El laberíntico mundo
de la Historia general
de la educación y la pedagogía

UNA INTRODUCCIÓN

Pólux Alfredo García Cerda[*]



A pesar de que disponemos de un número considerable de Historias de la educación y la pedagogía (Santoni, Böhm, Abbagnano y Visalberghi, Larroyo, etc.), al estudiante no se le suele guiar a través de la diversidad de miradas históricas. En contraste con ese notable corpus de obras historiográficas, se carece de textos introductorios que den una idea plural y rigurosa de qué es, cómo se conoce y para qué sirve la Historia General de la Educación y la Pedagogía. En el presente texto ofrecemos una vía de acceso a esta historia que inicie al estudiante de Pedagogía y disciplinas afines en la valoración de su tradición clásica y la apertura a los debates y aportaciones de paradigmas y tendencias historiográficos recientes.




c El laberíntico mundo de la Historia general de la educación y la pedagogía. Una introducción

Sin duda alguna, el pensar histórico está negado para aquellos que carecen de experiencia como historiadores (Collingwood, 1998: 18). El talón de Aquiles del pedagogo (y de todo especialista en educación que no sea historiador de profesión) es la formación historiográfica. Espacios como el Centro de Estudios Históricos (El Colegio de México) y el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (UNAM) son excelentes para formar historiadores de la educación, pero ¿en qué espacios se pueden formar historiadores de la pedagogía?

Como esto amerita ser tratado en otra ocasión, nos atrevemos a mostrar un plan para subsanar esta situación: a) reformar los cursos de Historia General de la Educación y la Pedagogía (en cualquiera de sus denominaciones), actualizando la tradición historiográfico-pedagógica (positivista, historicista y marxista) en función de los debates recientes de la Historia Social y Cultural de la Educación; b) cuando estos espacios sean insuficientes para llevar la labor en el aula a otro nivel, se debe emprender autodidactamente la apertura a la Historia y la Filosofía de la Historia, recordando que todo paradigma historiográfico es valioso en sí mismo; y c) se deben emprender proyectos interdisciplinarios entre pedagogos y estudiosos de la educación, junto con historiadores, filósofos, sociólogos, etc., con el objetivo de contribuir a la inacabada tarea de reconstruir el pasado a través de sus vestigios y huellas.

Derivado del apartado “b” de tal plan, dirigimos el presente texto, no a los eruditos, sino a los novicios que acepten la invitación a una experiencia que incluye el riesgo de perderse entre caminos y encrucijadas, burlar la muerte y regresar a salvo.[1] Si el ser humano es historia, y la historia expresa lo que aquél es, luego, el homo educandus “es tiempo, pero tiempo histórico, tiempo vivido” (Fullat, 2011: 69). Empero, el desconocimiento de cómo aquél se ha educado y se ha estudiado es una tendencia contemporánea que embiste incesantemente, al mismo tiempo que confunde y atrapa.

El ser humano puede acceder al pasado sólo por analogía, de manera que es imposible tener un saber histórico universalmente válido e inmutable. Aunado a ello, yacemos en un mundo plagado de equívocos y confusiones históricos impuestos con un fin: impedir la comprensión del homo educandus. Así como Teseo liberó Atenas del rey Minos, hoy nos vemos instados a defender nuestra concepción de mundo y vida frente a los opresores de la memoria[2] en un contexto donde carecemos de condiciones para la producción intelectual.

En nombre del poder, se propaga la incomprensión a través de juicios infundados que legitiman dogmáticamente a falsos ídolos, seres que se jactan de conocer el mundo histórico del homo educandus. Omisión y charlatanería, las dos caras de la incomprensión no son sino los cuernos de un monstruo al servicio de los opresores. Con cuerpo humano y cabeza de toro, el Minotauro, que hoy responde al nombre de desmemoria,[3] es el anfitrión del laberinto, escenario creado para sacrificar toda interpretación histórica opuesta a los intereses totalitarios de los poderosos.

¿Cómo resistir al naufragio de la memoria del poder? ¿Es posible atravesar la dura piel del Minotauro? Sólo disponemos de un arma, nuestra formación, cuya solidez dependerá de la forma en que se funda en una equilibrada preparación teórico-metodológica, entre la unidad de un saber sobre la dimensión histórica y la diversidad de saberes que enriquecen las virtudes del historiador de la educación y la pedagogía. El hilo de Ariadna fue para Teseo lo que para los novicios será la consciencia histórica, es decir, la relación con su pasado educativo y pedagógico, ya que es su único medio para salir del laberinto y mantenerse vivo.

