Fundación de la SEP, CIEN AÑOS DE EDUCACIÓN NACIONAL Andrés Ortiz Garay[*] ![]() Este año, al conmemorarse cinco siglos de la caída de Tenochtitlan y dos de la entrada del Ejército Trigarante en la Ciudad de México, se ha dejado un tanto al margen otra efeméride de gran importancia: el primer centenario de la creación de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Aunque pueda parecer menos epopéyica que esos otros dos eventos, la fundación de la SEP es un hecho de fundamental importancia para el desarrollo de la nación mexicana.
▼
c Fundación de la SEP, cien años de educación nacional
Los nombres de las dependencias gubernamentales del poder federal que atendían el tema de la educación durante el primer siglo de vida independiente de México dejan ver dos asuntos relevantes: por un lado, su asociación con los negocios eclesiásticos indica algo que bien sabemos: gran parte de la labor educativa estaba en manos de la Iglesia católica; y por otro lado, la existencia de una visión que ligaba de alguna manera al acceso a la educación con un mayor desarrollo económico (la industria); sin embargo, la inscripción de la instrucción pública junto a la justicia es más difícil de entender, sobre todo si pensamos esta última como el ejercicio de las diversas ramas del derecho. La relación de tales dependencias es la siguiente:
El difícil y convulso siglo XIX mexicano no había permitido que los pocos intentos de los gobiernos federales en pro de la educación se consolidaran. Fue hasta el Porfiriato, cuando destacaron las propuestas y labores de personajes como Gabino Barreda, Joaquín Baranda y desde luego Justo Sierra. Así, en 1891 se promulgó la Ley Reglamentaria de Educación, que establecía que la educación ofrecida por el Estado debía ser laica, gratuita y obligatoria. Pero si bien se habilitaron algunas escuelas de instrucción primaria, unas cuantas normales para maestros y se fundó en 1910 la Universidad Nacional de México, todavía el rezago educativo era enorme. El ámbito de acción de la federación en la instrucción pública se reducía prácticamente al Distrito Federal y las entidades político-administrativas consideradas como territorios (las dos Baja California y Quintana Roo, que por su lejanía al centro y su escasa población estaban muy desatendidos). Si bien algunos estados realizaron esfuerzos para fomentar la educación de sus habitantes, generalmente se circunscribieron a las capitales y acaso a unas pocas ciudades de cierta importancia; pero en las comunidades rurales, la ausencia de un sistema escolar estandarizado era común, lo cual condenaba a la marginación y el atraso a la mayoría de la población del país. En el Anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, el general Porfirio Díaz presidió la ceremonia inaugural de la Universidad Nacional en 1910 José Vasconcelos Calderón, rector de la Universidad Na- Entre 1910 y 1920, a las facciones revolucionarias que combatieron contra las dictaduras de Porfirio Díaz y Victoriano Huerta y luego se enfrentaron entre ellas no les fue del todo indiferente el problema. En su gabinete, Francisco Madero incluyó una secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes, de la que fue titular José María Pino Suárez durante un año, hasta que en febrero de 1913 fue asesinado junto con Madero (no por ser secretario de Educación, sino por ser el vicepresidente, cargo que también desempeñaba). Venustiano Carranza tuvo tres ministros al frente de la secretaría homónima, pero en 1917 la suprimió (y eso, a pesar de que la Constitución promulgada ese mismo año estableció que la educación elemental oficial sería laica, gratuita y obligatoria). Emiliano Zapata y los principales ideólogos del zapatismo hicieron declaraciones respecto a la necesidad de llevar educación al pueblo, pero fue poco lo que pudieron concretar. Es bien conocida la posición de Francisco Villa acerca de que la tierra y las escuelas para el pueblo serían los factores decisivos para convertir a México en una gran nación; su empeño en fundar escuelas de instrucción primaria en el corto periodo en el que fue gobernador de Chihuahua es una inolvidable muestra de la sinceridad de su pensamiento. De