El fluir de la historia
EL NILO: LA LARGA HISTORIA DE UN RÍO

Andrés Ortiz Garay[*]

Hasta hace poco más de una década, el Nilo fue considerado el río más largo del mundo; pero hoy tal distinción pertenece al Amazonas (6800 km), al que se le reconocen 105 kilómetros más que al río africano (6695 km). Sin embargo, es indudable que al Nilo sigue perteneciéndole otro primer lugar mundial: el del río con más larga historia.[1]



El nilo: la larga historia de un río

Esa mayor largura de la historia del Nilo no tiene que ver con su formación geológico-hidrográfica, más bien me refiero a una historia humana, a la gran antigüedad de los registros escritos por los egipcios habitantes del valle del Nilo. Los vestigios fechados en cerca de 3300 años antes de la era cristiana así lo prueban; se argumenta que se trata de una datación muy cercana en profundidad temporal a la de la escritura cuneiforme de Mesopotamia, la cual podría entonces disputar a los jeroglíficos egipcios ese primer lugar de antigüedad y hacer con ello que los ríos Éufrates y Tigris fueran los que tuvieran esa más larga historia. Sin embargo, aunque las fechas absolutas de antigüedad de los sistemas de escritura de egipcios y mesopotámicos puedan ser discutibles, no lo es el hecho de que la escritura jeroglífica egipcia se mantuvo vigente hasta el siglo IV d. C., mientras que la escritura cuneiforme dejó de usarse mucho tiempo antes. Esto permite otorgarle a los egipcios y a su río esa mayor profundidad histórica a la que me refiero. Asimismo, es importante que concedamos ese primer lugar en antigüedad para el Nilo a efectos de entender por qué la búsqueda de sus enigmáticas fuentes ejerció durante miles de años una gran fascinación sobre incontables viajeros y exploradores. El propio nombre del río es ya un enigma, pues su origen y significado son inciertos. Se dice que los habitantes del Bajo Egipto nombraban en su lengua Neialu o Neilu a los ramales del río que formaban el delta, y que luego los griegos calcaron la palabra usándola para nombrar al río (Guadalupi, 1977: 15).

De la larga historia del Nilo, este artículo aborda más bien su exploración efectuada por europeos en el siglo XIX. Pero antes de entrar en materia, es conveniente dedicar los primeros apartados a revisar: la importancia de Egipto y su río para la civilización occidental; una nota sobre los dos Nilos; un breve apunte sobre el conocimiento de África del Este antes del arribo de los europeos; y algunas especificidades del contexto histórico mundial en el que ocurrieron las exploraciones europeas de sus fuentes.

El Nilo y Egipto

Dejaré de lado aquí, asumiendo que es de sobra conocido, el detalle del surgimiento, desarrollo y esplendor de la civilización egipcia gracias a las crecientes anuales del río. Mejor digamos de una vez, que cuando Herodoto de Halicarnaso, el griego llamado “padre de la Historia”, visitó Egipto, en el siglo V a. C. (quizás alrededor del año 445), ese país era ya considerado antiguo por sus contemporáneos; en el libro II de su Historia, él aseveró que los egipcios se encontraban entre los primeros hombres surgidos en el mundo.[2] En su viaje, Herodoto remontó el Nilo desde el delta hasta Elefantina, donde acababa Egipto y empezaba Nubia, muy cerca de la primera catarata.[3] En su libro advierte que sobre las fuentes del río no obtuvo información fidedigna “ni de egipcio, ni de libio, ni de griego”, pero aun así relata lo que oyó decir sobre el tema. Por ejemplo, que el nacimiento se encontraba más allá de Elefantina en una grieta sin fondo entre dos montañas, Mofi y Crofi, de donde fluía agua hacia el norte (Egipto) y hacia el sur (Abisinia);[4] o que el cauce del río provenía de mucho más al sur, tanto que tras cien días de marcha se llegaba apenas a la fabulosa ciudad de Meroe, donde el explorador tendría que hacer nuevas indagaciones, pues más allá de ella nada se sabía; o también –como oyó decir en Libia–, que unos viajeros que habían atravesado rumbo al sur el gran desierto (el Sahara) hasta llegar a un lugar repleto de vegetación, cuando comían allí unos extraños frutos (¿plátanos?) fueron capturados por pequeños hombrecillos (¿pigmeos?) que los llevaron a una ciudad poblada por negros (¿Tombuctú?), y que cerca de ésta corría un gran río infestado de cocodrilos (esto es relevante porque durante mucho tiempo, los occidentales supusieron que sólo había cocodrilos en el Nilo; cuando, mucho después de Herodoto, los vieron también en los ríos Níger y Congo, tal suposición indujo a pensar erróneamente que esos ríos se conectaban con el Nilo).[5] La obra de Herodoto constituyó así un punto de partida para la geografía del Nilo y fue pionera en el despertar del interés y la admiración de Occidente por la “tierra de los faraones”.

En el siguiente siglo, Aristóteles sostenía que el río nacía en Argyros Oros (montaña de plata), rodeada de lagos y habitada por pigmeos que cabalgaban en diminutos caballos; noción muy cercana a la realidad geográfica del Nilo Blanco, aunque acerca de las monturas no sea posible pronunciarse hoy afirmativamente.[6] Por su parte, Eratóstenes de Cirene, griego que vivía en Libia, aseguraba que la corriente del Nilo se formaba por la conjunción de los ríos Astaboras y Astapus, este último proveniente de un lago a donde no se podía llegar porque el calor era insoportable. También Tales de Mileto y Platón se ocuparon del asunto. La conquista de Egipto por Alejandro Magno y la fundación de Alejandría (ciudad que el macedonio mandó edificar en el delta del Nilo y que pronto se convertiría en una de las más grandes urbes de la época) significó un paso más en la aproximación de Egipto y su río con los demás reinos helenísticos. Una vez convertido en faraón, uno de los generales del conquistador macedonio, Ptolomeo Lágida, fundó el mayor centro científico de la antigüedad, el Museo de Alejandría (donde desarrollaron sus estudios astrónomos, matemáticos, gramáticos, físicos, geógrafos, geómetras y médicos, entre otros especialistas). Su biblioteca reunió un acervo que compendia el saber de las culturas mediterráneas y del Asia Menor; desgraciadamente, una parte importante de las obras que contenía la biblioteca se quemó en el incendio ocurrido durante la toma de la ciudad por los legionarios de Julio César (siglo I a. C.). Pero la tradición académica del museo no finalizó entonces; en el siglo II d. C., los trabajos atribuidos al estudioso alejandrino Claudio Ptolomeo culminaron en la elaboración de un mapa del mundo conocido por la civilización occidental. Esa propuesta cartográfica, que situaba el principio del Nilo en una zona de grandes montañas y grandes lagos, fue una especie de canon geográfico durante mucho tiempo.

En el año 30 a. C., la muerte de Cleopatra VII marcó el fin de una era milenaria, pues tras ella no habría más faraones ni pirámides para su culto. Egipto y su río se convertirían en dominio provincial de sucesivos imperios. El primero de ellos, el romano, mantuvo respecto al Nilo un interés similar al de los griegos. Nerón, el famoso emperador muchas veces señalado como un desquiciado (especialmente por su oposición al cristianismo), pero que durante su reinado patrocinó a artistas, filósofos y estudiosos, envió a dos centuriones y su escolta a remontar el curso del Nilo en busca de sus fuentes. A su regreso a Roma, los exploradores romanos dijeron que la laberíntica región de pantanos que los nativos llamaban Sudd, “el obstáculo” (al sur de Sudán), les había impedido seguir el trazo de la corriente. Los bizantinos, herederos de los romanos, tampoco lograron internarse en el África más allá del Bajo Nilo; sin embargo, un legado persistente de los romano-bizantinos fue que el cristianismo ganó adeptos en Egipto (los coptos) y de ahí se extendió hasta Etiopía y Eritrea en una versión que, si bien cismática respecto al papado católico y a la Iglesia ortodoxa, mantuvo relaciones con la diócesis copta de Egipto.

