Para filosofar
con mis pensamientos,
mi corazón y mis alas…

FILOSOFÍA DENTRO DE LAS AULAS

Berenice Pardo Santana[*]



El presente artículo concibe la filosofía practicada desde la infancia como una posibilidad enriquecedora en la formación del ser humano. Dicha práctica se debe efectuar en el plano del pensar y no en el plano del saber, pues persigue los siguientes propósitos: detonar la riqueza del pensar en modos diversos, conectar creativamente las nuevas ideas con los conocimientos previos, descubrir nuevas palabras y terminologías, y crear cuestionamientos y respuestas valorando la intensidad de todo lo que los niños puedan decir. Para concretar lo anterior, es preciso considerar a la infancia como una etapa libre de dogmas y prejuicios; acompañar a los niños a esforzarse por explorar y mantener su propia voz, y motivarlos para que sean capaces de generar pensamientos inéditos, espontáneos y profundos en sí mismos; además de reconocer que la expresión de ideas es un derecho humano y que la filosofía puede ayudar a concretarla para cuestionar, proponer, levantar la voz e intentar transformar su futura realidad.




c Para filosofar con mis pensamientos, mi corazón y mis alas… Filosofía dentro de las aulas

Demasiado hemos escuchado sobre la imaginación y la creatividad del niño, pero aún tenemos mucho que repensar sobre su inteligencia, curiosidad y su capacidad de asombro. ¿Por qué crecemos y comenzamos a dejar de maravillarnos del mundo? ¿Por qué crecemos y dejamos de preguntar sobre las cuestiones realmente importantes de la vida? ¿Por qué nos limitamos a las experiencias que la cotidianidad nos ofrece en vez de aventurarnos más allá?

c Un cambio de perspectiva respecto a la filosofía

Queremos formar adultos maduros y con solvencia económica, más que preocuparnos por formar adultos críticos, reflexivos y sensibles. Podría recordarse incluso que se habla de cierta deshumanización por el desarrollo tecnológico y digital que ha venido reemplazando al verdadero contacto con la naturaleza, a los sentimientos de las personas y al pensamiento mismo. Mucho hablamos de valores, de ética, de compromiso social, pero primero debemos comprender dichos términos para poder practicarlos; sin embargo, es ahí donde radica el verdadero problema: la formación del ser humano como persona se ha visto relegada por el academicismo reinante desde que surgieron los sistemas educativos tendientes a formar al futuro adulto eficiente en términos productivos pero no humanos. También es histórica la desvalorización de la infancia como una etapa de productividad cognitiva al ser “minimizada, juzgada por su poca experiencia, disminuida, alienada, maltratada” (Pineda y Kohan, 2012, p. 318).

Una de las problemáticas históricas es que la filosofía ha sido considerada como algo serio, complicado, aburrido, temible, algo exclusivo de las aulas universitarias, por lo tanto accesible sólo para adultos, cuando en realidad la infancia es una excelente oportunidad para detonar la práctica filosófica (libre de todo academicismo) porque cada pregunta que puede formular un infante conlleva un genuino valor filosófico, pues proviene de una etapa de la vida en donde aún no ha perdido la capacidad de asombro. Además, si el educador sabe cómo acompañar a los niños, el filosofar puede comportar un aspecto lúdico y constituir una práctica útil y necesaria, placentera y abierta a nuevos significados, al mismo tiempo que puede por fin originar el “reconocimiento de sujetos históricos que han sido considerados sin voz (ni voto): los niños” (Andrade, 2015, p. 148). Incluso, puede convertirse en una verdadera investigación filosófica en la que los niños generen un genuino compromiso con los asuntos que en verdad les interesan: la verdad, la justicia, el bien, la amistad, al amor, el miedo o la belleza.

Porque hay infancia (y nacimiento) la historia humana no puede ser continua, lineal, natural. Sin infancia (y experiencia) no hay historia humana, ni experiencia, ni lenguaje, ni humanidad. En este registro, la infancia ha dejado de ser una etapa cronológica y se ha vuelto una condición de posibilidad de la existencia humana (Pineda y Kohan, 2012, p. 314).

Por lo tanto, debemos valorar a la infancia como inicio, creación, interrupción, acontecimiento, intensidad y experiencia, así como la etapa ideal para alimentar y “promover potencias de vida infantil que den espacio a otros mundos infantiles” (Pineda y Kohan, 2012, p. 318).

c ¿Qué es la filosofía y por qué tiene que estar presente en la infancia?