hecho, en diciembre de 1914, cuando el poderío militar de la División del Norte apoyó la designación de Eulalio Gutiérrez como presidente de México elegido por la Soberana Convención Revolucionaria, se incluyó una secretaría de Instrucción Pública en su gobierno, y al frente de ella se puso a José Vasconcelos Calderón. Sin embargo, la guerra entre las facciones revolucionarias impidió que tal nombramiento tuviera cualquier viso de realidad. El largo periodo de desequilibrio llega a su término en 1920 tras el triunfo del Plan de Agua Prieta (abril) y el asesinato de Carranza (mayo). El interinato presidencial de Adolfo de la Huerta,[1] entre junio y noviembre de 1920, hizo posible un breve interludio pacífico durante el cual se llamó a elecciones y se destinaron recursos económicos[2] para financiar proyectos tendientes a mejorar el bienestar de las masas populares y posicionar a México como un país más acorde con los postulados internacionales acerca de lo que en ese entonces se entendía como una nación civilizada. La funcionalidad de una secretaría de Estado dedicada a la educación sólo se haría posible al surgir un gobierno federal más o menos aceptado por las diversas facciones en disputa. La tregua política (que incluiría los meses del interinato de Adolfo de la Huerta y los primeros tres años de la presidencia constitucional de Álvaro Obregón) permitió el florecimiento de una vasta tarea que, en el marco de ese estado de ánimo no beligerante –o al menos no violentamente beligerante–, lograría suscitar en todo el país una mayoritaria adhesión a las acciones emprendidas para tratar de mejorar la vida educativa y cultural de México. Encabezando ese movimiento se hallaba José Vasconcelos, quien ocupará –ahora sí efectivamente– la cartera de secretario de Educación y demostrará en ese puesto su talento como organizador y mediador político durante los tres intensos años que corren entre el 25 de julio de 1921, cuando el presidente Obregón expidió el decreto de creación de la SEP, y el 1 de julio de 1924, cuando el mismo Obregón aceptó la renuncia que por segunda ocasión le presentó Vasconcelos.[3] Álvaro Obregón y su secretario de Educación, José Vasconcelos, ca., 1921
▼
c El antecedente universitario de la SEP
Primero, José Vasconcelos fue designado rector de la Universidad Nacional durante el interinato de Adolfo de la Huerta (4 de junio de 1920). Ya en su discurso de toma de posesión del rectorado, expuso lo que pretendía hacer: “…no es posible obtener ningún resultado provechoso en la obra de educación del pueblo si no transformamos radicalmente la ley que hoy rige la educación pública, si no constituimos un ministerio federal de educación pública” (citado en Fell, p. 28).[4] La jurisdicción federal de ese organismo era la condición que Vasconcelos consideraba imprescindible para que se pudieran coordinar y efectuar acciones a escala nacional en torno a la política educativa. El gobierno emanado de la Revolución debía promover una educación fundamentalmente de carácter popular. Pero la tarea por afrontar era doble: no sólo implicaría gestiones para lograr el afianzamiento jurídico y administrativo de la entidad (entre ellas una reforma constitucional[5] y la promulgación de una ley general), sino que además, para hacerse realmente efectiva, debía incidir de manera decisiva en una nueva concepción política de la cultura nacional. En este sentido, un primer cuestionamiento a la educación de nivel nacional se centró en la incongruencia de contar con una universidad que ofrecía a una élite la opción de una educación superior relativamente sofisticada –considerando época y lugar– mientras que la mayoría de la población del país, tanto en el campo como en las ciudades, estaba sumida en el analfabetismo y por tanto en la ignorancia. Vasconcelos calificó de “injusto, cruel y rematadamente bárbaro” a cualquier estado nacional que permitiera la existencia de un contraste de tal índole. El rector Vasconcelos, apoyado por De la Huerta, usó entonces la Universidad como una base de la cual partir hacia una reforma educativa mucho más amplia. Convocó a grupos de intelectuales y artistas de vanguardia y convenció