La china POBLANA

Oralba Castillo Nájera [*]

El patrimonio cultural de un pueblo toca todos los ámbitos de su vida y desarrollo histórico. Pasiones, costumbres, creencias y valores definen y trascienden su época para incorporarse en las nuevas generaciones como un bagaje de cuyo origen y significado a veces no se tiene plena conciencia. Despertar la conciencia patrimonial es la tarea fundamental de la educación patrimonial, tarea que este texto cumple cabalmente.




¡Y viva lo de la tierra
castor, sombrero jarano
y penca y mole poblano...
y jarabe hasta rabiar!
Por Dios, ¿quién sufre embudo
de lienzo? ¿Una linda china
a quien el cielo destina
al aire libre, al amor?
Esas cárceles de lienzo
sirvan a la aristocracia;
pero a las chinas la gracia
y la enagua de castor.


GUILLERMO PRIETO [1]

La china poblana

la china poblana está tejida de historia y leyendas. Su vestuario complicado no es más que la prueba de su origen y personalidad. Las lentejuelas que salpican su castor son muchas y deslumbrantes, y tantas más son las anécdotas que la envuelven en su rebozo calandria. Su figura, a lo largo de los siglos, se ha enriquecido o empobrecido en el imaginario colectivo.

La china poblana y Catarina de San Juan

En el siglo XVII, apareció en México una bella y enigmática mujer que daría origen a la china poblana, vinculada con Catarina de San Juan.

Cuentan que por razones de guerra, sus padres abandonaron China para vivir en la India o la Conchinchina. La princesa Mirrah se hallaba en su jardín, cuando un grupo de filibusteros portugueses se la robaron para venderla como esclava. Con ese propósito, la embarcaron en la Nao de China, barco legendario que en el siglo XVII unía Oriente con Occidente comerciando mercancías exóticas. En 1621, arribó la Nao a las costas de Acapulco. En ella llegó la princesa Mirrah, a la edad de ocho o nueve años. El español Francisco de Sosa, oriundo de Puebla, la compró y la llevó a vivir a la ciudad construida por los ángeles.

Foto 1. Retrato de Catarina de San Juan,
grabado anónimo



Así lo afirma en “La China Poblana” Érika Treviño (1962), quien informada en los escritos de la Colonia cuenta que “… la niña creció en encantos y prodigios; zurcía medias, cosía ropa, cocinaba y sanaba con talentos orientales. Vestía faldas bordadas que le gustaron al pueblo”.

Las poblanas, imitando su vestuario, se pusieron a bordar con chaquira y lentejuelas: pájaros, flores, soles para prender las cinturas con refajos delgaditos.

El coronel colonial Antonio Carrión vinculó a la joven china con Catarina de San Juan. Con este nombre, afirma, la bautizaron los jesuitas. Catarina vivió al amparo de la familia De Sosa, que apreciaba sus cualidades. Al morir don Francisco de Sosa y su esposa, la dejaron en libertad, y Catarina se refugió en un convento. El coronel Carrión afirma que siguió haciendo milagros aún muerta. El día de su entierro, por todo Puebla se difundían noticias de sus milagros. La Santa Inquisición mandó recoger las páginas con su memoria de santa.

La china poblana está enterrada en la iglesia jesuita del Espíritu Santo de Puebla, y en su lápida hay la siguiente inscripción:


A Dios Óptimo Todopoderoso. Guarda este sepulcro a la venerable en Cristo Virgen Catarina de San Juan, que la tierra del Mogor le dio al mundo y la Puebla de los Ángeles al cielo. Después de vivir 82 años, amada principalmente de Dios y no menos de los hombres, humilde y pobre en la esclavitud, aunque ilustre por su sangre real, acaeció su fallecimiento, seguido de gran aclamación por parte del pueblo y del clero, en la víspera de los tres Santos Reyes, el año de 1688.


Se dice que se casó con un hombre chino y pobre con quien jamás tuvo sexo, pues dormían separados. Tal vez de ello se derive su apelativo de china, y por vivir en Puebla, poblana.