En 640, los árabes derrotaron a los bizantinos en la batalla de Heliópolis e iniciaron una nueva era para Egipto y su Nilo. El islam se convertiría en un horizonte civilizatorio que en los siguientes 12 siglos se adentraría en el continente africano, primero con las conquistas de los califatos árabes y después con las de los sultanatos dependientes del Imperio otomano. Sin embargo, el Medievo europeo no olvidó a Egipto, no al menos en su papel de territorio crucial para obtener la dominación del Cercano Oriente y por eso a su conquista se lanzaron algunas de las invasiones conocidas como “las cruzadas”. Durante esta época, la leyenda del Preste Juan fue muy popular en Europa. Según rezaba esa fábula, había un reino muy rico (que algunos situaban en África y otros en el Asia central), que gobernaba un sabio, el Preste Juan, y que estaba habitado por cristianos que, a duras penas, resistían los embates de las huestes musulmanas. Esta leyenda tenía cierta base de realidad en lo que ya mencionamos acerca de la adopción del cristianismo en Etiopía. La búsqueda de este fabuloso reino fue uno de los acicates de los cruzados medievales y continuó presente durante mucho tiempo en el imaginario europeo.

Mucho después, entre 1798 y 1801, el fallido intento de Napoleón Bonaparte por apoderarse de Egipto terminó en fracaso militar –igual que las cruzadas–, pero en cambio tuvo un efecto cultural perdurable. Más de centenar y medio de estudiosos formados en el marco de las ideas de la Ilustración realizaron investigaciones y revelaciones que situaron a la antigua civilización egipcia como una de las cunas de la historia universal. Los hallazgos arqueológicos[7] de esa expedición sorprendieron y suscitaron la admiración de una Europa ya encaminada a la modernidad y que había estado apartada por largos siglos del conocimiento de los vestigios de los antiguos egipcios ante la reticencia de los musulmanes para permitir la entrada de los cristianos en sus dominios.

Aunque el Imperio otomano logró reconquistar Egipto y expulsar a las tropas francesas, la presión de las potencias europeas para establecer su dominio no cejaría ya. La construcción del canal de Suez (inaugurado oficialmente en noviembre de 1869) para abrir la navegación entre el Mediterráneo y el mar Rojo convirtió definitivamente la posesión de Egipto en una cuestión estratégica. Si bien los franceses habían sido los socios mayoritarios en la empresa de construcción del canal, los británicos lograron de manera paulatina adueñarse de él y en 1882 establecieron un protectorado sobre Egipto que fue legalmente reconocido por las potencias europeas. La “tierra de los faraones” no alcanzaría su independencia, al menos de manera formal, sino hasta 1922.

Dos ríos, dos fuentes

Advirtamos algo antes de continuar hacia las fuentes del río. Si bien desde los griegos clásicos hasta nuestros días el Nilo se identifica con Egipto, tal imagen resulta un tanto engañosa –o al menos incompleta– si consideramos que el tramo casi rectilíneo que cruza el desierto desde Wadi Halfa[8] hasta el delta constituye menos de una tercera parte de la longitud total del río. Antes de entrar a Egipto, su curso ha discurrido por otro tipo de paisajes e historias. Yendo río arriba, el Nilo hace un par de singulares curvas (una de las cuales le hace atravesar dos veces un mismo paralelo, alrededor de los 10° de latitud norte), todavía en terrenos desérticos, pero éstos en Sudán. Es la zona de las cataratas que por siglos impidió navegar las aguas a contracorriente. En los alrededores de la sexta catarata se ubica Meroe, la antigua capital de los reyes nubios, vasallos a veces, y avasalladores otras, de los faraones egipcios. En 1821, el francés Frédéric Cailliaud visitó el lugar y dejó una descripción que avivó el interés europeo en el Nilo. Más allá de ese punto se extienden, primero la extensa sabana sudanesa, donde se forman los impenetrables pantanos del Sudd, y luego, cuando la topografía se eleva, los altiplanos y las montañas, donde llueve todo el año. Pero, en Jartum, la ciudad capital del actual Sudán (a unos 2250 km de El Cairo), dos corrientes que hasta entonces han transcurrido independientes una de otra se unen para formar el Nilo inferior.




El Nilo Blanco (Bahr al-Abyyad en árabe) es el más largo y su cuenca abarca una superficie mucho mayor que ocupa partes de Sudán, Uganda, Ruanda y Burundi. En contraste, el Nilo Azul (Bahr al-Azraq), aunque de menor longitud, es el más pujante; su vitalidad queda demostrada en los impresionantes cañones que la corriente ha excavado entre las montañas del altiplano etíope, y su fecundidad consiste no sólo en que al unir su caudal al Nilo Blanco renueva la dinámica que logra conducir la corriente unificada hasta el Mediterráneo, sino en que transporta en sus aguas el limo fertilizador de Egipto. En este artículo no abordo a detalle la exploración del Nilo Azul; sólo menciono que el descubrimiento de sus fuentes se atribuye al escocés James Bruce de Kinnaird (1730-1794), quien en 1770 llegó en una marcha por tierra desde El Cairo hasta el lago Tana, en Etiopía. Sin embargo, desde antes, otros viajeros habían alcanzado esa meta: dos jesuitas, el español Pedro Páez (en 1613) y el portugués Jerónimo Lobo (en 1629), así como el también lusitano aunque no jesuita João Bermudes (que publicó una memoria de su viaje en fecha tan temprana como 1565). Pero los inaccesibles cañones y desfiladeros por los que discurre el río causaron que, todavía a mediados del siglo XX, gran parte del curso del Nilo Azul permaneciera desconocido. Fue hasta 1968 cuando una expedición de científicos y militares etíopes y británicos, auspiciados por el gobierno del emperador Haile Selassie de Etiopía, logró realizar la travesía por las aguas del Nilo Azul desde el lago Tana hasta la frontera etíope-sudanesa. Esos expedicionarios, dirigidos por el capitán inglés John Blashford-Snell, contaron con lanchas inflables especialmente diseñadas por la Marina Real británica y en el arduo trayecto debieron repeler ataques de bandidos. La inaccesibilidad a varias zonas del Nilo Azul se demuestra con el hecho de que, hasta la primera década del siglo XXI, se construyeron puentes sobre este río con tecnología moderna, para sustituir a los levantados por los portugueses del siglo XVII mediante técnicas similares a las que emplearon los antiguos romanos.[9]

Por otro lado, el nacimiento del Nilo Blanco se ubica en un intrincado sistema alimentado por varias fuentes:


a)

el río Kagera, que transita por Burundi y Ruanda, del cual una pequeña ramificación tributaria, el arroyo Ruvubu, se ha referenciado como el punto más distante hasta la desembocadura del Nilo;

b)

el lago Victoria Nianza,[10] donde se vierte el Kagera, pero que también alimentan más de una veintena de otros pequeños afluentes y un sinfín de escurrimientos que descienden desde los montes Ruwenzori. Del Victoria sale el río Kafu (o Nilo Victoria) que atraviesa por los lagos Kioga y Eduardo y desde este último sale otra corriente que desemboca, una vez más, en otro lago:

c)

el Alberto Nianza, en cuyo extremo norte se congregan finalmente los surtimientos del sistema fluvial que origina el Nilo Blanco. Poco después de salir de allí, el río abandona su apariencia lacustre y, tras sortear el difícil paso de las cataratas Murchison –su primer y estruendoso salto al vacío–, el Nilo desciende ya confiado en su formato fluvial por el sur del Sudán, donde le llaman Bahr el-Jebel.