a la prensa –único medio de alcance nacional en ese tiempo–, que poco a poco se fue uniendo a la tendencia que propugnaba la reforma. Aunque años después la amargura y el desencanto de Vasconcelos lo llevarán a empequeñecer la participación de esos sectores en su cruzada educativa, otras opiniones, como la de Claude Fell, evidencian una postura diferente: Hay que precisar, desde luego, que la prensa mexicana, y más particularmente la capitalina, siguió con gran atención y difundió ampliamente la actuación de Vasconcelos, primero en la rectoría de la Universidad y más tarde en la Secretaría de Educación Pública […]. En ocasiones se muestra reservada sobre ciertos detalles de la política educativa y cultural del secretario de Obregón (a propósito del asunto de Venezuela y de los ataques de Vasconcelos a la dictadura de Juan Vicente Gómez; respecto de la edición de los “clásicos” o de los frescos de Diego Rivera y sus compañeros, por ejemplo), pero, en general, le da un respaldo constante. Las declaraciones, los textos oficiales, las polémicas, las informaciones y encuestas difundidos por los grandes periódicos (El Heraldo de México, El Universal, El Universal Ilustrado –semanario–, El Demócrata, Excélsior, El Mundo) permiten, a falta de archivos completos y coherentes sobre la acción de la SEP en esa época, reconstituir las fases principales de la actuación ministerial de Vasconcelos. Además, el secretario de Educación Pública concede frecuentes entrevistas acerca de sus actividades y también sobre la vida cultural (se le pide su opinión sobre el teatro, la novela, la pintura, los deportes e incluso –véase El Universal Ilustrado, n. 198, 17 de febrero de 1921, p. 15– sobre las mujeres y el “amor libre”, del cual se declara partidario mientras la pareja no tenga hijos) o sobre los acontecimientos políticos nacionales […] (p . 29, nota 3).
▼
c Influencias en el proyecto de Vasconcelos
Se podría hacer el símil de que el proyecto para la ley de educación de Vasconcelos se plasmó en su mente tal si fuera una Atenea saliendo de la cabeza de Zeus ya madura y armada, pues él mismo afirma: “Lo redacté en unas horas y lo corregí varias veces; pero el esquema completo se me apareció en un solo instante, como en relámpago que descubre ya hecha toda una arquitectura” (Vasconcelos, 2011, p. 76). Sin embargo, es innegable que él abrevó de fuentes que le aportaron modelos pedagógicos, principios teóricos y ejemplos de experiencias prácticas; entre tales fuentes, las que se han considerado más sobresalientes son:
Karl Liebknecht, ca. 1911 En los primeros años veinte, Vasconcelos se declaraba públicamente más bien admirador de las tesis sobre educación y antimilitarismo que contenía el “Manifiesto socialista” de Karl Liebknecht.[7] Probablemente su oposición al marxismo-leninismo lo llevó a negar en varias ocasiones la influencia de la Revolución rusa, pero años más tarde reconoció haberse basado en las propuestas de Lunacharsky, es decir, del proyecto educacional de la revolución bolchevique. No era de extrañar esa influencia, pues los procesos transformadores iniciados en la URSS y México en los años veinte del siglo pasado presentaban acusadas similitudes, por ejemplo: una estructura federal que antes de los movimientos revolucionarios era débil y reacia a los cambios en favor de las causas populares; un analfabetismo que afectaba a más de 80 por ciento de la población, en particular en las áreas rurales de ambos países; un método pedagógico aún incipiente y con frecuencia inspirado en métodos extranjeros; una vida cultural elitista y tosca. A través del ejemplo soviético [Vasconcelos] comprendió la necesidad de elaborar un sistema estructurado que abarcase las actividades educativas (del jardín de niños a la universidad) y culturales (de las artes plásticas al teatro y la danza, pasando por la lectura y el canto). Además, dado el estado ruinoso en el que se encontraba la educación nacional mexicana en 1920, Vasconcelos también se manifiesta partidario de un cierto dirigismo e incluso de un cierto estatismo al abordar los problemas acuciantes (uno de los cuales es la educación) del México posrevolucionario (Fell, p. 35).
