Los héroes que nos dieron patria
LEONA VICARIO:
EJEMPLO DE HEROICIDAD FEMENINA

Andrés Ortiz Garay[*]



Tomando como ejemplo a una reconocida heroína insurgente, este artículo continúa abordando la participación de las mujeres en los procesos que desembocaron en la conformación de México como nación independiente. Tras esbozar la biografía de Leona Vicario, se llama a reflexionar sobre los complejos entrecruzamientos de las variables de género, clase social, etnicidad y otras que intervienen en la construcción histórica de la heroicidad.




c Esbozo biográfico

Nació el 10 de abril de 1789. Su acta de bautismo asienta el nombre de María Soledad Leona Camila Vicario Fernández de San Salvador. Al ser la única hija de sus padres[1](tuvo una media hermana, Luisa, hija de un matrimonio anterior de su padre, y que a la postre se casó con un marqués de Vivanco), gozó de gran afecto familiar y recibió una educación de alto nivel para los estándares de su época que, entre otras materias, le posibilitó el aprendizaje del idioma francés.[2] Al morir sus padres siendo ella una adolescente,[3] quedó bajo la tutela de su tío materno (Agustín Pomposo Fernández),[4] pero gozando de una herencia que le posibilitó continuar con una vida desahogada en una casa contigua a la de su tutor.

Domingo Ortiz, Gaspar Martín Vicario y su familia, 1793, óleo sobre tela / En esta pintura se aprecia a Leona de cinco años

En este lugar se organizaban reuniones y tertulias en las que el tema del descontento criollo por la situación política y económica de la Nueva España era con frecuencia abordado. Probablemente como parte de la sociedad secreta de Los Guadalupes, en 1811 ella comenzó a colaborar con la causa insurgente como informante de lo que sucedía en la capital, propagandista, reclutadora de simpatizantes[5] e incluso con aportaciones económicas. Este apoyo clandestino se dirigió al general Ignacio López Rayón y la Junta Nacional Gubernativa instalada en Zitácuaro (Leona[6] intercambiaba correos con él y sus hermanos Ramón y José María con la intermediación de mensajeros o de la madre de los hermanos Rayón).[7]


A principios de 1813 las actividades proinsurgentes de Leona Vicario fueron descubiertas por las autoridades virreinales de la Ciudad de México y al fallar un primer intento de huida, fue recluida en
el Colegio de Belén el 13 de marzo


A principios de 1813 sus actividades proinsurgentes fueron descubiertas por las autoridades virreinales de la Ciudad de México y al fallar un primer intento de huida, fue recluida en el Colegio de Belén el 13 de marzo. Durante las siguientes semanas,[8] la Real Junta de Seguridad y Buen Orden[9] la sometió a un áspero juicio, en el que además de su condena, el juez buscaba obtener información que delatara la implicación de gente de la capital en la colaboración con la insurgencia. Esto fue inútil, porque Leona no delató a nadie. Sus refutaciones a los cargos que le hicieron demuestran mucha astucia para no caer en las trampas de sus interrogadores, pero sobre todo mucha valentía al declarar repetidamente que no daría nombres de nadie excepto los que sus acusadores ya conocían y que correspondían a personas que estaban a salvo de la aprehensión porque se hallaban en campamentos insurgentes (básicamente su primo Manuel Fernández y su novio Andrés Quintana Roo).

El 23 de abril, un pequeño comando de seis insurgentes llevó a cabo un
atrevido operativo que liberó a Leona

El 23 de abril, un pequeño comando de seis insurgentes llevó a cabo un atrevido operativo que liberó a Leona y, después de un tiempo prudencial para que la vigilancia se relajara en las garitas de la capital, la condujeron hasta la ciudad de Oaxaca (que en noviembre de 1812 había sido tomada por las fuerzas de José María Morelos y que entonces contaba con un gobierno insurgente); de ahí pasó a Chilpancingo, donde se reunió con Andrés Quintana Roo[10] y fortaleció sus lazos con López Rayón y Carlos María Bustamante. Es posible que Leona estuviera ya en esa población cuando, a principios de noviembre de 1813, el Congreso de Anáhuac expidió allí el Acta solemne de la declaración de la independencia de la América septentrional, uno de cuyos redactores fue Quintana Roo. En diciembre el Congreso aprobó una moción de Morelos que Ignacio López Rayón presentó vehementemente en sesión formal de ese organismo, a fin de otorgarle a la señora Vicario un estipendio de 500 pesos mensuales como retribución a los sacrificios económicos y la puesta en riesgo de su propia vida.

