La Biblioteca del Niño Mexicano DESCRIPCIÓN, CARACTERÍSTICAS Y USO PEDAGÓGICO Oralba Castillo Nájera Muldoon[*]
Durante el último tercio del siglo XIX, la historia patria, el amor patrio, los valores nacionales y el civismo constituyeron un eje central de las preocupaciones educativas. Los contenidos patrios y cívico-morales se enriquecieron y concretaron, como en el caso del museo-patria, en expresiones culturales instituidas como guías de valor y como patrimonio histórico cultural a partir del cual pudieran formarse elementos para la identidad y el sentido de pertenencia de las nuevas generaciones de ciudadanos. Esta articulación e intencionalidad ética, educativa y cultural se prolongó hasta muy entrado el siglo XX, y podemos reconocerla en los libros de civismo e historia nacional desde el porfiriato hasta los años sesenta y setenta, y más adelante incluso, permeando los programas oficiales de la asignatura de Formación Cívica y Ética I, II y III para la escuela secundaria aprobados en 1999 que dieron origen a los correspondientes libros de texto. Así, historia de bronce, historia patria, ética cívica y rudimentos del derecho y patrimonio cultural quedaron amalgamados, y tienen su expresión, aún en nuestros días, en muchas de las prácticas sociales, ceremonias escolares y visiones culturales del país. La Biblioteca del Niño Mexicano sintetiza el eje central mencionado y hay expresiones de su influencia aún en nuestros días, de ahí su importancia. Yo aprendí la historia de México en la que escribía Heriberto Frías en forma de relatos. RENATO LEDUC.[1] La Biblioteca del Niño Mexicano
Hay muchas maneras de transmitir la historia nacional y el amor patrio, Heriberto Frías lo hizo contando leyendas, sucesos de guerra y amor. Entre 1899 y 1901 publica la Biblioteca del Niño Mexicano, que consta de 85 relatos breves cuyos temas abarcan cuatro siglos: desde la fundación de Tenochtitlán hasta el gobierno de Porfirio Díaz; con portadas a todo color mediante cromolitografías –algunas de ellas firmadas por José Guadalupe Posada–[2] y con espléndidos grabados en blanco y negro en páginas interiores. La mancuerna entre el escritor y el grabador, y la influencia de éste en la visión estética de la obra, son muy afortunadas. La narrativa grandilocuente de Heriberto Frías para contar tragedias es tan inconmensurable como la manera en que Posada pinta madres torturadoras, apuñalados, héroes y fusilamientos. Gráfica y relatos fueron el deleite de quienes adquirían la serie de fascículos –cuadernillos compuestos por un promedio de cinco pliegos encuadernados a caballo– que conforman la Biblioteca del Niño Mexicano, publicada por Maucci Hermanos entre 1899 y 1901. Los cuadernillos, de nueve por 12 centímetros, caben en la mano. En 1987, Miguel Ángel Porrúa publicó una bella edición facsimilar en la que los 85 fascículos se ofrecen en caja de tela con tejuelos. En el estudio preliminar que acompaña esta edición, Alejandro de Antuñano Maurer escribe: La presente obra es única en su género por varias razones, entre ellas, por su eficacia narrativa dentro del relato corto de la literatura infantil, que pone al alcance de sus lectores la dilatada historia nacional […] Sobresale su amenidad literaria, la cual torna ligera la lectura, evitando enumeraciones inútiles de nombres y fechas, esbozando en sus aspectos más importantes los grandes acontecimientos nacionales y exaltando el sentimiento patrio de quienes empiezan a descubrir su historia (1986: 27). Tal es la intención que el propio Heriberto Frías subraya en una descripción final de su obra, donde, recapitulando acerca de todos los temas tratados, dice a sus pequeños lectores: ¡Qué bellos esplendores dejó en nuestros recuerdos, la historia del antiguo Anáhuac! Por eso en breves que son cuentecillos ligeros y fantásticos, fui dejando, para los niños de mi patria, pálidas imágenes; porque, en verdad, creo que serán también algo así como fábulas… históricas, fábulas donde se vea como tras un maravilloso prisma, la