Aristóteles:
PROGRESISTA Y CONSERVADOR[*]

Antonio Santoni Rugiu[**]



Aristóteles (384-322 a. C.) en Atenas era un meteco, es decir, un forastero: provenía de Estagira, pequeño centro del norte de Grecia. Aristóteles nacía ya “introducido” en las esferas del poder porque su padre era médico de la corte de Macedonia. A los 17 años de edad, el padre mismo lo mandó a Atenas a estudiar en la Academia. Veinte años más tarde, a la muerte de Platón (347), Aristóteles tenía casi 40 años, ya era autor de algunas obras de ciencia natural, de las cuales no es difícil colegir su divergencia respecto a la línea platónica. Pocos años después Felipe de Macedonia lo llama como preceptor de su hijo Alejandro. En cuestión de poco tiempo los macedonios vencen a los atenienses, espartanos y tebanos en Queronea, y tienen definitivamente el camino libre para afirmar su hegemonía en toda Grecia; Felipe el triunfador es asesinado; el joven ambicioso Alejandro lo sucede y parte en seguida a sus conquistas; Aristóteles regresa a Atenas y funda su escuela, el Liceo (palabra proveniente del templo de Apolo Licio, que surgía en el mismo lugar), un gimnasio en apariencia como tantos otros, donde sin embargo se desarrollaba más bien una actividad didáctica intelectual que una educación física. Empero, del tradicional gimnasio, el Liceo conservaba el hábito de conversar paseando por el bosque circundante, por lo cual la enseñanza aristotélica se llamó también “peripatética”, y el Liceo directamente Peripato.




c Aristóteles: progresista y conservador

La escuela fundada por el estagirita resulta muy distinta de la fundada por Platón: pues mientras ésta, en efecto, había sido preponderantemente un club aristocrático-nobiliario, de algún modo similar a la asociación pitagórica, en cambio la escuela peripatética es el primer modelo de universidad, caracterizado por cursos regulares sistemáticos y graduados, ejercicios y trabajo colectivo. Es, además, el primer instituto científico de la antigüedad que tuvo una biblioteca y un museo. Mientras en la Academia el interés predominante era el filosófico-religioso, en la escuela aristotélica era el científico. Tal diverso carácter corresponde indudablemente a la diversidad de índole de los dos maestros. Aristóteles es principalmente filósofo-científico, pensador científico en una época en la cual la ciencia (a excepción tal vez de la matemática pura) todavía no se distinguía de la filosofía (Preti, 1975: 54).


La escuela peripatética es el primer modelo de universidad, caracterizado por cursos regulares sistemáticos y graduados, ejercicios
y trabajo colectivo


La idea de que una escuela de ese género debiera plasmar y sostener directamente al círculo dirigente se debilitaba considerablemente, a medida que se adquiría conciencia del hecho de que ninguna pólis podía ya sobrevivir como tal y dominar a las otras, y que la clase dirigente se mantenía y se renovaba por cuanto sabía introducirse en la trama de una vida económico-política mucho más amplia que anteriormente y dominada cada vez más por potencias extranjeras: primero Macedonia y después Roma. Los intentos de insurrección de los “nacionalistas” atenienses y tebanos inmediatamente después del advenimiento al trono del joven Alejandro y la decisión despiadada con que éste los reprimió al instante, desvanecieron los últimos sueños de los nostálgicos de las ciudades-Estado autónomas.

Sólo una minoría de la burguesía griega de entonces, incluida la intelectual, estaba de parte de los nacionalistas. La gran mayoría no entendía por qué había que sacudirse a un tutor no opresor, como Alejandro, que ampliaba los mercados y fomentaba intercambios comerciales y culturales, alentando iniciativas de todo tipo. Aristóteles no estaba en favor de un régimen social que hoy en día podríamos llamar democrático.