Esa plenitud de aguas fluyentes que discurren entre lagos y que terminan por alimentar el caudal del Nilo Blanco la hacen posible las lluvias que los monzones del océano Índico y las nubes provenientes del lejano Atlántico descargan sobre Ruwenzori, las legendarias montañas de la Luna.[11] Es pues este macizo montañoso de más de 100 kilómetros de largo, rodeado de nubosidades que impiden casi siempre una vista franca de sus elevaciones, el que aporta el agua inicial del Nilo Blanco, gracias a la nieve que se derrite desde los glaciares y al copioso abatimiento pluvial (que, por lo menos hasta antes del actual cambio climático global, parecían ser eternos). Así pues, los informes geográficos de Herodoto y Claudio Ptolomeo no erraban demasiado al posicionar el origen del Nilo en una región de grandes lagos y grandes montañas.

Otros puntos de vista: el islam y los pueblos aborígenes

Una historia más completa de la exploración del Nilo tendría que abrevar también en los conocimientos geográficos producidos tanto por la civilización islámica, como por las culturas originales de África que se desarrollaron en las regiones que atraviesa el río; pero en ambos casos los materiales que se pueden consultar en México resultan escasos. Por eso hago aquí tan sólo una apretada mención a pie de página de algunos viajeros islámicos que contribuyeron al adelanto de la cartografía del África oriental,[12] ya que me parece más importante apuntar que la presencia árabe fue determinante en la configuración de la historia del África oriental. Los árabes y sus descendientes fueron internándose poco a poco en el continente, partiendo de sus fundaciones en las costas del océano Índico hasta llegar muy adentro del continente;[13] introdujeron a su paso novedades culturales que durante diez siglos, del IX al XIX, transformaron de modo radical los procesos civilizatorios de esa porción del mundo.[14] Pero desgraciadamente, la colonización árabe-islámica también inauguró un esquema de relaciones que perduraría hasta fines del siglo XIX: el desigual comercio de sal, telas, abalorios y productos manufacturados (de manera sorprendente originados, algunos, en China o la India)[15] que los mercaderes árabes cambiaban por hierro, oro, pieles de animales (las de leopardo eran especialmente apreciadas), marfil (de elefantes y rinocerontes) y esclavos negros, los principales productos aportados por la contraparte nativa.

Y en cuanto a la historia elaborada por las poblaciones autóctonas del este africano, el panorama es casi nulo, porque la escritura fue inexistente entre sus pueblos originarios. Desde luego, esto no significa que esos pueblos no hayan tenido historia propia ni recursos para transmitirla (los poemas cantados que pasan de generación en generación son ejemplo de su existencia), sino simplemente que no recurrieron a la escritura para registrarla y que esa ausencia impide hacer aquí referencia a autores y obras. Ciertamente hay modernos estudios arqueológicos[16] e históricos que han profundizado en el conocimiento de las culturas y los pueblos africanos y vale la pena asomarse a intentos como el de Pierre Bertaux (ver apartado de referencias). La lingüística tampoco resulta muy esclarecedora para definir las identidades étnicas presentes en la región que nos ocupa, pues la trama parece un rompecabezas insoluble para quien no tiene preparación en esa especialidad; la reducción de las hablas ubicadas a la vera del Nilo y en sus regiones adyacentes en tres grandes familias lingüísticas[17] permite explicar algunas coincidencias culturales, pero la fragmentación y diversificación tribal ha sido tal que el simple esbozo de una identificación etnográfica de las tribus mencionadas por los exploradores europeos requeriría utilizar espacios e intenciones que aquí no tenemos. Por eso, es definitivamente más importante recordar lo que nos advierte Alejandro de Oto en su aleccionador libro: “… la gente de los territorios explorados sabía dónde estaban los lugares que los exploradores buscaban. El asunto era que ese conocimiento debía integrarse y por consiguiente reformularse en los saberes europeos” (1996: 32).

El contexto de las exploraciones del siglo XIX

A mediados del siglo XIX, el Imperio británico era la potencia hegemónica en el mundo. Su dominio naval y militar estaba intrínsecamente relacionado con el hecho de que el Reino Unido había efectuado su revolución industrial antes que los otros países europeos. La implantación del modo de producción capitalista y de la maquinización en las fábricas se había logrado allí en una relativa calma; ni la revolución social, ni las guerras napoleónicas, ni las luchas dinásticas habían ensangrentado directamente su suelo, como sí había sucedido en otras partes de Europa. Quizá por eso, entre muchos británicos permeaba entonces una actitud mental que los hacía sentirse orgullosos de los logros de su patria y proclives a la aventura.

Firmemente instalados en la India (“la joya de la Corona”) desde el último cuarto del siglo XVIII, los británicos habían mantenido en África una presencia tangencial. Igual que otras potencias europeas (Portugal, Francia, Holanda y Prusia, entre ellas), el Reino Unido se había apoderado de algunos puntos estratégicos para asegurar su navegación hacia el Extremo Oriente y había instalado consulados en los principales centros comerciales del África Oriental, donde su alianza con los sultanatos dependientes del Imperio otomano le representaba ciertas ventajas. Pero la lógica de expansión del capitalismo obró de forma tal que conocer el interior del continente negro se volviera importante: era conveniente intercambiar mercancías industriales por riquezas naturales; era necesario acabar con la trata de esclavos negros para instaurar plenamente las relaciones capitalistas (basadas en el pago de míseros salarios a la fuerza de trabajo proletaria, en vez de, como en el caso de los dueños de esclavos, tener que encargarse de la manutención de sus trabajadores); era también indispensable –como advierte la cita del libro de Alejandro de Oto antes mencionada– que el conocimiento del interior africano se reformulara en correspondencia con los parámetros geográficos, históricos y etnológicos del saber occidental, pues sólo así la dominación imperial lograría completarse.

Además, otro factor intervino de modo decisivo en la historia de las exploraciones del interior de África: el auge de relatos y crónicas de viajes publicados para el consumo de un público alfabetizado que durante el siglo XIX crecía en índices cada vez mayores en los países del occidente europeo y en los Estados Unidos. Recordemos que en aquella época sin radio, cinematógrafo o televisión, los libros, periódicos y revistas constituían prácticamente el único medio a través del cual la gente podía no sólo informarse de los acontecimientos en el mundo, sino también satisfacer –en la seguridad de su propio entorno– sus ansias de aventura y conocer otras realidades. De manera hábil, las empresas editoriales supieron aprovechar este interés para convertir en celebridades a los exploradores que retornaban reivindicando algún tipo de logro tras sus viajes. En buena medida, la disputa entre los capitanes Burton y Speke –que veremos adelante– se inscribió, en parte, en este juego movido por las casas editoras (cuando la Royal Geographic Society anunció el debate entre ellos sobre las fuentes del Nilo, 1500 boletos para la entrada de este evento se agotaron en unos pocos días); las dos primeras expediciones del periodista H. M. Stanley fueron sufragadas con dinero aportado por periódicos y sus libros se vendieron en grandes tirajes –tan sólo In Darkest Africa tuvo una venta de 150 000 ejemplares en 1890. Y la avidez de las masas por los relatos de los exploradores de África no se reducía a los impresos: Stanley dio múltiples conferencias en el Reino Unido y en los Estados Unidos a las que asistió mucha gente y que le reportaron jugosas ganancias; las imágenes de David Livingstone aparecían en cajas de cerillos, platos conmemorativos y otros productos, además de que se hacía continua mención de sus hazañas en los servicios religiosos y en las clases escolares.


Sin embargo, fue sobre todo al caracterizar los esfuerzos de los exploradores como una carrera para descubrir las fuentes del Nilo que Stanley y sus rivales tuvieron la posibilidad de mitigar las ambigüedades morales de sus acciones en África. Ellos fueron ayudados e inducidos a este tipo de empresas por la iglesia y la capilla, la prensa popular, la Royal Geographical Society y varias otras instituciones domésticas, cada una con sus propios motivos para promover las exploraciones. Estos grupos de interés transformaron a los exploradores en celebridades […] La sociedad victoriana los recompensó con fama y ganancias y pocos fueron más ricamente premiados que aquellos que tomaron parte en la búsqueda de las fuentes del Nilo (Kennedy, s/f).