Conviene abordar las siguientes cuestiones: ¿qué es la filosofía?, ¿cuál es su función?, ¿por qué sería importante aprovecharla en la infancia? Obviamente el desarrollo histórico es inmenso y la propuesta de este artículo no es enseñar sobre filósofos o contextos históricos determinados; se trata de una propuesta para despertar el interés del docente por practicarla dentro del aula generando dinámicas para que los niños desarrollen habilidades que los pongan en contacto con el conocimiento y el desarrollo del pensamiento crítico y reflexivo, sin importar su edad o ambiente social.

De acuerdo con Abbagnano (1993, p. 537), para Platón “la Filosofía es el uso del saber para ventaja del hombre”, porque es la ciencia en donde coinciden el saber y el hacer en función de la vida humana, y este saber se puede entender como posesión, adquisición o investigación para conformar una particular “visión del mundo” (es en este último punto en donde debemos valorar que el niño es un investigador nato y que la infancia es la etapa en donde el ser humano conforma su propia personalidad).

Además, la filosofía es un ejercicio de contemplación y esfuerzo por la transformación humana, que tiene como meta desarrollar saberes, virtudes y capacidades para el entendimiento con los otros. Así pues, la filosofía utópicamente podría ser un viaje hacia el logro de la felicidad, pero también es algo vivo, activo, despertador de los sentidos e iluminador de nuevas perspectivas en el ser humano. Es la herramienta metodológica ideal para generar y desarrollar los pensamientos acerca del mundo y del ser humano. Por lo tanto, el propósito de la filosofía es formarnos como personas que sepan cómo existir y coexistir con los otros, construyendo un camino hacia el progreso social y humanístico en todos los aspectos (económicos, políticos, culturales, educativos, religiosos, etc.): “La experiencia interhumana es también la experiencia a la que hace referencia Dewey para el ensayo de los resultados de la filosofía, esto es, de las propuestas que ella formula para la conducta inteligente en la vida” (Abbagnano, 1993, p. 555).

La filosofía es un modo intenso de entender y relacionarse con la realidad y con la experiencia, en tanto que la infancia como temporalidad debe considerarse como potencia, apertura, intensidad:

…plasticidad frente a la experiencia, un espíritu lúdico, alegre, travieso, capacidad de asombrarse, de preguntar sin cálculos, de gozar intensamente de las cosas, de olvidarse del tiempo, de arriesgar el pensamiento, etc. Ahora bien, si nos detenemos un poco y somos sinceros, parece que se trata de las mismas pérdidas que a los adultos nos van transformando en sujetos avejentados. Todo esto que los “viejos chicos” parecen haber perdido es lo que, para mí, constituye las condiciones de posibilidad para vincular la filosofía con la infancia, para hacer filosofía con niños, niñas, jóvenes y adultos, pues “los niños y niñas” son una cronología que puede faltar, pero es la “infancia” el acontecimiento que no puede estar ausente (Álvarez, 2015, p. 97).

De acuerdo con los autores en los que me he apoyado para el presente escrito, no se trata de enseñar historia de la filosofía, sino de hacer con la filosofía una experiencia “de carácter abismal, vertiginosa, donde el pensamiento se concibe a sí mismo en permanente apertura hacia lo indeterminado” (Álvarez, 2015, p. 98); que se enfrente a lo desconocido, a lo misterioso, a lo atractivo, a lo que ignoramos, para comprender el sentido de esos aspectos interesantes e inquietantes de la vida. Así pues, se trata de “[f]ormar un ser humano capaz de hacer su propia historia, autónomo, dispuesto y capaz de elaborar un proyecto propio de vida personal y social” (Pérez, 2015, p. 21). Una educación de calidad en la infancia debe incluir la formación de seres capaces de comprender su realidad y transformarla, para que en la edad adulta asuman la responsabilidad de diseñar y aplicar proyectos sociales, políticos, económicos y culturales por el bien de la comunidad.

c La filosofía como un derecho humano

La filosofía debe considerarse como liberación porque otorga el permiso para dudar, para preguntar, para expresar. Por lo tanto, a continuación, abordaremos su cualidad como un derecho humano necesario desde la infancia, ya que si adoptamos esta perspectiva, podemos afirmar que los niños son espontáneamente filósofos “por causa de su cuestionamiento existencial masivo y radical, para ellos filosofar es afrontar un interrogante como si fuera por primera vez” (UNESCO, 2011, p. 5).

