¿Qué es eso que VEO EN EL ESPEJO? Fernanda Otero Ríos[*] ![]() En este artículo se reflexiona sobre el simbolismo de los espejos en la pintura en tres momentos históricos determinados, iniciando con el Renacimiento en la obra del holandés Jan van Eyck El matrimonio Arnolfini (1434), siguiendo con la obra barroca del español Diego Velázquez Las meninas (1656-1657) y cerrando con la obra cubista de Pablo Picasso Mujer ante el espejo (1932). Para entender mejor el simbolismo de los espejos en estas obras de arte, se realiza un breve recorrido por la historia de los espejos y sus métodos de fabricación, ya que es muy importante contextualizar al espejo como objeto, para entender por qué su aparición en el arte resulta intrigante y cautivadora.
▼
c ¿Qué es eso que veo en el espejo?
En la actualidad, los espejos son objetos de uso tan cotidiano que forman parte de nuestro mundo de manera habitual; no podemos concebir nuestra vida sin ellos, aunque suelen pasar desapercibidos. Tales objetos son algo normal que está presente en nuestra casa, en el auto, en el centro de trabajo y en cualquier lugar de entretenimiento; enormes edificios ostentan una fachada reflejante en la que vemos pasar la ciudad, los autos, los peatones y nuestra propia imagen sin prestar demasiada atención. Sin embargo, esto no siempre fue así, los espejos eran artefactos raros a los que se les atribuían diversas cualidades y poderes místicos, que representaban otros mundos o cualidades humanas determinadas y que incluso se relacionaban de manera directa con las artes adivinatorias. Es imposible señalar el momento exacto en que los humanos crearon el primer espejo artificial. Probablemente en un inicio miraban en recipientes de agua, luego hicieron una conexión lógica entre las aguas en calma y otros objetos planos y reflejantes […] los espejos artificiales más antiguos que los arqueólogos han descubierto, y que datan de alrededor del año 6200 a. C. en Catal Hüyük (cerca de Konya, Turquía), estaban hechos de obsidiana pulida (Pendergrast, 2004: 3).[1] Por supuesto, la fecha de este descubrimiento no da un indicio real del uso de espejos por parte del ser humano, pues si bien el espejo de Catal Hüyük es uno de los hallazgos más antiguos del primer espejo artificial, el ser humano seguramente reconocía su propia imagen en los cuerpos de agua desde mucho tiempo atrás. En el mundo del arte, a pesar de existir representaciones simbólicas de espejos en papiros egipcios y vasijas griegas, así como en una que otra representación de arte medieval, la aparición de espejos no tomaría toda su fuerza sino hasta el Renacimiento: La industria de los espejos de vidrio, desde su concepción en la Edad Media como un gremio secreto […] ha crecido en enormes proporciones. El espejo común de vidrio también tuvo un impacto imprevisto y revolucionario en la literatura y arte renacentistas, haciendo de las representaciones algo más realista, laico y sensual (Pendergrast, 2004: X). Los espejos artificales más antiguos encontrados Esto se debería en mayor o menor medida a dos factores principales: Por un lado, es durante el siglo XV cuando se perfecciona la manufactura de los espejos, dando como resultado una superficie reflejante hecha con vidrio, estaño y mercurio, de mucho mayor calidad que cualquier otra superficie pulida, ya fuera de metal o de piedra. Alrededor de 1450, el vidriero de Murano Angelo Beroviero […] creó un tipo de vidrio extraordinariamente claro, al que bautizó como cristallio […] en 1507, Andrea y Domenico d’Anzolo del Gallo acudieron al Concilio Veneciano de los Diez para solicitar al rey una patente sobre su nuevo método de laminado, que involucraba estaño molido colocado en una delgada capa, que después era untado con mercurio para formar así una amalgama brillante. Ésta se cubría con papel, un trabajador colocaba lentamente con una mano una capa de vidrio encima, mientras con la otra iba retirando el papel. Se colocaban pesas sobre el vidrio para asegurar una superficie reflectante libre de burbujas que quedaba adherida firmemente al vidrio y luego se cubría con un barniz protector (Pendergrast, 2004: 119-120). Aunque los espejos de vidrio ya se producían en Venecia desde el siglo XI, fue este último proceso a inicios del siglo XVI el que les daría una superficie sin