Los héroes que nos dieron patria
JUAN ÁLVAREZ:
EL CACIQUE DEL SUR

Andrés Ortiz Garay[*]



Al igual que Nicolás Bravo –abordado en la anterior entrega de esta serie–, Juan Álvarez fue un caudillo insurgente originario de Guerrero que se convirtió en dirigente político-militar de primer orden en el México independiente. Ambos buscaron imponer su preeminencia en su región natal abanderando posturas políticas antagónicas, y ambos enfrentaron la invasión estadounidense, pero Álvarez, más longevo, alcanzó a ver el triunfo del republicanismo liberal.




c Los héroes que nos dieron patria. Juan Álvarez: el cacique del Sur

Juan Nepomuceno Álvarez Hurtado nació en Santa María de la Concepción, perteneciente a la cabecera de Atoyac, en la intendencia de México, el 27 de enero de 1790. Era mestizo, hijo de un español de Galicia que hizo fortuna como propietario de tierras en la región de Costa Grande de lo que hoy es el estado de Guerrero[1] y de una mujer indígena de quien no hay recuerdo. Poco se sabe certeramente de su niñez y adolescencia: realizó estudios elementales en la Ciudad de México, pero al volver a su tierra natal tras la muerte de su padre –todavía como menor de edad– quedó bajo el tutelaje de un funcionario español que lo obligó a trabajar cuidando ganado y lo despojó de gran parte de su herencia. Posiblemente esto provocó en el joven Juan un hondo resentimiento contra los gachupines, pero al mismo tiempo lo llevó a compartir los ámbitos económicos, políticos y culturales de los aparceros de origen afroamericano, el sector de población más numeroso en Costa Grande. A la integración de Álvarez en aquel mundo mulato[2] contribuyó mucho su asociación con Isidro Montes de Oca, aparcero analfabeto del que tampoco se conoce mucho, pero que con frecuencia es mencionado como su compañero de armas.

Tal vez acicateado por un afán de desquite, se unió a las fuerzas acaudilladas por José María Morelos que pretendían apoderarse del puerto de Acapulco. Allí condujo un fallido asalto al fuerte de San Diego y herido en ambas piernas logró salvarse porque Diego Salas, antiguo compañero de juegos y peón en la hacienda de su padre, desafió el fuego enemigo y lo cargó de vuelta hasta sus líneas.[3] La anécdota es significativa porque es el primer ejemplo de la lealtad que Álvarez suscitaba en sus seguidores.

Varias biografías mencionan su desempeño militar en las costas y serranías del Sur, unas como subordinado de Hermenegildo Galeana y otras bajo el mando de los hermanos Bravo; a fines de 1812 fue ascendido a coronel del regimiento de Guadalupe (Bushnell, 2019, p. 21). Según Peter Guardino (1996), Álvarez y Montes de Oca comenzaron a figurar como líderes importantes del movimiento insurgente a partir de 1818; sin embargo, resulta indudable su participación en la irreductible lucha que Vicente Guerrero acaudilló hasta el logro de la independencia en 1821.[4] En todo caso, se sabe con más certeza que una vez promulgado el Plan de Iguala, el alto mando del Ejército Trigarante aprovechó la persistencia de Álvarez y sus batallones de “pintos”[5] e indios a fin de concretar el objetivo que el cura Hidalgo había encomendado al cura Morelos once años antes: apoderarse del puerto de Acapulco. Nombrado comandante militar de la región, Álvarez sería desde entonces, en competencia con Nicolás Bravo, el gran cacique del Sur.








Dos semanas después de la proclamación de la Independencia (1821), Juan Álvarez, antiguo sargento de la escolta de José María
Morelos, obtuvo la rendición de la guarnición española del fuerte de San Diego haciendo así realidad el anhelado objetivo del
“Generalísimo” insurgente: tomar el puerto de Acapulco / En las fotos, vistas actuales del fuerte


c El contexto regional

La época colonial de México estuvo salpicada por múltiples revueltas campesinas. Con algunas excepciones,[6] la mayoría fueron espontáneas, tuvieron un alcance local, buscaban revertir algunas exacciones económicas (como impuestos inacostumbrados) o los abusos de determinados agentes del gobierno virreinal, y sus niveles de violencia eran relativamente bajos; en consecuencia, la respuesta gubernamental era negociar, castigar a los líderes destacados y remover a los oficiales que habían provocado las tensiones. Pero al compás de la insurrección desatada en 1810, se convirtieron en rebeliones de mucho mayor escala a las que se sumó gente que no era estrictamente campesina (sacerdotes, milicianos, rancheros, arrieros y hasta terratenientes y hacendados). A través de esta conjunción, los reclamos de la base campesina se fueron amalgamando con reivindicaciones que iban más allá del ámbito local y de alguna manera se ligaron a los manifiestos programáticos de líderes regionales o suprarregionales.