Pugna por las fuentes del Nilo

Así, la Royal Geographic Society[18] patrocinó al capitán Richard Francis Burton (1821-1890) para que entrara en África. La biografía escrita por Edward Rice empieza diciendo que Burton “fue el paradigma del erudito aventurero […] descolló por encima de los demás tanto en lo físico como en lo intelectual; fue militar, científico, explorador y escritor […] estuvo además comprometido en la más romántica de las actividades, la del agente secreto” (1999: 23).

Pero más que un James Bond decimonónico,[19] Burton fue un investigador tanto de territorios ignotos, como de las diferencias culturales entre los seres humanos. Fue un lingüista consumado; se dice que hablaba una treintena de lenguas. Fue un prolífico antropólogo-escritor con más de cuarenta publicaciones, en las que plasmó tanto experiencias personales vividas en sus intrépidos viajes, como conocimientos desarrollados gracias a su poderoso intelecto y su insaciable curiosidad científica.


Burton era un estudioso intenso y meticuloso. Nadie más ha hecho una crónica de un viaje a través de África con una erudición como la suya. Nada queda más allá de su observación: las lenguas y las costumbres de las tribus, la geografía de la tierra, su botánica, geología y meteorología, hasta las estadísticas comerciales de la importación y exportación en Zanzíbar. Ningún otro explorador tuvo esa amplitud en sus referencias, o leyó tanto, o pudo escribir tan bien; ciertamente ninguno fue tan agraciado como él en sus toques de humor sardónico. Lake Regions of Central Africa, posiblemente su mejor libro, permanece como uno de los máximos exponentes de los diarios de exploradores que alguna vez se hayan escrito (Moorehead, 1960: 33).


Primogénito de un coronel del ejército británico, Burton pasó su niñez y adolescencia en Francia e Italia, luego estudió en la Universidad de Oxford sobresaliendo académicamente, pero terminó por ser expulsado debido a malas conductas. En 1842, se enroló en el ejército de la Compañía de las Indias Orientales,[20] y se le destinó a servir en Punjab, Sind y Beluchistán (ahora partes de India, Afganistán y Pakistán, respectivamente). Los siete años que estuvo allí fueron una etapa decisiva en su vida, pues en ese tiempo perfeccionó sus habilidades etnográficas y lingüísticas (estaba en contacto con sijs, sindhis, beluchistanos, afganos, persas, indostanos y muchas tribus locales más), y desarrolló gran simpatía e interés por la religión y la cultura islámicas, así como una actitud crítica respecto a la moral de la Inglaterra victoriana, lo que más adelante le llevaría a ser objeto de ferviente admiración y de rotundo rechazo.

En 1853, la Royal Geographical Society financió a Burton para ir a Arabia y visitar las ciudades sagradas de Medina y La Meca, centros sagrados del islam prohibidos a los infieles (el gobierno británico no sólo quería ampliar su conocimiento geográfico de la península, sino también abrir un mercado de caballos árabes para la India). Luego fue el primer europeo que entró a Harar, Somalia (hoy Etiopía), otro lugar celosamente vedado a los extraños. En tales casos, Burton logró su objetivo al asumir una personalidad musulmana. ¿Qué tanto respondía esa trasformación a una estrategia deliberada para engañar y poder espiar sin despertar demasiadas suspicacias –tal como el agente 007– o qué tanto era el resultado de una convicción asentada en creencias personales más firmes?[21] No es fácil responder a esta pregunta; posiblemente una combinación de ambos estímulos sea lo más cercano a la verdad, pero es complicado determinar en qué proporciones se daba la combinación. Aun así, vale la pena recordar que Burton no fue el primero ni el último en utilizar ese recurso mimético; la lista es larga, pero podemos decir que varios lo usaron, entre ellos, John Lewis Burckhardt (1784-1817) y Thomas Edward Lawrence (1888-1935), el famoso “Lawrence de Arabia”. Burton destaca en esa lista porque, aparte del necesario disfraz[22] o la sincera simpatía con la cultura ajena, él dedicó parte importante de su trabajo a difundir valores de la “otredad”; por ejemplo, sus traducciones de Las mil y una noches y el Kama Sutra develaron a Occidente el erotismo de Oriente.

Cuando, en diciembre de 1856, Burton desembarcó en Zanzíbar, punto de partida para internarse en el corazón de África, iba con otro oficial también formado en el ejército de la India: el capitán John Hanning Speke (1827-1864). Lo había conocido algo más de un año antes y lo enroló en la exploración de la costa somalí que complementaría su entrada a Harar. Quizá como una manera de resarcirle tras el fracaso de esa empresa, y sin duda convencido de su valía, Burton ofreció a Speke que lo acompañara en su nueva expedición africana y éste había aceptado gustosamente volver a servir bajo su mando.[23] De varias maneras, Speke era la antítesis de Burton. Segundo hijo varón de una acomodada y tradicional familia inglesa, se había distinguido en algunas acciones militares en la India (a donde había llegado en 1844, cuando tenía 17 años) y gracias a ello –y a sus conexiones familiares con el duque de Wellington– había gozado de permisos que le posibilitaron internarse en los Himalayas, llegando quizás hasta el Tibet; pero, al contrario de Burton, a él no le había interesado para nada dejar constancia escrita de esas experiencias, su objetivo era disfrutar los placeres de la cacería. Speke era, en efecto, un cazador compulsivo, prácticamente un asesino irrestricto de animales, que no hacía demasiados distingos entre aves, mamíferos o reptiles (y en eso también era diferente a Burton, a quien no le importaba en nada la obtención de trofeos cinegéticos).


Lo que unía cercanamente a ambos, contra todo sentido racional, era el Nilo. Hallar su misteriosa fuente significaría fama inmediata y probablemente fortuna por haber resuelto el enigma geográfico de más de 2000 años. Pero no era sólo porque ese rompecabezas era venerable o porque su solución prometía recompensas que fuera tan atrayente a la imaginación. Alcanzar la fuente del gran y fértil Nilo, el río de Osiris, sería como encontrar los principios de la vida misma y sus sistólicos ritmos: “tú eres el Nilo”, dice un himno a Osiris, “dioses y hombres viven de tu fluir”. La humanidad siempre está a la caza de la fons et origo de las cosas. En el mismo año en que Burton y Speke regresaron a Inglaterra tras su viaje, apareció impreso El origen de las especies por medio de la selección natural (Carnochan, 2006: 48).


Richard Francis Burton en 1864             John Hanning Speke

Tras cerca de seis meses de preparativos, la expedición[24] se pone en marcha; a principios de agosto empiezan a subir al altiplano (cuya altitud promedio es de mil metros sobre el nivel del mar). El 7 de noviembre, llegan a Kazéh (Tabora), una población a unas quinientas millas de la costa, donde las rutas de las caravanas de los traficantes árabes se bifurcaban: al norte hacia el lago Victoria, al oeste hacia Ujiji en el lago Tanganica o hacia las tierras conocidas como Karagwe y al sur hacia el lago Nyasa (Malawi). Pasan ahí un mes, y mientras se recuperan, Burton aprovecha para obtener toda la información posible sobre las tierras que les esperan más adelante, gracias a su conocimiento y uso fluido de la lengua árabe (Speke, que no la entendía, quedó fuera de esa jugada y dedicó gran parte de su tiempo a la cacería). Después, el 13 de febrero de 1858, avistan el lago Tanganica[25] y al día siguiente entran en Ujiji, una plaza importante donde se comerciaban pescados, legumbres, bananas, melones de agua, mucho vino de palma, algunas cabras, ovejas y gallinas, así como esclavos, marfil, y algodón en bruto o hilado. También se podían encontrar, aunque en menores cantidades, artículos de metal, entre los que sobresalían los que servían de adorno y los cuchillos de doble filo con vaina de madera. Los árabes habían llegado allí en 1840, pero el sitio era más bien una estación de paso de sus caravanas.

