![]() Facebook, Einstein, Borges Y DON MOFLES Gerardo de la Cruz[*] No voy a llegar al extremo de precisar la fecha exacta, pero fue en 2007 cuando me uní a la gran familia de Facebook. Para entonces, ya no era una novedad en México; sin embargo, la mayoría de las personas, al menos en mi círculo de amistades, lo empleaban todavía con cierta timidez para publicar las cosas irrelevantes del día a día: “Lunes: rumbo al trabajo”, o “Desayunando con los amigos”. Y qué decir de Twitter con sus 140 caracteres, apenas en ciernes. Pero la timidez es algo que se vence rápidamente desde la pálida barrera del escritorio. Parapetados tras la pantalla de la computadora, hemos sido testigos de cómo las redes sociales se han transformado hasta convertirse en ese foro de expresión tan generoso que lo permite casi todo, en especial decir lo que uno posiblemente nunca diría frente a frente. ![]() Sistema informativo Facebook
Facebook es un espacio que permite desde convocar exitosas manifestaciones públicas hasta realizar una suerte de terapia unipersonal o grupal sin pagar más cuota que la de la banda ancha. Claro, también hay consecuencias: las discusiones, a falta de un diálogo directo, pueden llegar a fracturar relaciones que uno creía inquebrantables; o en el otro polo de mi ejemplo, se agobia tanto a los amigos con las diatribas personales en busca de apoyo emocional, que de pronto uno se encuentra en su timeline memes que te invitan a publicar tus problemas en La rosa de Guadalupe, firmados por “La Vieja Agria”, y que te hacen pensar si tienen dedicatoria para ti mismo (amigos: no me siento aludido). A la par que esta timidez se perdía, al verse reflejados en los muros de su propia red social, los usuarios se encontraron con que publicar el día a día de nuestro sencilla cotidianidad y sus maravillosas menudencias, después de cierto tiempo, los hacía parecer algo aburridos, al fin y al cabo, cada semana conlleva un lunes de retorno al trabajo. En mi caso, en mi pequeño círculo, que asciende a menos de doscientos amigos –entre familiares, amistades, conocidos y conocidos de mis contactos–, comenzaron a proliferar los comentarios de actualidad: deportes, política, espectáculos, efemérides (muchas efemérides) y cultura. Facebook se convirtió en uno de mis principales canales informativos para estar al tanto de los acontecimientos del presente y del pasado. Uno de mis amigos, por ejemplo, me tiene perfectamente informado sobre el devenir de Rusia a partir del conflicto de Crimea; otro comparte, con delectación, sus hallazgos musicales de YouTube; otra me daba el parte de los nuevos capítulos de la serie televisiva de moda; y durante el Mundial, yo mismo me encargué de comentar cada sorpresa de nuestra selección –“no fue penal”– y mis equipos predilectos. Sin embargo, Facebook no sólo proporciona información noticiosa: también propende a distorsionar la realidad a partir de lo que se transmite de muro en muro. Mis amistades (entre las cuales, ¡quién sabe!, quizá se encuentre algún conocido mutuo) gustan de compartir toda clase de anécdotas, pensamientos y reflexiones que, navegando por Internet, encuentran de interés o consideran relevante publicar y que, finalmente, reflejan sus principales preocupaciones. Algunos se sienten inclinados a esclarecer esa maraña que es el amor o a desentrañar los misterios de la vida y de la muerte, otros tienden a mandar mensajes que promuevan la tolerancia y, desde luego, tampoco faltan los evangelizadores ni los apocalípticos. La palabra “compartir” en las redes sociales denota ese sentido noble y generoso de la palabra, a la vez que paradójicamente su definición se torna riesgosa, porque no siempre esos pensamientos o reflexiones son de la persona a quien se le adjudican. Y a este tipo de publicaciones voy a referirme. Los usuarios de las redes sociales no suelen cuestionar ni confirmar la información que reproducen. Claro, no es un problema privativo del mundo virtual, sino de educación, porque estamos acostumbrados a aceptar y dar por cierta la abundante información que recibimos, como cuando en la primaria nos daban el libro de texto lleno de verdades verdaderas. Entonces uno pensaba: si viene en el libro, es más que cierto; de igual forma, si uno