El papel de las personas adultas
ANTE EL BULLYING, ¡HAGAMOS EQUIPO!

Berenice Pardo Santana[*]


Este artículo contiene información básica respecto al bullying o acoso escolar, fenómeno que tanto afecta al estudiantado y que genera ambientes inseguros para toda la comunidad educativa. El propósito es facilitar la identificación de las características de los actores involucrados, así como de las manifestaciones y consecuencias de este fenómeno, a fin de que toda la comunidad educativa sea capaz de detectarlas y denunciarlas. La propuesta central del presente escrito es que todos somos responsables: alumnos, maestros, padres de familia, personal administrativo y de servicios. Por ello, se ofrecen algunas estrategias que el personal docente puede implementar con todo el alumnado en los ámbitos áulico y escolar, a fin de sensibilizar y generar conciencia respecto a los casos de acoso y discriminación, en la perspectiva de la prevención y la reparación; y por último se presentan varias pautas y propuestas para que también los padres de familia colaboren en el proceso de intervención de una manera más adecuada y comprometida.



c Introducción

La sociedad contemporánea es muy compleja; el medio social resulta cada vez más indiferente, apático y deshumanizado y las familias cada día tienen más conflictos internos que atentan contra los derechos humanos de sus miembros. Desde la infancia aprendemos a resolver los problemas mediante la violencia, imitando las conductas que observamos en los adultos en casa, en las calles, en los medios de comunicación o en cualquier otro espacio de relación entre personas, ya sea con intenciones de dominación, intimidación o simplemente de discriminación injustificada.

Vivimos en la sociedad de la desintegración familiar,[1] el desempleo, la explotación laboral, el hiperindividualismo, el mercantilismo y el consumismo, la corrupción, la desolación y la indiferencia. Día a día trascienden las noticias sobre delincuencia, maltrato, suicidios, narcotráfico, secuestros, asesinatos, violaciones o abuso sexual, etcétera; y lo más impactante es que la infancia recibe todas esas imágenes por medio de la televisión, las redes sociales, las publicaciones impresas, los videojuegos, las películas y las series televisivas.


Es responsabilidad de los educadores fomentar que la escuela se convierta en un espacio amable y seguro para todos los estudiantes


En el plano individual, las personas viven consumidas por el estrés, la ansiedad, la depresión, y en algunos casos por el alcoholismo o la drogadicción. En este marco, los propios niños y adolescentes van desarrollando temperamentos difíciles de abordar. En el plano colectivo, prevalece la estigmatización o la exclusión social, y no existe un apoyo comunitario adecuado para los grupos que se encuentran en situación de vulnerabilidad; incluso, algunas áreas están catalogadas como zonas de alta incidencia delictiva o de alta criminalidad, en las cuales hay mayor probabilidad de desarrollar un comportamiento antisocial o delictivo desde la infancia. Sin embargo, tampoco hay que generar un prejuicio al respecto: el hecho de que un niño viva en dichos ambientes no tiene por qué ser determinante para que desarrolle conductas antisociales, porque con las herramientas y el apoyo adecuados será capaz de lograr un desarrollo saludable.

Ahora bien, la escuela es el espacio en donde aprendemos los contenidos propiamente académicos, pero también desarrollamos las herramientas para iniciar y mantener una adecuada integración en el medio social. Incluso, podríamos afirmar que para los niños constituye una especie de segundo hogar, ya que gran parte de su vida transcurre dentro de ella.[2] Por lo tanto, tenemos que asumir que es responsabilidad de los educadores y directivos fomentar que la escuela se convierta en un espacio amable y seguro.

Así pues, en la escuela se experimenta la alegría, el amor, la amistad, la empatía, el compañerismo, entre otras emociones positivas que todos los seres humanos sentimos. Sin embargo, también se puede vivir el miedo, la envidia, el coraje, la venganza, la tristeza, el odio y demás emociones negativas que pueden ocasionar conductas violentas.

Frente a esta realidad, es tarea del personal docente, autoridades escolares, padres de familia y alumnado trabajar en conjunto para lograr y mantener un ambiente escolar sano. Por ello, la escuela debe sumar esfuerzos para:

  • Desarrollar habilidades para el manejo de conflictos.

  • Salvaguardar la seguridad de la comunidad escolar y gestionar una buena relación entre todos sus integrantes (alumnos, padres de familia, docentes, personal administrativo y de servicios).

  • Invitar a los padres de familia a que supervisen las conductas de sus hijos tanto en casa como en la escuela y aprendan vías de comunicación positiva.

  • Crear una comunidad de maestros que mantengan una buena relación entre ellos.