Más franco que Platón, Aristóteles no se refugió en metáforas y mitos... Él no sólo sostuvo que la esclavitud era natural; no sólo afirmó que las clases trabajadoras son incapaces de ejercer virtudes y poder político, sino que reservando a unos cuantos elegidos la visión de lo divino –es decir de la teoría– profirió con crueldad su sarcasmo: cuando los telares funcionen solos y las cítaras toquen solas, sólo entonces podrán prescindir de amos y esclavos (Ponce, 1976: 65)

En fin, también Aristóteles confirma que para la parte más iluminada de la sociedad de ese entonces era necesario servirse de esclavos y graduar netamente los derechos civiles y políticos en relación con las clases sociales a las que pertenecían. Era necesario explotar el trabajo y tal vez la vida de prisioneros de guerra o también de paisanos de baja condición, así como hoy consideramos necesario matar los animales para satisfacer la cantidad necesaria de proteínas o quizá también el capricho de la cacería. En realidad, como los siervos de la gleba en el medioevo o el pobre negro o el miserable mugik ruso, aquéllos eran sólo objetos en las manos de los patrones.

Aristóteles –sigue diciendo Ponce– tenía razón, como Platón; una sociedad basada en el trabajo de los esclavos no podía garantizar cultura a todos. El rendimiento del esfuerzo humano era tan exiguo que un hombre no podía estudiar y trabajar simultáneamente... La separación del esfuerzo físico del mental imponía al mundo antiguo estas dos tremendas modalidades: para trabajar había que gemir en la miseria de la esclavitud; para estudiar, encerrarse en el egoísmo de la soledad (1976: 65).

De este modo Aristóteles, aunque más moderno y concreto que Platón, sigue reservando la educación para los verdaderos ciudadanos, o sea a los que por sus condiciones sociales podían acceder a las funciones públicas directivas. A estos pocos ciudadanos se les concedió una educación pública y gratuita (pues a todos les interesaba participar en la formación de la nueva clase dirigente), digna de hombres libres, por ende “liberal”, y en consecuencia hecha de aprendizajes “nobles”, evitando los “innobles”:

Se debe entender por innobles todas las actividades, las profesiones y los compromisos que entorpecen el cuerpo y la mente de un hombre libre en la práctica de las acciones virtuosas. Es decir, son innobles todos los oficios que significan un desperdicio para la naturaleza humana; lo mismo dígase de los trabajos remunerados que apartan de la condición contemplativa y conducen a la aridez (Aristóteles, Política, I, VIII).

Existe, además, un fragmento que sintetiza muy bien la visión político-pedagógica de Aristóteles:

Son cuatro las disciplinas en las cuales se articula comúnmente el proceso educativo: la gramática, la gimnasia, la música y, en fin según algunos, también el dibujo. La gimnasia y el dibujo se enseñan porque son útiles en muchos aspectos de la vida; la gimnasia porque contribuye a desarrollar el ánimo; pero, ¿y la música?... La condición de bienestar psicofísico no es del que trabaja, sino del que está ocioso… Es por ello evidente que necesitamos formarnos en ciertos aspectos para vivir el ocio típico de la vida noble y que estas disciplinas y conocimientos son un fin en sí mismos, mientras que las útiles para la vida real son instrumentales para otras cosas.

En definitiva, también para Aristóteles la contraposición entre la vida contemplativa y la vida de trabajo es todavía libre e incide en forma grave también en la educación. El amo sólo es capaz de razonar; el esclavo a lo sumo tenía “opinión correcta”, cuando se apegaba a las decisiones del amo; además, estaba demasiado ocupado en el trabajo.

Con todo, a diferencia de Platón, Aristóteles tiene un vivo sentido de la política no como experiencia del ideal sino como concreta actuación de lo posible. En esto es más conservador que Platón. Y de este modo la mujer, que en la utopía platónica habría podido atender sus múltiples tareas civiles iguales que las del hombre, para Aristóteles regresa a la condición subordinada y doméstica, típica de la tradición griega (con excepción, tal vez, de Esparta).

