas. Hoy sabemos que no es así. Mejor dicho, hace mucho que lo sabemos, y cada día se suman más conocimientos sobre este asunto.

A los seres humanos nos resulta más sencillo entender, y por lo tanto aprender, cosas que para nosotros tengan sentido. Es muy claro que una mano de pintura deja mucho más claro de qué estamos hablando que una mano; y que una mano dice más que mano; y que mano, con todas las imprecisiones habidas y por haber, dice infinitamente más que ma o que m. Porque ma y m no dicen absolutamente nada, o, a lo sumo, si tenemos alguna información sobre la escritura, nos indican que una es una sílaba y la otra una letra. Pero, por si esta escasez de significados fuera poco, la diferencia entre cuál es el sonido representado en una letra y el nombre de esa letra en el alfabeto (m es eme) agrega bastante más confusión al asunto.

De modo que, si nos animamos a empezar con una mano de pintura o cualquier idea que se le ocurra al grupo (Soy fanático de Boca o A las chicas le gustan más las poesías que a los chicos o La carne está cada vez más cara o lo que se nos antoje), sería un fantástico inicio de escrituras. Pero si no nos animamos a tanto, por motivos fundados o por miedos inexplicables (a veces las tradiciones nos juegan en contra), como mínimo tendríamos que comenzar con una palabra, nunca con menos.

Eso nos dará a todos una buena mano, cuando decidamos desarmar la palabra para ver y escuchar de qué está hecha, y después volver a armarla para ver qué pasa, si es que logramos hacerlo. Seguro que sí lo lograremos: si no es a la primera, tal vez a la segunda o a la tercera.

Desde luego que no faltarán expertos que digan al leer esto que una mano de pintura puede querer decir múltiples cosas, pues una mano de pintura que le falte a una casa, no tiene nada que ver con una mano de pintura que le pueda sobrar a algunos rostros. Pero eso, que además de ser cierto es muy interesante, lo irán descubriendo poco a poco las personas que se animen a seguir adelante durante mucho tiempo en un círculo de alfabetización. Por ahora, ojalá que podamos ponernos de acuerdo en que, como mínimo, el punto de partida debería ser la palabra.

Ahora bien, ¿qué palabras? Las que el grupo decida. Pueden surgir de una narración, de una historia de vida, del relato de un problema, de una canción, de una lectura en voz alta… En fin, el origen puede ser muy diverso, pero lo importante es que esa palabra valga para el grupo y que deseen aprender a escribirla.

Y hablando de lectura en voz alta, vamos a comentar ahora algunas cosas respecto de su importancia cuando nos alfabetizamos.


Cuando las palabras de veras cuentan

Si los temas elegidos y la forma en la que se cuentan están en sintonía con las personas a las que se les leerá, la lectura es posible. La lectura en voz alta puede ser una práctica placentera y útil para entender en qué consiste el acto de leer, y cuál es por lo tanto el trabajo del lector.

El primer paso para que la práctica de la lectura en voz alta resulte útil y placentera, aunque resulte obvio, es elegir un texto que sea de interés y resulte atractivo para quienes lo escucharán.


Lectura en voz alta


En segundo lugar, es necesario leerlo en varias ocasiones antes de compartirlo. En cada nueva lectura descubriremos detalles que no habíamos captado con anterioridad, que incidirán en el tono y el ritmo de nuestra voz. Cuando haya llegado el momento de compartirlo, los compañeros escucharán en cada tono, en cada cambio de ritmo e incluso en cada silencio de nuestra lectura, intenciones precisas; podrán incluso identificar con claridad lo que las palabras reunidas en el texto les cuentan. Eso, y no otra cosa, es la lectura. Y si la lectura en voz alta es frecuente y diversa en formas, tonos y propósitos, las experiencias de los compañeros y sus relaciones con la palabra escrita se enriquecerán rápidamente.

Un consejo: es bueno elegir textos que puedan leerse completos en unos cuantos minutos. Si lo que deseamos leer es algo más extenso, deberíamos decidir con anticipación, cómo y dónde interrumpir y cómo y cuándo continuar. Lo que estamos proponiendo es algo similar a lo que hace ya bastantes años se llamaba “lecturas por entregas”, algo así como el “continuará”, también común hasta hace no muchos años, y hoy bastante olvidado.

Los motivos de estos consejos son dos: el cansancio del que lee (es importante mantener la calidad de la lectura de principio a fin) y la probable distracción de los que escuchen, al menos hasta que la costumbre de leer en grupo en voz alta comience a ser pan de cada día.