Ahora bien, ¿habrá una edad específica para enseñar filosofía?, ¿hacerlo desde la infancia sería abusar de las expectativas hacia los niños? Debido a que es sumamente importante considerar la capacidad cognitiva del infante, el educador debe estar consciente de que dicha capacidad es más concreta que abstracta. Por ello, la propuesta es tratar de que la filosofía se adapte a los niños, pero también es abrir nuestros ojos a sus problemáticas y a las herramientas que ellos tienen para abordarlas. Tales problemáticas abarcan desde la llegada de un nuevo hermanito, el divorcio de sus padres, la muerte de uno de sus abuelos, un cambio de residencia, o situaciones más extremas como vivir hambre, pobreza, violencia, guerra, abuso, prostitución, esclavitud, etcétera. De hecho, el niño puede vivir problemáticas o angustias sin importar su género, condición económica, tipo de familia, religión, grupo étnico, etcétera.

La filosofía tiene una virtud terapéutica, como ya lo señalaron acertadamente los sabios de la Antigüedad, ya que “cuida del alma”. No se trata de sanar directamente –ésa es actualmente la tarea de la terapia y de los psicoterapeutas– sino de tener en cuenta el hecho de que el enfoque filosófico tiene efectos de apaciguamiento y de consolación, ya que ayuda a reflexionar sobre la actitud frente a la vida y la muerte, sobre la desgracia y las condiciones de la felicidad: con el aprendizaje del filosofar estamos, ante todo, en una situación de formación y no de cuidados, aunque ese aprendizaje también tiene una dimensión terapéutica. Otros piensan que ya que los niños hacen tantas preguntas, a veces angustiosas, es mejor responder a las mismas, dándoles un sentimiento de seguridad para afrontar los problemas de la existencia (UNESCO, 2011, p. 6).


La propuesta es tratar de que la filosofía se adapte a los niños, pero también es abrir nuestros ojos
a sus problemáticas y a las herramientas que ellos tienen para abordarlas



Además, es importante considerar la posibilidad de que los niños se conforten colectivamente, comprendan esos sentimientos y salgan de su soledad existencial filosofando en grupo. Así, la práctica de la filosofía puede ser una liberación del sufrimiento en forma dialógica y al mismo tiempo un aprendizaje.

De hecho, la afirmación de que la filosofía constituye una herramienta para ejercer los derechos del niño parte de considerar su práctica en relación con la libertad de expresión y de pensamiento, como un apoyo incluso emocional en las sociedades contemporáneas.

Hay que referirse, en primer lugar, a la Convención sobre los Derechos del Niño adoptada en 1989, que garantiza, entre otros, el derecho a expresar su opinión libremente (artículo 12), la libertad de expresión (artículo 13) y la libertad de pensamiento (artículo 14). El texto de la convención reviste un aspecto, a la vez filosófico y político, decididamente innovador, al proponer una concepción del niño según la cual éste debe ser protegido, beneficiarse de acciones específicas y ser considerado como actor de su propia existencia (UNESCO, 2011, p. 3).

Es en este punto en donde de nuevo regresamos al propósito de la filosofía como un detonante para la acción, que enriquece al espíritu humano. De acuerdo con la UNESCO (2011, p. XI), la filosofía, más allá de un saber, se trata de un “saber ser”, de un ejercicio de razonamiento, de comprensión, y no de meras opiniones. Por lo tanto, la filosofía es realmente una actitud pedagógica para la construcción del espíritu que, además, puede desarrollar las competencias para cuestionar, conceptualizar, razonar, comprender, criticar, transformar, dialogar e investigar científicamente: “Cuando tomamos de la mano a la infancia para ponerla frente a frente con su propio pensamiento, ocurre el más inefable de los fenómenos como es el reconocimiento a su capacidad de razonar” (Sánchez, 2015, p. 49).

Por lo anteriormente expuesto, las políticas para lograr una educación de calidad deben incluir y abrir la filosofía al mundo, a las personas, promoviendo su práctica desde la infancia para ayudar a que los niños desarrollen estrategias para enfrentar los desafíos que se les presenten; para formar espíritus libres, conscientes, reflexivos, responsables y autónomos; para eliminar o al menos reducir el fanatismo, la intolerancia y la exclusión.