iluminación de todo un pasado espléndido y digno de ser conservado en la mente de todos los niños que aman a su gloriosa patria mexicana![3] (BNM, 80: 6). Los cuentecillos, como él los llama, fueron publicados por entregas y a menudo tenían relación temática, o bien continuidad, sin que por ello deban leerse en determinado orden, ya que cada uno cuenta y concluye una historia. El suspenso, pues, forma parte de la narración. Veamos: La princesa Flor de los Lagos está preocupada porque su hija Rayo de Gloria duerme y duerme, ¿qué pasará? El camino para conocer su historia será largo. ¿Y “Rayo de Gloria”? me preguntarán… Siguió en su sueño durante muchos años hasta que despertó para ser heroína de una historia que se referirá próximamente (BNM, 19: 16) Heriberto Frías escribe textos comprensibles, cortos, llenos de fantasía, mitos y hechos consagrados por la historia nacionalista; dirigidos a educar la sentimentalidad de los niños y darles un pasado al cual entregarse: el heroico pasado de la patria. Estos cuadernillos, que circularon profusamente en tiempos de Porfirio Díaz, buscan, pues, jóvenes adeptos para la nueva historia nacional. Nadie mejor que el autor para seducir a sus lectores, sus pequeños lectorcitos, a quienes invita: ¡Venid amigos míos; venid mis jóvenes lectores que desde hace tanto tiempo me habéis acompañado con alegría y noble curiosidad por los campos de la historia patria, llenos de bellísimos monumentos donde brillan como objetos de eterna adoración, nuestras glorias nacionales y los mejores episodios de las edades primitivas cuando llegaron del Norte las razas que poblaron el territorio de la patria mexicana…Venid mis fieles y amables lectorcitos […] ¡Oh mis buenos lectores, amigos míos, que juntos emprendimos memorables viajes por la historia y la leyenda nacional, sin fatigarnos con fechas, sitios y pesados nombres, que estos estudios serios vendrán más tarde, para cuando vuestra inteligencia esté en razón; venid otra vez a seguirme a que contemplemos los últimos instantes de los héroes mexicanos! (BNM, 59: pp. 3-4). ▼ La historia patria de Heriberto Frías
Como buen romántico, y con una prosa realista, salpicada de vez en vez de arrebatos excesivos, los títulos sorprendentes, unidos a la gráfica de Posada, son poderosos, de ahí que valga la pena conocerlos: Biblioteca del Niño Mexicano
Un primer conjunto de obras (cuadernos 1-25) presenta temas variopintos acerca de leyendas, héroes y hazañas lo mismo de la época prehispánica que de los primeros años de la Conquista. La segunda serie (cuadernos 26-37), Descubrimientos y Conquistas, recrea, como su nombre lo indica, historias que el autor periodiza como la época del descubrimiento de América y los distintos episodios, héroes, personajes, y horrores y epopeyas de esa época. La tercera serie (cuadernos 38-60), Después de la Conquista y el Virreinato, entrega al lector una visión de la entonces Nueva España, con sus bondades y crueldades y recurriendo de manera profusa a leyendas y personajes ficticios. La cuarta serie (cuadernos 61-68), La Independencia, aunque es la más breve, recrea el periodo entre el Grito de Independencia y el derrocamiento de Iturbide. Finalmente, en la última serie (cuadernos 69-85), Época moderna y actual, el autor recrea asuntos y episodios patrios desde la instauración del gobierno de la Primera República, presidido por Guadalupe Victoria, hasta los primeros años del Porfiriato. Heriberto Frías considera como hecho fundacional de nuestra nación, el momento en que el águila –a la que llama “majestuoso colibrí” (BNM, 4: 12)– se para en el nopal a devorar a la serpiente. Según narra, el acontecimiento se dio en la Isla Verde, coronada por un nopal, bajo cuyas aguas había un palacio, en donde vivía una princesa eternamente dormida. Sus hermanas y padres vivían fuera de la isla, preocupados por el sueño profundo de su hija Rayo de Gloria, destinada a ser la madre de la patria. Ella saldría a luz cuando la profecía del águila y la serpiente se cumpliera