Copiar, ¿servirá para algo?

Como muchas otras cosas en esta vida, depende de qué, cómo, cuándo y para qué.

Para empezar, habría que decir que el ejercicio de transcripción es muy importante para quien está iniciándose en la lectura y la escritura. Ahora bien, si se ejercita de manera mecánica y lo que se transcribe no tiene ningún significado intelectual y emocional para quien lo realiza, la copia será sin duda un tormento inútil. Ahora bien, si la copia tiene sentido para quien la está llevando a cabo, además del gusto de poder escribir cosas que se desea escribir, también se estarán ejercitando destrezas visuales y motoras, fundamentales para cualquier práctica de lectura y de escritura. Y su importancia puede ser aún mayor, pues el interés por las palabras cuya escritura se está aprendiendo hará posible proponer posteriores análisis de lo que se va escribiendo. Por ejemplo, cuáles son los elementos que reunidos forman una palabra, cuántas y cuáles palabras conforman una oración o dónde se localiza tal o cual palabra en un texto.


Transcribir textos muy largos puede llegar a ser agotador


Así como ya dijimos que para la lectura en voz alta no es recomendable elegir textos que excedan las posibilidades de atención de la mayoría de los miembros del grupo, tampoco deberían proponerse obras que por su extensión agoten a los nuevos usuarios de la escritura. Fijar un límite sin conocer a los grupos y sus componentes sería arbitrario. Cada coordinador irá reconociendo qué puede ser pertinente de acuerdo con la evolución del trabajo grupal y con las capacidades que vaya adquiriendo cada uno de sus integrantes.

Tampoco es posible determinar desde afuera qué palabras, oraciones o textos se valorarán como significativos. Sin embargo, hay cosas que no suelen fallar: el nombre propio y el de los seres queridos, la letra de una canción, o bien, una idea, advertencia o expresión que se descubra importante y recurrente en el habla de cada persona que está empezando a alfabetizarse. El coordinador debe ser siempre un atento escucha y debe también desarrollar, hasta donde le sea posible, las virtudes de la sutileza y la oportunidad.

Los otros y la escritura

Todas las personas que desean alfabetizarse lo hacen para poder comunicarse y expresarse, no sólo con ayuda del habla sino también de la escritura. Escribirle a otro u otros es muy importante para la vida de cualquier persona; pero para un adulto que ha sido privado del derecho a escribir cuando la mayoría de las personas de su entorno sí pudo hacerlo, el deseo de poder comunicarse con otros con ayuda de la escritura suele ser mucho mayor.


Escritura de cartas


Por eso, alentar a los miembros de un grupo a la escritura de cartas dirigidas a quienes de verdad quieran contar algo, lo que sea, siempre y cuando eso se juzgue de interés para quien escribe, es fundamental.

Estas escrituras presentarán, sin duda alguna, todo tipo de problemas formales: omisión de letras, agrupamientos o fragmentaciones arbitrarias de muchas de las palabras de los textos que intenten, desconocimiento de las normas más elementales sobre el uso de mayúsculas o minúsculas, y ausencia total o parcial de puntuación, por sólo mencionar los problemas más frecuentes. No obstante, siempre deberán ser motivo de orgullo para todos, y también de aliento, para seguir trabajando en el fortalecimiento de la escritura, en la ampliación de sus formas y propósitos, y en su mejora.





¿Sirve corregir?


Es muy importante que el coordinador guarde todas las producciones del grupo, salvo, desde luego, aquellas que los participantes no deseen socializar, por los motivos que fueren. La observación atenta de esas producciones le permitirá al coordinador evaluar logros y dificultades de modo que el elogio de los avances y el señalamiento de los problemas por resolver sean completos y oportunos.


El coordinador debe observar atentamente el trabajo de los participantes para retroalimentarlos


