Una sentencia escrita por Carl von Clausewitz en su obra De la guerra se ha convertido en un famoso aforismo: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”. Ésta y otras formulaciones de Clausewitz se basaron en los modos y las motivaciones de la guerra entre los estados europeos de la primera parte del siglo XIX. Sin embargo, la guerra es un fenómeno social que antes, después y aun en la época de Clausewitz ha tenido manifestaciones y causas muy distintas de lo que podríamos considerar como política. La codicia y la envidia, el deseo de venganza, la fe religiosa, el miedo y otros sentimientos, así como las necesidades económicas y la competencia por recursos naturales se pueden contar, entre otros más, como factores desencadenantes de la guerra. Un historiador contemporáneo sostiene que “la guerra es tan antigua como el hombre mismo y está arraigada en lo más profundo del corazón humano, un reducto en el que se diluyen los propósitos racionales del yo, reina el orgullo, predomina lo emocional e impera el instinto” (Keegan, 1995: 21).
En nuestros días, la guerra se califica, quizá con demasiado descuido, como un acto bestial, inhumano, producto de los instintos más primitivos del ser humano. Pero, si lo pensamos bien, será difícil encontrar entre los animales, por más feroces que sean, un parangón con los comportamientos de los hombres en la guerra. Y la calificación de “producto de instintos primitivos” tampoco parece ser del todo atinada. Si bien existe mucha controversia al respecto, lo que sabemos con más certeza sobre la guerra entre los pueblos llamados “primitivos” es que se trata de un asunto altamente ritual, en el que más bien se busca demostrar la valentía propia e imponer condiciones al contrario, pero no exterminarlo ni destruir sus bienes y mucho menos asesinar indiscriminadamente a los no combatientes. Desde luego, no se pueden negar el uso de la violencia ni la crueldad en la vida de esos pueblos “primitivos”, pero lo que sí parece claro es que sus acciones bélicas encuentran límites y acotaciones que impiden “la guerra total” (a través de los artículos de esta serie, se aclarará el significado de este concepto).
Quizás haríamos mejor en pensar la guerra y sus excesos no como un oscuro resabio de brutalidad animalesca ni como un brusco resurgimiento de nuestras etapas primitivas, sino como un componente más de lo que nos identifica como humanos. Esto significa que la guerra y las batallas que forman parte de ella son fenómenos culturales que ocurren dentro de contextos históricos determinados. Por eso, a pesar del horror, la infamia y la desesperanza que conllevan los enfrentamientos bélicos, su estudio puede aportar importantes conocimientos sobre los motivos que han llevado a pueblos y naciones de todo el orbe a resolver sus contradicciones y diferencias convirtiéndose en partes beligerantes de la contienda armada.
A partir de estas premisas, apenas delineadas aquí brevemente, Correo del Maestro presenta la serie “Batallas históricas”, en la que el recuento de una batalla –supuesta o realmente– decisiva es el eje a partir del cual se desenvolverá la historia de la guerra que constituye su contexto (causas, desarrollo, desenlace y consecuencias). En cada artículo se brinda además información sobre los comandantes de los ejércitos enfrentados, ya que, muchas veces, es en el fragor de las batallas donde y cuando se forja parte de las epopeyas nacionales o étnicas que definen las virtudes de los héroes y las felonías de los villanos.