Bullying: definición, actores y tipos de manifestación

Qué es el bullying o acoso escolar

El fenómeno actual en el que se expresan las conductas violentas dentro de las escuelas es el tan difundido bullying, término que ha adquirido trascendencia, ya que es una problemática escolar global. Con el término bullying nos referimos a:

La intimidación o maltrato entre escolares de forma repetida y sostenida en el tiempo, casi siempre lejos de la mirada de los adultos, con la intención de humillar y someter abusivamente a una víctima indefensa, a través de agresiones físicas, verbales, psicológicas y/o sociales. La puede padecer o ejercer un alumno(a) en determinado momento (SNTE, 2014: 14).

De acuerdo con la Dirección de Educación Especial de la Secretaría de Educación Pública de nuestro país, para que una conducta violenta e intimidante se considere bullying tiene que cumplir con las siguientes características (DEE, 2013: 17):

  • Intencionalidad. Un alumno provoca daños sobre otro por medio de comportamientos agresivos, de manera premeditada.

  • Persistencia. Los comportamientos agresivos se suceden por un tiempo prolongado.

  • Asimetría. El agresor es más fuerte que la víctima y puede estar apoyado por un grupo de compañeros.

Así pues, el abuso se dirige hacia un individuo, pero también puede ser hacia un grupo específico de alumnos; es repetitivo, y la víctima se encuentra en un estado de vulnerabilidad e indefensión ante las amenazas; además, hay una colectividad de participantes que, directa o indirectamente, alientan a la agresión. Como parte de la problemática, la indiferencia y la falta de compromiso por parte de los familiares, docentes y autoridades educativas agravan la situación.

Las situaciones de bullying tienen actores y consecuencias cuyas características presentaré a continuación basándome en la información de fuentes institucionales (SNTE, 2014: 15; y MEP-UNICEF, 2016: 10-14).


Perfil de la víctima

Es el estudiante al que se molesta, intimida y acosa de manera continua y repetida. En general, se trata de alumnos con baja popularidad y que son rechazados; probablemente son débiles, temerosos, inseguros, sobreprotegidos y con tendencia a deprimirse o a psicosomatizar enfermedades. Sin embargo, cualquier estudiante puede llegar a ser víctima.

Al respecto, la Secretaría de Educación Pública reconoce que hay cierto tipo de alumnos que se encuentran en estado de vulnerabilidad para convertirse en víctimas de bullying: “hay una tendencia cultural a considerar la diferencia como deficiencia, como problema o como patología o anormalidad, [por lo que] los individuos pueden ser objeto de procesos de exclusión, rechazo, segregación por casi cualquier variable de diversidad” (SEP-DGOSE-DEE, 2015: 14).

Por lo tanto, el alumnado en situación de riesgo puede estar asociado a las siguientes condiciones: discapacidad, situación de enfermedad física o mental, género, etnia, lengua, religión, condición socioeconómica, orientación sexual, cultura, formas de convivencia, migración, capacidades y aptitudes sobresalientes, identidad de género, nacionalidad, creencias, forma de vestir, tipo de familia, profesión u oficio de los padres, intereses particulares (hobbies, música, juguetes, deportes), padres en estado de reclusión, color de piel, estatura, peso, tipo de cabello o uso de algún aparato de corrección visual u ortopédico.

Las consecuencias del bullying en la víctima son variadas y dependen de la situación y el contexto, pero entre las más frecuentes se cuentan las siguientes: autoconcepto negativo, baja autoestima, dificultades para la socialización, ansiedad, depresión, sentimiento de culpabilidad e impotencia,[3] pánico, ideas suicidas, estrés postraumático, inseguridad, evitación social, introversión, timidez, aislamiento, insomnio, eneuresis, desórdenes alimentarios (comer en exceso o dejar de comer), cólera o deseos de venganza, dolores y fatiga física; incluso, la víctima puede llegar a naturalizar el hecho de ser humillada. En el ámbito académico, las consecuencias se muestran como desmotivación para asistir a la escuela, falta de atención en las clases, bajo rendimiento académico y, finalmente, deserción. En casos extremos, la víctima puede agredirse o cometer suicidio, o también, efectuar conductas violentas contra el agresor.


Perfil del agresor

Es el estudiante que realiza o motiva los ataques contra la víctima. En general, tiene alta popularidad entre sus compañeros, a quienes les provoca respeto o, por el contrario, miedo; es agresivo e impulsivo, al mismo tiempo que carece de empatía y autocontrol; es transgresor de las normas porque no reconoce a la autoridad, a la vez que tiene baja tolerancia a la frustración; con frecuencia se trata de un niño o adolescente que vive situaciones de violencia intrafamiliar en la que, incluso, él mismo es marginado o víctima; a veces pertenece a comunidades con alta incidencia delictiva; actúa como líder porque sabe cómo manipular a los demás, pero no tiene amigos sino seguidores; no selecciona a la víctima al azar y sabe cómo aprovechar la vulnerabilidad de ésta.