Aunque llegar al Tanganica constituyó una proeza, la exploración del lago, que Burton y Speke realizaron en canoas, resultó anticlimática, ya que la única corriente que encontraron en la ribera norte, el río Ruzizi, fluía hacia el interior del lago y por lo tanto no podía considerarse fuente del Nilo. En junio, estaban de vuelta en Kazéh. Allí se tomó una primera decisión que habría de influir de modo determinante en el trágico desenlace de la relación entre Burton y Speke. Éste insistía en marchar al norte (ya recuperado de su ceguera aunque todavía sordo de un oído en el que se le metió un escarabajo), donde los informes recabados situaban un lago más grande que el Tanganica, a unas tres semanas de viaje. Por su parte, Burton quería recuperarse de la parálisis que le habían provocado los ataques de fiebre y aprovechar la buena acogida de los árabes de Kazéh para completar sus pesquisas etnográficas, además de avanzar los preparativos para el arduo regreso hasta la costa. Finalmente, Burton accedió a que su subalterno hiciera la exploración acompañado de Sidi Bombay,[26] una escolta de beluchistanos y los porteadores negros que cargaban la impedimenta. Speke partió así el 9 de julio; el 3 de agosto avistó desde las alturas el enorme lago que en honor a su reina llamó Victoria (los locales le llamaban N’Yanza o Ukerewe). En su libro, Speke describe así su hallazgo:


Ya no sentí ninguna duda de que el lago a mis pies daba nacimiento al interesante río, era la fuente que había sido sujeta a tanta especulación y objetivo de muchos exploradores. Lo dicho por los árabes probaba ser cierto a la letra. Este es un lago, por mucho, más extenso que el Tanganica; tan amplio que uno no puede abarcarlo todo en su mirada y tan largo que nadie podía determinar su tamaño (citado en Moorehead, 1983: 49).


Speke pasó sólo tres días en la orilla sur del lago y regresó prontamente a Kazéh, donde ufanamente reportó su “descubrimiento” a Burton. Tras escucharlo, éste le advirtió que si bien su convicción era fuerte, sus razonamientos eran científicamente débiles, ya que no había tomado mediciones instrumentales suficientes, no había recorrido más que una parte ínfima del lago, ni había avistado siquiera la salida de una corriente fluvial que pudiera considerarse parte del Nilo. A los pocos días de intensas discusiones, para ambos fue evidente que no llegarían a un acuerdo y tácitamente resolvieron no hablar más del tema. Así, el viaje de retorno se hizo mucho más pesado que el de ida; los dos oficiales enfermaron y en varias partes del trayecto tuvieron que ser cargados en literas improvisadas; varias veces, Speke, enfebrecido, reprochaba a gritos cualquier agravio, supuesto o verdadero, que según él, Burton le había infligido. Finalmente, el 4 de marzo de 1859, llegaron a Zanzíbar y de allí a Adén, en la península arábiga. El médico que les atendió aconsejó que permanecieran en ese puerto para recuperar su salud, pero Speke desestimó el consejo y a mediados de abril se embarcó rumbo a Inglaterra. Todavía al partir, Speke refrendó el compromiso de esperar la llegada de Burton a casa antes de presentar cualquier informe sobre la expedición. Sin embargo, no cumplió su promesa; a poco de llegar a Londres, se entrevistó con el presidente de la Royal Geographical Society, conferenció ante sus miembros y obtuvo la comisión de dirigir una nueva expedición, que esta vez se dirigiría directamente desde Zanzíbar al lago Victoria y en la que le acompañaría el capitán James Augustus Grant. Cuando, cerca de un mes después, Burton llegó a Inglaterra, su desplazamiento de la búsqueda de las fuentes del Nilo era ya un hecho consumado.[27]

La expedición de Speke y Grant (también con Sidi Bombay y Mwinyi Mabruk como sus jefes de campo) tardó cerca de un año en aproximarse al lago Victoria, asolada por deserciones, enfermedades y las continuas demandas de hongo.[28] Por fin, en diciembre de 1860 llegaron a Bueranyange, la aldea principal de Karagwe, el más meridional de tres reinos indígenas que dominaban el oeste del gran lago (en la actual Uganda). Allí pasaron un mes, con Speke matando rinocerontes y oyendo los relatos sobre “unos monstruos que no se dejaban ver por los humanos, excepto cuando pasaba alguna mujer a la que echaban mano y estrujaban hasta matarla”;[29] en tanto que Grant se dedicaba a las pesquisas botánicas que eran tan de su agrado. Luego llegó la aprobación de Mutesa, el rey de Buganda, para que los expedicionarios lo visitaran; sin embargo, Grant había enfermado de unas terribles llagas en sus piernas y tuvo que quedarse en Karagwe; Speke se adelantó y otra vez logró avistar el lago Victoria, pero no procedió a explorarlo porque debía presentarse cuanto antes con Mutesa. En Rubaga (en las inmediaciones de la actual Kampala y muy cerca de la ribera norte del lago Victoria), la capital del extravagante Mutesa, Speke pasó tres meses hasta que Grant lo alcanzó.[30]

Cuando finalmente Mutesa accedió a la partida de los blancos, una segunda decisión –esta vez tomada sólo por Speke– intervendría en la disputa con Burton. Como el guía que les conducía a Bunyoro (el más septentrional de los tres reinos mencionados) atajó el camino dejando a un lado el gran lago, Speke decidió dividir la expedición. Le había entrado una inexplicada prisa, por lo que adujo que debían marchar 20 millas al día y que la lesión de Grant le impediría avanzar a esa velocidad; por lo tanto, Speke regresó al lago con una parte del grupo, y Grant fue al norte para presentarse ante el rey Kamrasi de Bunyoro. Si esta decisión fue impuesta por Speke con tal de reservarse para él solo la gloria de ser el primer blanco en avistar la fuente del Nilo o fue producto de una necesidad real permanece como incógnita irresoluble que, en todo caso, ha sido usada por sus detractores para mostrar que nunca estuvo dispuesto a compartir créditos por sus hazañas. En todo caso, el hecho es que en julio de 1862, el capitán Speke encontró lo que buscaba: un gran desagüe del lago Victoria hacia el norte a través de la catarata que nombró para la posteridad Ripon Falls (por el apellido de un destacado miembro de la Royal Geographical Society que lo había apoyado y que luego fue virrey de la India). Se dice que, exultante, Speke les dijo a sus hombres que debían bañarse reverentemente en el sagrado río, cuna de Moisés, a lo que Sidi Bombay le contestó con serenidad: “… nosotros somos musulmanes y no vemos las cosas en la caprichosa manera en que tú las ves, nosotros estamos satisfechos con las cosas simples de la vida” (Moorehead, 1983: 67).

Reunidos de nuevo en Bunyoro, Speke y Grant supieron de otro lago hacia el oeste que los nativos llamaban Lúta N’Zige, el cual podría ser otra fuente del Nilo, pero decidieron no investigar más.[31] Con pocas provisiones ya para pagar más hongo y fatigados de su larga travesía, marcharon al norte apartados durante extensos trayectos de algún curso fluvial hasta que, el 13 de febrero de 1863 (dos años y cinco meses después de haberse internado en el continente negro), arribaron a Gondokoro, conducidos por un destacamento de soldados egipcios que habían encontrado dos meses antes. Ese contingente los esperaba a instancias de John Petherick, vicecónsul británico en Jartum (a donde había llegado en 1846 acompañado por su esposa Kate), quien había contratado con la Royal Geographical Society la misión de apoyar a Speke y Grant cuando bajaran por el Nilo para proporcionarles el transporte y las provisiones que les permitieran llegar a El Cairo. El compromiso estipulaba que debía esperar a los exploradores hasta junio de 1862, pero ellos no llegaron sino ocho meses después. Mientras tanto, Petherick y su esposa se dedicaron a establecer un puesto de comercio un poco más al este de Gondokoro. Por eso, llegaron al punto de encuentro cinco días después del arribo de los largamente esperados Grant y Speke. Este último se tomó como ofensa personal ese breve retraso y rechazó el apoyo que Petherick le brindaba a pesar de que ya no estaba estrictamente obligado a darlo. La hostil reacción de Speke no se entiende bien, excepto como producto de un momento de insania (como los que Burton le atribuía), por soberbia o por las influencias de un tercero (a las cuales Speke parece haber sido bastante vulnerable, como lo demuestra el caso de Laurence Oliphant).[32] John Petherick relató su sorpresa ante la reacción de Speke en su obra Travels in Central Africa (1869):


“En vez del cordial encuentro, que yo había anticipado, con los ardientemente buscados y ahora exitosos viajeros, nos topamos con el frío y patente rechazo a compartir nuestras provisiones y la asistencia que pudiera satisfacer sus más urgentes requerimientos, y que no se podía obtener en otro lado […] Sin que mediara ninguna explicación de sus razones para obrar así, Speke inmediatamente retiró sus efectos del Kathleen [un bote que Petherick tenía preparado para transportar a Speke y Grant] y, en respuesta a mi urgente solicitud de que éste quedara en su posesión y de que aceptara mi oferta de usar otras canoas, tantas como quisiera, para proceder en su viaje Nilo abajo, bruscamente me respondió: ‘No es mi deseo reconocer este socorro regateado y mi amigo Baker me ha ofrecido ya sus barcazas’” (Carnochan, 2006: 83).