defectos, y lisa en lugar de convexa. El segundo factor se relaciona de manera más estrecha con la propia ideología renacentista, que colocaba al hombre como centro del universo, dando como resultado por primera vez un arte antropocentrista: … los autores del Renacimiento ensalzaron al hombre por él mismo, como creador. Hicieron poco caso de su culpa congénita para destacar su capacidad para pensar y obrar por sí mismo, producir obras de arte y guiar el destino de otros […] Se cree que el primero en utilizar espejos para lograr Así, aunque el hombre renacentista no se ponía a sí mismo en el nivel de Dios, sí se aceptaba como fuerza creadora, y se enamoraba de sí mismo y de su humanidad de una manera que, tal vez, sólo los griegos habían concebido con anterioridad. Este pensamiento humanista también vio en los espejos una herramienta fundamental para el autoconocimiento, una manera de analizar el propio ser y entender, desde esta nueva perspectiva, la naturaleza del individuo. Por ello, no es de extrañar que un género tan introspectivo como el autorretrato haya tenido origen en este momento histórico y no en otro. “En la pintura del Renacimiento los espejos fueron un agente esencial de la transformación del medio en sí mismo. Antes del siglo XV, la aparición de espejos era poco frecuente en el arte europeo, usualmente en tapices y manuscritos iluminados”(Pendergrast, 2004: 131). Pero las aportaciones de los espejos al mundo del arte van mucho más allá del inicio del autorretrato como género, serían también un factor determinante en el desarrollo de los estudios de perspectiva efectuados con tanta meticulosidad por los artistas renacentistas. En este sentido, se cree que Brunelleschi fue el primero en utilizar espejos para lograr una perspectiva perfecta: Para crear su pintura, Brunelleschi debió colocar un espejo plano en un caballete cerca de la puerta de la catedral, de modo que cuando él se alejara del baptisterio pudiera verlo reflejado en el espejo. Tal vez marcó una retícula en el espejo para poder copiarlo a la perfección en la retícula del lienzo que pintó tan cuidadosamente (Pendergrast, 2004: 133). En este sentido, el uso de los espejos facilitaría y aceleraría los estudios de perspectiva, pues el reflejo permitía observar de manera directa en dos dimensiones aquello que quería representarse, haciendo más entendible la manera en que los objetos debían ser representados para generar la ilusión de profundidad y lejanía en las obras. Por supuesto, estas superficies reflejantes no perderían su carácter simbólico y permitirían a muchos artistas estar presentes en su obra aun sin tratarse de un autorretrato per se. El espejo sería usado de manera directa o indirecta en las representaciones artísticas a partir de entonces, ya fuera con un sentido simbólico o meramente para demostrar la maestría y la habilidad del artista que se encontraba en continua búsqueda de desarrollar y mejorar las técnicas de representación existentes hasta el momento. Dicho objeto también fue empleado como un método para demostrar que la pintura era superior a la escultura. … los artistas venecianos también respondían a una discusión entre escultores y pintores. Los partidarios de la escultura declaraban que ésta era la mejor de las artes, ya que podía apreciarse desde todos los ángulos. Un veneciano llamado Giorgione respondió pintando “un hombre desnudo visto de espaldas”, escribió Vasari, “y a sus pies un límpido riachuelo que reflejaba su imagen”. Su pulida armadura a la derecha y un espejo a su izquierda reflejaban ambos perfiles. “Esta fue una fina y creativa idea, usada por Giorgione para probar que la pintura requiere más habilidad y esfuerzo y puede mostrar en una sola escena más aspectos de la naturaleza que la escultura”(Pendergrast, 2004: 142). De este modo, el uso de espejos en la representación pictórica permitía muchas variantes, incluyendo la de darle al artista la capacidad de mostrar en su obra aquello que normalmente quedaría fuera de la vista del espectador. Si bien el autorretrato es un tema apasionante, en el presente artículo me centraré en tres representaciones pictóricas que reproducen espejos de manera directa y que a ello deben en gran medida su fama, ya sea por su simbolismo, su técnica o su manera única de representación.