lee algo firmado por un premio Nobel o una luminaria cultural, viniendo de alguien con tal reputación, es inatacable. Unas líneas sobre el sentido de la vida firmadas por Albert Einstein, Jorge Luis Borges o Gabriel García Márquez son suficientes para expresar una verdad que no admite réplica. Parece que hablamos del “argumento de autoridad”, una de las falacias más recurrentes en filosofía; sí, hay algo de eso, pero también de distorsionar la realidad con textos apócrifos. Y eso tiene consecuencias. Insisto, es una cuestión histórica que tiene procedimientos similares a la transmisión oral. Recuerdo al respecto un artículo del escritor Gonzalo Soltero (2003) sobre la paternidad de la famosa frase cervantina que reza “Ladran, Sancho, señal de que en el camino andamos”, que desde hace quién sabe cuánto tiempo ha sido una y otra vez citada como original de Miguel de Cervantes; sin embargo, ni el episodio ni la frase figuran en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y, como éste, Soltero cita numerosos casos. Podríamos aceptar este fenómeno como parte de la sabiduría popular y describirlo como una reinterpretación del texto, como parte de la repercusión de las andanzas de don Quijote; podríamos explicarlo, pues, de alguna manera y aceptarlo como parte del universo cervantino. Lo que no podemos aceptar es una mentira de pies a cabeza. ▼ Lieserl Einstein, un legado de novela
No podemos aceptar, por ejemplo, que de pronto se afirme que en 1980 Lieserl, la “hija perdida” de Albert Einstein y Mileva Marić , donó a la Universidad Hebrea de Jerusalén más de 1400 documentos con la correspondencia que sostuvo con su padre, de la cual destaca (obviamente) una hermosa carta, la última que el genio de la física le escribió, donde amén de arrepentirse por el tiempo que estuvo lejos de ella, le revela la verdadera fuerza que anima al universo. ¿Adivinan? Así es, se trata del amor: ![]() ![]() Albert Einstein y su primer esposa, Mileva Marić Un mensaje conmovedor, más importante que la teoría de la relatividad en épocas tan violentas, de acuerdo con Einstein. ¿Realmente pensaba que el amor era más importante que su propia teoría? Mejor hablemos de la pequeña Lieserl Einstein Marić: en la década de 1980, cuando se preparaba la publicación de los papeles privados de Albert Einstein, que se pueden consultar en Internet (The Collected Papers…), al revisar la correspondencia con su primera esposa, se descubrió que la pareja tuvo una hija en 1902, Lieserl, cuyo paradero era desconocido. Los investigadores infieren que murió al poco tiempo de haber nacido, tal vez de escarlatina. Este ser, que irrumpe con gran misterio en la vida de Einstein, incluso para sorpresa de su familia, de pronto se convierte en emisaria del más allá para otorgarnos el máximo mensaje de este genio del siglo XX. ¿Tendría la misma autoridad si lo firmara, por ejemplo, Gerardo de la Cruz? Entre alguien como yo y quien es considerado una de las mentes más brillantes de la historia, existe una distancia de años luz en cuanto a credibilidad. Sin embargo, la historia de Lieserl Einstein y el legado de su padre es aceptada sin chistar por muchos porque en verdad desean que un genio de su talla afirmara tales cosas, y posiblemente por desconocimiento de la biografía del mismo Albert Einstein. La cruel realidad es que la carta procede del best-seller –plagado de numerosas frases atribuidas a Einstein– La última respuesta, de Álex Rovira y Francesc Miralles (Plaza & Janés, 2010), ganador del VIII Premio de Novela Ciudad de Torrevieja 2009. La obra se centra en la búsqueda de la fórmula secreta del físico, una teoría que engloba y desata la fuerza más poderosa del Universo, el amor, y que Einstein legó a su hija Lieserl, quien habría sido dada en adopción y sobrevivió bajo el nombre de Zorka, sin perder contacto con su padre. Me arriesgo a pensar que la carta tal vez comenzara a circular como parte de la campaña publicitaria del libro, y a través de YouTube y Facebook transitara del terreno de la ficción a la especulación, para perpetuar semejante novelería como un hecho de la vida real. Actualmente es posible consultar su traducción al inglés y, quien desee buscar, podrá encontrar que más de un admirador de Einstein espera con ansiedad noticias de la Universidad Hebrea de Jerusalén, que le confirmen cuanto se afirma en la ficción. ▼ Don Herold, autor de Borges