cabalmente y los chichimecas fundaran, sobre la laguna, la maravillosa Tenochtitlán. Ciudad descrita con canales y teocalis, mercado con todo tipo de objetos: plumas, textiles, animales, collares, medicinas, yerbas, verbena de color, olor, tacto, y ritmo marcado por el alboroto de personajes extraordinarios. Un lugar mágico, donde, para su desgracia, reinaba el dios de la guerra: Huitzilopochtli. Para Frías, el descubrimiento de América, la llegada de Cristóbal Colón a tierras desconocidas, es también un hecho fundacional y heroico. En distintos episodios, rinde homenaje a Cristóbal Colón y describe su hazaña como sólo comprensible por contar con la protección benéfica de fuerzas sobrenaturales, lo mismo celestiales que marinas.[4] Respecto a los Reyes Católicos, impulsores de esta hazaña, Frías los diferencia en intención y grandeza de quienes efectúan la conquista armada y sus ambiciones, cuando dice: Aquellos repartimientos como les llamaban no eran tampoco legítimos, pues desde un principio, los buenos Reyes Católicos, desde la época de los primeros descubrimientos de Cristóbal Colón estaban prohibidos… […] ¡Sin embargo, la crueldad y la avaricia de Cortés y los capitanes, lo mismo que la de los hombres enviados después a gobernar México, desobedecieron las órdenes y cometieron bárbaros abusos […]! (BNM, 47: 7). La visión de Frías en cuanto a la Conquista es ambigua: lo mismo pondera la valentía de Hernán Cortés y sus capitanes, que los señala como sanguinarios, traidores y avariciosos de oro, brutales y violentos. Así lo relata cuando se refiere a la batalla de Cholula: ¿Quiénes consumaron la formidable matanza que inundó sus teocallis, templos pequeños, plazas, calles y palacios en olas de sangre “cholulteca” y “mexica”?… La ciudad fue la gran Cholula. Y como debéis comprender, los que hicieron la hecatombe fueron los conquistadores españoles al mando de Hernán Cortés… (BNM, 3: 4). El autor considera, y así se los hace saber a sus queridos lectorcitos, que los aztecas fueron castigados por practicar la horrorosísima y sanguinaria costumbre de arrancar el corazón de sus prisioneros. Miles de mujeres y jóvenes fueron asesinados en el ritual tenebroso. La Malinche es sin duda un personaje importante, que aparece en varias narraciones. Enamorada de Cuauthemoctzin, lo traiciona por su amante Hernán Cortés, derrotando con ello a los mexicanos. Dejemos, amiguitos míos, que la Malinche hable con el tremendo personaje negro, dejemos que la misma compañera de Hernán Cortés refiera sus impresiones atroces, allá en las tinieblas de la noche, cuando las nubes forman en lo alto del cielo extensos murallones de sombra, cuando cruzan relámpagos que iluminan las ondas del lago de Texcoco y allá en el ocaso las ruinas de Tenochtitlan y en el centro un bergantín que aún no divisan Marina y el alto personaje del manto negro…(BNM, 43: 9). Hay en las páginas de esta Biblioteca, una moral nacionalista que exalta los valores de la valentía y el heroísmo, frente a la cobardía y la traición. Personajes y situaciones van marcando el bien y el mal. Frías hace responsable de la caída de Tenochtitlán al fanatismo del cobarde Moctezuma y a la desunión entre los mexicanos, que permitió que un puñado de cuatrocientos españoles vencieran a los temibles aztecas. Los conquistadores contaron con la ayuda de los tlaxcaltecas, y con la traición de la hermosísima Malinche, a quien le contrapone el valor y la entereza de Cuauthemoctzin –el Águila que Cae–, el guerrero indomable, conductor de la última y sanguinaria batalla en la cual sucumbió la Gran Tenochtitlán. Al abordar la época de la Colonia –considerada durante mucho tiempo el medioevo mexicano, criticado ferozmente por los liberales–, Heriberto Frías cuenta los crímenes atroces que sucedían en calles, con acequias, templos, catedral, conventos y el Castillo de Chapultepec como escenarios de historias tenebrosas en la Nueva España. Así lo narra en Los crímenes de la ambición o El anatema de la víctima: Nos hallamos en una calle