Acicalando una figura:
GENERAL IGNACIO ZARAGOZA SEGUÍN

José Luis Juárez López[*]

La batalla del 5 de mayo de 1862 es un acontecimiento memorable en la historia de México: una victoria que, al mismo tiempo que mostró el coraje de los mexicanos, anunció al mundo la embestida que un pueblo americano libre era capaz de llevar a cabo contra una de las grandes potencias europeas. Ignacio Zaragoza se distinguió por haber dirigido ese combate y salir victorioso.[1]

Acicalando una figura: GENERAL IGNACIO ZARAGOZA SEGUÍN

la imagen del joven general pasó de inmediato a ser objeto de una reverencia unánime, pero tuvo tanto puntos de coincidencia como de franca separación que se pueden apreciar mediante un breve despliegue de la forma en que sus rostros se han presentado. Este acercamiento a algunas de las representaciones gráficas de Ignacio Zaragoza tiene como principal finalidad establecer que el perfil de un personaje no se ve de manera nítida a través de sus retratos. Éstos, como portadores de máscaras, lo ocultan, ya que bloquean el acceso al ser interior y sólo dan versiones reconocibles del retratado. Lo que sí podemos apreciar es la construcción simbólica a través de atributos, actitudes y revestimientos, que le forman, por así decirlo, otra identidad.

En la biografía de este héroe nacional impera la escasa información. Es un caso más que reitera que los rasgos de nuestras grandes personalidades han quedado en el bronce y que hemos dejado escapar todo el vigor de su vida antes y después de su consagración.

Ignacio Zaragoza Seguín nació el 24 de marzo de 1829 en Bahía del Espíritu Santo, Texas, cuando este territorio y Coahuila formaban una sola unidad que pertenecía a la federación mexicana. Fue el segundo de ocho hijos del matrimonio entre Miguel G. Zaragoza y María de Jesús Seguín. Sobre sus hermanos sabemos que el mayor, Miguel, también participó de la vida militar, mientras que Genoveva, cuatro años menor que Ignacio, contrajo matrimonio con José María Morelos y de esa unión nació Ignacio Morelos Zaragoza, quien estuvo implicado en el famoso incidente de Tampico que desataría la invasión estadounidense a Veracruz en 1914.

Ignacio Zaragoza realizó sus primeros estudios en Matamoros y cursó la secundaria en el Tridentino Seminario de Monterrey, mismo que abandonó para iniciar una carrera militar. Hacia 1846 intentó integrarse a la milicia, propósito que no logró, por lo que se empleó en una tienda de comercio.[2]

La información sobre su vida personal es también limitada. Sabemos que contrajo matrimonio en 1857, cuando tenía 24 años, con la señorita Rafaela Padilla de la Garza, originaria de Monterrey, Nuevo León. El novio lamentablemente no pudo asistir al acto matrimonial celebrado en la catedral de esa ciudad por lo que fue representado por su hermano Miguel.[3] La familia Zaragoza Padilla tuvo tres hijos, dos de los cuales no sobrevivieron: Ignacio, el primero, falleció en 1858; e Ignacio Estanislao, en 1861. La única descendiente del general fue su hija Rafaela, quien había nacido en 1860 y moriría hasta 1927.[4]

La carrera castrense del entonces novel militar, a partir del periodo 1852-1853, cuando se integró finalmente a la Guardia Nacional de Monterrey, estuvo llena de ascensos. Por su participación en enfrentamientos y batallas, se le nombró coronel y después general. En 1861, Benito Juárez lo eligió como su ministro de Guerra y Marina; también ocupó una diputación y finalmente el presidente le confirió el cargo de jefe del Ejército de Oriente. Aun con esta experiencia, se asevera que Zaragoza no era un estratega genial pero creía en el triunfo de la patria y que ésa era su estrategia.[5]