▼
c Una campaña como preludio
Una vez asegurado el apoyo de Obregón y De la Huerta, Vasconcelos emprende una intensa campaña de carácter político, iniciada en el último tramo de 1920, consistente en el cabildeo para la reforma del texto constitucional vigente, pues se requería el voto a favor de una mayoría de las veintiocho legislaturas estatales entonces existentes. Para ello, Vasconcelos y su gente de mayor confianza visitaron los estados a fin de convencer y establecer nexos con intelectuales, maestros, periodistas y por supuesto con las máximas autoridades de cada entidad. Dice Vasconcelos que se actuaba para que quien se opusiera a la reforma o tratara de obstaculizarla fuera visto por el sentir popular como un enemigo público. Pero la labor no era fácil, pues se enfrentaban con intereses creados en varios estados (aunque en algunos otros también hubo colaboración con el proyecto). En no pocos casos los gobernadores nos veían con hostilidad, ya porque se sintiesen invadidos en sus funciones, ya porque pretendían aprovechar la reforma para cobrar más dinero del Tesoro Federal. Adelantaban la condición de que se les entregase en forma de subsidio la colaboración federal, para ser ellos quienes creasen las nuevas escuelas. Nunca aceptamos transacción semejante, que habría roto la unidad de nuestro plan y hubiera puesto los fondos escolares en manos no siempre escrupulosas, a menudo irresponsables. Además, ofendía mi orgullo de intelectual la pretensión del político, el cacique local, el simple jefe de banda, hecho gobernador, de convertirse también en educador. Si el trato se hubiese concertado con los directores locales de Educación, la situación hubiera sido totalmente distinta. Pero los pobres directores, mal pagados, son casi siempre los siervos inconfesos de tiranuelos de ocasión que pesan sobre cada provincia. Casi siempre un palurdo de antecedentes sombríos (Vasconcelos, p. 71). En esos viajes participan intelectuales y artistas del equipo que va formando Vasconcelos. Ciertamente, pretende con ello dar cierto realce a las giras, que en muchas ocasiones devienen en tertulias y festejos, aunque, asimismo, quiere dar ocasión a su gente para conocer las realidades sociales y estéticas de un mundo provinciano que hasta entonces había sido con frecuencia ignorado o francamente despreciado por los círculos pensantes centrados en la capital. Vasconcelos se transforma en el “ministro a caballo”, pues además de su visita a las principales ciudades de la provincia, también llega a pequeños poblados por los que nunca antes había pasado ningún personaje gubernamental. Así, los discursos públicos, las discusiones entre autoridades, y los banquetes con la élite provinciana se complementan con un conocimiento de primera mano sobre el estado físico y moral de los maestros y las pequeñas escuelas rurales o de los barrios urbanos marginados. Lo que muchas veces encuentra es desesperanza e insatisfacción en el magisterio, así como locales viejos y deteriorados. Esa toma de conciencia sobre el México profundo dejará ver no sólo las necesidades materiales que enfrenta el proyecto educativo (y Vasconcelos es enfático en que se tome nota de ellas), sino que es indispensable recurrir al fomento de la producción cultural vernácula. La música y la danza, la parafernalia ritual, la elaboración de artesanías locales y otros aspectos de lo que por entonces se denomina folklore se convertirán en temas recurrentes del proyecto educativo vasconcelista. Una especie de lapidaria conclusión de esa campaña de cabildeo podría ser lo que el propio Vasconcelos asienta: La verdad es que por debajo de la serie de administraciones salvajes que habitualmente padecemos, en cada estado ha habido siempre un grupo abnegado y amante del saber que constantemente realiza verdaderos prodigios, dados los recursos miserables que siempre ha tenido a su disposición. El gran florecimiento pasajero que logramos crear no hubiera sido posible de otra manera, pues lo que menos se improvisa es la cultura. En todas partes hallamos personal inteligente y bien dispuesto, heroico casi en medio de la indiferencia y el escepticismo de un pueblo burlado siempre, porque nunca ha sabido imponerse y exigir responsabilidades a sus gobernantes (p. 73). Además de la reforma constitucional, también se requería presentar al Congreso la ley que daría origen y normaría el funcionamiento de una nueva secretaría de Estado. De su formulación se encargó Vasconcelos y era necesario que contara con el visto bueno del Consejo Universitario. Ese proyecto de ley proponía que la SEP incluyera: un Departamento Escolar, encargado propiamente de la administración del aparato para impartir la instrucción en las escuelas; un Departamento de Bibliotecas y Archivos; y un Departamento de Bellas Artes, que se ocuparía de complementar la cultura básica con el fomento y patrocinio de las actividades artísticas y artesanales. A pesar de la oposición inicial de Vasconcelos, al organigrama de la secretaría se agregaron dos departamentos auxiliares: uno para la educación indígena[8] y otro para la alfabetización de las masas rurales hablantes de español. Aunque Vasconcelos haya dicho que el esquema de la ley se le apareció completo en un instante y que tardó unas cuantas horas en redactarlo, la verdad es que todo el proyecto se hizo posible gracias a las contribuciones de innumerables personas. Algunas tienen nombres más o menos conocidos (Ezequiel Chávez, Enrique Aragón, Alfonso Caso, Alberto Vázquez del Mercado, Manuel Gómez Morín, Genaro Estrada y Mariano Silva, quienes destacaron como principales colaboradores de Vasconcelos en el proyecto), pero otras forman parte del anónimo contingente de maestras y maestros que aportaron sus ideas, inquietudes, frustraciones y esperanzas a través de pláticas en directo, cartas dirigidas a las autoridades, informes de trabajo o por otros medios.
