En el imaginario colectivo, las matemáticas y los números conforman una especie de consorcio inalterable, y pensar en unas sin los otros es casi inconcebible. Aunque es verdad que lo que detonó el desarrollo de las matemáticas fueron las necesidades de contar y de tener símbolos que representaran cantidades, este limitado alcance se superó hace unos cuatro o cinco mil años aproximadamente.
Otra creencia popular es que las personas buenas para las matemáticas son aquellas muy hábiles para las operaciones aritméticas y para las finanzas, y por ello resulta extraño encontrarse con una matemática o un matemático a quien no le salen las cuentas. Esta aparente contradicción en realidad no lo es porque una cosa es hacer operaciones aritméticas y otra distinta es pensar matemáticamente.
Esta serie de artículos trata de lo segundo, del pensamiento matemático entendido como un sentido cognitivo que se manifiesta en la puesta en práctica de ciertas destrezas de naturaleza lógica, analítica y cuantitativa, que nos ayudan a darle sentido a nuestro entorno y nos son útiles para resolver los más diversos problemas. Cada entrega tendrá como objetivo argumentar que pensar matemáticamente nos ayuda a idear estrategias no convencionales, novedosas y creativas que nos ponen a pensar fuera de la caja.