▼
c El matrimonio Arnolfini
Se trata sin duda del cuadro más famoso del pintor holandés Jan van Eyck, y tal vez de uno de los cuadros más famosos del mundo. La importancia de este cuadro de 1434 está relacionada no sólo con la maestría de la representación, sino con las posibles interpretaciones simbólicas de los elementos presentes en el cuadro. Van Eyck pintó su obra más famosa, El matrimonio Arnolfini , en 1434 […] en el centro de la pintura, hay un elegante marco con un espejo convexo […] En ese espejo se puede ver toda la habitación, incluyendo las espaldas del novio y la novia, la cama endoselada, la ventana y dos pequeñas figuras, vestidas de azul y rojo, paradas en el pasillo. Una de ellas debe ser el artista, quien firmó con una elegante escritura justo encima del espejo: “Johannes de Eyck Fuit Hic 1434”(Jan van Eyck estuvo aquí 1434). La mayor parte de los críticos han concluido que van Eyck y su compañero sirvieron de testigos para una boda sin cura. Muchos aspectos de la pintura han sido catalogados como simbólicos […] El espejo redondo, cuyo marco contiene escenas de la vida de Cristo, tal vez sea una representación del ojo de Dios (Pendergrast, 2004: 135). Así pues, el cuadro no sólo es una ostentación de la maestría técnica del artista al manejar una perspectiva impecable tanto fuera como dentro del espejo, sino que la obra se presenta sino que también como un manifiesto político interesante, ya que marca un precedente de la ideología que germinaba en Holanda en el momento y que se concretaría con la reforma protestante, en la que se desacreditaba en gran medida a la Iglesia católica como portadora de la verdad absoluta de la palabra de Cristo. Van Eyck evidencia en este cuadro su propia postura sobre la religión, en la que el matrimonio no requiere de un personaje eclesiástico para ser validado: basta con tener a Dios como testigo. Aunque lo anterior es sólo una suposición y una interpretación posible de los elementos presentes en el espejo, su autor muestra el espejo como un elemento clave que permite ver más allá de lo evidente, conectando lo mundano con lo sagrado, y al mismo tiempo apreciar el otro lado del espacio representado en el cuadro, ese lado en que se sitúa el artista y resulta siempre invisible para el espectador. Es casi como devolverle al espejo el aspecto mágico que solía tener en los tiempos antiguos, como objeto que permite verlo todo, incluso lo que no está allí, mostrando al mismo tiempo la fuerte atracción que sentía el hombre renacentista por el saber del pasado que había sido olvidado durante la Edad Media y que él estaba dispuesto a recuperar y perfeccionar.