Sabemos bien que filosofar es un ejercicio que requiere tiempo, pero la propuesta es que cada aula construya una comunidad de investigación filosófica aprovechando las experiencias y los conocimientos previos de sus integrantes. Entonces, la propuesta es vencer la marginación de la filosofía en los currículos educativos para poder detonar “la educación de un ser que todavía no es un hombre pero que va a serlo” (UNESCO, 2011, p. 3).

A continuación, presento los desafíos planteados por la UNESCO (2011, pp. 15-16) con respecto a la práctica de la filosofía con niños:

  • Pensar por uno mismo. Consiste en la práctica de la reflexión y de la crítica, en la búsqueda de la resolución de problemas desde una postura científica.

  • Educar para una ciudadanía reflexiva. Implica el derecho a la expresión de ideas personales, porque no hay democracia si no existe la apertura al debate. Esto podría ser el detonante para garantizar la libertad de pensamiento del niño, germen del futuro ciudadano.

  • Contribuir al desarrollo del niño. Supone que el infante construye su propia personalidad, crece y aprende a hacerse escuchar por los demás.

  • Facilitar la maestría de la lengua, de la expresión oral y del debate como género. Constituye una herramienta para el pensamiento y se desarrolla mediante interacciones sociales e intelectuales verbales.

  • Conceptualizar el acto de filosofar. O sea, practicar la reflexión.

  • Elaborar una didáctica adaptada de la filosofía. Como “no se puede concebir la enseñanza de la filosofía para niños recurriendo a cursos magistrales […], [es preciso] intentar enseñarles a filosofar y despertar su reflexión sobre la relación que tienen con el mundo, con los demás y consigo mismos” (UNESCO, 2011, p. 16).

c ¿Qué ha dicho la historia acerca de la filosofía en la infancia?

Todo tiene un sentido y una causa, pero para profundizar se debe indagar sobre los motivos de cada interpretación que damos a las situaciones de la vida. A lo largo de la historia, el ser humano ha tratado de entender al mundo. El esfuerzo se ha dirigido a tratar de comprendernos a nosotros mismos en lo que somos y podemos ser, con la complejidad que supone la existencia de una gran pluralidad de interpretaciones. En nuestro caso, lo importante es reconocer que cada niño puede tener las capacidades para defender sus propias teorías, pero los diversos pensadores han ido conformando una peculiar manera de considerar a la infancia desde el punto de vista de la formación intelectual. En este marco, es importante reconocer a la infancia como forma inicial de subjetividad, pues “no pretendemos agotar los modos de una relación sino, simplemente, presentar algunas formas inspiradoras para pensar la infancia, la filosofía y dos formas básicas de reunión entre ellas: una filosofía para la infancia; pero, también, una infancia para la filosofía” (Pineda y Kohan, 2012, p. 293).

La idea de Platón, el gran filósofo clásico griego (siglo IV a. C.), fue la de educar a los mejores para politizarlos y que pudieran gobernar conformando una polis más bella y justa, como una estrategia para la utopía política (Pineda y Kohan, 2012, p. 298); obviamente se trataba de una postura de iniciación filosófica clasista y sumamente elitista. En Aristóteles encontramos un enfoque un poco más flexible: “La posibilidad frente a la realidad; la potencia frente al acto, diríamos con Aristóteles. Un niño es, antes que nada, un potencial miembro de la polis” (Pineda y Kohan, 2012, p. 297). De acuerdo con dicho pensador, al ser humano se le debe educar en las edades más tempranas, pero buscando su docilidad, ya que el niño debe ser maleable. Como resulta evidente, en aquella época se estaba lejos de otorgarle a la infancia permiso para la espontaneidad y la autonomía de pensamiento.

Mucho tiempo después, en el siglo XVI, encontramos en Montaigne, la novedad de que el juego puede despertar el interés y la autonomía en los niños, lo cual “[p]resupone una visión del niño como alguien curioso, capaz de apreciar el mundo y discernir por sí mismo lo correcto y lo errado, capaz incluso de gobernarse a sí mismo. En la visión de Montaigne, el principio más importante de la educación es el respeto a la inteligencia y dignidad del niño, a tal punto que nada debería serle impuesto sin que antes lo examine y acepte” (Pineda y Kohan, 2012, p. 298).