Si el caso de Einstein es paradigmático, el de Jorge Luis Borges no se queda a la zaga: dos caras de la misma moneda de dos personajes vistos como máximos depositarios de la sabiduría humana. La imagen del bibliotecario ciego y erudito, el escritor que penetra los misterios del tiempo y el espacio, de Dios y las apariencias por medio de laberínticas ficciones, una de las máximas plumas de la literatura universal, es suficiente para aceptar su palabra como una revelación divina. Si la confusión de La última respuesta procede de una fábula, todo en lo de Borges parece salido de uno de sus cuentos, irónica justicia poética, porque a él, que adjudicó tantos libros improbables a tantos autores inexistentes, se le atribuyen numerosos textos de cuestionado valor literario, algo desconcertante cuando se comprueba que incluso maestros y académicos los incorporan a su plan de estudios como carta de presentación de Borges. Los más populares son los poemas “Instantes” y “Y uno aprende”, que ni son poemas ni son de Jorge Luis Borges; y, sin embargo, persisten en atribuírselos… Y es que “Instantes” es una confesión que expresa la enorme frustración de llegar al final de la vida y reparar en el mucho tiempo desperdiciado en asuntos de poca trascendencia. Cito un fragmento: ![]() “Instantes” o “Momentos” ha sido el máximo dolor de cabeza de María Kodama, viuda de Borges, y una de las pifias más bochornosas para muchos literatos. Lo que se sabe del texto no es poco y lo cuenta deliciosamente Iván Almeida, académico de la Universidad de Pittsburgh (Almeida, 2001), cuyo relato aderezo con información reciente: todo parece indicar que el texto en cuestión apareció en la década de 1930 en la revista College Humor, bajo la autoría de Don Herold (1889-1966), humorista estadounidense, con el título “I’d Pick More Daisies” (una traducción no literal sería algo así como “Apreciaría más la naturaleza”), y se reeditó en octubre de 1953 en el Reader’s Digest en una de esas secciones que parecen encuesta: “Si pudiera volver a vivir - Apreciaría más la naturaleza”. Se trata de una reflexión sobre la importancia de no tomarse la vida demasiado en serio y disfrutar más de nuestro entorno, como el campo. Después, en 1975 se publica el extracto más sentimental de este artículo en el boletín de la Asociación de Psicología Humanística, firmado (o enviado) por una anciana de 85 años de nombre Nadine Stair, con el título de “If I had my life to live over” (“Si volviera a vivir otra vez”) (Association for Humanistic…, 1975), versión que Leo Buscaglia, un conferencista motivacional estadounidense, retoma en su libro Vivir, amar y aprender (Diana, 1985), aportando el dramático final: “… si tuviera otra vez la vida por delante. Pero ya ven, no la tengo”. ![]() Portada de la revista Reader’s Digest en la que se reeditó el texto “I’d Pick More Daisies” de Don Herold en octubre de 1953 De esta manera, en 1987 aparece versificada la variante en español de Buscaglia, ya más elaborada, en la revista argentina Uno Mismo, firmada por el recién fallecido Jorge Luis Borges y con ese famoso remate que lo hace a uno pensar en el anciano erudito, que ante la muerte declara arrepentido que si volviera a vivir, preferiría “viajar más en calesita” (¿?), pero “ya ven, tengo 85 años y sé que me estoy muriendo”. En 1989, el poema se reproduce en Plural de Excélsior, y llega a manos de Elena Poniatowska por medio de Rosa Nissán, que, entusiasmada con ese mensaje contrario a cuanto Borges proclamó hasta el final de sus días, lo integra a un libro recopilatorio de entrevistas, Todo México (Diana, 1990), hermoseando “Un agnóstico que habla de Dios”, donde funde las charlas que sostuvo con él en 1973 y 1979, texto que a su vez recoge el investigador mexicano Miguel Capistrán en su libro Borges y México (Plaza y Janés, 1999) y, en 2012, ¡el escándalo! En medio de un homenaje que el Instituto Nacional de Bellas Artes rinde al argentino, teniendo como invitada de honor a María Kodama, apenas ella desciende del avión, los editores de Random House entregan recién salida del horno la reedición de