Se difundió después el enunciado Sr. Rayón con referir las acciones que en su concepto constituyen a vd. Benemérita de la Patria, como quiera que le constan mejor que a ningún otro; y en medio de que lo verificó con una noble sencillez, excitó extraordinariamente en favor de vd. los sentimientos de sus demás Excelentísimos Socios, para quienes no eran extranjeras las noticias de vd. ni lo mucho que le debe la Patria, por haber sacrificado, por la libertad de ella, su rico patrimonio y su suelo natal, exponiéndose a las persecuciones, a los viajes por caminos dilatados y penosos, a las miserias que se padecen en ellos y a otros imponderables trabajos, con una constancia que debe servir de modelo, no sólo a las personas del sexo de vd. sino aún a los varones más esforzados.[11]

Sin embargo, la penuria del erario de la “América septentrional” liberada hizo que Leona percibiera sólo una vez aquel estipendio que le fue asignado. Luego de la catastrófica derrota de Morelos en Valladolid (diciembre 1813) y de la jura de la Constitución de Apatzingán (octubre 1814), el avance realista sobre los territorios que habían controlado las fuerzas del caudillo se hizo más contundente, obligando a la dispersión de los restos del ejército insurgente y a la marcha de los miembros del Congreso hacia Tehuacán.

Santiago Hernández, Fusilamiento de Morelos, ca. 1870, litografía / Tras la muerte de Morelos, Leona y su esposo tuvieron que andar a salto de mata por las serranías del sur

Para entonces, Leona y Andrés ya eran esposos y habían seguido juntos las peripecias del Congreso; pero cuando éste inició su viaje a Tehuacán en mayo de 1815, la pareja se despidió de los diputados y de Morelos en Ario de Rosales y ya no marchó con ellos. No es seguro por qué fue así esto, pero Genaro García comenta que quizá se debió a que entonces ya había terminado el periodo de Quintana Roo como diputado electo. El caso es que tras la aprehensión y muerte de Morelos y la disolución del Congreso en Tehuacán, Leona y su esposo tuvieron que andar a salto de mata por las serranías del sur, escapando de los cercos realistas y de alguna manera incierta, coqueteando con las ofertas de indulto que se les presentaban (por ejemplo, el brigadier Manuel de la Concha, que había tenido negocios con el padre de Leona y la conocía desde niña, pasó por alto los edictos de la Real Junta de Seguridad y del propio virrey Calleja que declaraban fuera de la ley a Vicario si no se presentaba a enfrentar la continuación de su juicio, y le ofreció indulto y protección).

Portales de la Ciudad de Toluca (ca. 1890), en donde vivieron Leona Vicario y Andrés Quintana Roo

Se ha dicho en muchas ocasiones que, a principios de 1817, nació la primera hija del matrimonio,[12] en una cueva de la serranía de Tierra Caliente, en un paraje donde ellos y el matrimonio López Rayón (que fungieron como padrinos de la niña) se mantenían ocultos. En marzo de 1818, un contingente de ex insurgentes indultados capturó a Leona en la sierra de Tlatlaya y días después Quintana Roo se sometió con la condición de que su esposa fuese dejada en libertad sin ningún perjuicio. El virrey Apodaca confirmó el indulto para los dos esposos, pero lo condicionó a su destierro en España e impuso que entretanto se les trasladaba hasta allá vivieran en la ciudad de Toluca; además, confirmó que la incautación de todos sus bienes a la señora Vicario no sería revocada porque ya estaban confiscados y en parte consumidos; pero asignó una magra pensión para el sostenimiento de la familia (misma que no se pagó debido a “la carencia de fondos”). Como el gobierno virreinal tampoco quiso sufragar su traslado a España, la pareja permaneció en el país y se sabe que luego vivieron en la capital, pues Quintana Roo era miembro del Colegio de Abogados en agosto de 1820 y, en marzo del año siguiente, fue electo diputado a las Cortes españolas, cargo que no llegó a desempeñar efectivamente.

Tras la consumación de la Independencia, en agosto de 1823, Leona Vicario solicitó al Congreso Constituyente la devolución del capital (y los intereses insolutos) que ella había invertido en el Consulado de Veracruz y que le había sido confiscado por el gobierno español. El Congreso resolvió unánimemente compensarla dándole en propiedad una hacienda pulquera-ganadera situada en los Llanos de Apan y un par de casas ubicadas en el centro de la capital. En 1827, el Congreso de Coahuila y Texas decretó que la villa de Saltillo recibiera el nombre de ciudad Leona Vicario.