El año de 1862 fue de contrastes para el vencedor del ejército francés. En el mes de enero murió su esposa, víctima de un fuerte resfriado que se diagnosticó como pulmonía. Cuatro meses después de la apoteósica victoria del general Zaragoza, el 8 de septiembre moriría a causa de la tifoidea. Esta enfermedad es causada por la bacteria Salmonella typhi, que se propaga a través de los alimentos y el agua contaminados.[6] Su penosa muerte fue una jugarreta del destino: un militar que moría joven y sobre todo laureado. El deceso inesperado de este paladín mexicano impactó tanto que un autor planteó en una novela que lo había envenenado Jovani, su cocinero, un extranjero que en contubernio con los invasores le fue administrando un veneno en los macarrones y otros deliciosos platillos que le preparaba.[7] La primera morada de los restos del también Benemérito de la Patria fue el panteón de San Fernando; posteriormente fueron exhumados y depositados en Puebla en 1876.


Uno de los primeros retratos de Ignacio Zaragoza es una litografía de Constantino Escalante


Trabajo fotográfico hecho alrededor de 1860 de la autoría del francés Franςois Aubert

Un aspecto más de la figura del general Zaragoza Seguín que necesita urgente análisis es de corte visual. Sus varios rostros están dispersos, y la comparación de algunos de ellos nos ayuda a situarlo mejor en el terreno de las creaciones. Uno de sus primeros retratos se difundió en Las glorias nacionales. Álbum de la guerra de 1862. Se trata de una litografía de Constantino Escalante que muestra a un civil con características bien definidas, rostro tenso, cejas escasas y un atuendo que definitivamente no impacta. Se le podría confundir con un boticario.[8] Además, contradijo lo escrito por Florencio M. del Castillo en el sentido de que Zaragoza era una de las figuras más nobles y grandiosas que pueden presentarse, un tipo heroico e imponente.

Existe un trabajo fotográfico hecho alrededor de 1860 de la autoría del francés Franςois Aubert, que muestra a un Ignacio Zaragoza perfectamente aliñado y que viste un traje que le da gallardía.[9] Destaca su cabello, bien peinado, los botones metálicos del saco y sobre todo, a diferencia de la litografía descrita, sus manos son más nítidas y con una de ellas sostiene un fuete. Se distingue apenas el respaldo de una silla pero no se ve dónde apoya el brazo derecho. A todas luces, aquí Zaragoza se hizo retratar con un arreglo previo. ¿Sería éste el retrato que según Niceto de Zamacois fue paseado en la Ciudad de México en señal de celebración el mismo año de su gran triunfo y de su muerte?[10]

El cotejo de estos dos materiales nos lleva a una primera reflexión: la pose es la misma. ¿Se trata de una coincidencia o era, por así decirlo, el lado que le favorecía? Esta pose es crucial ya que, a diferencia de ciertos detalles, será a partir de ella que se reproducirá mayormente a este soldado de la libertad. Así se puede ver en México a través de los siglos, donde apareció otro de sus retratos, éste con cierto parecido a los anteriores y que además se acompañó de una descripción física de nuestro general. Era, se dijo:


…de estatura más bien aventajada, entero, fuerte y ágil, moreno el color, frente amplia, boca grande y fina, una nariz bien proporcionada sobre la que cabalgan los espejuelos correctores de una acentuada miopía, de unos ojos oscuros, conteniente, sereno, que afina el cuidadoso aliño del pelo liso y negro.[11]


Vale la pena señalar que en esta versión el rostro aparece alargado, con rasgos suaves y sobre todo con un tono de piel claro.