Hasta aquí la relación entre la china y Catarina; la primera adquiere tonos de sedición, ya que con libertinaje baila el jarabe, prohibido por la Santa Inquisición, ajena a la Santa Virgen, que dicen pidió a Jesucristo “que no se le volviera aparecer semidesnudo”.

La china y la Independencia

Foto 2. Corrido: La china poblana,
de José Guadalupe Posada


Juan Pedro Viqueira Albán, en su libro ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la Ciudad de México durante el Siglo de las Luces, describe que en 1821, “un grupo de actores del Coliseo pidió al virrey que se le permitiera representar, domingos y lunes de cuaresma, doce funciones pastorales y coloquios en la Plaza de los Gallos” (Viqueira, 1987: 128-130). Las funciones se realizaron en medio de gran desbordamiento de pasiones ante la proximidad del Ejército Trigarante comandado por Agustín de Iturbide. Los espectáculos terminaron en desorden, evidenciando la pérdida de control del gobierno sobre la población. Viqueira Albán, narra la primera función:


En la Plaza de los Gallos, se instaló cerca de la entrada, una especie de vinatería, debido a lo cual las bebidas circularon profusamente. Al calor del alcohol un jarabe bailado con especial desenvoltura por una mujer, desató los ánimos y se profirió “bastante exceso de voces obscenas”. El desorden prosiguió alegremente porque el oficial de la tropa, encargado de mantener el orden, “estaba entretenido fuera de su obligación”. La función terminó más allá de la una de la madrugada. Las autoridades redoblaron vigilancia a las representaciones, a pesar de que la tropa intentaba acabar con el desorden, no pudo terminar con todos, ello llevó a un oficial que los había visto a proponer: “Las autoridades deben impedir… que se mezclen con la representación del coloquio, principalmente en sus intermedios, el indecentísimo baile del Jarabe y otros por el estilo ni entremeses ridículos, que cuando menos disipan la moralidad de aquellos actores” (Viqueira, 1987: 128-130).


Foto 3. China poblana,
de José Guadalupe Posada


Meses después, se consumó la Independencia y ya nadie hizo caso al oficial.

La primera representación en la Plaza de los Gallos marcó una conquista de la cultura popular que se fortaleció fuera del Coliseo (construido en 1665, sufrió un incendio en 1722 y fue vuelto a inaugurar en 1753, en la Calle de Niñas), que se hallaba en una fase mercantilista. La Plaza se convirtió en teatro permanente, llamado Teatro Provisional, donde se desarrolló un teatro culto para la élite, así como otro popular.

El jarabe ocupa un sitio entre los bailes populares considerados escandalosos y sacrílegos –como El pan de manteca, Las lanchas, El zape, El Chuchumbé y La bolera, entre otros– por autoridades civiles y religiosas. Algunos de estos cantos surgieron de compositores anónimos en boca de los insurgentes.

El cura Miguel Hidalgo y Costilla gustaba de la música y los bailes, jugaba cartas, seducía mujeres, devoraba libros y vinos. Indios, españoles, funcionarios, intelectuales y feligreses rodeaban la vida ajetreada del cura. Música y bailes prohibidos: jaranas y jarabes acompañaron a don Miguel en la Independencia, entre éstos El Chuchumbé, que fue perseguido desde los púlpitos por “demasiado deshonesto para doncellas y mozas”, y cuyos versos y coplas se cantaban en los campamentos insurgentes. El Chuchumbé aludía al sexo masculino, manifestando una sexualidad fuera del control religioso.


Foto 4. China poblana, 1945

En la esquina está parado
un fraile de la Merced
con los hábitos alzados
enseñando el chuchumbé.
Que te pongan bien,
que te pongas mal,
el chuchumbé.


Los juicios de infidencia contra los insurrectos contenían acusaciones por cantar letras de canciones sediciosas, sonecitos populares enraizados en la gesta libertaria.

La china baila jarabes moviendo los hombros descubiertos por su camisa holgada, blanca y salpicada en bordados; mueve la falda de castor rojo con el águila de alas extendidas con donaire, y los picos verdes que mal cuben sus pantorrillas, entrevistas bajo las puntas enchiladas. Una mujer lúdica y popular que contraviene las reglas morales dominantes.


Ya el infierno se acabó,
ya los diablos se murieron,
Ahora sí, chinita mía,
ya no nos condenaremos.