Porque, en efecto, otro personaje entraba en la liza; era Samuel White Baker, quien en 1866 publicó The Albert N’Yanza, Great Basin of the Nile and Explorations of the Nile Sources, como resultado de su viaje río arriba. Allí consignó las primeras noticias de las cataratas que llamó Murchison (en honor al presidente de la Royal Geographical Society) y del lago que Speke y Grant no se habían animado a explorar, el Lúta N’Zige (al que llamó lago Alberto, en honor del marido de la reina Victoria). Baker, a quien acompañaba Florence, su bella esposa de origen húngaro, era también un cazador compulsivo que por su propia cuenta había ido a África de safari;[33] había conocido brevemente a Speke durante una travesía por el mar Rojo; había viajado por el este de Sudán siguiendo los cursos del Atbara y el Nilo Azul hasta donde los escarpados desfiladeros le impidieron continuar. Regresó a Jartum y de ahí navegó río arriba hasta Gondokoro, donde le tocó en suerte encontrarse con Speke antes que Petherick, lo cual le valió gozar de información que le ayudaría a sumar sus propios laureles en la carrera por las fuentes del Nilo. Que Speke haya preferido el apoyo de Baker en vez del de Petherick se ha juzgado como prueba de una rabieta que comprueba su personalidad megalómana; pero el asunto se complicó más porque a su regreso a Inglaterra acusó públicamente a Petherick de estar involucrado en el tráfico de esclavos. Si bien Speke no aportó pruebas fehacientes que respaldaran tal acusación, la reputación de Petherick fue severamente dañada y su carrera diplomática, así como sus pretensiones de inclusión en la lista oficialmente sancionada de los exploradores del Nilo, fueron cortadas a raíz de tales imputaciones.

En cambio, con la información que le dieron Speke y Grant, Samuel Baker llegó hasta el lago Alberto en marzo de 1864, lo que le permitió ser considerado como otro descubridor de las fuentes del afamado río con el apelativo de “Baker del Nilo”.[34] También se convirtió en el paradigma del cazador de grandes presas, en gran parte gracias a las obras que publicó sobre sus cacerías y exploraciones por África, Asia, Europa y Norteamérica. De carácter fuerte y extravagante, Baker pretendió ser conclusivo en cuanto a la exploración del Nilo:


“La tarea ha sido completada. Tres partidas inglesas, y sólo tres, han trabajado en varios periodos sobre esta oscura misión: cada una ha logrado su finalidad […] Bruce ganó la fuente del Nilo Azul; Speke y Grant ganaron la fuente del lago Victoria del gran Nilo Blanco; y a mí me ha sido permitido tener éxito al completar las fuentes del Nilo con la gran reserva de las aguas ecuatoriales, el Albert N’Yanza, desde el cual las aguas del río emergen como el Nilo Blanco entero” (citado en Carnochan, 2006: 90).


Sin embargo, la cuestión estaba todavía lejos de resolverse certeramente. Tras su exclusión de las exploraciones de las fuentes del Nilo, Burton contraatacó haciendo uso de su poderoso bagaje intelectual y sus argumentos fueron secundados por varios eminentes geógrafos y estudiosos, entre ellos el afamado doctor Livingstone, que se hallaba entonces en Inglaterra. Speke había dejado varios cabos sueltos en sus deducciones (no había circunnavegado el lago Victoria, no había proporcionado mediciones realizadas con instrumentos de precisión, ni había seguido estrictamente el curso del río que salía de las cataratas Ripon, entre otras fallas). Así que la controversia subsistía a pesar de los reconocimientos otorgados a Speke. Para acercarse a una conclusión, la Royal Geographical Society organizó un debate público entre Burton y Speke en el marco de su encuentro anual y nombró a Livingstone como árbitro de la confrontación, que se acordó efectuar el 16 de septiembre de 1864. El día anterior, Burton y Speke se encontraron en el salón de conferencias de la ciudad de Bath, donde se realizaría el debate. Notoriamente azorado, Speke se retiró pronto diciendo “no puedo soportar esto”. En la mañana del día acordado, ante Burton, Livingstone, los académicos y el público que abarrotaba el salón, el presidente de la Royal Geographical Society anunció la trágica noticia de que John Hanning Speke había muerto la tarde anterior.

Vista sobre El Cairo y el Nilo; a la distancia, las pirámides de Giza

En efecto, Speke había salido a cazar perdices en un coto cercano a Bath acompañado por un primo suyo y un sirviente. En algún momento, Speke se apartó de ellos y subió una barda de piedra para saltar al otro lado. Sus acompañantes oyeron una detonación y al alcanzarlo lo encontraron mortalmente herido por el disparo. Desde aquella tarde hasta nuestros días, se ha especulado recurrentemente si se trató de un accidente o de un suicidio. A favor de la primera hipótesis se alega el veredicto oficial sobre el suceso y el hecho de que Speke era joven (37 años), relativamente sano (había superado las secuelas de sus padecimientos en África) y gozaba de fama y fortuna. La argumentación del suicidio señala que su orgullo y sus prejuicios victorianos lo empujaron a quitarse la vida antes que enfrentar una muy posible derrota en el debate público contra Burton, pues éste lo superaba con creces en habilidad oratoria y en razonamiento discursivo (además está el hecho de que no se esperaría que un experto en armas de fuego y técnicas de cacería, como era Speke, hubiera cometido el craso error de manejar imprudentemente su escopeta). Cualquiera que haya sido la verdad del caso, su consecuencia inmediata fue que Burton, Livingstone y otros antagonistas de las conclusiones de Speke sobre las fuentes del Nilo tuvieron campo libre para seguir con sus propias propuestas durante la década siguiente, pues fue hasta 1874 cuando Henry M. Stanley circunnavegó el lago Victoria y confirmó la salida de una corriente fluvial nilótica desde ese cuerpo lacustre. Para entonces, Speke ya había sido relegado de la memoria popular.

Lo dicho en el segundo apartado de este artículo explica en parte las dificultades para ubicar el nacimiento del río, pues el complejo entramado de la cuenca superior del Nilo Blanco implica finalmente la aceptación de que diferentes criterios geográficos con validez propia evalúen de forma diversa la importancia específica de las diversas aguas que lo alimentan. Pero la pugna por el descubrimiento de las fuentes del Nilo en el siglo XIX se inscribe sin duda en el contexto de una lucha por el establecimiento de la dominación europea de África. Los primeros exploradores de esa época, por ejemplo Burton, Speke y Livingstone, pueden considerase la vanguardia suave de una conquista que de modo paulatino iría creciendo en sus alcances territoriales, violencia y niveles de impacto sobre la población autóctona. La búsqueda de las engañosas fuentes del Nilo fue el preludio de esa conquista, y sus primeros actores develaron pronto que un nuevo tipo de gente formaría parte de la historia africana.