Teseo estaba convencido de que permanecer en Atenas sin hacer nada no impediría que Minos siguiera dominando, por ende, aceptó su única alternativa, accedió al laberinto y encaró al guardián. El presagio de que nadie salía del laberinto fue verdad, pues, si bien alcanzó la misión, el Teseo que entró no fue el Teseo que salió. Lo mismo podría suceder con aquellos que atraviesan el laberinto de la Historia de la educación y la pedagogía.

Ya que el puerto de partida es la Grecia de nuestra tradición hispanoparlante (Martí, 2009: 64), en este texto concebimos a la Historia general de la educación y la pedagogía como un laberinto barroco, con una salida escondida entre enmarañados callejones y sendas muertas. Esperanzados en hallar el hilo de Ariadna, y conscientes de que toda interpretación del mundo se modifica en el tiempo, la prioridad será comprender los indicios de la vida educativa y pedagógica que fue, bajo la consigna de que en vano será todo trayecto de formación pedagógica que no se atreva a percibir la melodía de la vida pretérita.

Convencidos de tan peligrosa misión, recordemos que antes de acceder al laberinto hay que arribar a la isla en donde se encuentra. Puesto que sólo se llega a Creta navegando los turbulentos mares del tiempo, en la travesía preparatoria se requieren tres objetos: un navío, una brújula y un mapa. El primero será un principio epistémico (la educabilidad); el segundo, una trama orientadora (la polémica de los modelos pedagógicos, escolar vs. artesanal); y el tercero, una red conceptual (tradición, racionalidad y texto).


Así como Teseo liberó Atenas del rey Minos, hoy nos vemos instados a defender nuestra concepción de mundo y vida frente a los opresores de la memoria

c El camino previo al corazón de Creta

Nuestro destino es una isla rodeada por tempestuosos e impredecibles mares. Para soportar las inclemencias del tiempo precisamos de una nave, es decir, un principio de validez histórica para comprender al homo educandus en tanto ser temporal: la educabilidad. En cualquier época y latitud, toda sociedad ha concebido a la educación como función para incorporar generaciones a su cultura, con base en un modelo o ideal de ser humano por formar:

Tenemos, respecto al ideal de nosotros mismos, una doble conciencia: la de su inaccesibilidad, que nos impone el sentimiento de nuestra limitación, […] y la de […] que sin aquel ideal nos hundiríamos en los abismos de la animalidad, […] lo cual nos impele a una constante lucha por acercarnos a la imagen querida. / La educación, o es una preparación para esta lucha permanente o no es nada (Hernández, 1980: 29).

Cada concepción de mundo y vida, que ha modelado los medios y fines de la educación, es única e irrepetible, de modo que la relación entre una concepción actual y una antigua nos da una idea de cómo hemos llegado a ser lo que somos y cómo podemos ser en un futuro próximo. Pero la manufactura del navío no garantiza el arribo a la isla, por lo que se precisa un instrumento de navegación resistente a las hostiles fuerzas del entorno que, en este caso, afectan la construcción de saber pedagógico (Moreno y de los Arcos, 1986: 15). Ese instrumento es una brújula, la cual será la trama de una teoría que supone la existencia histórica de dos enfoques pedagógicos, un modelo escolar frente a uno artesanal:

Podrían encontrarse relaciones del primero con la enseñanza de los sofistas, las escuelas de los retóricos, la escolástica y nuestras modernas escuelas y facultades. El segundo podría relacionarse con la Academia platónica, el Liceo aristotélico, los escritos de Cicerón, Séneca y Tácito, la universidad alemana decimonónica y nuestros modernos institutos de investigación. […] El modelo artesanal […] es la forma natural de enseñanza que ha acompañado al hombre desde su aparición como tal. Es esencialmente mimético, a diferencia del modelo escolar que [es] lúdico. En efecto, la enseñanza artesanal confía el aprendizaje a la imitación del ejemplo que proporciona el maestro en el desarrollo de la actividad. En la escuela, en cambio, las actividades se desarrollan como si fueran reales, no siéndolo, sin embargo (Moreno y de los Arcos, 1990: 20-21).