Las situaciones de acoso escolar también provocan consecuencias en la vida del propio agresor, por ejemplo: puede emprender el camino hacia la delincuencia, el alcoholismo o la drogadicción, además de que el fracaso escolar es evidente. Conforme transcurra el tiempo, pierde la noción sobre los valores morales e incluso llega a perder la conciencia entre lo que es el bien o el mal, sin afrontar sus responsabilidades. En términos emocionales, no siente ninguna culpa sobre sus acciones, es decir, permanece insensible respecto al sufrimiento de la víctima; además, asume como algo normal el hecho de que con poder y violencia se logra el reconocimiento y el estatus social, con lo cual naturaliza las actitudes violentas, discriminatorias y de desvalorización hacia los otros.

Es importante considerar que el agresor es alguien que en realidad necesita ayuda, pero no sabe cómo comunicarse con los demás ni cómo pedir apoyo.


Agresores copartícipes

Existen dos tipos de copartícipes:

  • Copartícipes activos. Son los compañeros que participan en las situaciones de bullying riéndose de la víctima o mediante frases estimulantes y otras manifestaciones que reafirman y refuerzan las conductas violentas del agresor sobre la víctima. Reconocen y apoyan abiertamente al agresor, sin conciencia sobre el daño que él está provocando.

  • Copartícipes pasivos. Son los compañeros que se limitan a observar las situaciones de bullying, sin hacer nada para detener los actos de acoso. Por lo general, reprueban las conductas del agresor, pero no hacen nada porque sienten impotencia e incluso miedo de convertirse en víctimas si denuncian los hechos violentos.

    Las consecuencias del bullying se resumen en el desarrollo de sensaciones de insensibilidad y apatía (copartícipes activos) o de miedo y sumisión (copartícipes pasivos). En algunos casos, llegan a sentir culpabilidad, pero en otros se acostumbran a este fenómeno como algo cotidiano y lo aceptan con la idea de que la violencia es una forma normal para adquirir respeto y aceptación social. También es probable que normalicen la discriminación y la desvalorización de los alumnos con alguna característica que los hace diferentes, al mismo tiempo que desconfíen de los adultos cuando la intervención para resolver los problemas es ineficiente. En casos extremos, los copartícipes se pueden convertir en agresores.

Manifestaciones del bullying

Ahora bien, es de suma importancia difundir los diversos tipos de manifestaciones que adopta el acoso escolar, ya que tanto el alumnado como el personal escolar y los padres de familia deben estar en condiciones de reconocerlo y denunciarlo. Por lo tanto, resumiremos brevemente las diversas expresiones que reviste el acoso escolar (SNTE, 2014: 15 y MEP-UNICEF, 2016: 9):

  • Verbal. Se expresa en forma de insultos, burlas, rumores malintencionados, apodos denigrantes, menosprecio con comentarios discriminatorios o despectivos, chantajes y comparaciones. Generalmente, la humillación tiene como centro algún defecto o anomalía visible, forma de hablar o comportamiento característico de la víctima.

  • Físico. Consiste en que la víctima recibe empujones, puñetazos, patadas, pellizcos, golpes o escupitajos; también se le jala la ropa, se le bajan los pantalones o la falda, se le obliga a ingresar en algún sitio (como en un bote de basura) o se le encierra en determinado lugar.

  • Psicológico. Reviste la forma de constantes amenazas y comportamientos con la intención de atacar la autoestima de la víctima causándole ansiedad, miedo, malestar e inseguridad personal. Asimismo, aplicarle la “ley del hielo” o dirigirle miradas despectivas o gestos negativos de manera persistente supone este mismo tipo de acoso.

  • Social. Es la discriminación, exclusión o aislamiento que tiene como propósito marginar a la víctima o dañar su reputación, lo cual creará en ella sentimientos de soledad.

  • Sexual. Se expresa en actos como tocar el cuerpo de la víctima o besarla en contra de su voluntad, obligarla a ver pornografía o actos de masturbación, así como dirigirle miradas o palabras lascivas.

  • Cibernético. Tiene como lugar de difusión el Internet, y recurre al uso de páginas web, chats, correo electrónico, y en especial de redes sociales (Facebook, WhatsApp, YouTube, Instagram, Snapchat, entre otras), con el objetivo de difundir imágenes o videos que humillan a la víctima.