▼
c Las meninas
Un par de siglos más tarde, en 1656, el pintor español Diego Velázquez haría algo similar con su famoso cuadro La meninas . En él observamos un autorretrato del autor pintando un gran lienzo; en este caso, el tema que el artista supuestamente plasma en su lienzo es visible sólo a través del reflejo del espejo que se encuentra en la pared del fondo, mientras que aquello que suele estar escondido de la vista del espectador ocupa el lugar principal de la obra al lado del autorretrato. En su cuadro más famoso, Las meninas , Velázquez se retrata a sí mismo pintando un gran lienzo mientras una serena y pequeña princesa española es atendida por sirvientes. En la pared del fondo, un gran espejo refleja al rey y la reina, que evidentemente posan para su retrato, pero de otra manera son invisibles. Su presencia es implícita, ya que la mayoría de las miradas se dirigen al lugar en que ellos deberían encontrarse parados (Pendergrast, 2004: 147-148). En esta obra es posible apreciar varias cosas interesantes, una de ellas es el atrevimiento de Velázquez al retratar el tema principal de la obra fuera del cuadro y no dentro de él, visible sólo por un espejo en el que las figuras no se encuentran del todo definidas. Este aspecto difiere mucho de la obra de Van Eyck, en la que el detalle usado para la representación de lo reflejado en el espejo es minucioso; en cambio, el aspecto de la imagen reflejada en el espejo de la obra de Velázquez es difuso e indeterminado, ya que sólo puede observarse a los reyes, sin ningún otro elemento que distraiga la atención o permita contextualizar el lugar en que se encuentran. Queda claro entonces que la intención de Velázquez en ningún momento fue hacer ostentación de una calidad técnica superior, más bien su complejidad y su fama radican en la forma de representación, más inclinada a una nueva forma de pensamiento, y a dar un giro interesante a la tradición en el mundo del arte desde que los renacentistas marcaron los estándares de perfección seguidos por la mayoría de los artistas hasta el momento. Por lo tanto, el uso que hace Velázquez del espejo difiere también un poco del visto en la obra de Van Eyck, ya que, en este caso particular, el espejo se convierte en un instrumento que nos permite ver lo que el artista ve, y que al mismo tiempo saca del cuadro lo más importante, es decir, los reyes. Esto puede interpretarse como una visión particular del artista en la que se destaca el sentido ilusorio de la representación pictórica. El artista nos pone en la posición de los personajes retratados cuando nos paramos frente al cuadro, y nos incluye de manera magistral al transformarnos en los reyes y transportarnos al siglo XVII, cuando el pintor realizó el cuadro; y al mismo tiempo nos pone en los ojos de los reyes y nos permite ver lo que ellos veían al momento de ser retratados. El espejo es entonces usado como un método para recordarnos que el cuadro nos brinda un momento ilusorio, es un estatuto que nos permite recordar que no somos nosotros los que estamos siendo retratados, sino los reyes que se reflejan en el espejo del fondo.
▼
c Mujer ante el espejo
Un poco menos de tres siglos después de Las meninas de Velázquez y casi medio milenio después de la obra de Van Eyck, otro pintor español, Pablo Picasso, usaría el espejo como un elemento base en una de sus obras. Este pintor malagueño creador del cubismo pintaría en 1932 Mujer ante el espejo , un cuadro perteneciente a una de las más prolíficas etapas creativas del artista, quien a partir del cubismo sintético realizaría un gran número de obras que forman parte de sus trabajos más famosos. Si bien esta obra no es la más conocida del autor, resulta muy interesante el papel fundamental que el espejo juega en ella. Debe observarse en primer lugar el fuerte cambio existente en el espejo como elemento simbólico, de culto o de lujo, pues en el siglo XX los espejos se habían transformado ya en un objeto cotidiano de cualquier hogar. En el lapso de 1850 a 1950, los espejos mejoraron dramáticamente conforme la producción masiva de grandes placas de vidrio avanzaba […] la producción masiva de vidrio y espejos promovió un gran cambio cultural ejemplificado por los glamurosos años veinte en Estados Unidos. Esta sensibilidad moderna valoraba el consumo, el ocio, el entretenimiento, la emoción, la creciente movilidad, la juventud, la imagen y el sexo. Aunque los humanos siempre han disfrutado de estos placeres, normalmente se equilibraban con un trabajo ético de autorregulación y reconocimiento de la sabiduría