Cabe pensar que Aristóteles fue un maestro extraordinario para sus alumnos, aun más sugestivo que Platón. Es indudable que ha ejercido su influencia por centenares de años en cualquier campo del saber, tal vez como nadie en el mundo. Cuando Dante lo llamó “maestro de los que saben” no le estaba haciendo un favor. Y este éxito a través del tiempo se debió sobre todo a sus obras que han desafiado a los siglos: estas obras habían sido concebidas y diseñadas con fines didácticos, como libros de texto o también de disciplinas. No es que Aristóteles no hubiera escrito otra cosa; sólo que el resto, las obras “exotéricas”, las destinadas al exterior, pronto se perdieron y con mucha dificultad se puede recordar siquiera el título de ellas. Queda, en cambio, un buen número de obras “esotéricas”, es decir, las escritas para uso didáctico interno, reconstruidas alrededor de tres siglos después de la muerte de Aristóteles. Comprenden una recopilación de escritos filosóficos sobre la naturaleza en general (Física), de escritos sobre lógica (Organon), de escritos sobre moral y política (Política), de escritos sobre filosofía básica, o sea sobre la esencia primera de la realidad (llamados Metafísica sólo porque se encontraron ubicados después de la Física), de escritos sobre retórica y estética (Retórica y Poética).

Como se desprende de los mismos títulos de las obras que quedan, los intereses de Aristóteles eran vastísimos y en la práctica abarcaban todos los campos del saber de entonces, indicando por lo demás en cada uno de ellos una metodología particular de investigación bastante más rica que el discurso platónico, muy profundo pero, a la postre, articulado sobre pocos esquemas de fondo. En efecto, Aristóteles se refería continuamente a los múltiples datos de la experiencia, aspecto que Platón no sólo descuidaba sino despreciaba como fuente de engaño. Claro, el mundo de la experiencia es rico y con frecuencia contradictorio; por eso se necesitan instrumentos de conocimiento diferenciados según las diversas cosas que se han de analizar y comprender. Platón distinguía netamente entre tierra y cielo, entre mundo sensible y mundo racional, entre opinión y ciencia “matemática”, y así sucesivamente, aplicando lo que se dio en llamar el “dualismo” platónico, es decir, dividiendo en dos niveles todo objeto del discurso e indicando el modelo de perfección hacia arriba y el de imperfección, al contrario, en las cosas terrenas.

Aristóteles reúne, por decirlo así, el cielo con la tierra; los valores o las “ideas” de Platón le ofrecen el modelo de verdad y de perfección –más bien, de continuo perfeccionamiento– que no habita en el hiperuranio, sino que vive en las cosas, coexiste siempre con la materia. Así, la naturaleza viviente es para todo ser tanto la búsqueda de la forma mejor como la superación de la materia presente. Dicho de otra manera, todo ser contiene en sí una potencia (aspiración, proyecto, modelo) de evolución y se presenta al mismo tiempo como un acto realizado de la potencia anterior. Se entiende que para Aristóteles el movimiento, despreciado por Platón que lo contraponía a la inmovilidad de la razón o verdad, es el dato unificante de toda realidad; así el antiguo concepto heracliteo de “todo fluye”, es decir, de la continua transformación natural, se vuelve, de Aristóteles en adelante, un principio definitivo de toda la ciencia en sentido lato. La transformación general se debe a cuatro tipos de “causas”, es decir, de factores dinámicos: causa material (el tipo de materia primera y sus potencialidades), causa efectiva (la fuerza que impulsa una cosa que era a lo que es), causa formal (la forma tomada de la cosa), causa final (la atracción ejercida por el modelo conclusivo del proceso). Todo estado contiene, por lo tanto, la potencia y el acto, la materia y la forma: la flor tiene la “potencia” del fruto, pero es “acto” respecto a la semilla; el muchacho es un adulto en potencia, pero es acto respecto al niño, y así sucesivamente.


Cabe pensar que Aristóteles fue un maestro extraordinario para sus alumnos

c Una nueva técnica para pensar

La novedad de Aristóteles, más allá de su original enfoque científico, fue la de haber dado amplia contribución a las metodologías de análisis y a los procedimientos lógicos necesarios para organizar y elaborar los conocimientos, y por lo tanto también el aprendizaje. Contribución que más que ninguna otra fue determinante en la enseñanza aristotélica, considerada indiscutible hasta el siglo pasado y constituida por principios de lógica indicados por el estagirita. La lógica a partir de Aristóteles, precisamente, es la metodología del razonamiento, el cómo organizar correctamente el pensamiento y el discurso para obtener y sistematizar mejores conocimientos. Si Sócrates había enseñado a “comenzar siempre desde el principio cualquier discurso”, Aristóteles es el primero que se da cuenta de la necesidad de aprovechar las representaciones mentales ya adquiridas, y por ende consideradas ciertas, para injertarles otras nuevas. La ciencia sería imposible si cada vez tuviéramos que volver a comenzar de cero, olvidando lo poco o mucho que sabemos. Ya que de este modo, también en el aprendizaje escolar, cada generación estaría obligada a comenzar de nuevo, sin utilizar las conquistas de los predecesores. Por ello es evidente la gran importancia que tuvo Aristóteles también en la metodología didáctica y en las técnicas de aprendizaje en particular.