La china en el siglo XIX

María del Carmen Vázquez Mantecón, en su estudio “La china mexicana” (2000), identifica el apogeo de su presencia física entre 1840 y 1855, periodo en el que fue caracterizada por los escritores Manuel Payno y Guillermo Prieto, como mujer con poco apego a las convenciones impuestas.

Una china está encarnada en el personaje de Cecilia, en la novela Los bandidos de Río Frío (1843), donde Payno retrata a la sociedad de mediados del siglo XIX, en la que ella representa a la mestiza que le gusta su trabajo, trayendo y llevando, en su trajinera, flores y verduras entre Chalco y la Ciudad de México. Cecilia es relativamente rica y, sobre todo, vive sus amores con mucha libertad. Con su relato, Payno inauguró un estereotipo de la china que emparenta con su leyenda poética.

La china apareció como mujer valiente que se mantiene sola, capaz de acostarse con un soldado para sacar a su hombre de la cárcel, fiel compañera, ataviada hermosamente.


Foto 5. Vestido de china poblana, ca. 1925

Hablar de su ropa era nombrar el “cuerpo seductor”, “vestido primero por una enagua interior con encajes bordados de lana en las orillas que se llamaban “puntas enchiladas”. Sobre esa enagua iba otra de castor (así se llamaba a una lana suave como el pelo de castor) o de seda, recamada de listones o de lentejuelas. En la parte de arriba, una camisa fina bordada de seda o chaquira, que dejaba ver parte de su cuello no siempre cubierto por su rebozo de seda, manejado, según él [Payno], “con mucho donaire”. Aunque no tuviera muchos recursos, concluyó, no dejaba de llevar el zapato de seda y las enaguas bordadas (Vázquez, 2000: 126).


De acuerdo con Vázquez, en Memorias de mis tiempos, Guillermo Prieto también da cuenta de las chinas:


…dejó testimonio de sus camisas descotadas –para él jaulas mal aseguradas “que impedían el vuelo de sus tortolitas”– y del encaje que se detenía respetuoso al principiar “la soberana pantorrilla” y mostraba la piel de media pierna, incluida la de su pie pequeño, “breve –dijo–, como el suspiro” […]. Prieto transmitió la idea de que las chinas podían hacer que los hombres perdieran la posibilidad de su salvación (Vázquez, 2000: 126).


Guillermo Prieto, inquieto por saber más de las chinas, en 1849 va a buscarlas a Puebla y constata decepcionado que las chinas habían desaparecido de la ciudad de los ángeles, de donde se decía eran originarias. De su experiencia dedujo que las chinas poblanas habían sido un invento de viajeros “sesudos y gravedosos” (Prieto, 1849, apud Vázquez, 2000: 131).

El que las chinas fueran poblanas parece aludir a Catarina de San Juan, la china que llegó a vivir a la ciudad de los ángeles en el siglo XVII.

La china y madame Calderón de la Barca

En el año de 1839, llegó a nuestro país la pareja de Ángel y Frances de Calderón de la Barca, designado, el señor, primer ministro (embajador) plenipotenciario, que España envió a México al reconocer su independencia. Don Ángel se había destacado peleando al lado de los españoles en contra de la invasión de Napoleón en 1808.

Calderón de la Barca conoció a Frances Erskine Inglis en Boston, a donde la familia había emigrado al morir el padre, que dejó a la numerosa familia en la ruina. Madre e hijas abrieron una escuela para señoritas, que tuvo éxito. Frances hablaba varios idiomas e incursionó en la literatura, unida a un grupo de intelectuales entre los que destacaba Prescott. Gracias al escritor, Ángel conoció a Francis y decidieron casarse –ella de 38 años, él de 44–; un mes después de su boda, comenzó la aventura de ir a México, país que ella recorrería con pasión. Geografías, conventos, arquitectura, y sobre todo la vida social, se convirtieron en objetos de su interés, que relataría en su diario, y de la correspondencia que sostuvo durante dos años, con amigos y familia.