Derivado de aquel principio, la distinción de estos modelos orienta la navegación hacia la comprensión de dos tipos de respuestas a la pregunta sobre cómo se han educado los seres humanos en el tiempo. Además del navío adecuado y una brújula que ayuda a virar a estribor (modelo escolar) o a babor (modelo artesanal), resta mostrar el mapa que señala una ruta formada por puntos conceptuales.

El primer concepto es la tradición pedagógica clásica como marco configurador de identidades profesionales en aquellos que comparten “preguntas, intereses, respuestas concretas [y] formas de mirar el mundo” (Huarte, 2012: 20-21). Los clásicos son constelaciones orientadoras, cumbres culturales ubicadas en un canon creador de bibliotecas personales. Sean autores o textos, son releídos con misterioso fervor por varias generaciones de lectores (García, 1999: 291-298). Aunque su conocimiento no es prioridad editorial de nuestro tiempo, el estudio de los clásicos debe salir a flote recuperando, analizando y difundiendo fuentes primarias sistemáticamente (Aguirre, 1993: 27).

El segundo concepto es una racionalidad, o bien, un conjunto de reglas con las que se puede construir saber pedagógico. Las reglas se basan en, al menos, dos criterios epistemológicos básicos:

1)

Traducibilidad, o distinción de semejanzas terminológicas necesarias para trasladar significados de un contexto histórico a otro. En nuestra tradición pedagógica clásica tenemos vocablos intraducibles como (“paideia”), humanitas, bildung, etc., los cuales se aproximan a vocablos nuestros como educación, formación y cultura. Para distinguir el sentido de vocablos de diversas tradiciones se pueden buscar equivalencias unívocas siempre y cuando se priorice una multiplicidad terminológica que no afecte la construcción del saber pedagógico”.

2)

Simbolicidad, o representación de vocablos pertenecientes a una tradición (en el caso de la clásica tenemos, por ejemplo, educación, formación, didáctica, plan de estudios, etc.) (Moreno y de los Arcos, 1986: 15). Hoy se diferencia sin más los vocablos Plan de estudios y Currículum sin saber que, por ejemplo, en el Renacimiento humanista ambos términos eran sinónimos y comenzaban a representar una práctica profesional hoy conocida como diseño de planes de estudio o diseño curricular.

El tercer concepto es el sentido de una práctica profesional incidente en la realidad educativa presente. El sentido se puede captar por medio de la textualización, es decir, la vida educativa y pedagógica pasada se puede comprender si se concibe sistemáticamente como si fuera un texto, en tanto discurso fijado por la escritura, cuya interpretación depende de la distinción de tres intencionalidades (la del autor, la del lector y la del texto) (Beuchot, 2011: 43). La colocación de un texto en su contexto exige, además, considerar mecanismos de poder implícitos en toda escritura histórica, pues ellos expresan intereses ideológicos constitutivos.

Esta perspectiva histórico-pedagógica, en tanto preparación previa al arribo a la isla, da cuenta de su riqueza poco explorada, la cual debe ser consciente de sus límites epistémicos. El historiador de la pedagogía debe asimilar lo que su disciplina le brinda, sin limitarse a ella, pues dicha perspectiva se verá fortificada en la medida que se nutra de debates historiográficos recientes. Así, la travesía apenas comienza.

c El arribo a tierra firme y el camino al Minotauro

La navegación sugerida y el posterior recorrido del laberinto pretenden ser rigurosos mas no rígidos

Dejado el navío encallado, es menester compartir dos advertencias. La primera es que la navegación sugerida y el posterior recorrido del laberinto pretenden ser rigurosos mas no rígidos, pues cada quien puede arribar a Creta y recorrer el laberinto de la forma teórico-metodológica que prefiera. Lo único que sugerimos es precaución, pues cualquier falta o exceso de confianza se paga caro. La segunda advertencia es que el tránsito en el laberinto no puede ser lineal ni progresivo, como si se completaran fases. Como en todo laberinto, también en la formación del historiador de la educación y de la pedagogía encontramos sendas muertas y callejones que nos hacen buscar otras vías, es decir, reflexionar sobre los saberes construidos y saltar de un andador a otro, en caso de ser necesario.