Para Montaigne la filosofía debería ser la principal disciplina en la educación, desde la primera edad, en la medida en que ella forma su inteligencia y sus costumbres, y fortalece su capacidad de juzgar y valorar. Considera equívoca la presentación de la filosofía como algo inaccesible a los más jóvenes (Pineda y Kohan, 2013, p. 298).

De hecho, la filosofía es el único saber que puede enseñar a vivir.

Ya en el siglo XX, filósofos como Jaspers, “invitan a reconocer en las preguntas de los niños un importante germen del auténtico filosofar” (Pineda y Kohan, 2012, p. 299). Cerrando este ciclo, para Matthews, “las diferencias entre niños y adultos son en este respecto insignificantes y los niños no están tan lejos de su racionalidad. En otras palabras, por su modo de ejercer la racionalidad, los niños merecen ser integrados en el universo de los filósofos –y en otros campos como la literatura y el arte–” (Pineda y Kohan, 2012, p. 299).

Así pues, llegamos al punto en que se valora a la filosofía como la metodología para el mejor conocimiento de nosotros mismos y el desarrollo de las diversas habilidades cognitivas y sociales desde la infancia. Como resulta evidente, filosofar no es tarea fácil porque interviene también el esfuerzo para indagar y cuestionar críticamente todo pensamiento que se nos presenta, con las inherentes consecuencias de decir y hacer lo que pensamos. Sin embargo, el reto con el niño es “hacerlo responsable de su propio proceso formativo y considerarlo como un interlocutor intelectual competente” (Pineda y Kohan, 2012, p. 302), procurando su desarrollo intelectual, social, afectivo y moral. En concreto, se trata de descubrir significados en la experiencia filosófica, en el desarrollo de la personalidad y en la formación de un ser democrático y colectivo.

A propósito de lo anteriormente expuesto, Lipman parte del siguiente supuesto:

…los niños son capaces de hacerse preguntas pertinentes, de construir argumentos coherentes, de dar razones de su actuar, de cuestionar su uso del lenguaje; en una palabra, de reflexionar sobre su vida cotidiana a la luz de los hábitos cognitivos y sociales que se forman en los individuos que entran en contacto con los problemas y métodos de la reflexión filosófica (Pineda y Kohan, 2012, p. 303).

Entonces, la principal tarea consistiría en promover una nueva relación y un nuevo lugar de la filosofía con los niños, por ejemplo: “¿por qué, en vez de decirles que el mundo es como nosotros hemos aprendido que es, no permitirles que inventen un mundo con sus propios ojos y ayudarles, más bien, a que observen lo que no parecen (ni parecemos) observar?” (Pineda y Kohan, 2012, p. 313). Los fundamentos filosóficos son importantes para que exista una educación consciente, por ello tienen que estar dentro de las prácticas educativas, porque la filosofía practicada desde la infancia tiene la posibilidad de constituirse como un medio valioso para la conformación de sociedades más justas y tolerantes.

La realidad hoy exige que sea desde la Filosofía donde comience el pensamiento educativo, porque ella es el sustento que reflexiona toda la existencia humana dándole sentido y perspectiva a la formación de las nuevas generaciones en el ámbito de un proceso educativo crítico, reflexivo y creativo (Pérez, 2015, p. 22).

Sin fundamentos filosóficos, no puede existir educación, porque el pensamiento sustenta a la práctica educativa y la orienta hacia la formación de un ser humano y de una sociedad que pueda responder a las actuales circunstancias socioculturales de un mundo a veces caótico, a causa y como efecto de la globalización, a fin de encaminarlo hacia la plena realización de lo humano (Pérez, 2015, p. 22).

c ¿Cuáles serían los retos del docente que hace filosofar a sus alumnos?

La propuesta va encaminada a aprender filosofía mediante la expresión oral y no sólo leyendo; los retos del docente son despertar en sus alumnos la sensibilidad, la imaginación, la curiosidad y el deseo de saber. Pérez (2015, p. 30) menciona las siguientes habilidades que puede desarrollar la práctica de la filosofía en los niños: intelectuales, comunicativas, de razonamiento abstracto, de pensamiento estratégico y de pensamiento sistémico.

Además, el docente tiene que estar consciente de que el hecho de responder por los alumnos equivale a impedirles que ellos construyan las respuestas, razonen y, por ende, piensen por sí mismos. El docente debe acompañar y proveer las herramientas para la comprensión, pero no responder por los alumnos.