Con ironía, sentido del humor e inteligencia, relata usos y costumbres de clases altas y bajas; se detiene a observar al pueblo, que describe con acuciosidad y ternura. Como otros viajeros ilustres, da cuenta de la desigualdad social, así como de la riqueza concentrada en un grupo de hacendados, generales, políticos, y jerarcas de la iglesia. No escapa a su crítica el general Antonio López de Santa Anna, al que conoce en su hacienda de Manga de Clavo en Veracruz. Con detalle describe el atuendo de la mujer de éste: arreglada desde las seis de la mañana con vestido blanco, cubierta de capa azul y cargada de diamantes, fea, flaca al igual que su hija, que repetía el vestuario acompañado con corales, no brillantes. En cuanto al general, entonces retirado, lo percibe como un hombre de mundo, que habla con el aplomo de un filósofo y no logra ocultar que es ladino, un ambicioso de poder, al que está segura regresará en cuanto le sea posible. También encuentra al general en la Ciudad de México, donde coinciden en saraos, espectáculos, corridas de toros, y eventos sociales –de los que la propia Frances será organizadora–, con sus famosas tertulias a la que asistían Lucas Alamán y Guadalupe Victoria, entre otros funcionarios, damas de alcurnia, artistas e intelectuales con quienes convive alegremente.

Casi al llegar, madame recibe una invitación para asistir a una fiesta de disfraces y decide usar el traje de china poblana. Las damas se asustan y hablan con sus maridos; éstos, incluyendo al ministro de Guerra, se presentan en la casa de don Ángel y le piden a su esposa que no se atreva a portar un traje propio de femmes de la risa, de plebeyas y algo más.

La anécdota demuestra a qué grado era despreciada, en esos años, por la clase alta esta mujer mestiza de costumbres libertinas. Madame ironiza sobre las reglas de la moral, las que en esta ocasión acata. Durante su estadía tuvo la oportunidad de ver a su amiga Adalid, en una fiesta en el campo, lucir de maravilla el traje de china, sin que en el espacio rural causara alboroto su uso, como en la ciudad.

Madame abandona México en 1842, año en que fecha su última carta. El matrimonio Calderón de la Barca se muda a Madrid, y don Ángel muere en 1861. Gracias a su extensa cultura, su viuda es llamada por la reina para que instruya a su hija, la infanta Isabel. En 1876, obtiene el título de marquesa. En 1853, en Boston y en Londres se publica La vida en México, bajo el seudónimo Mme. C. de la B., y será hasta 1859 cuando se traduzca al español. La obra no es muy bien recibida: la acusan de burlarse de la sociedad mexicana y de no estar capacitada para expresar ciertos juicios.

El tiempo fue poniendo La vida en México en su lugar privilegiado. La voz fresca, curiosa e inteligente de una mujer extranjera resulta indispensable para comprender a una sociedad sacudida por la rivalidad entre criollos, que arreglaban la patria en asonadas, golpes de Estado y levantamientos armados, en los que el pueblo, tal como lo describe Frances, no tomaba parte apasionada, sino que era obligado a engrosar la tropa por medio de la injusta leva.

Queda para la reflexión la anécdota del traje de china poblana descrito por Frances Erskine Inglis, así como la carga simbólica y de clase que representa el castor que porta la bailadora de jarabes.

La china y el nacionalismo

Niceto de Zamacois afirma, en “La plaza de San Juan” (1855, apud Núñez, 1917: 35), que la china formaba “hasta cierto punto, con su curioso trage [2] nacional, una clase privilegiada”.


La china iba de aquí para allá, regalando los ojos con sus encantos, encendiendo en los espíritus las brasas de las pasiones violentas, “semejante a las manolas de España, de ojos árabes, de enaguas con lentejuela hasta media pierna, dejando ver un pie de abreviatura, sin media, y calzado por un zapato de raso verde, ceñida su estrecha y mórbida cintura por una banda (ceñidor) carmesí; mal cubierto el provocativo seno por una camisa de lienzo sutil, bordada caprichosamente con sedas de colores, terciado con gracia el rebozo calandrio de caladas puntas, y con las gruesas trenzas de su negro pelo caídas hacia atrás y unidas con dos anchas cintas azules de raso…” (Niceto de Zamacois.– La plaza de San Juan.– 1855.) (Núñez, 1917: 35-36).