Una de las propiedades que se le otorgaron a Leona Vicario en compensación por los bienes confiscados fue la casa número 2 de la antigua 3a Calle de Santo Domingo


Ella murió en la Ciudad de México el 21 de agosto de 1842, a los 53 años de edad. Al funeral asistió una numerosa y distinguida concurrencia, que incluyó al presidente Antonio López de Santa Anna, en tanto que la prensa del país publicó obituarios que le dispensaban grandes elogios como distinguida patriota.

Según nos dice Genaro García al poner punto final a su biografía de Leona Vicario, el siglo XX iniciaba ya su segunda década y todavía no se había propuesto iniciativa alguna para declararla formalmente benemérita de la patria (aunque en sus días López Rayón y el Congreso de Anáhuac así la llamaron) ni ningún gobierno federal o estatal le había dedicado un monumento (aunque el Congreso de Coahuila y Texas en sus días le había otorgado su nombre a su ciudad capital). Las cosas han cambiado desde entonces y actualmente Leona Vicario es reconocida como una de las “heroínas que nos dieron patria”.


Diario del Gobierno de la República Mexicana, 10 de septiembre de 1842, p. 1


Cierro este esbozo biográfico de Leona Vicario con un fragmento de la carta que ella dirigió a Lucas Alamán en respuesta a la crítica que éste le formuló al aseverar que su actividad como insurgente se había debido simplemente a su relación amorosa con Andrés Quintana Roo. El texto de Vicario es una refutación brillante a la postura conservadora que asigna a la mujer un papel secundario siempre determinado por su supuesta subordinación al hombre.

Confiese usted, sr. Alamán, que no sólo el amor es el móvil de las acciones de las mujeres: que ellas son capaces de todos los entusiasmos y que los deseos de la gloria y de la libertad de la patria, no les son unos sentimientos extraños; antes bien suele obrar en ellas con más vigor, como que siempre los sacrificios de las mujeres, sea el que fuere el objeto o causa por quien los hacen, son más desinteresados, y parece que no buscan más recompensa de ellos, que la de que sean aceptados. Si M. Stael atribuye algunas acciones de patriotismo en las mujeres a la pasión amorosa, esto no probará jamás que sean incapaces de ser patriotas cuando el amor no las estimula a que lo sean. Por lo que a mí toca, sé decir que mis acciones y opiniones han sido siempre muy libres, nadie ha influido absolutamente en ellas, y en este punto he obrado siempre con total independencia, y sin atender a las opiniones que han tenido las personas que he estimado. Me persuado que así serán todas las mujeres, exceptuando a las muy estúpidas, y a las que por efecto de su educación hayan contraído un hábito servil. De ambas clases también hay muchísimos hombres. María Leona Vicario (Carta a Lucas Alamán publicada en El Federalista Mexicano del 2 de abril de 1832).[13]

c La construcción histórica de la heroicidad

Ya desde los primeros años de vida del México independiente la presencia femenina en los asuntos públicos aparece en los recuentos históricos, quizá no en sentido estricto como reivindicación política del sector femenino, pero sí como guía –que finalmente es también política– del conocimiento que fundamenta la historia cívica manifestada en las fiestas patrias alusivas a héroes y acontecimientos fundamentales.

Carlos María de Bustamante apenas menciona que a la esposa del corregidor (así la llama) le fue tomada declaración y se le recluyó en el convento de Santa Clara “a pesar de que se hallaba grávida”. José María Luis Mora y Lucas Alamán, que desaprobaron la insurrección de Hidalgo, consecuentemente mencionan a doña Josefa Ortiz valorando su acción de manera negativa, aunque Alamán nos deja ver que por el hecho de mandar a Allende el aviso del descubrimiento de la conjura, la considera una mujer valerosa y, sin querer, prefigura en su obra este argumento que será utilizado después, bajo otra perspectiva ideológica, para su heroificación. La construcción de esta heroína y de otras más va elaborándose a un ritmo lento en las primeras décadas del siglo XIX, a diferencia de las figuras de Hidalgo, Allende, Morelos y Mina, a los que se identifica oficialmente como héroes de la Independencia a través de un decreto que expide el Congreso General en 1823.

Con ellas pasó algo similar a lo ocurrido con muchos otros nombres incluidos y borrados de la galería de los grandes hombres, en ceremonias cívicas y libros para la enseñanza de la historia. El desacuerdo de a quién honrar con semejante título derivaba de los vaivenes, forcejeos y conflictos políticos de los primeros cincuenta años de vida independiente (Tecuanhuey, 2003, p. 77).