En la base de la lógica aristotélica están las categorías, o sea los puntos de vista más generales a través de los cuales se puede enmarcar toda la realidad y cada aspecto de conocimiento contenido en ella. Dichas categorías son diez: sustancia, calidad, cantidad, relación, dónde, cuándo, disposición, tener, hacer, padecer. Cualquier cosa, en mayor o menor medida, se puede catalogar bajo estos diez ángulos. Cualquier objeto sensible y susceptible de ser pensado tiene una cierta sustancia; goza de cierta cualidad; tiene cantidad; está ciertamente en relación con los otros objetos; ocupa un lugar en el espacio (dónde); existe en un tiempo determinado (cuándo); demuestra orientaciones (disposiciones); “posee” alguna cosa (tener); desarrolla cierta actividad (hacer); y es tocado por las actividades de los demás (padecer).

Después de las categorías, Aristóteles definió los conceptos, desarrollando las consideraciones de Sócrates al respecto. Cualquier realidad compuesta de más cosas da lugar a los conceptos, dotados de capacidad de comprensión y extensión. Por ejemplo, más personas son clasificables bajo el concepto unificador de “ser humano”, común a todos los hombres, pero al mismo tiempo pueden extender sus propiedades a todas las especies y a todos los individuos humanos, conocidos o aun desconocidos.

Al concepto le sigue el juicio, o sea la famosa “oración” o enunciado del discurso. Para Aristóteles el verdadero conocimiento consiste en el juicio; esto sólo es posible cuando somos capaces de atribuir correctamente un predicado a un sujeto. En otros términos, se trata de hacer explícita una relación de comprensión (afirmación o negación) o de extensión (universal o particular) entre los conceptos o individuos. Si digo “El hombre es un ser viviente”, no hago más que hacer evidente que la inmortalidad no es un atributo del hombre porque todo ser viviente está destinado a morir, mientras que si digo “Felipe es feo” extiendo la universalidad del concepto de fealdad a la particularidad del individuo Felipe.

En el centro del sistema lógico aristotélico se encuentra el famoso silogismo, que significa unión de más juicios. Efectivamente, el silogismo siempre se compone de tres juicios. Para el caso tomemos el más célebre: “Todos los hombres son mortales; Sócrates es hombre; luego Sócrates es mortal”. Como se ve, el silogismo, al menos en los casos más sencillos, no hace más que demostrar la pertenencia a un elenco de comprensión (si se incluye a Sócrates entre los hombres, tendrá que tener todos los atributos esenciales del hombre, a partir de la mortalidad), o bien recabar un procedimiento invertido extendiendo la condición de mortalidad a Sócrates, desde el momento en que él es hombre.

Para los aristotélicos la premisa jamás puede ser sometida a duda porque se recaba por inducción, o sea verificando la propiedad en cuestión en los seres a los cuales se atribuía. A menos que, se entiende, aquélla fuera de tal modo evidente que no suscitara la menor duda, como en el caso de la mortalidad de los hombres. El método silogístico, como veremos, alcanzará su máximo uso en el medioevo, cuando se exaltará como instrumento ideal de conocimiento filosófico y científico, hasta el punto de que el estudio directo de la naturaleza será considerado negativo o en todo caso superfluo y una realidad juzgada como verdadera o no a la luz del silogismo. Aristóteles previó también un tipo simplificado de silogismo, el entimema, con dos juicios y con el tercero sobreentendido; por ejemplo: “Si te equivocas, serás castigado”, donde está sobreentendida la premisa “El que se equivoca es castigado”, tipo muy frecuente en el uso corriente y por lo tanto óptimo en la retórica y en la enseñanza para hacer más directo y convincente el discurso. Además del entimema, en el bagaje retórico de un orador (trátese de un político, conferencista o profesor) eran instrumentos “didácticos” fundamentales: los ejemplos, el exordio, la exposición, el epílogo, y otros más.