  • Material. Se caracteriza por el robo, destrucción, desaparición u ocultamiento de pertenencias de la víctima.



Las tareas de la escuela con respecto al bullying

La escuela se constituye como un espacio importante para el desarrollo social y emocional de todos los alumnos, por lo cual, es tarea de toda la comunidad construir en ella un ambiente respetuoso y seguro para la integridad física y emocional de niños y adolescentes. Ahora bien, por comunidad nos referimos a todos los alumnos, maestros, padres de familia, personal administrativo y de servicios. De acuerdo con la más reciente reforma educativa, en nuestro país es prioridad convertir a la escuela en un espacio inclusivo y tolerante:

En la escuela actual convergen estudiantes de distintos contextos y condiciones que conforman una comunidad plural. La escuela también es parte de un sistema institucional que debe garantizar la igualdad de oportunidades. Por lo tanto, debe ser un espacio incluyente, en el que se practique la tolerancia y no se discrimine por origen étnico, género, discapacidad, religión, orientación sexual o cualquier otro motivo. La escuela debe ser un espacio incluyente donde se valore la diversidad en el marco de una sociedad más justa y democrática (SEP, 2016: 65).

Tomemos en cuenta que el bullying no solamente provoca consecuencias en la víctima, sino en toda la comunidad, ya que puede convertir a la escuela en un espacio inseguro, de convivencia deteriorada y con bajos resultados académicos. Por lo tanto, se deben sumar esfuerzos tendientes a lograr el reconocimiento, la inclusión y la aceptación de las diversas capacidades, estilos y ritmos de aprendizaje de manera respetuosa y empática. Las condiciones y situaciones de vulnerabilidad o desventaja, lejos de ser detonantes para convertir al alumno en víctima de bullying, deben representar un reto para crear estrategias que favorezcan prácticas educativas que contribuyan a la gestión de un ambiente escolar sano y pacífico. De hecho, la escuela es la responsable directa del respeto y cumplimiento de los derechos del niño.

…se reconoce la necesidad de que el proceso de aprendizaje se desarrolle en espacios de convivencia que promuevan el respeto mutuo y la solución de conflictos sin violencia, a través de la creación de ambientes inclusivos en los que se evite cualquier forma de discriminación o maltrato, daño, agresión, abuso o explotación, así como aquellos actos de exclusión que pudieran limitar las oportunidades de aprendizaje del alumnado (DEE, 2013: 9).

Como ya se comentó, para la creación de espacios libres de acoso es imprescindible la colaboración de toda la comunidad escolar (e incluso de la sociedad en general) y se recomienda hacer un análisis que abarque los diversos ámbitos: áulico, escolar, familiar y social. De igual manera, se requiere contar con el compromiso del personal docente que se asuma como responsable de vigilar el ambiente y mantenerlo seguro. Para ello, se necesitan mecanismos de capacitación en dichas tareas.

Son los y las docentes quienes conviven a diario con sus alumnos y alumnas y conocen la situación que atraviesa cada grupo. Por tales motivos, se constituyen en los adultos de confianza y referentes más próximos de los niños, niñas y adolescentes, y también de sus familias (CN, 2013: 25).

Ahora bien, hay dos aspectos que se recomienda abordar como ejes para lograr lo anterior, nos referimos a la empatía y a la autoestima. La primera se define como: “la identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro” (DEE, 2013: 17). La empatía no se desarrolla por medio de castigos físicos hacia el agresor, ni de obligarlo a realizar sanciones como pintar las paredes y bancas de la escuela, suspenderlo o expulsarlo del plantel educativo; en cambio, la tarea es sensibilizar a la comunidad en general para lograr una sana convivencia. Por otro lado, la autoestima de define como “la opinión emocional que una persona tiene de sí misma e implica, entre otras competencias, sentir empatía, tomar decisiones, expresar lo que se piensa y se siente (evitando lastimar a otros); responsabilizarse de su propia conducta, aprender a elegir, tener la capacidad para establecer metas e implementar un plan para lograrlas (conforme a su edad y sus capacidades), usar el poder para compartir, ayudar, relacionarse positivamente con sus pares, identificar sus fortalezas y emplearlas al máximo para resolver problemas cotidianos” (DEE, 2013: 22). Así pues, necesitamos alumnos empáticos y seguros de sí mismos, que, en consecuencia, tendrán mejor actitud para desenvolverse positivamente con sus compañeros.

Es importante comentar que no sólo los alumnos tienen que desarrollar empatía y autoestima, también debe hacerlo el personal docente, porque es quien educa con el ejemplo, y tiene que actuar de inmediato en casos de bullying. Además, es preciso que éste mantenga una actitud abierta para escuchar y estar alerta a las preocupaciones y situaciones de sus alumnos, manteniendo una buena comunicación con los padres de familia debido a que ellos son los primeros que podrían identificar los casos de violencia y solicitar el apoyo.