Dicho lo anterior, compartimos la siguiente forma de recorrer un laberinto construido sobre cuatro grandes andadores. Simbolizados con un signo “§”, a cada andador le corresponde una pregunta de problematización profunda: ¿ Qué es la historia de la educación y cómo se diferencia de la historia de la pedagogía?, ¿ cómo se conoce el pasado educativo y pedagógico?, y ¿ para qué sirve este conocimiento histórico?

§1.

La Historia de la educación y la pedagogía pertenece a un campo de intersecciones disciplinares, fundamental para la formación de pedagogos y opcional para la formación de historiadores (la diferencia radica en el definiens de cada disciplina) (Moreno y de los Arcos, 1990: 8). Bajo los estrictos términos de doxa-episteme (opinión-conocimiento), y nutrida del pluralismo epistemológico (Álvarez, 2009: 39-56), este campo adquiere un carácter científico en tanto que la ciencia “no consiste en coleccionar lo que ya sabemos para arreglarlo dentro de tal o cual esquema [más bien] toda ciencia empieza con el conocimiento de nuestra propia ignorancia; no de nuestra ignorancia acerca de todo, sino acerca de alguna cosa precisa” (Collingwood, 1998: 20-21). La Historia de la educación y la pedagogía no es un amontonamiento de juicios, fechas y nociones, sino que es una construcción sólidamente cimentada, con una utilidad social y una organización de saberes proporcionada, es decir, ella misma procede de un plan o idea maestra (Moreno y de los Arcos, 1986: 15) que puede dirigir una investigación al pasado educativo o pedagógico.

Entendida de múltiples maneras a lo largo del tiempo, y a veces inclinada al modelo escolar y otras al artesanal, la educación es una función de la sociedad por la cual se desarrolla la vida del ser humano y se introduce en el mundo social y cultural (Luzuriaga, 1975: 51). Para evitar que se convirtiera en mera actividad mecánica y perdiera su sentido, personajes y comunidades de diversas épocas pensaron la educación:

La historia de la educación […] nos habla del devenir temporal de las instituciones educativas, de su organización interna, de las técnicas didácticas utilizadas, etcétera. La historia de la pedagogía […] es la historia de las ideas que sobre la educación han formulado los diferentes autores. Para la historia de la pedagogía poco importa que un proyecto educativo haya quedado en la pura formulación, aun de carácter utópico, o que haya sido llevado a la práctica. Las ideas en torno a la educación son, de todas formas, su principal contenido (Moreno apud Díaz, 1993).

Como representaciones del pensamiento que ayudan a explicar la realidad, las ideas educativas y pedagógicas (como educar para la vida, educar para el trabajo, pedagogía del oprimido, etc.) surgieron en una realidad histórica e irrepetible. Por su valor para activar el pensamiento, su interpretación ayuda a captar el sentido de educar en el presente, bajo la condición de entender su movimiento o historicidad (Dilthey, 1942: 15) a través de cada época (Antigüedad, Edad Media y Modernidad) y culturas en el tiempo (originarias como Egipto y Mesopotamia, Grecia y Roma clásicas, hasta el Renacimiento humanista y las Revoluciones de los Estados Nacionales en los siglos XVII, XVIII, XIX y XX) Así como la idea de educación de un orador romano del siglo I d. C. no es la misma que la de un médico inglés del siglo XVII o la de un pedagogo alemán del siglo XX, tampoco las ideas de Aristóteles fueron comprendidas igual por un humanista español del siglo XV o un filósofo alemán del siglo XIX.

§2.

Al imprimir profundas huellas en cada sociedad, los caminos de la educación y la pedagogía han sido distintos pero próximos. En el caso de la UNAM, los estudios pedagógicos se fundaron con base en la tradición clásica (remontada desde la Grecia y Roma clásicas hasta la educación democrática del siglo XX) sin omitir que de Alemania nos llega la moderna denominación (Moreno, 2002: 4-6). Los novicios han de comprender que ellos no son los primeros en andar el laberinto, pues ha habido otros herederos de Teseo que han navegado con un navío, brújula y mapa parecidos a los que hemos usado para llegar a la isla. Recomendamos la experiencia de uno de ellos, Lorenzo Luzuriaga (1889-1959), pedagogo y traductor español que publicó Historia de la educación y de la pedagogía y Antología pedagógica. El primero con una visión global reflexiva de la disciplina y su objeto, y el segundo con fragmentos selectos de fuentes primarias (algunos traducidos por él).