c El fundador de la psicología

Aristóteles también fue el primero que abrió un discurso nuevo sobre la psicología. Psyque en griego quería decir alma, pero también espíritu, vida mental en general. Entonces podía surgir una teoría psicológica de la afirmación de la inmortalidad del alma y su destino ultraterreno después de la muerte, tal como ocurrió en Platón al analizar las fases de los procedimientos mentales, como precisamente empezó a hacer Aristóteles. Por lo anterior, resulta arbitrario afirmar que el filósofo greco-macedonio fuera el precursor directo de la psicología moderna, así como de las otras ciencias naturales y humanas de nuestro tiempo. Demasiada agua ha pasado bajo el puente desde entonces para que se permita establecer alguna derivación precisa. Pero en realidad el corte con el cual Aristóteles trató de analizar la actividad psíquica humana se aparta no sólo del platónico, sino de todos los anteriores, y puso las bases para que más adelante naciera el estudio de los fenómenos psicológicos.

El alma, la psique, para Aristóteles es una entidad natural, es la “forma” de los cuerpos, sobre todo en el sentido de que es precisamente ella la que los anima, les da vida y les marca el objetivo. Contrariamente a Platón, que devaluaba por completo el mundo de los sentidos, para Aristóteles toda la vida psíquica procede de las sensaciones. Tal vez la versión aristotélica fue la primera que distinguió con este propósito los cinco sentidos y agregó la noción de un “sentido común” que coordina los otros. Después interviene la memoria que detiene las percepciones restantes, uniéndolas a contenidos anteriores; en seguida todos juntos se vuelven materiales de posible elaboración por parte de la “fantasía” (también ésta, nueva distinción aristotélica), componente mixta de sentido memorizado y de intuición de pensamiento.

Finalmente, en la cumbre de esta jerarquía psíquica está el pensamiento o intelecto, caracterización típica del hombre respecto a los otros animales, tan importante que el mismo Aristóteles, aun distanciado de Platón, no alcanza a desmitificar por completo el valor superior atribuido al intelecto, y habla de él como de un “acto perenne”, aspecto muy cercano al Dios concebido por Aristóteles como acto puro (es decir, no contaminado por la materia), pensamiento de pensamiento (esto es, intelecto puro, forma omnicomprensiva), motor inmóvil (es decir, perno sobre el cual gira todo el universo).

Sentadas las bases de orientación ideológico-política, de su visión de la “filosofía primera” y de la psicología, se puede entender con más claridad la visión educativa de Aristóteles: la clave consiste principalmente en la existencia de hábitos, no abstractamente virtuosos sino como disposiciones para adoptar de manera estable comportamientos que representen el “justo medio”. En otras palabras, para Aristóteles todo comportamiento es un error si se lleva al extremo: es error, es vicio la vileza, pero lo es también el valor absoluto que pronto se convierte en temeridad, impulsividad e inconsciencia. Aristóteles escribió una obra completa, la Ética a Nicómaco, basada en el concepto de que “la virtud está en el medio”. También en ello demostró un gran realismo, puesto que resulta utópico pretender de los hombres un comportamiento que siempre sea virtuoso y es mejor conformarse con un camino intermedio, es decir, relativamente virtuoso. Este término medio de todo comportamiento debe buscarse con el uso de la razón, más aún cuando se trata de comportamientos intelectuales, que más que los otros imponen un control racional. El desarrollo de la razón es, en efecto, el fin primario de la educación (por otro lado también reservada por Aristóteles solamente para los “ciudadanos”, es decir, para los ricos burgueses), pero no es como para Platón una forma excepcional, privilegio de los círculos de los filósofos-gobernantes, sino un objetivo al alcance de todos los que sean dignos de ser educados.