muy obscura, allá en la ciudad de México, en la muy cristiana villa y capital del Reino de la Nueva España. Es noche profunda; obscurísima… Hay gran silencio en todos los alrededores. De los altos edificios que se alinean a uno y otro lado de la calle no bajan rumores de voces o ruidos, ni luces o fulguraciones… […] de repente, allá de lo alto de un balcón surge una antorcha luminosa que arroja resplandecimientos de escarlata sobre la calle solitaria […] Como un rayo blanquísimo, cayó en la negrura de la hedionda calle el cuerpo de la gentil hermosura blanca… ¡Su cuerpo se estrelló sobre las piedras […]! (BNM, 48: 3, 5). Acompaña esta siniestra historia, una pequeña gráfica de una mujer cayendo de cabeza desde lo alto de un edificio, del que sale fuego por una ventana. El vestido de la mujer se mantiene en el tobillo, a pesar de estar literalmente de cabeza. La estampa es encantadora, recuerda el maravilloso cuadro que, muchos años después, pintara Frida Kahlo: El suicidio de Dorothy Hale, a petición de los padres de la infortunada mujer. Frida asumió el compromiso, dando cuenta de lo ocurrido, en forma de retablo popular –pintura religiosa que cuenta milagros–; la dama, aspirante a actriz, se precipita desde el piso trece de un edificio en Nueva York. También Dorothy cae de cabeza con el vestido hasta el tobillo. No es casual que exista un puente entre las imágenes de Frida Kahlo y el grabador Guadalupe Posada, cuya genialidad ácida y brutal influyó a la Escuela de Pintura Mexicana. En la gráfica como en las letras, el calor popular nacionalista se manifiesta en las obras de Manuel Payno, Vicente Riva Palacio, Manuel Altamirano y Heriberto Frías, liberales que trazan una línea estética nacionalista y antimperialista de buena factura. En la serie de la Biblioteca dedicada al periodo de la Independencia, el Padre de la Patria y sus símbolos brillan: ¡El amanecer del día 16 de Septiembre de 1810, tiene tanta luz en nuestra historia mexicana, que llega hasta los confines de las otras repúblicas del mismo continente! […] Porque en esas luces que componen la aurora del 16 de Septiembre, tenemos que admitir que el color rojo, lo formaba la púrpura de la sangre, el verde era el tinte magnífico y supremo que simboliza y precede siempre, siempre en todas las catástrofes de la vida, a la hermosa Esperanza… y el blanco, ah! el blanco es el lampo de la pureza, de la inocencia y fe en la causa por la que se combate!… […] Al sonar la campana de la parroquia del pueblo de Dolores, el buen anciano cura, delante de los pocos pero bravos hijos de México, grita: –¡Hijos míos, viva la Independencia de nuestra patria!… ¡Abajo esos reyes extranjeros! Viva la Libertad […] ¡Viva México! […] ¡Viva Nuestra Señora de Guadalupe! ¡Viva la libertad! (BNM, 62: 6, 7, 16). Como buen liberal, Frías recobra, para la memoria infantil, los momentos heroicos de la Reforma: Juárez, Melchor Ocampo, el general Zaragoza en la batalla del 5 de mayo y también la derrota sufrida, años antes, en 1847, frente al poderosos ejército estadounidense: Con toda gloria cayeron los batallones y los cadáveres fueron tantos allá en el Norte que cubrieron completamente las llanuras, alfombrando con cuerpos de héroes desconocidos aquellos campos donde luego nacerían los bosques maravillosos, a cuya sombra se levantarán los modernos palacios de la actual civilización mexicana!… ¡Honor, amiguitos, a los héroes mártires de la guerra entre México y Estados Unidos, allá por los años 1846 hasta 1847! Para honrar el valor y el heroísmo de un pueblo; para enaltecer la gloria de un ejército no se necesitan triunfos; ¡cuántas veces las hecatombes que se llaman derrotas resultan impregnarse de luz, radiantes y bellísimas! (BNM, 77: 15-16). Al narrar el Segundo Imperio Mexicano, Maximiliano no sale bien librado. Frías trae a la memoria una ley emitida por el emperador en contra de los mexicanos: Maximiliano agravó más aún su situación y se contrajo en el más alto grado el odio de los mexicanos, en un decreto sanguinario