En relación con el señalamiento de los problemas por resolver, sólo tiene sentido hacerlo sobre las metas de escritura que la persona que está iniciándose en la comprensión del principio alfabético pueda alcanzar en el corto plazo. De nada sirve, por ejemplo, poner de relieve problemas en el uso de mayúsculas y minúsculas o incompetencias en el empleo de signos de puntuación, si los compañeros tienen aún serias dudas en la escritura de las palabras, su identidad y sus límites y eso origina las omisiones, fragmentaciones o los agrupamientos arbitrarios ya referidos. Sobre estas cuestiones, es muy importante también poder identificar los motivos que originan tales dificultades. Por ejemplo, es posible que alguien tenga dificultades para percibir todos los sonidos que debe representar por medio de las letras, o que todavía no recuerde la forma de las letras, o que ya tenga muy claros los límites de escritura de una palabra, pero los esfuerzos y las distracciones en el trabajo de escribirlas lo arrastren a cometer este tipo de errores. Si se le pide que lea lo que escribió y puede reconocer algunos o todos los errores cometidos, estaríamos en condiciones de afirmar que el problema se superará rápidamente. En cambio, si revisa su escritura y no puede reconocer los errores cometidos, será evidente que esa persona está en una etapa más inicial respecto de la escritura y, por lo tanto, requiere una observación y atención más personalizada.





¿Formación a distancia?


El entrenamiento del coordinador de un grupo para la observación y caracterización de los problemas usuales en las primeras etapas de contacto con el código escrito necesariamente debe ser apoyado en campo, al menos durante un tiempo, por personas que ya tengan experiencia en esta materia.

Este texto sólo pretende adelantar información sobre algunos hechos que sucederán y algunas capacidades que habrá que fortalecer; pero más allá de las dificultades, de lo que podemos adelantar por la vía de la lectura de este material y de lo que tendremos que ajustar en campo, es indudable que el intento de escritura de cartas y los logros que se alcancen resultan fundamentales para fortalecer el sentido de la alfabetización y la alegría de todos los que participamos en esta tarea de alfabetizarnos.

Por dónde están, sabemos qué son



Las marcas de las marcas


Salvo personas que vivan en ambientes rurales de gran aislamiento (en nuestro país ese tipo de situación es poco frecuente), estamos rodeados de escrituras. Es imposible sustraerse a la diversidad de palabras y de textos que nos rodean. Incluso, su presencia en la vida diaria resulta, cada día más, signo inequívoco de pertenencia social, económica y cultural, de intercambio de ideas y emociones con grupos determinados de población que valoran, desean y se expresan de cierta manera.

Pensemos, por ejemplo, en las marcas de ropa y de alimentos. En estos dos ámbitos, podemos reconocer señales de niveles económicos, aspiraciones, gustos, necesidades, rasgos culturales, marcas generacionales, en fin, un mundo de datos que nos hablan de las relaciones de las personas con los objetos. Y, por supuesto, si las personas hablan de sus relaciones con los objetos, cuentan de sí mismas, de sus fantasías, de sus frustraciones, de sus motivos de orgullo, esperanza o desesperanza.

La cultura escrita no sólo es reconocible en los objetos que nos vinculan o nos alejan de determinadas formas de alimentación o vestuario. Pensemos en los electrodomésticos, en las referencias de imagen y escritura que dan identidad a los medios de comunicación, en las medicinas, en los artículos de limpieza, en las relaciones cada vez más extendidas con los objetos de la informática, etc. El mundo de los objetos cuyos nombres señalan, excluyen, proponen modos de relación con el habla cotidiana, y explican a los usuarios y a su mundo de relaciones y valoraciones, ha crecido exponencialmente en las últimas décadas y, según parece, el ritmo de ese crecimiento no se detiene. Que la mayoría de los nombres vinculados a los objetos consumibles no esté al alcance de la mayoría de las personas, no significa que un gran número de esas personas no aspire a poseerlos; tampoco significa que ellas no tengan un punto de vista sobre si los necesitan en sus vidas o que los juzguen superfluos.


Los objetos serán fuente de reconocimientos alfabéticos en el trabajo de alfabetización





¿Por qué estamos hablando tanto de estas cosas?


Porque las palabras que nombran a las marcas de los objetos pueden ayudar a que nos demos cuenta de qué es la escritura y cómo funciona como tecnología; y también porque, a diferencia de los niños, los adultos tienen ya una larga historia de relación con los nombres de esos objetos y, por lo tanto, vínculos de deseo o de rechazo, de disfrute o cansancio por su uso, o de la lucha para poseerlos, o de las maneras de alentar o desalentar a otros respectos de su posesión (a los hijos, por ejemplo).

Entonces, los nombres que identifican a los objetos serán en el trabajo de alfabetización fuente de reconocimientos alfabéticos y espacio y oportunidad para abrir tiempos de escucha y de debate.

Narrar, ¿ayuda a la lectura y la escritura?