El mayor sentido de lo concreto y la ausencia de utopía impulsan a Aristóteles a distanciarse de las visiones
radicales de Platón


En conclusión, el mayor sentido de lo concreto y la ausencia de utopía impulsan a Aristóteles a distanciarse de las visiones radicales de Platón. Pero su visión social, más templada en la inspiración cultural, en última instancia, no es más democrática. Aristóteles sostiene que los trabajadores son instrumentos sociales, casi a la par de los aparejos y de las herramientas de trabajo, y por lo tanto no tendría siquiera sentido plantearse el problema de una afinación racional por parte de ellos, puesto que las capacidades que deben desarrollar para bien de todos son exclusivamente sensoperceptivas y no intelectuales.

La expresión educación liberal indica literalmente la educación que le conviene a un hombre libre; más en concreto se trata de la educación que libera las capacidades humanas, es decir que ayuda al hombre a desvincularse de los más bajos apetitos, poniéndolo en condiciones de gozar la plena satisfacción de la vida racional. Se admite, además, que en educación liberal, si contiene el término “escuela” en su significado de “tiempo libre” (scholé), implica propiamente que la educación es posible sólo para quienes tienen la facilidad de dedicarse a ella. Para los demás, existe sólo el adiestramiento en las técnicas de oficios viles y rutinarios, como por ejemplo el cocinero. Las condiciones mismas de su existencia, de hecho, hacen imposible su educación, esto es, ponerse en condiciones de desarrollar libremente la naturaleza humana (Howie e Innocenti, 1972: 28-29).

Para comprender las transformaciones sociales que intervienen en el primer periodo de la edad helenística, hay que pensar mientras tanto en el acontecimiento traumático que resultó de las empresas de Alejandro, que habían roto el estado de rivalidad entre las grandes poleis griegas en decadencia (Atenas, Esparta y más tarde Tebas), pacificándolas bajo su dominio, aun a costa de fuertes represiones y extendiendo rápidamente el nuevo imperio desde Libia en el oeste hasta el lejano río Indo en el este: una extensión que hacía que la cabeza diera vueltas con sólo pensar en ella, desde el Mediterráneo hasta el interior de Asia. Así las cosas, el eje de la vida, incluso el cultural, no sólo se desplazó de las antiguas poleis a las nuevas ciudades fundadas por Alejandro, sino que esta misma vida adquiría rápidamente un respiro cada vez más amplio. La caja de resonancia de los sucesos históricos y de las relaciones entre los hombres no eran ya solamente las costas y el continente griego, que bien que mal habían alcanzado una sustancial unidad lingüística y formas sociales bastante homogéneas, sino también un inmenso territorio con razas, lenguas, modelos culturales, organizaciones político-económicas de lo más variado. Se trata también de un periodo importante incluso por sus desarrollos pedagógicos que se transmitirán durante siglos.

H. Marrou dice que “si la antigüedad fecundó toda nuestra tradición europea... y el espíritu propiamente romano pudo actuar sobre una serie larga de generaciones, tal cosa sucedió en la medida en que su aparato creador, fue recogido, integrado y transmitido por esta tradición clásica a la cual la civilización helenística le confirió su Forma, y de la cual la educación helenística representa la síntesis, es como el símbolo” (1971: 137). Entre vida político-económica y nivel cultural y educativo no siempre hay una relación de causa-efecto, tanto que con frecuencia podemos asistir a fenómenos culturales y pedagógicos de gran relieve en momentos de crisis o depresión, como fueron en cierta medida los siglos correspondientes a la era helenística.

c Referencias

Aristóteles, Política.

HOWIE, G., y P. Innocenti (selección) (1972). Aristotele. Sull’educazione. Florencia: La Nuova Italia.

MARROU, H. (1971). Storia dell’educazione nell’antichità. Roma: Studium.

PONCE, A. (1976). Educazione e lotta di classe. Milán: Savelli. [Educación y lucha de clases. México, Editorial Solidaridad, 1969.]

PRETI, G. (1975). Storia del pensiero scientifico. Milán: Oscar Studio Mondadori.

Notas

* Fragmento de la obra titulada Milenios de sociedad educadora. Un encuentro con las raíces occidentales de nuestro quehacer, México: Educación, voces y vuelos, 2000.
** Italiano, historiador de la educación y autor de la serie de libros Milenios de la sociedad educadora.

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CORREO del MAESTRO • núm. 287 • abril 2020