Si toda sociedad se haya en continuo cambio, y la educación es un fenómeno social, entonces la educación tiene su historia. Este vocablo, tan polisémico como educación, se puede entender al menos de dos maneras: a) como hechos pasados, únicos e irrepetibles (res gestae), y b) como saber de aquellos hechos, producto de la descripción y comprensión (res gestarum). Ya que los hechos pasados no se describen ni se comprenden igual en cada época o cultura, existe una disciplina, la Historiografía, que estudia cómo se ha escrito la historia. Derivado de lo anterior, los hechos educativos y pedagógicos pasados se pueden comprender siempre y cuando se reconstruyan metódicamente.

La máxima aspiración del historiador de la pedagogía es tratar de “revivir hechos pretéritos (lejanos o próximos) teniendo en cuenta los motivos y propósitos que promovieron dichos sucesos” (Larroyo, 1982: 327). Revivir es narrar lo acontecido dotando de sentido nuestras palabras, porque repetir datos, fechas y partes de textos mecánicamente es hacer de la historia de la educación y de la pedagogía letra muerta. Esta consigna no puede pasarse por alto en pedagogos y especialistas de la educación, aunque tampoco deben inclinarse a la pura narración y omitir el contraste de procedimientos, análisis del uso de fuentes, revisión de conceptos, etcétera.

Por tal motivo, aceptamos la distinción del proceso historiográfico en tres momentos: Heurística, Interpretación y Estilística (Matute, 2009: 17).[4] En el primero, se seleccionan, critican y autentifican las fuentes históricas, entendidas como vestigios de un pasado que perdura. Éstas son de varios tipos: religiosas (como la Biblia), literarias clásicas (como la Ilíada y la Odisea de Homero), del pensamiento universal (como La República de Platón), clásicos de la pedagogía (como Pedagogía de Kant), biografías y autobiografías (como Confesiones de San Agustín) y leyes (como las Siete Partidas de Alfonso X) (Luzuriaga, 1971: 17-18). Nunca es espontáneo ni neutral que un historiador de la educación y/o la pedagogía use tal o cual fuente, por lo que la recuperación, selección y edición ya está cargada de sentido.

Para el segundo, la interpretación, las fuentes históricas se pueden textualizar, es decir, interpretar como si fueran textos en tanto productos de intencionalidades susceptibles de identificarse. Así como diversos fueron los motivos y propósitos que produjeron un hecho pasado, los textos contienen significados que han atraído a un conjunto de lectores movidos por intenciones distintas entre sí. De entrada, un texto se interpreta según su contexto, es decir, captando proporcionalmente las intencionalidades del autor, la del lector y la del texto como tal según las expresiones culturales, estructuras sociales e intereses económicos de la época en la que confluyen. Veamos un ejemplo. Über Pädagogik (Sobre pedagogía) se publicó en Prusia (1803) gracias a las notas de Theodor Rink, un discípulo que asistió a los cursos impartidos por Immanuel Kant en la Universidad de Königsberg entre 1776 y 1780. El texto, publicado un año antes de la muerte de Kant, revela por vez primera la necesidad de que la pedagogía sea una disciplina. Parte de este legado fue recibido en México por Francisco Larroyo (1912-1981), filósofo neokantiano que fundó en la UNAM los estudios pedagógicos recientes y los distinguió del normalismo. Pero aquel texto no fue traducido por Larroyo sino por Luzuriaga, quien lo publicó como Pedagogía en Madrid (1935) por Ediciones de La Lectura. Luego, adquiridos los derechos de edición por editorial Akal, lo publicó de nuevo en 1991 con dos anexos traducidos por Luis Abascal. Para comprender uno de los momentos clave de la Historia general de la pedagogía hay que interpretar proporcionalmente las intencionalidades de Kant, la de sus lectores (desde filósofos y pedagogos como Larroyo y Luzuriaga, hasta nosotros mismos) y la del texto que ha tenido otra vida entre 1803 y nuestros días.