En su Historia de Méjico, Alamán terminó reconociendo la convicción revolucionaria propia de Vicario y su arrojo para apoyar las acciones de Rayón, aun con riesgo de perder la libertad (la obra de Alamán fue publicada años después de la controversia periodística que tuvo con Leona). Así: “…Leona Vicario logró forjar una temprana y unificada admiración de políticos de las más diversas posturas ideológicas, gracias a lo cual consolidó más temprano que otras su posición en la galería de prohombres de la nación” (Tecuanhuey, 2003, p. 81).

Para Leona el reconocimiento pleno de “heroína que nos dio patria” llegaría hasta el cambio de siglo; primero Jacobo Sánchez de la Barquera escribió una reseña biográfica en 1894 y luego, en 1910, se publicó la muy completa biografía realizada por Genaro García, que reconoce como sus fuentes principales a Bustamante (en el obituario de Leona publicado en 1842 en el periódico El Siglo Diez y Nueve) y a Francisco Sosa (Biografías de mexicanos distinguidos, de 1884), además, claro está, de su propio trabajo en archivos documentales antes poco explorados. García desecha en definitiva la figura de amante fiel de Leona y construye sólidamente la de una persona inteligente, independiente y decidida, de poderoso carácter, y sin temor al patíbulo ni a la excomunión, a pesar de su acendrada religiosidad. “Por último, García distingue otro rasgo heroico que la hace singular: Leona obraba con el mayor desinterés dada su solvencia económica” (Tecuanhuey, 2003, pp. 84-85).

Así, Leona Vicario se diferencia de Josefa Ortiz porque es muy individual y potentemente racional (valor, voluntad, inteligencia) en su convicción por lograr la libertad de su pueblo. Es una mujer de lucha. En cambio, si bien a doña Josefa también se le han reconocido valor, decisión, desinterés y compromiso, es bastante común que se le interprete de acuerdo con el modelo de madre que cubre con sus brazos, consuela y protege al pueblo.

Como conclusión, creo que para entender la multiplicidad de formas de la participación femenina en la Independencia es necesario cruzar la variable género con otras de igual importancia significativa en la construcción de la historia, como son, entre otras, las de clase y etnia. Porque, en efecto, la apropiación de espacios públicos y privados, así como las actividades cotidianas a las que se dedicaban, dependían mayormente de las posibilidades que su pertenencia a una clase o estrato ofrecía a cada quien. Así:

Entre los afanes femeninos, el papel de las aristócratas simpatizantes de la causa insurgente, como anfitrionas y organizadoras de tertulias y saraos, fue fundamental en la congregación de la intelectualidad de la época para discutir las modernas ideas [de autonomía o independencia]. Planes y conjuras surgieron de estos espacios, en donde las mujeres participaban como conspiradoras (Córdova, 2009, p. 186).

En este sentido, tenemos los sobresalientes casos de Josefa Ortiz “la corregidora de Querétaro”, Leona Vicario y Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín, además de otros como el menos recordado de Juana de Balero, esposa del intendente de San Luis Potosí, y el más afamado pero menos comprobado de María Ignacia Rodríguez “la Güera”. En cambio, las mujeres de clases inferiores o de extracción indígena, sirvieron más bien –al igual que los hombres– como carne de cañón. Un puñado de ellas son mal recordadas y poco menos que anónimas, como la Guanajuateña, que tuvo una participación crucial en la batalla de la hacienda de San Eustaquio, posibilitando la marcha de las fuerzas de López Rayón de Saltillo a Zacatecas. Son también interesantes pero poco delineadas las figuras de la Barragana (propietaria de una hacienda en Río Verde, que se unió a las huestes de Hidalgo), Teodosia Rodríguez, “la Generala”, y Manuela Medina (o Molina), “la Capitana”, natural de la región de Taxco (ya la mencioné en el anterior artículo de esta serie) porque comandaron nutridos grupos de indígenas que se sumaron a las fuerzas de Hidalgo, Morelos y Rayón. De alguna manera, estos casos pueden ser indicativos de los desequilibrios y rompimientos que caracterizaron la década de guerra civil y, sobre todo, pueden señalar una ruta de investigación en el cruzamiento de género-etnia. ¿Serían los indígenas, envueltos en relaciones de propiedad comunal y devotos de deidades femeninas desde Tonantzin –o sus equivalentes en lenguas no nahuas– hasta la Virgen de Guadalupe, más proclives a la aceptación de un liderazgo militar femenino? Nos acercaremos a una respuesta a esta interrogante en una posterior entrega de esta serie.

c Referencias

CÓRDOVA, Rosío (2009). Las mujeres en la guerra civil de 1810. Juan Ortiz Escamilla y María Eugenia Terrones López (coords.), Derechos del hombre en México durante la guerra civil de 1810 (pp. 175-209). Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

GARCÍA, Genaro (1910). Leona Vicario. Heroína insurgente. Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología.