En el Sur, la insurgencia de Morelos y sus sucesores encontró una firme base de apoyo entre los mulatos y otras castas gracias a la abolición de la esclavitud, condición que pesaba sobre muchos descendientes de africanos; además, gran parte de la población indígena también respondió al llamado insurgente porque generalmente reducía impuestos y alcabalas. Según Guardino, no se han encontrado documentos que demuestren la participación de las autoridades insurgentes en la solución de conflictos por la tierra entre comunidades campesinas y haciendas; pero dado que varias zonas del Sur se mantuvieron en poder de la insurgencia de 1811 a 1821, es plausible pensar que los líderes independentistas practicaban medidas consideradas favorables para los intereses del campesinado indígena y afroamericano, pues de otra manera no se puede explicar por qué éste constituyó la base social que los apoyó durante once años de guerra. Asimismo, tal apoyo encontró continuidad en los conflictos internos e internacionales que seguirían a la consumación de la Independencia.

Otro asunto por considerar es que, al renovarse la vigencia de la Constitución de Cádiz, se constituyeron municipios en zonas de Nueva España que contaban con más de mil habitantes. Entre julio de 1820 y enero de 1821, se crearon 71 municipios en el Sur, en muchos de los cuales, se abolieron los impuestos especiales y las levas que aplicaban los realistas. Los municipios sureños alteraron la antigua organización de las repúblicas de indios, no sólo porque generalmente aquéllos eran más grandes que éstas (un municipio abarcaba varias comunidades indígenas), sino porque el poder público se abrió a personas que no eran estrictamente miembros de esas repúblicas y que adquirieron así derechos políticos y de usufructo sobre los recursos económicos de las comunidades al ocupar puestos de mando en la estructura municipal.

c Cacique del Sur

Dámaso y Efrén Ubaldo Parra, La batalla de Texca, 1958, pintura al óleo que
retrata al general Juan Álvarez Hurtado en la batalla de Texca (1830)

La actuación político-militar de Juan Álvarez ha sido juzgada desde varios puntos de vista, que abarcan desde el líder interesado en el bienestar del pueblo hasta el férreo cacique que mantuvo bajo su control una amplia zona de influencia. En esta ambivalente valoración, unos historiadores (tanto sus contemporáneos como otros posteriores) lo consideran perpetuo enemigo de los tiranos centralistas y defensor de las libertades públicas, mientras que otros opinan que para sus fines personales no vacilaba en provocar alzamientos y amenazar constantemente con la guerra de castas generalizada. Llamado por sus partidarios Tata Juan, sus detractores le endilgaron epítetos peyorativos y racistas que hacían escarnio no sólo de él, sino también de los indígenas y afroamericanos que le seguían; le llamaron Tigre de Mexcala, Hiena del Sur, Pantera de Acapulco, Leopardo de Guerrero y afirmaban que sus seguidores eran “pintos asquerosos” e “indios pobres diablos”. Antonio López de Santa Anna, encumbrado no sólo como cacique regional sino como cacique de nivel nacional, dejó una desdeñosa descripción de nuestro personaje, que finaliza separándolo de la raza en la que pretende incluirse el dictador supremo:

Semejante Álvarez al orangután por su ruda y vellosa piel […]; al búho en su habitud melancólica y amor a las tinieblas; al buitre en su rapacidad insaciable; al gato doméstico, en su ingratitud, disimulo y cobardía; al tigre en su inextinguible sed de sangre; a la pantera, en suma, por el odio constante contra nuestra raza (citado en Barreto, 2018, p. 37, nota 10).

De seguro, estas calificaciones despectivas se debían, más que al personaje en sí, a su actuación como dirigente político del campesinado del Sur. Lorenzo de Zavala, mucho mejor historiador que Santa Anna, legó a la posteridad una descripción diferente:

Pocos hombres han reunido en tanto grado el valor y la perseverancia […] Álvarez es un hombre astuto, reflexivo y capaz de dirigir masas de hombres organizadas. Cuando una vez ha emprendido sostener la causa que abraza, puede contarse con su constancia y firmeza. Su aspecto es serio, su marcha pausada, su discurso frío y desaliñado. Pero se descubre siempre bajo aquel exterior lánguido un alma de hierro y una penetración poco común (1845, p. 104).