A continuación, presento una serie de recomendaciones que involucran al personal docente y, en ocasiones, a los propios alumnos:


Recomendaciones en el ámbito de la prevención:

  • Mantener las aulas en orden, acomodando el mobiliario de manera que no se aísle a ningún alumno y de modo tal que el docente pueda advertir cualquier comportamiento inapropiado dentro del salón de clases.

  • Monitorear cotidianamente las actividades en patios, pasillos, baños, cafetería, etcétera.

  • Realizar entre todos un Código de conducta con reglas como: 1. Comunicarse y expresarse sin lastimar a los demás; 2. Pedir las cosas prestadas por favor; 3. Jugar sin pegarse; 4. No dar zapes ni tocar las partes íntimas de los demás.

  • Narrar cuentos o fábulas que ejemplifiquen las conductas violentas o discriminatorias que no deben ocurrir.

  • Practicar técnicas de relajación en ciertos periodos durante la jornada escolar; también se pueden organizar juegos en donde los niños aprendan a darse masajes entre ellos mismos.

  • Reconocer las cualidades y capacidades de todos y cada uno de los alumnos, no solamente las de quienes obtienen siempre las mejores calificaciones.

  • Dedicar una clase cada año al tema del bullying a modo de campaña, a fin de generar una reflexión sobre sus consecuencias y firmar un compromiso antibullying que se difunda mediante carteles o periódicos murales.

  • Fomentar el aprecio y la valoración positiva de la diversidad, que elimine la segregación dentro del aula (por ejemplo, la que se produce cuando los maestros colocan en las primeras filas a los alumnos que tienen mejores calificaciones).

  • Observar, escuchar, reconocer y darle su lugar a cada uno de los alumnos.

  • Abordar temas sobre formas de convivencia y resolución pacífica de los conflictos, en donde el alumnado aprenda que el diálogo es la mejor herramienta para la solución de problemas.

  • No negar, ignorar u ocultar los conflictos violentos. Con ese propósito, es necesario convocar a asambleas escolares, invitando al alumnado a expresar quejas de abusos hacia su persona o pertenencias, de manera respetuosa y colaborativa; y, en especial, abrir espacios de denuncia anónima sobre cualquier tipo de manifestación de violencia hacia algún compañero.

  • Brindar especial atención a los alumnos que se encuentren en situación de vulnerabilidad para ser víctimas de bullying.

  • Asignar un “compañero protector” a los alumnos que se considere más vulnerables.

  • Organizar debates sobre temas como la discriminación, la inclusión, la tolerancia, el respeto, los valores, la violencia, los prejuicios y estigmas sociales, etcétera.

  • Organizar cine debates sobre la temática del bullying o sobre casos de personas que a pesar de las adversidades han podido destacar en la vida.

  • Programar sesiones de juegos colaborativos para facilitar el contacto entre todos los compañeros, aun cuando entre ellos no exista relación de amistad, a fin de favorecer sus habilidades sociales y psicológicas.

  • Escribir sobre situaciones de acoso escolar (o una definición de ésta), dramatizarlas o componer fotografías grupales que expresen un mensaje con el cuerpo y con el rostro.

  • Realizar sesiones en donde los alumnos puedan expresar verbalmente o por escrito mensajes positivos para todos sus compañeros.

  • Promover la libre expresión de preocupaciones y sensaciones mediante el dibujo o el modelado con barro o arcilla.

  • Llevar a cabo dinámicas de “ponerse en el lugar de…” (alumnos con discapacidad), como actuar un día en clase con los ojos vendados, experimentando lo que significa la ausencia de la visión; practicar juegos con una, dos o tres extremidades inmovilizadas con retazos de tela; o comunicarse todo un día sólo por medio de señas.

  • Crear espacios para la reflexión y expresión de ideas sobre los siguientes temas: ¿Qué puedo hacer cuando mi amigo está triste?, ¿qué puedo hacer cuando mi amigo está enojado?, ¿qué puedo hacer cuando mi amigo está asustado? También, inventar formas de hacer reír a un compañero cuando esté triste e inventar formas de hacer a un niño feliz.

  • Organizar una sesión sobre las diversas emociones que podemos experimentar los seres humanos, enseñando las formas adecuadas y las formas inadecuadas de manifestar cada una.

Recomendaciones para enfrentar casos de bullying

  • Escuchar el caso, atenderlo, sancionarlo coherentemente y darle seguimiento.