obtenida durante una larga vida. Paulatinamente, en una sociedad rodeada de brillantes superficies reflejantes, los valores superficiales triunfaron. Los artistas de la era frecuentemente retrataban mujeres frente a espejos de cuerpo entero (Pendergrast, 2004: 248-249). Así pues, la mujer de Picasso se contempla en un espejo de cuerpo completo disfrutando de su propia imagen, en un sentido relacionado más con la vanidad y con el placer. Sin embargo, la obra presenta una peculiaridad: la imagen reflejada en el espejo no se corresponde con la imagen de la mujer que lo sostiene frente a sí misma, el cambio de la forma y el color es evidente entre la mujer que está fuera del espejo y la que se encuentra dentro de él, por lo que una interpretación que remita la obra sólo a elementos superficiales se hace entonces poco probable. Tal vez Picasso buscaba algo más que reflejar la belleza de la modelo a la manera cubista, quizá tenía un sentido mucho más profundo. “Los espejos siempre han sido sirvientes ambiguos. Sus mágicas superficies revelan la verdad, permitiendo a la gente verse como realmente es. Aun así, tienen su lado siniestro por las mismas razones, y algunas veces distorsionan la realidad”(Pendergrast, 2004: 262). Así, es probable que el reflejo nos permita ver con mayor claridad la naturaleza de la modelo, y que muestre realmente y en su totalidad, la verdadera naturaleza e identidad de ella. Si bien la vanidad simbolizada por el espejo ya había sido abordada en épocas anteriores, Picasso logra darle un giro en el que la cuestión aparentemente sencilla de la vanidad femenina se transforma a partir de las variantes en la representación que permite cuestionarse más allá de la aparente simpleza de la obra. Aunque existen muchas otras obras pictóricas que incorporan espejos, estos tres ejemplos nos permiten apreciar que, a pesar de los cambios en el simbolismo y la representación, el espejo sigue siendo un objeto rodeado de un aura misteriosa, un reflejo del mundo que no se corresponde del todo con la percepción que tenemos de él de manera cotidiana. El espejo es también el objeto por excelencia para el autoconocimiento; si bien podemos llegar a conocernos sin espejos, éstos nos enfrentan a nuestra apariencia –la percibida por nosotros y también por los otros– y al mismo tiempo nos permiten reflexionar sobre nuestra identidad y las diferencias que existen entre apariencia y esencia. Pablo Picasso, Mujer ante el espejo , 1932 La obra de Van Eyck, por ejemplo, termina siendo una reflexión del autor sobre sí mismo y sobre su papel como artista e individuo. Su retrato en el espejo de la obra y la inscripción de la frase en la que deja testimonio de su presencia en la escena evidencian la búsqueda de permanencia y reconocimiento, y son también un intento de comprender su razón de ser y estar en el mundo. Lo mismo puede decirse de Velázquez, quien se retrata haciendo su trabajo, en una búsqueda de perpetuarse como artista, pero también de comprenderse a sí mismo, de encontrarse más allá de su trabajo o darse sentido a partir de él. Aunque parece que la obra de Picasso reseñada difiere de las otras dos analizadas, no es así; si se piensa un poco, puede advertirse que aquí también el personaje central se enfrenta al espejo y se encuentra a sí mismo, el espejo le revela su verdadero ser, y al mismo tiempo, tal vez, le permite al autor reconocerse en su modelo. Las obras de arte son entonces, en sí mismas, un espejo, pues nos ofrecen un reflejo de las obsesiones e inquietudes que han existido en el ser humano desde tiempos inmemoriales; con espejos o sin ellos, nos sirven de espacio para la búsqueda y la reflexión, nos devuelven la realidad vista a través de los ojos del artista como un espejo mágico que abre un espacio al cuestionamiento, al autoconocimiento y al mundo como nunca se nos había ocurrido verlo. ♦
▼
c Referencias
HALE, J. R. (1975). El Renacimiento . México: Time Life. PENDERGRAST, M. (2004). Mirror. A History of the Human Love Affair with Reflection . New York: Basic Books NOTAS* Licenciada en Comunicación Visual por la Universidad de la Comunicación y maestra en Arte: descodificación y análisis de la imagen visual por el Instituto Cultural Helénico. Posee experiencia docente de más de 13 años en diversas instituciones privadas de educación superior, así como un año de experiencia en bachillerato del ITESM.
▼
c Créditos fotográficos
- Imagen inicial: co.pinterest.com - Foto 1: hdnh.es - Foto 2: - Foto 3: - Foto 4: - Foto 5: - Foto 6: - Foto 7: - Foto 8: interpretaelarte.blogspot.mx |