Borges y México, con la nefasta atribución… Lo que siguió es historia: el libro de Capistrán fue retirado de librerías y reeditado sin el artículo de Elena Poniatowska, quien dio explicaciones al respecto (2012). A esta novela de la vida real sólo habría que añadir que la traducción atribuida a Borges ha sido retraducida al inglés, es decir, al idioma original del texto, por el poeta escocés Alastair Reid. Algunos infieren que la confusión parte del hecho de que Jorge Luis Borges tiene un poema (que sí es poema) titulado “El instante”, muy diferente. Un botón de muestra: ![]() Mientras esto sucedía en el terreno de la letra impresa, en correos electrónicos, páginas web y redes sociales, la reflexión de “Instantes” se reproducía a la velocidad de la luz, imparable, firmada por Borges y en múltiples idiomas… Y su verdadero autor, Don Herold, sumido en las tinieblas del olvido. No sé cuándo, pero en el mismo tono, apareció otro texto que pocos han rastreado con tanta acuciosidad: “Y uno aprende…”, del cual tengo mi propia historia. La hija de mi amigo Edmundo hoy frisa la mayoría de edad, y como cualquier joven de su edad, Michelle domina las redes sociales desde su móvil: Facebook, Twitter, Instagram, entre otros, y comparte con sus amigos cuanto pensamiento agradable encuentra en Internet. Pero cuando ella contaba más o menos con catorce o quince años y tenía más limitado el acceso a Internet, sus compañeros formaron un grupo en Facebook para facilitarse los trabajos escolares, motivados de hecho por su profesor; su finalidad, explicó a los padres de familia, era que los muchachos aprendieran a usar las redes sociales de manera productiva. Una tarde, de visita en su casa, Michelle pidió mi ayuda para analizar “una poesía”. Su maestro les había pedido que seleccionaran algo de Jorge Luis Borges: ellos debían buscarlo, proponerlo, y desmenuzar el contenido en general y cada verso en particular. La elección se decantó entre “Instantes” –descalificado por el profesor tras el escándalo–, el “Poema de los dones” (“Nadie rebaje a lágrima o reproche/ esta declaración de la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche”) y “Y uno aprende…”: ![]() …y el poema sigue y concluye: “Con cada adiós uno aprende.” Después de haber leído su poesía completa, algo sabía de Borges. “¿Segura que este poema es suyo?” Michelle afirmó categórica: “Sí, ya lo vio el maestro”. Me encogí de hombros y comenzamos el análisis. La primera estrofa me bastó para reconocer que la métrica se oponía a todo lo que yo había estudiado y aprendido sobre el escritor argentino. Pobre Michelle, lo que debió aguantarme, porque en mi necedad de que no era de Borges me propuse demostrarlo. Así, con la certeza de que “Y uno aprende…” hubiera seguido el mismo camino de “Instantes”, traduje unas líneas al inglés y con ayuda de Google, di con la imagen de un recorte de periódico, que confirmó mis sospechas. El poema se llama “After a while” y su presunta autora es Veronica A. Shoffstall. “After a while” se reproduce en muchos libros, junto con “If I had my life to live over again”, firmados indistintamente por Borges, Nadine Stair y Veronica A. Shoffstall. Lo increíble es que también hallamos una página de Facebook que, airadamente, acusaba a Jorge Luis Borges de haber plagiado este maravilloso poema de ¡Shakespeare! Lo que sucedió después fue más interesante: frente a la noticia de que “Y uno aprende…” era otro de esos muchos textos atribuidos a Borges, Michelle se vio en la disyuntiva de aclarar el tema. Temiendo granjearse la enemistad del maestro (y la incomodidad del grupo para enfrentarse al “Poema de los dones”), optó por callar; no obstante, y por fortuna, otro de sus compañeros, con lujo de arrogancia “puso en su lugar” al profesor y a sus adláteres… por desgracia, informando que el poema era en realidad una mala traducción de ¡William Shakespeare! Sí: habíamos visitado la misma página. Entonces Michelle pudo intervenir, con más humildad, y aportar el modesto resultado de nuestra investigación. Ignoro qué lección sacó del entuerto su profesor, pero yo entendí que después de un tiempo, uno aprende que la mayoría de las citas citables en Internet son de cualquiera, menos de quien las firma. De hecho, abundan