  • Detener la agresión de inmediato, escuchar el relato sin minimizar la situación y resguardar a la víctima de manera que se sienta respaldada, hasta que la institución tome las medidas establecidas. Incluir a los testigos en la resolución del conflicto brindándoles orientación sobre cómo intervenir apropiadamente en una futura situación de violencia.

  • Acompañar en el proceso tanto a la víctima como al agresor, ambos deben saber que el docente está al pendiente de ellos.

  • Pedir al agresor que ofrezca disculpas públicas a la víctima, para evitar que esta última sea estigmatizada como débil por el resto del alumnado.

  • Preguntarle a la víctima cómo le gustaría que el agresor repare el daño ocasionado. El agresor debe reparar el daño provocado (más que ser castigado) como medida para que se desarrolle conciencia y no deseos de venganza.

  • En caso de que la víctima haya sido lastimada físicamente, el agresor deberá acompañarla al médico y participar en su cuidado y asistencia durante la recuperación, bajo la estricta supervisión de los adultos, y siempre que cuente con la aceptación para ello de la víctima y de sus padres.

  • Cuidar que el agresor reponga las pertenencias rotas o dañadas.

  • Brindar el apoyo para que la víctima exprese sus sentimientos y que aprenda a reconocer cuando alguien tiene conductas positivas hacia ella.

  • Fomentar en los alumnos el no quedarse callados, defender a los demás y ser un modelo a seguir.

Por último, es importante mencionar las competencias que debe desarrollar el docente que aborda los aspectos emocionales de los alumnos, pues claramente forman parte del fenómeno del bullying. El maestro debe mantener una actitud de disposición, esfuerzo y dedicación; ser capaz de autoanalizarse y reconocer y manejar sus propias emociones; tener la habilidad para comunicarse con empatía y comprensión; ser capaz de adecuar las actividades según las características y necesidades de cada contexto educativo, fomentando la participación activa de todos los alumnos; y ser hábil para detectar, canalizar y aprovechar las buenas experiencias.


El papel de la familia en situaciones de bullying

Los padres de los chicos víctimas de Bullying han manifestado su preocupación ante la indiferencia de los padres de los agresores; por lo tanto, se integran las recomendaciones para que las autoridades educativas y los maestros inviten a la participación plena de todo el alumnado y sus familias, sin importar si han sido o no actores de bullying, porque es tarea de todos ayudar a detener dicho fenómeno.

Los padres deben tener la sensibilidad y la conciencia para poder identificar los signos y casos de violencia en la escuela de sus hijos; además, cuando sus hijos sean los afectados, deben tener la actitud adecuada para actuar de inmediato, buscando apoyo institucional en los casos más graves, informando de modo oportuno a los docentes y a los directivos y participando activamente en las estrategias planteadas para la solución del conflicto.

Sin embargo, el panorama no es tan sencillo debido a la dinámica en las relaciones parentales en nuestros días. El estilo de vida, lejos de estar inmerso en la solidaridad y la colectividad, se ha insertado en las tendencias individualistas y consumistas, en donde reinan la desilusión, el desinterés, el egoísmo y la apatía; por lo tanto, el ser humano solamente está buscando su propio bienestar: “…si los estudios sociológicos constatan que existe un predominio del individualismo, ¿cómo puede la familia desarrollar el sentido ético?” (García et al., 2009: 47). Es por ello por lo que, en el sistema de valores actual, ya no hay una correspondencia clara entre los principios éticos y la práctica social, las leyes se trasgreden y solamente se impone la propia voluntad sin importar si se daña al bienestar del otro. Aunque algunos maestros realmente se esfuercen en su trabajo a favor de la formación ética, las prácticas culturales dentro de la familia y sus zonas de residencia están desintegrando las actitudes cívicas y los vínculos sociales. Parece que el sentido humanista, colectivo y solidario se ha sacrificado por otro en el que predominan los deseos de disfrutar de los placeres que proporciona la sociedad de consumo. La gente ya no se compromete con el otro, con los otros, y la soledad espiritual impera.

Nos encontramos en un momento que los jóvenes necesitan alfabetización política; es decir, más educación democrática y más práctica de la vida democrática, tanto en las familias como en las escuelas. Además también aparecen síntomas como la carencia de sentido grupal, la resistencia a la cooperación y el enfrentamiento intergrupos. Por último, hay una escasa predisposición para asumir responsabilidades. No educamos a los jóvenes para asumir responsabilidades y vivimos en la cultura de la satisfacción (García et al., 2009: 49).