Contar fue lo primero


Todas las culturas, desde los tiempos más remotos, han tenido historias que contar y personas que las cuenten a otras, a veces a las más cercanas, a veces a la comunidad entera. La narración oral tiene, por lo tanto, mucha más historia que la escritura. El bebé escritura tiene apenas seis o siete mil años, y la abuelita narración, cientos de miles.

La escritura, además, nunca perteneció a todos los miembros de una comunidad. Tampoco los miembros de una comunidad han usado o usan la escritura de la misma forma y con los mismos propósitos, ni tienen una valoración común de su importancia y de las implicaciones y repercusiones de su inclusión en la vida de las personas.

Hablar y contar siempre ha sido un acto natural, antiguo y generalizado. La escritura, por el contrario, exige, para hacer uso de ella, del aprendizaje de una técnica y de unas estrategias. Por lo tanto, no es natural, sino derivada del uso que pueda hacerse de esa tecnología. Además, la escritura sólo ha sido desarrollada por los usuarios de algunas lenguas (la mayoría de las lenguas existentes en el mundo no tienen escritura), y siempre ha estado desigualmente distribuida entre los miembros de cualquier sociedad, en todas las épocas históricas.

Nuestra experiencia nos dice que entre el relato oral y el escrito hay mucha más distancia que la que puede derivarse del manejo de la técnica de escritura. Y como estas distancias, según nuestra opinión, pueden ser mayores o menores según la forma en que se lleve a cabo el proceso de alfabetización, reiteramos que la instrucción alfabética no alcanza. Hay que mostrar y compartir formas y propósitos diferentes de lectura y escritura para que todos nos demos cuenta de que la percepción de esta diversidad de motivos y maneras de acceder a la cultura escrita nos definirá como usuarios de ésta.






¿Por qué narrar cuando estamos alfabetizándonos?


Estamos convencidos de que narrar historias oralmente puede ayudar al proceso de adquisición de la lengua escrita.

Sabemos que el relato de historias siempre evidencia el interés de un grupo por determinados temas, y que las maneras de contar revelan o muestran rasgos de las formas en las que un grupo se expresa, no sólo por las palabras que se ponen en juego, sino por los tonos en los que se utilizan, por la valoración que se hace de ciertas afirmaciones, de ciertos juicios, etc.

De los relatos orales surgirá un sinnúmero de palabras y de oraciones que pueden ser motivo de interés para los ejercicios de escritura. Además, acostumbrarse a la narración oral familiariza a los escuchas con ciertas maneras de organizar el lenguaje cuando se quiere contar algo. Esa manera de organizar el lenguaje es distinta a la del habla de todos los días, porque cuando contamos una historia presentamos personajes, los encuadramos en un contexto determinado, encadenamos acontecimientos, generamos atmósferas coincidentes con los personajes y las aventuras que están viviendo, anticipamos posibles desenlaces y, en general, aspiramos a sorprender al auditorio con la manera en que la historia concluye.


Narración oral de un integrante de grupo


Varias de estas características de la narración oral son comunes a la manera en la que se desarrollan muchas historias escritas. Existen puentes, según nuestra opinión, entre la narración oral y ciertas formas de escritura, en particular la escritura literaria, por ejemplo, en la forma en la que se escriben muchos cuentos. Y dentro de la escritura literaria, el género del cuento suele ser muy grato a la mayoría de las personas de cualquier origen cultural y condición social. No cualquier cuento, claro, pero sí un gran número de ellos. Algunos que suponemos interesantes para quienes están iniciándose en este camino con la palabra escrita, los presentamos en el próximo artículo, “Curiosamente. Lecturas breves para mentes curiosas”, que esperamos sirva de apoyo a las necesidades de los grupos y a las actividades que pueda proponer el coordinador.

La afinidad entre relato oral y relato escrito no hay que buscarla en las historias que se cuentan, sino en la manera como se encadenan las palabras, en lo que podríamos llamar el ritmo del relato oral y el ritmo de ciertas formas de escritura.

Por eso, prepararse para narrar historias debe ser parte de los trabajos de formación del coordinador de un grupo, no como lo hacen actualmente algunos profesionales de la narración, sino como lo hacían nuestros abuelos y abuelas, o como a lo mejor tenemos la fortuna de que lo haga algún miembro del grupo.

NOTAS

* Maestro y, desde hace más de 25 años, formador de maestros en varios países de América Latina. Actualmente reside en Argentina, donde dicta seminarios y conferencias. Pasa algunos meses del año en México dando charlas y talleres a maestros, profesores de educación media y educadoras de nivel preescolar.
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