El tercero, la estilística, consiste en identificar elementos de la trama narrativa que un autor empleó para agilizar la comunicación de significados. Éstos pueden ser la estructura (u organización de títulos, ideas, etc.), tropos o metáforas (como la del maestro-jardinero) y lugares comunes (frases como “escuela para la vida”, referencias específicas como la Odisea en Herbart, etc.). Este momento nos acerca a las emociones y sentimientos no captados con antelación y que influyeron al momento de escribirse un texto. Volvamos al ejemplo anterior. Aunque la estructura es caótica en comparación con otras de sus obras, en Pedagogía, Kant se inspiró en el Emilio de Rousseau (desde la referencia a la disciplina negativa) y en Pensamientos sobre educación de Locke (por ejemplo, el apartado “Tratado”, que inicia con los cuidados del cuerpo). Ello revela información sobre su tradición, las reglas empleadas para construir conocimiento, y el tipo de conceptos que usó para expresar sus ideas, además de su inclinación a alguno de los modelos pedagógicos (escolar o artesanal).

§3.

Si bien, la educación y la pedagogía son productos históricos y no invenciones exclusivas de nuestra época, su estudio histórico le permite al moderno Teseo: 1) comprender la conformación de la profesión en el tiempo y valorar el legado del pedagogo como especialista de la educación, 2) incrementar el lenguaje pedagógico para ejercitar el sentido crítico y ofrecer juicios razonados, y 3) emplear herramientas conceptuales para formarse una idea sobre el presente y enriquecer las prácticas educativas con significados reflexionados (García apud Carpy, 2001).

Emilio Lledó, señaló el peligro que corre la educación global cuando las decisiones importantes caen en manos erradas

Para valorar todavía más la necesidad de una mirada histórica propia, nos remitimos a una situación actual. El 1° de diciembre de 2018, se anunció que la filosofía volvería a enseñarse en España, figurando de nuevo las Humanidades en los planes y programas de estudio (Sanmartín, 2018). Esto se vino abajo al anunciarse dos días después una iniciativa de ley apoyada por el Gobierno español donde se omitió dicho curso en la educación secundaria obligatoria (Sánchez, 2018). Este revés no es el primero ni el único que han sufrido las Humanidades y sus leales defensores, como Emilio Lledó.

El 27 de marzo de 2018, el filósofo español presentó Sobre la educación, un texto donde reflexiona en torno a la enseñanza de la filosofía y las Humanidades. Su frase “Educar es crear libertad, dar posibilidades, hacer pensar” (Murcia, 2018) está inspirada en un filósofo que dijo “el hombre sólo puede ser hombre por la educación. No es nada más que lo que la educación hace de él”.[5] Conscientes de su misión, las disciplinas humanísticas deben unir fuerzas para atender reveses como el mencionado, derivado de la imposición de una educación superficial:

La educación hace razonar, despierta el sentido crítico. No se aprende […] filosofía sino a filosofar. La filosofía es una conciencia crítica. Por eso es un disparate que la retiren de la enseñanza. La filosofía no es el conocimiento de los filósofos. Los filósofos solían ser las personas con conciencia crítica en el seno de la historia que intentaban comprender qué era la justicia, el bien, la belleza. En un mundo moderno, tecnológico y tecnologizado, esperemos que para bien, tenemos que enseñar a pensar. A la escuela no hay que ir solo con un ordenador, que es muy valioso, sino que se debe acudir para reflexionar, leer, entender las palabras y estudiar el lenguaje (“Emilio Lledó: ‘Nos estamos convirtiendo…’”, 2018).

Lledó, que días antes había recibido el Premio Internacional Erasmo de Rotterdam, señaló el peligro que corre la educación global cuando las decisiones importantes caen en manos erradas: “lo grave es un imbécil o un ignorante con poder, ya que su actuación influye en nosotros” (Griñán, 2018). Pero, ¿qué significa “los filósofos solían ser las personas con conciencia crítica en el seno de la historia que intentaban comprender qué era la justicia, el bien, la belleza”? ¿Por qué los relaciona Lledó con la educación de generaciones predecesoras? ¿Qué importancia tiene conocer algunas ideas pedagógicas pretéritas, como las de Kant? ¿Por qué el premio que le otorgaron se llama “Erasmo de Rotterdam”? Si bien, esto puede suceder (de nuevo) en países como México, ¿qué ideal de ser humano han impuesto aquellos “imbéciles” o “ignorantes con poder” a lo largo de los siglos y con qué intereses ideológicos lo han hecho? Lledó es otro personaje que ha recorrido el laberinto y nos invita también a la derrota del Minotauro.

c Unas palabras antes de zarpar…

Hemos compartido algunas sugerencias de carácter autodidacta para todo aquel que se atreva a recorrer el misterioso e intrigante laberinto de la Historia de la educación y la pedagogía. Detallamos el valor de realizarse desde la pedagogía, pero subrayamos la necesidad de apertura a todo horizonte disciplinar que enriquezca la formación del historiador de la educación y la pedagogía. La decisión de andar el laberinto conlleva una ardua preparación donde los riesgos son elevados y los honores son inconmensurables.