libros de esta naturaleza, y en escasas ediciones citan la fuente directa de las frases que toman; es más, si uno rastrea una frase exacta en Google, difícilmente la encontrará en la obra del autor en cuestión, y esto alcanza a personajes como Sócrates, Goethe, Voltaire, entre otros. A juicio mío, ello tiene una explicación: en Estados Unidos se editan a destajo este tipo de publicaciones, tomando frases de aquí y allá sin reparar en la calidad de la traducción, y así estas mismas obras pasan al idioma original del texto a través de una segunda traducción. ¿Resultado? Construcciones con giros gramaticales lejos del esfuerzo que el autor puso en una brillante y lúcida sentencia de dos líneas. ▼ Don Mofles y el síndrome de los genios
La teoría del traduttore, traditore (traductor, traidor) parece plausible, pero se derrumba sin misericordia cuando nos topamos con el singular apócrifo de Gabriel García Márquez, su “Carta de despedida”. Cito algunas líneas (para no confundirlas con otros textos atribuidos al Gabo): ![]() Se ha escrito mucho, muchísimo al respecto, pero es imposible eludirla porque sigue el mismo procedimiento novelístico de la “Carta de Lieserl” –la construcción de un relato que la legitima– y suma la historia de atribución de “Instantes”. Hasta donde se sabe, comenzó a circular en cadenas de correos electrónicos en PowerPoint; algunos encuentran en Donato Di Santos, poeta y diplomático italiano, a uno de los primeros escritores en hacerla circular con la firma de García Márquez, aunque el primer registro periodístico de la indebida atribución se le adjudica al periodista peruano Mirko Lauer, quien la publicó en 1997 en el diario La República, y afirmaba que era un mensaje de despedida de Gabriel García Márquez, próximo a la muerte. Se dice que “en una breve aclaración el periodista dijo, en ese entonces, que unos amigos le entregaron en una reunión diplomática la carta de despedida del Gabo, ya que padecía cáncer” (López, 2014). Del resto nos podemos enterar por boca del ventrílocuo y comediante Johnny Welch (Pérez, 2014), autor de estos pensamientos que salen del mismísimo corazón de su personaje Don Mofles. El texto, cuyo verdadero título es “La marioneta”, lo compuso para un teletón en Chile, al que había sido invitado por Don Francisco; la recepción que tuvo fue inesperada y su representante le sugirió explorar su vena literaria, lo cual derivó en un libro de reflexiones en colaboración con Don Mofles, Lo que me ha enseñado la vida (Selector, 1996), un libro reversible (como los antiguos discos LP, de dos caras). Johnny Welch y Don Mofles con Gabriel García Márquez Así, en un tris el texto de la supuesta “Carta de despedida” de Gabriel García Márquez se reprodujo en páginas web y redes sociales. ¿Por qué? Supongo que la persona que echó a rodar la bola de nieve –que seguramente no fue De Santis ni Mirko Lauer– sintió que una reflexión tan profunda se prestaría a chacota si la firmaba Don Mofles; en cambio, con la autoridad de un premio nobel como el creador de Macondo, con ese carácter tan reacio a ciertas manifestaciones públicas… Eso ya son palabras mayores. Y en efecto, tal fue el alcance del apócrifo que en breve llegó a manos de García Márquez, quien se apresuró a aclarar las cosas, e incluso tuvo un encuentro con Johnny Welch y Don Mofles, concertado por el escritor mexicano Ignacio Solares. Esto ocurrió en el año 2001; sin embargo, el texto continuó reproduciéndose, con su título original –una gran concesión– pero sin la firma de su creador intelectual. El equívoco ha persistido, y a la muerte de García Márquez, en abril de 2014, los usuarios de las redes sociales inundaron el mundo virtual con sentidos mensajes en memoria del colombiano. La mayoría eran de agradecimiento porque había cambiado sus vidas, no sólo con Cien años de soledad o con este poema atribuido a su genio, sino con otro texto nacido del corazón, un corazón que ciertamente no es del Gabo, “El dulce sabor de una mujer exquisita”: “Una mujer exquisita no es aquella que más hombres tiene a sus pies; sino aquella que tiene uno solo que la hace realmente feliz…” (León, 2014), cuyo autor, a la fecha, no ha sido identificado, y sobre el cual sólo puedo informar que el registro más antiguo