La finalidad sería lograr que los alumnos comprendan la filosofía mediante el aprovechamiento de métodos activos de educación, o sea, se trata de hacer filosofía.

El docente que se aventura a enseñar a hacer filosofía debe considerar que a dialogar se aprende dialogando, a investigar se aprende investigando, a razonar se aprende razonando, y confiar plenamente en las capacidades de la infancia. Esta práctica se debe abordar como una didáctica del aprendizaje del filosofar y no como una enseñanza de la filosofía, ya que el objetivo no es formar filósofos, sino aprovechar las posibilidades que brinda la curiosidad y el asombro naturales del niño, “y sus interrogaciones existenciales y metafísicas sobre los orígenes, el mundo, Dios, la amistad y el amor, el sentido de crecer, envejecer y morir, por ejemplo. ¿Acaso el niño es ya un poco, mucho o nada filósofo?” (UNESCO, 2011, p. 6).

Platón se refirió a la filosofía como “diálogo del alma consigo misma” (UNESCO, 2011, p. 10), lo que la caracteriza como un reto enorme que requiere la implementación de estrategias funcionales desde la formación de los docentes, ya que, hacer que los propios niños respondan, lograr que interactúen, gestionar la construcción entre iguales, preguntar más que responder, abrir el debate, detonar la curiosidad e incitar a que se pregunte, no son tareas fáciles; de hecho, el niño siempre será disperso cuando algo no le interesa. Conducir una discusión y encontrar los intereses de los chicos no es sencillo. Se trata, además, de un proceso de coconstrucción, en donde el docente no debe imponer sus ideas al alumno, sino guiarse por “la modestia respecto a la posesión de la Verdad, ya que debe presentarse en situación de búsqueda ante los enigmas de la condición humana e interesado en saber cuáles son las respuestas de los alumnos” (UNESCO, 2011, p. 12).

El docente que practica la filosofía sólo modera, reserva sus intervenciones, no presiona ni sustituye los pensamientos de los alumnos; mantiene sobre todo la ética comunicacional. Además, no se supone que el docente solamente aprenda filosofía, también debe aprender a filosofar y ser un innovador de la práctica docente.

Se trata de desarrollar desde la escuela, comunidades de investigación o de indagación, basadas en el diálogo filosófico, a los fines de contribuir a abrir una conciencia crítica y una visión de respeto de nosotros y nosotras mismas para un bienestar futuro de nuestra propia cultura. Entonces, el pensamiento crítico y creativo debe estar orientado a la idea de la revalorización social (Sánchez, 2015, p. 53).

Así pues, en esta propuesta, no se trata de enseñarles doctrinas filosóficas a los pequeños, sino de enseñarles a filosofar, a cuestionar y a responderse a sí mismos en medio de una dinámica de grupo bien diseñada, aplicada y evaluada. Se trata de crear y otorgar un espacio público de expresión y discusión democrática que tenga desarrollo, reglas, orden y respeto. Se trata de conseguir la creación del espíritu filosófico y del espíritu de investigación en los niños; por lo tanto, se requieren principios de la Escuela Nueva y del constructivismo. Por último, en este aspecto, se requiere que el docente también esté dispuesto a reaprender, innovar, experimentar y autoevaluarse.


Los retos del docente son despertar en sus alumnos la sensibilidad, la imaginación, la curiosidad y
el deseo de saber

c Algunas propuestas para filosofar en el aula

A continuación, presento algunas ideas que pueden incentivar la práctica filosófica en la educación básica, y que el docente tendrá que adaptar de acuerdo con las edades, el contexto y los intereses de los niños de su grupo:

  • Preguntar sobre cuestiones inherentes a la vida como, por ejemplo: qué es el amor, cuál es el origen de la vida, qué es la muerte, el miedo, la felicidad, la amistad, el enojo… Una cuestión a la vez. Escuchar atentamente las respuestas de los niños y mantener el diálogo basado en el respeto mutuo.

  • Si el tiempo lo permite, salir del aula, relajarse y observar las nubes, buscarles formas y expresarlas verbalmente.

  • Plantear el problema de que un niño se siente muy triste porque se le perdió su gatito y, en equipos o de forma grupal, realizar una lluvia de ideas con propuestas para hacerlo feliz.

  • Producir sombras con las manos o proyectar en la pared la sombra de objetos con ayuda de una lámpara, jugar a adivinar de qué objetos se trata, e identificar las diferencias entre las sombras y los detalles reales.