que firmó el 3 de Octubre de 1865, en que consideraba como bandidos, ponía fuera de la ley a todos los patriotas que con las armas en la mano sostuviesen las instituciones y los sagrados derechos de su patria, ordenando su inmediata ejecución. […] Después de la tragedia del Cerro de Querétaro, México iba a entrar en las vías del progreso y la civilización, pues en la capital iba a entrar vencedor el caudillo de Oaxaca, que en el porvenir realizaría la magna obra de la paz! (BNM, 81: 7, 16). En el último párrafo arriba citado, aparece el caudillo de Oaxaca, Porfirio Díaz, al que dedica una de las últimas narraciones de la Biblioteca, con el ampuloso título El Sol de la Paz: […] sabedlo, desde sus primeros años, el que es ahora nuestro Sol de Paz y Progreso, este extraordinario espíritu que con genio extraño logró convertir un caos en una nación pacífica y próspera, ese mismo genio admirable de la Paz y de la Guerra, desde niño hizo prodigios… […] Sus más hermosas epopeyas son éstas: Paz, Progreso, Civilización, Luz (BNM, 80: 12-13). Las alabanzas a Porfirio Díaz son interesantes, ya que Heriberto estuvo a punto de ser fusilado por escribir su novela Tomóchic, en donde critica ácidamente al régimen dictatorial y autoritario del caudillo oaxaqueño. Destacan entre sus personajes prehispánicos: La Malinche, Moctezuma, Xicoténcatl, Cuitláhuac y Cuauhtémoc, Acamapitzin, Netzahualcóyotl; entre los españoles: Hernán Cortés, Pedro de Velasco, Fray Bernardino de Sahagún, Bartolomé de las Casas; como héroes de la Independencia: Miguel Hidalgo y Costilla, José María Morelos, Mariano Matamoros, Vicente Guerrero, doña Josefa Ortiz de Domínguez, Francisco Javier Mina; de la Reforma: Melchor Ocampo, Ignacio Zaragoza, Benito Juárez; y del México contemporáneo a Frías: Porfirio Díaz. Además, desde luego, de héroes anónimos que forman parte del pueblo y de los que destaca su valentía, entrega a la patria y desinterés. Portadilla de El Libro Rojo ilustrada con una litografía de Heriberto Frías sustenta una visión europeizante, de tal manera que en el México prehispánico, existían cortes reales, reyes, reinas, bufones, castillos y hadas; también repúblicas como, dice, la de Tlaxcala; había senadores y gobernadores. Y da por sentada la existencia de la nación, desde el inicio de la historia patria. Esto es, traslada fantásticamente las sociedades europeas a tierras mexicanas. No es privativo de Frías el uso de la nomenclatura monárquica y republicana para dar cuenta de la historia de México. En El libro rojo de Manuel Payno y Vicente Riva Palacio, publicado en 1871, los autores encaran el desafío de escribir la historia patria, recién restaurada la República juarista. Ambos escritores, sobre todo el segundo, de reconocido prestigio liberal, se refieren a Cuauhtémoc, Moctezuma o Xicoténcatl como reyes, y también se habla de la República de Tlaxcala, antes de la llegada de los españoles. Ellos enfatizan los asesinatos escandalosos en las calles de la Nueva España, la epidemia de la peste, los tormentos de la Santa Inquisición, entre otros hechos de sangre (de allí el título El libro rojo, ya que chorrea sangre). Los largos años de la Colonia, también, como lo hace Frías, son considerados oscurantistas, impregnados de crueldad medieval. Por supuesto se refieren, una y otra vez, a la nación mexicana, asumiendo su existencia como un hecho desde antes de la Conquista. El Libro rojo, al igual que la Biblioteca del Niño Mexicano, periodiza la historia patria de acuerdo con los criterios liberales: Prehispánico, Descubrimiento, Colonia, Independencia, Reforma; y cierra sus páginas con una crónica sobre el emperador Maximiliano de Habsburgo, derrotado en el Cerro de las Campanas. Episodio que vivió de manera singular el general Vicente Riva Palacio, encargado de tomar prisionero al archiduque –aun en contra de su padre, quien era defensor del emperador. Tanto Payno como Riva Palacio estuvieron de acuerdo en terminar los relatos de su historia patria con un texto sobre Maximiliano, escrito por Rafael Martínez de la Torre, admirador del desdichado emperador. Mostrando magnanimidad intelectual, Heriberto Frías, treinta años después, recorre el mismo periplo histórico, retoma y enriquece las obras de Manuel Payno y Riva Palacio, pero la Biblioteca del Niño Mexicano detiene la historia con halagos a Porfirio Díaz y su régimen de paz y progreso. ▼ Conclusión