▼
c Fundación de la SEP
En 1921 se concreta la creación de la Secretaría de Educación Pública. Tras aprobar el Congreso los instrumentos legislativos que la posibilitaban, el titular del Ejecutivo expide el decreto que se publica en el Diario Oficial el 3 de octubre, y diez días después José Vasconcelos toma posesión como titular de la nueva entidad gubernamental. Mientras tanto y hasta 1924 se desarrolla en todo el país una gran campaña de alfabetización que servirá para afinar algunas de las estructuras administrativas y de organización que pondrá en juego la secretaría recién creada. La posibilidad de llevar a cabo la fundación real de la SEP estuvo dada porque el gobierno obregonista dedicó un presupuesto elevado para este proyecto (para esa época, los cerca de 50 millones de pesos aprobados eran una cantidad bastante alta; aunque tal vez haya sido algo menor el dinero que efectivamente se entregó). A esta asignación presupuestal no fue ajeno que el secretario de Hacienda durante el gobierno obregonista fuera Adolfo de la Huerta, el decidido apoyador del proyecto educativo encabezado por Vasconcelos. Más allá del organigrama administrativo y los conceptos jurídicos que lo soportaban, el texto de la ley aprobada por unanimidad en el Congreso significó no solamente una reorganización y una modernización profunda de la enseñanza escolar mexicana, sino sobre todo la instauración de un proyecto cultural en el que por primera vez un gobierno mexicano se abocaba a la atención del problema de lo que podríamos llamar “cultura de masas”; es decir, dedicar sus mejores esfuerzos no nada más a las capas privilegiadas de la sociedad nacional, sino a un intento de revertir la disparidad y la injusticia proveyendo a la mayoría desposeída, así fuese con lo más básico, de una educación elemental, por ejemplo, saber leer y escribir, conocer las cuatro operaciones aritméticas más simples y adquirir las primeras nociones de historia, geografía, literatura o arte. La falta de espacio impide abordar con detalle éste y otros procesos que se detonaron al compás de la fundación de la SEP, por eso sólo los enlisto aquí:
David Alfaro Siqueiros, Patricios y patricidas, 1945-1971, acrílico y ![]()
En cualquier caso, la Secretaría de Educación Pública llega en 2021 a una continuidad que alcanza ya los cien años. Un primer centenario de educación a nivel federal que sin duda es una fecha significativa para recordar en este año en que México celebra otras efemérides sobresalientes de nuestra historia.♦
▼
c Referencias
FELL, Claude (2021). José Vasconcelos. Los años del águila, 1920-1925. Educación, cultura e iberoamericanismo en el México posrevolucionario. 2 t. UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas. https://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/248b_01/vasconcelos_aguila.html Ir al sitio VASCONCELOS, José (2011). La creación de la Secretaría de Educación Pública. INHERM, SEP. https://inehrm.gob.mx/work/models/inehrm/Resource/493/1/images/vasconcelos.pdf Ir al sitio Notas * Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.
▼
c Créditos fotográficos
- Imagen inicial: murales.sep.gob.mx - Foto 1: D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México / (CC BY-NC-ND 4.0) - Foto 2: www.gob.mx - Foto 3: www.memoriapoliticademexico.org - Foto 4: D.R. Instituto Nacional de Antropología e Historia, México / (CC BY-NC-ND 4.0) - Foto 5: www.loc.gov - Foto 6 y 7: murales.sep.gob.mx CORREO del MAESTRO • núm. 305 • Octubre 2021 |