Juan Álvarez adquirió en 1836 la hacienda La Providencia, donde estableció su refugio personal, y allí murió el 21 de agosto de 1867 de muerte natural a los 77 años. Esta estatua del general Álvarez se levanta junto a las ruinas de la hacienda, cercanas al kilómetro 42 de la vieja carretera federal México-Acapulco.

Mi utilización de la palabra cacique no supone la reprobación que tal término conlleva en la actualidad, porque la relación de Juan Álvarez con el pueblo del Sur tuvo matices que abarcan diferentes y variados niveles de actuación histórica. El hecho de que le llamaran Tata Juan las comunidades campesinas o Pantera del Sur sus rivales políticos, nos habla de su tránsito a través de múltiples escenarios que lo mismo pueden decantarse por destacar su papel de líder del campesinado en lucha y campeón de la consolidación del liberalismo y de la independencia nacional, que enfocarlo como un oportunista que manejaba bajo un férreo poder militarista y para su propio provecho las contradicciones entre el pueblo y el estado, entre la región y la nación. Quizá no esté de más apuntar aquí que Tata Juan apadrinó la carrera de Ignacio Manuel Altamirano, quien desde su lengua vernácula pasó a ser una de las mayores glorias de la literatura mexicana en idioma español.



Un dibujo en la escuela primaria de La Providencia reproduce una famosa frase atribuida a Juan Álvarez cuando renunció a su corto mandato presidencial (4 de octubre-11 de diciembre de 1855)


c Campeón del liberalismo

El desempeño de Álvarez durante la guerra México-Estados Unidos (1846-1848) se inscribe también en la polémica. Ha sido acusado de simpatizar con la intervención o de que, por lo menos, contuvo la movilización del campesinado en Guerrero, Morelos y Puebla para evitar amenazas contra los hacendados. Sin embargo, miles de jinetes de la caballería suriana estuvieron presentes en las batallas de Molino del Rey y Chapultepec. Los defensores de Álvarez sostienen que la insubordinación de algunos oficiales negados a acatar las órdenes de “un indio” y sobre todo la errática conducción del comandante supremo –Santa Anna, tal vez el verdadero simpatizante con la intervención extranjera– fueron los factores determinantes para anular la posibilidad de que Álvarez y sus tropas jugaran un papel decisivo.

Juan Álvarez encabezó la revolución de Ayutla, en 1854 / Luis Arenal, Cien años
de historia del estado de Guerrero
(detalle), 1952, pintura mural ubicada en el ala norte del patio interior del Museo Regional de Guerrero, en ese entonces Palacio
de Gobierno

Juan Álvarez es quizá más recordado como dirigente principal, junto a Ignacio Comonfort, de la revolución de Ayutla, que en poco más de un año (febrero 1854-septiembre 1855) puso punto final a la dictadura de Santa Anna. La entrada de los contingentes pintos e indígenas en Cuernavaca, el 1 de octubre de 1855, se asemeja a lo sucedido seis décadas después (noviembre de 1914), cuando las tropas zapatistas vistiendo calzón de manta y en huaraches ocuparon la capital del país. A sus 65 años, el general Álvarez fue nombrado presidente provisional de la República. Aunque sólo ejerció efectivamente tal cargo durante un par de meses, tuvo el mérito de abrir paso a la nueva generación de políticos liberales, pues en su gabinete incluyó a Ignacio Comonfort (ministro de Guerra), Melchor Ocampo (Relaciones), Ponciano Arriaga (Gobernación), Benito Juárez (Justicia) y Guillermo Prieto (Hacienda). La promulgación de la primera de las leyes de Reforma (la llamada Ley Juárez) y la convocatoria para instaurar el congreso que daría vida a la Constitución de 1857 fueron logros fundamentales del breve periodo presidencial de Álvarez.