Al pasar de los años –y tal vez desde su misma publicación–, las narraciones históricas de Frías dejan mucho que desear en cuanto a precisión histórica; sin embargo, mal haríamos en juzgarlas por la objetividad de sus relatos, los cuales son presentados como fábulas, leyendas, mitos, mitologías que remiten al mundo de la literatura, en donde brilla la pluma de Heriberto Frías, cargada del romanticismo de la época y de naturalismo estilo Émile Zola. Gran lector de novelas de historia y admirador de Víctor Hugo, Frías usa el naturalismo para describir de manera descarnada la realidad mórbida, y de Víctor Hugo retoma el realismo que alumbra la complejidad social, política, económica, psicológica de personajes y situaciones, con lo que da la impresión de una totalidad real. Lo que hace valiosa a la Biblioteca del Niño Mexicano es su propósito: inflamar de espíritu patrio a sus lectores, sembrar en ellos sentimientos nacionalistas. Allí está su enorme valor pedagógico, en otorgarles memoria a los niños, y entusiasmarlos por su historia, llena de héroes y de sucesos extraordinarios, dignos de ser conocidos y estudiados a fin de identificarse con los avatares del suelo patrio. Los 85 folletos construyen un imaginario colectivo cargado de emociones nacionalistas. Hoy que la historia, tiende a desaparecer en la vorágine de la ideología neoliberal; hoy que las fiestas patrias son desabridas e incluso su celebración se muda de día, de acuerdo a los “nuevos” calendarios escolares, lo que tiene más un sentido comercial (promover el turismo), abandonando la significación de la memoria para reflexionar y respetar días y fechas, cargadas de significado nacional. Hoy es importante que adultos y niños regresemos a la Biblioteca del Niño Mexicano, y como lo dice Renato Leduc aprender historia en esos cuadernillos de Heriberto Frías, que lo hacían feliz. Contaba don Renato que había un fregón: … que se metía en castillos donde había fantasmas y todo. Una vez se metió el mar y fue a dar con el mero Rey, que vivía muy esplendorosamente en sus castillos submarinos, tenía a las oceánidas, unas muchachas muy bonitas que lo atendían, y a dos de ellas, las tenía exclusivamente para que le rascaran las orejas con una varilla de oro y él sentía gran voluptuosidad con eso. Y yo agarré la maña, sólo que no con varillas de oro sino con palillos de dientes, y mi madre me agarraba: ¡Te vas a perforar un tímpano, animal! Y hasta la fecha me rasco los oídos como el Rey del mar (Castillo Nájera, 1998: 22). Enseñar, decía Renato Leduc, debe ser algo lúdico, no aburrido. Tal es el talento de Heriberto Frías.♦ ▼ Referencias
CANTÓN, V. (2015). La Biblioteca del Niño Mexicano. Lecturas infantiles para la formación del patrimonio cultural cívico. En Correo del Maestro, núm. 233 (octubre), pp. 45-54. CASTILLO NÁJERA, O. (1998). Renato Leduc y sus amigos. México: Domes. DE ANTUÑANO, A. (1987). Estudio preliminar. En H. Frías, Biblioteca del Niño Mexicano. México: Miguel Ángel Porrúa (edición facsimilar). FRÍAS, H. (1986). Tomóchic. México: Porrúa. —— (1987). Biblioteca del Niño Mexicano. México: Miguel Ángel Porrúa (edición facsimilar). PAYNO, M., y V. Riva Palacio (1989). El libro rojo. México: Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. NOTAS* Filósofa, historiadora y escritora mexicana. Entre sus obras: Perfume de gardenias, 1982; Sin permiso, colectivo de cuentos, 1984; Renato Leduc y sus amigos, 1987; La COCIP Coordinadora Obrera, Campesina y Popular, una experiencia de lucha popular, 1995; El matador de Obregón, 1999; y Desarmar el silencio, 2005.
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