Por una china se podía dejar de lado a una gran multitud de mujeres sin poesía y llenas de defectos físicos y morales a las que, según él [Manuel Payno], los “calaveras” llamaban “arañas” [3] (Vázquez, 2000: 126).


Debido a estas cualidades, Vázquez Mantecón afirma que la función social de la china fue relevante: una mujer que se mueve entre la dualidad: “prostituta y mujer decente”. El ámbito de la china se encuentra en la franja entre estos estereotipos masculinos: Virgen de Guadalupe / tacón dorado. Para mostrar el papel de la china en el entramado sexual del siglo XIX, la autora cita a dos viajeros: Mathieu de Fossey e Isidoro Löwenstern, quienes entre 1847 y 1857 se dan cuenta de que en México no existen tantas prostitutas en las calles, como las que deambulan por París o en cualquier ciudad de Europa. Ambos coinciden en explicar el hecho a partir de la “facilidad con la que se obtenían, en México, favores de las mujeres y de las muchachas del pueblo”, aludiendo a las mestizas que se denominaban chinas, más cortesanas que meretrices. Mujeres que desde el punto de vista sexual jugaron un papel de equilibrio entre casadas y prostitutas (Vázquez, 2000: 125).

El tema es apasionante, estamos hablando de mujeres emancipadas, libres, autónomas económicamente de los hombres, antecedente en la historia de la liberación de las mexicanas.

La china y la revolución de 1910

Foto 6. La bailarina de ballet rusa Anna Pavlova vestida de china poblana

En 1919, se presentó en México la primera bailarina Anna Pavlova, quien interpretó el baile del jarabe en puntas. Su actuación causó furor, dos veces hubo de repetir la función en la plaza de toros, llena a reventar. Vuelve la china a un sitio de honor dentro de la cultura.

Con un desfile conmemorativo de la consumación de la Independencia (27 de septiembre de 1821), toca al presidente Álvaro Obregón celebrar el centenario de ese acontecimiento en 1921. En las fiestas aparecen chinas engalanando carros alegóricos y el jarabe bailado por una china y un charro. La china ocupa un sitio de honor en los festejos patrios.

El nacionalismo de la postrevolución privilegia a la china poblana considerando su presencia y traje como símbolos de la nación. José Vasconcelos, ministro de Educación de Álvaro Obregón, organizó en 1923, en el Bosque de Chapultepec, una reunión en la que trescientas parejas de charros y chinas bailaron el jarabe. Desde entonces, se consideraron baile y traje con carácter nacional (el traje luce los tres colores de la patria: verde, blanco y colorado).

Consagración de la china poblana

En los años treinta y cuarenta del siglo pasado, la china se reprodujo en prosa, poesía y bailes, y se consagró en 1950, en la película La china poblana, interpretada por María Félix, quien lució el hermoso castor bordado en chaquiras. En la trama del filme aparece también Catarina de San Juan. La película narra la historia de una mujer que vive un tórrido y breve romance, para terminar sus días en un convento con el nombre de Catarina.

El drama comienza con la anécdota de la marquesa Calderón de la Barca (así la llaman, a pesar de que este título lo obtiene hasta 1876), indecisa entre lucir o no, en un sarao, el traje de la china poblana, del cual le han advertido que es indecente. En la película, el personaje caracterizado por la doña se rebela a los criterios conservadores, de los que se burla, y decide usarlo al conocer la historia de Catarina de San Juan. La marquesa se presenta, en un acto de libertad, ataviada con el vestido de china, que además de bello reivindica a la santa. Se trata de un discurso gustado en la época en las que se funden las paradojas: mujer descarada y santa, china y Catarina. El romanticismo se interesó por la vida de las meretrices, dándoles tonos moralizantes en los cuales una mujer “mala”, casquivana, puede redimirse con amor y sacrificio. Recuérdese el culebrón de la novela Santa de Federico Gamboa, con el mismo tema.