Retrato aparecido en México a través de los siglos, similar a los anteriores pero con el rostro alargado, rasgos suaves y con un tono de piel claro


Un registro más de este héroe, que hace mancuerna con la fotografía de Aubert, es el que resguarda el Museo Nacional de las Intervenciones. Se trata de un óleo sobre tela de 63 x 50 cm, hecho en 1898 y firmado por Rafael Aguirre Moctezuma. De este artista tenemos una información escasa. Nació en Tlapa de Comonfort, Guerrero, en 1863; entró a estudiar a la Academia de San Carlos a los 23 años y salió de ella nueve años después. Su hermano Melesio cursó Escultura en la misma institución, pero las huellas de ambos se pierden en el tiempo.[12]

Este retrato del general hecho por Aguirre Moctezuma, a todas luces sigue el modelo de la placa del fotógrafo francés, lo cual no demerita el trabajo del pintor guerrerense. Por el contrario, en esta versión podemos detectar elementos de composición y de ejecución en la elaboración de un retrato. El aspecto cromático es vital y al mismo tiempo muy exitoso. La luz que el artista logró imprimir en el rostro hace girar el tono de la tez entre moreno y bronceado. El cuello blanco de la camisa ayuda a balancear la coloración del rostro y a la vez lo eleva para que nos mire de manera intensa. Los lentes de metal amarillo dan la impresión de ser ligeros y acentúan igualmente el tono cobrizo de la cara. Gracias al color también sobresale una boca delineada y cejas más bien pobladas. El cabello, por su parte, en esta versión deja su naturaleza lacia para adquirir cierta ondulación, como si los aires de un lugar profano pero a la vez divino le hubieran dado otra consistencia. Con la figura retocada de este benemérito se nos muestra ya a un personaje que está situado por encima del resto de los hombres.

El Museo Regional de Puebla tiene también un óleo sobre tela de 125 x 95 cm que nos auxilia en este ejercicio de comparación.[13] En él, la celebridad que le confirió su segundo nombre a la ciudad de Puebla está representado de medio cuerpo, apoyado en una pilastra y luciendo medallas y condecoraciones militares por sus servicios a la patria. Las manos son similares a las que captó Aubert en su fotografía e incluso sostienen un fuete que aquí parece más elaborado. Este último accesorio, además de señalar un rasgo ecuestre, simboliza autoridad en el mismo rango de un báculo o cayado y también es un símbolo que hace una poderosa alusión a la hombría. El traje está complementado con una faja que le añade al atuendo un toque de gala. Los anteojos son finos, casi imperceptibles, lo que parecería demostrar que no hay una disminución de sus capacidades visuales, en franca contradicción con el hecho de que en varias de las cartas escritas a sus familiares les pedía le mandaran lentes más potentes.


Retrato que resguarda el Museo Nacional de las Intervenciones,
realizado en 1898 por Rafael Aguirre Moctezuma


Si los resultados que advertimos en estos cuadros son fieles, es un tema aparte que no deja de ser controversial. Para impactar en el espectador, la semejanza física del modelo nunca ha sido el principal interés de un retratista. Precisamente, una de las funciones de un buen retrato a través del tiempo es el esfuerzo por hacer de la semejanza una función de la identidad. Las facciones del retratado deben transmitir rasgos de su personalidad así como virtudes, vicios y gustos.[14]


Uno de los primeros retratos de Ignacio Zaragoza es una litografía de Constantino Escalante


Trabajo fotográfico hecho alrededor de 1860 de la autoría del francés Franςois Aubert

Existe otra huella de la figura de Zaragoza que se puede ver en Internet y que es objeto de discusión pero que al mismo tiempo complementa la reflexión que aquí se presenta. En 2011, se dio a conocer una supuesta fotografía del general, misma que aún no se acepta oficialmente pero que es interesante mostrar. En ella vemos a un hombre con semblante gastado, acaso con signos de enfermedad, quien luce bigote y barba en forma de piocha, usa un moño de mariposa y porta unos lentes poco sofisticados. Queda para el amable lector el examen cuidadoso que oriente su propio dictamen.