La familia mexicana vivía en otra dinámica, pero las condiciones sociales y económicas han cambiado las costumbres porque ahora mamá y papá tienen que salir a trabajar: “La compatibilidad entre la vida laboral, con agotadoras y estresantes jornadas de trabajo que afectan tanto a los padres como a las madres, y la crianza y educación de los hijos, se hace cada vez más difícil” (García et al., 2009: 155). Evidentemente, en algunos casos esto puede ocasionar que se limite la implicación de los padres en la educación moral de sus hijos. Además, hay otros factores como los embarazos adolescentes, la paternidad no responsable, los divorcios, la coerción, la alienación parental, el abandono, la indiferencia, el sometimiento, las bajas expectativas de los padres hacia los hijos; o, por el contrario, la sobreprotección, la permisividad excesiva o el sometimiento de los padres ante todas las demandas de sus hijos, que ocasiona en éstos una baja tolerancia a la frustración. También tenemos que considerar la tendencia a compensar las necesidades afectivas con cosas materiales, lo cual genera la indiferencia moral. El problema con tal actitud es que:

…puede provocar en los hijos el sentimiento de no ser amados, ya que los padres tienden a ignorar la conducta de sus hijos y no les ofrecen apoyos en situaciones estresantes. Otorgan demasiada independencia y responsabilidad, tanto en lo material como en lo afectivo: no supervisan la conducta de los hijos; son poco afectivos y le prestan escasa atención a sus necesidades. Los niños son testarudos, impulsivos y pueden presentar problemas emocionales (García et al., 2009: 55).

Son precisamente dichos problemas emocionales los que pueden ocasionar comportamientos violentos. Por lo tanto, los padres son los actores principales para promover el diálogo, la autonomía, el pensamiento crítico, la adaptación al medio social, el desarrollo de valores y normas, el afecto y la confianza, la aceptación de derechos y deberes, la empatía y el sentido de cooperación: “La familia debe ir transformándose de una unidad que protege y cuida a los hijos, a otra que los prepara para entrar en el mundo de las responsabilidades y de los compromisos” (García et al., 2009: 52-53).

Así pues, los padres necesitan aprender a planificar las acciones e intenciones más allá de brindar recompensas o ejercer castigos que, lejos de corregir conductas, pueden humillar a los hijos. En caso de que la situación mejore, se debe reconocer continuamente el cambio de conducta, pero sin alabar, porque de lo que se trata es de crear la conciencia de qué actitudes positivas conllevan un beneficio para la vida en sociedad y en familia. Por otra parte, es más efectivo el refuerzo verbal acompañado con sonrisas, contacto visual o entusiasmo, en vez de las recompensan materiales.

Los castigos físicos, “los sermones”, las críticas impulsivas, las expresiones de desaprobación, etc., normalmente son poco efectivos e inadecuados desde el planteamiento de la educación en valores. Pero es evidente que implicar a los hijos en la elaboración de las normas, intervenir en las situaciones en las que son transgredidas, enseñarles las consecuencias de su conducta, etc., requiere mucho esfuerzo y tiempo de dedicación (García et al., 2009: 155).


Estrategias de prevención e intervención enfocadas en los padres de familia

Ahora bien, lo siguiente son algunas ideas para involucrar a los padres en las estrategias para la prevención y la intervención con respecto al bullying:

  • Organizar sesiones de cine debate con los padres de familia, con proyecciones que aborden el tema o factores relacionados.

  • Invitarlos a analizar casos periodísticos o documentados, tanto nacionales como internacionales.

  • Organizar juegos colaborativos entre todos los padres de familia, aunque sea posible sólo una vez cada ciclo escolar.

  • Fomentar su participación en las actividades escolares, manteniendo el contacto permanente con el personal de la escuela. Sería útil que los padres reciban la información oportuna de la forma en la que se relaciona su hijo o hija con los demás compañeros y que conozcan a los amigos con los que convive diariamente.

  • Invitar a psicólogos y psicopedagogos a que brinden pláticas sobre temáticas como: límites y normas, tipos de crianza, apoyo a las metas de los hijos, reconocimiento de sus cualidades, formas de comunicación, estrategias para la solución conjunta de problemas, el proceso hacia la independencia, control del estrés, apoyo emocional, relaciones positivas, establecimiento de vínculos, conductas sexuales de riesgo, supervisión ante el riesgo de alcoholismo o drogadicción, entre otros temas.