Foto 7. La actriz María Félix en la película La china poblana


Foto 8. Festival de la China Poblana 2013, en la capital de Puebla


Foto 9. Las mujeres poblanas elaboran vistosos vestidos de china poblana produciendo verdaderas obras de arte


El cine nacional de la postrevolución representa a la china como compañera inseparable del charro, otro personaje eminentemente nacionalista, símbolos de feminidad y del mexicano, respectivamente. Su escenario es la hacienda en donde se practica la charrería, considerado espectáculo nacional por antonomasia. Mucho se hizo depender a la china del charro, con lo cual se le quitó su independencia inquietante.

Las chinas hoy

Actualmente, mujeres anónimas de Puebla, Jalisco, Oaxaca y el Distrito Federal bordan tiras de tela de algodón blanco, que al unirse se convierten en blusas de chinas poblanas. Cosen en los ratitos que roban a la faena de cocinar, encender la leña, dormir a los niños, lavar la ropa, limpiar la casa y planchar. Costureras con la habilidad mágica de los siglos grabados en sus dedos cosen las faldas de castor en máquina y de un tirón, y luego las bordan con paciencia, de a trocitos, en sus tiempos libres.

Hoy, chinas, charros, jarabes y charreadas van quedando en el cajón del nacionalismo despreciado por la ideología neoliberal que, entre otras cosas, procura la desmemoria de la historia patria. Niñas y niños en las fiestas nacionales, cada vez más desabridas y abandonadas, portan trajes de china y de charro, que aún se venden en los mercados populares, pero tal vez muy pocos de quienes los portan conozcan o tengan interés por conocer el origen y la carga cultural, social e ideológica de la mujer del castor bordado en lentejuelas.

Referencias

CALDERÓN de la Barca, M. (2000). La vida en México. México: Porrúa.

DALLAL, A. (2013). La danza moderna en México. México: Universidad Nacional Autónoma de México-Dirección de Literatura.

DE ZAMACOIS, N. (1855). La plaza de San Juan, apud José de J. Núñez y Domínguez (1917). El rebozo. México: Biblioteca de México, Monografías Nacionalistas, pp. 35-36.

PAYNO, M. (1844).Viaje a Veracruz. En El museo mexicano, tomo III. México, pp. 233-235.

— (1945). Los bandidos de Río Frío. México: Porrúa.

PRIETO, G. (1849). Ocho días en Puebla. En: El Siglo Diez y Nueve, 22 de julio.

— (1985). Memorias de mis tiempos, 1828-1840. México: Porrúa (Sepan Cuántos…, 74)

TREVIÑO, É. (1962). La China Poblana. En Charrerías Poblanas, 5 (Puebla), pp. 13-16, apud. Revista Artes de México. La China Poblana. México, 2003.

VÁZQUEZ, M. del C. (2000). La china mexicana, mejor conocida como china poblana. En: Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, 77 (México), pp. 123-150.

VIQUEIRA, J. P. (1987). ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el Siglo de las Luces. México: FCE.

NOTAS

* Nació en la Ciudad de México cuando la Revolución se había bajado del caballo y subido al Cadillac. Estudió Filosofía en la UNAM, ha escrito ensayos y novelas, guiones de T.V. para Canal 22 y de cine, así como teatro. Autora, entre otros libros, de Renato Leduc y sus amigos, Colegio Williams, cien años de historia, Desarmar el silencio. Ha sido miembro del Taller de Arte e Ideología (TAI). Profesora-investigadora en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), así como directora del Departamento de Difusión Cultural del Colegio Williams.
  1. Político, escritor, periodista y poeta liberal mexicano. Nació en la Ciudad de México el 10 de febrero de 1818 y murió en el poblado de Tacubaya el 2 de marzo de 1897. Ingresó en el Colegio de San Juan de Letrán. Fue miembro del Partido Liberal, secretario de Valentín Gómez Farías y de Anastasio Bustamante, y como ministro de Hacienda acompañó al presidente Benito Juárez en su gobierno itinerante hasta Paso del Norte. Al cubrir con su cuerpo al presidente Juárez, amenazado por la tropa del teniente levantado Filomeno Bravo, dijo las célebres palabras: “¡Alto, los valientes no asesinan!…sois unos valientes, los valientes no asesinan, sois mexicanos, éste es el representante de la ley y de la patria”. Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres.
  2. Así aparece en el original, ortografía usual en la época.
  3. Arañas, según García Cubas, era una manera de nombrar a las prostitutas.
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