Sepulcro de Juan Nepomuceno Álvarez Hurtado en la Rotonda de las Personas Ilustres (Ciudad de México)

Indiscutiblemente protagónica durante el primer medio siglo de vida de la nación mexicana, la actuación histórica de Álvarez debe valorarse evitando los extremos de una satanización (cacique egocéntrico y manipulador) o una santificación (defensor a ultranza del campesinado y el liberalismo) que relegan lo esencial: la intrínseca –aunque sumamente multifacética y a veces difusa– vinculación de las demandas del campesinado mestizo, indígena o afroamericano con los proyectos revolucionarios de dimensión nacional. Y si no fuera por otra cosa, Juan Álvarez merece un ¡viva! en nuestras celebraciones septembrinas porque luchó por una patria independiente no unos cuantos meses como Hidalgo y Allende, sino durante muchas décadas, y a diferencia de ellos tuvo la suficiente habilidad para no ser tomado prisionero ni morir fusilado, sino de viejo y en su cama, dos meses después de la ejecución de Maximiliano, Miramón y Mejía en el cerro de las Campanas.




c Referencias

Barreto, Carlos (2018). ¿Tata Juan o Pantera del Sur? Presencia del general Juan Álvarez en la región de Morelos, 1828-1860. Historia de Morelos. Tomo VI, Creación del estado, leyvismo y porfiriato (pp. 35-53). Horacio Crespo (coord.). Universidad Autónoma del Estado de Morelos. http://libros.uaem.mx/archivos/epub/historia-morelos/historia-morelos-6.pdf Ir al sitio

Bushnell, Clyde Gilbert (2019). La carrera política y militar de Juan Álvarez. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas. http://ru.juridicas.unam.mx/xmlui/handle/123456789/12022 Ir al sitio

Guardino, Peter F. (1996). Peasants, Politics, and the Formation of Mexico’s National State. Stanford University Press. https://archive.org/details/peasantspolitics0000guar/page/n5/mode/2up?view=theater [Hay traducción al español: Campesinos y política en la formación del Estado nacional en México: Guerrero, 1800-1857, H. Congreso del Estado de Guerrero, Instituto de Estudios Parlamentarios Eduardo Neri, 2001.] Ir al sitio

Zavala, Lorenzo de (1845). Ensayo histórico de las revoluciones de México, desde 1808 hasta 1830. Tomo segundo. https://www.cervantesvirtual.com/buscador/?q=Ensayo+hist%C3%B3rico+de+las+revoluciones+de+M%C3%A9xico%2C+desde+1808+hasta+1830.+Tomo+segundo [edición digital basada en la original de Manuel N. de la Vega]. Ir al sitio

Notas

* Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.
  1. Guerrero fue creado en 1849 a partir de tierras que antes pertenecían a los estados de México, Puebla y Michoacán. En la primera mitad del siglo XIX se acostumbraba a llamar “el Sur” a gran parte de los territorios que conformaron tal estado. Aunque se trate de un anacronismo, para mayor entendimiento de la lectura usaré la designación “el Sur” para referirme a Guerrero y sus zonas aledañas.
  2. Los llamados mulatos y otras castas derivadas eran quienes aportaban la fuerza de trabajo para el cultivo de algodón, principal producto de Costa Grande en aquella época. A diferencia de las regiones vecinas (Tlapa, Chilapa y Costa Chica), en Costa Grande (también llamada provincia de Tecpan) las repúblicas de indios eran prácticamente inexistentes.
  3. ¿Sería honrando su recuerdo que Álvarez llamó Diego a su primogénito?
  4. Álvarez continuó apoyándolo y dando muestras –incluso después de su muerte– de su veneración por él. Fue promotor para nombrar Guerrero al estado federal creado en 1849. Asimismo, demandó judicialmente el castigo de los autores de su asesinato y hasta celebró una curiosa ceremonia para honrar el traslado de sus restos a la capital del país. La lectura del capítulo 2 del libro de Bushnell (2019) es muy interesante respecto a la relación entre Álvarez y Guerrero.
  5. Pintos se usaba peyorativamente para designar a los campesinos pobres del Sur. Hacía –y todavía hace– referencia a gente afectada por carate o mal del pinto (enfermedad infecciosa y transmisible característica de climas calientes, endémica hasta hace algunas décadas en la costa del Pacífico mexicano, y supuestamente relacionada con estratos socioeconómicos bajos).
  6. Por ejemplo, los yaquis en 1740 o los tzeltales en 1712.
c Créditos fotográficos

- Imagen inicial: D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México (CC BY-NC-ND 4.0)

- Foto 1 a 4: Andrés Ortiz Garay

- Foto 5: m.facebook.com/atoyacmimatria/photos/a.1397196697245450/2510866209211821/?type=3

- Foto 6 a 7: Andrés Ortiz Garay

- Foto 8: adncultura.org/230-anos-del-nacimiento-de-juan-alvarez-hurtado

- Foto 9: es-academic.com

CORREO del MAESTRO • núm. 315 • Agosto 2022