  • Debatir sobre qué es la libertad y qué necesito yo para ser libre.

  • Hacer una lista de todos los sentimientos que han experimentado a lo largo de su vida y compartir las situaciones que los han generado; luego, buscar con quiénes de sus compañeros se identifican.

  • Estimular el conocer con los sentidos: tocando diferentes texturas, oliendo diferentes olores, degustando diferentes sabores, escuchando diferentes sonidos, observando diferentes colores y sus tonalidades.

  • Investigar sobre dioses o semidioses de la mitología griega, y que cada niño elija el que más le llame la atención. Con material de reciclado construir una marioneta y hacer una presentación dramatizada de los dioses o semidioses elegidos en donde se comparta con el grupo lo investigado.

  • Por equipos, crear un invento divertido para la escuela, por ejemplo: una máquina de hacer cosquillas en los recreos, un lápiz mágico que escribe en el pizarrón guiándolo con la mente, una pelota voladora para educación física, una bocina de chistes en la entrada de la escuela, etcétera.

  • Escribir una autodescripción, esforzándose por conocerse a sí mismos tanto física como interiormente.

  • Dibujarse como superhéroes y elegir un superpoder que debe ser un valor con el que se identifiquen. Cada niño expondrá a los demás sobre el valor que haya elegido.

  • En equipos, crear un decálogo para la libertad en la infancia.

  • Escribir qué es un adulto y compartir entre todos qué tipo de adulto les gustaría ser cada uno.

  • Investigar y leer cuentos que contengan elementos considerados filosóficos.

  • Proponer enfoques filosóficos sobre nociones como el tiempo, el espacio y otros temas.

  • Analizar y reflexionar sobre mitos filosóficos como los de Platón; para la reflexión, se puede también acudir a las fábulas.

  • Tener una caja anónima de preguntas que susciten intercambio de ideas. Cuando al alumno le despierte curiosidad determinado aspecto de la vida, puede formular una pregunta por escrito y depositarla en dicha caja. Planear una hora a la semana para conocer y responder las preguntas en forma grupal.

  • Plantear problemas morales, donde haya que jerarquizar valores, y formular preguntas o cuestionamientos. Por ejemplo: “Si una mujer roba pan para llevárselo a su hijo que tiene hambre, ¿debe ser condenada?”.

  • Guiar un debate de media hora, sobre los elementos necesarios para convivir juntos como ciudadanos. Esto podría ser una oportunidad para fusionar la filosofía moral con la filosofía política.

  • Reflexionar desde diversos ángulos sobre algún planteamiento que implique disyuntivas morales, por ejemplo: “¿Se puede pasar cuando el semáforo está rojo? puede entenderse materialmente (basta con pasar, es técnicamente posible), jurídicamente (lo prohíbe el código del tráfico) o éticamente (moralmente deseable para llevar al hospital a alguien en peligro de muerte) se trata de un referente esencial para la escucha filosófica de una pregunta” (UNESCO, 2011, p. 34).

  • Se piensa en un tema, por ejemplo, crecer. Los niños se colocan en círculo y el profesor les ofrece una varita mágica para despertar el deseo de expresar su opinión sobre el tema durante diez minutos. El profesor sólo permanece en silencio y escucha.

  • Para estimular el aprendizaje del filosofar, es posible organizar ejercicios como los siguientes:

    -

    1. ejercicios de problematización, que nos conducen a interrogar nuestras opiniones, a identificar sus fundamentos y a examinar sus consecuencias (por ejemplo, preguntarse si el hecho de que el hombre es bueno implica que hay una naturaleza humana); 2. ejercicios de conceptualización (por ejemplo, ¿cuáles son las distinciones conceptuales que cabe hacer entre las nociones de compañero, amigo y amante?); 3. ejercicios de argumentación: explicar por qué afirmamos lo que acabamos de expresar (validar el discurso de manera racional) y por qué no se está de acuerdo con una determinada idea (formular una objeción racional). Para conceptualizar o argumentar, los niños empiezan siempre con ejemplos o evocando su vida cotidiana, puesto que es su manera de establecer un vínculo entre una noción o una cuestión abstracta y su propia experiencia vivida. Es un punto de arraigo necesario para iniciar la reflexión, pero hay que ayudarles a sobrellevarlo para poder avanzar en el proceso de abstracción y de generalización (UNESCO, 2011, p. 19).

c Conclusiones

La propuesta anteriormente expuesta representa un esfuerzo por reeducar al ser humano en la diversidad de pensamientos, haciendo frente a la cultura del consumismo y de lo efímero característica de sociedades urbanas en donde los niños nacen en contextos de dominio tecnológico (con sus respectivos videojuegos, series televisivas y cine comercial que bien pueden saturar los sentidos). Sin embargo, no hay que descartar que esta propuesta de jugar con la filosofía podría tener un efecto más fluido en comunidades rurales.