que encontré bajo la firma del colombiano data de 2006. Creo que estas historias hablan por sí solas. Creo en la nobleza de Internet, de las redes sociales, en la buena fe del amigo que desea transmitir mensajes que –está convencido plenamente– elevan el espíritu. Sin embargo, cada cosa en su sitio: no hay excusa que valga cuando se trata de perpetuar absurdos que distorsionan la realidad. Pero no limitemos el tema a los apócrifos. Recuerdo un ejemplo más o menos reciente, tras la victoria de Alemania sobre Argentina en la Copa Mundial de Futbol 2014, efectuada en Brasil. Un periodista cubano radicado en Miami, Ernesto Morales, escribió en su cuenta de Facebook un artículo muy amplio sobre la actuación de Lionel Messi, en el cual trataba de explicar su actitud indiferente al recibir el Balón de Oro al mejor jugador del Mundial con una irresponsable afirmación: “Messi no nació normal. Además de la deficiencia hormonal que le obligó a mudarse a Barcelona en su infancia para recibir tratamiento durante años, nació con una forma leve de autismo descubierta por el psiquiatra y pediatra austriaco Hans Asperger”.[1] Ante tan contundente aseveración, los invito a realizar el siguiente ejercicio: piensen en las mentes más brillantes de la historia, al azar, y escriban su nombre en cualquier buscador y añadan “síndrome de Asperger”. Verán que de acuerdo con Internet, Shakespeare, Darwin, Galileo, Leonardo, Einstein, Borges, Bill Gates, Rulfo y cualquier prodigiosa celebridad de moda forman parte de ese selecto grupo de genios que padecen Asperger –excepto García Márquez, pero sí Remedios la Bella y Aureliano Buendía. No, el síndrome de Asperger no es un tema que pueda ser tratado con tal ligereza, y esta clase de afirmaciones, lejos de abordarlo con la seriedad que merece, lo trivializan. Ignoro si Lionel Messi tiene una “forma leve de autismo”, pero lo cierto es que ni la hija de Einstein sobrevivió, ni éste le escribió decenas y decenas de cartas, ni a las puertas de su longeva existencia Borges se planteó volver a vivir para comer más helados, ni García Márquez escribió una carta de despedida a sus lectores cuando vio la muerte cerca, ni deslizó la idea de que una mujer que se ha practicado una cirugía estética vale menos que otra… ¡Ay de los internautas! No aprendemos, no aprendemos que aprender a dudar de la información que recibimos, tener la curiosidad de confrontarla y verificarla antes de darla por hecho, revela también una actitud ante la vida. Una actitud crítica, producto de la educación que recibimos. ♦ ▼ Referencias
ALMEIDA, I. (2001). Jorge Luis Borges, autor del poema “Instantes”. En Borges Studies Online, 17 de junio. J. L. Borges Center for Studies & Documentation. Disponible en: <www.borges.pitt.edu/bsol/iainst.php> Ir a sitio ASSOCIATIONfor Humanistic Psychology Newsletter, julio de 1975. Disponible en: <www.ahpweb.org/images/.../1975/07-75.pdf> Ir al sitio LEÓN, L. (2014). El dulce sabor de una mujer exquisita, de Gabriel García Márquez. En Fernanda, 21 de abril. Disponible en: <www.revistafernanda.com.mx/el-dulce-sabor-de-una-mujer-exquisita-de-gabriel-garcia-marquez> Ir al sitio LÓPEZ, A. (2014). Un par de textos falsos que se convirtieron en viral y no pertenecen a los autores atribuidos. En 20 Minutos Blogs, 24 de febrero. Disponible en: <blogs.20minutos.es/yaestaellistoquetodolosabe/un-par-de-textos-falsos-que-se-convirtieron-en-viral-y-no-pertenecen-a-los-autores>. Ir al sitio PÉREZ, J. C. (2014). El cómico al que millones confunden con Gabriel García Márquez. En BBC Mundo, 25 de abril. Disponible en: <www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2014/04/140424_curiosidades_gabo_poema_falso_garcia_marquez_jcps>. Ir al sitio PONIATOWSKA, E. (2012). Sobre Borges y México. En La Jornada, 4 de agosto. Disponible en: <www. jornada.unam.mx/.../a15a1cul>. Ir al sitio SOLTERO, G. (2003). ¿Por qué ladran? En Letras Libres, 51 (marzo). Disponible en: <www.letraslibres.com/revista/letrillas/por-que-ladran>. Ir al sitio THE COLLECTED Papers of Albert Einstein: <einsteinpapers.press.princeton.edu>. Ir al sitio NOTAS* Escritor, estudió Lengua y Literatura Hispánicas en la UNAM.
▼ Créditos fotográficos
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