La resistencia ante la ignorancia promovida por los poderosos de la memoria es una decisión loable que exige despertar nuestro sentido crítico, nuestra imaginación y nuestra más organizada disciplina porque desconocemos propiamente cómo sucederá alguna incursión histórico-educativa y pedagógica. Su única certeza la hemos esbozado, resta sólo prepararse para salir del puerto de nuestra Grecia, con un adecuado conocimiento de la tradición clásica, construido desde reglas claras y sencillas, y con la posibilidad de abrazar la textualización del mundo para hacer asequible su comprensión.

El encuentro con el Minotauro es incierto e inevitable para todos los exploradores novatos. El poder de sus embestidas y cornadas nos alerta inexcusablemente, por lo que sólo una adecuada formación es capaz de hacer la diferencia, aprendiendo a recorrer los andadores (las veces que sean necesarias), evitando los excesos de confianza y sumando la experiencia vital para pensar históricamente y hallar el hilo de Ariadna. Así, compartimos las palabras de un antiguo explorador del laberinto:

Vayamos en pos de la luz, de la libertad y de la belleza de la existencia. […] Sólo quien se entrega vive la vida. […] Lo que es el hombre, sólo su historia nos lo dice. Es inútil […] desprenderse de todo el pasado para comenzar de nuevo con la vida, sin prejuicio alguno […] La melodía de nuestra vida lleva el acompañamiento del pasado (Dilthey, 1949: XXV).

Basta un interés por el pasado educativo y pedagógico para modificar nuestra relación con un mundo que nos domina por la desmemoria y que se alimenta de nuestras interpretaciones. Basta una chispa para encender en el conocimiento de lo que la humanidad ha sido. Esperemos que esta sencilla invitación incite a emprender innumerables incursiones al laberíntico mundo de lo acaecido, de lo que nos constituye y espera ser reintegrado a nuestro ser.

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Notas

* Doctorando en Pedagogía, Facultad de Filosofía y Letras-UNAM. Profesor de Historia de la educación y la pedagogía en México en el Colegio de Pedagogía, FFyL-UNAM.
  1. Hemos adaptado parte del mito de Teseo para representar la historia de la educación y la pedagogía como experiencia vincu- lada a un laberinto. Si bien existen diferentes versiones del mito, nos inspiramos en la de Pausanias, Descripción de Grecia, I, 1-22.
  2. Toda memoria del poder cumple una doble función: legitimar a los poderosos e “imponer a las generaciones venideras el culto ritualizado de esa memoria” (Florescano, 2012: 98).
  3. “El empresario mexicano da la impresión de ser, aparte de reduccionista, desmemoriado. No dudamos de su buena fe al colaborar en el hallazgo de un derrotero para el país; pero lo está entendiendo sólo en función del rescate de las empresas. Desafortunadamente, la educación, que debe estar al servicio de la sociedad entera y no sólo de un sector privilegiado, se la quiere supeditar a este último en un intento por evitar su naufragio” (Torres y Vargas, 2008: 101).
  4. He modificado ligeramente la clasificación de Matute (Investigación-Hermenéutica-Estilística) por Heurística-Interpretación-Estilística según dos razones: 1) el término “Investigación” es ambiguo y Matute lo entiende como hallar o inventar vestigios; si las fuentes son vestigios y éstos se hallan o inventan (en griego “euriskein” o “euriskein”), por ende, es mejor llamar a este momento “Heurística”; 2) Prefiero llamar “Interpretación” en lugar de “Hermenéutica”, porque la segunda remite a la disciplina de interpretación de textos. Es mejor decir “Interpretación” porque remite únicamente la captación del sentido de un texto, es decir, a una acción y no como tal una disciplina. En el caso de Estilística, coincido con la significación de Matute.
  5. La traducción de Lledó difiere ligeramente de la de Luzuriaga: “Únicamente por la educación el hombre puede llegar a ser hombre. No es sino lo que la educación le hace ser” (Kant, 2005: 31).
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CORREO del MAESTRO • núm. 280 • septiembre 2019