![]() Antonio Machado:
EL PEDAGOGO OCULTO Diego Techeira[*] El célebre poeta español al que acostumbramos imaginar como un melancólico caminante de los campos de Castilla, escondía en sus adentros a un interesante educador, y como tal nos legó una obra abundante y sumamente disfrutable. ![]() Los complementarios
De hecho, Antonio Machado supo desdoblarse en múltiples heterónimos. Éstos no son sino personalidades que habitan en un creador, vale decir que –a diferencia de un seudónimo– no son sólo una firma que sustituye al nombre propio, sino personajes que el poeta inventa para situarse en una mentalidad que difiere de la suya, que podría ser incluso (aunque no necesariamente) su opuesto y tiene, además, su propia biografía. Tal vez podamos entenderlo también a través de los siguientes versos del propio Machado: Busca tu complementario, O estas palabras de Mairena: “Pero, además, ¿pensáis que un hombre no puede llevar dentro de sí más de un poeta? Lo difícil sería lo contrario, que no llevase más que uno”. El uso del término heterónimo lo popularizó el portugués Fernando Pessoa, quien dejara al morir una camada de poetas inéditos entre sus papeles, algunos de ellos vinculados entre sí como maestro y discípulo. Curiosa coincidencia, porque los dos más célebres heterónimos de Machado (quien no conocía ese término), Abel Martín y Juan de Mairena, sostienen ese mismo tipo de relación. Los dos más célebres, decimos, porque en su libro Los complementarios se despachó con un esbozo de antología (al que titula “Cancionero apócrifo”) en la que presenta catorce poetas con una breve reseña biográfica de cada uno. A diferencia de aquéllos, Abel Martín y Juan de Mairena no fueron sólo poetas, sino filósofo el primero, y el segundo (su discípulo), profesor de gimnasia que dictaba clases de retórica. ![]() Machado nos lega dos volúmenes bajo sendos heterónimos: “Cancionero apócrifo de Abel Martín” (1926), y “Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo” (1936), de los cuales, el segundo no dudamos en colocar entre lo mejor de su creación. Redactado básicamente a modo de apuntes de clase, constituye un material que asombra por su contraste con aquella imagen melancólica que se nos ha inculcado de Machado. El humor, la ironía sutil, el desenfado, son los ingredientes de esta obra que invita al lector a reflexionar con independencia acerca de la realidad y del uso que, con intención de aprehenderla, hacemos del lenguaje. ▼ Juan de Mairena
El tono que este personaje imprime a sus diálogos (a los que no podemos sino relacionar con los platónicos) es de completo desenfado. Pero no conviene confundir el tono con el contenido, pues si lo que pretende este profesor es sacudir todo resto de solemnidad a la discusión de los temas que aborda, es para desestructurar (o descontracturar) en la discusión los puntos de vista, y auspiciar en los alumnos una mentalidad analítica, independiente, original, es decir, creativa. El texto mismo implica un desafío que le valió a esta obra un sitial de segundo orden (que se ha mantenido hasta la fecha) en la producción de Machado, y es que, para empezar, no se acomoda a ningún género de esos en que se encasillan (o administran, casi burocráticamente) los textos. Podemos imaginar a un consejo editor o a un bibliotecólogo debatiéndose entre catalogarlo como obra literaria, obra filosófica o como ensayo. La destrucción de los géneros, su disolución y transmutación, que serían posteriormente características de la obra de Jorge Luis Borges, por esa época y en España era algo inconcebible. Sería erróneo atribuir tal formato a la urgencia o la simple improvisación. Los textos fueron trabajados, cuando menos, a lo largo de una década antes de alcanzar su forma final. Muchos de ellos fueron publicados inicialmente en la prensa madrileña a partir de 1934. Pero según nos revela Antonio Fernández Ferrer en el prólogo a su edición de la obra de Mairena (Machado, 1986): ).[2] En febrero de 1935, Juan Guerrero Ruiz visita a Machado y anota en su diario: “Le llevo el segundo número de la Revista Hispánica Moderna, que elogia sinceramente, y le hablo de las notas de Juan de Mairena, que viene publicando en Diario de Madrid. –Son cosas antiguas [responde Machado], algunas muy viejas, que tenía por ahí mezcladas con alguna moderna, pocas…” De hecho, en “Cancionero apócrifo”, publicado en 1928, es esbozado el personaje de Mairena (a quien se presenta como poeta, filósofo, retórico e inventor de una máquina de cantar). La revelación de Machado permite suponer que los textos fueron escritos a partir de esa fecha, si no antes. La primera edición del libro Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo será de 1936. En el prólogo citado anteriormente se nos ofrecen los siguientes párrafos de una entrevista anónima de 1938: —¿Podría decirnos algo de Juan de Mairena? —¿Juan de Mairena? Sí… Es mi «yo» filosófico, que nació en épocas de mi juventud. A Juan de Mairena, modesto y sencillo, le placía dialogar conmigo a solas, en la recogida intimidad de mi gabinete de trabajo y comunicarme sus impresiones sobre todos los hechos. Aquellas impresiones, que yo iba resumiendo día a día, constituían un breviario íntimo, no destinado en modo alguno a la publicidad, hasta que un día… Un día saltaron desde mi despacho a las columnas de un periódico. Y desde entonces, Juan de Mairena –que algunas veces guarda sus fervorosos recuerdos para su viejo profesor Abel Martín–, se ha ido acostumbrando a comunicar al público sus impresiones sobre todos los temas…Sigue sonriendo Machado, feliz, cuando se le habla de este hijo de su ingenio, y a preguntas nuestras responde: —Juan de Mairena es un filósofo amable, un poco poeta y un poco escéptico, que tiene para todas las debilidades humanas una benévola sonrisa de comprensión y de indulgencia. Le gusta combatir el snob de las modas en todas las materias. Mira las cosas con su criterio librepensador, un poco influenciado por su época de fines del siglo pasado, lo cual no obsta para que ese juicio de hace veinte o treinta años pueda seguir siendo completamente actual dentro de otros tantos años. Tantos años que, a casi un siglo de su publicación, su espíritu, y tal vez incluso su juicio, no han perdido vigencia; tal vez porque tampoco ha dejado de mantenerse vigente (bajo diferentes formatos) lo snob. ▼ La pedagogía subyacente