TECUANHUEY, Alicia (2003). La imagen de las heroínas mexicanas. Manuel Chust y Víctor Mínguez (eds.). La construcción del héroe en España y México (1789-1847) (pp. 71-90). Universitad de València.

Notas

* Antropólogo. Laboró en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología. Para Correo del Maestro escribió las series “El fluir de la historia”, “Batallas históricas”, “Palabras, libros, historias” y “Áreas naturales protegidas de México”.

  1. Gaspar Martín Vicario, oriundo de Castilla la Vieja, dedicado al comercio y ocupante de cargos en el tribunal de la Inquisición y el cabildo de la Ciudad de México, contaba con una muy considerable fortuna. Y Camila Fernández de San Salvador y Montiel, criolla nacida en Toluca, pero descendiente de una familia de origen zacatecano que, si bien no era muy rica, sí ofreció una buena educación a sus hijos, de los cuales, los varones alcanzaron puestos importantes en la administración pública del virreinato.
  2. Genaro García nos dice que era “instruida en historia, política, ciencias naturales y literatura; conocía el francés” (1910, p. 46) y además pintaba y dibujaba con bastante habilidad.
  3. Su madre en 1807 y su padre antes.
  4. Un abogado muy reconocido que fue dos veces rector de la Real y Pontificia Universidad de México.
  5. Posiblemente su inteligencia y su educación fueron factores de peso en el éxito de su labor de espionaje, pues creó todo un método de cifrado de sus mensajes y cartas para no ser descubierta. Tan eficaz fue ese método que durante la causa que le fue instruida, sus enjuiciadores no pudieron entender con precisión quiénes estaban implicados en esas redes de comunicación, por lo que siguieron presionando a Leona, infructuosamente, para que los delatara.
  6. Me permito usar el apelativo Leona siguiendo una añeja costumbre historiográfica.
  7. “De su propio peculio Leona socorría a los presos por causa de la insurrección; cubría el valor de las armas, municiones y gastos de viaje de los jóvenes que mandaba a los campos de la guerra, y sostenía en la capital a las familias de los armeros vizcaínos que asimismo había enviado a Tlalpujahua. Estos desembolsos implicaban para Leona un verdadero sacrificio” (García, 1910, p. 69).
  8. En total, Leona estuvo presa en el convento de Belén 42 días.
  9. Entidad encargada de conocer todos los procesos que se siguieran contra los habitantes de la capital y de cinco leguas de su entorno, por acusaciones de infidencia, sedición o seducción cometidas por cualquier persona sin distinción de clase, estado, fuero o sexo. Aunque no podía sentenciar directamente, perseguía y procesaba para finalmente remitir sus resoluciones al virrey.
  10. Nacido en Mérida, Yucatán, el 30 de noviembre de 1789 (siete meses después que Leona), Quintana Roo estudió leyes en la Universidad de México, donde conoció a Agustín Pomposo, tío de Leona. Entró como pasante en el despacho de éste y así la conoció. Terminaron enamorándose, pero como don Agustín negó su permiso para el enlace matrimonial (probablemente algo habrá pesado en esa decisión que el tío era realista y Andrés simpatizaba con los independentistas), Quintana Roo se marchó a Oaxaca para unirse a las fuerzas de Morelos. Allí se convirtió en uno de los redactores del Semanario Patriótico Americano.
  11. Oficio de un secretario del Congreso a la señora Leona Vicario, reproducido en García (1910, pp. 117-118).
  12. Llamada Genoveva, en 1821 tuvieron otra a la que nombraron Dolores.
  13. El texto de esta carta se ha reproducido innumerables veces en escritos dedicados a Leona Vicario; en esta ocasión he adaptado la ortografía a los usos actuales.
c Créditos fotográficos

- Imagen inicial: inba.gob.mx/prensa/12837/leona-vicario-poeta-considerada-la-primera-periodista-en-mexico

- Foto 1 a 8: Tomado de www.inehrm.gob.mx/es/inehrm/LeonaVic_ForjadorasdelaPatria

- Foto 9: EneasMx en commons.wikimedia.org (CC BY-SA 4.0)

CORREO del MAESTRO • núm. 317 • Octubre 2022