Cada uno era altamente idiosincrático (con la posible excepción de James Grant). Burton, Speke, Livingstone, Stanley y Baker eran todos notablemente extraños, impulsados por sus propios egos, demonios y motivos. Y África actuó como un potente catalizador. Soledad, rareza, peligro y la tentación de gran fama y riqueza (no hay que olvidarlo) propulsaron a estos hombres a probarse a sí mismos hasta el límite. Y al mismo tiempo, en total contraste, estuvieron las incesantes muestras de mezquinos altercados, petulancia y egoísmo que hubo entre ellos […] Todos los grandes exploradores de África fueron individuos complejos cuyas psiques excéntricas y neurosis múltiples contribuyeron a sus tremendas energías, su poderosa estamina y a los inevitables problemas personales que se crearon ellos mismos. La reveladora frase de Richard Burton para explicar su manía por la exploración fue “el diablo es quien conduce” (Boyd, 2011).


La larga historia del río Nilo y de la exploración de sus fuentes no terminó con el final de la disputa entre Burton y Speke, ni con los safaris de Baker, porque, como hemos mencionado, Livingstone y Stanley seguían sus propios caminos en pos de ellas; pero sus andanzas las abordaremos en un siguiente artículo, pues más bien lo que ellos terminaron siguiendo fue el curso de otro río.

Referencias

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BOYD, W. (2011). John Speke, the greatest Victorian explorer? [Reseña de Explorers of the Nile. The Triumph and Tragedy of a Great Victorian Adventure, de Tim Jeal, publicado en The Times Literary Supplement.] Disponible en: <www.the-tls.co.uk/tls/public/article791521.ece> Ir al sitio[consultado: 15 de julio de 2015].

CARNOCHAN, W. B. (2006). The Sad Story of Burton, Speke, and the Nile; or, Was John Hanning Speke a Cad? Looking at the Evidence. Stanford: Stanford University Press.

DE OTO, A. (1996). El viaje de la escritura. Richard F. Burton y el este de África. México: El Colegio de México-Centro de Estudios de Asia y África.

GUADALUPI, G. (1997). The Discovery of the Nile. Nueva York: Stewart, Tabori & Chang.

JEAL, T. (2007). Stanley. The Impossible Life of Africa’s Greatest Explorer. New Heaven y Londres: Yale University Press.

KENNEDY, D. (s/f). The Search for the Nile. En BRANCH: Britain, Representation and Nineteenth-Century History. Ed. Dino Franco Felluga. Extension of Romanticism and Victorianism on the Net. [En línea]: <www.branchcollective.org/?ps_articles=dane-kennedy-the-search-for-the-nile#_ftn12.body>: Ir al sitio [consultado: 29 de junio de 2015].

MOOREHEAD, A. (1960). The White Nile. Londres: Penguin Books.

—— (1983). The Blue Nile. Nueva York: Vintage Books (edición original, 1962).

RICE, E. (1999). El capitán Richard F. Burton. Madrid: Ediciones Siruela (3ª. ed.).