No podemos eludir el hecho de que Machado, para desarrollar sus cavilaciones las escenifica introduciéndonos como espectadores en una clase que se presenta como de retórica y sofística, pero en la que Juan de Mairena aborda los temas más variados, en los que nada de lo humano le es ajeno. Y si insiste en hablar de filosofía y poesía, no sólo se debe a que son dos disciplinas abordadas por la retórica y la sofística, sino porque él las entiende como aquéllas más comprometidas en la conquista de la realidad.[3] Sin embargo, su exposición se parece, más que a una cátedra o un dictado de conocimientos, a un desafío contra el pensar fosilizado y contra un concepto autoritario del saber y su transmisión. ![]() Antonio Machado en el Vosotros sabéis que yo no pretendo enseñaros nada, y que sólo me aplico a sacudir la inercia de vuestras almas […] a sembrar inquietudes, como se ha dicho muy razonablemente, y yo diría, mejor, a sembrar preocupaciones y prejuicios […] La discusión que se plantea trasciende el ámbito de la clase y relativiza no sólo toda transmisión de conocimiento sino la propia capacidad humana de alcanzar lo que se ha dado en llamar “realidad objetiva”, de ahí que considere que las preocupaciones por conocer, siempre vayan acompañadas de prejuicios: Vivimos en un mundo esencialmente apócrifo, en un cosmos o poema de nuestro pensar, ordenado o construido todo él sobre supuestos indemostrables, postulados de nuestra razón, que llaman principios de la lógica, los cuales, reducidos al principio de identidad que los resume y reasume a todos, constituyen un solo y magnífico supuesto: el que afirma que todas las cosas, por el mero hecho de ser pensadas, permanecen inmutables, ancladas, por decirlo así, en el río de Heráclito. Lo apócrifo de nuestro mundo se prueba por la existencia de la lógica, por la necesidad de poner el pensamiento de acuerdo consigo mismo, de forzarlo, en cierto modo, a que sólo vea lo supuesto o puesto por él, con exclusión de todo lo demás. Y el hecho –digámoslo de pasada– de que nuestro mundo esté todo él cimentado sobre un supuesto que pudiera ser falso, es algo terrible, o consolador. En estas palabras hay un crítico reconocimiento de los límites de la cultura (o las culturas) y sus abordajes de lo real, e incluso de los límites que el ser humano como tal tiene de acceder más que a una construcción intelectual que le ayude a interpretar lo real. Y si en la primera de las citas hay una desautorización de su propio discurrir, es a favor de una independencia de pensamiento en sus discípulos, que habrán de llegar a crearse una imagen del mundo por esfuerzo propio, no porque asuman pasivamente el calco de una imagen ajena (la que les transmita el profesor). No podemos dejar de relacionar estas ideas con lo que casi cuarenta años después de editados estos textos plantearía Paulo Freire acerca de la educación como práctica de la libertad. No sería difícil imaginar en labios del pedagogo brasileño estas palabras de Mairena: “No toméis demasiado en serio nada de cuanto oís de mis labios, porque yo no me creo en posesión de ninguna verdad que pueda revelaros”. Y es la voz de Abel Martín la que dice: Ya algunos pedagogos comienzan a comprender que los niños no deben ser educados como meros aprendices de hombres, que hay algo sagrado en la infancia para vivir plenamente por ella. Pero ¡qué lejos estamos todavía del respeto a lo sagrado juvenil! A ochenta años de escritas estas palabras, no han perdido su vigencia. Como difícilmente se respeta en los niños (hablamos del conjunto de la sociedad, no de las leyes, ni de los discursos públicos o de casos aislados de familias o maestros) la posibilidad de que sus inquietudes e imaginación formen parte de su proceso de formación intelectual, los adolescentes están prácticamente obligados a desprenderse de su individualidad y a someterse a una rigidez de pensamiento que los aleja de lo intuitivo. Mairena.— ¿Recuerda usted, señor Rodríguez, lo que dijimos de las intuiciones y de los conceptos? En este extracto, sin dejar el humor de lado, nos propone Machado, a través de Mairena y el discípulo con quien dialoga, que en el proceso de adquisición del conocimiento no sólo se consideren los conceptos (lo que podemos asociar al conocimiento sistematizado, vale decir, a una construcción intelectual, y cuando decimos construcción queremos decir un artificio) sino también un abordaje más inmediato, sensible y personal (más intuitivo, en resumen) de lo que nos es dado a conocer. Una propuesta que vuelve a posicionarse como precursora de los planteos pedagógicos acerca de una educación en la que el alumno no sea mero receptor sino partícipe activo. ♦ ▼ Referencias
MACHADO, A. (1973). Obras. Buenos Aires: Editorial Losada. —— (1986). Juan de Mairena I. Edición de Antonio Fernández Ferrer. Madrid: Cátedra (Letras Hispánicas). NOTAS* Escritor uruguayo, poeta, ensayista y editor
▼ Créditos fotográficos
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