Las representaciones de la figura de este héroe texano no se terminan aquí. Sus distintos rostros han aparecido igualmente en una amplia producción de folletos, libros, álbumes, carteles, monedas, timbres y publicaciones conmemorativas, entre otras, en las que se ve no sólo su rostro sino muy frecuentemente toda su figura montando un brioso corcel. Su faz está actualmente en amplia circulación por medio de los billetes de quinientos pesos.[15]

Las diversas versiones del rostro del general Ignacio Zaragoza que aquí hemos presentado nos hablan del lugar de honor que él ocupa en nuestra galería nacional. Es el gran adalid mexicano opuesto a la presencia extranjera beligerante en este país. Esas representaciones son ejemplos de los rasgos, actitudes, poses y ropajes que se les dan a ciertos personajes a través del tiempo para ajustarlos sutilmente a un posterior homenaje. A este respecto, la obra de Rafael Aguirre del Museo Nacional de las Intervenciones tiene el mérito de estar entre los trabajos formales y se puede apreciar en la sala dedicada a la invasión francesa que apoyó el imperio de Maximiliano. Esta colaboración es también una invitación a descubrir esta imagen pertinente y mesurada del paladín del 5 de mayo.

Créditos fotográficos

- Jaime Flores en commons.wikimedia.org

-Las glorias nacionales. Álbum de la guerra: edición facsimilar 1862, Ma. de Lourdes González C. et al., México, INAH, 2012, p. 33.

-Douglas Johnson, “La intervención francesa en México”, en Saber Ver, núm. 13, noviembre-diciembre de 1993, p. 31.

-José Ma. Vigil, México a través de los siglos, t. V, La reforma, México, Editorial Cumbres, 1962, pp. 532-533.

-Museo Nacional de las Intervenciones, INAH.

-Eduardo Báez, La pintura militar de México en el siglo XIX, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1992, p. 123.

-Tomado de en el año 2011

NOTAS

∗ Investigador del Museo Nacional de las Intervenciones, INAH.
  1. Daniel Muñoz Pérez, El 5 de mayo de 1862 a través de la historia de México, México, DDF, 1983, pp. 85-92.
  2. Paola Morán, Ignacio Zaragoza, México, Editorial Planeta Mexicana, 2002, pp. 9-17.
  3. Pablo G. Moreno, Galería de coahuilenses distinguidos, 1ra. serie, Torreón (Coahuila), Imprenta Mayagoitia, 1966, p. 62.
  4. Gustavo Casasola, Seis siglos de historia gráfica de México, 1325-1976, t. 11, México, Editorial Gustavo Casasola, 1978, p. 674.
  5. Pedro A. Palou, 5 de Mayo, 1862, Puebla, Ed. Fonapas, 1982, p. 14.
  6. Manuel J. Aguirre, La intervención francesa y el imperio en México, México, B. Costa Amic Editores, 1969, pp. 68-71; Grandes biografías de México, t. 5, México, Océano, 2004, pp. 290-291.
  7. José Luis Juárez López, Engranaje culinario. La cocina mexicana en el siglo XIX, México, Conaculta, 2012, p. 101.
  8. Las glorias nacionales. Álbum de la guerra: edición facsimilar 1862, estudio introductorio y textos de María de Lourdes González Cabrera et al., México, INAH, 2012, p. 33.
  9. Douglas Johnson, “La intervención francesa en México”, en Saber Ver, núm. 13, noviembre-diciembre de 1993, p. 31.
  10. Raúl González Lezama, Cinco de mayo. Las razones de la victoria, México, INEHRM, 2012, p. 158
  11. José María Vigil, México a través de los siglos, t. V, La reforma, México, Editorial Cumbres, 1962, pp. 532-533.
  12. Información proporcionada por Octavio Hernández Osorio, pasante de la licenciatura de Historia de la Universidad Autónoma de Guerrero, Unidad Académica de Filosofía y Letras, y quien actualmente escribe una tesis sobre el pintor Rafael Aguirre.
  13. Eduardo Báez, La pintura militar de México en el siglo XIX, México, Secretaría de la Defensa Nacional, 1992, p. 127.
  14. Dani Cavallaro, Carline Vago-Huges, Historia del arte para principiantes, Buenos Aires, Era Naciente, 2002, pp. 151-152.
  15. Celia Salazar Exaire, Huellas del pasado. Registro gráfico de un evento histórico, México, INAH, 2012, pp. 70-75.