Se trata de llevar la filosofía a la práctica por medio del despertar de la mente activa a través del diálogo colectivo de saberes infantiles, en donde se interioricen y rescaten los valores, ideales y sensibilidades humanos. Se trata, al mismo tiempo, de generar espacios para el rechazo de la violencia, de la injusticia, de la guerra y del mundo banal de la apariencia.

El propósito es trazar para los niños un camino hacia el entendimiento humano, ya que conceptos como los de libertad, respeto, convivencia, comprensión y empatía se pueden ir esfumando conforme vamos creciendo. Para ello es preciso generar la confianza de que el ser humano tiene potencialidad filosófica desde la infancia, y que urgen políticas y acciones pedagógicas que la incentiven como medios para la innovación y la transformación de los sistemas educativos, ya que tener una buena calidad de vida abarca también la libertad para la expresión del pensamiento.

El objetivo es formar seres humanos con la capacidad de reflexionar, construir ideas, crear proyectos de vida, ejercer su libertad para preguntar y elaborar respuestas, y defender su derecho a equivocarse y a asombrarse del mundo, a vivir plenamente su propia existencia con todo lo que les rodea y con todo lo que resguardan en su interior, a manera de exploración interactiva con los otros y con su mundo inmediato.

Cada niño es diferente: tiene sus propias potencialidades, sus propias ideas y percepciones respecto al mundo. Sus sueños, creaciones, errores, asombros, miedos y pasiones lo apoyarán para conformar su propio estilo de crecer y ser en el mundo. Así pues, una filosofía activa puede llegar a ser una genuina aventura, llena de interesantes descubrimientos, de conocimientos sobre las cosas realmente importantes de la vida, que genere beneficios tanto en términos individuales como sociales.


El objetivo de la propuesta es trazar para los niños un camino hacia el entendimiento humano, ya
que algunos conceptos como la libertad, el respeto o la empatía se pueden ir esfumando conforme vamos creciendo

c Referencias

Abbagnano, Nicola (1993). Diccionario de Filosofía. Fondo de Cultura Económica.

Álvarez, Juan Pablo (2015). La infancia a destiempo. Hacer filosofía con niños y niñas. Entre educación y filosofía, pp. 91-100. Juan Estanislao Pérez, Juan Pablo Álvarez y Claudia Guerra Araya, editores.

Andrade, Sergio (2015). Filosofar con niños. Un proyecto para habitar e inquietar el pensamiento. Hacer filosofía con niños y niñas. Entre educación y filosofía, pp. 137-150. Juan Estanislao Pérez, Juan Pablo Álvarez y Claudia Guerra Araya, editores

Pérez, Juan Estanislao (2015). Educación y filosofía con niños y niñas. Hacer filosofía con niños y niñas. Entre educación y filosofía, pp. 17-40. Juan Estanislao Pérez, Juan Pablo Álvarez y Claudia Guerra Araya, editores.

Pineda, Diego, y Kohan, Walter (2012). Filosofía e infancia. Filosofía de la educación, pp. 293-320. Edición de Guillermo Hoyos. Editorial Trotta, Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Sánchez, Beatriz (2015). La razonabilidad. Un despertar desde la infancia. Hacer filosofía con niños y niñas. Entre educación y filosofía, pp. 41-57. Juan Estanislao Pérez, Juan Pablo Álvarez y Claudia Guerra Araya, editores.

UNESCO (2011). La filosofía una escuela de la libertad. Enseñanza de la filosofía y aprendizaje del filosofar: la situación actual y las perspectivas para el futuro. Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura y Universidad Autónoma Metropolitana.

Notas

* Licenciada en Pedagogía y en Literatura Dramática y Teatro por la UNAM. Docente en la Universidad Tecnológica de México y autora del libro Juegos y cuentos tradicionales para hacer teatro con niños (México, Editorial Pax, 2005).

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CORREO del MAESTRO • núm. 302 • Julio 2021