  • En caso de que el alumno sea acosado, se recomienda que los padres escuchen atentamente los relatos de sus hijos sobre los incidentes de bullying y los feliciten por su valentía al expresar lo que está sucediendo; averigüen todo lo posible sobre las tácticas de intimidación y los compañeros agresores y participantes; establezcan lazos de empatía con sus hijos para no generarles el sentimiento de culpa; no fomenten represalias físicas ni de ningún tipo como “devolver el golpe”; controlar las propias emociones y los instintos parentales sobreprotectores, pues resulta mejor pensar primero los próximos pasos. La acción más importante es ponerse en contacto con las autoridades y maestros de la escuela, y exigir que de manera integral se trabaje sobre el problema del acoso escolar (CN, 2013: 10-11).

  • Invitar a los compañeros de los niños a jugar a casa (sería adecuado invitar no sólo a aquellos con los que ya mantienen un fuerte vínculo); incentivar que participen en otros grupos, ya sea deportivos o culturales; si se festeja un cumpleaños, invitar a toda la clase sin discriminar a nadie; no fomentar actitudes competitivas en el hogar y brindar pautas para la no discriminación (CN, 2013: 16-17).

  • En caso de que el alumno sea el agresor, se recomienda que los padres eduquen a sus hijos en el respeto hacia la diversidad; practiquen el diálogo y le brinden apoyo (puede que el hijo esté en un conflicto interno y sus conductas sean una llamada de atención); aclaren que no tolerarán sus comportamientos violentos; desarrollen reglas claras y coherentes con medidas disciplinarias, pero sin llegar a los golpes ni a la hostilidad; pasen más tiempo con sus hijos y los supervisen cuidadosamente; conozcan a los amigos de sus hijos y los inviten a casa para observar cómo conviven; promuevan sus talentos alentándolos a participar en actividades extraescolares y sociales; compartan las preocupaciones con los maestros y directivos de la escuela, trabajando en conjunto; si se requiere apoyo adicional, acudan a los profesionales de la salud mental (CN, 2013: 12-13).


c Conclusión

Debido a que la familia es el primer agente educador, madres y padres deben retomar su función de autoridad para estructurar ambientes sanos con normas establecidas que realmente se respeten, al mismo tiempo que atienden de manera equilibrada a las necesidades emocionales de sus hijos. Como los principales formadores de valores, son quienes deben colaborar con la educación que brinda la escuela, manteniendo una actitud abierta para el trabajo colaborativo con los maestros y demás personal de la escuela.

Así pues, la familia debe ejercer la empatía, el diálogo, la democracia, la autonomía ética, pero también la responsabilidad y el respeto de las normas.

No se trata de culpabilizar o estigmatizar a los padres o maestros, sino de generar la conciencia de la responsabilidad que tienen las personas adultas en el proceso educativo y del desarrollo integral de niños y adolescentes. Debe considerarse que sus actitudes son el mejor ejemplo para que los alumnos adquieran las herramientas necesarias para ser capaces de insertarse en la sociedad de manera adecuada, con respeto a los principios y valores propios y de los demás.

La escuela y la familia deben ser un buen equipo, en el que ambas partes estén comprometidas y conscientes de que deben participar en la solución de las problemáticas que involucran al alumnado y evitar que se vuelvan a dar, no desatendiendo a los chicos y observando los cambios de ánimo de manera constante.

Ahora bien, la tarea de los profesionales de la educación consiste en informar y sensibilizar a todos los actores educativos y a la sociedad en general, además de generar espacios para la reflexión de manera individual y colectiva. Sin embargo, lo más importante es el ejemplo en la vida cotidiana dentro y fuera de las aulas, para que en un futuro próximo pueda verse el reflejo en las formas de convivencia comunitarias, más allá del aula, porque la finalidad de la escuela es preparar al alumnado para ser funcional en la vida real, y eso implica buscar que sean personas empáticas, respetuosas y solidarias con los otros, incluidos los diferentes a ellos.

c Bibliografía

CN, Cartoon Network (2013). Carpeta 5. Padres, madres y cuidadores. Información y actividades. En: Basta de Bullying, no te quedes callado [en línea]: <www.bastadebullying.com/pdf/es/Basta_toolkit_padres_cuidadores.pdf>. Ir al sitio

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NOTAS

* Licenciada en Pedagogía y en Literatura Dramática y Teatro por la UNAM. Docente en la Universidad Tecnológica de México y autora del libro Juegos y cuentos tradicionales para hacer teatro con niños (México, Editorial Pax, 2005).

  1. Al referirme a desintegración familiar, me remito a las formas deterioradas de convivencia, que afectan tanto a la estructura familiar tradicional como a la estructura de las familias diversas.
  2. Consideremos el hecho de que los horarios escolares se han extendido en el transcurso de las últimas décadas.
  3. Tanto padres como maestros pueden causarla con comentarios tales como: “No te sabes defender”, “De seguro tú lo provocaste”, “Cambia tu actitud”, etcétera.
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