NOTAS

* Antropólogo que ha laborado en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, el Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Ecología; actualmente trabaja con Acción Cultural Madre Tierra, A. C. Para Correo del Maestro escribió la serie Palabras, libros, historias.
  1. Las medidas que se ofrecen aquí corresponden a datos publicados por la británica BBC y la estadounidense National Geographic Society. Ver: news.nationalgeographic.com/news/ 2007/06/070619-amazon-river.html y news.bbc.co.uk/2/hi/americas/6759291.stm. Sin embargo, como este artículo lo señala, se debe entender que la definición de la longitud total de un río depende de parámetros establecidos de acuerdo con puntos de vista que a veces no son estrictamente geográficos. Así, la controversia sobre si el Amazonas es el río más largo del planeta o lo es el Nilo continúa vigente.
  2. La anécdota que cuenta Herodoto acerca de la prueba hecha por el rey Cambises para determinar cuál era el pueblo más antiguo del mundo es divertida e interesante, pero aun si fuese cierta, carece de rigor científico. Sin embargo, ilustra bien las nociones de su época sobre la antigüedad de los egipcios y el Nilo. Cfr. Herodoto, Los nueve libros de la historia, libro II. Ediciones elaleph.com [en línea]: <www.educ.ar/sitios/educar/recursos/ver?id=91868>. Ir al sitio
  3. Elefantina, hoy en ruinas, fue sustituida por Asuán, y la primera catarata ha quedado subsumida por la gran presa allí edificada; sin embargo, la frontera meridional de Egipto sigue estando muy cerca de allí, pero ahora no es con la antigua Nubia sino con el moderno Sudán. Advirtamos de una vez que las seis cataratas del Nilo se cuentan como primera, segunda, etc., en sentido inverso a la corriente, es decir, de norte a sur.
  4. Como veremos, esta indicación, que a Herodoto no le pareció muy creíble, no era tan descabellada si pensamos que el escriba egipcio del templo de Sais que se la contó se refería –a su manera– al paso del Nilo Azul por profundos desfiladeros en el altiplano etíope.
  5. Error que ya habían cometido, en el siglo IV a. C., Alejandro Magno y sus geógrafos al creer que el río Indo, donde también pululaban esos saurios, era una prolongación del Nilo.
  6. Sí, en cambio, sobre sus jinetes, ya que las teorías modernas sobre el poblamiento de África señalan que antes de la expansión de las tribus bantús y camíticas (que se inició aproximadamente en los albores de la era cristiana), los antecesores de pigmeos, hotentotes y bosquimanos se extendían por amplias zonas del África subsahariana.
  7. Un ejemplo de esos hallazgos fue la llamada “piedra de Rosetta”, un fragmento de una estela con inscripciones en caracteres jeroglíficos, demóticos y del alfabeto griego antiguo, que permitió iniciar por buen camino el desciframiento de la escritura jeroglífica de los antiguos egipcios. Entre 1809 y 1813, se publicaron 24 tomos de la monumental enciclopedia Description de l’Égypte, obra fundamental de los estudios egiptológicos.
  8. En la actualidad, punto fronterizo entre Egipto y Sudán.
  9. Hay una película filmada en Imax que documenta el viaje realizado en 2004 por un equipo que navegó en kayaks el Nilo Azul desde su fuente principal hasta el delta egipcio. Este equipo fue dirigido por el geólogo italiano Pasquale Scaturro y el documentalista británico Gordon Brown. Esa película, titulada Mystery of the Nile: The Gift of Ethiopia, puede verse en YouTube.
  10. El lago Victoria es el segundo lago de agua dulce más grande del mundo y el mayor de África, con una superficie de 65 500 kilómetros cuadrados.
  11. Este apelativo se debe a que las cumbres más altas de la cadena siempre tienen nieve; lo que hizo pensar a los africanos, tan poco acostumbrados a la presencia de ese elemento, que el fenómeno se debía al reflejo de la Luna. El pico más alto de Ruwenzori es el monte Stanley, con 5125 msnm, pero hay al menos otros siete cuya altura es de entre 5 y 4 mil msnm, y de los cuales el menor, el monte Luigi de Savoia, tiene nada menos que 4663.
  12. Así, Ibn Khordabhe (en el Libro de las rutas y las provincias, escrito a fines del siglo IX) nombraba “país de Zendj” a esa región. El-Masudi de Bagdad (en 922) y El-Isidri (en 1154) un andaluz, escribieron narraciones en las que destacaron que en los puertos de Mombasa, Pate, Lamu y Malindi atracaban navíos en los que se exportaban hierro, oro y marfil con destino a Malasia, India y China. También hay obras de Ibn Batuta (1304-1370 aprox.) y de Hasan bin Muhammed al-Wazzan (1448-1554), más conocido como “León el africano”, que relatan sus viajes por el continente negro.
  13. Por ejemplo, a mediados del siglo XIX, el doctor Livingstone (ver más adelante) presenció una matanza de aborígenes perpetrada por traficantes árabes de esclavos en Nyungwe, un punto que podemos situar casi en el centro del continente.
  14. Así, la lengua swahili (o kiswahili) se originó como mezcla de la gramática bantú (una familia lingüística originaria de África) con un vocabulario derivado extensamente de palabras árabes; este idioma fungió como la lengua franca del este africano y actualmente tiene millones de hablantes.
  15. Más adelante y conforme los europeos entran al comercio con los africanos, fusiles, pólvora, paños, quincalla y cristalerías forman parte de lo que intercambian los mercaderes por la producción africana.
  16. En buena medida, las limitaciones de la arqueología de África se deben a que los climas de ese continente no han propiciado la preservación de vestigios significantes para esta disciplina.
  17. La nilo-sahariana, la afroasiática o camito-semítica, y la congo-nigeriana.
  18. Organismo financiado mediante contribuciones privadas de sus socios, pero que funcionaba en la práctica como apéndice asesor de la Corona.
  19. Es posible que evocar la figura del agente secreto “al servicio de su Majestad” nos remita a equiparar a Burton con el agente 007, popularizado en novelas –ya casi olvidadas– y sobre todo en las espectaculares películas que han sido deleite de al menos tres generaciones. Sin embargo, Burton, al contrario de Bond, no basó sus proezas en el uso de tecnologías y armamentos sofisticados (fue un esgrimista excepcional, pero no era partidario de usar armas de fuego). Tampoco su marcada apertura en el ámbito sexual es equiparable a la de Bond; éste es presentado como un irredento seductor de mujeres hermosas, en cambio Burton no se interesaba en la sexualidad como conquista, sino más bien como medio para conocer más profundamente otras culturas.
  20. La Honorable Compañía de las Indias Orientales se fundó en 1600 al obtener cartas de acreditación expedidas por la reina Isabel I. Sus monopolios comerciales –té, opio y algodón, entre otros– la convirtieron en el verdadero poder político de los británicos en India, China y otros países de Oriente. Aunque esos monopolios fueron abolidos formalmente en 1813, la Compañía siguió detentando su poder económico y político hasta 1860, cuando sus propiedades pasaron a ser administradas directamente por la corona británica.
  21. Algunos de sus biógrafos han afirmado que, en materia de creencias religiosas, Burton estaba finalmente más cerca de ser musulmán que cristiano.
  22. Aunque no es determinante, también puede ser digno de considerar que, ante los calurosos climas africanos y del Medio Oriente, la vestimenta de estilo árabe era sin duda más convenientemente fresca que los apretados atuendos de estilo europeo.
  23. La entrada de Burton y otros tres oficiales ingleses en Somalia se malogró cuando en abril de 1855 fueron atacados por guerreros somalíes. La escolta nativa huyó durante el combate nocturno; uno de los oficiales murió despedazado, Burton recibió un lanzazo en la mejilla que le marcó de por vida y Speke sufrió considerables heridas. Pero de alguna afortunada manera lograron escapar y llegar hasta la orilla del mar, donde una embarcación árabe les ofreció refugio y salvación.
  24. El grupo estaba compuesto por los dos capitanes y 130 hombres más, entre guías-traductores, cocineros, guardias armados, sirvientes y, finalmente, los porteadores, es decir, los cargadores que llevaban en hombros y espaldas el equipaje necesario para Burton y Speke, así como armamento, instrumentos científicos, víveres y, especialmente, el gran volumen de telas y otros productos que se usarían para pagar los peajes impuestos por los jefes de tribus locales para permitirles atravesar sus territorios. El jefe de la caravana era Said bin Salim, un mestizo árabe-swahili, que llevaba su propio séquito: cuatro esclavos armados con mosquetes, más dos chicas y dos chicos para su servicio personal.
  25. El lago Tanganica (que también se escribe Tangañica) tiene una superficie de 32 893 km². Se le considera el segundo lago más grande del mundo por su volumen (18 900 km³) y por su profundidad (1470 metros como hondura máxima), en la que sólo es superado por el lago Baikal, en Siberia; también es el lago de agua dulce más largo del mundo (676 km). El agua que sale de este lago fluye hacia el río Congo. Ver: <es.wikipedia.org/wiki/Lago_Tanganica#cite_note-2>. Ir al sitio
  26. Bombay era un africano que capturado por traficantes árabes vivió en India como esclavo durante su niñez y juventud; a la muerte de su amo, regresó a África y, dado que sabía hablar inglés, hindi y un par de lenguas nativas, fue un importante miembro de las expediciones de Burton, Speke y Stanley. Como jefe de caravana, en 1873-1876 cruzó África de este a oeste acompañando al capitán Verney Lovett Cameron. La Royal Geographical Society le otorgó una medalla de plata (las de los expedicionarios blancos eran de oro) y una pensión vitalicia; murió en 1885 con unos 65 años de edad. Existen estudios sobre algunos africanos que acompañaron a las expediciones que aquí abordamos; uno de ellos es el de D. H. Simpson (1976), Dark companions: The African contribution to the European exploration of East Africa, Londres, Paul Elek. Es también interesante visitar la página web de la Royal Geographical Society: <hiddenhistories.rgs.org/>. Ir al sitio
  27. Hay una excelente película estadounidense sobre el viaje y la relación de Burton y Speke: Las montañas de la Luna (Mountains of the Moon, 1990), dirigida por Bob Rafelson. Una versión en inglés se puede ver en YouTube. Quizá la película está –como es el caso de muchos libros y artículos– bastante inclinada del lado de la interpretación histórica que es más favorable a Burton, pero, en todo caso, es interesante.
  28. Este término hacía referencia al tributo exigido por los jefes tribales para permitir el paso franco de las caravanas por los territorios que dominaban. En general, ese tributo consistía en los abalorios y quincallas de los que ya hemos hablado, y su cuantía dependía del poder que cada jefe detentaba.
  29. Ese cuento relatado por Speke se ha tomado como alusión a los gorilas, y probablemente es un inicio de los mitos sobre la ferocidad de estos apacibles y tímidos antropoides. Quizás el autor de King Kong –como otros más– se haya inspirado en este relato para crear a su terrorífico personaje.
  30. Según él mismo relata en The Discovery of the Source of the Nile (hay una versión en inglés de este libro en <www.gutenberg.org/3/2/8/3284/>), estuvo enredado en las intrigas palaciegas existentes en la corte de Mutesa, enseñando a éste a disparar las armas de fuego que le dio como regalo personal y atendiendo a las jóvenes mujeres que continuamente le enviaban el rey y la reina madre (aunque en un lenguaje victoriano, el relato de Speke deja ver que había un interés especial por ver cómo sería la progenie de la mezcla entre blanco y negra). Ir al sitio
  31. En Bunyoro, Speke recibió noticias de que un hombre blanco (Petherick) inquiría sobre su paradero.
  32. Personaje de gran astucia, pero de intenciones oscuras, Oliphant conoció a Speke durante el viaje de retorno de éste a Inglaterra tras separarse de Burton en Adén. Había sido abogado, escritor, espía durante la guerra de Crimea contra los rusos y tenía contactos con importantes personajes de la sociedad inglesa, entre ellos los editores de Blackwood’s Magazine, una revista de amplia circulación. Varias fuentes señalan que Oliphant, posiblemente interesado en una relación homosexual con Speke, influyó sobre él para que traicionara a Burton y se adjudicara para él solo los logros de la expedición de 1856-1859.
  33. Rice (1999: 319) afirma que Burton introdujo este término en la lengua inglesa, a partir de una palabra swahili calcada a su vez del árabe, en el que safár significa viajar.
  34. En 1869-1873, Baker –igualmente acompañado por su esposa Florence– actuó como gobernador de la provincia de Ecuatoria (norte de Uganda y sur de Sudán) al servicio del jedive (virrey) de Egipto, entonces bajo el dominio del sultán otomano. Si bien uno de los objetivos de su misión era acabar con el tráfico de esclavos, enfrentó una gran oposición por parte de las tribus locales y participó activamente en varios encuentros en los que murieron bastantes soldados egipcio-sudaneses y muchos africanos miembros de los grupos tribales descontentos.
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